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Una anciana de un remoto pueblo montañoso de Albania custodia, con celo, la última gran estatua de Enver Hoxha que queda de las centenares que había en las plazas del país para rendirle culto en el comunismo.
Para Sabire Plaku, de 70 años, la estatua de bronce macizo de casi dos metros y medio de Hoxha es su única riqueza, y subraya a Efe que la conservará hasta su "último suspiro".
Con ese fin, Plaku ha escondido su tesoro en una estrecha y oscura habitación del sótano de su casa y la ha cubierto de hierba y de paja unos dos metros de altura.
Y es que no se trata de una estatua cualquiera, sino que muestra al dictador armado y ataviado con botas, gorra y uniforme de partisano.
Fue precisamente en esta casa, situada en el pueblo de Labinot Mal (centro de Albania), donde el 10 de julio del 1943 se fundó el Estado Mayor del Ejército albanés y Hoxha fue elegido su comandante general.
Desde aquí, Taras (su apodo de guerra) dirigió durante varios meses las operaciones de los partisanos en la lucha contra la ocupación italiana y alemana.
Los escasos campesinos que aún viven en Labinot Mal recuerdan emocionados el 10 de julio del 1968, día en que el comandante vino a inaugurar su propia estatua colocada sobre un alto pedestal de piedras a la derecha de la vivienda que ahora le da cobijo.
Durante el régimen comunista, la casa se convirtió en museo y en lugar de peregrinaje para jóvenes escolares que eran llevados desde todos los rincones del país para explicarles sobre el terreno la lucha antifascista dirigida por el estratega Taras.
Pero con la caída del socialismo en 1991, los albaneses se deshicieron, de todos los símbolos de Hoxha, que dirigió durante casi medio siglo el pequeño país balcánico con métodos estalinistas.
"Aterrorizados al ver cómo arrastraron la estatua de Enver en Tirana en 1991, nos reunimos ocho hombres de la aldea y con la ayuda de una grúa la quitamos del pedestal y la metimos en la casa donde está ahora", recuerda Fatmir, un pastor, en declaraciones a Efe.
"Mi marido dio a Enver de comer, mientras yo debo cumplir con su promesa custodiando su estatua", dice, por su parte, Sabire.
Afirma que junto con su única hija, Fatushe, no se han rendido a las presiones recibidas para deshacerse de la estatua, desde supuestas amenazas de muerte a ofertas de dinero, que tanto necesitan.
"Somos pobres, pero nunca la venderemos. Nadie en el mundo nos la va a quitar. ¿Has oído tú en algún otro país que se venda a su líder?", pregunta Fatushe.
Estas dos mujeres, madre e hija, forman parte de los nostálgicos del comunismo que hoy celebran el primer centenario del nacimiento de Hoxha con varias actividades en Tirana.
"Cuando Enver vivía no pagábamos ni un centavo por la salud, ahora me han pedido 300 euros para operarme el ojo y no los tengo", señala Sabire, quien, además, recuerda que durante el comunismo el Estado "aseguraba a todos trabajo" y "no había robos".
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