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    Comunismo contra estalinismo.

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    CorneliusCastoriadis
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    Comunismo contra estalinismo. Empty Comunismo contra estalinismo.

    Mensaje por CorneliusCastoriadis Miér Ago 18, 2010 1:55 pm

    Articulo de Daniel Bensaid.
    “Pues un fenómeno semejante en la historia humana no se olvida jamás, al
    haber revelado en la naturaleza humana una disposición y una capacidad
    hacia lo mejor que político alguno hubiera podido argüir a partir del curso de las
    cosas acontecidas hasta entonces, lo cual únicamente puede augurar una
    conciliación de naturaleza y libertad en el género humano conforme a
    principios intrínsecos al derecho, si bien solo como un acontecimiento
    impreciso y azaroso por lo que atañe al tiempo.
    Pero, aun cuando tampoco ahora se alcanzase con este acontecimiento la
    meta proyectada, aunque la revolución o la reforma de la constitución de un
    pueblo acabara fracasando, o si todo volviera después a su antiguo cauce
    después de haber durado algún tiempo (tal como profetizan actualmente los
    políticos), a pesar de todo ello, ese pronóstico filosófico no perdería nada de su
    fuerza. Pues ese acontecimiento es demasiado grandioso, se halla tan
    estrechamente implicado con el interés de la humanidad y su influencia sobre
    el mundo se ha diseminado tanto por todas partes, como para no ser
    rememorado por los pueblos en cualquier ocasión donde se den circunstancais
    propicias y no ser evocado para repetir nuevas tentativas de esa índole”.
    Emmanuel Kant, El conflicto de las facultades, 1798.
    “Tal es el problema a dilucidar, esta marcha de los acontecimientos es
    efectivamente continua o bien se trata de dos series de acontecimientos
    intrínsecamente ligados, pero que remiten a pesar de todo a vidas diferentes, a
    dos mundos políticos y morales distintos?. Si no logramos dilucidar este
    problema, hoy aún podemos por descuido volvernos peligrosos. Pues el
    pasado no meditado reanima los peores prejuicios y prohíbe a la conciencia
    histórica penetrar en el campo político”.
    Mikhaël Guefter, « Staline est mort hier » in L'Homme et la société, 1987.
    En 1798, en pleno período de reacción, Emmanuel Kant escribía a propósito de
    la Revolución francesa que un acontecimiento así, más allá de los fracasos y
    retrocesos, no se olvida. Pues, en ese desgarro del tiempo, se dejó entrever,
    aunque fuera de forma fugitiva, una promesa de humanidad liberada. Kant
    tenía razón. Nuestro problema es saber hoy si la gran promesa ligada al
    nombre propio de Octubre, ese estremecimiento del mundo, ese resplandor
    surgido de las tinieblas de la primera carnicería mundial, podrá ser él también
    “rememorado por los pueblos”. Es lo que está en juego no por un “deber de
    memoria” (noción hoy degradada), sino para un trabajo y una batalla por la
    memoria. El 80 aniversario de la revolución de octubre de 1917 corría el riesgo
    de pasar desapercibido. La publicación del Libro negro del Comunismo habrá
    tenido al menos el mérito de poner encima de la mesa “el asunto Octubre”, una
    de esas grandes querellas sobre las que no habrá jamás reconciliación.
    Claramente enunciado por Stéphane Courtois, director del conjunto, el objetivo
    de la operación es establecer una estricta continuidad, una perfecta coherencia
    entre comunismo y estalinismo, entre Lenín y Stalin, entre la radiación del inicio
    revolucionario y el crepúsculo helado del Gulag: “Estalinista y comunista, es lo
    mismo”, escribe en el Journal du Dimanche (9 de noviembre). Es crucial
    responder sin rodeos a la pregunta planteada por el gran historiador soviético
    Mikhaël Guefter: “Tal es el problema a dilucidar: esta marcha de los
    acontecimientos es efectivamente continua o bien se trata de dos series de
    acontecimientos intrínsecamente ligados, pero que remiten a pesar de todo a
    vidas diferentes, a dos mundos políticos y morales distintos?”. (“Stalin murió
    ayer”, en L´Homme et la société, 2-3, 1988). Pregunta decisiva, en efecto, que
    domina tanto la inteligibilidad del siglo que acaba como nuestros compromisos
    en el siglo atormentado que se anuncia: si el estalinismo no fuera, como
    algunos lo sostienen o lo conceden, más que una simple “desviación” o “una
    prolongación trágica” del proyecto comunista, habría que sacar de ello las
    conclusiones más radicales en cuanto al propio proyecto.
    Un proceso de fin de siglo.
    Es por otro lado lo que intentan los promotores del Libro Negro. Sería en efecto
    extraño el tono de guerra fría, bastante anacrónico, de Stéphane Courtois y de
    ciertos artículos de prensa. Cuando el capitalismo, púdicamente rebautizado
    “democracia de mercado”, se proclama de buena gana como sin alternativa
    tras la desintegración de la Unión Soviética, vencedor absoluto del fin de siglo,
    esta obstinación revela en realidad un gran miedo reprimido: el temor de ver las
    llagas y los vicios del sistema tanto más patentes, en la medida en que ha
    perdido, con su doble burocrático, su mejor coartada. Es importante pues
    proceder a la diabolización preventiva de todo lo que podría dejar entrever un
    posible futuro diferente. Es en efecto en el momento en que su imitación
    estalinista desaparece en la debacle, cuando se acaba su confiscación
    burocrática, cuando el espectro del comunismo puede de nuevo volver a
    recorrer el mundo. ¿Cuántos antiguos celosos estalinistas, por no haber sabido
    distinguir estalinismo y comunismo, han dejado de ser comunistas dejando de
    ser estalinistas, para unirse a la causa liberal con el fervor de los conversos?.
    Estalinismo y comunismo no son solo distintos, sino irreductiblemente
    antagónicos. Y el recordatorio de esta diferencia no es el menor deber que
    tengamos hacia las numerosas víctimas comunistas del estalinismo.
    El estalinismo no es una variante del comunismo, sino el nombre propio de la
    contrarrevolución burocrática. Que militantes sinceros, en la urgencia de la
    lucha contra el nazismo, o debatiéndose en las consecuencias de la crisis
    mundial de entre guerras, no hayan tomado inmediatamente conciencia, que
    hayan continuado ofreciendo generosamente sus existencias desgarradas, no
    cambia nada del asunto. Se trata claramente, por responder a la pregunta de
    Mikhaël Guefter, de “dos mundos políticos y morales” distintos e
    irreconciliables. Esta respuesta está en las antípodas de las conclusiones de
    Stéphane Courtois en el Libro Negro. Se defiende a veces de haber reclamado
    un Nuremberg del comunismo, probablemente molesto por unirse en este tema
    a una fórmula querida de M. Le Pen. Sin embargo, la puesta en escena del
    Libro Negro tiende no solo a borrar las diferencias entre nazismo y comunismo,
    sino a banalizar sugiriendo que la comparación estrictamente “objetiva” y
    contable va en ventaja del primero: 25 millones de muertos contra 100 millones,
    20 años de terror contra 60. La primera banda de presentación del libro
    anunciaba escandalosamente 100 millones de muertos. El descuento de los
    autores llega a 85 millones. A M. Courtois no le va de 15 millones. Maneja los
    cadáveres de forma turbia.
    Esta contabilidad macabra de comerciante al por mayor, mezclando países,
    épocas causas y campos tiene algo de cínico y de profundamente irrespetuoso
    de las propias víctimas. En el caso de la Unión Soviética, llega a un total de 20
    millones de víctimas sin que se sepa lo que la cifra incluye exactamente. En su
    contribución al Libro Negro, Nicolas Werth rectifica más bien a la baja las
    estimaciones aproximativas corrientes. Afirma que los historiadores, sobre la
    base de archivos precisos, evalúan hoy en 690.000 las víctimas de las grandes
    purgas de 1936-1938. Es ya enorme, más allá del horror. Llega además a un
    número de detenidos del Gulag de alrededor de dos millones como media
    anual, una proporción de los cuales más importante de lo que se creía pudo ser
    liberada, reemplazada por nuevos recién llegados. Para alcanzar el total de 20
    millones de muertos, habría por tanto que añadir a las cifras de las purgas y del
    Gulag, los de las dos grandes hambrunas (cinco millones en 1921-1922 y seis
    millones en 1932-1933), y los de la guerra civil, que los autores del Libro Negro
    no pueden demostrar, y por motivos sobrados, que se trate de “crímenes del
    comunismo”, dicho de otra forma de un exterminio fríamente decidido. Con
    tales procedimientos ideológicos, no sería muy difícil escribir un Libro rojo de
    los crímenes del capital, sumando las víctimas de los pillajes y de los
    populicidios coloniales, de las guerras mundiales, del martirologio del trabajo,
    de las epidemias, de las hambrunas endémicas, no solo de ayer, sino de hoy.
    Solo en el siglo veinte, se podrían contar sin esfuerzo varios centenares de
    millones de víctimas.
    En la segunda parte demasiado a menudo olvidada de su trilogía, Hannah
    Arendt veía en el imperialismo moderno la matriz del totalitarismo y en los
    campos de concentración coloniales en África el preludio a muchos otros
    campos (Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, tomo II, El
    imperialismo). Si se trata no ya de examinar regímenes, períodos, conflictos
    precisos, sino de incriminar una idea, ¿cuántos muertos se imputará, a través
    de los siglos, al cristianismo y a los evangelios, al liberalismo y al “laisserfaire”?.
    Incluso aceptando las cuentas fantásticas de M. Courtois, el capitalismo
    habría costado bastante más de veinte millones de muertos a Rusia en el curso
    de este siglo en dos guerras mundiales que el estalinismo. Los crímenes del
    estalinismo son suficientemente espantosos, masivos, horribles, para que haya
    necesidad de añadir más. A menos que se quieran deliberadamente borrar las
    pistas de la historia, como hemos visto que se hacía con ocasión del
    bicentenario de la Revolución francesa, cuando ciertos historiadores hacían a
    la Revolución responsable no solo del Terror o de la Vendée, sino también de
    los muertos del terror blanco, de los muertos en la guerra contra la intervención
    coaligada, ¡o incluso de las víctimas de las guerras napoleónicas!
    Que sea legítimo y útil comparar nazismo y estalinismo no es nuevo –¿no
    hablaba Trotsky de Hitler y Stalin como de “estrellas gemelas”?. Pero
    comparación no es justificación, las diferencias son tan importantes como las
    similitudes. El régimen nazi cumplió su programa y mantuvo sus siniestras
    promesas. El régimen estalinista se edificó en contra del proyecto de
    emancipación comunista. Tuvo para instaurarse que machacar a sus militantes.
    ¿Cuántas disidencias, oposiciones, ilustran, entre dos guerras, este viraje
    trágico? ¿Suicidados Maiakovski, Joffé, Tucholsky, Benjamin y tantos otros?
    ¿Se puede encontrar, entre los nazis, esas crisis de conciencia ante las ruinas
    de un ideal traicionado y desfigurado? La Alemania de Hitler no tenía necesidad
    como la Rusia de Stalin de transformarse en “país de la gran mentira”: los nazis
    estaban orgullosos de su obra, los burócratas no podían mirarse de frente en el
    espejo del comunismo original.
    A base de diluir la historia concreta en el tiempo y en el espacio, de
    despolitizarla deliberadamente, por una opción de método (Nicolas Werth
    reivindica francamente “la puesta en segundo plano de la historia política” para
    mejor seguir el hilo lineal de una historia descontextualizada de la represión),
    no queda más que un teatro de sombras. No se trata ya entonces de instruir el
    proceso de un régimen, de una época, de verdugos identificados, sino de una
    idea: la idea que mata. En el género, algunos periodistas se han entregado con
    delectación. Jacques Amalric registra con satisfacción “la realidad engendrada
    por una utopía mortífera” (Libération, 6 de noviembre). Philippe Cusin inventa
    una herencia conceptual: “Está inscrito en los genes del comunismo: es natural
    matar” (Le Figaro, 5 de noviembre). ¿Para cuando la eutanasia conceptual
    contra el gen del crimen?. Instruir el proceso no con hechos, crímenes
    precisos, sino con una idea, es ineluctablemente instituir una culpabilidad
    colectiva y un delito de intención. El tribunal de la historia según Courtois no es
    solo retroactivo. Se convierte en peligrosamente preventivo, cuando lamenta
    que el “trabajo de duelo de la idea de revolución esté aún lejos de haber sido
    acabado” y se indigna de que ¡“grupos abiertamente revolucionarios estén
    activos y se expresen con absoluta legalidad”!.
    El arrepentimiento está ciertamente de moda. Que Furet o Le Roy Ladurie,
    Mme Kriegel o el propio M.Courtois no hayan llegado nunca al fin de su trabajo
    de duelo, que arrastren como un grillete su mala conciencia de estalinistas
    arrepentidos, que su expiación se cueza en el resentimiento, es su problema.
    Pero, quienes han seguido siendo comunistas sin jamás haber celebrado al
    padrecito de los pueblos ni salmodiado el libro rojo del gran timonel, ¿de qué
    quiere Vd., M. Courtois, que se arrepientan?. Sin duda se han equivocado a
    veces. Pero, visto como va el mundo, ciertamente no se han equivocado ni de
    causa ni de adversario. Para comprender las tragedias del siglo que acaba y
    sacar de ello lecciones útiles para el futuro, hay que ir más allá de la escena
    ideológica, abandonar las sombras que se agitan en ella, para hundirse en las
    profundidades de la historia y seguir la lógica de los conflictos políticos en los
    que se toma una opción entre varias posibles.
    ¿Revolución o golpe de estado?.
    Una vuelta crítica sobre la Revolución rusa, con ocasión del 80 aniversario de
    Octubre, plantea cantidad de cuestiones, de orden tanto histórico como
    programático. Lo que está en juego es enorme. Se trata ni más ni menos de
    nuestra capacidad en un futuro abierto al actuar revolucionario, pues todos los
    pasados no tienen el mismo futuro. Sin embargo, antes incluso de entrar en la
    masa de los nuevos documentos accesibles debido a la apertura de los
    archivos soviéticos (que permitirán sin ninguna duda nuevas aclaraciones y una
    renovación de las controversias),la discusión viene a tropezarse con el pret-aporter
    ideológico dominante, cuyo dominio está bien ilustrado por el reciente
    homenaje necrológico consensual a François Furet. En estos tiempos de
    contrarreforma y de reacción, nada de extraño en que los nombres de Lenín y
    de Trotsky se conviertan en tan impronunciables como lo fueron los de
    Robespierre o de Saint-Just bajo la Restauración. Para comenzar a despejar el
    terreno, conviene pues retomar tres ideas bastante ampliamente extendidas
    hoy:
    1. Aunque presentado como revolución, Octubre sería más bien el nombre
    emblemático de un complot o de un golpe de estado minoritario que impuso
    enseguida, por arriba, su concepción autoritaria de la organización social en
