La "lección" de Trotsky
Contrariamente a todas las corrientes estudiadas con anterioridad, la que lleva el nombre de "trotskismo" tiene un origen comunista lejano en la Oposición de Izquierda que a partir de 1923 conduce contra el oportunismo surgido en el partido bolchevique, una lucha desigual que terminaría en su derrota política y su destrucción física en los años 1927 a 1938. Hoy, es decir, treinta o mas bien cuarenta años después de esta terrible derrota, este origen se ha hecho irreconocible en el movimiento que continuaría llevando el nombre del dirigente de la Oposición, Leon Trotsky, teórico de la Revolución permanente, fundador del Ejército Rojo, combatiente vencido tras luchas por el «enderezamiento» de la Internacional Comunista, del poder soviético y del partido bolchevique y, finalmente, fundador equivocado de lo que el creyó la IV Internacional. Sin doctrina y sin lazos con la clase obrera, el "trotskismo" de hoy se reduce a un amasijo de pequeñas sectas en las que sus posiciones se contradicen entre sí en mil puntos (y además algunas se preocupan muy poco de cuestiones teóricas), pero que poco o mucho comparten esta curiosa posición, que se engloba dentro de los mas extraños productos de la ausencia de principios y del empirismo, según la cual la URSS y su bloque serían socialistas, pero necesitarían una revolución política destinada a restablecer la democracia obrera.
La "lección" que surgiría de esta incómoda plataforma, si al menos el "trotskismo" se atreviese a formular generalizaciones teóricas, podría formularse así: la nacionalización de los medios de producción por el Partido del proletariado al poder definitivo conduce a un régimen socialista en tanto que dicha nacionalización queda en vigor. Pero este socialismo no es completo en tanto no viene acompañado de la democracia política y de la «participación obrera» en los «asuntos económicos» del poder. Todo lo que subsiste del comunismo aquí es la idea la necesidad de la Revolución violenta, pero por lo demás es un retorno a las dos desviaciones estudiadas con anterioridad: el socialdemocratismo y el «socialismo de empresa». Esta idea permanece tan nebulosa que, con sus cuarenta años de existencia, el "trotskismo" no ha sabido trazar la más mínima línea de conducta no sólo firme, sino simplemente sensata para reorganizar a las fuerzas revolucionarias.
No puede negarse que existe dentro de este monstruo doctrinal por una parte esta curiosidad de la historia que causará asombro a las futuras generaciones si llegan a conocerlo, y por otra parte que existe cierto lazo entre aquella y las posiciones adoptadas sucesivamente por Trotsky y la Oposición, lazo constituido por la adhesión de los "trotskistas" actuales no a sus auténticas enseñanzas revolucionarias, sino a sus errores ó a sus posiciones más débiles. Esto significa que, si bien Trotsky no está exento de responsabilidad en la formación de la "doctrina" desigual que lleva su nombre, estuvo, en tanto que comunista auténtico, muy lejos y muy por encima de ella.
Es un hecho que, al igual que se hacía todavía en su generación, Trotsky y Lenin no consideraron evitar el antiguo término de «democracia obrera». No es este el lugar para examinar las razones históricas de este hecho. Nos contentaremos con recordar que los marxistas de la izquierda italiana, más jóvenes que los bolcheviques y los espartaquistas, pusieron en guardia a la Internacional Comunista contra esta terminología equívoca, en particular en un artículo clásico de Rassegna Comunista (febrero 1922): «El uso de ciertos términos en la exposición de los principios del comunismo engendra muy frecuentemente equívocos como consecuencia de los diferentes sentidos que se les puede dar. Tal es el caso de la palabras Democracia y Democrático. En sus afirmaciones de principio el comunismo marxista se presenta como una crítica y una negación de la democracia. No obstante, los comunistas defienden frecuentemente el carácter democrático de las organizaciones proletarias y la aplicación de la democracia en su seno. Evidentemente no hay ninguna contradicción: no se puede objetar nada al dilema democracia burguesa ó democracia proletaria en tanto que equivalente de democracia burguesa ó dictadura del proletariado (...pero) sería deseable el uso de un término distinto con el fin de evitar los equívocos y de no revalorizar el concepto de democracia. Incluso si se renuncia a él será útil profundizar el contenido mismo del principio democrático, no solamente en su acepción general, sino en su aplicación particular en organizaciones homogéneas según el punto de vista de clase. Esto nos evitará erigir la democracia obrera en principio absoluto de verdad y justicia, y por lo tanto caer en un apriorismo a toda nuestra doctrina en el preciso momento en que nos esforzamos con nuestra crítica en despejar el terreno de la mentira y del arbitrio de las teorías liberales». Esta era la introducción de este artículo verdaderamente profético en lo que respecta a todo lo que el trotskismo ha hecho de las enseñanzas de Trotsky. La conclusión no lo era menos, pues decía: «Los comunistas no tienen constituciones codificadas que proponer. Tienen un mundo de mentiras y de constituciones cristalizadas en el derecho y en la fuerza de la clase dominante a abatir. Saben que sólo un aparato revolucionario y totalitario de fuerza y de poder, sin exclusión de ningún medio, podrá impedir que los infames residuos de una época de barbarie resurjan y que, ávido de venganza y de servidumbre, el monstruo del privilegio social levante la cabeza, lanzando por milésima vez el mentiroso grito de ¡Libertad!».
De la misma forma que es un hecho que el partido bolchevique ha hecho un cierto uso del mecanismo democrático formal en su vida interna, y las dramáticas sesiones del Comité Central, en las cuales las grandes decisiones de la Revolución (cuestión de la insurrección, de las negociaciones de Brest-Litovsk y de la prosecución ó final de la guerra, de la NEP) fueron tomadas "por mayoría de voces", están en la memoria de todos. Deducir de esto como hacen los "trotskistas" que Trotsky y Lenin eran "demócratas" (es el caso de Pierre Broue, autor de una historia del partido bolchevique que no parece haber sido escrita más que con ese objetivo), contrariamente a Stalin que no fue más que un "tirano", es hacer un contrasentido grosero sobre su obra, y en cualquier caso hacen gala de un celo más que sospechoso a la hora de defenderles contra la acusación de los peores burgueses y oportunistas, según la cual ellos habrían abierto el paso al estalinismo usando la dictadura. Los verdaderos comunistas desdeñan estas afirmaciones del enemigo de clase, y no se prestan a edulcorar la figura de los grandes revolucionarios del pasado para hacerla más simpática ó más tolerable al diletantismo "progresista".
Igualmente, es dejar realmente de lado lo esencial, o peor, callarlo por consideración oportunista, pretender caracterizar el cruel contraste que opone al partido de Lenin y al de Stalin (los dos nombres vienen a designar dos fases históricas) diciendo que el primero funcionaba "democráticamente", y el segundo no. La oposición es una oposición de sustancia, en la cual el famoso «modo de funcionamiento» que tanto preocupa a los filisteos no es más que su expresión. Según esto, esta oposición es tal que, si hay funcionamiento democrático en el sentido propio del término en algún sitio, lo es claramente en el partido de la degeneración estalinista, y no en el partido bolchevique en tiempos de Lenin. Este último es efectivamente un partido de clase, un partido revolucionario que obedece a un cuerpo de doctrina definido – el marxismo – que su núcleo dirigente ha restaurado y defendido contra el oportunismo. Naturalmente un partido así resiste a las fluctuaciones de opinión, a las cuales, al menos teóricamente, deben obedecer los partidos democráticos; naturalmente lo que dirige la acción de un partido así es su programa y nunca la "opinión" de sus miembros. La función capital del núcleo dirigente le viene de la historia real del partido y de las selecciones sucesivas que se llevan cabo en él (eliminación progresiva de los dirigentes impropios para las tareas del partido o simplemente inciertos, o por el contrario reunión de elementos en un tiempo descarriados, como por ejemplo el caso de Trotsky).
