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La Internacional Comunista y la Internacional Sindical Roja
III CONGRESO DE LA INTERNACIONAL COMUNISTA (22 de junio-12 de julio de 1921)
I
La burguesía mantiene en la esclavitud a la clase obrera no solamente por la fuerza bruta sino también por medio de la mentira refinada. La escuela, la iglesia, el parlamento, las artes, la literatura, la prensa cotidiana, son otros tantos poderosos instrumentos de que se vale la burguesía para embrutecer a las masas obreras y lograr que penetren las ideas burguesas en el proletariado.
Entre esas ideas burguesas que la clase dominante ha logrado infiltrar en las masas trabajadoras, se halla la idea de la neutralidad de los sindicatos, de su carácter apolítico, ajeno a todo partido.
Desde las últimas décadas de la historia contemporánea y en particular desde el fin de la guerra imperialista, en toda Europa y América, los sindicatos son las organizaciones más numerosas del proletariado. En ciertos Estados abarcan a toda la clase obrera sin excepción. La burguesía comprende perfectamente que el destino del régimen capitalista depende actualmente de la postura de esos sindicatos con respecto a la influencia burguesa universal y de la actitud de sus lacayos socialdemócratas para mantener a cualquier precio a los sindicatos cautivos de las ideas burguesas.
La burguesía no puede invitar abiertamente a los sindicatos obreros a apoyar a los partidos burgueses. Por eso los invita a no sostener a ningún partido, sin exceptuar al partido del comunismo revolucionario.
La divisa de la “neutralidad” o del “apoliticismo” de los sindicatos tiene ya tras suyo un largo pasado. En el curso de una docena de años esta idea burguesa fue inoculada a los sindicatos de Inglaterra, Alemania, EE.UU. y otros países, tanto a los jefes de los sindicatos burgueses en la Hirsch-Dunker como a los dirigentes de los sindicatos clericales y cristianos, tanto a los representantes de los llamados sindicatos libres de Alemania como a los líderes de las viejas y pacíficas tradeuniones inglesas, y a muchos otros partidarios del sindicalismo. Legien, Gompers, Jouhaux, Sidney Webb predicaron durante años a los sindicatos la neutralidad.
En realidad, los sindicatos nunca fueron neutrales y no habrían podido serlo, aun si lo hubiesen querido. La neutralidad de los sindicatos sólo podría causar daño a la clase obrera, pero además es irrealizable. En el duelo entre el trabajo y el capital, ninguna gran organización obrera puede permanecer neutral. En consecuencia, los sindicatos no pueden quedar al margen en la pugna entre los partidos burgueses y el partido del proletariado. Los partidos burgueses se dan cuenta perfectamente de ello. Pero así como la burguesía tiene necesidad de que las masas crean en la vida eterna, también necesita que se crea que los sindicatos pueden ser apolíticos y pueden conservar la neutralidad respecto al partido comunista obrero. Para que la burguesía pueda continuar dominando y oprimiendo a los obreros y obtener la plusvalía, no necesita sólo del sacerdote, del policía, del general, sino también del burócrata sindical, el “líder obrero” que predica a los sindicatos obreros la neutralidad y la indiferencia ante la lucha política.
Aún antes de la guerra imperialista, la falsedad de esta idea de neutralidad fue cada vez más evidente para los proletarios conscientes de Europa y América. A medida que los antagonismos sociales se agudizan, la mentira es más innegable. Cuando comenzó la carnicería imperialista, los antiguos jefes sindicales se vieron obligados a arrojar la máscara de la neutralidad y a marchar francamente cada uno con “su” burguesía.
Durante la guerra imperialista, todos los socialdemócratas y los sindicalistas, que habían pasado años predicando la indiferencia política en los sindicatos, lanzaron a esos mismos sindicatos al servicio de la más sangrienta y vil política de los partidos burgueses.
Ellos, ayer campeones de la neutralidad, actúan ahora como los agentes declarados de un determinado partido político, exceptuando uno solo, el partido de la clase obrera.
Luego de la finalización de la guerra imperialista, esos mismos dirigentes socialdemócratas y sindicalistas tratan nuevamente de imponer a los sindicatos la máscara de la neutralidad y el apoliticismo. Habiendo pasado el peligro militar, los agentes de la burguesía se adaptan a las nuevas circunstancias y tratan de desviar a los obreros del camino revolucionario y conducirlos por el de la burguesía.
La economía y la política siempre han estado indisolublemente ligadas entre sí. Ese nexo es particularmente fuerte en épocas como las actuales. No hay un solo problema importante de la vida política que no interese a la vez al partido obrero y al sindicato obrero.
Cuando en Francia el gobierno imperialista decreta la movilización de ciertas clases para ocupar la cuenca del Ruhr o para oprimir a Alemania en general, ¿un sindicato francés realmente proletario puede afirmar que ese es un problema estrictamente político que no debe interesar a los sindicatos? ¿Un sindicato francés verdaderamente revolucionario puede declararse “neutral” o “apolítico” respecto a ese problema?
O bien, si inversamente en Inglaterra se produce un movimiento puramente económico como la última huelga de mineros, ¿el partido comunista tiene el derecho de decir que este problema no le concierne e interesa solamente a los sindicatos? Cuando se inicia la lucha contra la miseria y la pobreza agudizadas por millones de desocupados, cuando se está obligado a plantear prácticamente el problema del embargo de las viviendas burguesas para subvenir a las necesidades del proletariado, cuando masas cada vez más numerosas de obreros están obligadas por la vida misma a considerar la posibilidad de una lucha armada, cuando en uno u otro país los obreros organizan la ocupación de las fábricas, decir que los sindicatos no deben mezclarse en la lucha política o deben permanecer “neutrales” con respecto a los partidos es, en realidad, ponerse al servicio de la burguesía.
Pese a toda la diversidad de sus denominaciones, los partidos políticos de Europa y de América pueden ser divididos en tres grandes grupos: 1) los partidos de la burguesía, 2) los partidos de la pequeña burguesía (sobre todo el socialdemócrata), 3) el partido del proletariado (los comunistas). Los sindicatos que se proclaman “apolíticos” y “neutrales” con respecto a esos tres grupos no hacen sino ayudar, en realidad, a los partidos de la pequeñaburguesía y de la burguesía.
II
La asociación sindical de Ámsterdam es una organización en la que se reúnen y fraternizan las Internacionales dos y dos y media. Esta organización es considerada por toda la burguesía con esperanza y solicitud. La gran idea de la Internacional sindical de Ámsterdam es, en este momento, la neutralidad de los sindicatos. No es casual que esta divisa sirva a la burguesía y a sus lacayos socialdemócratas o sindicalistas de derecha como medio para tratar de reunir nuevamente a las masas obreras de Occidente y América. Mientras que la Segunda Internacional política, al colocarse abiertamente de parte de la burguesía, fracasó lamentablemente, la Internacional de Ámsterdam, que intenta nuevamente encubrirse tras la idea de neutralidad, aún tiene cierto éxito.
Con la consigna de la “neutralidad”, la Internacional sindical de Ámsterdam se encarga de las operaciones más difíciles y sucias de la burguesía: sofocar la huelga de mineros en Inglaterra (como aceptó hacerlo el famoso J. H. Thomas, que es a la vez el presidente de la II Internacional y uno de los líderes más conocidos de la Internacional sindical amarilla de Ámsterdam), disminuir los salarios, organizar el saqueo sistemático a los obreros alemanes debido a los pecados de Guillermo y de la burguesía imperialista alemán. Leipart y Grassmann, Wissel y Bauer, Robert Schmidt y J. H. Thomas, Albert Thomas y Jouhaux, Daszynski y Zulavski, todos ellos se han distribuido los papeles: unos, viejos dirigentes sindicales, participan actualmente en los gobiernos burgueses en calidad de ministros, de comisarios gubernamentales o de funcionarios en general, mientras que otros, totalmente solidarios de los primeros, siguen al frente de la Internacional sindical de Ámsterdam para predicar a los obreros sindicados la neutralidad política.
La Internacional sindical de Ámsterdam constituye actualmente el principal apoyo del capital mundial. Es imposible combatir victoriosamente esta fortaleza del capitalismo si antes no se comprende la necesidad de combatir la falsa idea del apoliticismo y de la neutralidad de los sindicatos. A fin de poseer un arma conveniente para derrotar a la Internacional amarilla de Ámsterdam, es preciso ante todo establecer relaciones mutuas, claras y precisas, entre el partido y los sindicatos en cada país.
III
El Partido comunista es la vanguardia del proletariado, la vanguardia que reconoció perfectamente las vías y medios para liberar al proletariado del yugo capitalista y que por esa razón aceptó conscientemente el problema comunista.