    beneficio de una nueva élite.
    2. Todo el desarrollo de la revolución rusa y sus desventuras totalitarias
    estarían inscritas en germen, por una especie de pecado original, en la idea (o
    la “pasión” según Furet) revolucionaria: la historia se reduciría entonces a la
    genealogía y al cumplimiento de esta idea perversa, despreciando grandes
    convulsiones reales, acontecimientos colosales, y el resultado incierto de toda
    lucha.
    3. En fin, la Revolución rusa habría sido condenada a la monstruosidad por
    haber nacido de un parto “prematuro” de la historia, de una tentativa de forzar
    su curso y su ritmo, cuando las “condiciones objetivas” de una superación del
    capitalismo no estaban reunidas: en lugar de tener la sabiduría de “autolimitar”
    su proyecto, los dirigentes bolcheviques habrían sido los agentes activos de
    este contratiempo.
    Un verdadero impulso revolucionario.
    La Revolución rusa no es el resultado de una conspiración sino la explosión, en
    el contexto de la guerra, de las contradicciones acumuladas por el
    conservadurismo autocrático del régimen zarista. Rusia, a comienzos del siglo,
    es una sociedad bloqueada, un caso ejemplar de “desarrollo desigual y
    combinado”, un país a la vez dominante y dependiente, aliando rasgos feudales
    de un campo en el que la servidumbre está oficialmente abolida hace menos de
    medio siglo, y los rasgos de un capitalismo industrial urbano de los más
    concentrados. Gran potencia, está subordinada tecnológicamente y
    financieramente (¡el préstamo ruso de divertida memoria!). El cuaderno de
    quejas presentado por el pope Gapone en la revolución de 1905 es un
    verdadero registro de la miseria que reina en el país de los zares. Las
    tentativas de reformas son rápidamente bloqueadas por el conservadurismo de
    la oligarquía, la terquedad del déspota, y la inconsistencia de una burguesía
    atropellada por el naciente movimiento obrero. Las tareas de la revolución
    democrática corresponden así a una especie de tercer estado en el que, a
    diferencia de la Revolución francesa, el proletariado moderno, aunque
    minoritario, constituye ya el ala más dinámica.
    Es en todo esto en lo que la “santa Rusia” puede representar “el eslabón débil”
    de la cadena imperialista. La prueba de la guerra da fuego a este polvorín. El
    desarrollo del proceso revolucionario, entre febrero y octubre de 1917, ilustra
    bien de que no se trata de una conspiración minoritaria de agitadores
    profesionales, sino de la asimilación acelerada de una experiencia política a
    escala de masas, de una metamorfosis de las conciencias, de un
    desplazamiento constante de las correlaciones de fuerzas. En su magistral
    Historia de la Revolución rusa, Trotsky analiza minuciosamente esta
    radicalización, de elección sindical en elección sindical, de elección municipal
    en elección municipal, entre los obreros, los soldados y los campesinos.
    Mientras que los bolcheviques no representaban más que el 13 % de los
    delegados al congreso de los soviets en junio, las cosas cambian rápidamente
    tras las jornadas de Julio y la tentativa de golpe de Kornilov: representan entre
    el 45% y el 60% en octubre, en el segundo congreso. Lejos de un golpe de
    mano logrado por sorpresa, la insurrección representa pues la culminación y el
    desenlace provisional de una prueba de fuerzas que ha madurado a lo largo de
    todo el año, durante la cual el estado de espíritu de las masas plebeyas se ha
    encontrado siempre a la izquierda de los partidos y de sus estados mayores, no
    solo de los de los socialistas revolucionarios, sino incluso los del partido
    bolchevique o de una parte de la dirección (incluso sobre la decisión de la
    insurrección).
    Los historiadores convienen generalmente que la insurrección de Octubre fue
    el desenlace, a penas más violento que la toma de la Bastilla, de un año de
    descomposición del antiguo régimen. Es por lo que, comparativamente a las
    violencias que hemos conocido luego, fue poco costosa en vidas humanas.
    Esta “facilidad” relativa de la toma insurreccional del poder por los bolcheviques
    ilustra la impotencia de la burguesía rusa entre febrero y octubre, su
    incapacidad para poner en pie un estado y edificar sobre las ruinas del zarismo
    un proyecto de nación moderna. La alternativa no estaba ya entre la revolución
    y la democracia sin frases, sino entre dos soluciones autoritarias, la revolución
    y la dictadura militar de Kornilov o de alguno similar. Si se entiende por
    revolución un impulso de transformación venido de abajo, de las aspiraciones
    profundas del pueblo, y no el cumplimiento de algún plan grandioso imaginado
    por una élite esclarecida, ninguna duda de que la Revolución rusa fue una de
    ellas, en el pleno sentido del término, a partir de las necesidades
    fundamentales de la paz y de la tierra.
    Basta con recordar las medidas legislativas tomadas en los primeros meses y
    el primer año por el nuevo régimen para comprender que significan un cambio
    absolutamente radical de las relaciones de propiedad y de poder, a veces más
    rápido de lo previsto y querido, a veces más allá incluso de lo deseable, bajo la
    presión de las circunstancias. Numerosos libros testimonian de esta ruptura en
    el orden del mundo (ver Los diez días que conmovieron el mundo, de John
    Reed) y de su repercusión internacional inmediata (cf. La Révolution d´Octubre
    et le mouvement ouvrier européen, collectif, EDI, 1967). Marc Ferro subraya
    (principalmente en La Revolution de 1917, Albin Michel 1997; y Naissance et
    effondrement du régime communiste en Russie, Livre de Poche 1997), que no
    hubo en aquel momento mucha gente que lamentase la caída del régimen del
    zar y que llorase por el último déspota. Insiste al contrario sobre el
    derrocamiento del mundo tan característica de una auténtica revolución, hasta
    en los detalles de la vida cotidiana: en Odessa, los estudiantes dictan a los
    profesores un nuevo programa de Historia; en Petrogrado, trabajadores obligan
    a sus patronos a aprender “el nuevo derecho obrero”; en el ejército, soldados
    invitan al capellán castrense a su reunión “para dar un nuevo sentido a su
    vida”; en algunas escuelas, los niños reivindican el derecho al aprendizaje del
    boxeo para hacerse oír y respetar por los mayores.
    La prueba de la guerra civil.
    Este impulso revolucionario inicial opera aún, a pesar de las desastrosas
    condiciones, durante la guerra civil a partir del verano de 1918. En su
    contribución, Nicolas Werth enumera de forma documentada todas las fuerzas
    con las que tuvo que enfrentarse el nuevo régimen: no solo los ejércitos
    blancos de Koltchak y Denikin, no solo la intervención extranjera francobritánica,
    sino también los levantamientos campesinos masivos contra las
    requisiciones y los disturbios obreros contra el racionamiento. Leyéndole casi
    no se ve de dónde pudo el poder revolucionario sacar la fuerza para vencer a
    tan potentes adversarios. Parece que fuera por el único efecto del terror
    minoritario y el enrolameinto en las tchekas de un lumpen proletariado
    dispuesto a todo. La explicación es demasiado limitada para dar cuenta de la
    organización, en algunos meses, del Ejército rojo y de sus victorias. Es más
    realista dar a la guerra civil su pleno alcance y admitir que se oponen en ella
    sin tregua fuerzas sociales antagónicas. Según los autores del Libro negro, la
    guerra civil habría sido querida por los bolcheviques y el terror puesto en pie a
    partir del verano de 1918 sería la matriz original de todos los crímenes
    cometidos después en nombre del comunismo.
    La historia real, hecha de conflictos, de luchas, incertidumbres, victorias y
    derrotas, es irreducible a esta sombría leyenda del autodesarrollo del concepto,
    en la que la idea engendraría al mundo. La guerra civil no fue querida sino
    prevista. Es más que un matiz. Todas las revoluciones desde la Revolución
    francesa habían inculcado esta dolorosa lección: los movimientos de
    emancipación se enfrentan a la reacción conservadora; la contrarrevolución
    sigue a la revolución como su sombra, en 1792, cuando las tropas de
    Brunswick marchan sobre París, en 1848 en las masacres de junio (sobre la
    ferocidad burguesa de entonces, releer a Michelet, Flaubert o Renan), en la
    Semana sangrienta de 1871.
    La regla luego no ha sido nunca desmentida, desde el pronunciamiento
    franquista de 1936 al golpe de estado de Sukarno (que hizo 500.000 muertos
    en 1965 en Indonesia) o el de Pinochet en Chile en 1973. No más que los
    revolucionarios franceses de 1792, los revolucionarios rusos no declararon la
    guerra civil. ¡No llamaron a las tropas francesas y británicas para que les
    derrocaran!. Desde el verano de 1918, recuerda Nicolas Werth, los ejércitos
    blancos estaban sólidamente establecidos en tres frentes y los bolcheviques
    “no controlaban ya más que un territorio reducido a la Moscovia histórica”. Las
    disposiciones del terror fueron tomadas en agosto-septiembre de 1918, cuando
    la agresión extranjera y la guerra civil comenzaron. Igualmente, en la
    Revolución francesa, Danton proclama el terror para canalizar el terror popular
    espontáneo que estalla con las masacres de septiembre ante la amenaza que
    hacía pesar sobre Paris el avance de las tropas coaligadas de Brunswick.
    Admite pues que la responsabilidad en el desencadenamiento de la guerra civil
    no estuvo del lado de la revolución.
    Si los horrores de la guerra civil son desde entonces compartidos entre “rojos” y
    “blancos”, la matriz de todas los terrores del futuro residiría sin embargo en una
    guerra oculta, una guerra en la guerra, contra el campesinado. A fin de inscribir
    las víctimas de la hambruna de 1921-22 en el cuadro de los crímenes del
    comunismo, Nicolas Werth tiende a veces a presentarla como el resultado de
    una decisión de exterminio deliberada del campesinado. Los documentos sobre
    la represión de los pueblos, de las pequeñas ciudades son abrumadores. Pero,
    ¿es posible sin embargo, disociar los dos problemas, el de la guerra civil y el de
    la cuestión agraria?. Para enfrentarse a la agresión, el Ejército rojo tuvo que
    movilizar en algunos meses cuatro millones de combatientes que hubo que
    equipar y alimentar. En dos años, Petrogrado y Moscú perdieron más de la
    mitad de su población. La industria devastada no producía ya nada. En estas
    condiciones, para alimentar las ciudades y el ejército, ¿qué otra solución que
    las requisiciones?. Sin duda se puede imaginar otras formas, tener en cuenta,
    mirando desde la distancia del tiempo transcurrido, la lógica propia de una
    policía política, los peligros de arbitrariedad burocrática ejercida por tiranuelos
    improvisados. Pero es una discusión concreta, en términos de decisiones
    políticas, de alternativas imaginables ante pruebas reales y no de juicios
    abstractos.
    A la salida de la guerra civil, no es ya la base la que empuja a la cúspide, sino
    la voluntad de la cúspide la que se esfuerza por arrastrar a la base. De ahí la
    mecánica de la sustitución: el partido sustituye al pueblo, la burocracia al
    partido, el hombre providencial al conjunto. En el curso de ese proceso, emerge
    una nueva burocracia, fruto de la herencia del antiguo régimen y de la
    promoción social acelerada de nuevos dirigentes. Tras el reclutamiento masivo
    de la “promoción Lenín” en 1924, los pocos miles de militantes de Octubre no
    influyen ya demasiado en los efectivos del partido en relación a los centenares
    de miles de nuevos bolcheviques, entre los cuales están los carreristas volando
    en socorro de la victoria y los elementos reciclados de la vieja administración.
    La pesada herencia de la guerra civil.
    La guerra civil constituye una terrible experiencia fundadora. Crea una
    costumbre hastiada a las formas más extremas e inhumanas de una violencia
    que se añade a los ensañamientos de la guerra mundial. Forja una herencia de
    brutalidad burocrática, de la que Lenín tomará conciencia con ocasión de la
    crisis con los comunistas georgianos, y de la que Trotsky da cuentas en su
    Stalin. El “Testamento de Lenín” y el “Diario de sus secretarias” (ver Moshe
    Lewin, El último combate de Lenín, Minuit, 1979) dan fe, en su agonía, de esta
    conciencia patética del problema. Mientras que la revolución es un asunto de
    pueblos y multitudes, Lenín agonizante se ve reducido a sopesar los vicios y
    las virtudes de un puñado de dirigentes de los que casi todo parece depender
    en adelante. En definitiva, la guerra civil ha significado un “gran salto hacia
    atrás”, una “arcaización” del país en relación al nivel de desarrollo alcanzado
    antes de 1914. Ha dejado al país exhausto. De los cuatro millones de
    habitantes que tenían Petrogrado y Moscú a comienzos de la revolución, no
    quedaban más que 1,7 millones a fines de la guerra civil. En Petrogrado,
    380.000 obreros abandonaron la producción quedando 80.000. Las ciudades
    devastadas se convirtieron en parásitas de la agricultura, obligando a
    retenciones autoritarias de aprovisionamientos. Y el Ejército rojo alcanzó un
    efectivo de 4 millones. “Cuando el nuevo régimen pudo al fin conducir el país
    hacia su objetivo declarado, escribe Moshe Lewin, el punto de partida se reveló
    bastante más atrasado de lo que habría sido en 1917, por no decir en 1914”.
    A través de la guerra civil se forja “un socialismo atrasado” y estatalista, un
    nuevo estado edificado sobre ruinas: “En verdad, el estado se formaba sobre la
    base de un desarrollo social regresivo”. (Moshe Lewin, Russia, URSS, Russia,
    Londres 1995). Ahí reside la raíz esencial de la burocratización de la que
    ciertos dirigentes soviéticos, entre ellos Lenín, toman bastante pronto
    conciencia a la vez que se desesperan de no lograr contenerla. Aquí, el peso
    terrible de las circunstancias y la ausencia de cultura democrática acumulan
    sus efectos. No queda así ninguna duda de que la confusión mantenida, desde
    la toma del poder, entre el estado, el partido, y la clase obrera, en nombre de la
    extinción rápida del estado con que se contaba y de la desaparición de las
    contradicciones en el seno del pueblo favorece considerablemente la
    estatización de la sociedad y no la socialización de las funciones estatales. El
    aprendizaje de la democracia es un asunto largo, difícil. No va al mismo ritmo
    que los decretos de reforma económica, tanto menos en la medida que el país
    no tiene prácticamente tradiciones parlamentarias y pluralistas. Reclama
    tiempo, energía, también medios. La efervescencia en los comités y los soviets
    del año 1917 ilustra los primeros pasos de un aprendizaje así, en el curso del
    cual se dibuja una sociedad civil.
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    Comunismo contra estalinismo. Empty Re: Comunismo contra estalinismo.