Esta función no viene delegada por "libre elección" individual, como quiere la mitología democrática, ni por los medios que esta última usa invariablemente, y que son la propaganda a favor o contra los individuos, llegando hasta la apología embustera por una parte y la difamación por otra. Lo que un partido así busca es una continuidad de acción que no se da sin una cierta estabilidad de la dirección, que no viene dada en absoluto por la libertad individual de sus miembros, como sucede en los partidos democráticos con una conducta fluctuante ya que no se obedece a ningún principio, y con una dirección cambiante, porque la función dirigente está sometida al favor electoral. No sólo no puede ser llamado "democrático", sino que además todas sus características positivas prueban la mentira de los postulados democráticos y su inadecuación para cumplir las tareas revolucionarias. En estas condiciones la práctica del voto y del recuento de voces no es más que un simple uso de un mecanismo cómodo, nada más.
Muy lejos de ser una "garantía", el recurso a tales formas no se explica más que por una relativa inmadurez. Un partido dotado con un máximo de experiencia histórica y con una máxima cohesión no es tan susceptible de presentar – incluso en las cuestiones prácticas – esas violentas oposiciones que el partido bolchevique conoció y que no podía dejar de conocer, a caballo como estaba de la última revolución democrática y la primera revolución socialista de Europa. Es cierto que nunca una decisión importante (la firma de la paz en 1919, por ejemplo, ó el cese de la guerra contra Polonia) ha dependido en realidad del plácido recuento de las opiniones de los miembros del C.C.: una vez concedido a las exigencias de unidad y armonía internas del partido lo que le debía ser concedido por medio de lo que Lenin llamaba «la legalidad del partido», nunca se vio a ningún jefe bolchevique – en especial Lenin – renunciar a la luchas más enérgica contra sus propios camaradas cuando la suerte de la revolución estaba en juego. Que esta lucha haya sido leal y abierta, que haya dado el visto bueno a las soluciones y posiciones propuestas, y no a las personas, que su puesto en el partido haya sido asegurado a todos los militantes que querían continuar militando en sus filas incluso después de las crisis más graves (por ejemplo Zinoviev y Kamenev, que habían roto la disciplina de partido sobre la cuestión crucial de la insurrección), que no se haya tenido ninguna duda en aceptar en el partido a revolucionarios probados como Trotsky y a algunos de sus camaradas cuando renunciaron a errores pasados y que, durante el período que la Revolución mantuvo su impulso inicial, no pensó nunca en utilizar contra los miembros del Partido la sanción de Estado, ó peor, la fuerza policial, es cierto, y son otros tantos aspectos que distinguen al partido de Lenin y al de Stalin. Ver en esto una característica democrática es abusar de los términos, conceder a la democracia unas virtudes que no posee en lo más mínimo, haciendo gala de una buena dosis de estupidez.
Toda esta práctica de partido es muy superior a la página corriente de los partidos electoralistas precisamente porque para ser lo que es, no ha tenido más que ser comunista, y no conformarse nunca con el respeto al individuo que el democratismo burgués pregona como uno de sus principios más queridos y por el cual los "trotskistas" alaban al partido bolchevique en tiempos de Lenin, de igual forma que denuncian el régimen de maniobras, de terror y de violencia en tiempos de Stalin. La práctica bolchevique por una parte y la práctica estalinista por otra prueban todo lo contrario de lo que pretende el trotskismo degenerado y de lo que ve el democratismo vulgar. La primera muestra de manera clara que la proclamación de fines colectivos y de clase y la negación de principio de la ideología burguesa de libertad no traen consigo ese famoso «aplastamiento del individuo» que los burgueses han reprochado siempre al marxismo con su estupidez habitual. La razón de esto es simple: como todas las relaciones dignas de consideración, la relación entre el individuo y la colectividad de la cual forma parte no depende de las ficciones del derecho, sino de la naturaleza misma de esta colectividad.
Por lo que concierne al partido revolucionario, éste no se opone ni puede oponerse como un todo a cada uno de sus miembros considerado individualmente: por el contrario, el partido no existe más que si existen militantes que han conseguido coordinar sus esfuerzos con el máximo de eficacia para alcanzar un fin común; inversamente, cada uno de esos militantes no existe como tal más que en tanto es un elemento del todo. Muy lejos de oprimir, ó peor, de aplastar al individuo, el partido no es finalmente más que el uso racional de una serie de esfuerzos individuales que fuera de él no solamente se perderían, sino que incluso no habrían nacido; si por lo tanto (para responder a los demócratas y no porque esto nos importe a nosotros) hay que definir la relación entre el individuo y la colectividad en un partido que niega por principio el individualismo burgués y las garantías democráticas, es necesario decir que es precisamente en él y por él como el individuo se desembaraza de la soberanía puramente ficticia a la cual le condena el democratismo para convertirse en una fuerza real, en los límites del determinismo, claro está.
¿Qué sucede por el contrario en el partido estalinista? El trotskismo degenerado, a remolque del democratismo vulgar, deplora que se hayan suprimido para los militantes las famosas "garantías" del habeas corpus y que en lugar de asegurarles la libertad de expresión se les haya sometido a una dictadura. ¡Claro que se trata de esto! El partido llamado "estalinista" es el partido bolchevique en un cierto momento de su existencia histórica que puede caracterizarse así: tiene tras de sí una gran victoria revolucionaria, pero ha perdido su élite obrera en la guerra civil y se encuentra situado ante tareas para las cuales no solamente no está preparado, sino que a decir verdad, tampoco está hecho para ellas, ya que se trataba de administrar según sanos principios burgueses una economía desorganizada por el sabotaje y la fuga de los burgueses, ya que en este caso los principios diferentes y opuestos de la gestión socialista eran inaplicables. En el marco de Rusia lo que está en juego, aparte de la continuidad política revolucionaria, es el levantamiento económico ó la muerte, la reconstrucción ó la caída en las peores convulsiones sociales con la amenaza del peor terror blanco.
De todo esto resulta un cambio completo de la composición del partido al mismo tiempo que de su mentalidad, el practicismo inmediatista tiende fatalmente a llevarlo por encima de la preocupación por el rigor teórico y la fidelidad a los principios en el momento en que semejantes condiciones ejercen su presión. Entiéndase bien, fue el practicismo inmediatista quien debía llevarle finalmente, puesto que no le vino ninguna ayuda desde fuera (es decir, de la Internacional) al partido ruso. Pero el no podía hacerlo simplemente arrojando por la borda todas las tradiciones y los recuerdos del pasado; pero, como era por naturaleza su viva negación, sólo le quedaba una salida: por una parte, hacer alarde de una continuidad política y teórica que no habría resistido el menor examen por poco serio que fuese, si hubiese sido posible, y por otra parte librarse de la resistencia de los revolucionarios a este «nuevo curso», haciendo precisamente un llamamiento a la opinión, a la conciencia, a los sentimientos de este partido en una cierta medida nuevo en que se había convertido el partido bolchevique. Resumiendo, oponiendo la autoridad soberana de la mayoría democrática a la única autoridad que tanto Lenin y los bolcheviques reconocían hacía poco: la de los principios comunistas, de la doctrina comunista, del programa comunista.
