Ivan Pinheiro
Secretario General del Partido Comunista Brasileiro (PCB)
En los últimos años, vengo cumpliendo mi tarea partidaria de restablecer y estrechar las relaciones del PCB con organizaciones y partidos revolucionarios, en especial con América Latina. Esta tarea política tiene como principal objetivo reforzar el internacionalismo proletario, en la lucha anti-imperialista y por el socialismo.
América Latina es palco de una intensa lucha de clases, antagonizando fuerzas populares dispuestas a profundizar cambios sociales y las oligarquías asociadas al imperialismo, sobre todo el norteamericano.
Al XIV Congreso Nacional del PCB, realizado en octubre del año pasado, compareció la gran mayoría de los Partidos comunistas de la región, además de viajes recientes de camaradas de la dirección del PCB y de la UJC (Unión de da Juventud Comunista) a Argentina, Chile, Uruguay y otros países. Personalmente estuve en Bolivia, Cuba, Colombia, Ecuador, Honduras, Paraguay, Perú y Venezuela. En esos viajes, mantuve contacto con camaradas de Costa Rica, El Salvador, Haití, Nicaragua, Panamá, Puerto Rico y República Dominicana.
En uno de esos viajes, fui invitado a conocer presencialmente la más antigua e importante organización insurgente del continente: las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP), que lucha desde hace 46 años en las montañas por la liberación y por el socialismo en Colombia. La organización fue creada en función de una necesidad objetiva de que los campesinos colombianos defiendan sus pedazos de tierra, sus casas y sus familias de la violencia del Estado y de milicias al servicio del latifundio.
Tuve que tomar solitariamente la decisión de aceptar la invitación y viajar al día siguiente para las montañas andinas, ya que era el único miembro del PCB en aquel viaje y, por razones obvias, no podía consultar a mis camaradas de la dirección del Partido en Brasil. Por tanto, resolví pasar algunos días en un campamento de las FARC, en Colombia, por iniciativa propia, bajo mi exclusiva responsabilidad, y no por decisión partidaria. Pero tenía la convicción de que mi actitud era compatible con la línea política del partido.
Valió la pena los duros viajes, de ida y vuelta, por regiones y países de los cuales no me acuerdo, porque toda aquella región es habitada por el mismo pueblo, dividida artificialmente en varios países, por los intereses del capital. He pasado por bellas paisajes, conocí la fauna y flora exuberantes, alternando los más variados medios de transporte, como coches, barcos y mulas, además de saludables pero agotadoras caminatas.
Quedarán para siempre en mi memoria los diálogos que mantuve con los jóvenes guerrilleros que conocí y las fotografías que no pude sacar del trabajo de los campesinos, de las guarderías, escuelas y puestos de salud creados y mantenidos por el “Estado” guerrillero en su territorio, de la cotidianidad del campamento.
Fueron momentos que me marcaron y reforzaron valores como la disciplina partidaria, el trabajo colectivo, la camaradería: el aprendizaje en las reuniones diarias del colectivo, al anochecer, para repercutir documentos y noticias actualizadas de Colombia y de todo el mundo, oídas en los radios que hacen parte del equipo de los militantes; las bibliotecas de rueda, donde no faltan clásicos del marxismo y de la literatura.
Imposible es olvidar la entrevista que hice en “portuñol” para todo el contingente guerrillero, por medio de la Radio Rebelde.
¿Cómo no guardar con cariño el único objeto físico que pude traer del viaje, un caracol que, el día en que nos despedimos sin que pudiéramos contener las lágrimas que mezclaban sentimientos de fraternidad y paternidad, me regaló un joven guerrillero que me sirvió de guía y me apoyó mientras estuve allí?
Mucho más que la curiosidad, el espíritu de aventura y la simpatía por las FRAC, lo que motivó mi decisión fue el deber revolucionario de contribuir, de alguna manera, con los esfuerzos para una solución política de la compleja cuestión colombiana. Mucho antes del viaje y de la instalación de más de siete bases militares estadounidenses en Colombia, ya yo tenía consciencia de que el país estaba transformándose en una cabeza de puente del imperialismo en América Latina, donde cumple el rol que Israel ejerce en el Medio Oriente.
