por Demofilo Jue Feb 03, 2011 3:01 pm
El capitalismo congrega a grandes cantidades de personas en ciudades y fábricas; los organiza y distribuye de una forma peculiar, bajo la forma de la división capitalista del trabajo. Cuando el trabajo se masifica, se produce siempre una división del mismo que introduce la especialización. Hay dos divisiones distintas del trabajo que el capitalismo impone:
(A) La división social del trabajo, que Marx calificó de división del trabajo "en general"; es la que se da entre la agricultura y la industria y, a su vez, entre la minería y la metalurgia, etc. Esta división del trabajo ya era conocida en anteriores modos de producción. Lo que el capitalismo introduce como novedad es lo siguiente
(B) la división del trabajo "en particular", es decir, la división del trabajo dentro de una fábrica, un taller o una unidad productiva.
La división del trabajo implica la contradicción entre el campo y la ciudad, entre el hombre y la mujer, entre los adultos y los niños, entre el trabajo manual y el intelectual, entre la producción y el intercambio, etc. Según Marx, la división del trabajo sólo se convierte en verdadera división a partir del momento en que se separan el trabajo manual y el intelectual, lo que pone de manifiesto la trascendencia de esta contradicción.
El objetivo de la oposición entre el trabajo manual y el intelectual no es otro que perpetuar la dominación sobre el obrero en el proceso de producción. La tendencia capitalista es a la expropiación del conocimiento técnico del trabajador, de su habilidad y pericia, y su concentración un grupo reducido de técnicos y expertos subordinados directamente al patrono.
La división capitalista del trabajo adquiere un relieve acusado con la gran industria y el maquinismo. El salto de la herramienta a la máquina reforzó la explotación: el peso de la producción pasó de la fuerza de trabajo hábil en el manejo del instrumento, a la máquina o la cadena de montaje, de la cual el obrero es un anexo, un apéndice más.
Se trata de un fenómeno con dos aspectos contradictorios, pues aunque, por un lado, represente un progreso histórico y una etapa necesaria en el progreso de las sociedades, por el otro, según Marx es "un medio de explotación civilizada y refinada". Mientras la división del trabajo "en particular" desarrolla la tiranía del capitalista dentro de su empresa, la división "social" del trabajo conlleva la anarquía del mercado. Ésta contribuyó a mejorar el valor de uso de las mercancías y a quien las producía, pero la división capitalista del trabajo sólo ha servido para incrementar el valor de cambio y beneficiar al burgués, mientras que "disminuye la capacidad de cada hombre individualmente considerado y engendra el idiotismo del oficio", dice Marx.
No existe, sin embargo, una frontera insalvable entre una forma y otra de división del trabajo, por cuanto frecuentemente fragmentos de la producción de una misma empresa se independizan y forman unidades productivas en sí mismas. Por ejemplo, numerosas sociedades de servicios no son más que antiguas tareas y funciones que antes se localizaban dentro de las oficinas de las grandes empresas, como consultorías técnicas, administrativas, ingeniería, etc. La división del trabajo hace que grupos de funciones que antes desempeñaban las propias empresas por sí mismas, ahora se extraigan de su interior y obtengan autonomía funcional, pasando a prestar sus servicios no solamente a su matriz, sino a cualquier otra empresa. De ese modo se intensifica la especialización, mejora la productividad y disminuyen los costes.