    Mensaje por CorneliusCastoriadis Miér Ago 18, 2010 1:58 pm

    Ante la prueba de la guerra civil, la solución más sencilla consiste en
    subordinar los órganos de poder popular, consejos y soviets, a un tutor
    ilustrado: el partido. Prácticamente, consiste también en reemplazar el principio
    de la elección y del control de los responsables por su nominación a iniciativa
    del partido, desde 1918 en ciertos casos. Esta lógica lleva finalmente a la
    supresión del pluralismo político y de las libertades de opinión necesarias a la
    vida democrática, así como a la subordinación sistemática del derecho a la
    fuerza. El engranaje es tanto más temible en la medida en que la
    burocratización no procede solo de una manipulación desde arriba. Responde
    también a veces a una demanda de abajo, a una necesidad de orden y de
    tranquilidad nacida de los cansancios de la guerra y de la guerra civil, de las
    privaciones y del desgaste, que las controversias democráticas, la agitación
    política, la demanda constante de responsabilidad molestan. Marc Ferro ha
    subrayado muy pertinentemente en sus libros esta terrible dialéctica. Recuerda
    así que existían claramente “dos focos democrático-autoritarios en la base,
    centralista-autoritario en la cumbre”, al comienzo de la revolución, mientras
    “que ya no queda más que uno en 1939”.
    Pero, para él, la cuestión está prácticamente zanjada al cabo de algunos
    meses, desde 1918 o 1919, con el decaimiento y el control de los comités de
    barrio y de fábrica (ver Marc Ferro, Les Soviets en Russie, collection Archives).
    Siguiendo un planteamiento análogo, el filósofo Philippe Lacoue-Labarthe es
    aún más explícito declarando al bolchevismo “contrarrevolucionario a partir de
    1920-1921” (es decir antes de Kronstadt). (Cf. Revue Lignes n.31, mayo 1997).
    El asunto es de la mayor importancia. No se trata de oponer punto por punto,
    de forma maniquea, una leyenda dorada del “leninismo bajo Lenin” al leninismo
    bajo Stalin, los luminosos años veinte a los sombríos años treinta, como si
    nada hubiera aún comenzado a pudrirse en el país de los soviets. Por supuesto
    la burocratización está inmediatamente en marcha, por supuesto la actividad
    policial de la tcheka tiene su lógica propia, por supuesto el penal político de las
    islas Solovski es abierto tras el fin de la guerra civil y antes de la muerte de
    Lenin, por supuesto la pluralidad de partidos es suprimida, la libertad de
    expresión limitada, los derechos democráticos incluso en el partido son
    restringidos desde el X Congreso de 1921.
    Pero el proceso de lo que llamamos la contrarrevolución burocrática no es un
    acontecimiento simple, fechable, simétrico de la insurrección de Octubre. No se
    hace en un día. Pasa por decisiones, enfrentamientos, acontecimientos. Los
    propios actores no han dejado de debatir sobre su periodización, no por gusto
    de precisión histórica, sino para intentar deducir de ello tareas políticas.
    Testigos como Rosmer, Eastman, Souvarine, Istrati, Benjamin, Zamiatine y
    Boulgakov (en su carta a Stalin), la poesía de Maiakowski, los tormentos de
    Mandelstam o de Tsetaieva, los carnets de Babel, etc, pueden contribuir a
    esclarecer las múltiples facetas del fenómeno, su desarrollo, su progresión. Así,
    cuando la desastrosa represión de Kronstadt hace tomar conciencia en la
    primavera de 1921 de una reorientación necesaria de la política económica,
    cuando la guerra civil es victoriosamente terminada, las libertades
    democráticas son de nuevo restringidas en lugar de ser ampliadas: el X
    congreso del Partido prohíbe entonces las tendencias y las fracciones. Con la
    visión histórica, es necesario volver sobre estas cuestiones de la democracia
    representativa, del pluralismo político, de la censura, de la disolución de la
    Asamblea constituyente, para formular teóricamente los problemas a los que se
    han enfrentado los pioneros del socialismo y para meditar sus lecciones.
    No hay ninguna duda de que la herencia del zarismo, los cuatro años de
    carnicería mundial durante los cuales fueron movilizados más de quince
    millones de soldados rusos, las violencias y las atrocidades de la guerra civil,
    influyeron infinitamente más sobre el futuro del régimen revolucionario que las
    faltas doctrinales de sus dirigentes, por graves que fueran. Es sin embargo
    necesario volver, con la distancia histórica, sobre las cuestiones democráticas
    en la revolución, no para rehacer la historia, sino para formular teóricamente los
    problemas a los que se han enfrentado los pioneros del socialismo y para
    asimilar sus lecciones. En un artículo sobre “la Revolución y la ley” publicado
    por Pravda el 1 de diciembre de 1917 (¡), Anatole Lunatcharski, futuro ministro
    de educación, comenzaba con esta constatación: “Una sociedad no está
    unificada como un todo”. Se necesitó mucho tiempo y muchas tragedias para
    sacar todas las consecuencias de esta pequeña frase.
    Porque una sociedad no está unificada como un todo, incluso tras el
    derrocamiento del antiguo orden, no se puede pretender socializar el estado
    por decretos sin correr el riesgo de estatizar la sociedad. Porque la sociedad no
    está unificada como un todo, los sindicatos deben permanecer independientes
    en relación al estado y a los partidos, los partidos independientes en relación al
    estado. Las contradicciones entre los intereses existentes en la sociedad deben
    poder ser expresados por una prensa independiente y por una pluralidad de
    formas de representación. Es también por ello que la autonomía de la forma y
    de la norma jurídica debe garantizar que el derecho no se reduce a
    arbitrariedad perennizada de la fuerza. La defensa del pluralismo político no es
    por tanto una cuestión de circunstancias, sino una condición esencial de la
    democracia socialista. Es la conclusión que Trotsky saca de la experiencia en
    La Revolución Traicionada: “En realidad las clases son heterogéneas,
    desgarradas por antagonismos internos, y no llegan a fines comunes más que
    por la lucha de las tendencias, de los agrupamientos y de los partidos”. Esto
    quiere decir que la voluntad colectiva no puede expresarse más que a través
    de un proceso electoral libre, cualesquiera que sean sus formas institucionales,
    combinando democracia participativa directa y democracia representativa.
    Sin constituir una garantía absoluta contra la burocratización y los peligros
    profesionales del poder, pueden sin embargo desprenderse algunas respuestas
    y orientaciones de la experiencia.
    - La distinción de las clases, de los partidos y del estado, debe traducirse en el
    reconocimiento del pluralismo político y sindical, como única forma de permitir
    la confrontación de programas y de opciones alternativas sobre todas las
    grandes cuestiones de sociedad, y no el simple intercambio de puntos de vista
    provenientes de las instancias locales del poder.
    - Una forma de democracia que combine consejos de producción y consejos
    territoriales, con una expresión directa y un derecho de control, no solo de los
    partidos, sino de los sindicatos, asociaciones, movimientos de mujeres.
    - La responsabilidad y la revocabilidad de los electos por quienes les han
    elegido, y no un mandato imperativo que bloquearía toda función deliberativa
    de las asambleas elegidas.
    - La limitación de la acumulación y de la renovación de los mandatos electivos
    y la limitación del salario del electo a nivel del obrero/a cualificado/a o del
    empleado/a de los servicios públicos, a fin de restringir la personalización y la
    profesionalización del poder.
    - La descentralización del poder y la redistribución e las competencias a nivel
    local, regional, o nacional más cercano a los ciudadanos, con el derecho de
    veto suspensivo de las instancias inferiores sobre las decisiones que les
    afecten directamente y posible recurso a referendums de iniciativa popular.
    Una democracia de los productores libremente asociados es perfectamente
    compatible con el ejercicio del sufragio universal. Consejos comunales o
    asambleas populares territoriales pueden estar formados de representantes de
    las unidades de trabajo y de habitación y someter toda decisión importante al
    voto de las poblaciones concernidas. Experiencias recientes, la de Polonia en
    1980-1981, la de Nicaragua en 1984, han puesto al orden del día la posibilidad
    de un sistema de dos cámaras, una elegida directamente mediante el sufragio
    universal, la otra representando directamente a los obreros, los campesinos,
    más ampliamente las diferentes formas asociativas del poder popular. Esta
    respuesta (que puede incluir en los estados plurinacionales una cámara de las
    nacionalidades) satisface teóricamente a la vez la exigencia de elecciones
    generales y la preocupación por la democracia popular más directa posible.
    permite no confundir por decreto la realidad de la sociedad y la esfera del
    estado, llamada a ir debilitándose a medida que se desarrolla, se extiende y se
    generaliza la autogestión. Estas grandes orientaciones resumen las lecciones
    de una historia dolorosa. No constituyen ni un arma absoluta contra los peligros
    profesionales del poder, ni una receta para cada situación concreta.
    Se puede discutir retrospectivamente sobre las consecuencias de la disolución
    de la Asamblea Constituyente por los bolcheviques, la representatividad
    respectiva de esta Asamblea y el Congreso de los Soviets a fines de 1917,
    sobre saber si no hubiera sido preferible mantener duraderamente una doble
    forma de representación (especie de dualidad prolongada de poder). Puede
    preguntarse si no habría habido que organizar desde el final de la guerra civil
    elecciones libres, a riesgo de ver, en un contexto de destrucción y de presión
    internacional ver a los Blancos militarmente vencidos ganar. Esta situación
    particular depende de relaciones de fuerza específicas, nacionales e
    internacionales. Toda la experiencia histórica en cambio confirma la advertencia
    lanzada por Rosa Luxemburg en 1918: “Sin elecciones generales, sin una
    libertad de la prensa y de reunión ilimitada, sin una lucha de opinión libre, la
    vida se apaga en todas las instituciones públicas, vegeta, y la burocracia sigue
    siendo el único elemento activo” (La Revolución Rusa). La democracia más
    amplia es inseparablemente una cuestión de libertad y una condición de
    eficacia económica: solo ella puede permitir una superioridad de la planificación
    autogestionaria sobre los automatismos del mercado.
    ¿Voluntad de potencia o contrarrevolución burocrática?
    La suerte de la primera revolución socialista, el triunfo del estalinismo, los
    crímenes de la burocracia totalitaria constituyen uno de los hechos más
    importantes del siglo. Para algunos, el principio del mal residiría en un mal
    fondo de la naturaleza humana, en una irreprimible voluntad de poder que
    puede manifestarse bajo diferentes máscaras, incluso la de la pretensión de
    hacer la felicidad de los pueblos a su pesar, de imponerles los esquemas
    preconcebidos de una ciudad perfecta. El objetivo polémico del Libro Negro
    consiste en establecer una estricta continuidad entre Lenin y Stalin, arruinando
    “la vieja leyenda de la revolución de Octubre traicionada por Stalin”: “Los
    horrores del estalinismo son consustanciales al leninismo” (Jacques Amalric);
    “El impulso criminal precoz corresponde a Lenín” (Eric Conan, L´Express, 6 de
    noviembre).
    A falta de haber llevado la crítica de su propio pasado hasta un examen
    riguroso de la periodización de la revolución rusa, de las orientaciones que se
    enfrentaron a lo largo de los años veinte y treinta, algunos responsables del
    PCF se contentan por su parte con una autocrítica vaga y se dejan llevar a
    hablar de los crímenes del estalinismo como de la “prolongación trágica” del
    acontecimiento revolucionario (Claude Cabanes, L´Humanité, 7 de noviembre).
    Si un destino implacable, portador de tales desastres, estuviera en marcha
    desde el primer día, ¿porqué pretenderse aún comunista?
    Los años veinte: ¿“pausa” o bifurcación?
    A pesar de la reacción burocrática, que comienza muy pronto a “helar la
    revolución”, a pesar de las penurias y del atraso cultural, el impulso
    revolucionario inicial se hace aún sentir a lo largo de los años veinte, en las
    tentativas pioneras en el frente de la transformación del modo de vida: reformas
    escolares y pedagógicas, legislación familiar, utopías urbanas, invención
    gráfica y cinematográfica. Es aún ese impulso el que permite explicar las
    contradicciones y las ambigüedades de la “gran transformación” operada en el