Lo que, en esta fase, aparecía ante los ojos de los verdaderos marxistas como mil veces mas innoble que las sanciones (destitución, exclusión, prisión, deportación y mas tarde masacre a secas), es precisamente esta explotación hecha por el estalinismo de la legalidad democrática, de la regla puramente formal, mentirosa, mixtificadora de la soberanía de la mayoría, es decir de esta odiosa ficción que, a escala de toda la sociedad, sirve desde hace más de cien años a la burguesía no para «asegurar la libertad del individuo», como ella pretende, sino para aplastar al proletariado y a la revolución. El hecho de que la alteración del partido no haya con frecuencia bastado para procurarle esa mayoría a la fracción de Stalin, que esta haya debido "prepararla" mediante manipulaciones, campañas, maniobras adecuadas, no prueba en lo más mínimo que el partido estalinista no haya sido «verdaderamente democrático», sino que el abandono de la práctica comunista que se basa enteramente en el esfuerzo colectivo para conformar la acción colectiva con los fines revolucionarios y por lo tanto con la doctrina común, y el paso a la práctica democrática, que no aspira más que a obtener mayorías, trae consigo necesariamente el retorno de todas las taras de la vida política burguesa. El partido estalinista fue realmente democrático, no solamente por su recurso a la ficción democrática desenmascarada desde hace más de un siglo por el marxismo, sino por la infamia de toda su vida interior.
En 1923 Trotsky escribía su Nuevo Curso, haciendo un llamamiento a sanear el régimen interior, no ignorando nada de esto, y lo que el exigía, como veremos mas adelante, no eran «garantías democráticas», sino el retorno a la vida normal de un partido revolucionario. Independientemente de las posiciones que en la época de su declive personal y del lenguaje que tanto él, como el Partido, como la Internacional emplearon – hemos visto anteriormente que nuestra corriente intenta depurar este lenguaje de sus términos equívocos – Trotsky estaba absolutamente limpio de ilusiones y de formalismos democráticos, no menos que Lenin. Evidentemente no se puede citar todo, y bastarán tres referencias.
En Las enseñanzas de la Comuna de París muestra, haciendo un paralelo entre la Comuna y la Revolución rusa, toda la superioridad de la organización de Partido, y la insuficiencia del principio electivo para dotar al proletariado de una dirección política y militar capaz de alcanzar la victoria. Citemos: «El Comité Central de la Guardia Nacional – ya sabemos que papel jugó en la Comuna – era de hecho un consejo de los delegados de los obreros armados y de los pequeños burgueses (...) Dicho consejo, elegido inmediatamente por las masas revolucionarias, puede ser un brillante aparato de acción. Pero al mismo tiempo refleja tanto los lados débiles como los lados fuertes de las masas, y mucho más refleja los lados débiles que los fuertes». Después de haber mostrado «que en el mismo momento en que su responsabilidad era inmensa» – el Gobierno había huido a Versalles – la Guardia Nacional, democráticamente constituida «se declaró desligada de toda responsabilidad», y en lugar de actuar revolucionariamente «inventó elecciones legales a la Comuna», mostrando Trotsky que «esta pasividad y esta falta de decisión se apoyaron sobre el principio sagrado de la federación y de la autonomía», que reflejaban bien «el lado incontestablemente débil de una fracción del proletariado francés de entonces, la actitud hostil respecto a la organización central, herencia del ideal pequeño-burgués de autonomía». Es pues partiendo de los hechos como Trotsky demuestra la superioridad de una organización «que se apoya en un pasado histórico y prevé teóricamente la vía del desarrollo», una organización que no sea «un aparato para uso de las prácticas parlamentarias, sino el proletariado organizado y templado por la experiencia», es decir, la superioridad del partido obrero sobre toda forma electiva de organización obrera que, precisamente a causa de su ligazón directa con las masas, no puede dejar de reflejar todos los lados débiles.
Pasando de la cuestión política a la cuestión militar, la crítica de Trotsky a la concepción democrática de la lucha proletaria se endurece aún más: para librar, decía, «a la Guardia nacional del mando contrarrevolucionario, la elegibilidad era el mejor medio, pues la mayor parte de la Guardia nacional se componía de obreros y de pequeños burgueses revolucionarios». Y, añadía, esta «reivindicación de la elegibilidad no estaba destinada a dotar de un buen mando al ejército, sino (solamente) a librarlo de oficiales al servicio de la burguesía», y explicaba sobre la base de su propia experiencia revolucionaria como fundador del Ejército Rojo: «La elegibilidad del mando es bastante débil la mayoría de las veces a nivel técnico. Una vez que el ejército se ha librado del antiguo mando es necesario darle un mando revolucionario capaz de cumplir con su deber. Por lo tanto, esta tarea no puede ser llevada a cabo con el simple mecanismo de la elegibilidad. La elegibilidad es un fetiche, no es una panacea universal, una poderosa dirección por parte del partido es indispensable». He aquí una lección de la experiencia revolucionaria, un principio comunista que, para un "trotskista" actual se ha convertido en letra muerta.
En Terrorismo y Comunismo encontramos igualmente esta brillante refutación de las críticas que los defensores trasnochados de la «democracia obrera» dirigían ya a la «dictadura del partido bolchevique»:
«Se nos ha acusado muchas veces de haber sustituido la dictadura de los Soviets por la del Partido. Y sin embargo se puede afirmar sin riesgo a equivocarse que la dictadura de los Soviets no ha sido posible más que gracias a la dictadura del Partido. Gracias a la claridad de sus ideas técnicas, gracias a su fuerte organización revolucionaria, el Partido ha asegurado a los Soviets la posibilidad de transformarse de informes parlamentos obreros en un aparato de dominio en manos de los trabajadores. En esta sustitución del poder de la clase obrera por el poder del partido no hay nada de fortuito y, en el fondo, en realidad no hay ninguna sustitución. Los comunistas expresan los intereses fundamentales de la clase obrera. Es del todo natural que en una época que pone esos intereses en el orden del día en toda su extensión, los comunistas lleguen a ser los representantes declarados de la clase obrera en su totalidad ¿Pero quien os garantiza, nos preguntan algunos con malicia, que sea precisamente vuestro Partido el que expresa las exigencias del desarrollo histórico? Suprimiendo arrojando a las sombras a los demás partidos os habéis librado de su rivalidad política, emulativa, y por lo tanto habéis prescindido de la posibilidad de verificar vuestra línea de conducta. Esta consideración está dictada por una idea puramente liberal de la marcha de la revolución. En una época en la cual todos los antagonismos se declaran abiertamente, donde la lucha política se transforma rápidamente en guerra civil, el Partido dirigente tiene para verificar su línea de conducta muchos materiales en la mano y criterios, independientemente de la posible tirada de periódicos (de sus adversarios). En cualquier caso, nuestra tarea no consiste en evaluar a cada minuto mediante una estadística la importancia de los grupos que representan cada tendencia, sino en asegurar la victoria de... la tendencia de la dictadura proletaria, y en hallar durante la marcha de esta dictadura, en los diversos roces que se oponen al buen funcionamiento de su mecanismo interior, un criterio que sirva para verificar el valor de nuestros actos».
Aunque en 1936, en la Revolución Traicionada, Trotsky volverá a su vez a reivindicar desgraciadamente la «democracia soviética» contra la «dictadura estalinista», justificando su resbalón con una banalidad indigna de él y del marxismo: «Todo es relativo en este mundo en el cual lo único permanente es el cambio». Pero treinta años después, los discípulos de su declive aún no se han percatado de esto.
El tercer escrito, «¿Es verosímil la conversión de los Soviets a la democracia?» (1929), presenta el interés de ser posterior a la derrota de la Oposición rusa. Entonces, la lucha de Trotsky contra el estalinismo ya se había salido de los raíles de los principios e incluso de la realidad histórica, pero el gran revolucionario no había olvidado aún, como se verá, nada de la crítica marxista al democratismo.
«Si el poder soviético lucha con enormes dificultades, si la crisis (...) de la dictadura se acentúa cada vez más, si el peligro bonapartista no ha sido descartado ¿no es mejor orientarse hacia la democracia? Esta cuestión abierta o sobreentendida en una cantidad de artículos dedicados a los últimos acontecimientos acaecidos en la URSS. Yo no juzgo aquí que es mejor y que no. Intento poner claro lo que dimana de la lógica objetiva del desarrollo. Y llego a la deducción de que no hay nada menos creíble que la conversión de los Soviets en democracia parlamentaria ó, más exactamente, esta conversión es absolutamente imposible».
