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Hay que decir NO a la violencia contra la mujer
¿Qué hacen los gobernantes para detener los asesinatos de mujeres cuyo único delito aparente es rechazar a aquel a quien no quieren?: derrochar cantidades de dinero enormes para simular una supuesta preocupación y dar discursos cuya palabrería no soluciona el problema real de la violencia contra la mujer.
Los medios de comunicación del sistema capitalista nos dan a conocer cada vez más casos de mujeres asesinadas por sus exparejas o por hombres que pretenden ser sus dueños utilizando para ello incluso a los propios hijos. Pero también es cierto que los gobiernos de este sistema, que establece como norma general la apropiación privada, no atacan a la raíz del problema sino que se limitan a lamentarlo y a echar al agresor un rapapolvo como señalándole que por ahí no va bien, que ha de saber tratar a la mujer, como el ser débil de la sociedad. Así, el castigo que se les da se limita a los metros o kilómetros que ha de guardar de distancia sin acercarse a la maltratada, a multas que no tienen efecto -unas por ser de “risa” y otras por insolvencia- y, como mucho, a escasos años de cárcel que por buen comportamiento se reducen a la mitad sin contar la de veces que tras una separación violenta, los hijos se quedan a cargo del maltratador. También es cierto que las penas se están endureciendo día a día gracias al esfuerzo de lucha de las mujeres maltratadas que se ven sin trabajo, alejadas de los seres queridos e incluso de sus hijos y a las que a pesar de su coraje por salir adelante, se las continua considerando débiles. Quizás por esta razón, nunca se habla desde los medios de comunicación de la violencia que ejercen sobre ella las condiciones laborales que les provocan enfermedades no reconocidas como consecuencia del trabajo que realizan ni se paran a debatir sobre el significado que tiene el que miles de parados se vean arrojados a las calles donde el único beneficio es descubrir que no pueden dedicar su tiempo a ganarse el pan.
Las mujeres obreras y trabajadoras debemos apoyar la lucha contra aquellos que continúan exigiendo que las mujeres sean fieles de por vida, y se dediquen en exclusividad a las tareas del hogar; contra quienes las impidan valorarse como individuos inteligentes capaces de administrar y dirigir sus propias vidas, solas o acompañadas. Debemos luchar contra toda idea o hecho que permita establecer diferencias entre hombres y mujeres solo por no ser del mismo sexo y, por ende, contra toda idea que nos defina como productos, objetos o simples reproductoras de vida, porque de otra forma daremos razones a aquellos embrutecidos por este sistema generador de violencia, para que sigan considerándonos a las mujeres como la parte débil de la sociedad.
Las mujeres obreras y trabajadoras deben apoyar a las mujeres maltratadas en sus reivindicaciones y exigir su derecho a ser tenidas en cuenta en la elaboración y aplicación de las leyes contra el maltrato y cuando -calladas y en silencio- piden un trabajo digno con un salario digno que les permita poder alejarse lo más posible del maltratador y así no tengan necesidad de pedirle ni la hora. Las mujeres maltratadas tienen derecho a que sus hijos estén con ellas y a que no se le de la tutela al agresor y por tanto necesitan acceso a vivienda digna, gratuita si es posible bajo las condiciones del sistema opresor, en la que ellas puedan sentir que siguen siendo madres y trabajadoras, mujeres dignas de respeto. Tienen derecho a que se considere a los maltratadores como un gran peligro social y por lo tanto que se les impida esconderse y que sean reconocidos públicamente como tales para que ninguna más caiga en sus manos. No se entiende que el Estado aplique el estado de alarma ante una huelga de controladores cuyo daño es solo material (económico) mientras que a los maltratadores se les enjuicia con los mismos derechos o en igualdad de condiciones que a las maltratadas.
Ante tales fechas conmemorativas del 25 de Noviembre, las mujeres obreras y trabajadoras, deben rebelarse primero porque no se puede institucionalizar el hecho del maltrato como responsabilidad exclusiva del individuo, y segundo porque no se puede reducir a un día la lucha contra la violencia ejercida contra la mujer, no solo por el hombre celoso, embrutecido, ignorante y cobarde ante sus problemas, sino por la sociedad que es la causa del embrutecimiento no solo del hombre sino también de las mujeres. Las mujeres tienen su día, el 8 de marzo que debe ir ligado a la lucha de la clase obrera en el 1º de mayo. La mujer obrera y trabajadora debe revelarse contra la violencia que impone la forma de vida del sistema burgués al establecer diferencias entre hombres y mujeres recurriendo incluso a las creencias religiosas.
Está claro, el sistema necesita de la fuerza de trabajo de la mujer para obtener ganancias. Pero no quiere que ésta se sienta fuerte y libre para tomar sus propias decisiones, que bastante tiene con los problemas que le genera el hombre trabajador- A éste, el capitalismo no le facilita la formación cultural que le impida ejercer su rebeldía contra el más débil, sino todo lo contrario: se le sumerge en el mundo de la incultura y la brutalidad, pues el sistema solo necesita de él su fuerza de trabajo, que es la que le reporta grandes beneficios.
