Este texto es un extracto de los documentos de Iniciativa Comunista.
“…esta lucha por la promoción femenina no es tarea fácil, ni de un día, pero la visión crítica, realista tanto de nuestra organización como de nuestro Partido, …nos permitirá alcanzar las metas a que justamente aspiramos.”
Vilma Espín
ANTIPATRIARCADO
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Introducción
Como marxistas debemos aproximarnos a la desigual relación de poder entre el hombre y la mujer estudiando el proceso histórico del patriarcado. El propio Engels sitúa el origen de la opresión de las mujeres en el surgimiento de la propiedad privada de la tierra y del ganado. La sociedad se estructuró sobre una división sexual del trabajo donde el valor social del trabajo realizado por las mujeres fue invisibilizado, siendo excluida de la vida pública, del ejercicio del poder y de la toma de decisiones. Sobre esta primera base material, construida socialmente, se ha levantado una ideología patriarcal que ha sabido adaptarse e influenciar a los modos de producción que se han sucedido posteriormente.
El capitalismo no inventó el patriarcado. El capitalismo transforma las relaciones patriarcales, al igual que la existencia previa del patriarcado determina importantes aspectos del sistema capitalista. Ambos sistemas son clasistas y probablemente sea el patriarcado la primera forma de clasismo, muy bien aprovechada siglos después por el capitalismo, hasta el punto de que se hallan actualmente tan estrechamente interrelacionados que difícilmente se puede concebir o explicar un sistema sin el otro. Son dos sistemas independientes que se refuerzan y determinan cada uno por el otro.
El patriarcado no es una cuestión fundamentalmente ideológica, no es sólo un elemento más de la superestructura capitalista. El patriarcado es un sistema de explotación de las mujeres por los hombres. Estos se apropian de trabajos y servicios producidos por las mujeres. Y constituye también un elemento del modo de producción: la producción y reproducción de la gente. El patriarcado ha desarrollado históricamente una enorme capacidad de adaptación al desarrollo económico y en la etapa del capitalismo establece una alianza muy ventajosa para ambos sistemas que se entrelazan como las hebras de una cuerda hasta parecer una misma cosa, alcanzando ambos, mediante el pacto, una fortaleza difícil de doblegar. Como tal sistema, tiene su propia ideología, subsumida en muchos aspectos en la ideología del capitalismo y viceversa.
Engels afirmó con acierto que en la familia el hombre ejercía el rol del burgués y la mujer el del proletario. Al igual que el capitalismo extrae la fuerza laboral durante un tiempo mayor del que paga y se apropia del producto, los hombres históricamente se han apropiado del trabajo de las mujeres gratuitamente o a cambio del sustento (aunque ese sustento varíe mucho según la clase social o el momento histórico). Una estructura similar de explotación, entre el capitalista y el trabajador, y entre el hombre y la mujer.
Actualmente se han operado cambios importantes en el modelo de familia patriarcal. En los últimos 120 años, la mujer ha avanzado en derechos civiles y políticos, como el derecho al voto, el aborto, el divorcio y otros derechos que avanzaban hacia su independencia económica. En este punto hay que señalar dos matices:
1.- Que no todo ha sido un avance lineal, ya que hubo retrocesos como el pacto interclasista del salario familiar a cambio de la vuelta de la mujer al hogar. Esto es una demostración de una comunidad de intereses masculinos independientes a la clase.
2.- Que tampoco todo avance era integralmente positivo, ya que, aunque la mujer se incorporó masivamente al mercado de trabajo, lo hizo en condiciones inferiores a los hombres. Actualmente cobra un 30% menos y ocupa los puestos de menor remuneración y reconocimiento social. En la familia patriarcal moderna, la mujer además carga con la doble jornada de trabajo, dentro y fuera de casa. Carga también con la presión ideológica en última instancia de que es ella la responsable de la esfera familiar. Las mujeres, también, se encuentran con dificultades añadidas a la hora de ocupar determinados puestos, independientemente de la igualdad jurídica existente. Es lo que se ha venido a denominar: "techo de cristal". Es una manifestación, que se expresa en la ascensión profesional, tanto en la asunción de responsabilidades como en su competencia con la fuerza laboral masculina. Este techo de cristal es fruto de una supuesta menor rentabilidad de la trabajadora para los intereses de la empresa concreta, porque se espera que en un momento vital de la mujer se dedicará más a "su" trabajo de cuidados de casa que a su trabajo profesional.
La lucha feminista a lo largo de su historia ha conseguido grandes conquistas en la emancipación de la mujer. La estructura patriarcal no ha sido ajena a estos avances y se ha visto abocada al cambio, al menos en su discurso, para poder seguir presente sin levantar sospechas. Cambiar todo para que nada cambie.
La expresión de la ideología del patriarcado ha tenido que ser suavizada para que su discurso no se torne anacrónico y fuera de lugar; y así, de ésta forma, sus presupuestos básicos puedan seguir formando parte del consenso social dominante. El discurso machista actual sitúa a los hombres como víctimas de los avances feministas, así como culpa de los problemas sociales y de la desestructuración familiar al avance de los derechos de las mujeres.
Recientemente, en el estado español, se han producido manifestaciones en defensa de la familia patriarcal, convocadas por los sectores más reaccionarios entre los que se encuentra la Iglesia Católica.
Iglesia y Patriarcado
El control de la sexualidad es primordial para el sostenimiento del patriarcado. Y en esto, la Iglesia Católica pone mucho esmero. No se debe permitir que el Estado financie a una Iglesia patriarcal. En la lucha por un Estado laico es donde confluyen el movimiento feminista y republicano. Un elemento importante para establecer alianzas entre movimientos populares.