Los sindicatos son la organización más masiva del proletariado, que tiende cada vez más a abarcar sin excepción a todos los obreros de cada sector de la industria y a ingresar en sus filas no solamente a los comunistas conscientes sino también a las categorías intermedias y hasta totalmente atrasadas de trabajadores, que van conociendo paulatinamente el comunismo a través de las experiencias de la vida.
El papel de los sindicatos en el período que precede al combate del proletariado por la conquista del poder, durante ese combate y luego, después de la conquista, difiere en muchos aspectos pero siempre, antes, durante y después, los sindicatos siguen siendo una organización más vasta, más masiva, más general que el partido, y en relación con este último desempeñan hasta cierto punto el papel de la circunferencia con relación al centro. Antes de la conquista del poder, los sindicatos verdaderamente proletarios organizan a los obreros principalmente en el orden económico para la conquista de posibles mejoras, para el total derrocamiento del capitalismo, pero en un primer plano de toda su actividad figura la organización de la lucha de las masas proletarias contra el capitalismo en vistas a la revolución proletaria.
Durante la revolución proletaria, los sindicatos realmente revolucionarios organizan, junto con el partido, a las masas para el asalto a las fortalezas del capital y se encargan de los primeros trabajos de organización de la producción socialista.
Luego de la conquista y el afianzamiento del poder proletario, la acción de los sindicatos se traslada sobre todo al campo de la organización económica y consagra casi todas sus fuerzas a la construcción del edificio económico sobre bases socialistas, convirtiéndose así en una verdadera escuela práctica del comunismo.
Durante esas tres fases de la lucha del proletariado, los sindicatos deben apoyar a su vanguardia, el partido comunista, que dirige la lucha proletaria en todas sus etapas. Al efecto, los comunistas y los elementos simpatizantes deben constituir en el seno de los sindicatos agrupaciones comunistas totalmente subordinados al partido comunista en su conjunto.
La táctica consistente en formar agrupaciones comunistas en cada sindicato, formulada por el 2º Congreso Universal de la Internacional comunista, fue verificada totalmente durante el año transcurrido y dio resultados considerables en Alemania, Inglaterra, Francia, Italia y en muchos otros países. Si por ejemplo grupos importantes de obreros, poco fogueados e insuficientemente experimentados en política, salen de los sindicatos socialdemócratas libres de Alemania porque perdieron toda esperanza de obtener una ventaja inmediata con su participación en esos sindicatos libres, ese hecho no debe en ningún caso modificar la actitud de principio de la Internacional comunista con respecto a la participación comunista en el movimiento profesional. El deber de los comunistas consiste en explicar a todos los proletarios que la salvación no reside en salir de los antiguos sindicatos para crear otros nuevos o para dispersarse en una multitud de hombres desorganizados, sino en hacer la revolución en los sindicatos, en acabar con el espíritu reformista y la traición de los líderes oportunistas para hacer de esas organizaciones un arma activa del proletariado revolucionario.
IV
Durante el próximo período, la tarea capital de todos los comunistas es la de trabajar con energía, perseverancia, encarnizamiento para conquistar a la mayoría de los sindicatos. En ningún caso los comunistas deben dejarse desanimar por las tendencias reaccionarias que se manifiestan actualmente en el movimiento sindical y tienen que dedicarse, mediante la más activa participación en todos los combates cotidianos, a conquistar a los sindicatos para el comunismo pese a todos los obstáculos y las oposiciones.
El mejor indicio de la fuerza de un partido comunista es la influencia real que ejerce sobre las masas de obreros sindicados. El partido debe saber ejercer la influencia más decisiva sobre los sindicatos sin someterlos a la menor tutela. El partido tiene células comunistas en determinados sindicatos, pero el sindicato no está sometido a él. Sólo mediante un trabajo continuo, sostenido y abnegado de las células comunistas de los sindicatos, el Partido puede llegar a provocar una situación en la que todos los sindicatos sigan voluntariamente y con fervor los consejos del partido.
En los sindicatos franceses se observa un excelente proceso de fermentación. Los obreros se reponen finalmente de la crisis del movimiento obrero y comienzan en la actualidad a condenar la traición de los socialistas y de los sindicalistas reformistas.
Los sindicalistas revolucionarios aún están imbuidos, en cierta medida, de prejuicios contra la acción política y contra la idea del partido político proletario. Profesan la neutralidad política tal como fue expresada en 1906 en la Carta de Amiens. La posición confusa y falsa de esos elementos sindicalistas-revolucionarios implica el mayor peligro para el movimiento. Si obtuviese la mayoría, esta tendencia no sabría qué hacer y se encontraría impotente frente a los agentes del capital, a los Jouhaux y Dumoulin.
Los sindicalistas-revolucionarios franceses no tendrán una firme línea de conducta mientras el partido comunista tampoco la tenga. El Partido comunista francés debe dedicarse a mantener una colaboración amical con los mejores elementos del sindicalismo revolucionario.
Sin embargo, sólo debe contar en primer término con sus propios militantes y debe formar células en todos los lugares donde haya tres o más comunistas. El partido habrá de emprender una campaña contra la neutralidad. Del modo más amable pero también más resuelto, el partido debe destacar los defectos de la actitud del sindicalismo-revolucionario. Sólo de este modo se podrá radicalizar el movimiento sindical en Francia y establecer una estrecha colaboración con el partido.
En Italia se da una situación similar: la masa de obreros sindicados está animada por un espíritu revolucionario, pero la dirección de la Confederación del Trabajo se halla en manos de reformistas y centristas declarados que están totalmente con los dirigentes de Ámsterdam. La primera tarea de los comunistas italianos consiste en organizar una acción cotidiana encarnizada y perseverante en el seno de los sindicatos y dedicarse sistemática y pacientemente a denunciar el carácter equívoco e irresoluto de los dirigentes, a fin de quitarles los sindicatos.
Las tareas que incumben a los comunistas italianos con respecto a los elementos revolucionarios sindicalistas de Italia son, en general, las mismas que las de los comunistas franceses.
En España existe un movimiento sindical poderoso, revolucionario, pero aún no totalmente consciente de sus objetivos, y nosotros tenemos un partido comunista joven y relativamente débil. Dada esta situación, el Partido debe tender a afianzarse en los sindicatos, ayudarlos con sus consejos y su acción, esclarecer al movimiento sindical y vincularse a él mediante lazos amicales para encarar la organización común de todos los combates.
Muy importantes acontecimientos se producen en el movimiento sindical inglés, que se radicaliza rápidamente, desarrollando el movimiento de masas. Los viejos dirigentes sindicales pierden rápidamente sus posiciones. El partido debe realizar los mayores esfuerzos para afianzarse en los grandes sindicatos tales como la Federación de Mineros, etc. Todo miembro del partido debe militar en algún sindicato tratando de orientarlo hacia el comunismo mediante un trabajo orgánico, perseverante y activo. Nada debe ser descuidado en la tarea de establecer una vinculación más estrecha con las masas.
En EE.UU., observamos el mismo desarrollo pero un poco más lento. En ningún caso los comunistas deben limitarse a abandonar la Federación Americana del Trabajo, organismo reaccionario, sino que por el contrario deben hacer todo lo posible por penetrar en las antiguas uniones y radicalizarlas. Es importante colaborar necesariamente con los mejores elementos de los I.W.W., pero esta colaboración no excluye la lucha contra sus prejuicios.
En Japón se ha desarrollado espontáneamente un poderoso movimiento sindical, pero aún carece de una dirección definida. La tarea principal de los elementos comunistas del Japón consiste en apoyar ese movimiento y ejercer sobre él una influencia marxista.
En Checoslovaquia, nuestro partido cuenta con la mayoría de la clase obrera, mientras que el movimiento sindical sigue aún en gran parte en manos de los socialpatriotas y de los centristas y, además, está escindido según las distintas nacionalidades de sus miembros. Ese es el resultado de la falta de organización y de claridad de los sindicatos, aun cuando muchos de ellos estén animados por el espíritu revolucionario. El Partido debe hacer todo lo posible para poner fin a esa situación y conquistar al movimiento sindical para el comunismo. Para alcanzar ese objetivo, es absolutamente indispensable crear células comunistas, así como un organismo sindical comunista central y común para todos los países. Para ello hay que trabajar enérgicamente en la fusión en un todo único a las diferentes uniones escindidas por naciones.
En Austria y en Bélgica, los socialpatriotas supieron tomar con habilidad y firmeza la dirección del movimiento sindical que es, en esos dos países, el principal objetivo del combate. Los comunistas deben, por lo tanto, centrar toda su atención en ese sentido.