En un artículo que publiqué hace algunos años (“Impedir la guerra imperialista en América Latina“), ya decía textualmente:
“… para dar solidaridad a los pueblos venezolano, boliviano, ecuatoriano; para luchar para que puedan avanzar los cambios y la lucha de clases en América Latina, aunque en procesos más mediados y contradictorios; para evitar que haya guerra y retroceso en nuestro continente; para todo eso, hay un pre requisito: derrotar el verdadero eje del mal, los brazos del imperialismo norteamericano en nuestro continente: el gobierno fascista y el Estado terrorista de Colombia!“
Ya lo tenía claro, cuando resolví aceptar la invitación, que no interesa a la oligarquía colombiana ni tampoco al imperialismo reconocer el carácter político de la guerrilla y, mucho menos -para no darle protagonismo-establecer con ella un proceso de diálogo que pueda poner fin al conflicto armado en Colombia, que difícilmente será solucionado por la vía militar.
Estamos frente una especie de empate, en que ni las guerrillas (FARC y también la ELN, que sigue en la lucha) tienen muchas posibilidades para expandir el territorio bajo su control (casi un tercio del país), ni las fuerzas militares ni paramilitares logran derrotarlas.
A la oligarquía colombiana le interesa mantener el conflicto, para llenarse los bolsillos con los billones de dólares de los programas militares financiados por los Estados Unidos y atribuir cínicamente a los insurgentes la más rentable actividad del grupo que detiene el poder en el país: exactamente el narcotráfico.
A los Estados Unidos no les interesa la solución del conflicto, para poder justificar la “guerra contra el narcoterrorismo”, que le permite manipular la opinión pública para reinstalar la Cuarta Flota, crear siete bases militares más en Colombia, dar un golpe en Honduras, poner miles de soldados en Haití y ahora en Costa Rica, y firmar acuerdos militares con varios países en la región, lamentablemente, incluso con Brasil, recién firmado.
El objetivo del imperialismo es reforzar su presencia militar para intentar desestabilizar y derrumbar gobiernos progresistas, especialmente el de Venezuela. Apretar el cerco a Cuba, evitar el fortalecimiento del ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas), frenar el proceso de cambios en Bolivia y otros países. Todo esto sin perder de vista las extraordinarias riquezas naturales del continente, como petróleo, gas, agua y minerales.
En los años 90, hubo en América Latina un proceso negociado de desmilitarización de grupos guerrilleros. En Centroamérica, todos estos entendimientos resultaron en acuerdos, con la transformación de las guerrillas en organizaciones políticas legales. Incluso dos de esas reservas están hoy en el gobierno de sus países: la FMLN (El Salvador) y la FSLN (Nicaragua). En Colombia, sin embargo este proceso terminó con el cruel asesinato de más de 4.000 miembros de la Unión Patriótica, partido político legal en aquel entonces, que incorporaba parte de los militantes de las FARC que bajaron de las montañas, del Partido Comunista Colombiano y de otras organizaciones de izquierda.
Por tanto, las FARC no pueden promover una rendición unilateral, incondicional, una paz de cementerios, botando un patrimonio de décadas de lucha y sometiendo a sus militares a un genocidio. Lo que pretenden es un diálogo que haga posible una paz democrática con justicia social, que ponga fin no solamente al conflicto, pero también al terrorismo de Estado, a la expulsión de campesinos de sus tierras, a las milicias paramilitares, al asesinato y a la prisión de miles de militantes y que asegure libertades democráticas y verdaderos cambios económicos y sociales.
Pero el inicio de un diálogo de paz en Colombia -que interesa a todas las fuerzas y personalidades democráticas, pacifistas, y antiimperialistas y no solamente a los comunistas- sólo será posible a través de una amplia campaña internacional por la paz con justicia social y económica en Colombia, cuyo éxito tiene como pre requisito el reconocimiento de las FARC y del ELN como lo son en verdad: organizaciones políticas combatientes.
Fue para contribuir con esa necesaria y urgente campaña – conociendo y divulgando un poco más la historia, la realidad, los puntos de vista y las perspectivas de las FARC – que decidí convivir algunos días con los guerrilleros y conversar, sin preocupación con el reloj ni con el móvil, con algunos de sus comandantes, especialmente con Iván Marques y Jesús Sántrich, que me visitaron en el campamento en que me quedé.
No volví a Brasil para hacer proselitismo sobre una forma de lucha que considero incompatible con la actualidad brasileña, pero que respeto como legítimo derecho de los pueblos en la lucha contra la opresión. Volví determinado a contribuir con la apertura de un diálogo político en Colombia.