La iglesia mantiene y apuntala tanto al capitalismo como al patriarcado. Son evidentes los beneficios que le reporta el Estado a la Iglesia Católica. Actualmente con la creciente externalización de los servicios sociales se presenta a la iglesia como una importante gestora de éstos; esta gestión genera beneficios económicos para quién lo lleva a cabo. En este sentido consideramos que los Servicios Sociales deben estar prestados por el Estado y que no se deben convertir en una forma de enriquecimiento capitalista a costa de las necesidades sociales. Estas son un derecho y no deben estar sometidas a las leyes del mercado.
No podemos permitir que una organización profundamente patriarcal nos de lecciones de moralidad y de sexualidad. Su posición respecto al aborto y los métodos anticonceptivos genera indirectamente miles de muertes al año. La iglesia se presenta como firme defensora de los valores y familia tradicional. De este modo ejerce un control directo sobre la mujer y su sexualidad, posicionándola en el rol de madre y esposa, señalándola como origen de todos los males por los que debe estar sometida. La iglesia y la derecha caminan de la mano en la perpetuación de las relaciones patriarcales, y niegan el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo.
La ideología dominante de nuestras sociedades no sólo hereda valores judeocristianos como el pacifismo, sino que también nuestro pensamiento está incoado por la interpretación judeocristiana de los órganos sexuales de la mujer, que han sido sacralizados, lo que afecta al imaginario colectivo en relación al placer, la reproducción, la prostitución,… Un ejemplo de esto es el valor otorgado a la virginidad femenina como el mayor atributo de la mujer.
Desde un concepto judeocristiano y patriarcal la sexualidad femenina se ha visto reducida a una función reproductiva, su cuerpo ha sido demonizado a través de la disyuntiva de “o eres buena madre o eres una puta” y ha sido presentado como fuente de males. Es por ello que la homosexualidad femenina es excluida de manera más incisiva en la sociedad, porque rompe con dos piezas fundamentales de la ideología del patriarcado: su función de madre y esposa.
El derecho al placer de la mujer ha sido históricamente negado. Esto se ha visto reflejado en la falta de investigación y de conocimiento de la sexualidad femenina en general. En base a estas creencias se ha hecho una división falsa del orgasmo feminismo, entre vaginal y clitoriano, utilizando esta distinción para apuntalar el falocentrismo dominante.
El cuerpo y la sexualidad de la mujer son elementos usados como públicos. A través de la publicidad y de la industria de la moda se nos presenta al cuerpo de la mujer como un escaparate. La mujer está sometida a unos cánones de belleza estrictos que hacen que adquiera valor en la sociedad y a ojos de los hombres. Se valora a la mujer por su cuerpo y su apariencia física. Se mantiene a la mujer atada a yugos sociales que la hacen esclava de su imagen, una imagen para los demás. Ejemplo de ello es como las industrias del sexo están subordinadas al placer masculino.
Patriarcado y relaciones afectivas
Dentro de las relaciones entre hombres y mujeres, enmarcadas dentro del patriarcado encontramos también intercambio desigual en cuanto a afectos. La ideología patriarcal forma parte de la ideología dominante, por tanto, nuestra conciencia no es ajena a ella. Se nos educa sobre unos roles de género, en base a lo que la sociedad espera que seamos como hombres o como mujeres.
Las identidades se han construido en mayor o menor medida en base a estas ideas. La estructura patriarcal ha tejido una tupida red de nudos que hace que las condiciones materiales del patriarcado sean perpetuadas por la inercia de nuestros sentimientos e identidad más profunda. No existe neutralidad o normalidad frente al patriarcado. Hay que romper de lleno con las concepciones estereotipadas y encorsetadas. Tenemos que trabajar sobre nuevas formas de relaciones y nuevos modelos familiares.
Dentro de la estructura patriarcal capitalista, la mujer cumple una función de cuidadora en el sentido más amplio del término. Estos cuidados son recibidos por el hombre en el seno familiar. Cargan a la mujer con el cuidado material y emocional de la persona, tal y como establece el patriarcado como una función natural e intrínseca a la mujer. No solo la mujer no es cuidada en igual medida sino que no se reconoce el esfuerzo que supone llevar a cabo esta función ni su coste emocional y material (menos promoción profesional, menos ocio, menos red social,…). Cuida pero no tiene derecho a ser cuidada. Su labor no se reconoce, porque se considera una labor secundaria, difícilmente cuantificable y que además se justifica que se realiza casi por si sola,… de manera “natural”. La mujer ha sido educada para ser pasiva, obediente, para satisfacer las necesidades de los demás.
Dentro de las relaciones afectivas y de género, encontramos una de las más flagrantes manifestaciones del patriarcado: la violencia de género. La violencia de género es aquella que se ejerce contra la mujer por el mero hecho de serlo. Es una violencia que se ejerce contra ella, para someterla y mantenerla dentro del rol socialmente asignado. Es una forma de control y sometimiento. Hay que entenderla como una violencia basada en el género que incluye todo tipo de violencia, ya sea que ocurra en la vida pública o en la privada.
La violencia de género dentro de la pareja no debemos entenderla como un hecho puntual, ya que detrás de la agresión física hay toda una historia de desvalorizaciones, humillaciones y maltrato psicólogico. El hombre que ejerce la violencia de género no tiene ninguna patología ni enfermedad, sino que a través de la violencia intenta someter y mantener a la mujer donde el quiere que este situada, trabajando para él, ejerce la violencia de forma controlada y con un objetivo concreto.
Ante esta violencia no podemos permanecer impasibles ni pensar que son casos aislados de hombres violentos sino que debemos analizarlo como el resultado de una cultura patriarcal que entiende a las mujeres como propiedad de los hombres. No podemos mirar para otro lado.