En 1929, Trotsky responde a sus adversarios socialdemócratas que, aunque se pudiese desear, el retorno de la URSS a la democracia parlamentaria está históricamente excluido. En 1936 hará de ese retorno la reivindicación política central de la Oposición para la URSS. Nuestra tesis de Partido es que, haciendo esto, Trotsky ha resbalado desde el terreno del comunismo hacia el de la socialdemocracia. Por lo tanto es capital mostrar que la justa crítica que hacía en 1929 a sus adversarios socialdemócratas es válida completamente contra él desde 1936, y contra sus "discípulos" de 1968.
Las razones invocadas por Trotsky son de dos órdenes: razones internacionales y generales, razones específicamente rusas, naturalmente ligadas entre ellas. Veamos primero las razones internacionales:
«Para expresar más claramente mi idea debo descartar los límites geográficos y bastará con recordar algunas tendencias del desarrollo político de Europa desde la guerra, que ha sido no un episodio, sino el prólogo sangriento de la nueva época. Casi todos los dirigentes de la guerra están aún vivos. La mayoría de ellos han dicho... que ésta era la última guerra y que después de ella vendría el reino de la democracia y de la paz... Ahora, ni uno sólo de entre ellos se atrevería a pronunciar estas palabras ¿Por qué? Porque la guerra nos ha conducido a una época de grandes tensiones, de grandes luchas, con la perspectiva de nuevas guerras. Por los raíles de la dominación universal, en el momento actual, se precipitan, uno sobre otro, poderosos trenes. No se puede medir nuestra época a la sombra del siglo XIX, que fue el siglo de la extensión de la democracia por excelencia [subrayado por nosotros]. El siglo XX, bajo numerosas perspectivas, se distinguirá mucho más del siglo XIX que lo que se distingue la historia moderna de la Edad Media (...) Por analogía con la electrotécnica, la democracia puede ser definida como un sistema de conmutadores y aislantes contra las corrientes demasiado fuertes de la lucha nacional ó social. No hay en la historia humana una época tan saturada de antagonismos como la nuestra (...) Bajo la alta tensión de las contradicciones de clase e internacionales, los conmutadores de la democracia se funden y saltan en pedazos. Tales son los cortocircuitos de la dictadura. Los interruptores más débiles son los primeros en saltar evidentemente. Pero la fuerza de las contradicciones interiores y mundiales no disminuye, aumenta. Difícilmente tranquilizaría la constatación de que el proceso sólo afecta a la periferia del mundo capitalista. La gota empieza por el dedo pequeño de la mano ó por el dedo gordo del pie; pero una vez en marcha llega hasta el corazón».
Bien visto y dicho. Nuestra tesis de partido es que el movimiento comunista debía extraer todas las consecuencias de esta realidad del siglo XX: no tenía ningún sentido implorar a la burguesía la conservación de los «conmutadores» de la democracia instalados contra nosotros desde siempre, pero que eran ya inútiles para ella; era necesario que la hiciésemos saltar nosotros mismos, con la corriente de alta tensión de la Revolución proletaria. El centro moscovita de la Internacional comunista no supo extraer todas estas consecuencias, incluyendo a Trotsky. Y es una de las razones que arruinaron esta Internacional. Pero es el mismo error aplicado esta vez a la lucha contra Stalin, y no contra Mussolini ó Hitler, lo que hizo de la IV Internacional de Trotsky un organismo nacido muerto.
Veamos ahora las razones mas específicamente rusas por las cuales Trotsky considera imposible en 1929 el restablecimiento de una democracia parlamentaria en Rusia:
«Cuando se opone la democracia parlamentaria a los Soviets, se observa un sistema parlamentario particular, olvidando otro aspecto – por lo demás esencial – de la cuestión, que la revolución de Octubre de 1917 se ha revelado como la más grande revolución democrática de la historia humana. La confiscación de la propiedad de la tierra, la completa liquidación de las distinciones y privilegios de clase, la destrucción del aparato burocrático y militar zarista, la introducción de un igualitarismo nacional y del derecho de los pueblos a disponer de sí mismos, he aquí un trabajo esencialmente democrático que la Revolución de Febrero apenas ha tocado, dejándoselo casi en su totalidad a la Revolución de Octubre. Sólo la inconsistencia de la coalición liberal-socialista ha hecho posible la dictadura soviética, basada en la unión de los obreros, de los campesinos y de las nacionalidades oprimidas. Las razones que han impedido a nuestra débil y atrasada democracia cumplir su tarea histórica no le permitirán, incluso en el futuro, colocarse a la cabeza del país, pues en estos últimos tiempos los problemas y las dificultades se han hecho más grandes y la democracia más pequeña (...)
«El sistema soviético no es una simple forma de gobierno que se pueda comparar abstractamente con la democracia parlamentaria: esencialmente es la cuestión de la propiedad de tierra, de los bancos, de las minas, de las fábricas y de los ferrocarriles. No hay que olvidar estas "cosillas" embriagándose con lugares comunes sobre la democracia. Contra el retorno del terrateniente, el campesino, hoy como hace diez años, luchará hasta la última gota de su sangre (...) A decir verdad, el campesino toleraría más fácilmente el retorno del capitalista, pues la industria de Estado no ofrece hasta el presente a los campesinos más que productos manufacturados con unas condiciones menos ventajosas que las del comerciante de antaño (...) Pero el campesino recuerda que el propietario y el capitalista eran los dos hermanos gemelos del antiguo régimen (...) ¡El campesino comprende que el capitalista no volvería sólo, sino en compañía del propietario. Por esto no quiere ni a uno ni a otro; es la razón poderosa, si bien negativa, de la fuerza del régimen soviético. Es necesario llamar a las cosas por su nombre. No se trata de la introducción de una democracia incorpórea, sino del retorno de Rusia a la vía del capitalismo. ¿Pero, que sería la segunda edición del capitalismo ruso? Durante estos últimos quince años la imagen del mundo se ha transformado profundamente. Los fuertes se han hecho infinitamente más fuertes, los débiles son incomparablemente más débiles. La lucha por la supremacía mundial ha adquirido unas proporciones gigantescas. Las etapas de esta lucha se han desarrollado sobre los huesos de las naciones débiles y atrasadas. La Rusia capitalista no podría en el momento actual ocupar en el sistema mundial ni siquiera la situación de tercer orden a la cual había predestinado la marcha de la última guerra a la Rusia zarista. El capitalismo ruso sería ahora un capitalismo sojuzgado, un capitalismo medio colonizado, sin futuro. La Rusia Número Dos ocuparía hoy algún lugar situado entre la Rusia Número Uno y la India. El sistema soviético de industria nacionalizada y de monopolio del comercio exterior, a pesar de todas sus contradicciones y sus dificultades, es un sistema de protección para la independencia de la cultura y de la economía del país. Esto ha sido comprendido por numerosos demócratas que han sido atraídos junto al poder soviético no por el socialismo, sino por un patriotismo que había asimilado las lecciones elementales de la historia» (...)
«Un puñado de doctrinarios impotentes habría deseado una democracia sin capitalismo. Pero las fuerzas sociales serias, enemigas del régimen soviético, quieren un capitalismo sin democracia».
El razonamiento marxista de Trotsky está muy por encima de los razonamientos formales y abstractos de sus adversario socialdemócratas de 1929, pero también (conclusión que nos importa mucho más aquí) de sus "discípulos" de 1968 que no han hecho más que llevar hasta el absurdo su propio razonamiento abstracto y formal de 1936.