El PCB, otras organizaciones y personalidades comprenden la importancia del diálogo para el avance de los procesos de cambio en América Latina, que depende de la neutralización de la agresividad del imperialismo en nuestro continente, cuyo centro de gravedad es el terrorismo de Estado colombiano.
Colombia es el segundo destino mundial de ayuda financiera para fines militares y de material bélico de los Estados Unidos, después de Israel; tiene las Fuerzas Armadas más numerosas, armadas y entrenadas de América del Sur. Uno de los objetivos principales del imperialismo, ante la crisis sistémica del capitalismo, es fomentar guerras localizadas, sobre todo contra países fuera de su esfera de dominación y, potencialmente, poseedores de riquezas naturales.
El Estado narcoterrorista colombiano es el instrumento para provocar conflictos militares en la región, como fue el caso de la invasión del espacio aéreo ecuatoriano para el ataque al campamento del comandante Raúl Reyes, el Secretario de Relaciones Internacionales de las FARC, que tenía como tarea exactamente promover intercambios humanitarios de prisioneros y abrir el espacio para una solución negociada del conflicto militar.
En el caso de Venezuela – donde el proceso de cambios en la región más avanza – las provocaciones son más audaces, constantes y peligrosas. Colombia, que ya ha infiltrado miles de paramilitares en territorio venezolano, para preparar un golpe contra Chávez, ahora acusa a Venezuela de abrigar guerrilleros de las FARC, utilizándose de manipulaciones tecnológicas, como las que viene haciendo hasta hoy con la increíble computadora personal de Raúl Reyes, que resistió incólume a un bombardeo aéreo intenso, en que todo el campamento fue destruido y murieron 26 personas.
Los Estados Unidos se asociaron a estas “denuncias” del gobierno colombiano y ya revuelven propuestas de llevar el caso para organizaciones multilaterales que hegemonizan. Las relaciones diplomáticas entre Colombia y Venezuela están cada vez más tensas. Es necesaria una urgente acción política para evitar el agravamiento del conflicto, que sólo interesa al imperialismo y a la derecha, no sólo colombiana, sino de todos los países de América Latina, que hacen de todo para ayudar a derrumbar el gobierno venezolano, a través de su satanización y manipulación.
Aquí en Brasil no es diferente. Toda la media burguesa se asocia a denuncias del gobierno colombiano y la derecha aprovecha el momento electoral para criticar el gobierno brasileño exactamente en relación a uno de los pocos aspectos que los internacionalistas valorizamos en el gobierno. A pesar de la vacilación, de la ambigüedad y de las contradicciones – frente al objetivo principal de la política externa brasileña de transformar el país en una gran potencia mundial – al Estado brasileño no le interesa la guerra imperialista, sino la expansión del capitalismo brasileño.
La derecha, para instigar la guerra entre Colombia y Venezuela, intenta descalificar a Brasil como mediador de la crisis. Para ello, acusa al partido del Presidente de la República de relaciones y actitudes que infelizmente no son verdaderas, pues podrían haber ayudado a solucionar el conflicto colombiano.
En Colombia, es expresivo el movimiento conocido como “Colombianos por la Paz” – que estimula el intercambio de prisioneros e intenta crear un ambiente favorable al diálogo -, liderado por la Senadora Piedad Córdoba, con quien participé, en otra ocasión, de una reunión en Bogotá para tratar el tema de la paz en aquel país, junto con otros militantes latinoamericanos, entre los cuales estaba Carlos Lozano, del Buró del Partido Comunista Colombiano, uno de los dirigentes internacionalistas más dedicados a la solución del impase en su país.
Pero esa campaña no tendrá éxito si no cuenta con una gran participación de gobiernos, instituciones y personalidades democráticas y progresistas de varios países, sobre todo de América Latina.
En América Latina, Brasil -en función de su importancia y liderazgo- es el país que reúne las mejores condiciones para viabilizar el diálogo colombiano, como fiador político, liderando un conjunto de países y organizaciones multilaterales de la región, de preferencia la UNASUL (Unión de las Naciones Sudamericanas), que no cuenta con la presencia indeseable de los Estados Unidos.
