A causa de la Guerra civil en España, que comenzó el 18 de julio de 1936, el bilbaíno Luis Lavín, con doce años de edad y de la mano de su hermana, tuvieron que huir desde el puerto de Santurce a Leningrado. Estaban entre los 50.000 menores, conocidos como 'niños de la guerra', que a mediados de los treinta escaparon de su patria a la URSS. Sus hogares fueron destruidos por los bombardeos, perdieron su infancia, su juventud, su tierra.
“Para escribir además tengo dificultades porque estoy aprendiendo a usar la mano izquierda. En julio de 1942, en un combate cuerpo a cuerpo contra los nazis, un casco de metralla se coló sin permiso en mi hombro. Una pequeña herida que pasados unos diez días se curó, pero después de más de sesenta años ha empezado a doler de tal manera que con la mano derecha ya no puedo escribir ni trabajar".
"Mi vida es un serial que si lo presentara por la televisión duraría mucho. Nací en Bilbao el 9 de marzo de 1925, vivía en el centro, junto al Teatro Arriaga. Mi familia tenía un bar donde solía venir Dolores Ibarruri, 'La Pasionaria', a comer. Mi padre no sé si estaba afiliado al PCE, sé que lo estaba a la UGT y presidía la Asociación de Amigos de la Unión Soviética. La época de la República se vivió mucho en mi casa: el fusilamiento de Fermín Galán, la huida del Rey… Recuerdo que teníamos una radio, algo poco común en aquella época, y durante la Revolución de 1934 yo sintonizaba lo que decía la emisora de Moscú".
"Cuando estalló la guerra, dispararon a la gente desde la Iglesia de San Francisco y la población la incendió, aunque no cogió a los francotiradores. Manuel Eguiluz, jefe del Ejército del Norte, pasaba mucho por nuestra casa, él y su familia, así que sabíamos qué pasaba por el frente. Nos acostumbramos a las bombas, aunque cerca de nuestra casa, una hundió un edificio de cinco pisos. Durante los bombardeos de Bilbao, dormíamos con los colchones encima como protección. Mi padre trabajaba en el consulado de la URSS. Nos dijo que si queríamos salir de vacaciones, que sería para dos o tres meses. Él se quedó, aunque el cónsul ruso le ofreció venir también. Nos fuimos y no volvimos a tener noticias en 20 años. Los franquistas lo molieron a palos y se pasó tres años en la cárcel, aunque sobrevivió".
"En 1937 salimos de Santurce en el trasatlántico 'Habana' y luego continuamos en el 'Sontay'. Tenía doce años recién cumplidos y me acompañaba mi hermana Aurora, de diez. Llegamos a Leningrado y enseguida a todos nos atendió un médico y un dentista. Un baño, ropa magnífica y en el comedor una comida de reyes: caviar, jamón, chocolate… todo lo mejor. Estuvimos una semana en Leningrado, como siempre era de día nos escapábamos a cualquier hora. Recuerdo cómo nos llamaban la atención los carteles con letras rusas, que nos parecían rarísimas. Luego pasamos el verano en balnearios de Crimea y nos instalamos en la Casa de Jóvenes de Kiev (3). Era muy joven cuando llegó la noticia de la derrota de la República a la Casa de Jóvenes donde vivía y apenas nos enteramos".
"Éramos 104 niños, todos vascos. Teníamos educadores en ruso y en castellano. Nunca nos faltó de nada. Nos llevaban al circo, al teatro, nos traducían los libros...", recuerda Lavín. Es el único superviviente del grupo de ocho españoles que ingresaron en las Fuerzas Aéreas de la URSS y combatieron como pilotos de caza en la Gran Guerra Patria.Después de trabajar y vivir en la ciudad de Saratov, regresó desde la URSS y actualmente vive en Nules (Castellón), junto a su mujer Svetlana, también veterana de la batalla de Stalingrado. Así como la mayor parte de su vida la pasó en la guerra, conoció a su mujer también durante la lucha contra los nazis; era enfermera.
A mí me ofrecieron entrar en el Ejército como cadete para la aviación y entré con otros ocho españoles. Después de todo lo que habíamos vivido en Bilbao, de los bombardeos, pensamos que había que hacer algo". Pero tenía sólo quince años y dijo ser dos años mayor. Era el 22 de abril de 1941, dos meses más tarde empezó la guerra más sangrienta de Europa.
"La estancia en el Ejército fue muy dura. El invierno en Rusia es feroz. Podía hacer 42 grados bajo cero por la noche; escupías al suelo y caía un pedazo de hielo".
