No sé si ya lo habrán leído, pero simplemente está de lujo, fue escrito por Elsa Claro.
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En 1993 tuve oportunidad de emprender un aleccionarte recorrido por Alemania, comenzando en la antigua ciudad hanseática de Hamburgo, con su gigantesco puerto, la no menos enorme estación de ferrocarriles o las diminutas y pintorescas casas en un barrio para viudas de marinos, que en tiempos lejanos aliviaron algo lo irremediable. Ese viaje concluyó en Munich, donde me sirvieron cerveza es jarras descomunales y rememoré innombrables episodios de la historia europea, ante la más feroz miopía política de unos cuantos estadistas en los años 30 del siglo XX.
Llegar a Berlín, semanas y tramos después, no fue solo el reencuentro con buenos amigos, sino la constatación de algo que venía percibiendo durante toda esa larga y lujosa ruta, donde no faltaron lamentables evidencias de que todo oropel tiene sus óxidos y humanas roturas.
Ya entonces decían que el muro de la que aún no había recobrado su carácter de capital, era invisible, pero era. Es de lamentar que continúe siéndolo.
En marzo de 1990, cuando aún existían los Check Point por donde se iba hacia la parte occidental de la ciudad, Helmunt Khol recorría zonas de la todavía RDA haciendo campaña electoral en favor de su partido (CDU), anticipando, con esa usurpación de facultades, lo que estaba por ocurrir pocos meses después: bajo el nombre de unificación, fue absorbida la zona germana donde hubo una imperfecta, pero muy interesante experiencia socialista, durante más de 4 décadas.
Los políticos de Alemania occidental necesitaron solo año y medio para hacerse con los bienes del este. Combinados industriales fueron desgajados y se vendieron por trozos. Empresas completas, incluyendo varias muy exitosas, pasaron a nuevos dueños con precios simbólicos, al extremo de que algunas se “vendieron” por 1 marco. Los archivos comerciales de un país exportador de bienes, quedaron expuestos a la conveniente curiosidad de extranjeros quienes pudieron conocer, gratis, secretos comerciales que suelen obtenerse con espías bien pagados.
A precio de saldo, igualmente, fueron tragados varios bancos por otros del lado occidental y alrededor de 2 millones de hectáreas de bosques y terrenos cultivables se privatizaron, dejando al 80% de los trabajadores agrícolas sin fuente de sustento. La des industrialización, por su lado, provocó que unas 3 millones de personas quedaron sin empleo.
Los intentos de fuerzas internas para preservar algo de lo alcanzado fue inútil, porque los dirigentes de la RFA actuaron rápido y con la cuchilla baja, vendiendo la propiedad pública de modo inmisericorde para impedir que una posibilidad socializante perviviera. La destrucción del parque industrial germano-oriental implicó la venta de 8 000 empresas por parte del Treuhandanstalt, nombre dado a la oficina de privatizaciones que tal como abrió sin fueros ni consenso ciudadano, cerró una vez cumplida su misión, calificada, por cierto, como “el capitulo más oscuro de la exitosa historia de la reunificación” y “la mayor estafa de nuestra historia económica”, según el criterio de Werner Schulz, ex miembro de la comisión investigadora del Parlamento.
Otros la calificaron de expropiación mastodóntica, pero no faltan quienes insistan en que nada de aquello valía algo. De ser cierto, curtidos inversores de Suiza y Liechtenstein no se habrían llevado el equipamiento y los bienes todos de la WWB y mucho menos hubieran montado una campaña calumniosa contra las primeras neveras sin gases nocivos para la atmósfera, creadas por ingenieros de la RDA por aquellas fechas, y hoy tan imitadas como imprescindibles.
Esa felonía tiene explicaciones libre-cambistas, pero nunca logré entender que, además, los occidentales negaran el origen germano-oriental de todo aquello ingenioso o bello, hecho bajo el socialismo. En definitiva se trataba de una sola historia, un mismo idioma, un origen común, y las ideas de unir las dos partes siempre tuvieron lógica, pese a convertirse en empeño frustrado más desde fuera que por dentro.
Desde los estratos más elevados de la sociedad alemana actual se insiste en que destinaron cifras millonarias para “reconstruir” lo que fue una quiebra antinatural, de valores aniquilados o transpuestos casi de regalo y hasta como verdaderos obsequios de un patrimonio que pudo tener mejor uso y rédito.
Es una de esas cuentas que nunca dan saldo aceptable. Téngase en consideración que para el traslado de todas las sedes oficiales desde Bonn a Berlín, y posiblemente en un alarde de arrogancia, fueron construidas costosas edificaciones que recuerdan las hechas por los vencedores o los ocupantes de territorio conquistado. ¿No irían a parar a esas inversiones una parte de lo que alegan se usó para “ayudar” a los del este?. Encima, dígase que a lo largo de estos dos decenios y hasta el 2019, los alemanes pagan el llamado Impuesto de Solidaridad, (5,5% sobre la renta de todos).
Pero aparte del despojo sufrido, los habitantes de los 5 landers o estados federados del este, continúan percibiendo salarios inferiores, algo que provocó el desplazamiento de unos 2 millones y medio de personas, en su mayoría calificadas, hacia la parte occidental.
Quedaron detrás edificios vacíos, ciudades casi fantasmales privadas del movimiento industrial de otro momento o de las estructuras económicas que dieron asiento a sus antiguos pobladores. Ya se habla de cerrar escuelas e institutos por falta de quórum juvenil. O sea, si antes la RDA tenía una demografía equilibrada, ahora envejece y pierde sangre nueva que va al oeste, en busca de igualdad y oportunidades.
Alemania no ha sido tan castigada por la crisis global, pero tiene en los indicadores de desempleo otra muestra de subestimación hacia sus congéneres. Es el doble para los germano-orientales (11,5%) en tanto los salarios son, del mismo modo, inferiores.
En declaraciones al británico Financial Times, Gesine Lötzsch, del partido de Die Linke, puso al desnudo ángulos de esta realidad: “No hay generales del este, no hay comandantes de policía del este, ni jueces del constitucional, ni siquiera editores de periódicos de gran tirada”. En la práctica, casi todos los cargos, incluso los de poca relevancia, fueron y están ocupados por gente de la parte occidental. Los pretextos fueron muchos. Ninguno respetable.
Entonces, este 3 de octubre, es uno de esos aniversarios agridulces con algunas risas y lloros suficientes como para tomar cumplida nota de su existencia.
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