Es correcta la iniciativa de la diplomacia brasileña de llevar la discusión del nuevo conflicto para el espacio de la UNASUL y hacer un intento de ayudar a mediarlo. Pero no se puede tener la ilusión de que el nuevo presidente colombiano, que tomará pose en algunos días, retrocederá en los proyectos belicistas del consorcio EUA/Colombia. Este no es el último gesto rabioso de Uribe, como muchos lo imaginan. Esta es la primera actitud de Santos antes de asumir el cargo, acordado con Uribe, para dar inicio a su gobierno con voz gruesa, pero con poco desgaste. Santos no fue sólo el candidato de Uribe. Fue su Ministro de Defensa, responsable por la aplicación del infame “Plan Colombia”. Es el uribismo sin Uribe. No nos olvidemos de la invasión de Israel a la Franja de Gaza, antes de Obama asumir su cargo de presidente, para preparar la transición para el imperialismo sin Bush.
Por eso, será importante, pero insuficiente, la distensión del actual conflicto entre Colombia y Venezuela. Esto resuelve una parte de la cuestión a corto plazo, pero no resuelve la causa del problema. Brasil debe ir más allá de esa iniciativa y esforzarse en buscar una solución al conflicto interno colombiano. Y esto sólo será posible en caso de que se sienten a la mesa, con observadores internacionales acreditados por las partes, los verdaderos actores en conflicto: las organizaciones políticas insurgentes y, más que el gobierno, el Estado colombiano.
Para ser consecuente con el objetivo del Estado brasileño de transformar nuestro país en una referencia en al ámbito mundial, sería mucho más eficiente patrocinar un diálogo que puede distender el pesado ambiente interno colombiano, que se cierne sobre América Latina, que liderar tropas de ocupación en Haití.
Aparte, desmontar el “Caballo de Troya” montado por el imperialismo en Colombia no sirve solamente para evitar una guerra con Venezuela o el derrumbe de su gobierno. Como dijo Fidel Castro, las bases militares yanquis en Colombia son como puñales clavados en el corazón de toda América Latina. Incluso, no debemos iludirnos con relación a Brasil, cuyas extraordinarias riquezas naturales –entre las cuales está la biodiversidad de la Amazonia, las inmensas reservas de agua dulce y el campo petrolífero pré-sal-, son los principales objetos de la codicia de estados Unidos en todo el continente.
Secretario General del Partido Comunista Brasileiro (PCB)
En los últimos años, vengo cumpliendo mi tarea partidaria de restablecer y estrechar las relaciones del PCB con organizaciones y partidos revolucionarios, en especial con América Latina. Esta tarea política tiene como principal objetivo reforzar el internacionalismo proletario, en la lucha anti-imperialista y por el socialismo.
América Latina es palco de una intensa lucha de clases, antagonizando fuerzas populares dispuestas a profundizar cambios sociales y las oligarquías asociadas al imperialismo, sobre todo el norteamericano.
Al XIV Congreso Nacional del PCB, realizado en octubre del año pasado, compareció la gran mayoría de los Partidos comunistas de la región, además de viajes recientes de camaradas de la dirección del PCB y de la UJC (Unión de da Juventud Comunista) a Argentina, Chile, Uruguay y otros países. Personalmente estuve en Bolivia, Cuba, Colombia, Ecuador, Honduras, Paraguay, Perú y Venezuela. En esos viajes, mantuve contacto con camaradas de Costa Rica, El Salvador, Haití, Nicaragua, Panamá, Puerto Rico y República Dominicana.
En uno de esos viajes, fui invitado a conocer presencialmente la más antigua e importante organización insurgente del continente: las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP), que lucha desde hace 46 años en las montañas por la liberación y por el socialismo en Colombia. La organización fue creada en función de una necesidad objetiva de que los campesinos colombianos defiendan sus pedazos de tierra, sus casas y sus familias de la violencia del Estado y de milicias al servicio del latifundio.
Tuve que tomar solitariamente la decisión de aceptar la invitación y viajar al día siguiente para las montañas andinas, ya que era el único miembro del PCB en aquel viaje y, por razones obvias, no podía consultar a mis camaradas de la dirección del Partido en Brasil. Por tanto, resolví pasar algunos días en un campamento de las FARC, en Colombia, por iniciativa propia, bajo mi exclusiva responsabilidad, y no por decisión partidaria. Pero tenía la convicción de que mi actitud era compatible con la línea política del partido.
