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Bueno, no estoy de acuerdo con algunas cosas de la entrevista, que además, por cierto, tiene varios años y originalmente es de un medio burgués (aunque yo la encontré en una página comunista), pero a pesar de eso me ha parecido interesante, aunque solo sea por la curiosidad.
En algún momento de los años 70 The New York Times publicó una foto con el comentario siguiente: "Leonid Brezhniev, Aleksei Kosiguin y János Kádár. No se conoce la identidad de la mujer". La mujer, Nadia Barta, bromea sobre el asunto: "Pues qué mal trabajo hacen los servicios secretos norteamericanos".
Leonid Brezhniev, János Kádár y el primer ministro soviético Kosiguin con la intérprete, Nadia Barta.
El destino de muchos rusos y húngaros se ha entrelazado en el último siglo, y la historia de la familia de Nadia lo refleja perfectamente. Sus abuelos huyeron de Odessa a Budapest ante los pogromos judios, su padre creció aquí en Budapest, más tarde volvió a Rusia, y acabaría muriendo en un campo de la URSS, en la época de Stalin. Su esposa y su hija llegaron en 1948 a Hungría con varios cientos de mujeres: la mayoría de sus padres, comunistas, habían sido víctimas del terror de los años 30. Nadia tenía entonces veintidos años. Durante muchos años se sintió una extranjera en Hungría, Solo años después le vino el reconocimiento, no solo era rusa, sino también húngara. Su primer trabajo fue en una empresa de petróleo mixta húngaro-soviética, allí empezó su carrera de intérprete y traductora. En 1960 empezó a trabajar para János Kádár y hasta la muerte del político húngaro fue siempre miembro de su secretaría personal.
Estamos en una vivienda modesta según los cánoes actuales, en el distrito VI de Budapest, no lejos de la Plaza de los Héroes. Las paredes desde el techo hasta el suelo están cubiertas por estanterías. En una de ellas hay un pequeño retrato de János Kádar, el Jefe, del tamaño de un carnet: la mujer usa hasta hoy esta expresión, el Jefe.
- En la actualidad se escribe mucho sobre János Kádár. ¿Lee estos libros?
- No todos. Hace poco leí un libro de Tibor Huszár. Era más o menos objetivo aunque no hay dentro mucha simpatía. El año pasado la revista de historia Rubicon, se ocupó en dos números completos de la figura de Kádár, estos también los leí. Creo que la historia lo pone todo en su lugar, y a János Kádár solo la próxima generación lo valorará de verdad. Por el momento, nosotros, tantos sus amigos como sus enemigos, solo difícilmente podemos crearnos una imagen objetiva sobre él.
- ¿No quiere usted escribir sus recuerdos sobre Kádár y su época?
- No. Al principio pensaba que el Jefe ya no está entre los vivos y no me dió permiso para escribir lo que fue. Y por otro lado yo misma he empezado a olvidar las cosas. Y no solía tomar apuntes. Soy una anciana, en mayo cumplí setenta y cinco años.
- ¿Quíen fue, cómo ha quedado para usted János Kádár?
- Siempre lo he considerado, también en la actualidad, un gran hombre, una personalidad histórica, a pesar de que siempre siguió siendo una persona sencilla. Estudió ocho cursos en la escuela, pero siempre leyó mucho y por eso tenía una gran cultura, era un hombre reflexivo. Hombres así nacen una vez cada siglo, o menos incluso. No es casual que permaneciera en el poder treinta y dos años, tampoco lo es que la mayoría de los húngaros guarden hasta hoy un buen recuerdo sobre él, a pesar de que en la actualidad está de moda manchar su recuerdo. Trabajé con él veintinueve años y llegué a conocerlo bien tanto como hombre de estado como persona. Su secretaría personal consistía en dos personas. Si viajaba a algún sitio siempre lo hacía con el menor número posible de personas, en ese sentido era bastante puritano.
- ¿En esto se diferenciaba de los demás dirigentes comunistas?
- Sí, principalmente en eso. Kádár servía a la idea, no al interés material. Cuando le preguntaron, en una ocasión, de qué tenía miedo, respondió en broma: "Sobre todo de dos cosas: el dentista y el poder".
- ¿Cómo era la relación de Kádár con los dirigentes soviéticos?
- Sobre todo sentía simpatía por Jruschov, que lo trataba como si fuera su hermano menor o su hijo. Confiaba tanto en él que a veces los llevó a reuniones cerradas del partido donde no podían entrar extranjeros. Cuando lo destituyeron estábamos en Polonia. La noticia afectó al Jefe. Tras lo sucedido, él fue el único en todo el campo socialista que se expresó con reconocimiento sobre él, lo cual tuvo mucha importancia entonces. Más tarde viajó a Moscú, donde le dijo a Brezhniev que en su opinión la destitución de Jruschov fue algo incorrecto.
- ¿Brezhniev aceptó esa opinión?