En este sentido se han producido avances legislativos necesarios. Estos deben ir acompañados de una educación social y dentro del marco de las instituciones que trabajan directamente esta problemática. No se trata de parchear los problemas sino entenderlos en toda su dimensión y trabajar no solo con la mujer sino en la sociedad. No caigamos en el error de victimizar doblemente a la mujer tutorizándola a través de las instituciones, sino que a través de estas se dote de las herramientas necesarias materiales y emocionales para la consecución de una autonomía real. Debemos entender a la mujer como sujeto activo, protagonista de su propio cambio. La realidad de la mujer inmigrante se tiene que analizar desde la perspectiva de las dificultades jurídicas y sociales en relación a su situación administrativa y legal, derivada de la injusta ley de extranjería. La mujer 'sin papeles' soporta dificultades añadidas reforzando el miedo a denunciar.
Dentro de la ideología del patriarcado, no hay detalles que se puedan considerar baladí. Chistes, refranes, lenguaje sexista así como palabras con connotaciones positivas o negativas según su género, no son anecdóticas, sino que son la expresión de siglos de patriarcado, cumpliendo la función objetiva de “consigna” ideológica patriarcal. En ese sentido consideramos muy importante que utilicemos un lenguaje no sexista. El lenguaje no sólo representa la realidad social sino que es un instrumento para el cambio, dado que existe una relación dialéctica entre lenguaje y pensamiento. En ese sentido, también hay que disputarle la hegemonía del lenguaje a la ideología dominante para que las realidades revolucionarias de mañana sean expresadas en lenguaje de hoy.
Contradicciones dentro del feminismo burgués: discurso y práctica
La política feminista burguesa del gobierno del PSOE nos muestra tanto los límites de la acción legislativa en la sociedad capitalista como el simbolismo reaccionario que supone colocar a una mujer en la cúspide de la institución más fascista del Estado: el ejército. El gobierno de Zapatero ha intentado dar una imagen de izquierda feminista al enfrentarse mediáticamente, a cuenta del aborto, contra la cavernaria Conferencia Episcopal, subvencionada por el Estado. Esta reforma de la ley del aborto, anunciada a bombo y platillo como un gran avance, no supone una ampliación cualitativa de derechos porque:
No se saca totalmente del código penal.
Sigue sin estar incluido en la red sanitaria pública, recayendo el gasto en las economías de las mujeres (especialmente injusto para las clases bajas) y potenciando el negocio privado.
No explica cómo va a regular la objeción de conciencia entre los médicos de la sanidad pública.
Sigue manteniendo unos plazos para poder abortar. Fuera de esos plazos quedan mujeres totalmente desprotegidas por la ley, sin tener en cuenta su situación social y sin especificar en qué situación legal quedarían.
La contradicción fundamental del feminismo burgués, y por tanto, del actual gobierno, es que mientras por un lado intenta apuntalar la igualdad formal entre hombre y mujer, a través de discriminación positiva, por otro lado tiene una política capitalista tanto de privatización de los servicios públicos como de precarización de las relaciones laborales, cuyas consecuencias son soportadas por las mujeres de las familias obreras, que actúan de colchón social gratuito para el Estado y los capitalistas. En el caso de las mujeres de las familias pobres, ante menores ingresos familiares (crisis capitalista; precarización) y menores derechos sociales (incluyendo el acceso a la vivienda), se agudiza la doble jornada laboral. Al entrar menos dinero en casa, se amplía la jornada laboral doméstica (cuidados, comidas, limpieza...), asimismo se refuerza también en la medida que no se disponga de renta suficiente para comprar servicios de trabajo doméstico en el mercado. Este tipo de trabajo doméstico remunerado en el mercado es el que quiere impulsar el gobierno, como lo demuestra su apuesta por los servicios privados de cuidados a través de la ley de dependencia. Desde nuestra perspectiva, esta ley no satisface las necesidades sociales, por la escasez de las ayudas directas, ni tampoco rompe con el patriarcado, al formar un nuevo ejército laboral feminizado y precarizado -por ser un trabajo patriarcalmente devaluado-, con alto componente de trabajadoras inmigrantes, de las que pueden abusar por su indefensión laboral (triplemente explotadas).
Debemos tener en cuenta en el caso de la ama de casa, que al carecer de contrato, no dispone de derechos laborales tales como vacaciones, descansos, bajas, pensión y jubilación.
Cuantificación del trabajo doméstico: valor del uso sin valor de cambio
Uno de los hallazgos teóricos fundamentales de Carlos Marx fue la producción de plusvalía en el modo de producción capitalista. Tuvo y tiene gran relevancia científica y política porque ponía luz sobre la explotación económica de la clase trabajadora, por parte de los capitalistas, independientemente de la connotación moral que imprime la ideología burguesa a la palabra "explotación", como si sólo fuera un "exceso" de un empresario "sin escrúpulos" que actúa "ilegalmente". En la batalla teórica entre las teorías del valor, de la Economía política clásica y marxista, por un lado, y la teoría del valor burguesa austriaca, por otro, se ubica la disputa entre lo que es mesurable o no (si se puede medir el valor). Mientras que los burgueses afirman que la fuente del valor de las mercancías está en la utilidad subjetiva del consumidor, los marxistas sostienen que se encuentra en la cantidad de trabajo socialmente necesaria para su producción. No es una cuestión baladí, porque si se acepta la primera, desaparece la explotación puesto que el mercado pone "precios justos" a cada mercancía, también a la fuerza de trabajo.
Esa tendencia hacia "la cuantificación mercantil" de los economistas marxistas de todo trabajo, se vio reflejado en algunas interpretaciones reaccionarias del trabajo doméstico, como si no constituyera una explotación porque esa relación laboral no estuviera vinculada a un contrato asalariado de la mujer hacia su patrón, el hombre. Esta interpretación de entrada no se sostiene porque nadie puede negar que en sociedades precapitalistas, sin trabajo asalariado (fuerza de trabajo mercantilizada), existía explotación. Ejemplos son muchos, sólo basta recordar a los vasallos y los esclavos, que no son seres, precisamente, libres de explotación.