La lucha, dice Trotsky justamente, es una lucha social y del desenlace de esta lucha social depende la forma política destinada a triunfar. La democracia parlamentaria ha sucumbido bajo los golpes de la Revolución democrática. Sus partidarios – aquellos que razonan en términos políticos y no sociales – no comprenden que desear su restablecimiento equivale a desear la liquidación de las conquistas de esta revolución democrática. «Las fuerzas sociales serias», es decir, las clases sociales desposeídas por la Revolución de Octubre, desearían, sin ninguna duda, liquidar esas conquistas para retornar al antiguo orden, pero está históricamente excluido que lo puedan hacer por medios democráticos. Incluso en 1929, el campesinado ruso no se dejaría despojar de la tierra sin una segunda guerra civil. ¿Dónde encontrarían las fuerzas desposeídas la fuerza necesaria para combatir a la casi totalidad de la población rusa? Trotsky no lo dice aquí, pero lo sabe, pues es evidente: en los ejércitos de las potencias imperialistas que intervendrían otra vez contra Rusia derrotándola (igual que intervino la coalición europea contra la Francia napoleónica en la cual los Borbones nunca habrían podido reinstalarse sin su victoria sobre todo el pueblo francés). Pero entonces la forma política destinada a triunfar no sería el Parlamento nacional soñado por los «doctrinarios impotentes», sino, como diríamos hoy, una república fantoche del tipo de las que los EE.UU. mantienen en las regiones de Asia que controlan.
Las mismas razones que oponen a Trotsky frente a los socialdemócratas le impiden aún, en 1929, poner su lucha contra Stalin bajo la bandera de la democracia soviética: Trotsky sabe muy bien que sobre el terreno soviético se colocan tanto partidarios del socialismo como él, al igual que fuerzas que, sin ser en nada socialistas, no quieren el retorno de Rusia a un Estado de dependencia semi-colonial ante la mirada del capitalismo occidental, y por lo tanto no quieren una restauración. Estas fuerzas son todas las capas no proletarias y enemigas del internacionalismo revolucionario, que fuera del Partido ó dentro de él aprueban la dirección estalinista por «patriotismo democrático que ha asimilado las lecciones elementales de la historia». Es este «ustrialovismo» – término que se deriva del nombre del emigrado Ustrialov, que fue el primero que predijo la conversión del Estado soviético en un Estado burgués ordinario, al que habría que apoyar – que Lenin fue el primero en denunciar y que, nacido en los medios más atentos de la emigración, se ha infiltrado en el Partido en el poder – Trotsky no deja de denunciar este hecho – bajo la bandera del "socialismo en un solo país". Por lo que respecta a la democracia soviética, ese «conmutador», ese «aislante» previsto por los bolcheviques para impedir que la revolución se hundiese en una lucha estéril entre el proletariado socialista y el campesinado sub-burgués, Trotsky sabe bien que es la corriente de alta tensión de la guerra civil la que ha hecho que salte en pedazos, imponiendo la pura dictadura proletaria del comunismo de guerra, con sus requisas forzadas y su encuadramiento «autoritario» de los campesinos revolucionarios en el Ejército Rojo. ¡Al defensor de la dictadura bolchevique del proletariado, al autor del pasaje anteriormente citado de Terrorismo y Comunismo, que quedarán todavía largos años antes de que piense en invocarla contra el partido estalinista!
Hay de hecho tres fases en la larga lucha de Trotsky como jefe de la Oposición. En la primera – bien ilustrada por el escrito de 1923 Nuevo Curso – denuncia enérgicamente las anomalías del régimen interior del Partido y la política del Comité Central, intenta alertar al Partido sobre el peligro de degeneración que la política (internacional e interior) hace correr a la dictadura proletaria de la cual es el único garante. Pero lejos de presentarse como candidato a la dirección del partido, se mantiene un poco al margen, contentándose con rechazar las invenciones de la campaña que desde 1924 orquesta contra él el Comité Central, y al tiempo que escribe Nuevo Curso ignora aún la situación real que no le será revelada hasta 1925, cuando Kamenev y Zinoviev rompan con Stalin.
Aprovechando la enfermedad de Lenin un «Buro político secreto» había sido creado, del cual formaban parte todos los miembros del Buro Político oficial salvo Trotsky. La finalidad de este complot era la de impedir que éste dirigiese el Partido. «Todas las cuestiones eran previamente decididas en este Buro Político clandestino cuyos miembros estaban unidos por una responsabilidad colectiva. Tomaron el compromiso de no polemizar entre ellos y, al mismo tiempo, de buscar todos los pretextos para intervenir» contra Trotsky. «Existían en las organizaciones locales centros secretos análogos ligados al septumvirato de Moscú que mantenían una severa disciplina. La correspondencia se hacía mediante un lenguaje cifrado especial. Los funcionarios responsables del Partido y del Estado habían sido seleccionados sistemáticamente con este único criterio: contra Trotsky (...) Los miembros del partido que hacían oír sus quejas contra esta política caían víctimas de ataques pérfidos originados por motivos que no tenían nada que ver con esto y frecuentemente inventados. Por el contrario, los elementos (...) que, en el curso del primer lustro del poder de los Soviets habían sido despiadadamente eliminados del Partido aseguraban su situación por una simple hostilidad contra Trotsky. Desde finales de 1923 la misma tarea fue llevada a cabo en todos los partidos de la I.C. (...) Se seleccionó artificialmente no a los mejores, sino a aquellos que se adaptaban más fácilmente. Los dirigentes se convirtieron en deudores de su situación únicamente ante el aparato. Hacia finales de 1923, el Aparato estaba ganado en sus tres cuartas partes: era posible traspasar la lucha dentro de la masa. En otoño de 1923 y en otoño de 1924 la campaña contra Trotsky comenzó: sus antiguas divergencias con Lenin, que databan no sólo de antes de la Revolución, sino también de antes de la guerra (...) fueron bruscamente presentadas, desfiguradas, exageradas y presentadas a la masa como una cuestión de ardiente actualidad. La masa fue atontada, desconcertada, intimidada. Mientras tanto el procedimiento de selección descendió a un grado todavía mas bajo. No fue posible ejercer el cargo de director de fábrica, de secretario de célula de taller, de presidente de Comité ejecutivo de distrito, de contable, de dactilógrafo sin presentar como referencia su antitrotskismo». Todas estas precisiones se encuentran en el artículo de L.Trotsky ¿Cómo ha podido suceder esto?, Constantinopla, febrero 1929.
Dicho de otra forma, en la primera fase, responde como militante a la campaña parlamentaria lanzada contra él y que tenía el mismo objetivo que todas las campañas de este género: impedirle el camino al poder. A este respecto es necesario señalar que allí en donde la imbecilidad burguesa ha visto la prueba de las fechorías del "totalitarismo comunista" nuestra corriente ha reconocido las fechorías del principio electivo y de la democracia aplicada al órgano del Partido. El hecho de que la campaña haya estallado en el partido que autodenomina "comunista" se explica fácilmente por el hecho de que en la URSS no había Parlamento; ¿pero que es una lucha por el poder fundada sobre la concurrencia de los individuos y el desprecio hacia todos los principios, sino una lucha de tipo parlamentario?