En Noruega, el partido, que cuenta con la mayoría de los obreros, encarará con mayor firmeza el movimiento sindical y aislará a los elementos dirigentes centristas. En Suecia, el partido debe combatir con la mayor energía no solamente al reformismo sino también a la corriente pequeño burguesa existente en el socialismo.
En Alemania, el partido es una excelente vía para conquistar gradualmente a los sindicatos. Ningún tipo de concesión puede ser hecha a los que preconizan el abandono de los sindicatos, pues esta actitud haría el juego a los socialpatriotas. Ante las tentativas por excluir a los comunistas hay que oponer una resistencia vigorosa y obstinada. Deben ser realizados los más grandes esfuerzos para conquistar la mayoría en los sindicatos.
V
Todas esas consideraciones determinan las relaciones que deben existir entre la Internacional comunista por una parte y la Internacional sindical roja por la otra. La Internacional comunista no debe dirigir solamente la lucha política del proletariado en el sentido estricto del término sino también toda su campaña liberadora, cualquiera que sea la forma qué adopte. La Internacional comunista no puede ser solamente la suma aritmética de los Comités centrales de los partidos comunistas de los diferentes países. La Internacional comunista debe inspirar y coordinar la acción y los combates de todas las organizaciones proletarias tanto profesionales, cooperativas, sovietistas, educativas, etcétera, como estrictamente políticas.
La Internacional sindical roja, que difiere en este punto de la Internacional amarilla de Ámsterdam, no puede en ningún caso aceptar el criterio de la neutralidad. Una organización que quisiera ser neutral, frente a las Internacionales II, II ½ y III, sería inevitablemente un juguete en manos de la burguesía. El programa de acción de la Internacional sindical roja, que es transcripto más adelante y que el 3er, Congreso internacional pone a consideración del primer congreso mundial de los sindicatos rojos, será defendido, en realidad, únicamente por los partidos comunistas, únicamente por la Internacional comunista. Para insuflar el espíritu revolucionario en el movimiento profesional de cada país, para ejecutar lealmente su nueva tarea revolucionaria, los sindicatos rojos estarán obligados a trabajar en contacto estrecho con el partido comunista de su país, y la Internacional sindical roja deberá coordinar su acción con la de la Internacional comunista.
Los prejuicios de neutralidad, de independencia, de apoliticismo, de indiferencia hacia los partidos, que constituyen el pecado de muchos sindicalistas revolucionarios leales de Francia, España, Italia y otros países, objetivamente no son sino un tributo pagado a las ideas burguesas. Los sindicatos rojos no pueden triunfar sobre Amsterdam, y en consecuencia sobre el capitalismo, sin romper de una vez por todas con esta idea burguesa de independencia y neutralidad.
Desde el punto de vista de la economía de las fuerzas y de la mejor concentración de los golpes, la situación ideal será la constitución de una Internacional proletaria única, que agrupe a la vez a los partidos políticos y a todas las otras formas de organización obrera. Es indudable que el porvenir pertenece a ese tipo de organización. Pero en el momento actual de transición, con la variedad y diversidad de sindicatos que existen en los diferentes países, es necesario constituir una unión autónoma de sindicatos rojos que acepte en general el programa de la Internacional comunista, pero de un modo más libre de como lo hacen los partidos políticos pertenecientes a esa Internacional.
La Internacional sindical roja organizada sobre esas bases tendrá derecho a todo el apoyo del 3er. Congreso Universal de la Internacional comunista. Para establecer una vinculación más estrecha entre la Internacional comunista y la Internacional roja de los sindicatos, el 3er. Congreso Universal de la Internacional comunista propone una representación mutua de tres miembros de la Internacional comunista en el Comité Ejecutivo de la Internacional sindical roja y viceversa.
El programa de acción de los sindicatos rojos, según el criterio de la Internacional comunista, es aproximadamente el siguiente:
PROGRAMA DE ACCIÓN
1. La crisis aguda que devasta la economía del mundo entero, la caída catastrófica de los precios mayoristas, la superproducción coincidente de hecho con la escasez de mercancías, la política agresiva de la burguesía respecto a la clase obrera, la tendencia obstinada a disminuir los salarios y a hacer retroceder a la clase obrera varias decenas de años, la irritación de las masas por una parte y la impotencia de los antiguos sindicatos obreros y de sus métodos por la otra, todos estos hechos imponen a los sindicatos revolucionarios de los distintos países nuevas tareas. Son necesarios nuevos métodos de lucha económica en relación con el período de disgregación capitalista: es preciso que los sindicatos obreros adopten una política económica agresiva para rechazar la ofensiva del capital, fortalecer las antiguas posiciones y pasar a la ofensiva.
2. La acción directa de las masas revolucionarias y de sus organizaciones contra el capital constituye la base de la táctica sindical. Todas las conquistas obreras están en relación con la acción directa y la presión revolucionaria de las masas. Por “acción directa”, debe entenderse toda clase de presiones directas ejercidas por los obreros sobre los patronos y sobre el Estado: boicot, huelgas, acciones callejeras, demostraciones, ocupación de fábricas, oposición violenta a la salida de los productos de esas empresas, sublevación armada y otras acciones revolucionarias, adecuadas para unir a la clase obrera en la lucha por el socialismo. La tarea de los sindicatos revolucionarios consiste, por lo tanto, en hacer de la acción directa un medio de educar y de preparar a las masas obreras para la lucha por la revolución social y la dictadura del proletariado.
3. Estos últimos años de lucha demostraron con particular evidencia toda la debilidad de las uniones estrictamente profesionales. La adhesión simultánea de los obreros de una empresa a varios sindicatos los debilita durante la lucha. Es necesario pasar, y ese debe ser el punto inicial de una lucha incesante, de la organización puramente profesional a la organización por industrias: “Una empresa, un sindicato” es la consigna en el campo de la estructura sindical. Se debe tender a la fusión de ese tipo de sindicatos por la vía revolucionaria, planteando el problema directamente ante los sindicatos de las fábricas y empresas y elevando luego el debate hasta en las conferencias locales y regionales y en los congresos nacionales.
4. Cada fábrica, cada taller debe convertirse en un bastión, una fortaleza de la revolución. La antigua forma de vinculación entre los afiliados y sus sindicatos (delegados de talleres que reciben las cotizaciones, representantes, personas de confianza, etc.) debe ser remplazada por la creación de comités de fábricas. Estos serán elegidos por todos los obreros de la empresa, cualquiera que sea el sindicato a que pertenezcan y las convicciones políticas que profesen. La tarea de los partidarios de la Internacional sindical roja consiste en lograr que todos los obreros de la empresa participan en la elección de su organismo representativo. Las tentativas por elegir a los miembros de los comités de fábricas solamente entre los comunistas dan por resultado el alejamiento de las masas “sin partido”, debido a lo cual esas tentativas deben ser categóricamente condenadas. Eso sería una célula y no un comité de fábrica. El sector revolucionario debe reaccionar e influir, por medio de las células, de los comités de acción y de sus miembros, en la asamblea general y en el comité de fábrica elegido.
5. La primera tarea que es preciso proponer a los obreros y a los comités de fábricas es la de exigir el mantenimiento, a cuenta de la empresa, de los obreros despedidos por falta de trabajo. En ningún caso se tolerará que los obreros sean arrojados a la calle sin que la empresa se ocupe de ellos. El patrón debe pagar a sus desocupados su salario completo. He aquí la exigencia alrededor de la cual hay que organizar no solamente a los desocupados sino también a los obreros que trabajan en la empresa, explicándoles al mismo tiempo que el problema de la desocupación no puede ser resuelto en el marco capitalista y que el mejor remedio contra la desocupación es la revolución social y la dictadura del proletariado.
6. El cierre de las empresas es actualmente, en la mayoría de los casos, un medio de depurarlas de sus elementos sospechosos. Por eso se luchará también contra el cierre de las empresas y los obreros deberán realizar una investigación sobre las causas de ese cierre. Al efecto, se crearán Comisiones especiales de control sobre las materias primas, el combustible, las demandas, se obtendrá una verificación efectiva de la cantidad disponible de materias primas, de los materiales necesarios para la producción y de los recursos financieros depositados en los bancos. Las comisiones de control especialmente elegidas deberán estudiar atentamente las vinculaciones entre la empresa en cuestión y las otras empresas y la supresión del secreto comercial debe ser propuesta a los obreros como una tarea práctica.
7. Uno de los medios de impedir el cierre en masa de las empresas, cuyo objetivo es disminuir los salarios y agravar las condiciones de trabajo, puede ser la ocupación de la fábrica y la continuación de la producción contra la voluntad del patrón. En presencia de la escasez actual de mercancías, es particularmente importante impedir toda detención en la producción. Por lo tanto, los obreros no deben tolerar un cierre premeditado de las fábricas. Según las condiciones locales, las condiciones de la producción, la situación política y la intensidad de la lucha social, el embargo de la empresa debe ir acompañado también de otros métodos de acción sobre el capital. La gestión de la empresa embargada debe ser confiada al comité de fábrica y al representante especialmente designado por el sindicato.