Tampoco se sostiene la "cuantificación mercantil" desde el punto de vista de la teoría del valor, porque su sustrato no se basa en unidades monetarias, sino en unidades de tiempo. Así pues, el trabajo doméstico no afectivo se puede cuantificar perfectamente, tanto en su impacto en la economía nacional (algunos estudios lo cifran en 30% del PIB), como en la demostración de la explotación en el hogar patriarcal, a pesar de las dificultades analíticas que nos constituye tratar con un trabajo que tiene un valor de uso sin un valor de cambio establecido. Cosas de las sociedades mercantiles, donde tendemos a monetizar el valor o a desvalorizar lo no monetario. En ese sentido, feministas marxistas como Mila de Frutos demuestran materialmente la explotación patriarcal en el interior de las casas obreras, teniendo su reflejo mercantil, entre otros factores, en la desigualdad salarial por sexos: "A pesar de que la fuerza de trabajo masculina y la fuerza de trabajo femenina son dos mercancías en principio idénticas, obtienen distinto valor porque el trabajo familiar que realizan las mujeres a favor de los hombres se transforma en valor añadido sobre la mercancía “fuerza de trabajo masculina”, la cual se vende en el mercado un 30 por ciento aproximadamente más cara que la femenina".
De esa situación se benefician en primer lugar la clase de los capitalistas (obtienen más plusvalía relativa) y su Estado burgués (menos gasto social), que siempre instrumentalizan el patriarcado a su favor. Sin embargo, es necesario reconocer, que en el interior de las familias patriarcales obreras, se beneficia el varón.
Los límites de la cuantificación del trabajo en tiempo en el intercambio afectivo
Además del error de la "cuantificación mercantil", tampoco podemos dogmatizar la "cuantificación temporal" del trabajo. Son herramientas para aprender de la realidad, pero no son las únicas para descubrir los procesos materiales realmente existentes. Un sistema de medición permite hacer visible algunos procesos y otros no, lo importante es descubrir la realidad material. Cuando se produce un intercambio desigual de afectos entre hombre y mujer, siendo la segunda la que tiene, según el patriarcado, unos deberes maternales y emocionales superiores al hombre, también supone una enajenación de trabajo ajeno. Casi imposible, en el caso afectivo, de cuantificar. Lo importante es entender la injusta desigualdad de esta explotación emocional.
En definitiva, todas aquellas interpretaciones ortodoxas sobre la opresión patriarcal sin explotación están en tela de juicio. El racismo y el imperialismo, sí que han sido analizados teóricamente por marxistas para desvelar que son herramientas opresoras de explotaciones específicas, sin embargo, el patriarcado encuentra más resistencias porque no sólo las tenemos en nuestra ciudad metrópoli sino que esas contradicciones están más cerca y más profundas: en nuestra casa, nuestro curro, nuestra militancia.
Incluso en las sociedades burguesas donde institucionalmente el machismo está menos representado (países europeos nórdicos), tanto por sus sistemas públicos como en la igualación de salarios, encontramos unos niveles de violencia patriarcal desproporcionados, que pueden interpretarse como resistencias a la renuncia de privilegios masculinos. Una renuncia necesaria para la emancipación de la mujer.
La lucha antipatriarcal
Los y las revolucionari@s debemos asumir la relación afectiva entre iguales, nuestra corresponsabilidad en el trabajo doméstico y la igualdad entre compañer@s de clase independientemente de su sexo y preferencia sexual.
Exigimos también una educación sexual plena y de calidad que no perpetúe los modelos sexuales patriarcales, androcentristas y de heterosexualidad obligatoria, así como reclamamos un acceso a los métodos anticonceptivos de manera cercana, sencilla y gratuita.
Debemos apoyar todos aquellos avances progresivos en los derechos de las mujeres sin hacerle el caldo gordo a la socialdemocracia y desde nuestras posturas propias feministas socialistas y de clase, puesto que el camino de la emancipación de la mujer puede empezar en la igualdad formal en el seno de la sociedad burguesa pero debe acabar en la igualdad de seres libres, sin explotadores ni explotados, del socialismo. Criticamos al feminismo reformista por mantener ilusiones sobre la emancipación de la mujer en el seno del capitalismo, puesto que la hegemonía masculina va aceptar los cambios que no ataquen los cimientos del patriarcado. Esta es la manera en la que el capitalismo asimila al feminismo, lo incorpora a sus filas y lo utiliza como punta de lanza contra el feminismo revolucionario que plantea una incompatibilidad manifiesta entre capitalismo y el proceso de la emancipación de la mujer trabajadora, dado que el control de reproducción de la clase obrera pasa por el control de la sexualidad femenina.
No debemos caer en el error, frecuente del movimiento revolucionario, de esperar a socializar el trabajo doméstico como solución automática y socialista al patriarcado. No hay salto directo del patriarcado capitalista al socialismo antipatriarcal, sino que son dos procesos revolucionarios que deben ir en paralelo y en alianza. Pensar lo contrario supone un idealismo tendencioso, puesto que existe una parte masculina objetivamente beneficiada. También implicaría una ceguera en el análisis sobre cómo funciona y cuál es la raíz del patriarcado, y su persistencia en los países socialistas del pasado siglo. Desde "ayer", debemos tener una actitud revolucionaria activa antipatriarcal en el día a día, independientemente de cuándo y cómo apliquemos nuestro necesario programa socialista antipatriarcal.
“Nada más que una sociedad socialista, con la desaparición del sistema actual dominado por la propiedad privada, desaparecerán las oposiciones sociales entre los poseedores y los que no tienen nada, entre hombres y mujeres, entre el trabajo intelectual y el trabajo manual. La abolición de tal oposición, sea la que sean no puede llegar más que a partir de la lucha de clases misma. Si las mujeres proletarias quieren ser libres, es preciso que unan sus fuerzas a las del movimiento obrero (...) y este punto de vista debe de ser subrayado sin ambigüedad en un periódico dirigido a las mujeres trabajadoras".