    dolor entre las dos guerras, donde se mezclan aún el terror burocrático y la
    energía de la esperanza revolucionaria. No fue la menor de las dificultades
    para tomar conciencia del sentido y del alcance histórico del fenómeno.
    Es importante por tanto captar en la organización social, en las fuerzas que se
    constituyen y se oponen en ella, las raíces y los resortes profundos de lo que a
    veces se ha llamado “el fenómeno estalinista”. El estalinismo, en circunstancias
    históricas concretas, remite a una tendencia más general a la burocratización,
    que actúa en todas las sociedades modernas. Es alimentada
    fundamentalmente por el auge de la división social del trabajo (entre trabajo
    manual e intelectual principalmente), y por “los peligros profesionales del
    poder” que le son inherentes. En la Unión Soviética, esta dinámica fue tanto
    más fuerte y rápida en la medida en que la burocratización se produjo sobre un
    fondo de destrucción, de penuria, de arcaísmo cultural, en ausencia de
    tradiciones democráticas.
    Desde el origen, la base social de la revolución era a la vez amplia y estrecha.
    Amplia en la medida en que reposaba en la alianza entre los obreros y los
    campesinos que constituían la aplastante mayoría social. Estrecha en la
    medida en que su componente obrera, minoritaria, fue rápidamente laminada
    por los desastres de la guerra y las pérdidas de la guerra civil. La brutalidad
    burocrática es proporcional a la fragilidad de su base social. Es constitutiva de
    su función parasitaria. No deja de haber una ruptura, una discontinuidad
    irreductible, tanto en la política interna como en la política internacional, entre el
    comienzo de los años veinte y los terribles años treinta. Las tendencias
    autoritarias comenzaron ciertamente a hacerse visibles bastante antes.
    Obsesionados por el “enemigo principal” (en este caso bien real) de la agresión
    imperialista y de la restauración capitalista, los dirigentes bolcheviques
    comenzaron por ignorar o subestimar “el enemigo secundario”, la burocracia
    que les minaba desde el interior y acabó por devorarles.
    Este inédito escenario era difícil de imaginar. Se necesitó tiempo para
    comprenderlo, interpretarlo, para sacar las consecuencias. Si Lenin percibió sin
    duda la señal de alarma que significó la crisis de Kronstadt, hasta el punto de
    impulsar una profunda reorientación económica, no será sino bastante más
    tarde, en La Revolución Traicionada, cuando Trotsky llegará a fundar como
    principio el pluralismo político sobre la heterogeneidad del proletariado mismo,
    incluso tras la toma del poder. La mayor parte de los testimonios y de los
    documentos sobre la Unión soviética o sobre el Partido bolchevique mismo (ver
    el Moscú bajo Lenin de Rosmer, el Leninismo bajo Lenín de Marcel Liebman, la
    historia del partido bolchevique de Pierre Broué, el Stalin de Souvarine y el de
    Trotsky, los trabajos de E.H.Carr, de Tony cliff, de Moshe Lewin, de David
    Rousset) no permiten ignorar, en la estrecha combinación de ruptura y de
    continuidad, el gran giro de los años treinta.
    La ruptura gana de lejos, atestiguada por millones y millones de muertos de
    hambre, de deportados, de víctimas de los procesos y de las purgas. Fue
    preciso el desencadenamiento de tal violencia para llegar al “congreso de los
    vencedores” de 1934 y a la consolidación del poder burocrático.
    El gran giro.
    Entre el terror de la guerra civil y el gran terror de los años treinta, Nicolas
    Werth privilegia la continuidad. Debe para ello relativizar la significación de los
    años veinte, de las opciones que se presentan en ellos, los conflictos de
    orientación en el seno del partido, reducirlos a una simple “pausa” o “tregua”
    entre dos auges terroristas. Aporta sin embargo él mismo los elementos que
    testimonian un cambio (cuantitativo) de la escala represiva y un cambio
    (cualitativo) de su contenido. En 1929, el plan de “colectivización de masas” fija
    el objetivo de trece millones de explotaciones a colectivizar por la fuerza. La
    operación provoca las grandes hambrunas y las deportaciones de masas de
    1932-1933: “La primavera de 1933 marcó sin duda el apogeo de un primer gran
    ciclo de terror que había comenzado a finales de 1929 con el lanzamiento de la
    deskoulakizción” (N. Werth, Libro negro, p. 199). Tras el asesinato de Kirov,
    comienza en 1934 el segundo gran ciclo, marcado por los grandes procesos y
    sobre todo por la “gran purga” (iejovschina) de 1936-1938, cuyo número de
    víctimas está evaluado en 690.000. La colectivización forzosa y la
    industrialización acelerada conllevan un desplazamiento masivo de
    poblaciones, una “ruralización” de las ciudades, y una masificación vertiginosa
    del Gulag.
    A lo largo del proceso, la legislación represiva se desarrolla y se refuerza. En
    junio de 1929, al mismo tiempo que la colectivización de masas, es puesta en
    pie una reforma capital del sistema de detención: los detenidos condenados a
    penas de más de tres años serán en adelante transferidos a los campos de
    trabajo. Ante la importancia incontrolable de las migraciones interiores, una
    decisión de diciembre de 1932 introduce los pasaportes interiores. Algunas
    horas después del asesinato de Kirov (dirigente del partido en Petrogrado),
    Stalin redacta un decreto conocido como “ley del 1 de diciembre de 1934”
    legalizando los procedimientos expeditivos y proporcionando el instrumento
    privilegiado del gran terror. Más allá del aplastamiento de los movimientos
    populares urbanos y rurales, este terror burocrático liquida lo que subsiste de
    la herencia de Octubre. Se sabe que los procesos y las purgas produjeron
    enormes claros en las filas del partido y del ejército. La mayor parte de los
    cuadros dirigentes del período revolucionario son deportados o ejecutados.
    De los 200 miembros del Comité Central del Partido Comunista ukraniano, no
    hubo más que tres supervivientes. En el ejército, el número de los arrestos
    alcanzó más de 30.000 cuadros de 178.000. Paralelamente, el aparato
    administrativo requerido para esta empresa represiva y para la gestión de una
    economía estatalizada se dispara. Según Moshe Lewin, el personal
    administrativo pasó entonces de 1.450.000 miembros en 1928 a 7.500.000 en
    1939, el conjunto de los trabajadores de cuello blanco de 3.900.000 a
    13.800.000. La burocracia no es una palabra vana. Se convierte en una fuerza
    social: el aparato burocrático de estado devora lo que quedaba de militante en
    el partido. Esta contrarrevolución hace también sentir sus efectos en todos los
    terrenos, tanto en el de la política económica (colectivización forzosa y
    desarrollo a gran escala del Gulag), de la política internacional (en China, en
    Alemania, en España), de la política cultural (ver el libro de Varlam Chalamov,
    Les années vingt que subraya el contraste entre esos años aún efervescentes y
    los terribles años treinta), de la vida cotidiana, con lo que Trotsky llamó el
    “thermidor en el hogar”, de la ideología (con la cristalización de una ortodoxia
    de Estado, codificación del “diamat” y redacción de una Historia oficial del
    partido).
    Hay que llamar a las cosas por su nombre, y a una contrarrevolución una
    contrarrevolución, de otra forma masiva, de otra forma visible, de otra forma
    desgarradora que las medidas autoritarias, por inquietantes que fueran,
    tomadas en el fuego de la guerra civil. Nicolas Werth, por su parte, está
    desgarrado entre el reconocimiento de lo que hay de radicalmente nuevo en
    esos años treinta y su voluntad de establecer una continuidad entre la promesa
    revolucionaria de octubre y la reacción estalinista triunfante. Habla así de
    “episodio decisivo” en la puesta en pie del sistema represivo o de “último
    episodio del enfrentamiento comenzado en 1918-1922”. Episodio o giro
    decisivo, hay que elegir. Optar por la continuidad lleva a saltar por encima de
    los años veinte, sus controversias y sus envites, como si se tratara de un
    simple paréntesis. El relato lineal de la represión sala entonces de su contexto.
    Relega a un segundo plano difuso los conflictos alrededor de opciones
    cruciales, tanto en materia de política internacional (orientación durante la
    revolución china, actitud ante el ascenso del nazismo, oposiciones sobre la
    guerra de España), como en materia de política interna (oposición tanto
    trotskysta como bujariniana a la colectivización forzosa, ¡alternativas
    económicas y sociales propuestas en nombre de una otra idea del comunismo!)
    Contrarrevolución y restauración.
    La idea de contrarrevolución turba a algunos con el pretexto de que no lleva al
    restablecimiento de la situación anterior. El tiempo histórico no es reversible
    como el de la física mecánica. La película no va hacia atrás. Tras Thermidor,
    Jospeh de Maistre, el ideólogo conservador durante la revolución y buen
    conocedor en materia de reacción, señalaba ya finamente que una
    contrarrevolución no es una revolución en sentido contrario, sino lo contrario de
    una revolución. Los dos procesos no son simétricos. Una contrarrevolución
    puede así producir algo nuevo e inédito. Fue el caso en la Alemania
    bismarckiana tras el fracaso de las revoluciones de 1848. Igualmente,
    Thermidor no es todavía la Restauración. El imperio constituye una larga zona
    gris en la que se mezclan las aspiraciones revolucionarias y la consolidación de
    un orden nuevo.
    Es en una zona gris análoga donde se han perdido numerosos militantes
    comunistas sinceros, impresionados por los éxitos de la "patria del socialismo"
    sin conocer o medir su coste. A condición de querer saber, se sabía mucho,
    aunque no se supiera todo, en los años treinta sobre el terror estalinista.
    Estaban los testimonios de Victor Serge, de Ante Ciliga, el contraproceso
    presidido por John Dewey, los testimonios contra la represión de los
    anarquistas y del POUM en España. Pero en aquellos tiempos de lucha
    antifascista y de "heroismo burocratizado" (según la fórmula de Isaac
    Deutscher), fue a menudo difícil combatir a la vez al enemigo principal y el
    enemigo no tan secundario, que derrota desde el interior. Numerosos actores
    (Jan Valtin, Elizabeth Poretsky, Jules Fourier, Charles Tillon, los supervivientes
    de la Orquesta roja, y tantos otros) son testimonio de esas "existencias
    desgarradas".
    En efecto, la Unión Soviética bajo Stalin no era la del estancamiento
    brejneviano. Se transformaba a toda marcha, bajo el látigo de una burocracia
    emprendedora. El secreto de esta energía no deja de tener relación con el de la
    energía napoleónica que fascinó a Chateaubriand: "Si los boletines, discursos,
    alocuciones y proclamas de Bonaparte se distinguen por la energía, esta
    energía no le pertenecía como algo suyo propio; era de su tiempo, venía de la
    inspiración revolucionaria que se debilitaba en Bonaparte, porque él marchaba
    en sentido inverso a ella". (Memorias de ultratumba, II, p. 643). No es por otra
    parte la única analogía llamativa entre los dos personajes: "La Revolución que
    había sido la nodriza de Napoleón no tardó en presentársele como una
    enemiga, por lo que nunca no dejó de combatirla" (ibid, p.647).
    Nunca ningún país del mundo habrá conocido una metamorfosis tan brutal
    como la Unión Soviética de los años treinta, bajo el puño de una burocracia
    faraónica: entre 1926 y 1939, las ciudades van a aumentar en 30 millones de
    habitantes y su parte en la población global pasar del 18% al 33% de la
    población; solo durante el primer plan quinquenal, su tasa de crecimiento es del
    44%, es decir prácticamente tanto como entre 1897 y 1926; la fuerza de trabajo
    asalariado aumenta más del doble (pasa de 10 a 22 millones); lo que significa
    la ""ruralización" masiva de las ciudades, un esfuerzo enorme de alfabetización
    y de educación, la imposición a marchas forzadas de una disciplina del trabajo.
    Esta gran transformación se acompaña de un renacimiento del nacionalismo,
    de un auge del carrerismo, de la aparición de un nuevo conformismo
    burocrático. En este gran barullo, ironiza Moshe Lewin, la sociedad estaba en
    un cierto sentido "sin clases" pues todas las clases se encontraban informes,
    en fusión (Moshe Lewin, La formación de la Unión Soviética, Gallimard 1985).
    A la pregunta esencial de Mikhaël Guefter, una "marcha continua" entre
    Octubre y el Gulag, o "dos mundos políticos y morales distintos", el análisis de
    la contrarrevolución estalinista aporta una respuesta clara. La periodización de
    la revolución y de la contrarrevolución rusas no es una pura curiosidad