8. La lucha económica debe ser librada bajo la consigna del aumento de salarios y del mejoramiento de las condiciones de trabajo, los que deben ser elevados a un nivel sensiblemente superior al de antes de la guerra. Las tentativas por retrotraer a los obreros a las condiciones de trabajo de la preguerra deben ser rechazadas del modo más categórico y revolucionario. La guerra tiene por resultado el agotamiento de la clase obrera, y el mejoramiento de las condiciones de trabajo es una condición indispensable para reparar esa pérdida de fuerzas. Los alegatos de los capitalistas que ponen como pretexto la competencia extranjera no pueden de ningún modo ser tomados en cuenta. Los sindicatos revolucionarios no deben abordar los problemas de salarios y de las condiciones de trabajo desde el ángulo de la competencia entre los explotadores de diversas naciones sino que deben tener en cuenta la conservación y la protección de la fuerza de trabajo.
9. Si la táctica restrictiva de los capitalistas coincide con una crisis económica del país, el deber de los sindicatos revolucionarios consiste en no dejarse aislar. Desde un comienzo es preciso arrastrar a la lucha a los obreros de las empresas de servicios públicos (mineros, ferroviarios, electricistas, obreros del gas, etc.) para que la lucha contra la ofensiva del capital resienta desde el comienzo los centros nerviosos del organismo económico. Aquí son necesarias todas las formas de resistencias útiles para ese fin, desde la huelga parcial, intermitente, hasta una huelga general que se extienda a alguna gran industria en el plano nacional.
10. Los sindicatos deben proponerse como una tarea práctica del momento la preparación y organización de acciones internacionales por industrias. El paro de los transportes o de la extracción de la hulla, realizado en un plano internacional, es un poderoso medio de lucha contra las tentativas reaccionarias de la burguesía de todos los países.
Los sindicatos deben seguir con atención la coyuntura mundial para elegir el momento más propicio para su ofensiva económica. No deben olvidar ni un solo instante que una acción internacional sólo será posible si son creados los sindicatos revolucionarios, sindicatos que no deben tener nada en común con la Internacional amarilla de Ámsterdam.
11. La fe en el valor absoluto de los contratos colectivos, propagada por los oportunistas de todos los países, debe enfrentarse con la resistencia áspera y decidida del movimiento Sindical revolucionario. El contrato colectivo es sólo un armisticio. Los patrones violan esos contratos apenas tienen la menor posibilidad. Un respeto religioso ante los contratos colectivos evidencia la profunda penetración de la ideología burguesa en las mentes de los dirigentes de la clase obrera. Los sindicatos revolucionarios no tienen que renunciar a los contratos colectivos pero deben ser conscientes de su valor relativo y estudiar el método a seguir para violar esos contratos toda vez que sea ventajoso para la clase obrera.
12. La lucha de las organizaciones obreras contra el patrón individual y colectivo debe ser adaptada a las condiciones nacionales y locales, debe utilizar toda la experiencia de la lucha liberadora de la clase obrera. De ese modo, toda huelga importante no solamente tendrá que estar bien organizada sino que los obreros, desde un comienzo, organizarán cuadros especiales para combatir a los rompehuelgas y oponerse a la ofensiva provocadora de las organizaciones blancas de todo tipo sostenidas por los Estados burgueses. Los fascistas en Italia, la ayuda técnica en Alemania, los guardias cívicos formados por antiguos oficiales y suboficiales en Francia y en Inglaterra, todas esas organizaciones tienen como objetivo la desmoralización, el fracaso de toda acción obrera, un fracaso que se reduciría no a un simple remplazo de los huelguistas sino al aniquilamiento material de su organización y a la masacre de los dirigentes del movimiento. En esas condiciones, la organización de batallones de huelga especiales, de destacamentos de defensa obrera es una cuestión de vida o muerte para la clase obrera.
13. Las organizaciones de combate así creadas no deben limitarse a combatir a las organizaciones de los patronos y de los rompehuelgas sino que deben encargarse de detener todos los paquetes y mercancías expedidas con destino a la fábrica en huelga por otras empresas y oponerse a la transferencia de los pedidos a otras fábricas. Los sindicatos de los obreros del transporte están llamados a desempeñar, en este aspecto, un papel particularmente importante: a ellos les corresponde la tarea de obstaculizar el transporte de mercancías, lo que no podría realizarse sin la ayuda unánime de todos los obreros de la región.
Toda la lucha económica de la clase obrera en el curso del período que se inicia se concentrará alrededor de la consigna del control obrero sobre la producción, debiendo dicho control ser efectivizado sin esperar que el gobierno o las clases dominantes inventen algún sucedáneo. Es preciso combatir violentamente todas las tentativas de las clases dominantes y de los reformistas por crear asociaciones o comisiones paritarias, realizándose en cambio un estricto control sobre la producción, el cual solamente así dará resultados concretos. Los sindicatos revolucionarios deben combatir resueltamente el chantaje y la estafa ejercidas en nombre de la socialización por los dirigentes de los antiguos sindicatos con el apoyo de las clases dominantes. Toda la verborragia de esos señores a propósito de la socialización pacífica persigue el único objetivo de desviar a los obreros de la acción revolucionaria y de la revolución social.
15. Para distraer la atención de los obreros de sus tareas inmediatas y despertar en ellos ambiciones pequeñoburguesas, se plantea la idea de la participación de los obreros en los beneficios, es decir de la restitución a los obreros de una muy pequeña parte de la plusvalía creada por ellos. Esta consigna de perversión obrera debe ser objeto de la crítica más severa e implacable. “Ninguna participación en los beneficios, destrucción de los beneficios capitalistas”, esa es la consigna de los sindicatos revolucionarios.
16. Para obstaculizar o romper la fuerza combativa de la clase obrera, los Estados burgueses aprovecharon la posibilidad de militarizar provisoriamente ciertas fábricas o sectores de la industria con el pretexto de proteger a las industrias de importancia vital. Pretextando la necesidad de preservarse lo más posible contra perturbaciones económicas, los Estados burgueses introdujeron, para proteger el capital, cursos de arbitraje y comisiones de conciliación obligatorias. También en defensa del capital, y para hacer recaer totalmente sobre los obreros el peso de las cargas de guerra, se introdujo un nuevo sistema de percepción de impuestos. Estos son retenidos del salario del obrero por el patrón, que desempeña así el papel de recaudador. Los sindicatos deben realizar una lucha obstinada contra esas medidas gubernamentales que sólo sirven a los intereses de la clase capitalista.
17. Los sindicatos revolucionarios que luchan por mejorar las condiciones de trabajo, elevar el nivel de subsistencia de las masas, establecer el control obrero, deben permanentemente tomar conciencia de que en el marco del capitalismo todos esos problemas no podrán ser resueltos. Así, mientras arrancan paso a paso concesiones a las clases dominantes, mientras las obligan a aplicar la legislación social, deben enfrentar claramente a las masas con la evidencia de que sólo la derrota del capitalismo y la instauración de la dictadura del proletariado son capaces de resolver el problema social. Ni una acción parcial, ni una huelga parcial, ni el menor conflicto deben pasar sin dejar huellas desde ese punto de vista. Los sindicatos revolucionarios generalizarán esos conflictos elevando constantemente la mentalidad de las masas obreras hasta la necesidad y la ineluctabilidad de la revolución social y de la dictadura del proletariado.
18. Toda la lucha económica es una lucha política, es decir una lucha llevada a cabo por toda una clase. En esas condiciones, por más considerables que sean los sectores obreros movilizados por la lucha, ésta sólo puede ser revolucionaria, sólo puede ser realizada con el máximo de utilidad para la clase obrera en su conjunto, si los sindicatos revolucionarios marchan en unión y estrecha colaboración con el Partido comunista de ese país. La teoría y la práctica de la división de la acción de la clase obrera en dos mitades autónomas es muy perniciosa sobre todo en el momento revolucionario actual. Cada acción exige un máximo de concentración de fuerzas que sólo es posible a condición de una mayor tensión de la energía revolucionaria de la clase obrera, es decir de todos sus elementos comunistas y revolucionarios. Las acciones aisladas del Partido comunista y de los sindicatos revolucionarios de clase están de antemano destinadas al fracaso y a la destrucción. Por eso la unidad de acción, la vinculación orgánica entre los Partidos comunistas y los sindicatos obreros constituye la condición previa del éxito en la lucha contra el capitalismo.