Clara Zetkin
“…esta lucha por la promoción femenina no es tarea fácil, ni de un día, pero la visión crítica, realista tanto de nuestra organización como de nuestro Partido, …nos permitirá alcanzar las metas a que justamente aspiramos.”
Vilma Espín
ANTIPATRIARCADO
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Introducción
Como marxistas debemos aproximarnos a la desigual relación de poder entre el hombre y la mujer estudiando el proceso histórico del patriarcado. El propio Engels sitúa el origen de la opresión de las mujeres en el surgimiento de la propiedad privada de la tierra y del ganado. La sociedad se estructuró sobre una división sexual del trabajo donde el valor social del trabajo realizado por las mujeres fue invisibilizado, siendo excluida de la vida pública, del ejercicio del poder y de la toma de decisiones. Sobre esta primera base material, construida socialmente, se ha levantado una ideología patriarcal que ha sabido adaptarse e influenciar a los modos de producción que se han sucedido posteriormente.
El capitalismo no inventó el patriarcado. El capitalismo transforma las relaciones patriarcales, al igual que la existencia previa del patriarcado determina importantes aspectos del sistema capitalista. Ambos sistemas son clasistas y probablemente sea el patriarcado la primera forma de clasismo, muy bien aprovechada siglos después por el capitalismo, hasta el punto de que se hallan actualmente tan estrechamente interrelacionados que difícilmente se puede concebir o explicar un sistema sin el otro. Son dos sistemas independientes que se refuerzan y determinan cada uno por el otro.
El patriarcado no es una cuestión fundamentalmente ideológica, no es sólo un elemento más de la superestructura capitalista. El patriarcado es un sistema de explotación de las mujeres por los hombres. Estos se apropian de trabajos y servicios producidos por las mujeres. Y constituye también un elemento del modo de producción: la producción y reproducción de la gente. El patriarcado ha desarrollado históricamente una enorme capacidad de adaptación al desarrollo económico y en la etapa del capitalismo establece una alianza muy ventajosa para ambos sistemas que se entrelazan como las hebras de una cuerda hasta parecer una misma cosa, alcanzando ambos, mediante el pacto, una fortaleza difícil de doblegar. Como tal sistema, tiene su propia ideología, subsumida en muchos aspectos en la ideología del capitalismo y viceversa.
Engels afirmó con acierto que en la familia el hombre ejercía el rol del burgués y la mujer el del proletario. Al igual que el capitalismo extrae la fuerza laboral durante un tiempo mayor del que paga y se apropia del producto, los hombres históricamente se han apropiado del trabajo de las mujeres gratuitamente o a cambio del sustento (aunque ese sustento varíe mucho según la clase social o el momento histórico). Una estructura similar de explotación, entre el capitalista y el trabajador, y entre el hombre y la mujer.
Actualmente se han operado cambios importantes en el modelo de familia patriarcal. En los últimos 120 años, la mujer ha avanzado en derechos civiles y políticos, como el derecho al voto, el aborto, el divorcio y otros derechos que avanzaban hacia su independencia económica. En este punto hay que señalar dos matices:
1.- Que no todo ha sido un avance lineal, ya que hubo retrocesos como el pacto interclasista del salario familiar a cambio de la vuelta de la mujer al hogar. Esto es una demostración de una comunidad de intereses masculinos independientes a la clase.
2.- Que tampoco todo avance era integralmente positivo, ya que, aunque la mujer se incorporó masivamente al mercado de trabajo, lo hizo en condiciones inferiores a los hombres. Actualmente cobra un 30% menos y ocupa los puestos de menor remuneración y reconocimiento social. En la familia patriarcal moderna, la mujer además carga con la doble jornada de trabajo, dentro y fuera de casa. Carga también con la presión ideológica en última instancia de que es ella la responsable de la esfera familiar. Las mujeres, también, se encuentran con dificultades añadidas a la hora de ocupar determinados puestos, independientemente de la igualdad jurídica existente. Es lo que se ha venido a denominar: "techo de cristal". Es una manifestación, que se expresa en la ascensión profesional, tanto en la asunción de responsabilidades como en su competencia con la fuerza laboral masculina. Este techo de cristal es fruto de una supuesta menor rentabilidad de la trabajadora para los intereses de la empresa concreta, porque se espera que en un momento vital de la mujer se dedicará más a "su" trabajo de cuidados de casa que a su trabajo profesional.
La lucha feminista a lo largo de su historia ha conseguido grandes conquistas en la emancipación de la mujer. La estructura patriarcal no ha sido ajena a estos avances y se ha visto abocada al cambio, al menos en su discurso, para poder seguir presente sin levantar sospechas. Cambiar todo para que nada cambie.
La expresión de la ideología del patriarcado ha tenido que ser suavizada para que su discurso no se torne anacrónico y fuera de lugar; y así, de ésta forma, sus presupuestos básicos puedan seguir formando parte del consenso social dominante. El discurso machista actual sitúa a los hombres como víctimas de los avances feministas, así como culpa de los problemas sociales y de la desestructuración familiar al avance de los derechos de las mujeres.
Recientemente, en el estado español, se han producido manifestaciones en defensa de la familia patriarcal, convocadas por los sectores más reaccionarios entre los que se encuentra la Iglesia Católica.
Iglesia y Patriarcado
El control de la sexualidad es primordial para el sostenimiento del patriarcado. Y en esto, la Iglesia Católica pone mucho esmero. No se debe permitir que el Estado financie a una Iglesia patriarcal. En la lucha por un Estado laico es donde confluyen el movimiento feminista y republicano. Un elemento importante para establecer alianzas entre movimientos populares.