"Fuimos todos, pero sólo pasamos nueve la revisión médica. Rechazaron a la mayoría. Rubén, el hijo de 'La Pasionaria', un chico muy majo, entre ellos. Los estudios de aviación empezaron en octubre en el Instituto Proletario de Aviación de Moscú. Los nueve éramos: Ignacio Aguirregoicoa, Isaías Albístegui, Ramón Cianca, Antonio Lecumberri, José Luis Larrañaga, Eugenio Prieto, Tomás Suárez, Antonio Uribe y yo. Seis procedíamos de la Casa de Jóvenes de Kiev".
"Los cursos los terminamos en marzo del año siguiente con muchas dificultades con la ayuda de nuestros dirigentes políticos. El 22 de abril de 1941 ingresamos en la Academia Superior de Aviación Chkalov, en la ciudad de Borisoglebsk, provincia de Voronez. Comencé a volar en el I-16. Y al poco tiempo estalló la guerra. Pensábamos que si se ganaba la guerra a los alemanes, podríamos llegar a España y echar a Franco. Al principio perdimos tantos aviones contra los alemanes que nos quitaron los nuestros para dárselos a los pilotos con más experiencia. En 1942 nos llevaron al campo Ural 5. Teníamos que aprender a manejar los nuevos modelos de aviones y formar a nuevos pilotos. Proseguimos con nuestra formación en condiciones pésimas, en un campo de hierba, con temperaturas polares y viviendo en tiendas de campaña, en medio de la nieve y el viento, estudiando los manuales de los nuevos aviones y luego aprendiendo a manejarlos".
En julio de 1942 su unidad, el 826 Regimiento, estaba en Povorino, cerca de Stalingrado. Formaban parte de la 36 División Aérea de Caza.
"Nosotros no nos incorporamos al frente, fue el frente el que se vino a nosotros. Un día estábamos Ignacio Aguirregoicoa y yo cavando unas trincheras y pasó una unidad que iba al frente. Ignacio y yo, sin pensarlo, cosas de la edad, nos montamos en un camión y ¡al frente! Bueno, en realidad no había frente fijo, las patrullas y las columnas avanzaban sin que hubiese una posición fija".
"Llegamos a un hospital, pero los alemanes habían pasado antes por allí. Estaba destrozado y los alemanes habían asesinado a los heridos, a médicos y enfermeras. Un brigada que venía de retirada desde que empezó la guerra nos dijo que teníamos que minar la carretera porque en cualquier momento podían venir más alemanes, así que Ignacio y yo comenzamos a poner minas y obuses de 122 mm, de más de 20 kilos. El brigada se fue a patrullar con dos soldados por el bosque. Terminamos de minar y entramos en una trinchera. Oímos tiros y al rato salió el brigada solo, corriendo con los alemanes detrás. Había tenido un encuentro con una patrulla en el bosque y habían matado a sus soldados. Y en ese momento por la carretera apareció una columna de esos camiones gigantescos que tenían los alemanes. Ignacio y yo, que teníamos experiencia en tirar de cuando éramos niños en Kiev, matamos a un par de alemanes y luego volamos la columna. Los vehículos quedaron destrozados por toda la carretera".
"En esto llegó una columna rusa. Y por el otro lado, apareció otra columna alemana. Aquello fue horrible. Una pelea a bayoneta y con palas. Una pesadilla, que hasta si lo sueñas es malo. Yo tenía 17 años y estaba enganchado con un alemán tan mocoso como yo. Alguien tiró una granada que mató al alemán y a mí me hirió en el hombro derecho. Terminó la lucha y el comisario nos dijo que qué hacíamos allí si nuestros uniformes eran de aviadores. Nos 'echó el perro' y nos llevó de vuelta al aeródromo".
"En 1944 ya volaba en un La-7, con el morro pintado de blanco. Luís era el guardaespaldas del jefe de la escuadrilla, un tártaro. Había tres españoles: Lekumberri y Sevilla Santos, un tártaro, un kirguís, dos armenios, ucranianos y rusos. Todos como hermanos, hermanos que morían todos los días. Formaba parte de una sección de cuatro aviones, cada aparato con un mecánico de aviación y otro de motor. Defendían a las misiones de aviones de ataque y bombarderos".
"En el momento en el que los bombarderos aterrizaban después de viajes largos, como ataques a Berlín, sin gasolina y sin munición, empezaba la caza alemana: solían aprovechar ese momento para atacar".
"Tras cada vuelo nos daban 100 gramos de vodka. Siempre estaba en alerta, sentado o descansando cerca del avión. Y así todos los días de la guerra, porque hasta 1945 no hubo un permiso".
"Con todo, nosotros vivíamos bien, era la población la que más sufría. Cuando volaba veía la situación del país: pueblos quemados, no quedaban ni las chimeneas; las fábricas y las vías de ferrocarril, todo destrozado, los campos vacíos. En algunos pueblos, los alemanes metieron a todos en la iglesia con el cura y le prendieron fuego. Y cuando terminó la guerra todo siguió así varios años. No había comida, ni maquinaria, ni casas, muchos vivían en agujeros bajo tierra. Parte de la comida de nuestras raciones se la dábamos a la población para que pudiesen comer".