La Internacional Comunista y la Internacional Sindical Roja
III CONGRESO DE LA INTERNACIONAL COMUNISTA (22 de junio-12 de julio de 1921)
I
La burguesía mantiene en la esclavitud a la clase obrera no solamente por la fuerza bruta sino también por medio de la mentira refinada. La escuela, la iglesia, el parlamento, las artes, la literatura, la prensa cotidiana, son otros tantos poderosos instrumentos de que se vale la burguesía para embrutecer a las masas obreras y lograr que penetren las ideas burguesas en el proletariado.
Entre esas ideas burguesas que la clase dominante ha logrado infiltrar en las masas trabajadoras, se halla la idea de la neutralidad de los sindicatos, de su carácter apolítico, ajeno a todo partido.
Desde las últimas décadas de la historia contemporánea y en particular desde el fin de la guerra imperialista, en toda Europa y América, los sindicatos son las organizaciones más numerosas del proletariado. En ciertos Estados abarcan a toda la clase obrera sin excepción. La burguesía comprende perfectamente que el destino del régimen capitalista depende actualmente de la postura de esos sindicatos con respecto a la influencia burguesa universal y de la actitud de sus lacayos socialdemócratas para mantener a cualquier precio a los sindicatos cautivos de las ideas burguesas.
La burguesía no puede invitar abiertamente a los sindicatos obreros a apoyar a los partidos burgueses. Por eso los invita a no sostener a ningún partido, sin exceptuar al partido del comunismo revolucionario.
La divisa de la “neutralidad” o del “apoliticismo” de los sindicatos tiene ya tras suyo un largo pasado. En el curso de una docena de años esta idea burguesa fue inoculada a los sindicatos de Inglaterra, Alemania, EE.UU. y otros países, tanto a los jefes de los sindicatos burgueses en la Hirsch-Dunker como a los dirigentes de los sindicatos clericales y cristianos, tanto a los representantes de los llamados sindicatos libres de Alemania como a los líderes de las viejas y pacíficas tradeuniones inglesas, y a muchos otros partidarios del sindicalismo. Legien, Gompers, Jouhaux, Sidney Webb predicaron durante años a los sindicatos la neutralidad.
En realidad, los sindicatos nunca fueron neutrales y no habrían podido serlo, aun si lo hubiesen querido. La neutralidad de los sindicatos sólo podría causar daño a la clase obrera, pero además es irrealizable. En el duelo entre el trabajo y el capital, ninguna gran organización obrera puede permanecer neutral. En consecuencia, los sindicatos no pueden quedar al margen en la pugna entre los partidos burgueses y el partido del proletariado. Los partidos burgueses se dan cuenta perfectamente de ello. Pero así como la burguesía tiene necesidad de que las masas crean en la vida eterna, también necesita que se crea que los sindicatos pueden ser apolíticos y pueden conservar la neutralidad respecto al partido comunista obrero. Para que la burguesía pueda continuar dominando y oprimiendo a los obreros y obtener la plusvalía, no necesita sólo del sacerdote, del policía, del general, sino también del burócrata sindical, el “líder obrero” que predica a los sindicatos obreros la neutralidad y la indiferencia ante la lucha política.
Aún antes de la guerra imperialista, la falsedad de esta idea de neutralidad fue cada vez más evidente para los proletarios conscientes de Europa y América. A medida que los antagonismos sociales se agudizan, la mentira es más innegable. Cuando comenzó la carnicería imperialista, los antiguos jefes sindicales se vieron obligados a arrojar la máscara de la neutralidad y a marchar francamente cada uno con “su” burguesía.
Durante la guerra imperialista, todos los socialdemócratas y los sindicalistas, que habían pasado años predicando la indiferencia política en los sindicatos, lanzaron a esos mismos sindicatos al servicio de la más sangrienta y vil política de los partidos burgueses.
Ellos, ayer campeones de la neutralidad, actúan ahora como los agentes declarados de un determinado partido político, exceptuando uno solo, el partido de la clase obrera.
Luego de la finalización de la guerra imperialista, esos mismos dirigentes socialdemócratas y sindicalistas tratan nuevamente de imponer a los sindicatos la máscara de la neutralidad y el apoliticismo. Habiendo pasado el peligro militar, los agentes de la burguesía se adaptan a las nuevas circunstancias y tratan de desviar a los obreros del camino revolucionario y conducirlos por el de la burguesía.
La economía y la política siempre han estado indisolublemente ligadas entre sí. Ese nexo es particularmente fuerte en épocas como las actuales. No hay un solo problema importante de la vida política que no interese a la vez al partido obrero y al sindicato obrero.
Cuando en Francia el gobierno imperialista decreta la movilización de ciertas clases para ocupar la cuenca del Ruhr o para oprimir a Alemania en general, ¿un sindicato francés realmente proletario puede afirmar que ese es un problema estrictamente político que no debe interesar a los sindicatos? ¿Un sindicato francés verdaderamente revolucionario puede declararse “neutral” o “apolítico” respecto a ese problema?
O bien, si inversamente en Inglaterra se produce un movimiento puramente económico como la última huelga de mineros, ¿el partido comunista tiene el derecho de decir que este problema no le concierne e interesa solamente a los sindicatos? Cuando se inicia la lucha contra la miseria y la pobreza agudizadas por millones de desocupados, cuando se está obligado a plantear prácticamente el problema del embargo de las viviendas burguesas para subvenir a las necesidades del proletariado, cuando masas cada vez más numerosas de obreros están obligadas por la vida misma a considerar la posibilidad de una lucha armada, cuando en uno u otro país los obreros organizan la ocupación de las fábricas, decir que los sindicatos no deben mezclarse en la lucha política o deben permanecer “neutrales” con respecto a los partidos es, en realidad, ponerse al servicio de la burguesía.
Pese a toda la diversidad de sus denominaciones, los partidos políticos de Europa y de América pueden ser divididos en tres grandes grupos: 1) los partidos de la burguesía, 2) los partidos de la pequeña burguesía (sobre todo el socialdemócrata), 3) el partido del proletariado (los comunistas). Los sindicatos que se proclaman “apolíticos” y “neutrales” con respecto a esos tres grupos no hacen sino ayudar, en realidad, a los partidos de la pequeñaburguesía y de la burguesía.
II
La asociación sindical de Ámsterdam es una organización en la que se reúnen y fraternizan las Internacionales dos y dos y media. Esta organización es considerada por toda la burguesía con esperanza y solicitud. La gran idea de la Internacional sindical de Ámsterdam es, en este momento, la neutralidad de los sindicatos. No es casual que esta divisa sirva a la burguesía y a sus lacayos socialdemócratas o sindicalistas de derecha como medio para tratar de reunir nuevamente a las masas obreras de Occidente y América. Mientras que la Segunda Internacional política, al colocarse abiertamente de parte de la burguesía, fracasó lamentablemente, la Internacional de Ámsterdam, que intenta nuevamente encubrirse tras la idea de neutralidad, aún tiene cierto éxito.
Con la consigna de la “neutralidad”, la Internacional sindical de Ámsterdam se encarga de las operaciones más difíciles y sucias de la burguesía: sofocar la huelga de mineros en Inglaterra (como aceptó hacerlo el famoso J. H. Thomas, que es a la vez el presidente de la II Internacional y uno de los líderes más conocidos de la Internacional sindical amarilla de Ámsterdam), disminuir los salarios, organizar el saqueo sistemático a los obreros alemanes debido a los pecados de Guillermo y de la burguesía imperialista alemán. Leipart y Grassmann, Wissel y Bauer, Robert Schmidt y J. H. Thomas, Albert Thomas y Jouhaux, Daszynski y Zulavski, todos ellos se han distribuido los papeles: unos, viejos dirigentes sindicales, participan actualmente en los gobiernos burgueses en calidad de ministros, de comisarios gubernamentales o de funcionarios en general, mientras que otros, totalmente solidarios de los primeros, siguen al frente de la Internacional sindical de Ámsterdam para predicar a los obreros sindicados la neutralidad política.
La Internacional sindical de Ámsterdam constituye actualmente el principal apoyo del capital mundial. Es imposible combatir victoriosamente esta fortaleza del capitalismo si antes no se comprende la necesidad de combatir la falsa idea del apoliticismo y de la neutralidad de los sindicatos. A fin de poseer un arma conveniente para derrotar a la Internacional amarilla de Ámsterdam, es preciso ante todo establecer relaciones mutuas, claras y precisas, entre el partido y los sindicatos en cada país.
III
El Partido comunista es la vanguardia del proletariado, la vanguardia que reconoció perfectamente las vías y medios para liberar al proletariado del yugo capitalista y que por esa razón aceptó conscientemente el problema comunista.