La iglesia mantiene y apuntala tanto al capitalismo como al patriarcado. Son evidentes los beneficios que le reporta el Estado a la Iglesia Católica. Actualmente con la creciente externalización de los servicios sociales se presenta a la iglesia como una importante gestora de éstos; esta gestión genera beneficios económicos para quién lo lleva a cabo. En este sentido consideramos que los Servicios Sociales deben estar prestados por el Estado y que no se deben convertir en una forma de enriquecimiento capitalista a costa de las necesidades sociales. Estas son un derecho y no deben estar sometidas a las leyes del mercado.
No podemos permitir que una organización profundamente patriarcal nos de lecciones de moralidad y de sexualidad. Su posición respecto al aborto y los métodos anticonceptivos genera indirectamente miles de muertes al año. La iglesia se presenta como firme defensora de los valores y familia tradicional. De este modo ejerce un control directo sobre la mujer y su sexualidad, posicionándola en el rol de madre y esposa, señalándola como origen de todos los males por los que debe estar sometida. La iglesia y la derecha caminan de la mano en la perpetuación de las relaciones patriarcales, y niegan el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo.
La ideología dominante de nuestras sociedades no sólo hereda valores judeocristianos como el pacifismo, sino que también nuestro pensamiento está incoado por la interpretación judeocristiana de los órganos sexuales de la mujer, que han sido sacralizados, lo que afecta al imaginario colectivo en relación al placer, la reproducción, la prostitución,… Un ejemplo de esto es el valor otorgado a la virginidad femenina como el mayor atributo de la mujer.
Desde un concepto judeocristiano y patriarcal la sexualidad femenina se ha visto reducida a una función reproductiva, su cuerpo ha sido demonizado a través de la disyuntiva de “o eres buena madre o eres una puta” y ha sido presentado como fuente de males. Es por ello que la homosexualidad femenina es excluida de manera más incisiva en la sociedad, porque rompe con dos piezas fundamentales de la ideología del patriarcado: su función de madre y esposa.
El derecho al placer de la mujer ha sido históricamente negado. Esto se ha visto reflejado en la falta de investigación y de conocimiento de la sexualidad femenina en general. En base a estas creencias se ha hecho una división falsa del orgasmo feminismo, entre vaginal y clitoriano, utilizando esta distinción para apuntalar el falocentrismo dominante.
El cuerpo y la sexualidad de la mujer son elementos usados como públicos. A través de la publicidad y de la industria de la moda se nos presenta al cuerpo de la mujer como un escaparate. La mujer está sometida a unos cánones de belleza estrictos que hacen que adquiera valor en la sociedad y a ojos de los hombres. Se valora a la mujer por su cuerpo y su apariencia física. Se mantiene a la mujer atada a yugos sociales que la hacen esclava de su imagen, una imagen para los demás. Ejemplo de ello es como las industrias del sexo están subordinadas al placer masculino.
Patriarcado y relaciones afectivas
Dentro de las relaciones entre hombres y mujeres, enmarcadas dentro del patriarcado encontramos también intercambio desigual en cuanto a afectos. La ideología patriarcal forma parte de la ideología dominante, por tanto, nuestra conciencia no es ajena a ella. Se nos educa sobre unos roles de género, en base a lo que la sociedad espera que seamos como hombres o como mujeres.
Las identidades se han construido en mayor o menor medida en base a estas ideas. La estructura patriarcal ha tejido una tupida red de nudos que hace que las condiciones materiales del patriarcado sean perpetuadas por la inercia de nuestros sentimientos e identidad más profunda. No existe neutralidad o normalidad frente al patriarcado. Hay que romper de lleno con las concepciones estereotipadas y encorsetadas. Tenemos que trabajar sobre nuevas formas de relaciones y nuevos modelos familiares.
Dentro de la estructura patriarcal capitalista, la mujer cumple una función de cuidadora en el sentido más amplio del término. Estos cuidados son recibidos por el hombre en el seno familiar. Cargan a la mujer con el cuidado material y emocional de la persona, tal y como establece el patriarcado como una función natural e intrínseca a la mujer. No solo la mujer no es cuidada en igual medida sino que no se reconoce el esfuerzo que supone llevar a cabo esta función ni su coste emocional y material (menos promoción profesional, menos ocio, menos red social,…). Cuida pero no tiene derecho a ser cuidada. Su labor no se reconoce, porque se considera una labor secundaria, difícilmente cuantificable y que además se justifica que se realiza casi por si sola,… de manera “natural”. La mujer ha sido educada para ser pasiva, obediente, para satisfacer las necesidades de los demás.
Dentro de las relaciones afectivas y de género, encontramos una de las más flagrantes manifestaciones del patriarcado: la violencia de género. La violencia de género es aquella que se ejerce contra la mujer por el mero hecho de serlo. Es una violencia que se ejerce contra ella, para someterla y mantenerla dentro del rol socialmente asignado. Es una forma de control y sometimiento. Hay que entenderla como una violencia basada en el género que incluye todo tipo de violencia, ya sea que ocurra en la vida pública o en la privada.
La violencia de género dentro de la pareja no debemos entenderla como un hecho puntual, ya que detrás de la agresión física hay toda una historia de desvalorizaciones, humillaciones y maltrato psicólogico. El hombre que ejerce la violencia de género no tiene ninguna patología ni enfermedad, sino que a través de la violencia intenta someter y mantener a la mujer donde el quiere que este situada, trabajando para él, ejerce la violencia de forma controlada y con un objetivo concreto.
Ante esta violencia no podemos permanecer impasibles ni pensar que son casos aislados de hombres violentos sino que debemos analizarlo como el resultado de una cultura patriarcal que entiende a las mujeres como propiedad de los hombres. No podemos mirar para otro lado.