Del grupo que empezaron en el aeroclub de Moscú, al final de la guerra ya había tres muertos: José Luis Larrañaga, Antonio Uribe e Ignacio Aguirregoicoa. José Luis Larrañaga fue derribado por la artillería alemana en 1943, en un combate donde lucharon varios cientos de cazas rusos y alemanes en las orillas del río Kuban. En noviembre de 1943, tras la batalla de Kursk, cerca de Kiev, la misma andanada derribó a Eugenio Prieto y a Antonio Uribe. Antonio tuvo la mala suerte de que explotó el depósito de gasolina bajo el asiento y desapareció en el aire. Pero el avión de Prieto estaba tocado en el motor y lo llevó planeando, queriendo cruzar el Dnieper. El lado este estaba en manos de los rusos y la orilla oeste, en manos alemanas. Con la mala suerte de que se quedó enganchado en un árbol del lado alemán del río. Con el golpe perdió el sentido y lo despertaron a patadas. Los alemanes le habían quitado la pistola, las botas y la chaqueta de cuero y se lo llevaron preso. Pero Eugenio era un artista. Les dijo que no era ruso, que era un piloto español y eso los desorientó, así que lo detuvieron en una casa particular en la aldea de Putoviti. Escapó. Pidió ayuda a un abuelo, que al oír su acento le tomó por un alemán y le dijo que no. Con la suerte de que entonces llegó el nieto que sabía que se había fugado el preso. El abuelo lo llevó a un almacén donde, debajo de un montón del estiércol, había un búnker con dos pilotos más.
La unidad alemana se marchó y fue reemplazada por otra. Los dos pilotos rusos se fueron con la guerrilla pero Eugenio prefirió quedarse, porque con su forma de hablar ruso era sospechoso. El alcalde del pueblo, que era el jefe de la Resistencia, lo hizo pasar por el marido mudo de su nieta. Le dio un certificado donde ponía que era mudo y sordo.
A los pocos días el Ejército ruso cruzó el río. Pero no lo creyeron… esa es otra historia.
Luís Lavín con su mujer, Svetlana.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]Ignacio Aguirregoicoa fue derribado el 9 de marzo de 1944, aterrizó en un lago helado al sur de Leningrado y se suicidó.
"La verdad es que los pilotos españoles hicieron de todo. Conocí a uno, León Díaz, que formaba parte de una guerrilla que robaba los aviones a los alemanes. Éste se estrelló cuando despegaba con un Junker y se quemó toda la cara" dice Lavín.
En verano del 43 participó en la batalla de Kursk. En noviembre, en la liberación de Kiev; luego en la batalla de Kobel, en el Dniester, en la primavera del 44. Lublín y Lotz en Polonia y ya, al final de la guerra, en Alemania, en combates en Polonia.
"Teníamos prohibido volar más allá del río Oder para evitar combatir por equivocación con aviones ingleses o norteamericanos porque en una pasada uno de nuestros pilotos derribó a tres americanos. Entonces convivimos en el aeropuerto con varias tripulaciones americanas que habían caído en nuestra zona".
Después legó a Saratov, una ciudad industrial situada 600 kilómetros al norte de Stalingrado (actualmente Volgogrado). Trabajó para una fábrica de aviación como jefe del montaje de los aviones. Más tarde se incorporó a otra fábrica de maquinaria en la que ejerció de jefe del control.
En 1959 Lavín regresó a España por primera vez. Pero pronto tuvo que regresar a Rusia, "porque la policía siempre estaba detrás de nosotros". "No nos dejaban hablar de nuestra vida en la Unión Soviética. No les gustaba porque podíamos decir que allí vivíamos bien, que nos pagaban la vivienda, los estudios. El jefe de la policía de toda España era amigo de mi padre y le recomendó que nos fuéramos, porque a algunos exiliados a la URSS que habían vuelto, les habían metido en la cárcel".
Y sólo en 1993 regresó de Rusia definitivamente. "Vinimos porque nos invitaron el Rey y [Felipe] González. En Rusia vivíamos bien: trabajábamos, el Gobierno nos había dado una vivienda y cobrábamos dos pensiones cada uno. Ahora no tenemos nada".
"Comemos de lo que sobra en las tiendas. Los muebles los sacamos del vertedero. Me siento totalmente traicionado. Éramos los vencedores y ahora somos mendigos".
Su hermana sigue en Rusia. "Ella también fue 'niña de la guerra', pero allí recibe una pensión y una vez al año la traen en avión a España gratis con una semana pagada en un hotel. ¡Fíjate qué diferencia!". Su hijo también se quedó y ya tiene 56 años.Pero sigue luchando por lograr aquello por lo que luchaban él y sus ocho compañeros.
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