Los sindicatos son la organización más masiva del proletariado, que tiende cada vez más a abarcar sin excepción a todos los obreros de cada sector de la industria y a ingresar en sus filas no solamente a los comunistas conscientes sino también a las categorías intermedias y hasta totalmente atrasadas de trabajadores, que van conociendo paulatinamente el comunismo a través de las experiencias de la vida.
El papel de los sindicatos en el período que precede al combate del proletariado por la conquista del poder, durante ese combate y luego, después de la conquista, difiere en muchos aspectos pero siempre, antes, durante y después, los sindicatos siguen siendo una organización más vasta, más masiva, más general que el partido, y en relación con este último desempeñan hasta cierto punto el papel de la circunferencia con relación al centro. Antes de la conquista del poder, los sindicatos verdaderamente proletarios organizan a los obreros principalmente en el orden económico para la conquista de posibles mejoras, para el total derrocamiento del capitalismo, pero en un primer plano de toda su actividad figura la organización de la lucha de las masas proletarias contra el capitalismo en vistas a la revolución proletaria.
Durante la revolución proletaria, los sindicatos realmente revolucionarios organizan, junto con el partido, a las masas para el asalto a las fortalezas del capital y se encargan de los primeros trabajos de organización de la producción socialista.
Luego de la conquista y el afianzamiento del poder proletario, la acción de los sindicatos se traslada sobre todo al campo de la organización económica y consagra casi todas sus fuerzas a la construcción del edificio económico sobre bases socialistas, convirtiéndose así en una verdadera escuela práctica del comunismo.
Durante esas tres fases de la lucha del proletariado, los sindicatos deben apoyar a su vanguardia, el partido comunista, que dirige la lucha proletaria en todas sus etapas. Al efecto, los comunistas y los elementos simpatizantes deben constituir en el seno de los sindicatos agrupaciones comunistas totalmente subordinados al partido comunista en su conjunto.
La táctica consistente en formar agrupaciones comunistas en cada sindicato, formulada por el 2º Congreso Universal de la Internacional comunista, fue verificada totalmente durante el año transcurrido y dio resultados considerables en Alemania, Inglaterra, Francia, Italia y en muchos otros países. Si por ejemplo grupos importantes de obreros, poco fogueados e insuficientemente experimentados en política, salen de los sindicatos socialdemócratas libres de Alemania porque perdieron toda esperanza de obtener una ventaja inmediata con su participación en esos sindicatos libres, ese hecho no debe en ningún caso modificar la actitud de principio de la Internacional comunista con respecto a la participación comunista en el movimiento profesional. El deber de los comunistas consiste en explicar a todos los proletarios que la salvación no reside en salir de los antiguos sindicatos para crear otros nuevos o para dispersarse en una multitud de hombres desorganizados, sino en hacer la revolución en los sindicatos, en acabar con el espíritu reformista y la traición de los líderes oportunistas para hacer de esas organizaciones un arma activa del proletariado revolucionario.
IV
Durante el próximo período, la tarea capital de todos los comunistas es la de trabajar con energía, perseverancia, encarnizamiento para conquistar a la mayoría de los sindicatos. En ningún caso los comunistas deben dejarse desanimar por las tendencias reaccionarias que se manifiestan actualmente en el movimiento sindical y tienen que dedicarse, mediante la más activa participación en todos los combates cotidianos, a conquistar a los sindicatos para el comunismo pese a todos los obstáculos y las oposiciones.
El mejor indicio de la fuerza de un partido comunista es la influencia real que ejerce sobre las masas de obreros sindicados. El partido debe saber ejercer la influencia más decisiva sobre los sindicatos sin someterlos a la menor tutela. El partido tiene células comunistas en determinados sindicatos, pero el sindicato no está sometido a él. Sólo mediante un trabajo continuo, sostenido y abnegado de las células comunistas de los sindicatos, el Partido puede llegar a provocar una situación en la que todos los sindicatos sigan voluntariamente y con fervor los consejos del partido.
En los sindicatos franceses se observa un excelente proceso de fermentación. Los obreros se reponen finalmente de la crisis del movimiento obrero y comienzan en la actualidad a condenar la traición de los socialistas y de los sindicalistas reformistas.
Los sindicalistas revolucionarios aún están imbuidos, en cierta medida, de prejuicios contra la acción política y contra la idea del partido político proletario. Profesan la neutralidad política tal como fue expresada en 1906 en la Carta de Amiens. La posición confusa y falsa de esos elementos sindicalistas-revolucionarios implica el mayor peligro para el movimiento. Si obtuviese la mayoría, esta tendencia no sabría qué hacer y se encontraría impotente frente a los agentes del capital, a los Jouhaux y Dumoulin.
Los sindicalistas-revolucionarios franceses no tendrán una firme línea de conducta mientras el partido comunista tampoco la tenga. El Partido comunista francés debe dedicarse a mantener una colaboración amical con los mejores elementos del sindicalismo revolucionario.
Sin embargo, sólo debe contar en primer término con sus propios militantes y debe formar células en todos los lugares donde haya tres o más comunistas. El partido habrá de emprender una campaña contra la neutralidad. Del modo más amable pero también más resuelto, el partido debe destacar los defectos de la actitud del sindicalismo-revolucionario. Sólo de este modo se podrá radicalizar el movimiento sindical en Francia y establecer una estrecha colaboración con el partido.
En Italia se da una situación similar: la masa de obreros sindicados está animada por un espíritu revolucionario, pero la dirección de la Confederación del Trabajo se halla en manos de reformistas y centristas declarados que están totalmente con los dirigentes de Ámsterdam. La primera tarea de los comunistas italianos consiste en organizar una acción cotidiana encarnizada y perseverante en el seno de los sindicatos y dedicarse sistemática y pacientemente a denunciar el carácter equívoco e irresoluto de los dirigentes, a fin de quitarles los sindicatos.
Las tareas que incumben a los comunistas italianos con respecto a los elementos revolucionarios sindicalistas de Italia son, en general, las mismas que las de los comunistas franceses.
En España existe un movimiento sindical poderoso, revolucionario, pero aún no totalmente consciente de sus objetivos, y nosotros tenemos un partido comunista joven y relativamente débil. Dada esta situación, el Partido debe tender a afianzarse en los sindicatos, ayudarlos con sus consejos y su acción, esclarecer al movimiento sindical y vincularse a él mediante lazos amicales para encarar la organización común de todos los combates.
Muy importantes acontecimientos se producen en el movimiento sindical inglés, que se radicaliza rápidamente, desarrollando el movimiento de masas. Los viejos dirigentes sindicales pierden rápidamente sus posiciones. El partido debe realizar los mayores esfuerzos para afianzarse en los grandes sindicatos tales como la Federación de Mineros, etc. Todo miembro del partido debe militar en algún sindicato tratando de orientarlo hacia el comunismo mediante un trabajo orgánico, perseverante y activo. Nada debe ser descuidado en la tarea de establecer una vinculación más estrecha con las masas.
En EE.UU., observamos el mismo desarrollo pero un poco más lento. En ningún caso los comunistas deben limitarse a abandonar la Federación Americana del Trabajo, organismo reaccionario, sino que por el contrario deben hacer todo lo posible por penetrar en las antiguas uniones y radicalizarlas. Es importante colaborar necesariamente con los mejores elementos de los I.W.W., pero esta colaboración no excluye la lucha contra sus prejuicios.
En Japón se ha desarrollado espontáneamente un poderoso movimiento sindical, pero aún carece de una dirección definida. La tarea principal de los elementos comunistas del Japón consiste en apoyar ese movimiento y ejercer sobre él una influencia marxista.
En Checoslovaquia, nuestro partido cuenta con la mayoría de la clase obrera, mientras que el movimiento sindical sigue aún en gran parte en manos de los socialpatriotas y de los centristas y, además, está escindido según las distintas nacionalidades de sus miembros. Ese es el resultado de la falta de organización y de claridad de los sindicatos, aun cuando muchos de ellos estén animados por el espíritu revolucionario. El Partido debe hacer todo lo posible para poner fin a esa situación y conquistar al movimiento sindical para el comunismo. Para alcanzar ese objetivo, es absolutamente indispensable crear células comunistas, así como un organismo sindical comunista central y común para todos los países. Para ello hay que trabajar enérgicamente en la fusión en un todo único a las diferentes uniones escindidas por naciones.
En Austria y en Bélgica, los socialpatriotas supieron tomar con habilidad y firmeza la dirección del movimiento sindical que es, en esos dos países, el principal objetivo del combate. Los comunistas deben, por lo tanto, centrar toda su atención en ese sentido.
