El lumpemproletariado
Paul Mattick
Publicado en International Council Correspondence en marzo de 1935
Publicado por El Sudamericano - agosto de 2019
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“… Así, pues, el Estado no es de ningún modo un poder impuesto desde fuera de la sociedad; tampoco es “la realidad de la idea moral”, “ni la imagen y la realidad de la razón”, como afirma Hegel. Es más bien un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarrollo determinado; es la confesión de que esa sociedad se ha enredado en una irremediable contradicción consigo misma y está dividida por antagonismos irreconciliables, que es impotente para conjurar. Pero a fin de que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna no se devoren a sí mismas y no consuman a la sociedad en una lucha estéril, se hace necesario un poder situado aparentemente por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el choque, a mantenerlo en los límites del “orden”. Y ese poder, nacido de la sociedad, pero que se pone por encima de ella y se divorcia de ella más y más, es el Estado. (…)
Además, en la mayor parte de los Estados históricos los derechos concedidos a los ciudadanos se gradúan con arreglo a su fortuna, y con ello se declara expresamente que el Estado es un organismo para proteger a la clase que posee contra la desposeída. Así sucedía ya en Atenas y en Roma, donde la clasificación era por la cuantía de los bienes de fortuna. Lo mismo sucede en el Estado feudal de la Edad Media, donde el poder político se distribuyó según la propiedad territorial. Y así lo observamos en el censo electoral de los Estados representativos modernos. Sin embargo, este reconocimiento político de la diferencia de fortunas no es nada esencial. Por el contrario, denota un grado inferior en el desarrollo del Estado. La forma más elevada del Estado, la república democrática, que en nuestras condiciones sociales modernas se va haciendo una necesidad cada vez más ineludible, y que es la única forma de Estado bajo la cual puede darse la batalla última y definitiva entre el proletariado y la burguesía, no reconoce oficialmente diferencias de fortuna.
En ella la riqueza ejerce su poder indirectamente, pero por ello mismo de un modo más seguro. De una parte, bajo la forma de corrupción directa de los funcionarios, de lo cual es América un modelo clásico, y, de otra parte, bajo la forma de alianza entre el gobierno y la Bolsa.
Esta alianza se realiza con tanta mayor facilidad, cuanto más crecen las deudas del Estado y más van concentrando en sus manos las sociedades por acciones, no sólo el transporte, sino también la producción misma, haciendo de la Bolsa su centro. Fuera de América, la nueva república francesa es un patente ejemplo de ello, y la buena vieja Suiza también ha hecho su aportación en este terreno. Pero que la república democrática no es imprescindible para esa unión fraternal entre la Bolsa y el gobierno, (…)
Y, por último, la clase poseedora impera de un modo directo por medio del sufragio universal. Mientras la clase oprimida –en nuestro caso el proletariado– no está madura para libertarse ella misma, su mayoría reconoce el orden social de hoy como el único posible, y políticamente forma la cola de la clase capitalista, su extrema izquierda. Pero a medida que va madurando para emanciparse ella misma, se constituye como un partido independiente, elige sus propios representantes y no los de los capitalistas. El sufragio universal es, de esta suerte, el índice de la madurez de la clase obrera. No puede llegar ni llegará nunca a más en el Estado actual, pero esto es bastante. [suficiente] El día en que el termómetro del sufragio universal marque para los trabajadores el punto de ebullición, ellos sabrán, lo mismo que los capitalistas, lo qué deben hacer….”
El origen de la Familia la propiedad privada y el Estado – Federico Engels - Zurich, Suiza, 1884. Cap. IX Barbarie y Civilización
El lumpemproletariado - Paul Mattick
Una persona poco familiarizada con cuestiones políticas que asista a reuniones de trabajadores, exceptuando las de desempleados, probablemente se verá sorprendida por el hecho de que la mayor parte de los presentes no forma parte de los estratos más pobres del proletariado. Los trabajadores mejor organizados son, por supuesto, los pertenecientes a la llamada aristocracia obrera, que asume una posición social entre la clase media y el proletariado más pobre y explotado. Las organizaciones sindicales de estos estratos defienden los intereses vitales directos de sus miembros, proporcionándoles ventajas inmediatas, y ni son capaces de politizar a sus adherentes en un sentido socialista ni tampoco lo intentan. Por otra parte, el movimiento obrero radical solo puede proporcionar a sus adherentes satisfacción ideológica, no ventajas materiales. Y es precisamente por esta razón por lo que es incapaz de alcanzar a las capas realmente empobrecidas del proletariado. Esa parte, por sus condiciones de miseria, se ve obligada por las circunstancias a preocuparse solamente de sus intereses más perentorios y directos si es que no quiere dejar la vida misma. Por esa razón los movimientos políticos radicales de la clase obrera oscilan entre dos polos de la población trabajadora, la aristocracia obrera y el lumpenproletariado. El peso de la organización lo llevan elementos que aunque no se hacen ilusiones sobre las nulas posibilidades genuinas de avance personal en la sociedad actual, mantienen un nivel de vida que les permite dedicar dinero, tiempo y energías a esfuerzos cuyos frutos, en forma de mejoras reales materiales para ellos mismos, quedan diferidos a un incierto futuro. Estos militantes se enfrentan a la sociedad actual desde el reconocimiento de que hay que cambiarla, a pesar de lo cual a ellos les resulta posible vivir en ella.