En la segunda fase, Trotsky no se limita sólo a defender las posiciones marxistas contra el revisionismo en el poder. Entra en la «vía de la reforma del régimen soviético», como él mismo dirá en la Revolución Traicionada para caracterizar la fase anterior a 1936. Debido a la ausencia de un Parlamento, esta lucha reformista no podía tomar la forma de una lucha para reemplazar legalmente a un gobierno, al que se juzgaba incapaz de mantener a la URSS en la vía del socialismo, por el mejor gobierno de la Oposición. En sustancia, se trata de esto. Para el socialista reformista, el «obstáculo» para la transformación socialista son las mayorías parlamentarias sostenedoras de los gobiernos burgueses. En la Oposición trotskista de entonces, este «obstáculo» parece ser la mayoría que sostiene al Comité Central estalinista, ó mas bien el régimen interior del Partido que impide a la Oposición arrancar la mayoría al estalinismo. En realidad, en el primer caso, el obstáculo no es tal ó cual gobierno, sino la existencia del Estado burgués que debe ser destruido y no «reformado»; en el segundo caso, el obstáculo estaba en el Estado, en el poder de un partido en el cual la degeneración era irreversible y que muy lejos de ser la consecuencia del régimen interior era ella misma la causa de este régimen. Lo que impide al socialista vulgar señalar el verdadero obstáculo es que el no es revolucionario; lo que empuja al revolucionario Trotsky a caer en un error reformista de cara al Estado soviético es su impotencia para delimitarse de forma completa del partido del «socialismo en un solo país». En esta fase, no obstante, sus posiciones guardan un último lazo con la tradición marxista: del Partido y sólo del Partido depende la suerte de la dictadura del proletariado. En la tercera fase, este último lazo se romperá. Del parlamentarismo revolucionario en el partido que había caracterizado a la fase precedente, Trotsky pasará al parlamentarismo puro en la sociedad, es decir, a la reivindicación del restablecimiento de la libertad electoral en la URSS.
Para ilustrar la primera fase, nos referiremos al texto de 1923 citado anteriormente, Nuevo Curso. Si la terminología presenta ya la ambigüedad denunciada anteriormente – ver lo dicho más arriba respecto a la crítica de la Izquierda italiana sobre el uso de los términos «democracia» y «centralismo democrático» – al igual que la usada por el partido bolchevique, incluso en su buena época, el método no tiene nada de formal, pues Trotsky ha estudiado el determinismo que, en las condiciones del poder, corre el riesgo de hacer perder al partido su naturaleza de fracción revolucionaria del proletariado y por consiguiente su función de partido de clase: «cuestión de las generaciones en el Partido, composición social», y sobre todo tareas estatales y administrativas. La alerta lanzada no concierne a la ausencia de libertad de los miembros del Partido, como sucede en la crítica socialdemócrata vulgar, sino a la alteración de las relaciones orgánicas entre centro y periferia, cúspide y base en el interior del partido, la alteración de las relaciones entre Partido y Estado y, para rematarlo todo, la alteración de la tradición real del partido al igual que su invocación puramente formal. Júzguese:
«Hay una cosa sobre la cual es necesario darse cuenta: la esencia de las disensiones y de las dificultades actuales no reside en el hecho de que los "secretarios" han forzado la situación en algunos aspectos y que es necesario llamarlos al orden, sino en el hecho de que el conjunto del partido se dispone a pasar a un estadio histórico más elevado (...) No se trata de romper los principios de organización del bolchevismo como algunos intentan hacer creer, sino de aplicarlos a las condiciones de la nueva etapa del partido». Se trata de la «etapa» definida por el desvanecimiento de las esperanzas puestas en la revolución alemana en octubre 1923, debido a la previsible prolongación del aislamiento de la URSS en el mundo, por una parte, y por la crisis económica interior a pesar de la sujeción aportada por la NEP, por otra parte. «Se trata ante todo de instaurar relaciones más sanas entre los antiguos cuadros y la mayoría de los miembros que han venido al Partido después de Octubre». «La preparación teórica, el temple revolucionario, la experiencia política representan nuestro capital fundamental cuyos principales detentadores son los antiguos cuadros del partido. Por otra parte, el partido es esencialmente una colectividad en la cual la orientación depende del pensamiento y de la voluntad de todos. Está claro que en el partido, en la complicada situación inmediatamente posterior a Octubre, el partido se abría camino mejor a medida que más utilizaba la experiencia acumulada por la antigua generación a cuyos representantes eran confiados los puestos más importantes de la organización. El resultado ha sido que, jugando el papel de director del partido y absorbida por las cuestiones administrativas la antigua generación (...) instaura preferentemente para la masa comunista métodos puramente escolares de participación en la vida política: cursos de instrucción política elemental, verificación de los conocimientos, escuelas del partido (...) De ahí el burocratismo del aparato, su aislamiento con relación a la masa, sus existencia aparte (...) El hecho de que el partido viva en dos pisos distintos trae consigo numerosos peligros (...) El principal peligro del "viejo curso", resultado de causas históricas generales al igual que de nuestras faltas particulares, es que el aparato manifiesta una tendencia progresiva a oponer a algunos millares de camaradas que forman los cuadros dirigentes al resto de la masa, la cual no es para ellos más que un medio de acción. Si este régimen persiste, corre el riesgo de provocar a la larga una degeneración del partido en sus dos polos, es decir, entre los jóvenes y entre los cuadros (...) En su desarrollo gradual, el burocratismo amenaza con separar a los dirigentes de la masa, con llevarles a concentrar su atención únicamente sobre las cuestiones administrativas, de nombramientos, amenaza también con estrechar su horizonte, con debilitar su sentido revolucionario, es decir, con provocar una degeneración más o menos oportunista de la vieja guardia, ó al menos de una parte considerable de la misma».
Considerando a continuación la composición social del partido, Trotsky señala:
«El proletariado realiza su dictadura por el Estado soviético. El partido comunista es el partido dirigente del proletariado y, en consecuencia, de su Estado. Toda la cuestión está en llevar a cabo este poder en la acción sin fundirlo en el aparato burocrático del Estado (...) Los comunistas se encuentran agrupados de una manera diferente según estén en el partido ó en el aparato del Estado. En este último están colocados jerárquicamente unos en relación a otros y a los sin-partido. En el partido, todos son iguales en lo que concierne e la determinación de las tareas y de los métodos de trabajo fundamentales. En la dirección que ejerce sobre la economía, el partido debe tener en cuenta la experiencia, las observaciones, la opinión de todos sus miembros instalados en los diferentes grados de la administración económica. La ventaja esencial e incomparable de nuestro partido consiste en que puede, a cada instante, mirar la industria con los ojos del tornero comunista, del especialista comunista, del director comunista, del comerciante comunista, reunir la experiencia de estos trabajadores que se complementan los unos a los otros, en extraer los resultados y determinar así la línea de dirección de la economía en general y de cada empresa en particular. Está claro que esta dirección no puede realizarse más que sobre la base de la democracia viva y activa en el interior del partido».
El término sirve aquí para designar relaciones opuestas a las que, en la sociedad, se derivan de la división social del trabajo y del antagonismo de clase; sujeción burocrática por una parte, pasividad o sorda resistencia por otra; mando y obediencia; «ciencia administrativa» e ignorancia, etc... todas esas cosas que, en el partido de clase, tienden a desaparecer en la medida en que, si bien no puede abstraerse completamente de las condiciones burguesas ambientales, es no obstante una asociación voluntaria de individuos que tienden a un objetivo común, y ese objetivo es precisamente la sociedad sin clases, sin división social del trabajo, y por lo tanto sin choque político ó incluso administrativo.
«Cuando, por el contrario, los métodos del aparato prevalecen, la dirección por el partido cede el puesto a la administración por los órganos ejecutivos (comité, buró, secretario, etc.). En esta concepción de la dirección, la principal superioridad del partido, su experiencia colectiva múltiple pasa al último lugar. La dirección toma un carácter de organización pura y degenera frecuentemente en mandato y en capricho. El aparato del partido entra cada vez más en los pormenores de las tareas del aparato soviético, vive de sus inquietudes cotidianas, se deja influenciar por él cada vez más y, ante los detalles pierde de vista las grandes líneas. Toda la práctica burocrática diaria del Estado Soviético se infiltra así en el aparato del partido e introduce en él el burocratismo. El partido, en tanto que colectividad, no siente son poder, pues no lo realiza (...) De esto se derivan el descontento y la incomprensión,incluso en los casos en los que, justamente, este poder se ejerce. Pero este poder no puede mantener en línea recta más que no cayendo en detalles mezquinos y revistiendo un carácter sistemático, racional y colectivo. El burocratismo no sólo destruye la cohesión interna del partido, sino que debilita la acción necesaria de este último sobre el aparato estatal. Esto es lo que no distinguen en la mayoría de los casos aquellos que son los más ardientes a la hora de reclamar para el partido la función de dirigente en el Estado soviético».