    histórica. Ordena posiciones, orientaciones y tareas políticas: antes, se puede
    hablar de error que corregir, orientaciones alternativas en un mismo proyecto;
    después, son fuerzas y proyectos que se oponen, opciones organizativas. No
    se trata de una querella de familia que permita exhibir a posteriori a las víctimas
    de ayer como prueba de un "pluralismo comunista" que reúne víctimas y
    verdugos. La periodización rigurosa permite así, por retomar la fórmula de
    Guefter, a la "conciencia histórica penetrar en el campo político".
    ¿Una revolución "prematura"?.
    Desde la caída de la Unión Soviética, ha recobrado vigor una tesis: aquella
    según la cual la revolución habría sido de entrada una aventura condenada
    debido a su carácter prematuro. Es la que defiende Henri Weber en una tribuna
    de Le Monde (14 noviembre de 1997). Esta tesis encuentra su origen muy
    temprano, en el discurso de los mencheviques rusos mismos y en los análisis
    de Kautsky, desde 1921: mucha sangre, lágrimas y ruinas, escribe entonces
    habrían sido ahorrados "si los bolcheviques hubieran poseído el sentido
    menchevique de la autolimitación a lo que es accesible, sentido en el que se
    revela la maestría de alguien" (Von der Demokratie zur Staatsktaverei, 1921,
    citado por Radek en Les Voies de la Révolution russe, EDI, p.41). La fórmula es
    reveladora. Kautsky polemiza contra la idea de un partido de vanguardia, pero
    imagina de buena gana un partido-maestro, educador y pedagogo, capaz de
    regular a su guisa la marcha y el ritmo de la historia.
    Como si las luchas y las revoluciones no tuvieran también su propia lógica. Por
    querer autolimitarlas cuando se presentan, se pasa al lado del orden
    establecido. No se trata ya entonces de "autolimitar" los objetivos del partido,
    sino de limitar sin más las aspiraciones de las masas. En este sentido, los
    socialdemócratas, los Ebert y los Noske, asesinando a Rosa Luxemburg y
    aplastando los soviets de Baviera se ilustraron como los virtuosos de la
    "autolimitación". La toma del poder en octubre de 1917 resulta de la
    incapacidad, desde febrero, de los burgueses liberales y de los reformistas de
    aportar una respuesta a la crisis de la sociedad y del estado. A la cuestión
    "¿Había opción en 1917"?, la respuesta de Mikhaël Guefer parece mucho más
    fecunda y convincente que la tesis de "prematura":
    "La cuestión es cardinal. Habiendo reflexionado mucho sobre este problema,
    me puedo permitir una respuesta categórica: no había opción. Lo que se hizo
    entonces era la única solución que se oponía a una transformación
    infinitamente más sangrienta, a una debacle privada de sentido. La opción se
    ha planteado después. Una opción que no trataba sobre el régimen social,
    sobre la vía histórica que tomar, sino que debía ser efectuada en el interior de
    esa vía. Ni variantes (el problema era más amplio), ni escaleras que subir para
    alcanzar la cumbre, sino una ramificación, ramificaciones". (Mikhaël Guefter,
    artículo citado).
    Estas ramificaciones, estas bifurcaciones, no han dejado en efecto de
    presentarse y de suscitar respuestas diferentes y opuestas: en 1923, ante el
    octubre alemán, sobre la NEP y la política económica, sobre la colectivización
    forzada, sobre la industrialización acelerada y las formas de planificación, sobre
    la democracia en el país y en el partido, sobre el ascenso del fascismo, sobre
    la guerra de España, sobre el pacto germano-soviético. Sobre cada una de
    estas pruebas, propuestas, programas, se enfrentaron diferentes orientaciones,
    mostrando otras opciones y otros posibles desarrollos. En verdad, la tesis del
    carácter prematuro conduce ineluctablemente a la idea de una historia bien
    ordenada, reglada, como un reloj, en donde todo llega a su hora, justo a
    tiempo. Recae en las platitudes de un estricto determinismo histórico, tan a
    menudo reprochado a los marxistas, donde el estado de la infraestructura
    determina estrechamente la superestructura correspondiente. Elimina
    simplemente el hecho de que la historia no tiene la fuerza de un destino, está
    horadada de acontecimientos que abren un abanico de posibilidades, no todas
    ciertamente, sino un horizonte determinado de posibilidad.
    Si leemos hoy a los autores del Libro Negro, se tiene la impresión de que los
    bolcheviques, una vez triunfado el golpe de mano de Octubre, se habrían
    aferrado a cualquier precio al poder por el poder. Es olvidar que nunca
    pensaron en la Revolución rusa como una aventura solitaria, sino como el
    primer elemento de una revolución europea y mundial. Si Lenin, se dice, bailó
    encima de la nieve el 73º día de la toma del poder, es porque no esperaba,
    inicialmente, aguantar más tiempo que la Comuna. El futuro de la revolución
    dependía a sus ojos de la extensión de la revolución a escala europea y en
    Alemania principalmente.
    Las convulsiones que sacudieron, entre 1918 y 1923, Alemania, Italia, Austria,
    Hungría, indican una verdadera crisis europea. Los fracasos de la revolución
    alemana o de la guerra civil española, los desarrollos de la revolución china, la
    victoria del fascismo en Italia y en Alemania no estaban escritos por
    adelantado. Los revolucionarios rusos no son a pesar de todo responsables de
    las dimisiones y de las cobardías de los socialdemócratas franceses y
    alemanes. A partir de 1923, se hizo claro que no podían ya contar a corto plazo
    con una extensión de la revolución en Europa.
    Una reorientación radical se imponía. Fue lo que estuvo en juego en el
    enfrentamiento entre las tesis del "socialismo en un solo país" y las de la
    "revolución permanente", que desgarró el partido a mediados de los años
    veinte. Sin contestar la legitimidad inicial de la revolución rusa, algunos estiman
    pues que se basaba en un pronóstico erróneo y en una apuesta imposible. No
    se trataba sin embargo de una predicción, sino de una orientación que
    intentaba eliminar las causas de la guerra derrocando el sistema que la había
    engendrado. La onda de choque a la salida de la guerra quedó bien
    confirmada, de 1918 a 1923. Tras el fracaso del Octubre alemán, en cambio, la
    situación se había duraderamente estabilizado. ¿Qué hacer entonces?. Intentar
    ganar tiempo sin la ilusión de poder "construir el socialismo en un solo país",
    que además está arruinado?. Es todo lo que está en juego de las discusiones
    de las luchas de los años veinte. Es toda la dimensión política de la cuestión, lo
    importante del asunto.
    En el plano económico y social, la NEP aportó un elemento de respuesta, pero
    habría sido necesario para aplicarla un personal cultivado de otra forma que el
    formado en los métodos expeditivos del comunismo de guerra. En el plano
    político, hubiera sido necesario una orientación democrática, que buscara una
    legitimación mayoritaria por la expresión electoral de un pluralismo soviético.
    En el plano internacional, hubiera sido necesario una política internacionalista
    que no subordinara, a través de la Komintern, los diferentes partidos
    comunistas y su política a los intereses del estado soviético. Estas opciones
    fueron, al menos parcialmente planteadas. No tomaron la forma de discusiones
    apacibles, sino de enfrentamientos sin piedad. Los vencidos de estas luchas
    no estaban equivocados. Pues, si bien se realiza con entusiasmo la
    contabilidad macabra de las revoluciones, se evalúa más difícilmente el coste
    de las revoluciones abortadas o aplastadas: la no-revolución alemana de 1918-
    1923 y la revolución española vencida de 1937 no pueden dejar de tener
    relación con la victoria del nazismo y los desastres de la segunda guerra
    mundial.
    Para establecer las responsabilidades reales, periodizar la historia alrededor de
    las grandes alternativas políticas, es este hilo el que hay que retomar y
    reexaminar. Hablar simplemente de revolución prematura remite al contrario a
    enunciar un juicio de tribunal histórico, en lugar de comprender la lógica interna
    del conflicto y de las políticas que en él se enfrentan. Pues las derrotas no son
    más pruebas de error que las victorias pruebas de verdad: “Si el éxito fuera
    reputado inocencia; si, corrompiendo hasta la posteridad, la cargara con sus
    cadenas; si, esclava futura, engendrada de un pasado esclavo, esta posteridad
    sobornada se convirtiera en la cómplice de cualquiera que hubiera triunfado,
    ¿dónde estaría el derecho, dónde estaría el precio de los sacrificios?. El bien y
    el mal no siendo ya más que relativos, toda moralidad se borraría de las
    acciones humanas” (Chateaubriand, Memorias de Ultratumba.)
    Si no hay juicio último en historia, importa que sea trazado paso a paso, ante
    cada gran opción, cada gran bifurcación, la pista de otra historia posible. Es lo
    que preserva la inteligibilidad del pasado y permite sacar de él lecciones para el
    futuro. Lo que, en diez días, conmovió el mundo, no podría ser borrado. La
    promesa de humanidad, de universalidad, de emancipación que se apareció
    en el fuego efímero del acontecimiento está "demasiado mezclada a los
    intereses de la humanidad" para que pueda olvidarse. Depositarios y
    responsables de una herencia amenazada por el conformismo, tenemos la
    tarea de suscitar las circunstancias en las que podrá ser "rememorado".
    Notas para los nombres mencionados (por orden de mención en el texto).
    Maïakovski : Poeta, cantor de la revolución. Emprende una crítica de la burocracia.
    Desesperado, se suicida en 1930.
    Adolf Joffé : Jugó durante la revolución un papel de primer plano al lado de Lenín.
    Representó al poder bolchevique en Berlín, y luego en Tokyo. Amigo de Trotsky, fue
    detenido y deportado, se suicidó en 1927, dejando una carta de adiós a Trotsky.
    Kurt Tucholsky : Escritor alemán, que critica violentamente el nacionalismo y el
    militarismo. Sus libros son quemados por los nazis, que le privan de su nacionalidad.
    Refugiado en Suecia, se suicida en 1935.
    Walter Benjamin : Escritor y filósofo de primera línea. Huyendo de la barbarie nazi,
    quiere abandonar Francia para refugiarse en los Estados Unidos, bloqueado en la
    frontera española, se suicida el 26 de septiembre de 1940.
    Sukarno : General que toma el poder en Indonesia mediante un golpe de estado, en
    1965, y emprende una eliminación sangrienta de los comunistas (varios centenares de
    miles de muertos). Será él mismo apartado del poder por el general Suharto, su
    ministro de la guerra en 1967.
    Rosmer : Colaborador de la Vie ouvrière y responsable del PC. Ligado a Trotsky a
    partir de 1915, fue excluído del PC en 1924. Colaborará en Révolution proletarienne,
    luego en La Verité.
    Eastman : Eminente intelectual americano. Se liga a Trotsky, en 1922 en Moscú.
    Souvarine : Uno de los animadores del Comité de la III Internacinal, delegado del PC
    en la IC. En 1924 toma posición en favor de Trotsky y es excluído del PC. Autor de una
    gran obra crítica sobre Stalin.
    Panait Istrati : Escritor rumano. Tras un viaje a la URSS en 1929, escribe una viva
    crítica del régimen (Vers l´autre flamme).
    Zamiatine : novelista ruso, emigrado en 1931 con la autorización de Stalin.
    Boulgakov : escritor ruso, cuya obra no será publicada en su mayor parte más que tras
    la muerte de Stalin.
    Mandelstam : poeta ruso, detenido en 1933, deportado, exiliado, luego de nuevo
    deportado, muere en 1937 en un campo de tránsito.
    Anna Tsétaïeva: Escritora y poeta, se suicida en 1941 tras su vuelta a la URSS.
    Babel : Novelista, autor de Caballería roja; fue ejecutado en 1941. Será rehabilitado en
    1954.
    Joseph de Maistre : Político y escritor. Emigra en 1793. Monárquico, escribe
    Consideraciones sobre Francia (1796) y Sobre el Papa (1819).
    Victor Serge : Militante revolucionario, miembro dela Oposición de Izquierdas. Escritor,
    autor de numerosos cuentos y novelas.
    Ante Ciliga : Miembro del CC del PC yugoeslavo y del Komintern. Va a la URSS en
    1928 y se convierte en opositor de izquierdas. Detenido, deportado a Siberia, fue
    expulsado en 1936. Autor del libro En el país de la mentira desconcertante.
    John Dewey : Eminente pedagogo y filósofo americano. Participó en 1936 en el
    Comité americano para la defensa de Trotsky.
    *Daniel Bensaïd es profesor de filosofía en la Universidad Paris VIII-Saint Denis, director de la
    revista Contre-Temps y miembro de la LCR francesa. Este artículo fue escrito en 1997 en
    respuesta a la publicación del Libro Negro del Comunismo dirigido por Stéphane Courtois.
    [Traducción: Alberto Nadal]
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    Comunismo contra estalinismo. Empty Re: Comunismo contra estalinismo.