Valió la pena los duros viajes, de ida y vuelta, por regiones y países de los cuales no me acuerdo, porque toda aquella región es habitada por el mismo pueblo, dividida artificialmente en varios países, por los intereses del capital. He pasado por bellas paisajes, conocí la fauna y flora exuberantes, alternando los más variados medios de transporte, como coches, barcos y mulas, además de saludables pero agotadoras caminatas.
Quedarán para siempre en mi memoria los diálogos que mantuve con los jóvenes guerrilleros que conocí y las fotografías que no pude sacar del trabajo de los campesinos, de las guarderías, escuelas y puestos de salud creados y mantenidos por el “Estado” guerrillero en su territorio, de la cotidianidad del campamento.
Fueron momentos que me marcaron y reforzaron valores como la disciplina partidaria, el trabajo colectivo, la camaradería: el aprendizaje en las reuniones diarias del colectivo, al anochecer, para repercutir documentos y noticias actualizadas de Colombia y de todo el mundo, oídas en los radios que hacen parte del equipo de los militantes; las bibliotecas de rueda, donde no faltan clásicos del marxismo y de la literatura.
Imposible es olvidar la entrevista que hice en “portuñol” para todo el contingente guerrillero, por medio de la Radio Rebelde.
¿Cómo no guardar con cariño el único objeto físico que pude traer del viaje, un caracol que, el día en que nos despedimos sin que pudiéramos contener las lágrimas que mezclaban sentimientos de fraternidad y paternidad, me regaló un joven guerrillero que me sirvió de guía y me apoyó mientras estuve allí?
Mucho más que la curiosidad, el espíritu de aventura y la simpatía por las FRAC, lo que motivó mi decisión fue el deber revolucionario de contribuir, de alguna manera, con los esfuerzos para una solución política de la compleja cuestión colombiana. Mucho antes del viaje y de la instalación de más de siete bases militares estadounidenses en Colombia, ya yo tenía consciencia de que el país estaba transformándose en una cabeza de puente del imperialismo en América Latina, donde cumple el rol que Israel ejerce en el Medio Oriente.
En un artículo que publiqué hace algunos años (“Impedir la guerra imperialista en América Latina“), ya decía textualmente:
“… para dar solidaridad a los pueblos venezolano, boliviano, ecuatoriano; para luchar para que puedan avanzar los cambios y la lucha de clases en América Latina, aunque en procesos más mediados y contradictorios; para evitar que haya guerra y retroceso en nuestro continente; para todo eso, hay un pre requisito: derrotar el verdadero eje del mal, los brazos del imperialismo norteamericano en nuestro continente: el gobierno fascista y el Estado terrorista de Colombia!“
Ya lo tenía claro, cuando resolví aceptar la invitación, que no interesa a la oligarquía colombiana ni tampoco al imperialismo reconocer el carácter político de la guerrilla y, mucho menos -para no darle protagonismo-establecer con ella un proceso de diálogo que pueda poner fin al conflicto armado en Colombia, que difícilmente será solucionado por la vía militar.
Estamos frente una especie de empate, en que ni las guerrillas (FARC y también la ELN, que sigue en la lucha) tienen muchas posibilidades para expandir el territorio bajo su control (casi un tercio del país), ni las fuerzas militares ni paramilitares logran derrotarlas.
A la oligarquía colombiana le interesa mantener el conflicto, para llenarse los bolsillos con los billones de dólares de los programas militares financiados por los Estados Unidos y atribuir cínicamente a los insurgentes la más rentable actividad del grupo que detiene el poder en el país: exactamente el narcotráfico.
A los Estados Unidos no les interesa la solución del conflicto, para poder justificar la “guerra contra el narcoterrorismo”, que le permite manipular la opinión pública para reinstalar la Cuarta Flota, crear siete bases militares más en Colombia, dar un golpe en Honduras, poner miles de soldados en Haití y ahora en Costa Rica, y firmar acuerdos militares con varios países en la región, lamentablemente, incluso con Brasil, recién firmado.
El objetivo del imperialismo es reforzar su presencia militar para intentar desestabilizar y derrumbar gobiernos progresistas, especialmente el de Venezuela. Apretar el cerco a Cuba, evitar el fortalecimiento del ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas), frenar el proceso de cambios en Bolivia y otros países. Todo esto sin perder de vista las extraordinarias riquezas naturales del continente, como petróleo, gas, agua y minerales.