La actividad del movimiento obrero radical en tiempos no revolucionarios se dirige fundamentalmente a transformar la ideología dominante. La agitación y la propaganda exigen sacrificios personales y no proporcionan ventajas materiales. Los miembros activos de las organizaciones obreras deben tener tiempo disponible. Son militantes que confían en que las masas se transformarán en un sentido revolucionario, pero mientras tanto hacen lo posible por acercar el día del cambio y se dedican a educar, discutir y filosofar. Los elementos de la clase obrera que simpatizan con esas ideas pero que por sus circunstancias vitales no están en posición de esperar, se ven continuamente rechazados por estas organizaciones. Las fluctuaciones de militancia en el movimiento radical no son solo resultado de falsas políticas o de falta de tacto de la burocracia en su trato con los miembros todavía ideológicamente inestables. Son también resultado de la compulsión crecientemente imperiosa de un estrato cada vez mayor de trabajadores empobrecidos a “limitar sus miras”. La actividad del movimiento del que esperan ayuda solo les proporciona palabras y algo en que perder el tiempo. No solo no les ayuda sino que les dificulta su lucha individual por la existencia, una lucha que se hace cada vez más difícil, que cada vez consume más horas y más esfuerzo psicológico cuanto más se extiende la penuria en la sociedad y cuanto más se hunde el individuo. Independientemente de la propaganda socialista que hayan absorbido, sus condiciones de existencia les empujan a acciones que son opuestas a sus convicciones y como resultado esas mismas convicciones antes o después se desvanecen, ya que son “inútiles en la práctica”.
Esa es también una de las razones por las que el movimiento político de la clase obrera se quiebra en los periodos de recesión y funciona mejor en tiempos de reactivación económica. Y por ello, a partir de su “experiencia” una gran parte del movimiento obrero ha tomado una posición abiertamente hostil contra la idea de que el empobrecimiento de las masas es sinónimo de crecimiento de las ideas revolucionarias. A quienes mantienen esta teoría del empobrecimiento se les señala repetida y apasionadamente la existencia del lumpenproletariado, como prueba de que el empobrecimiento hace a las masas apáticas en vez de revolucionarias y las pone en oposición al proletariado más que en disposición de servirlo, ya que la clase dominante a menudo aprovecha al lúmpen para sus propias necesidades. Y de esta forma el movimiento obrero se esfuerza con gran celo en mejorar la posición económica de los trabajadores, considerando que precisamente de esa manera se elevará la conciencia de clase del proletariado. De hecho, en el periodo de avance de la sociedad capitalista la mejora del nivel de vida del proletariado fue paralela al crecimiento de los sindicatos y organizaciones políticas obreras y al fortalecimiento de la conciencia política de los trabajadores. Pero esta conciencia, como las organizaciones mismas, no era revolucionaria. Por lo tanto, la teoría de la elevación del nivel de vida del proletariado como medio de avance revolucionario resultó tan desmentida como la teoría de la pauperización. La dificultad fue resuelta mediante la explicación desgraciada y absurda de que la actitud reaccionaria de los trabajadores organizados era resultado de sus direcciones reaccionarias. La contradicción que implica el combatir el empobrecimiento y al mismo tiempo mantener que es necesario se consideraba lesiva para la existencia de la organización. Las masas no pueden ser atraídas hacia la organización sin recibir al mismo tiempo algunas promesas.
La convicción, basada en una visión superficial de los fenómenos, de que el empobrecimiento hace a las masas reaccionarias en vez de revolucionarias, y la repugnancia hacia el lumpenproletariado como manifestación viviente de esta “verdad” fue durante mucho tiempo una característica común del movimiento político de la clase obrera y todavía surge en el debate político cuando se trata de explicar la ayuda reclutada por la clase dominante en el campo del proletariado. El escaso grado de organización y la conciencia de clase relativamente subdesarrollada de los desempleados tiende aparentemente a refutar la teoría del empobrecimiento. Lo mismo ocurre con la función que cumple el lúmpen en la sociedad. Por supuesto es esa “basura humana” la que, en alianza con la pequeña burguesía y a las órdenes del capital monopolista llena las filas del fascismo. Los elementos que el movimiento fascista atrae desde los círculos de la clase obrera esperan y obtienen ventajas que en cualquier caso son inmediatas, aunque puedan ser pequeñas. Esos elementos no se vinculan a ningún movimiento por motivos ideológicos, que sobrepasan en mucho sus posibilidades. Que las ventajas sean de carácter meramente temporal no preocupa a esos elementos que, por supuesto, viven permanentemente “al día”. Reprocharles con la acusación de traición a su clase es simplemente atribuirles la posibilidad de una conciencia y un conjunto de convicciones, lo cual es un lujo que su propia forma de vida excluye. Ellos actúan por sus intereses más próximos y, a ese respecto, incluso la gran mayoría de los trabajadores acepta a la larga el movimiento fascista, pasiva o activamente, para no perjudicarse a sí mismos. Quién pasa primero y quién después al campo del enemigo de clase depende del grado de empobrecimiento de cada uno. Aparte de todo esto, la investigación de las ciencias sociales en casi todos los países muestra que la declinación de las tendencias revolucionarias se asocia con el empobrecimiento de las masas. Esas conclusiones se basan exclusivamente en los últimos pocos años y por ello lo único que indican es que inicialmente el empobrecimiento se asocia con la regresión de las tendencias revolucionarias.