    Mensaje por DP9M Miér Ago 18, 2010 9:26 pm

    DIos, jajajaaj interesante texto, esta parte, el resto de pamplinas son de ordago

    Incluso aqui, rebate de cierta manera la mierda del libro negro del comunismo, je je je je

    Un coñazo de texto de cuidado, palbreria, palabreria, palabreria, y lo que cuesta encontrar derrepente algo en lo que basa opiniones el sujeto que lo escribe, pero por fin, algo asoma.

    Esta contabilidad macabra de comerciante al por mayor, mezclando países,
    épocas causas y campos tiene algo de cínico y de profundamente irrespetuoso
    de las propias víctimas. En el caso de la Unión Soviética, llega a un total de 20
    millones de víctimas sin que se sepa lo que la cifra incluye exactamente. En su
    contribución al Libro Negro, Nicolas Werth rectifica más bien a la baja las
    estimaciones aproximativas corrientes. Afirma que los historiadores, sobre la
    base de archivos precisos, evalúan hoy en 690.000 las víctimas de las grandes
    purgas de 1936-1938. Es ya enorme, más allá del horror. Llega además a un
    número de detenidos del Gulag de alrededor de dos millones como media
    anual, una proporción de los cuales más importante de lo que se creía pudo ser
    liberada, reemplazada por nuevos recién llegados. Para alcanzar el total de 20
    millones de muertos, habría por tanto que añadir a las cifras de las purgas y del
    Gulag, los de las dos grandes hambrunas (cinco millones en 1921-1922 y seis
    millones en 1932-1933), y los de la guerra civil, que los autores del Libro Negro
    no pueden demostrar, y por motivos sobrados, que se trate de “crímenes del
    comunismo”, dicho de otra forma de un exterminio fríamente decidido. Con
    tales procedimientos ideológicos, no sería muy difícil escribir un Libro rojo de
    los crímenes del capital, sumando las víctimas de los pillajes y de los
    populicidios coloniales, de las guerras mundiales, del martirologio del trabajo,
    de las epidemias, de las hambrunas endémicas, no solo de ayer, sino de hoy.
    Solo en el siglo veinte, se podrían contar sin esfuerzo varios centenares de
    millones de víctimas.
    En la segunda parte demasiado a menudo olvidada de su trilogía, Hannah
    Arendt veía en el imperialismo moderno la matriz del totalitarismo y en los
    campos de concentración coloniales en África el preludio a muchos otros
    campos (Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, tomo II, El
    imperialismo). Si se trata no ya de examinar regímenes, períodos, conflictos
    precisos, sino de incriminar una idea, ¿cuántos muertos se imputará, a través
    de los siglos, al cristianismo y a los evangelios, al liberalismo y al “laisserfaire”?.
    Incluso aceptando las cuentas fantásticas de M. Courtois, el capitalismo
    habría costado bastante más de veinte millones de muertos a Rusia en el curso
    de este siglo en dos guerras mundiales que el estalinismo. Los crímenes del
    estalinismo son suficientemente espantosos, masivos, horribles, para que haya
    necesidad de añadir más. A menos que se quieran deliberadamente borrar las
    pistas de la historia, como hemos visto que se hacía con ocasión del
    bicentenario de la Revolución francesa, cuando ciertos historiadores hacían a
    la Revolución responsable no solo del Terror o de la Vendée, sino también de
    los muertos del terror blanco, de los muertos en la guerra contra la intervención
    coaligada, ¡o incluso de las víctimas de las guerras napoleónicas!
    Que sea legítimo y útil comparar nazismo y estalinismo no es nuevo –¿no
    hablaba Trotsky de Hitler y Stalin como de “estrellas gemelas”?.

    vaya cagada, para variar.

    Afirma que los historiadores, sobre la
    base de archivos precisos, evalúan hoy en 690.000 las víctimas de las grandes
    purgas de 1936-1938

    Esto es incorrecto , y lo saca principalmente de la denuncia de MEMORIAL ( ONG financiada por el gran SOROS ) sobre los "crimenes de Stalin. Bien que la llamada " gran purga" comprendio desde 1936 al 38, pero esa cifra, 700.000 engloba todo el mandato de Stalin osease , 32 años , que son las victimas condenadas por el articulo 58 del codigo penal sovietico, "traicion y crimenes grave contra el estado".

    En la "Gran Purga" entre el 36 y el 38 , entre otras cosas se sitúa el descubrimiento del complot de mandos militares sovieticos con la gestapo, " La carta de Benes " ,(buscad en el foro de la URSS para ampliar información) y son los famosos juicios de Moscú . En esos años( 36-38), las condenas son de cerca de 100.000 , el numero de condenas más altos en esos años , de eso gran purga, !!!NO 700.000!!!, (no me acuerdo bien de la cifra exacta en los archivos de la KGB)

    Las condenas varian según los 32 años dependiendo de la época y según se intensifica los sabotajes y los actos terroristas , pero esta claro que los años con mayor intensidad donde se descubren "la carta de benes" y son los juicios de Moscu , es la época con mayor condenas, logicamente.

    Asi que el bocazas que escribio el articulo, una vez más, FAIL ROTUNDO.

    Podemos analizar si todos eran culpables, si habían inocentes, o si el estado sovietico incrimino falsamente en esa época de paranoia general donde se denunciaban ENTRE TODO EL MUNDO , aprovechando el descubrimiento de complots REALES, si se acuso falsamente a alguien.

    Pero el JUZGAR de si había o no que ejecutar a criminales condenados por alta traicion y crimenes graves contra el estado, eso se lo mete por donde le quepa el autor, o se lo cuenta a su abuelita para erizarle los pelos del cogote.

    Faltaria más que traidores, saboteadores , terroristas, y contrarevolucionarios quedasen en libertad o sin condena ninguna habiendo colaborado con Japón, Alemania, Polonia y otras potencias extranjeras ante el inminente ataque occidental y ante el espiritu acosador de los capitalistas al primer estado socialista.

    ¿alguien se imagina lo que podría haber pasado si no se descubren estos complots entrando los NAZIs en la URSS?

    Claro que muchos aunque se declaren antifascistas prefieren que el primer estado socialista Hubiese caido y que los NAZIS gobernasen el mundo.

    Ale,


    Seguiré después. :sovflag:


    Última edición por SS-18 el Miér Ago 18, 2010 9:44 pm, editado 1 vez
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    Comunismo contra estalinismo. Empty Re: Comunismo contra estalinismo.

    Mensaje por DP9M Miér Ago 18, 2010 9:33 pm

    del camarada Astrucon , extraido de casarusia:

    Sin duda alguna, uno de los causantes del daño moral que se ha sembrado contra Stalin, aparte del capitalismo, fue León Trotsky en su infantil pataleta por no haber tenido el apoyo suficiente para presidir la nación como líder merecido, y merecido habría sido que el gran Trotsky hubiera salido nombrado soberano presidente de la Unión Soviética. Uno no podrá olvidar fácilmente el gran servicio que Trotsky aporto a la revolución en su magistral dirección del victorioso ejercito rojo contra las 16 potencias extranjeras, algo dificil de superar para cualquier hombre en aquellas condiciones tan peligrosas para Rusia como estado revolucionario y mas en la circunstancia de estar rodeado de naciones enemigas de los soviets.

    Analicemos entonces los meritos de Stalin antes de ser nombrado líder de la union sovietica para poder comprender la enorme admiración que sus contemporáneos sentían hacia el.

    ¿No lucho el camarada Stalin por los cambios sociales y contra la burguesía?

    ¿Acaso no paso parte de su vida encerrado en los gulags del Zar por esa lucha?

    Stalin ha conseguido vencer a toda la conspiración política interna demostrada, ha conseguido liderar junto a Lennin y Trotsky los inicios de la revolución, ha representado una parte importante de conquistas sociales sobradamente defendidas en sus discursos. Ya en 1936 doto a la nación de una constitución modélica en el mundo que garantizaba los derechos de la sociedad soviética a una educación gratuita, una sanidad gratuita, una seguridad social que incluía planes de pensiones para jubilados y discapacitados. Así pues, mientras en el mundo capitalista las mujeres estaban condenadas a seguir los dogmas de la fe, relegadas al segundo plano, en la Unión Soviética se proclamo la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. Mientras en el mundo capitalista los niños se veían forzados a trabajar para ayudar a su padres en el paro, en la Unión Soviética se proclamo la prohibición de la explotación infantil y se garantizo una jornada laboral de 7 a 4 horas diarias según el tipo de trabajo, el esfuerzo y la tecnología profesional. Todos esos cambios sociales fueron instaurados en lo que se llego a llamar "revolución social"

    Nosotros, los que defendemos a Stalin de los parásitos capitalistas y los farsantes historiadores, no somos precisamente portadores o estandartes de la virtud teologal, no creemos en los milagros de ninguna divinidad, porque para creer en una deidad es necesaria la fe como unico resultado matematico a tal existencia. Nosotros solo reconocemos a la ciencia por sus métodos científicos y filosóficos como respuesta para todas las preguntas. Ya no nos asombramos de ninguna aparición mariana, por lo tanto no creemos en el hombre por sus palabras inspiradoras, ni por su retórica demagógica, solo creeremos en ese ser, si con sus acciones nos demuestra lo que ansiamos ver.

    El gigantesco salto que la Unión Soviética dio en excasos años, mostrándose al mundo como una potencia social, cultural, industrial, científica y militar, son precisamente las palabras que los estalinistas queríamos escuchar del propio Stalin y han sido esas palabras las que han conseguido que nosotros, los mas escépticos, empecemos a creer en el hombre. Si esa nación no se hubiera transformado de semejante manera, no habría sido posible la victoria contra el aparato industrial y militar de la Alemania nazi, por tanto démosle las gracias al camarada Stalin por haber impedido con sus prioridades estratégicas que el fascismo se hiciera aun mas poderoso de lo que ya era.

    No tenia ningún sentido que un lider político como Stalin, después de haber ganado la guerra en 1945 contra Alemania, se pusiera a hacer exactamente lo mismo que dijo y cumplió Hitler en su cacareada solución final. Stalin nunca dijo ni hizo nada parecido porque el, solo era consciente de que su lucha estaba enfocada únicamente contra todo eso y seria ridículo pensar que alguien que dota a su pueblo de derechos sociales que nunca se habían soñado en ningún rincón del mundo, ahora resulte ser un genocida.

    Pónganse por un momento en la piel del propio Stalin y aprecien lo gratificante que puede llegar a ser, sentirse protagonista participe de grandes conquistas y cambios sociales positivos para toda tu nación, ¿acaso ustedes no han sentido con gozo y gratitud las adulaciones por hacer las cosas bien? Stalin no era ningún dios y siempre rechazo el culto a la personalidad, solo era un ser humano adorado por las masas que fueron testigos directos de un cambio histórico en la gran sociedad Rusa y esa suma adoración natural en el ser humano hacia Stalin, fue la que edifico con grandes esculturas la imagen del que para ellos era lo mas parecido a un dios al que por lo menos podian ver y oir. No seria difícil para toda esa masa de gentes acostumbradas a la miseria creer en el hombre después de los grandes cambios sociales que todos ellos experimentaron.

    Para muchos testigos asiduos de la fe, Stalin es la encarnación del mismísimo demonio, al que alegremente decoran con todo tipo de imágenes dantescas, en las que seria imposible encontrar un infierno mas ardiente que el infierno de Stalin. Toda esa gente usan su propia virtud teologal apartándose de la ciencia y la metodología, sentenciando con suma fuerza su propia ilusión, ignorando que puede existir otra realidad bien distinta a la que ellos ven diariamente, de la misma forma que lo hiciera el mundo antiguo negando la morfología esférica de nuestro planeta por cuestiones de fe. Para esta gente arrastrada por la ignorancia inquisidora del dogma mediático ya no hay solución, morirán tan ignorantes como cuando nacieron, en realidad muchos de ellos no necesitan saber nada, bastante tienen con su fe y con su vida diaria, eso si, una vida diaria condicionada profundamente por el capitalismo de la que son victimas y verdugos.

    No se que habría pasado si en lugar de Stalin, hubiese salido Trotsky como máximo dirigente de la Unión Soviética, Seguramente los soviéticos también habrían ganado la guerra contra la Alemania nazi, quizás hoy no se habría disuelto la Unión Soviética, quien sabe si Trotsky habría sido mucho mas firme en las consiguientes represiones de post-guerra contra los enemigos del pueblo. Pero no fue Trotsky quien estaba al mando de la Union Soviética y eso fue lo que lo mato. Trotsky se aparto de la revolución solo por que pensaba que nadie merecía mejor que el la sucesión de Lennin y esta fue quizás la gran espina incrustada en su amor propio. Todos somos conscientes de nuestro talento, al que tendemos a decorar de forma espontánea y como ya he dicho antes, somos adictos a la adulación, Trotsky tenia muchos motivos para poder ser tan adorado como Lenin y Stalin, esto se traduce en el revisionismo al que Trotsky expuso en sus numerosas y potenciales criticas contra Stalin, mucho antes de que definitivamente lo expulsaran del país, no fue algo que sucedió de la noche a la mañana. Trotsky se impulso como líder de su sector minoritario que podía preparar tranquilamente una conspiración para volver al poder, puso en peligro la integridad política de Stalin marcándolo como un objetivo a eliminar cuando se supone que eran compañeros y que habían nacido bajo la misma revolución. Lo que menos necesitaba esa nación en esa determinada época, eran criticas e insultos y Trotsky también insulto a Stalin llamándolo entre otras cosas, falso intelectual.

    ¿Quien era el verdadero intelectual para Trotsky?

    ¿El mismo?

    Lo que si podemos tener claro, es que tanto Trotsky como Stalin lucharon por la sucesión de Lenin y un hombre como Trotsky, con toda su reputación bien merecida, habría servido mejor a su país, aportando toda esa gradidísima experiencia, que en otros momentos de la historia Trotsky demostró tener. Quizás así se habrían ahorrado los cientos o miles de vidas que la esperada represion produjo. Todos los gobiernos del mundo exigen respeto para su figura política, no hariamos ninguna excepción con Stalin.

    Que nadie se olvide que alrededor de estos dos grandes personajes históricos, habían miles de personas que de una u otra forma los condicionaban a tomar dramaticas decisiones arriesgando su propio credito con reales y falsas alarmas.