En los años 90, hubo en América Latina un proceso negociado de desmilitarización de grupos guerrilleros. En Centroamérica, todos estos entendimientos resultaron en acuerdos, con la transformación de las guerrillas en organizaciones políticas legales. Incluso dos de esas reservas están hoy en el gobierno de sus países: la FMLN (El Salvador) y la FSLN (Nicaragua). En Colombia, sin embargo este proceso terminó con el cruel asesinato de más de 4.000 miembros de la Unión Patriótica, partido político legal en aquel entonces, que incorporaba parte de los militantes de las FARC que bajaron de las montañas, del Partido Comunista Colombiano y de otras organizaciones de izquierda.
Por tanto, las FARC no pueden promover una rendición unilateral, incondicional, una paz de cementerios, botando un patrimonio de décadas de lucha y sometiendo a sus militares a un genocidio. Lo que pretenden es un diálogo que haga posible una paz democrática con justicia social, que ponga fin no solamente al conflicto, pero también al terrorismo de Estado, a la expulsión de campesinos de sus tierras, a las milicias paramilitares, al asesinato y a la prisión de miles de militantes y que asegure libertades democráticas y verdaderos cambios económicos y sociales.
Pero el inicio de un diálogo de paz en Colombia -que interesa a todas las fuerzas y personalidades democráticas, pacifistas, y antiimperialistas y no solamente a los comunistas- sólo será posible a través de una amplia campaña internacional por la paz con justicia social y económica en Colombia, cuyo éxito tiene como pre requisito el reconocimiento de las FARC y del ELN como lo son en verdad: organizaciones políticas combatientes.
Fue para contribuir con esa necesaria y urgente campaña – conociendo y divulgando un poco más la historia, la realidad, los puntos de vista y las perspectivas de las FARC – que decidí convivir algunos días con los guerrilleros y conversar, sin preocupación con el reloj ni con el móvil, con algunos de sus comandantes, especialmente con Iván Marques y Jesús Sántrich, que me visitaron en el campamento en que me quedé.
No volví a Brasil para hacer proselitismo sobre una forma de lucha que considero incompatible con la actualidad brasileña, pero que respeto como legítimo derecho de los pueblos en la lucha contra la opresión. Volví determinado a contribuir con la apertura de un diálogo político en Colombia.
El PCB, otras organizaciones y personalidades comprenden la importancia del diálogo para el avance de los procesos de cambio en América Latina, que depende de la neutralización de la agresividad del imperialismo en nuestro continente, cuyo centro de gravedad es el terrorismo de Estado colombiano.
Colombia es el segundo destino mundial de ayuda financiera para fines militares y de material bélico de los Estados Unidos, después de Israel; tiene las Fuerzas Armadas más numerosas, armadas y entrenadas de América del Sur. Uno de los objetivos principales del imperialismo, ante la crisis sistémica del capitalismo, es fomentar guerras localizadas, sobre todo contra países fuera de su esfera de dominación y, potencialmente, poseedores de riquezas naturales.
El Estado narcoterrorista colombiano es el instrumento para provocar conflictos militares en la región, como fue el caso de la invasión del espacio aéreo ecuatoriano para el ataque al campamento del comandante Raúl Reyes, el Secretario de Relaciones Internacionales de las FARC, que tenía como tarea exactamente promover intercambios humanitarios de prisioneros y abrir el espacio para una solución negociada del conflicto militar.
En el caso de Venezuela – donde el proceso de cambios en la región más avanza – las provocaciones son más audaces, constantes y peligrosas. Colombia, que ya ha infiltrado miles de paramilitares en territorio venezolano, para preparar un golpe contra Chávez, ahora acusa a Venezuela de abrigar guerrilleros de las FARC, utilizándose de manipulaciones tecnológicas, como las que viene haciendo hasta hoy con la increíble computadora personal de Raúl Reyes, que resistió incólume a un bombardeo aéreo intenso, en que todo el campamento fue destruido y murieron 26 personas.
Los Estados Unidos se asociaron a estas “denuncias” del gobierno colombiano y ya revuelven propuestas de llevar el caso para organizaciones multilaterales que hegemonizan. Las relaciones diplomáticas entre Colombia y Venezuela están cada vez más tensas. Es necesaria una urgente acción política para evitar el agravamiento del conflicto, que sólo interesa al imperialismo y a la derecha, no sólo colombiana, sino de todos los países de América Latina, que hacen de todo para ayudar a derrumbar el gobierno venezolano, a través de su satanización y manipulación.