Por eso, deberíamos, como mujeres trabajadoras y como clase obrera, reivindicar que el Estado proporcione una educación única, mixta, laica y que no se limite a defender la igualdad legal sino que difunda el criterio de la ayuda mutua desinteresada rechazando el individualismo y favoreciendo el interés colectivo de niños y niñas. La lucha contra el espíritu de propiedad privada hará posible que se reduzcan las diferencias entre sexos y que el maltrato por el “tu haces lo que yo digo, porque soy yo”, “lo digo yo y punto”, “tu no eres nadie y aquí tomo yo las decisiones”, etc… se erradique para siempre.
Esto solo puede lograrse a través de una sociedad donde las relaciones entre las personas, entre hombres y mujeres, adultos y menores, no estén influidas por el egoísmo de lo mío o lo tuyo, causado por la existencia de la apropiación y la propiedad privada. Por eso, las mujeres obreras y trabajadoras en oficinas, fábricas, hospitales, empleadas del hogar o en empresas de servicios, así como las trabajadoras autónomas y las trabajadoras del campo, todas ellas deben luchar:
contra el sistema social que las esclaviza dentro y fuera del hogar;
contra el individualismo y solidarizándose entre ellas sintiendo que son parte de una misma lucha, creyendo en su propia fuerza como miembros que participan de forma directa e indirecta en la formación de la sociedad, y así deben transmitírselo a los hombres obreros y trabajadores, a sus compañeros en la vida o en el trabajo;
por la educación de sus hijos igual en deberes y en derechos transmitiéndoles el respeto mutuo;
por su derecho a una vida sin sometimientos al hombre ni a cualquier otra mujer, a elegir su opción de relaciones, con quien consideren y como consideren, porque no son un objeto vivo que utilizar sino un ser vivo que respetar como se respeta la vida misma;
Y deben, ante todo, respetarse a sí mismas por ser mujeres, por ser madres, por ser trabajadoras.
Hay que decir: NO a la violencia contra la mujer
¡Contra la violencia del capital ejercida sobre la clase trabajadora, la mujer y la humanidad!
¡Por la unidad de los hombres y mujeres trabajadoras contra la violencia del capital!
Hay que decir NO a la violencia contra la mujer
¿Qué hacen los gobernantes para detener los asesinatos de mujeres cuyo único delito aparente es rechazar a aquel a quien no quieren?: derrochar cantidades de dinero enormes para simular una supuesta preocupación y dar discursos cuya palabrería no soluciona el problema real de la violencia contra la mujer.
Los medios de comunicación del sistema capitalista nos dan a conocer cada vez más casos de mujeres asesinadas por sus exparejas o por hombres que pretenden ser sus dueños utilizando para ello incluso a los propios hijos. Pero también es cierto que los gobiernos de este sistema, que establece como norma general la apropiación privada, no atacan a la raíz del problema sino que se limitan a lamentarlo y a echar al agresor un rapapolvo como señalándole que por ahí no va bien, que ha de saber tratar a la mujer, como el ser débil de la sociedad. Así, el castigo que se les da se limita a los metros o kilómetros que ha de guardar de distancia sin acercarse a la maltratada, a multas que no tienen efecto -unas por ser de “risa” y otras por insolvencia- y, como mucho, a escasos años de cárcel que por buen comportamiento se reducen a la mitad sin contar la de veces que tras una separación violenta, los hijos se quedan a cargo del maltratador. También es cierto que las penas se están endureciendo día a día gracias al esfuerzo de lucha de las mujeres maltratadas que se ven sin trabajo, alejadas de los seres queridos e incluso de sus hijos y a las que a pesar de su coraje por salir adelante, se las continua considerando débiles. Quizás por esta razón, nunca se habla desde los medios de comunicación de la violencia que ejercen sobre ella las condiciones laborales que les provocan enfermedades no reconocidas como consecuencia del trabajo que realizan ni se paran a debatir sobre el significado que tiene el que miles de parados se vean arrojados a las calles donde el único beneficio es descubrir que no pueden dedicar su tiempo a ganarse el pan.
Las mujeres obreras y trabajadoras debemos apoyar la lucha contra aquellos que continúan exigiendo que las mujeres sean fieles de por vida, y se dediquen en exclusividad a las tareas del hogar; contra quienes las impidan valorarse como individuos inteligentes capaces de administrar y dirigir sus propias vidas, solas o acompañadas. Debemos luchar contra toda idea o hecho que permita establecer diferencias entre hombres y mujeres solo por no ser del mismo sexo y, por ende, contra toda idea que nos defina como productos, objetos o simples reproductoras de vida, porque de otra forma daremos razones a aquellos embrutecidos por este sistema generador de violencia, para que sigan considerándonos a las mujeres como la parte débil de la sociedad.