En este sentido se han producido avances legislativos necesarios. Estos deben ir acompañados de una educación social y dentro del marco de las instituciones que trabajan directamente esta problemática. No se trata de parchear los problemas sino entenderlos en toda su dimensión y trabajar no solo con la mujer sino en la sociedad. No caigamos en el error de victimizar doblemente a la mujer tutorizándola a través de las instituciones, sino que a través de estas se dote de las herramientas necesarias materiales y emocionales para la consecución de una autonomía real. Debemos entender a la mujer como sujeto activo, protagonista de su propio cambio. La realidad de la mujer inmigrante se tiene que analizar desde la perspectiva de las dificultades jurídicas y sociales en relación a su situación administrativa y legal, derivada de la injusta ley de extranjería. La mujer 'sin papeles' soporta dificultades añadidas reforzando el miedo a denunciar.
Dentro de la ideología del patriarcado, no hay detalles que se puedan considerar baladí. Chistes, refranes, lenguaje sexista así como palabras con connotaciones positivas o negativas según su género, no son anecdóticas, sino que son la expresión de siglos de patriarcado, cumpliendo la función objetiva de “consigna” ideológica patriarcal. En ese sentido consideramos muy importante que utilicemos un lenguaje no sexista. El lenguaje no sólo representa la realidad social sino que es un instrumento para el cambio, dado que existe una relación dialéctica entre lenguaje y pensamiento. En ese sentido, también hay que disputarle la hegemonía del lenguaje a la ideología dominante para que las realidades revolucionarias de mañana sean expresadas en lenguaje de hoy.
Contradicciones dentro del feminismo burgués: discurso y práctica
La política feminista burguesa del gobierno del PSOE nos muestra tanto los límites de la acción legislativa en la sociedad capitalista como el simbolismo reaccionario que supone colocar a una mujer en la cúspide de la institución más fascista del Estado: el ejército. El gobierno de Zapatero ha intentado dar una imagen de izquierda feminista al enfrentarse mediáticamente, a cuenta del aborto, contra la cavernaria Conferencia Episcopal, subvencionada por el Estado. Esta reforma de la ley del aborto, anunciada a bombo y platillo como un gran avance, no supone una ampliación cualitativa de derechos porque:
No se saca totalmente del código penal.
Sigue sin estar incluido en la red sanitaria pública, recayendo el gasto en las economías de las mujeres (especialmente injusto para las clases bajas) y potenciando el negocio privado.
No explica cómo va a regular la objeción de conciencia entre los médicos de la sanidad pública.
Sigue manteniendo unos plazos para poder abortar. Fuera de esos plazos quedan mujeres totalmente desprotegidas por la ley, sin tener en cuenta su situación social y sin especificar en qué situación legal quedarían.
La contradicción fundamental del feminismo burgués, y por tanto, del actual gobierno, es que mientras por un lado intenta apuntalar la igualdad formal entre hombre y mujer, a través de discriminación positiva, por otro lado tiene una política capitalista tanto de privatización de los servicios públicos como de precarización de las relaciones laborales, cuyas consecuencias son soportadas por las mujeres de las familias obreras, que actúan de colchón social gratuito para el Estado y los capitalistas. En el caso de las mujeres de las familias pobres, ante menores ingresos familiares (crisis capitalista; precarización) y menores derechos sociales (incluyendo el acceso a la vivienda), se agudiza la doble jornada laboral. Al entrar menos dinero en casa, se amplía la jornada laboral doméstica (cuidados, comidas, limpieza...), asimismo se refuerza también en la medida que no se disponga de renta suficiente para comprar servicios de trabajo doméstico en el mercado. Este tipo de trabajo doméstico remunerado en el mercado es el que quiere impulsar el gobierno, como lo demuestra su apuesta por los servicios privados de cuidados a través de la ley de dependencia. Desde nuestra perspectiva, esta ley no satisface las necesidades sociales, por la escasez de las ayudas directas, ni tampoco rompe con el patriarcado, al formar un nuevo ejército laboral feminizado y precarizado -por ser un trabajo patriarcalmente devaluado-, con alto componente de trabajadoras inmigrantes, de las que pueden abusar por su indefensión laboral (triplemente explotadas).
Debemos tener en cuenta en el caso de la ama de casa, que al carecer de contrato, no dispone de derechos laborales tales como vacaciones, descansos, bajas, pensión y jubilación.
Cuantificación del trabajo doméstico: valor del uso sin valor de cambio
Uno de los hallazgos teóricos fundamentales de Carlos Marx fue la producción de plusvalía en el modo de producción capitalista. Tuvo y tiene gran relevancia científica y política porque ponía luz sobre la explotación económica de la clase trabajadora, por parte de los capitalistas, independientemente de la connotación moral que imprime la ideología burguesa a la palabra "explotación", como si sólo fuera un "exceso" de un empresario "sin escrúpulos" que actúa "ilegalmente". En la batalla teórica entre las teorías del valor, de la Economía política clásica y marxista, por un lado, y la teoría del valor burguesa austriaca, por otro, se ubica la disputa entre lo que es mesurable o no (si se puede medir el valor). Mientras que los burgueses afirman que la fuente del valor de las mercancías está en la utilidad subjetiva del consumidor, los marxistas sostienen que se encuentra en la cantidad de trabajo socialmente necesaria para su producción. No es una cuestión baladí, porque si se acepta la primera, desaparece la explotación puesto que el mercado pone "precios justos" a cada mercancía, también a la fuerza de trabajo.
Esa tendencia hacia "la cuantificación mercantil" de los economistas marxistas de todo trabajo, se vio reflejado en algunas interpretaciones reaccionarias del trabajo doméstico, como si no constituyera una explotación porque esa relación laboral no estuviera vinculada a un contrato asalariado de la mujer hacia su patrón, el hombre. Esta interpretación de entrada no se sostiene porque nadie puede negar que en sociedades precapitalistas, sin trabajo asalariado (fuerza de trabajo mercantilizada), existía explotación. Ejemplos son muchos, sólo basta recordar a los vasallos y los esclavos, que no son seres, precisamente, libres de explotación.