Aquí en Brasil no es diferente. Toda la media burguesa se asocia a denuncias del gobierno colombiano y la derecha aprovecha el momento electoral para criticar el gobierno brasileño exactamente en relación a uno de los pocos aspectos que los internacionalistas valorizamos en el gobierno. A pesar de la vacilación, de la ambigüedad y de las contradicciones – frente al objetivo principal de la política externa brasileña de transformar el país en una gran potencia mundial – al Estado brasileño no le interesa la guerra imperialista, sino la expansión del capitalismo brasileño.
La derecha, para instigar la guerra entre Colombia y Venezuela, intenta descalificar a Brasil como mediador de la crisis. Para ello, acusa al partido del Presidente de la República de relaciones y actitudes que infelizmente no son verdaderas, pues podrían haber ayudado a solucionar el conflicto colombiano.
En Colombia, es expresivo el movimiento conocido como “Colombianos por la Paz” – que estimula el intercambio de prisioneros e intenta crear un ambiente favorable al diálogo -, liderado por la Senadora Piedad Córdoba, con quien participé, en otra ocasión, de una reunión en Bogotá para tratar el tema de la paz en aquel país, junto con otros militantes latinoamericanos, entre los cuales estaba Carlos Lozano, del Buró del Partido Comunista Colombiano, uno de los dirigentes internacionalistas más dedicados a la solución del impase en su país.
Pero esa campaña no tendrá éxito si no cuenta con una gran participación de gobiernos, instituciones y personalidades democráticas y progresistas de varios países, sobre todo de América Latina.
En América Latina, Brasil -en función de su importancia y liderazgo- es el país que reúne las mejores condiciones para viabilizar el diálogo colombiano, como fiador político, liderando un conjunto de países y organizaciones multilaterales de la región, de preferencia la UNASUL (Unión de las Naciones Sudamericanas), que no cuenta con la presencia indeseable de los Estados Unidos.
Es correcta la iniciativa de la diplomacia brasileña de llevar la discusión del nuevo conflicto para el espacio de la UNASUL y hacer un intento de ayudar a mediarlo. Pero no se puede tener la ilusión de que el nuevo presidente colombiano, que tomará pose en algunos días, retrocederá en los proyectos belicistas del consorcio EUA/Colombia. Este no es el último gesto rabioso de Uribe, como muchos lo imaginan. Esta es la primera actitud de Santos antes de asumir el cargo, acordado con Uribe, para dar inicio a su gobierno con voz gruesa, pero con poco desgaste. Santos no fue sólo el candidato de Uribe. Fue su Ministro de Defensa, responsable por la aplicación del infame “Plan Colombia”. Es el uribismo sin Uribe. No nos olvidemos de la invasión de Israel a la Franja de Gaza, antes de Obama asumir su cargo de presidente, para preparar la transición para el imperialismo sin Bush.
Por eso, será importante, pero insuficiente, la distensión del actual conflicto entre Colombia y Venezuela. Esto resuelve una parte de la cuestión a corto plazo, pero no resuelve la causa del problema. Brasil debe ir más allá de esa iniciativa y esforzarse en buscar una solución al conflicto interno colombiano. Y esto sólo será posible en caso de que se sienten a la mesa, con observadores internacionales acreditados por las partes, los verdaderos actores en conflicto: las organizaciones políticas insurgentes y, más que el gobierno, el Estado colombiano.
Para ser consecuente con el objetivo del Estado brasileño de transformar nuestro país en una referencia en al ámbito mundial, sería mucho más eficiente patrocinar un diálogo que puede distender el pesado ambiente interno colombiano, que se cierne sobre América Latina, que liderar tropas de ocupación en Haití.
Aparte, desmontar el “Caballo de Troya” montado por el imperialismo en Colombia no sirve solamente para evitar una guerra con Venezuela o el derrumbe de su gobierno. Como dijo Fidel Castro, las bases militares yanquis en Colombia son como puñales clavados en el corazón de toda América Latina. Incluso, no debemos iludirnos con relación a Brasil, cuyas extraordinarias riquezas naturales –entre las cuales está la biodiversidad de la Amazonia, las inmensas reservas de agua dulce y el campo petrolífero pré-sal-, son los principales objetos de la codicia de estados Unidos en todo el continente.