    Stalin demostró sus dotes como presidente logrando movilizar a un pueblo sediento de cambios y la mayor parte de sus promesas fueron cumplidas satisfactoriamente para sus ciudadanos, de esta manera, tal y como hicieron con los zares, los ciudadanos rusos ya habrían terminado con Stalin en el caso de este fuera un diablo con cuernos y rabo como el que gustan pintar los fascistas. Si Trotsky se hubiera dejado de disputas en las que se le consintió de todo, nunca se habría apartado de la revolución. Nadie saco a Trotsky de su país, nada mas que el mismo a pesar de ser acompañado tristemente por soldados del que fuera su propio ejercito.

    Este movimiento estratégico para unos y de castigo para otros, no pudo ser tratado de otro modo, Trotsky había pasado la línea roja demarcándose desde un principio de la corriente mayoritaria, implicándose y salpicando a su propio entorno político y militar, justo el aparato militar que Trotsky inteligentemente fabrico nombrando a una gran parte de generales que formaron filas en el ejercito rojo, generales y altos mandos que demostraron su enorme lealtad, para después de la expulsión de Trotsky dejarlos marcados como posibles adversarios y conspiradores. A Stalin no le quedo mas remedio que purgar a muchos de estos generales porque sabia que no solo estaba en juego su propia vida, también estaba en juego la construcción de la Unión Soviética, a esto hay que añadir que el golpe de estado contra Lenin abrió los ojos de Stalin, y no solo eso, también hay que añadir que de su propio entorno no dejaron de llegarle noticias de conspiraciones reales, que le demostraron el peligro que corría con un enemigo interno que ya habia enseñado los dientes en mas de una ocasión. Ni siquiera un enemigo tan poderoso como la Alemania nazi habria podido destruir tan fácilmente una revolución como lo podría haber conseguido Trotsky.

    Todo es susceptible de ser transformado al gusto de cada uno, no me siento mas radical de lo que pueda llegar a sentir un fascista por defender una ideología sabiendo que dicho pensamiento fue portador de la famosa y propagada "solución final". La ideología con la que yo me identifico esta avalada por el manifiesto comunista, por el desarrollo global de la Unión Soviética como potencia mundial, por la gran victoria contra los ejércitos de 16 naciones capitalistas invasoras y por la gloriosa victoria contra los ejércitos de Hitler en la segunda guerra mundial.

    Si me considero hoy en día un estalinista es precisamente por la dura y reaccionaria propaganda que ha inundado mi vida gracias al capitalismo. Esa ha sido la causa de mi temprana postura ideológica en la que se y tengo presente que el individuo no es nada, que lo realmente importante es la unidad de toda una sociedad que trabaja para ella misma y no para que un burgués insignificante viva rodeado de lujos, que podrían solucionar el futuro de ese conjunto social.

    Para finalizar me gustaría añadir que Trotsky peco de ser tan humano como cualquiera de nosotros, de la misma forma que Stalin pudo cometer sus propios errores en tan larga gesta. Lo importante es que gracias a estos grandes personajes el capitalismo se ha visto forzado a implantar de mala gana y a trompicones, una serie de derechos sociales que ahora forman parte de la carta magna de las naciones unidas, aun hoy muchos de esos derechos son totalmente violados en las dictaduras o democracias capitalistas y que nadie se piense que el legado de aquella revolución ya esta enterrado, pues seguirán naciendo nuevas revoluciones, America Latina es una buena prueba de ello.

    Llamenme ahora radical y con mas orgullo aun me sentire estalinista.

    Saludos
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    Comunismo contra estalinismo. Empty Re: Comunismo contra estalinismo.

    Mensaje por DP9M Miér Ago 18, 2010 11:00 pm

    He pasado del texto, madre mia que COÑAZO y cuanta gilipollez.

    Dense una vuelta pro la exURSS petardos sinverguenzas y hablen con lo que queda de las gentes que vivio esa época, faltaria mas que pringaos de todas las categorias hablen de "terror" y sus mierdas diciendo tonterias de ese nivel

    Esto es increible...

    El gilipollas , contraargumenta y pone en duda datos del libro negro del comunismo , viendo la metodologia tan absurda que usan para que les cuadren las cifras y acto seguido menciona y cita el libro....... literatura barata, opiniones y gilipolleces de cualquier librucho de proapganda escrito por aficionados. Tiene pelotas el asunto.


    La primavera de 1933 marcó sin duda el apogeo de un primer gran
    ciclo de terror que había comenzado a finales de 1929 con el lanzamiento de la
    deskoulakizción”
    (N. Werth, Libro negro, p. 199). Tras el asesinato de Kirov,
    comienza en 1934 el segundo gran ciclo, marcado por los grandes procesos y
    sobre todo por la “gran purga” (iejovschina) de 1936-1938, cuyo número de
    víctimas está evaluado en 690.000. La colectivización forzosa y la
    industrialización acelerada conllevan un desplazamiento masivo de
    poblaciones, una “ruralización” de las ciudades, y una masificación vertiginosa
    del Gulag.

    En definitiva lo que dice el texto es que la revolución rusa fue forzada, y que no debia de haberse dado, es que tiene pelotas esta panda de sinverguenzas, jjajaj si le parece nos quedamos quietos y esperamos a que los culos de estos pringaos aburguesados espabilen y saquen adelante una revolución.

    EN definitiva, una mierda de texto. Opiniones, Opiniones, y opiniones, para que lean y se aprendan algún idiota.
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    Comunismo contra estalinismo. Empty Re: Comunismo contra estalinismo.

    Mensaje por Mario el Rojo Miér Ago 18, 2010 11:17 pm

    El texto del camarada Asturcon, extraído de casarusia, debería estar en el post-it.
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    Mensaje por DP9M Miér Ago 18, 2010 11:49 pm

    Si , la verdad que es buenisima la intervencion de asturcon, lastima que haya desaparecido de este foro.
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    Mensaje por Dimitri Kalashnikov Jue Ago 19, 2010 10:32 am

    SS-18 escribió:del camarada Astrucon , extraido de casarusia:

    Sin duda alguna, uno de los causantes del daño moral que se ha sembrado contra Stalin, aparte del capitalismo, fue León Trotsky en su infantil pataleta por no haber tenido el apoyo suficiente para presidir la nación como líder merecido, y merecido habría sido que el gran Trotsky hubiera salido nombrado soberano presidente de la Unión Soviética. Uno no podrá olvidar fácilmente el gran servicio que Trotsky aporto a la revolución en su magistral dirección del victorioso ejercito rojo contra las 16 potencias extranjeras, algo dificil de superar para cualquier hombre en aquellas condiciones tan peligrosas para Rusia como estado revolucionario y mas en la circunstancia de estar rodeado de naciones enemigas de los soviets.

    Analicemos entonces los meritos de Stalin antes de ser nombrado líder de la union sovietica para poder comprender la enorme admiración que sus contemporáneos sentían hacia el.

    ¿No lucho el camarada Stalin por los cambios sociales y contra la burguesía?

    ¿Acaso no paso parte de su vida encerrado en los gulags del Zar por esa lucha?

    Stalin ha conseguido vencer a toda la conspiración política interna demostrada, ha conseguido liderar junto a Lennin y Trotsky los inicios de la revolución, ha representado una parte importante de conquistas sociales sobradamente defendidas en sus discursos. Ya en 1936 doto a la nación de una constitución modélica en el mundo que garantizaba los derechos de la sociedad soviética a una educación gratuita, una sanidad gratuita, una seguridad social que incluía planes de pensiones para jubilados y discapacitados. Así pues, mientras en el mundo capitalista las mujeres estaban condenadas a seguir los dogmas de la fe, relegadas al segundo plano, en la Unión Soviética se proclamo la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. Mientras en el mundo capitalista los niños se veían forzados a trabajar para ayudar a su padres en el paro, en la Unión Soviética se proclamo la prohibición de la explotación infantil y se garantizo una jornada laboral de 7 a 4 horas diarias según el tipo de trabajo, el esfuerzo y la tecnología profesional. Todos esos cambios sociales fueron instaurados en lo que se llego a llamar "revolución social"

    Nosotros, los que defendemos a Stalin de los parásitos capitalistas y los farsantes historiadores, no somos precisamente portadores o estandartes de la virtud teologal, no creemos en los milagros de ninguna divinidad, porque para creer en una deidad es necesaria la fe como unico resultado matematico a tal existencia. Nosotros solo reconocemos a la ciencia por sus métodos científicos y filosóficos como respuesta para todas las preguntas. Ya no nos asombramos de ninguna aparición mariana, por lo tanto no creemos en el hombre por sus palabras inspiradoras, ni por su retórica demagógica, solo creeremos en ese ser, si con sus acciones nos demuestra lo que ansiamos ver.

    El gigantesco salto que la Unión Soviética dio en excasos años, mostrándose al mundo como una potencia social, cultural, industrial, científica y militar, son precisamente las palabras que los estalinistas queríamos escuchar del propio Stalin y han sido esas palabras las que han conseguido que nosotros, los mas escépticos, empecemos a creer en el hombre. Si esa nación no se hubiera transformado de semejante manera, no habría sido posible la victoria contra el aparato industrial y militar de la Alemania nazi, por tanto démosle las gracias al camarada Stalin por haber impedido con sus prioridades estratégicas que el fascismo se hiciera aun mas poderoso de lo que ya era.

    No tenia ningún sentido que un lider político como Stalin, después de haber ganado la guerra en 1945 contra Alemania, se pusiera a hacer exactamente lo mismo que dijo y cumplió Hitler en su cacareada solución final. Stalin nunca dijo ni hizo nada parecido porque el, solo era consciente de que su lucha estaba enfocada únicamente contra todo eso y seria ridículo pensar que alguien que dota a su pueblo de derechos sociales que nunca se habían soñado en ningún rincón del mundo, ahora resulte ser un genocida.

    Pónganse por un momento en la piel del propio Stalin y aprecien lo gratificante que puede llegar a ser, sentirse protagonista participe de grandes conquistas y cambios sociales positivos para toda tu nación, ¿acaso ustedes no han sentido con gozo y gratitud las adulaciones por hacer las cosas bien? Stalin no era ningún dios y siempre rechazo el culto a la personalidad, solo era un ser humano adorado por las masas que fueron testigos directos de un cambio histórico en la gran sociedad Rusa y esa suma adoración natural en el ser humano hacia Stalin, fue la que edifico con grandes esculturas la imagen del que para ellos era lo mas parecido a un dios al que por lo menos podian ver y oir. No seria difícil para toda esa masa de gentes acostumbradas a la miseria creer en el hombre después de los grandes cambios sociales que todos ellos experimentaron.

    Para muchos testigos asiduos de la fe, Stalin es la encarnación del mismísimo demonio, al que alegremente decoran con todo tipo de imágenes dantescas, en las que seria imposible encontrar un infierno mas ardiente que el infierno de Stalin. Toda esa gente usan su propia virtud teologal apartándose de la ciencia y la metodología, sentenciando con suma fuerza su propia ilusión, ignorando que puede existir otra realidad bien distinta a la que ellos ven diariamente, de la misma forma que lo hiciera el mundo antiguo negando la morfología esférica de nuestro planeta por cuestiones de fe. Para esta gente arrastrada por la ignorancia inquisidora del dogma mediático ya no hay solución, morirán tan ignorantes como cuando nacieron, en realidad muchos de ellos no necesitan saber nada, bastante tienen con su fe y con su vida diaria, eso si, una vida diaria condicionada profundamente por el capitalismo de la que son victimas y verdugos.

    No se que habría pasado si en lugar de Stalin, hubiese salido Trotsky como máximo dirigente de la Unión Soviética, Seguramente los soviéticos también habrían ganado la guerra contra la Alemania nazi, quizás hoy no se habría disuelto la Unión Soviética, quien sabe si Trotsky habría sido mucho mas firme en las consiguientes represiones de post-guerra contra los enemigos del pueblo. Pero no fue Trotsky quien estaba al mando de la Union Soviética y eso fue lo que lo mato. Trotsky se aparto de la revolución solo por que pensaba que nadie merecía mejor que el la sucesión de Lennin y esta fue quizás la gran espina incrustada en su amor propio. Todos somos conscientes de nuestro talento, al que tendemos a decorar de forma espontánea y como ya he dicho antes, somos adictos a la adulación, Trotsky tenia muchos motivos para poder ser tan adorado como Lenin y Stalin, esto se traduce en el revisionismo al que Trotsky expuso en sus numerosas y potenciales criticas contra Stalin, mucho antes de que definitivamente lo expulsaran del país, no fue algo que sucedió de la noche a la mañana. Trotsky se impulso como líder de su sector minoritario que podía preparar tranquilamente una conspiración para volver al poder, puso en peligro la integridad política de Stalin marcándolo como un objetivo a eliminar cuando se supone que eran compañeros y que habían nacido bajo la misma revolución. Lo que menos necesitaba esa nación en esa determinada época, eran criticas e insultos y Trotsky también insulto a Stalin llamándolo entre otras cosas, falso intelectual.

    ¿Quien era el verdadero intelectual para Trotsky?

    ¿El mismo?

    Lo que si podemos tener claro, es que tanto Trotsky como Stalin lucharon por la sucesión de Lenin y un hombre como Trotsky, con toda su reputación bien merecida, habría servido mejor a su país, aportando toda esa gradidísima experiencia, que en otros momentos de la historia Trotsky demostró tener. Quizás así se habrían ahorrado los cientos o miles de vidas que la esperada represion produjo. Todos los gobiernos del mundo exigen respeto para su figura política, no hariamos ninguna excepción con Stalin.

    Que nadie se olvide que alrededor de estos dos grandes personajes históricos, habían miles de personas que de una u otra forma los condicionaban a tomar dramaticas decisiones arriesgando su propio credito con reales y falsas alarmas.