Lumpenproletariado y organizaciones obreras
El concepto de lumpenproletariado no es de ninguna forma un concepto claramente delimitado. Los grupos comunistas a la izquierda del movimiento obrero oficial parlamentario y sindicalista le han dado tal amplitud al concepto que este se ha convertido prácticamente en un insulto para calificar a todos los elementos que en virtud de su situación de clase deberían naturalmente incluirse en el proletariado, pero que realizan algún tipo de servicio para la clase dominante. En esta concepción, el elemento lúmpen no está integrado tanto por “la basura (scum) de la humanidad” como por “la flor y nata”, es decir, por la burocracia del movimiento obrero. En esta extensión del concepto se refleja el odio dirigido contra los vendidos y conscientemente queda fuera de consideración el que la traición es más el producto de todo el desarrollo histórico que del interés propio personal de los líderes corruptos.
Pero según la idea más extendida en el movimiento obrero, el término lumpenproletariado incluye los muchos elementos básicos de la sociedad actual que son arrojados a la lucha directamente en oposición a los trabajadores; por ejemplo guardias y vigilantes, provocadores, soplones, esquiroles, etc. Sin embargo, para el movimiento obrero reformista que lucha por alcanzar el poder en la sociedad actual estos elementos pierden su carácter de lumpenproletariado tan pronto como la burocracia reformista consigue una participación en el gobierno. Los guardias se convierten entonces en “compañeros de uniforme”; los agentes de la policía secreta, en dignos ciudadanos que protegen al país de la amenazante anarquía; y los esquiroles, en “trabajadores técnicos de emergencia”. Un cambio de gobierno es suficiente para borrar de estos elementos el estigma de lúmpen.
Los matones y represores de la sociedad existente o de cualquier otra sociedad de clases antagónicas no pueden ser incluidos propiamente en el concepto de lumpenproletariado, ya que resultan completamente necesarios en la práctica social. Esto no es aplicable a los esquiroles, pero incluso a estos habría que excluirlos del lúmpen ya que, como decía Jack London, “con raras excepciones, todo el mundo es un esquirol”. De hecho, al esquirol solo se le puede reprochar desde el punto de vista de un orden social que aún no existe. De momento actúa en completo acuerdo con la práctica social, que a pesar de haber convertido la producción en un proceso intensamente social, no permite otra regla de conducta que la búsqueda del interés privado. El esquirol todavía no ha comprendido ni experimentado suficientemente en la práctica que son precisamente sus necesidades individuales las que habrían de moverle a la acción colectiva. Todavía no está suficientemente desilusionado por la improductividad de los esfuerzos destinados a hacerse un lugar partiendo de los fundamentos de la presente sociedad. Espera asegurarse prebendas a partir de su mejor adaptación a la práctica social y solamente a partir de la inutilidad de sus esfuerzos podrá convencerse de que en realidad permanece al margen de tal sociedad, por mucho que se esfuerce en hacerle justicia. Por más que los trabajadores se vean forzados a luchar contra los esquiroles, estos no pueden ser considerados lumpenproletariado.
Como las relaciones de producción capitalistas sirven para hacer avanzar el desarrollo general humano durante un cierto periodo histórico, estos “elementos básicos de la sociedad” pertenecientes a la clase obrera deben ser considerados elementos productivos, aún a pesar de su parasitismo y su hostilidad a los trabajadores. Si la capacidad productiva de la sociedad se multiplica a ritmo vertiginoso por las relaciones de mercado y competencia, los medios para salvaguardar y promover esas relaciones deben entenderse como instrumentos productivos. Y solo puede oponerse propiamente a esos medios quien se opone a la sociedad misma. La función de ambos grupos del proletariado, el directamente productivo y el indirectamente productivo, que garantiza la seguridad de la sociedad, difieren en la forma pero en principio, sirven a los mismos propósitos. El derrocamiento de la sociedad existente mostraría de una vez que el concepto de lumpenproletariado es aplicable solamente a los marginados de la sociedad que son aceptados por la nueva sociedad como sucesores de la vieja: los vagos y los delincuentes que aún siendo un producto de la actual sociedad que constantemente los niega y los usa, han se der también combatidos en la nueva sociedad. Estos elementos no son otros que los habitualmente considerados como “escoria de la humanidad”: vagabundos, “traficantes”, prostitutas, chulos, delatores, ladrones, estafadores, etc.