- No le gustó nada. Hablaron cara a cara, solo estábamos tres en la habitación. Brezhniev no quería que nadie más escuchara lo que decía Kádár. Después la relación entre ellos se hizo algo tensa, pero con el tiempo, volvió a mejorar. Por otro lado se podía trabajar bien con Brezhniev en los primeros años de su llegada al poder, se podía discutir con él; lamentablemente después envejeció a ojos vistas, desde finales de los años setenta. En cambio Kádár permaneció igual que en los primeros años de su gobierno. Una vez, en Moscú - esto sucedió a finales de los setenta- se encontró con Mikoyan, éste se acercó a él y le dijo: "Le conozco desde hace años, y veo que no ha cambiado en absoluto. Entre los dirigentes eso no ha pasado nunca". Cuando dejamos las residencias señaladas para la delegación húngara, el Jefe siempre recorría todas las habitaciones para despedirse de cada uno de los trabajadores y agradecerles su trabajo. Esto lo hizo en muchos sitios.
- ¿También se comportaba así en Hungría?
- Si. Después de 1956 introdujo un sistema donde los dirigentes tenían que pagar por todo. Hasta entonces tenían casa gratis y en la práctica tenían manutención completa. Kádár eliminó todo esto. Un despilfarro de las arcas del estado al nivel que había en la URSS u otros países socialistas nunca se dió en Hungría.
- ¿Qué relación tenía Kádár con Gorbachov? He oído que no le tenía mucho aprecio. ¿Es cierto?
- Al principio tenían buena relación. Cuando inició la perestroika, ya como secretario general, parecía que iba a mover montañas de su sitio. Después quedó claro que hablaba mucho pero hacía poco. Kádár vió que Gorbachov no hacía más que retroceder y en los últimos años se volvió muy exceptico respecto a su persona. Kádár apoyaba la perestroika, él también pensaba que era posible reformar el régimen socialista. Quería continuar las reformas económicas que se habían comenzado en Hungría en 1968 y que la URSS ordenó finalizar tras los acontecimientos de Checoslovaquia. A pesar de la oposición de muchos, Kádár consiguió que Hungría entrara en el Fondo Monetario Internacional. Por ese paso los dirigentes occidentales lo tenían mucho respeto, por ejemplo Helmut Schmidt y Willy Brand. En una ocasión alguien llegó incluso a decirle: es usted tan buena persona y tan buen dirigente, una lástima que sea comunista.
- ¿Temía Kádár la repetición de los acontecimientos de 1956?
- No. Los soldados rusos estaban aquí, claro, pero se ocupaban de otras cuestiones. No había ninguna señal de que se fuera a repetir de nuevo. La sociedad se había consolidado y Kádár no preparaba ningún paso radical en relación con la URSS y se esforzó en convencer a sus dirigentes de que Hungría tenía sus rasgos peculiares. El mérito de Kádár fue que aseguró un camino autónomo para Hungría, en la medida de lo posible, claro está.
- ¿Era difícil traducir a Kádár al ruso?
- No, porque siempre hablaba con claridad y de manera comprensible. Me encataba traducir sus conversaciones con Andrópov, siempre era la conversación de dos hombres inteligentes. Andrópov destacaba de entre los demás dirigentes de la URSS por su sentido excepcional y su inteligencia. No solo amaba la poesía, también la escribía.
- ¿Y a quíen fue más difícil traducir?
- A Mikoyan. Solo hice de intérprete una vez con él, fue cuadno habló en el parlamento, aquí en Hungría, desde entonces tengo problemas con la tensión. El discurso de Mikoyan lo dieron en directo en la televisión en Moscú y Budapest. Era casi imposible enteder lo que decía. Tenía un acento muy fuerte y además se comía las palabras, sencillamente no pronunciaba la mitad de las palabras. Así que entré en pánico, pero de alguna manera conseguí traducir el discurso. Por otro lado, en Moscú, mis colegas que hablaban húngaro me dijeron que prefirieron escuchar mi traducción antes que el original porque se entendía mejor.
- Durante su trabajo con Kádár, ¿cómo se comportaron con usted los distintos dirigentes? La veían solo como intérprete o como mujer.
- Las dos cosas. En una ocasión Brezhniev llegó en tren a Budapest. Fuimos a esperarlo a la estación. Brezhniev bajó al andén y de pronto se dio la vuelta y volvió al vagón, nadie entendía lo que pasaba, resultó que había olvidado allí una ramo de rosas que había traído para mí.
- Como intérprete de János Kádár, pudo echar un vistazo a los secretos más importantes del país, e incluso del Pacto de Varsovia. ¿Estaba protegida por los servicios secretos?
- No, que va. A nadie se le ocurrió algo así. Ni siquiera en la Avenida Gorki, donde vivíamos antes, o aquí, nadie vigilaba la casa. En Hungría había solo tres hombres con guardaespaldas constante: Kádár era uno de ellos. JUnto a otros dirigentes, era el conductor del coche el que cumplía las tareas de guardaespaldas.
- Si a pesar de todo decidiera escribir sus recuerdos, ¿qué escribiría en el libro?
- Puesto solo lo que le acabo de contar a Usted.
Bueno, no estoy de acuerdo con algunas cosas de la entrevista, que además, por cierto, tiene varios años y originalmente es de un medio burgués (aunque yo la encontré en una página comunista), pero a pesar de eso me ha parecido interesante, aunque solo sea por la curiosidad.