    Stalin demostró sus dotes como presidente logrando movilizar a un pueblo sediento de cambios y la mayor parte de sus promesas fueron cumplidas satisfactoriamente para sus ciudadanos, de esta manera, tal y como hicieron con los zares, los ciudadanos rusos ya habrían terminado con Stalin en el caso de este fuera un diablo con cuernos y rabo como el que gustan pintar los fascistas. Si Trotsky se hubiera dejado de disputas en las que se le consintió de todo, nunca se habría apartado de la revolución. Nadie saco a Trotsky de su país, nada mas que el mismo a pesar de ser acompañado tristemente por soldados del que fuera su propio ejercito.

    Este movimiento estratégico para unos y de castigo para otros, no pudo ser tratado de otro modo, Trotsky había pasado la línea roja demarcándose desde un principio de la corriente mayoritaria, implicándose y salpicando a su propio entorno político y militar, justo el aparato militar que Trotsky inteligentemente fabrico nombrando a una gran parte de generales que formaron filas en el ejercito rojo, generales y altos mandos que demostraron su enorme lealtad, para después de la expulsión de Trotsky dejarlos marcados como posibles adversarios y conspiradores. A Stalin no le quedo mas remedio que purgar a muchos de estos generales porque sabia que no solo estaba en juego su propia vida, también estaba en juego la construcción de la Unión Soviética, a esto hay que añadir que el golpe de estado contra Lenin abrió los ojos de Stalin, y no solo eso, también hay que añadir que de su propio entorno no dejaron de llegarle noticias de conspiraciones reales, que le demostraron el peligro que corría con un enemigo interno que ya habia enseñado los dientes en mas de una ocasión. Ni siquiera un enemigo tan poderoso como la Alemania nazi habria podido destruir tan fácilmente una revolución como lo podría haber conseguido Trotsky.

    Todo es susceptible de ser transformado al gusto de cada uno, no me siento mas radical de lo que pueda llegar a sentir un fascista por defender una ideología sabiendo que dicho pensamiento fue portador de la famosa y propagada "solución final". La ideología con la que yo me identifico esta avalada por el manifiesto comunista, por el desarrollo global de la Unión Soviética como potencia mundial, por la gran victoria contra los ejércitos de 16 naciones capitalistas invasoras y por la gloriosa victoria contra los ejércitos de Hitler en la segunda guerra mundial.

    Si me considero hoy en día un estalinista es precisamente por la dura y reaccionaria propaganda que ha inundado mi vida gracias al capitalismo. Esa ha sido la causa de mi temprana postura ideológica en la que se y tengo presente que el individuo no es nada, que lo realmente importante es la unidad de toda una sociedad que trabaja para ella misma y no para que un burgués insignificante viva rodeado de lujos, que podrían solucionar el futuro de ese conjunto social.

    Para finalizar me gustaría añadir que Trotsky peco de ser tan humano como cualquiera de nosotros, de la misma forma que Stalin pudo cometer sus propios errores en tan larga gesta. Lo importante es que gracias a estos grandes personajes el capitalismo se ha visto forzado a implantar de mala gana y a trompicones, una serie de derechos sociales que ahora forman parte de la carta magna de las naciones unidas, aun hoy muchos de esos derechos son totalmente violados en las dictaduras o democracias capitalistas y que nadie se piense que el legado de aquella revolución ya esta enterrado, pues seguirán naciendo nuevas revoluciones, America Latina es una buena prueba de ello.

    Llamenme ahora radical y con mas orgullo aun me sentire estalinista.

    Saludos

    absolutamente magnifico el comentario .

    saludos
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    Mensaje por Stalin-18 Lun Ago 30, 2010 1:41 pm

    Esto demuestra la calaña de la que estan hechos los trosko-gestapo, siempre intenando decir que el comunismo es algo diferente al gobierno de Stalin.
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    Mensaje por Disidente_del_Capitalismo Mar Ago 31, 2010 12:49 am

    Stalin-18 escribió:Esto demuestra la calaña de la que estan hechos los trosko-gestapo, siempre intenando decir que el comunismo es algo diferente al gobierno de Stalin.
    Y es algo diferente al gobierno de Stalin, excepto para los sovietófilos frustrados.
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    Mensaje por Kiibakun Mar Ago 31, 2010 2:05 am

    ¿Qué hizo Stalin que estuviese fuera de la dictadura del proletariado?
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    Mensaje por gazte Mar Ago 31, 2010 9:59 am

    ahora no tengo tiempo, pero VOLVERE!
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    Mensaje por DP9M Mar Ago 31, 2010 12:41 pm

    Disidente_del_Capitalismo escribió:
    Stalin-18 escribió:Esto demuestra la calaña de la que estan hechos los trosko-gestapo, siempre intenando decir que el comunismo es algo diferente al gobierno de Stalin.
    Y es algo diferente al gobierno de Stalin, excepto para los sovietófilos frustrados.

    Si , y subdesarrollados izquierdistas sometidos a propaganda que no se enteran de nada también.

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    Mensaje por Stalin-18 Mar Ago 31, 2010 12:48 pm

    SS-18 escribió:
    Disidente_del_Capitalismo escribió:
    Stalin-18 escribió:Esto demuestra la calaña de la que estan hechos los trosko-gestapo, siempre intenando decir que el comunismo es algo diferente al gobierno de Stalin.
    Y es algo diferente al gobierno de Stalin, excepto para los sovietófilos frustrados.

    Si , y subdesarrollados izquierdistas sometidos a propaganda que no se enteran de nada también.

    cheers cheers cheers

    Pero ya sabes SS18 los izquierdustas son una enfermedad INFANTIL, y que hay más infantil que tragarse todo lo que ves por la tele.

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    Mensaje por m-l Power Mar Ago 31, 2010 12:55 pm

    Cuando un trotskista sea capaz de explicarme qué llevo al cabo Stalin que antes Lenin no hubiese planteado, empezaré a hacerle caso.
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    Mensaje por Disidente_del_Capitalismo Mar Ago 31, 2010 4:45 pm

    SS-18 escribió:
    Disidente_del_Capitalismo escribió:
    Stalin-18 escribió:Esto demuestra la calaña de la que estan hechos los trosko-gestapo, siempre intenando decir que el comunismo es algo diferente al gobierno de Stalin.
    Y es algo diferente al gobierno de Stalin, excepto para los sovietófilos frustrados.

    Si , y subdesarrollados izquierdistas sometidos a propaganda que no se enteran de nada también.

    ¿A qué te refieres con "subdesarrollados izquierdistas"? Creo que hay bstntes razones para questionar a Stalin tanto como gobernante como "revolucionario" y al gobierno estalinista como forma autoritaria de dominio y su supuesta "dictadura proletaria", que no era más que su dictadura personal.
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    Mensaje por pablo redskin Miér Sep 01, 2010 3:12 am

    No os dejeis engañar por los medios de comunicacion stalin, saco a un pais de la ruina y dandole orgullo y poder al proletariado.Y aunque no es verdad todo ese rollo de las purgas (no del modo del que nos hablan de ellas) si seria necesario purgar ahora esta sociedad de parasitos y ahora que venga el tipico reaccionario a contradecirmelo
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    Mensaje por Shturmovik91 Jue Sep 30, 2010 7:58 pm

    Creo que hablar de purgas en la España actual o en occidente en una hipotetica revolucion, es algo excesivo e irreal.
    Hablar de reeducacion, quizas sea otra cosa.

    Estamos hablando de una revolucion de principios del siglo XX, de gentes que nacieron en el siglo XIX... Ni es la misma sociedad, ni los mismos tiempos, osea que la aplicacion del socialismo no puede ser igual, ademas, de que el gobierno de Stalin disto mucho de ser perfecto, y digo esto admitiendo todos sus aciertos que fueron muchos, colocando a la URSS como superpotencia mundial.

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    Mensaje por DP9M Vie Oct 01, 2010 2:13 am

    Shturmovik91 escribió:Creo que hablar de purgas en la España actual o en occidente en una hipotetica revolucion, es algo excesivo e irreal.
    Hablar de reeducacion, quizas sea otra cosa.

    Estamos hablando de una revolucion de principios del siglo XX, de gentes que nacieron en el siglo XIX... Ni es la misma sociedad, ni los mismos tiempos, osea que la aplicacion del socialismo no puede ser igual, ademas, de que el gobierno de Stalin disto mucho de ser perfecto, y digo esto admitiendo todos sus aciertos que fueron muchos, colocando a la URSS como superpotencia mundial.


    Las purgas son lo que el nombre indica. Purgas del partido, no implican ejecucion de nadie, solo remover de sus puestos a gente que se a burocratizado y no contribuye en nada a la revolucion ni al socialismo, si no que encima, entorpece. para eliminar fuera del partido a elementos antirevolucionarios, aburguesados, etc.

    Lo que conocemos como "purgas" es a la época de la "gran purga" donde se detecto un muy amplio frente contrarevolucionario encargado en sabotajes, terrorismo , etc. Ahi , como Purga se entiende, hubo gente que solo fue quitada el estado, hubo otra que se la condeno por sus actividades a Gulags( que los campos y colonias de trabajo eran centros de reeducación) o ejecutados por la pena maxima conforme a los delitos maximos. Osea que habia de todo. Ya es otro tema , el meternos si todos los ejecutados eran culpables, o si muchos o pocos fueron acusados injustamente, a drede o sin querer, pero un riesgo terrorista si que habia por el cual saltaron todas las alarmas de esa forma tan grande.


    Pues yo que quieres que te diga, si se consigue liberar al proletariado de ser el pueblo mas estupido de Europa, el mas paleto, maleducado, y se transforma en un pueblo socialista, digno , con derecho a trabajo digno, renovacion generacional y todo lo que el pueblo Español se merece, si aparece una especie de aburguesado como el vendido de CC.OO, o zapatero o individuos de esos dentro del partido, pues claro que los purgo, a su casa a trabajar como un obrero más, y si han habido asesinatos por actividades de ellos, si han habido actos terroristas encargados por ellos, pues los meto el tiempo que se merezcan en un gulag de reeducacion 20, o 30, o el tiempo que haga falta.
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    Mensaje por Shturmovik91 Vie Oct 01, 2010 9:36 am

    Comprendo, tenia un concepto algo desenfocado. No me queda otra que, en lineas generales, darte la razon, aunque CCOO es el perfecto ejemplo de lo que, a mi parecer, ocurre en España; unos pocos que trabajan bien, tienen sus objetivos claros, y saben a lo que van, muchas obejas, y otros muchos que se dedican a vivir del trabajo de los primeros y el dinero de los segundos negociando con el gobierno y la patronal mientras con la otra mano frenan a los mas decentes, porque todo hay que decirlo, en CCOO hay gente de pm.
    Un saludo y gracias por la aclaracion.
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    Mensaje por Iconoclasta Vie Oct 01, 2010 5:27 pm

    Centros de reeducación?? O sea si tu pensamiento es "erróneo" tienen que llevarte a una escuela para enseñarte las "buenas costumbres socialistas"... que tontos los estalinistas, pensando que el problema subyace en la consciencia
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    Mensaje por Dimitri Kalashnikov Vie Oct 01, 2010 7:21 pm

    Lo que deberia es enseñarse en las escuelas el marxismo desde peuqeños a los niños.

    Si alguien tiene opiniones distintas que no van hacia la construccio ndel socialismo y son capitalistas yo lo dejaria en paz , pero no le concedería la libertad de expresarse por ejemplo en los medios de masas ni nada a gran escala.

    Alguien que pretende esclavizarme mediante la explotacion no merece tener libertad.
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    Mensaje por gazte Vie Oct 01, 2010 8:34 pm

    ya, lo malo es que ese concepto no se le aplico solo a los capitalistas, sino a los que iban en direccion contraria al padrecito.
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    Mensaje por Iconoclasta Sáb Oct 02, 2010 6:22 am

    Dimitri Kalashnikov escribió:Lo que deberia es enseñarse en las escuelas el marxismo desde peuqeños a los niños.

    Si alguien tiene opiniones distintas que no van hacia la construccio ndel socialismo y son capitalistas yo lo dejaria en paz , pero no le concedería la libertad de expresarse por ejemplo en los medios de masas ni nada a gran escala.

    Alguien que pretende esclavizarme mediante la explotacion no merece tener libertad.

    Pero es lo mismo... si educas a los niños, los están robotizando al mismo tiempo
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    Mensaje por Shturmovik91 Sáb Oct 02, 2010 10:03 am

    Iconoclasta escribió:
    Dimitri Kalashnikov escribió:Lo que deberia es enseñarse en las escuelas el marxismo desde peuqeños a los niños.

    Si alguien tiene opiniones distintas que no van hacia la construccio ndel socialismo y son capitalistas yo lo dejaria en paz , pero no le concedería la libertad de expresarse por ejemplo en los medios de masas ni nada a gran escala.

    Alguien que pretende esclavizarme mediante la explotacion no merece tener libertad.

    Pero es lo mismo... si educas a los niños, los están robotizando al mismo tiempo

    Por lo mismo, no podriamos enseñar nada de etica o de educacion, como no habar con la boca llena.
    Hoy dia se enseñan los principios de Tocqueville y esto no impide a nadie pensar diferente. Si desde pequeños se enseña marxismo, al ser este el sistema mas etico y humano, la gente lo aceptara. Soy de la opinion de que hoy por hoy no hay mas comunistas porque solo se sabe del comunismo lo que los grandes medios de comunicacion de masas desean; mentiras.
    Ligado a esto, no creo que haga falta explicar, el desinteres politico social patrocinado por los grandes poderes financieros y los propios politicos capitalistas.
    Yo no voy a obligar a nadie a hacer suyas las ideas marxistas, pero creo que es necesario mostrarlas.

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    Comunismo contra estalinismo. Empty Re: Comunismo contra estalinismo.

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