En Noruega, el partido, que cuenta con la mayoría de los obreros, encarará con mayor firmeza el movimiento sindical y aislará a los elementos dirigentes centristas. En Suecia, el partido debe combatir con la mayor energía no solamente al reformismo sino también a la corriente pequeño burguesa existente en el socialismo.
En Alemania, el partido es una excelente vía para conquistar gradualmente a los sindicatos. Ningún tipo de concesión puede ser hecha a los que preconizan el abandono de los sindicatos, pues esta actitud haría el juego a los socialpatriotas. Ante las tentativas por excluir a los comunistas hay que oponer una resistencia vigorosa y obstinada. Deben ser realizados los más grandes esfuerzos para conquistar la mayoría en los sindicatos.
V
Todas esas consideraciones determinan las relaciones que deben existir entre la Internacional comunista por una parte y la Internacional sindical roja por la otra. La Internacional comunista no debe dirigir solamente la lucha política del proletariado en el sentido estricto del término sino también toda su campaña liberadora, cualquiera que sea la forma qué adopte. La Internacional comunista no puede ser solamente la suma aritmética de los Comités centrales de los partidos comunistas de los diferentes países. La Internacional comunista debe inspirar y coordinar la acción y los combates de todas las organizaciones proletarias tanto profesionales, cooperativas, sovietistas, educativas, etcétera, como estrictamente políticas.
La Internacional sindical roja, que difiere en este punto de la Internacional amarilla de Ámsterdam, no puede en ningún caso aceptar el criterio de la neutralidad. Una organización que quisiera ser neutral, frente a las Internacionales II, II ½ y III, sería inevitablemente un juguete en manos de la burguesía. El programa de acción de la Internacional sindical roja, que es transcripto más adelante y que el 3er, Congreso internacional pone a consideración del primer congreso mundial de los sindicatos rojos, será defendido, en realidad, únicamente por los partidos comunistas, únicamente por la Internacional comunista. Para insuflar el espíritu revolucionario en el movimiento profesional de cada país, para ejecutar lealmente su nueva tarea revolucionaria, los sindicatos rojos estarán obligados a trabajar en contacto estrecho con el partido comunista de su país, y la Internacional sindical roja deberá coordinar su acción con la de la Internacional comunista.
Los prejuicios de neutralidad, de independencia, de apoliticismo, de indiferencia hacia los partidos, que constituyen el pecado de muchos sindicalistas revolucionarios leales de Francia, España, Italia y otros países, objetivamente no son sino un tributo pagado a las ideas burguesas. Los sindicatos rojos no pueden triunfar sobre Amsterdam, y en consecuencia sobre el capitalismo, sin romper de una vez por todas con esta idea burguesa de independencia y neutralidad.
Desde el punto de vista de la economía de las fuerzas y de la mejor concentración de los golpes, la situación ideal será la constitución de una Internacional proletaria única, que agrupe a la vez a los partidos políticos y a todas las otras formas de organización obrera. Es indudable que el porvenir pertenece a ese tipo de organización. Pero en el momento actual de transición, con la variedad y diversidad de sindicatos que existen en los diferentes países, es necesario constituir una unión autónoma de sindicatos rojos que acepte en general el programa de la Internacional comunista, pero de un modo más libre de como lo hacen los partidos políticos pertenecientes a esa Internacional.
La Internacional sindical roja organizada sobre esas bases tendrá derecho a todo el apoyo del 3er. Congreso Universal de la Internacional comunista. Para establecer una vinculación más estrecha entre la Internacional comunista y la Internacional roja de los sindicatos, el 3er. Congreso Universal de la Internacional comunista propone una representación mutua de tres miembros de la Internacional comunista en el Comité Ejecutivo de la Internacional sindical roja y viceversa.
El programa de acción de los sindicatos rojos, según el criterio de la Internacional comunista, es aproximadamente el siguiente:
PROGRAMA DE ACCIÓN
1. La crisis aguda que devasta la economía del mundo entero, la caída catastrófica de los precios mayoristas, la superproducción coincidente de hecho con la escasez de mercancías, la política agresiva de la burguesía respecto a la clase obrera, la tendencia obstinada a disminuir los salarios y a hacer retroceder a la clase obrera varias decenas de años, la irritación de las masas por una parte y la impotencia de los antiguos sindicatos obreros y de sus métodos por la otra, todos estos hechos imponen a los sindicatos revolucionarios de los distintos países nuevas tareas. Son necesarios nuevos métodos de lucha económica en relación con el período de disgregación capitalista: es preciso que los sindicatos obreros adopten una política económica agresiva para rechazar la ofensiva del capital, fortalecer las antiguas posiciones y pasar a la ofensiva.
2. La acción directa de las masas revolucionarias y de sus organizaciones contra el capital constituye la base de la táctica sindical. Todas las conquistas obreras están en relación con la acción directa y la presión revolucionaria de las masas. Por “acción directa”, debe entenderse toda clase de presiones directas ejercidas por los obreros sobre los patronos y sobre el Estado: boicot, huelgas, acciones callejeras, demostraciones, ocupación de fábricas, oposición violenta a la salida de los productos de esas empresas, sublevación armada y otras acciones revolucionarias, adecuadas para unir a la clase obrera en la lucha por el socialismo. La tarea de los sindicatos revolucionarios consiste, por lo tanto, en hacer de la acción directa un medio de educar y de preparar a las masas obreras para la lucha por la revolución social y la dictadura del proletariado.
3. Estos últimos años de lucha demostraron con particular evidencia toda la debilidad de las uniones estrictamente profesionales. La adhesión simultánea de los obreros de una empresa a varios sindicatos los debilita durante la lucha. Es necesario pasar, y ese debe ser el punto inicial de una lucha incesante, de la organización puramente profesional a la organización por industrias: “Una empresa, un sindicato” es la consigna en el campo de la estructura sindical. Se debe tender a la fusión de ese tipo de sindicatos por la vía revolucionaria, planteando el problema directamente ante los sindicatos de las fábricas y empresas y elevando luego el debate hasta en las conferencias locales y regionales y en los congresos nacionales.
4. Cada fábrica, cada taller debe convertirse en un bastión, una fortaleza de la revolución. La antigua forma de vinculación entre los afiliados y sus sindicatos (delegados de talleres que reciben las cotizaciones, representantes, personas de confianza, etc.) debe ser remplazada por la creación de comités de fábricas. Estos serán elegidos por todos los obreros de la empresa, cualquiera que sea el sindicato a que pertenezcan y las convicciones políticas que profesen. La tarea de los partidarios de la Internacional sindical roja consiste en lograr que todos los obreros de la empresa participan en la elección de su organismo representativo. Las tentativas por elegir a los miembros de los comités de fábricas solamente entre los comunistas dan por resultado el alejamiento de las masas “sin partido”, debido a lo cual esas tentativas deben ser categóricamente condenadas. Eso sería una célula y no un comité de fábrica. El sector revolucionario debe reaccionar e influir, por medio de las células, de los comités de acción y de sus miembros, en la asamblea general y en el comité de fábrica elegido.
5. La primera tarea que es preciso proponer a los obreros y a los comités de fábricas es la de exigir el mantenimiento, a cuenta de la empresa, de los obreros despedidos por falta de trabajo. En ningún caso se tolerará que los obreros sean arrojados a la calle sin que la empresa se ocupe de ellos. El patrón debe pagar a sus desocupados su salario completo. He aquí la exigencia alrededor de la cual hay que organizar no solamente a los desocupados sino también a los obreros que trabajan en la empresa, explicándoles al mismo tiempo que el problema de la desocupación no puede ser resuelto en el marco capitalista y que el mejor remedio contra la desocupación es la revolución social y la dictadura del proletariado.
6. El cierre de las empresas es actualmente, en la mayoría de los casos, un medio de depurarlas de sus elementos sospechosos. Por eso se luchará también contra el cierre de las empresas y los obreros deberán realizar una investigación sobre las causas de ese cierre. Al efecto, se crearán Comisiones especiales de control sobre las materias primas, el combustible, las demandas, se obtendrá una verificación efectiva de la cantidad disponible de materias primas, de los materiales necesarios para la producción y de los recursos financieros depositados en los bancos. Las comisiones de control especialmente elegidas deberán estudiar atentamente las vinculaciones entre la empresa en cuestión y las otras empresas y la supresión del secreto comercial debe ser propuesta a los obreros como una tarea práctica.
7. Uno de los medios de impedir el cierre en masa de las empresas, cuyo objetivo es disminuir los salarios y agravar las condiciones de trabajo, puede ser la ocupación de la fábrica y la continuación de la producción contra la voluntad del patrón. En presencia de la escasez actual de mercancías, es particularmente importante impedir toda detención en la producción. Por lo tanto, los obreros no deben tolerar un cierre premeditado de las fábricas. Según las condiciones locales, las condiciones de la producción, la situación política y la intensidad de la lucha social, el embargo de la empresa debe ir acompañado también de otros métodos de acción sobre el capital. La gestión de la empresa embargada debe ser confiada al comité de fábrica y al representante especialmente designado por el sindicato.
