Poder, fe y fascismo.
Es gracioso y a la vez triste ver como el prestigio social achacado a una persona, quizás por un esfuerzo pasado, quizás por un acto heroico, quizás por el reconocimiento y estima social de su función, puede llevar al parasitismo y la mentira. Me explico, a todos nos son conocidos seguro, casos en los que hemos tratado con personas de reconocido prestigio, serias en su trabajo, que se supone son profesionales racionales que poseen la solución a un abanico de problemas que entran dentro de su competencia ¿no?, por ejemplo un burócrata, por ejemplo un médico, por ejemplo un profesor… Probablemente estos profesionales sean capaces de solucionar problemas que entran dentro de su competencia, el quid de la cuestión está en que la práctica les lleva a acostumbrarse a un tipo de problemas concreto, estos son: los más comunes, ¿y qué ocurre cuando se le requiere para un asunto poco común o ajeno a su competencia? Es simple. Lo resolverá siguiendo el método de resolución de los problemas comunes que se le plantean día a día, sin pararse a pensar en que está tratando un asunto o problema de otra especie, y en un principio es casi seguro que la mayoría de las personas quedarán satisfechas con la labor del profesional, puesto ha seguido un método (en el que confiamos ya que lo ejercita él o ella) y además es el juicio de un experto supuestamente racional; y como experto que es tiene titulación y acreditaciones de instituciones y otras personas que hacen que confiemos en él y le achaquemos un prestigio y una superioridad intelectual en la materia; es decir, tenemos fe en él como profesional, nos proporciona seguridad y tranquilidad… pero claro ¿ y si se equivoca? Cosa muy posible si ha resuelto un problema inusual siguiendo un método no adecuado. Entonces se desenmascara la verdadera realidad de los supuestos expertos, y es que los títulos o el reconocimiento institucional que poseen, se sustenta sobre la fe que la gente tiene en dichas instituciones y en el experto mismo como autoridad con poder otorgado, siendo la solución que se dá al problema una solución arbitraria siguiendo un método estandarizado y no adaptado a la realidad misma del problema, pero que sin embargo muchos creen correcto y avalan, aunque no solucione nada o genera otro tipo de problemas de los que jamás se retractaran o pedirán disculpas, ¡pués señores, ellos son la autoridad! Y si surgen nuevos problemas derivados de su función, simplemente nos mandará a otros expertos o el problema quedará mal resuelto, con las consecuencias negativas que ello implica… pero ¿qué más dá si ellos siguen viviendo bien?
Es gracioso y a la vez triste ver como el prestigio social achacado a una persona, quizás por un esfuerzo pasado, quizás por un acto heroico, quizás por el reconocimiento y estima social de su función, puede llevar al parasitismo y la mentira. Me explico, a todos nos son conocidos seguro, casos en los que hemos tratado con personas de reconocido prestigio, serias en su trabajo, que se supone son profesionales racionales que poseen la solución a un abanico de problemas que entran dentro de su competencia ¿no?, por ejemplo un burócrata, por ejemplo un médico, por ejemplo un profesor… Probablemente estos profesionales sean capaces de solucionar problemas que entran dentro de su competencia, el quid de la cuestión está en que la práctica les lleva a acostumbrarse a un tipo de problemas concreto, estos son: los más comunes, ¿y qué ocurre cuando se le requiere para un asunto poco común o ajeno a su competencia? Es simple. Lo resolverá siguiendo el método de resolución de los problemas comunes que se le plantean día a día, sin pararse a pensar en que está tratando un asunto o problema de otra especie, y en un principio es casi seguro que la mayoría de las personas quedarán satisfechas con la labor del profesional, puesto ha seguido un método (en el que confiamos ya que lo ejercita él o ella) y además es el juicio de un experto supuestamente racional; y como experto que es tiene titulación y acreditaciones de instituciones y otras personas que hacen que confiemos en él y le achaquemos un prestigio y una superioridad intelectual en la materia; es decir, tenemos fe en él como profesional, nos proporciona seguridad y tranquilidad… pero claro ¿ y si se equivoca? Cosa muy posible si ha resuelto un problema inusual siguiendo un método no adecuado. Entonces se desenmascara la verdadera realidad de los supuestos expertos, y es que los títulos o el reconocimiento institucional que poseen, se sustenta sobre la fe que la gente tiene en dichas instituciones y en el experto mismo como autoridad con poder otorgado, siendo la solución que se dá al problema una solución arbitraria siguiendo un método estandarizado y no adaptado a la realidad misma del problema, pero que sin embargo muchos creen correcto y avalan, aunque no solucione nada o genera otro tipo de problemas de los que jamás se retractaran o pedirán disculpas, ¡pués señores, ellos son la autoridad! Y si surgen nuevos problemas derivados de su función, simplemente nos mandará a otros expertos o el problema quedará mal resuelto, con las consecuencias negativas que ello implica… pero ¿qué más dá si ellos siguen viviendo bien?