Las mujeres obreras y trabajadoras deben apoyar a las mujeres maltratadas en sus reivindicaciones y exigir su derecho a ser tenidas en cuenta en la elaboración y aplicación de las leyes contra el maltrato y cuando -calladas y en silencio- piden un trabajo digno con un salario digno que les permita poder alejarse lo más posible del maltratador y así no tengan necesidad de pedirle ni la hora. Las mujeres maltratadas tienen derecho a que sus hijos estén con ellas y a que no se le de la tutela al agresor y por tanto necesitan acceso a vivienda digna, gratuita si es posible bajo las condiciones del sistema opresor, en la que ellas puedan sentir que siguen siendo madres y trabajadoras, mujeres dignas de respeto. Tienen derecho a que se considere a los maltratadores como un gran peligro social y por lo tanto que se les impida esconderse y que sean reconocidos públicamente como tales para que ninguna más caiga en sus manos. No se entiende que el Estado aplique el estado de alarma ante una huelga de controladores cuyo daño es solo material (económico) mientras que a los maltratadores se les enjuicia con los mismos derechos o en igualdad de condiciones que a las maltratadas.
Ante tales fechas conmemorativas del 25 de Noviembre, las mujeres obreras y trabajadoras, deben rebelarse primero porque no se puede institucionalizar el hecho del maltrato como responsabilidad exclusiva del individuo, y segundo porque no se puede reducir a un día la lucha contra la violencia ejercida contra la mujer, no solo por el hombre celoso, embrutecido, ignorante y cobarde ante sus problemas, sino por la sociedad que es la causa del embrutecimiento no solo del hombre sino también de las mujeres. Las mujeres tienen su día, el 8 de marzo que debe ir ligado a la lucha de la clase obrera en el 1º de mayo. La mujer obrera y trabajadora debe revelarse contra la violencia que impone la forma de vida del sistema burgués al establecer diferencias entre hombres y mujeres recurriendo incluso a las creencias religiosas.
Está claro, el sistema necesita de la fuerza de trabajo de la mujer para obtener ganancias. Pero no quiere que ésta se sienta fuerte y libre para tomar sus propias decisiones, que bastante tiene con los problemas que le genera el hombre trabajador- A éste, el capitalismo no le facilita la formación cultural que le impida ejercer su rebeldía contra el más débil, sino todo lo contrario: se le sumerge en el mundo de la incultura y la brutalidad, pues el sistema solo necesita de él su fuerza de trabajo, que es la que le reporta grandes beneficios.
Por eso, deberíamos, como mujeres trabajadoras y como clase obrera, reivindicar que el Estado proporcione una educación única, mixta, laica y que no se limite a defender la igualdad legal sino que difunda el criterio de la ayuda mutua desinteresada rechazando el individualismo y favoreciendo el interés colectivo de niños y niñas. La lucha contra el espíritu de propiedad privada hará posible que se reduzcan las diferencias entre sexos y que el maltrato por el “tu haces lo que yo digo, porque soy yo”, “lo digo yo y punto”, “tu no eres nadie y aquí tomo yo las decisiones”, etc… se erradique para siempre.
Esto solo puede lograrse a través de una sociedad donde las relaciones entre las personas, entre hombres y mujeres, adultos y menores, no estén influidas por el egoísmo de lo mío o lo tuyo, causado por la existencia de la apropiación y la propiedad privada. Por eso, las mujeres obreras y trabajadoras en oficinas, fábricas, hospitales, empleadas del hogar o en empresas de servicios, así como las trabajadoras autónomas y las trabajadoras del campo, todas ellas deben luchar:
contra el sistema social que las esclaviza dentro y fuera del hogar;
contra el individualismo y solidarizándose entre ellas sintiendo que son parte de una misma lucha, creyendo en su propia fuerza como miembros que participan de forma directa e indirecta en la formación de la sociedad, y así deben transmitírselo a los hombres obreros y trabajadores, a sus compañeros en la vida o en el trabajo;
por la educación de sus hijos igual en deberes y en derechos transmitiéndoles el respeto mutuo;
por su derecho a una vida sin sometimientos al hombre ni a cualquier otra mujer, a elegir su opción de relaciones, con quien consideren y como consideren, porque no son un objeto vivo que utilizar sino un ser vivo que respetar como se respeta la vida misma;
Y deben, ante todo, respetarse a sí mismas por ser mujeres, por ser madres, por ser trabajadoras.
Hay que decir: NO a la violencia contra la mujer
¡Contra la violencia del capital ejercida sobre la clase trabajadora, la mujer y la humanidad!
¡Por la unidad de los hombres y mujeres trabajadoras contra la violencia del capital!