Por lo que respecta a los grupos y formaciones fraccionales, Trotsky no reivindica en lo más mínimo el ridículo «derecho democrático» de formarlos. Pero considerándolos desde el punto de vista marxista como «anomalías amenazadoras», niega que sea posible prevenir su nacimiento ó favorecer su resurgimiento «mediante procesos puramente formales», haciendo notar que el régimen burocrático del partido era por el contrario una de las principales fuentes de fraccionalismo, acusando con razón a los defensores de la unidad puramente formal del partido de constituir ellos mismos la peor fracción, la «fracción burocrática conservadora» y terminaba diciendo de forma perfectamente correcta que la única manera de prevenir las fracciones era «una política justa adoptada a la situación real». De la misma forma, la Izquierda italiana había opuesto al «terrorismo ideológico» del estalinismo no los «derechos democrático» de los miembros del partido, sino la fidelidad del centro al patrimonio común de los principios que, de cumplirse, permite dirigir el partido con el mínimo de sobresaltos.
En todo esto no se observa ninguna elección democrática. Las anomalías de la vida del partido (comprendidas, en el último capítulo, las continuas referencias a Lenin y al leninismo, jalonando las peores manifestaciones de oportunismo) se presentan justamente caracterizadas, así como sus causas históricas: no «el ejercicio del poder» en general como pretenden los anarquistas, sino el ejercicio del poder en una sociedad profundamente heterogénea, puesto que entre el proletariado (demasiado débil y aún debilitado por la guerra civil) y el enorme campesinado no existía en absoluto esta identidad de intereses cotidianos y fundamentales en la cual parece creer la dirección del partido. La desviación auténticamente democrática que Trotsky combate como marxista es la de «subestimar» el contraste de clase existente entre proletariado y campesinado y ahogado en la apología de la «nueva democracia», la democracia soviética. En una sociedad afligida entre otras cosas por un nivel cultural muy bajo y aislada del resto del mundo por la conjura capitalista. Nunca Trotsky llegará ya , desgraciadamente, a esta altura crítica. Pero hasta el fatal deslizamiento de 1936, a pesar de todos sus errores, permanecerá fiel a la magnífica conclusión del Capítulo IV de Nuevo Curso:
«El instrumento histórico más importante para realizar nuestras tareas es el partido. Evidentemente, el Partido no puede desligarse de las condiciones sociales y culturales del país. Pero, como organización voluntaria de la vanguardia, de los elementos mejores, de los más activos, de los más conscientes de la clase obrera, puede mucho más que el aparato del Estado preservarse de los peligros del burocratismo. Por esto, debe ver claramente el peligro y combatirlo sin tregua».
Cuando en la segunda fase Trotsky pasa a la lucha por la «democratización del Partido» la socialdemocracia vio en ello, y no sin cierta razón, un paso de su adversario en su dirección. Indignado, Trotsky replica estas alegaciones:
«Es un gran malentendido que no es muy difícil de aclarar. La socialdemocracia está por la restauración del capitalismo en Rusia. Pero no puede realizarse un cambio de vías semejante más que colocando en último término a la vanguardia proletaria. Para que la socialdemocracia apruebe la política económica de Stalin deberá reconciliarse con sus métodos políticos. Un verdadero pasaje al capitalismo no podría asegurarse más que con un poder dictatorial. Es ridículo exigir la restauración del capitalismo en Rusia y suspirar inmediatamente después por la democracia».
El golpe era muy merecido, pero del hecho de que es ridículo anhelar después la democracia cuando se desea la restauración del capitalismo, no resultaba en lo más mínimo que dejase de serlo con la condición de luchar por el socialismo. Si un marxista del calibre de Trotsky no se percató de esta objeción es porque a él le parecía muy evidente que el curso hacia el capitalismo pasaba por el aplastamiento de la vanguardia proletaria en el seno del mismo partido, la resistencia (igualmente dentro del partido) de esta vanguardia a su aplastamiento era la única expresión política posible de la resistencia a ese curso. A este razonamiento no le faltaba más que una "pequeña" condición para ser justo: que el curso hacia el capitalismo se quedase en una simple amenaza más o menos lejana, y que el adversario afrontado en el seno del partido no fuese precisamente la encarnación política del enemigo de clase, puesto que en ningún caso se puede combatir al enemigo de clase de forma pacífica, implorándole que respete la "legalidad", sea la que sea.
Estas son las razones por las cuales nuestra corriente siempre ha rechazado la táctica antifascista. Aunque sean accesibles a la inteligencia más mediana no fueron comprendidas por la Internacional que perseveró en esta vía absurda. En tanto que «táctica», a la lucha por la «democratización del partido» en la URSS merece exactamente la misma crítica que el pretendido «antifascismo proletario» practicado por la Internacional, como hemos visto anteriormente.
A diferencia de los infelices que pretender ser sus discípulos, Trotsky percibía esto tan bien que en su Defensa de la URSS (1929) escribía:
«Sería donquijotismo – por no decir estúpido – luchar por la democracia en un partido que realiza el poder del enemigo (...) Para la Oposición, la lucha emprendida por la democracia dentro del partido no tiene sentido más que sobre la base de un reconocimiento de la dictadura del proletariado».
Formulación ambigua quizás debida a una mala traducción, pero el sentido no tiene equívoco posible en el contexto: más que si se reconoce que la dictadura del proletariado existe en la URSS. Cosa que Trotsky afirmaba con obstinación, contra toda evidencia.
Contrariamente a todas las corrientes estudiadas con anterioridad, la que lleva el nombre de "trotskismo" tiene un origen comunista lejano en la Oposición de Izquierda que a partir de 1923 conduce contra el oportunismo surgido en el partido bolchevique, una lucha desigual que terminaría en su derrota política y su destrucción física en los años 1927 a 1938. Hoy, es decir, treinta o mas bien cuarenta años después de esta terrible derrota, este origen se ha hecho irreconocible en el movimiento que continuaría llevando el nombre del dirigente de la Oposición, Leon Trotsky, teórico de la Revolución permanente, fundador del Ejército Rojo, combatiente vencido tras luchas por el «enderezamiento» de la Internacional Comunista, del poder soviético y del partido bolchevique y, finalmente, fundador equivocado de lo que el creyó la IV Internacional. Sin doctrina y sin lazos con la clase obrera, el "trotskismo" de hoy se reduce a un amasijo de pequeñas sectas en las que sus posiciones se contradicen entre sí en mil puntos (y además algunas se preocupan muy poco de cuestiones teóricas), pero que poco o mucho comparten esta curiosa posición, que se engloba dentro de los mas extraños productos de la ausencia de principios y del empirismo, según la cual la URSS y su bloque serían socialistas, pero necesitarían una revolución política destinada a restablecer la democracia obrera.
La "lección" que surgiría de esta incómoda plataforma, si al menos el "trotskismo" se atreviese a formular generalizaciones teóricas, podría formularse así: la nacionalización de los medios de producción por el Partido del proletariado al poder definitivo conduce a un régimen socialista en tanto que dicha nacionalización queda en vigor. Pero este socialismo no es completo en tanto no viene acompañado de la democracia política y de la «participación obrera» en los «asuntos económicos» del poder. Todo lo que subsiste del comunismo aquí es la idea la necesidad de la Revolución violenta, pero por lo demás es un retorno a las dos desviaciones estudiadas con anterioridad: el socialdemocratismo y el «socialismo de empresa». Esta idea permanece tan nebulosa que, con sus cuarenta años de existencia, el "trotskismo" no ha sabido trazar la más mínima línea de conducta no sólo firme, sino simplemente sensata para reorganizar a las fuerzas revolucionarias.