Tampoco se sostiene la "cuantificación mercantil" desde el punto de vista de la teoría del valor, porque su sustrato no se basa en unidades monetarias, sino en unidades de tiempo. Así pues, el trabajo doméstico no afectivo se puede cuantificar perfectamente, tanto en su impacto en la economía nacional (algunos estudios lo cifran en 30% del PIB), como en la demostración de la explotación en el hogar patriarcal, a pesar de las dificultades analíticas que nos constituye tratar con un trabajo que tiene un valor de uso sin un valor de cambio establecido. Cosas de las sociedades mercantiles, donde tendemos a monetizar el valor o a desvalorizar lo no monetario. En ese sentido, feministas marxistas como Mila de Frutos demuestran materialmente la explotación patriarcal en el interior de las casas obreras, teniendo su reflejo mercantil, entre otros factores, en la desigualdad salarial por sexos: "A pesar de que la fuerza de trabajo masculina y la fuerza de trabajo femenina son dos mercancías en principio idénticas, obtienen distinto valor porque el trabajo familiar que realizan las mujeres a favor de los hombres se transforma en valor añadido sobre la mercancía “fuerza de trabajo masculina”, la cual se vende en el mercado un 30 por ciento aproximadamente más cara que la femenina".
De esa situación se benefician en primer lugar la clase de los capitalistas (obtienen más plusvalía relativa) y su Estado burgués (menos gasto social), que siempre instrumentalizan el patriarcado a su favor. Sin embargo, es necesario reconocer, que en el interior de las familias patriarcales obreras, se beneficia el varón.
Los límites de la cuantificación del trabajo en tiempo en el intercambio afectivo
Además del error de la "cuantificación mercantil", tampoco podemos dogmatizar la "cuantificación temporal" del trabajo. Son herramientas para aprender de la realidad, pero no son las únicas para descubrir los procesos materiales realmente existentes. Un sistema de medición permite hacer visible algunos procesos y otros no, lo importante es descubrir la realidad material. Cuando se produce un intercambio desigual de afectos entre hombre y mujer, siendo la segunda la que tiene, según el patriarcado, unos deberes maternales y emocionales superiores al hombre, también supone una enajenación de trabajo ajeno. Casi imposible, en el caso afectivo, de cuantificar. Lo importante es entender la injusta desigualdad de esta explotación emocional.
En definitiva, todas aquellas interpretaciones ortodoxas sobre la opresión patriarcal sin explotación están en tela de juicio. El racismo y el imperialismo, sí que han sido analizados teóricamente por marxistas para desvelar que son herramientas opresoras de explotaciones específicas, sin embargo, el patriarcado encuentra más resistencias porque no sólo las tenemos en nuestra ciudad metrópoli sino que esas contradicciones están más cerca y más profundas: en nuestra casa, nuestro curro, nuestra militancia.
Incluso en las sociedades burguesas donde institucionalmente el machismo está menos representado (países europeos nórdicos), tanto por sus sistemas públicos como en la igualación de salarios, encontramos unos niveles de violencia patriarcal desproporcionados, que pueden interpretarse como resistencias a la renuncia de privilegios masculinos. Una renuncia necesaria para la emancipación de la mujer.
La lucha antipatriarcal
Los y las revolucionari@s debemos asumir la relación afectiva entre iguales, nuestra corresponsabilidad en el trabajo doméstico y la igualdad entre compañer@s de clase independientemente de su sexo y preferencia sexual.
Exigimos también una educación sexual plena y de calidad que no perpetúe los modelos sexuales patriarcales, androcentristas y de heterosexualidad obligatoria, así como reclamamos un acceso a los métodos anticonceptivos de manera cercana, sencilla y gratuita.
Debemos apoyar todos aquellos avances progresivos en los derechos de las mujeres sin hacerle el caldo gordo a la socialdemocracia y desde nuestras posturas propias feministas socialistas y de clase, puesto que el camino de la emancipación de la mujer puede empezar en la igualdad formal en el seno de la sociedad burguesa pero debe acabar en la igualdad de seres libres, sin explotadores ni explotados, del socialismo. Criticamos al feminismo reformista por mantener ilusiones sobre la emancipación de la mujer en el seno del capitalismo, puesto que la hegemonía masculina va aceptar los cambios que no ataquen los cimientos del patriarcado. Esta es la manera en la que el capitalismo asimila al feminismo, lo incorpora a sus filas y lo utiliza como punta de lanza contra el feminismo revolucionario que plantea una incompatibilidad manifiesta entre capitalismo y el proceso de la emancipación de la mujer trabajadora, dado que el control de reproducción de la clase obrera pasa por el control de la sexualidad femenina.
No debemos caer en el error, frecuente del movimiento revolucionario, de esperar a socializar el trabajo doméstico como solución automática y socialista al patriarcado. No hay salto directo del patriarcado capitalista al socialismo antipatriarcal, sino que son dos procesos revolucionarios que deben ir en paralelo y en alianza. Pensar lo contrario supone un idealismo tendencioso, puesto que existe una parte masculina objetivamente beneficiada. También implicaría una ceguera en el análisis sobre cómo funciona y cuál es la raíz del patriarcado, y su persistencia en los países socialistas del pasado siglo. Desde "ayer", debemos tener una actitud revolucionaria activa antipatriarcal en el día a día, independientemente de cuándo y cómo apliquemos nuestro necesario programa socialista antipatriarcal.
“Nada más que una sociedad socialista, con la desaparición del sistema actual dominado por la propiedad privada, desaparecerán las oposiciones sociales entre los poseedores y los que no tienen nada, entre hombres y mujeres, entre el trabajo intelectual y el trabajo manual. La abolición de tal oposición, sea la que sean no puede llegar más que a partir de la lucha de clases misma. Si las mujeres proletarias quieren ser libres, es preciso que unan sus fuerzas a las del movimiento obrero (...) y este punto de vista debe de ser subrayado sin ambigüedad en un periódico dirigido a las mujeres trabajadoras".
Clara Zetkin