8. La lucha económica debe ser librada bajo la consigna del aumento de salarios y del mejoramiento de las condiciones de trabajo, los que deben ser elevados a un nivel sensiblemente superior al de antes de la guerra. Las tentativas por retrotraer a los obreros a las condiciones de trabajo de la preguerra deben ser rechazadas del modo más categórico y revolucionario. La guerra tiene por resultado el agotamiento de la clase obrera, y el mejoramiento de las condiciones de trabajo es una condición indispensable para reparar esa pérdida de fuerzas. Los alegatos de los capitalistas que ponen como pretexto la competencia extranjera no pueden de ningún modo ser tomados en cuenta. Los sindicatos revolucionarios no deben abordar los problemas de salarios y de las condiciones de trabajo desde el ángulo de la competencia entre los explotadores de diversas naciones sino que deben tener en cuenta la conservación y la protección de la fuerza de trabajo.
9. Si la táctica restrictiva de los capitalistas coincide con una crisis económica del país, el deber de los sindicatos revolucionarios consiste en no dejarse aislar. Desde un comienzo es preciso arrastrar a la lucha a los obreros de las empresas de servicios públicos (mineros, ferroviarios, electricistas, obreros del gas, etc.) para que la lucha contra la ofensiva del capital resienta desde el comienzo los centros nerviosos del organismo económico. Aquí son necesarias todas las formas de resistencias útiles para ese fin, desde la huelga parcial, intermitente, hasta una huelga general que se extienda a alguna gran industria en el plano nacional.
10. Los sindicatos deben proponerse como una tarea práctica del momento la preparación y organización de acciones internacionales por industrias. El paro de los transportes o de la extracción de la hulla, realizado en un plano internacional, es un poderoso medio de lucha contra las tentativas reaccionarias de la burguesía de todos los países.
Los sindicatos deben seguir con atención la coyuntura mundial para elegir el momento más propicio para su ofensiva económica. No deben olvidar ni un solo instante que una acción internacional sólo será posible si son creados los sindicatos revolucionarios, sindicatos que no deben tener nada en común con la Internacional amarilla de Ámsterdam.
11. La fe en el valor absoluto de los contratos colectivos, propagada por los oportunistas de todos los países, debe enfrentarse con la resistencia áspera y decidida del movimiento Sindical revolucionario. El contrato colectivo es sólo un armisticio. Los patrones violan esos contratos apenas tienen la menor posibilidad. Un respeto religioso ante los contratos colectivos evidencia la profunda penetración de la ideología burguesa en las mentes de los dirigentes de la clase obrera. Los sindicatos revolucionarios no tienen que renunciar a los contratos colectivos pero deben ser conscientes de su valor relativo y estudiar el método a seguir para violar esos contratos toda vez que sea ventajoso para la clase obrera.
12. La lucha de las organizaciones obreras contra el patrón individual y colectivo debe ser adaptada a las condiciones nacionales y locales, debe utilizar toda la experiencia de la lucha liberadora de la clase obrera. De ese modo, toda huelga importante no solamente tendrá que estar bien organizada sino que los obreros, desde un comienzo, organizarán cuadros especiales para combatir a los rompehuelgas y oponerse a la ofensiva provocadora de las organizaciones blancas de todo tipo sostenidas por los Estados burgueses. Los fascistas en Italia, la ayuda técnica en Alemania, los guardias cívicos formados por antiguos oficiales y suboficiales en Francia y en Inglaterra, todas esas organizaciones tienen como objetivo la desmoralización, el fracaso de toda acción obrera, un fracaso que se reduciría no a un simple remplazo de los huelguistas sino al aniquilamiento material de su organización y a la masacre de los dirigentes del movimiento. En esas condiciones, la organización de batallones de huelga especiales, de destacamentos de defensa obrera es una cuestión de vida o muerte para la clase obrera.
13. Las organizaciones de combate así creadas no deben limitarse a combatir a las organizaciones de los patronos y de los rompehuelgas sino que deben encargarse de detener todos los paquetes y mercancías expedidas con destino a la fábrica en huelga por otras empresas y oponerse a la transferencia de los pedidos a otras fábricas. Los sindicatos de los obreros del transporte están llamados a desempeñar, en este aspecto, un papel particularmente importante: a ellos les corresponde la tarea de obstaculizar el transporte de mercancías, lo que no podría realizarse sin la ayuda unánime de todos los obreros de la región.
Toda la lucha económica de la clase obrera en el curso del período que se inicia se concentrará alrededor de la consigna del control obrero sobre la producción, debiendo dicho control ser efectivizado sin esperar que el gobierno o las clases dominantes inventen algún sucedáneo. Es preciso combatir violentamente todas las tentativas de las clases dominantes y de los reformistas por crear asociaciones o comisiones paritarias, realizándose en cambio un estricto control sobre la producción, el cual solamente así dará resultados concretos. Los sindicatos revolucionarios deben combatir resueltamente el chantaje y la estafa ejercidas en nombre de la socialización por los dirigentes de los antiguos sindicatos con el apoyo de las clases dominantes. Toda la verborragia de esos señores a propósito de la socialización pacífica persigue el único objetivo de desviar a los obreros de la acción revolucionaria y de la revolución social.
15. Para distraer la atención de los obreros de sus tareas inmediatas y despertar en ellos ambiciones pequeñoburguesas, se plantea la idea de la participación de los obreros en los beneficios, es decir de la restitución a los obreros de una muy pequeña parte de la plusvalía creada por ellos. Esta consigna de perversión obrera debe ser objeto de la crítica más severa e implacable. “Ninguna participación en los beneficios, destrucción de los beneficios capitalistas”, esa es la consigna de los sindicatos revolucionarios.
16. Para obstaculizar o romper la fuerza combativa de la clase obrera, los Estados burgueses aprovecharon la posibilidad de militarizar provisoriamente ciertas fábricas o sectores de la industria con el pretexto de proteger a las industrias de importancia vital. Pretextando la necesidad de preservarse lo más posible contra perturbaciones económicas, los Estados burgueses introdujeron, para proteger el capital, cursos de arbitraje y comisiones de conciliación obligatorias. También en defensa del capital, y para hacer recaer totalmente sobre los obreros el peso de las cargas de guerra, se introdujo un nuevo sistema de percepción de impuestos. Estos son retenidos del salario del obrero por el patrón, que desempeña así el papel de recaudador. Los sindicatos deben realizar una lucha obstinada contra esas medidas gubernamentales que sólo sirven a los intereses de la clase capitalista.
17. Los sindicatos revolucionarios que luchan por mejorar las condiciones de trabajo, elevar el nivel de subsistencia de las masas, establecer el control obrero, deben permanentemente tomar conciencia de que en el marco del capitalismo todos esos problemas no podrán ser resueltos. Así, mientras arrancan paso a paso concesiones a las clases dominantes, mientras las obligan a aplicar la legislación social, deben enfrentar claramente a las masas con la evidencia de que sólo la derrota del capitalismo y la instauración de la dictadura del proletariado son capaces de resolver el problema social. Ni una acción parcial, ni una huelga parcial, ni el menor conflicto deben pasar sin dejar huellas desde ese punto de vista. Los sindicatos revolucionarios generalizarán esos conflictos elevando constantemente la mentalidad de las masas obreras hasta la necesidad y la ineluctabilidad de la revolución social y de la dictadura del proletariado.
18. Toda la lucha económica es una lucha política, es decir una lucha llevada a cabo por toda una clase. En esas condiciones, por más considerables que sean los sectores obreros movilizados por la lucha, ésta sólo puede ser revolucionaria, sólo puede ser realizada con el máximo de utilidad para la clase obrera en su conjunto, si los sindicatos revolucionarios marchan en unión y estrecha colaboración con el Partido comunista de ese país. La teoría y la práctica de la división de la acción de la clase obrera en dos mitades autónomas es muy perniciosa sobre todo en el momento revolucionario actual. Cada acción exige un máximo de concentración de fuerzas que sólo es posible a condición de una mayor tensión de la energía revolucionaria de la clase obrera, es decir de todos sus elementos comunistas y revolucionarios. Las acciones aisladas del Partido comunista y de los sindicatos revolucionarios de clase están de antemano destinadas al fracaso y a la destrucción. Por eso la unidad de acción, la vinculación orgánica entre los Partidos comunistas y los sindicatos obreros constituye la condición previa del éxito en la lucha contra el capitalismo.