No puede negarse que existe dentro de este monstruo doctrinal por una parte esta curiosidad de la historia que causará asombro a las futuras generaciones si llegan a conocerlo, y por otra parte que existe cierto lazo entre aquella y las posiciones adoptadas sucesivamente por Trotsky y la Oposición, lazo constituido por la adhesión de los "trotskistas" actuales no a sus auténticas enseñanzas revolucionarias, sino a sus errores ó a sus posiciones más débiles. Esto significa que, si bien Trotsky no está exento de responsabilidad en la formación de la "doctrina" desigual que lleva su nombre, estuvo, en tanto que comunista auténtico, muy lejos y muy por encima de ella.
Es un hecho que, al igual que se hacía todavía en su generación, Trotsky y Lenin no consideraron evitar el antiguo término de «democracia obrera». No es este el lugar para examinar las razones históricas de este hecho. Nos contentaremos con recordar que los marxistas de la izquierda italiana, más jóvenes que los bolcheviques y los espartaquistas, pusieron en guardia a la Internacional Comunista contra esta terminología equívoca, en particular en un artículo clásico de Rassegna Comunista (febrero 1922): «El uso de ciertos términos en la exposición de los principios del comunismo engendra muy frecuentemente equívocos como consecuencia de los diferentes sentidos que se les puede dar. Tal es el caso de la palabras Democracia y Democrático. En sus afirmaciones de principio el comunismo marxista se presenta como una crítica y una negación de la democracia. No obstante, los comunistas defienden frecuentemente el carácter democrático de las organizaciones proletarias y la aplicación de la democracia en su seno. Evidentemente no hay ninguna contradicción: no se puede objetar nada al dilema democracia burguesa ó democracia proletaria en tanto que equivalente de democracia burguesa ó dictadura del proletariado (...pero) sería deseable el uso de un término distinto con el fin de evitar los equívocos y de no revalorizar el concepto de democracia. Incluso si se renuncia a él será útil profundizar el contenido mismo del principio democrático, no solamente en su acepción general, sino en su aplicación particular en organizaciones homogéneas según el punto de vista de clase. Esto nos evitará erigir la democracia obrera en principio absoluto de verdad y justicia, y por lo tanto caer en un apriorismo a toda nuestra doctrina en el preciso momento en que nos esforzamos con nuestra crítica en despejar el terreno de la mentira y del arbitrio de las teorías liberales». Esta era la introducción de este artículo verdaderamente profético en lo que respecta a todo lo que el trotskismo ha hecho de las enseñanzas de Trotsky. La conclusión no lo era menos, pues decía: «Los comunistas no tienen constituciones codificadas que proponer. Tienen un mundo de mentiras y de constituciones cristalizadas en el derecho y en la fuerza de la clase dominante a abatir. Saben que sólo un aparato revolucionario y totalitario de fuerza y de poder, sin exclusión de ningún medio, podrá impedir que los infames residuos de una época de barbarie resurjan y que, ávido de venganza y de servidumbre, el monstruo del privilegio social levante la cabeza, lanzando por milésima vez el mentiroso grito de ¡Libertad!».
De la misma forma que es un hecho que el partido bolchevique ha hecho un cierto uso del mecanismo democrático formal en su vida interna, y las dramáticas sesiones del Comité Central, en las cuales las grandes decisiones de la Revolución (cuestión de la insurrección, de las negociaciones de Brest-Litovsk y de la prosecución ó final de la guerra, de la NEP) fueron tomadas "por mayoría de voces", están en la memoria de todos. Deducir de esto como hacen los "trotskistas" que Trotsky y Lenin eran "demócratas" (es el caso de Pierre Broue, autor de una historia del partido bolchevique que no parece haber sido escrita más que con ese objetivo), contrariamente a Stalin que no fue más que un "tirano", es hacer un contrasentido grosero sobre su obra, y en cualquier caso hacen gala de un celo más que sospechoso a la hora de defenderles contra la acusación de los peores burgueses y oportunistas, según la cual ellos habrían abierto el paso al estalinismo usando la dictadura. Los verdaderos comunistas desdeñan estas afirmaciones del enemigo de clase, y no se prestan a edulcorar la figura de los grandes revolucionarios del pasado para hacerla más simpática ó más tolerable al diletantismo "progresista".
Igualmente, es dejar realmente de lado lo esencial, o peor, callarlo por consideración oportunista, pretender caracterizar el cruel contraste que opone al partido de Lenin y al de Stalin (los dos nombres vienen a designar dos fases históricas) diciendo que el primero funcionaba "democráticamente", y el segundo no. La oposición es una oposición de sustancia, en la cual el famoso «modo de funcionamiento» que tanto preocupa a los filisteos no es más que su expresión. Según esto, esta oposición es tal que, si hay funcionamiento democrático en el sentido propio del término en algún sitio, lo es claramente en el partido de la degeneración estalinista, y no en el partido bolchevique en tiempos de Lenin. Este último es efectivamente un partido de clase, un partido revolucionario que obedece a un cuerpo de doctrina definido – el marxismo – que su núcleo dirigente ha restaurado y defendido contra el oportunismo. Naturalmente un partido así resiste a las fluctuaciones de opinión, a las cuales, al menos teóricamente, deben obedecer los partidos democráticos; naturalmente lo que dirige la acción de un partido así es su programa y nunca la "opinión" de sus miembros. La función capital del núcleo dirigente le viene de la historia real del partido y de las selecciones sucesivas que se llevan cabo en él (eliminación progresiva de los dirigentes impropios para las tareas del partido o simplemente inciertos, o por el contrario reunión de elementos en un tiempo descarriados, como por ejemplo el caso de Trotsky).
Esta función no viene delegada por "libre elección" individual, como quiere la mitología democrática, ni por los medios que esta última usa invariablemente, y que son la propaganda a favor o contra los individuos, llegando hasta la apología embustera por una parte y la difamación por otra. Lo que un partido así busca es una continuidad de acción que no se da sin una cierta estabilidad de la dirección, que no viene dada en absoluto por la libertad individual de sus miembros, como sucede en los partidos democráticos con una conducta fluctuante ya que no se obedece a ningún principio, y con una dirección cambiante, porque la función dirigente está sometida al favor electoral. No sólo no puede ser llamado "democrático", sino que además todas sus características positivas prueban la mentira de los postulados democráticos y su inadecuación para cumplir las tareas revolucionarias. En estas condiciones la práctica del voto y del recuento de voces no es más que un simple uso de un mecanismo cómodo, nada más.
Muy lejos de ser una "garantía", el recurso a tales formas no se explica más que por una relativa inmadurez. Un partido dotado con un máximo de experiencia histórica y con una máxima cohesión no es tan susceptible de presentar – incluso en las cuestiones prácticas – esas violentas oposiciones que el partido bolchevique conoció y que no podía dejar de conocer, a caballo como estaba de la última revolución democrática y la primera revolución socialista de Europa. Es cierto que nunca una decisión importante (la firma de la paz en 1919, por ejemplo, ó el cese de la guerra contra Polonia) ha dependido en realidad del plácido recuento de las opiniones de los miembros del C.C.: una vez concedido a las exigencias de unidad y armonía internas del partido lo que le debía ser concedido por medio de lo que Lenin llamaba «la legalidad del partido», nunca se vio a ningún jefe bolchevique – en especial Lenin – renunciar a la luchas más enérgica contra sus propios camaradas cuando la suerte de la revolución estaba en juego. Que esta lucha haya sido leal y abierta, que haya dado el visto bueno a las soluciones y posiciones propuestas, y no a las personas, que su puesto en el partido haya sido asegurado a todos los militantes que querían continuar militando en sus filas incluso después de las crisis más graves (por ejemplo Zinoviev y Kamenev, que habían roto la disciplina de partido sobre la cuestión crucial de la insurrección), que no se haya tenido ninguna duda en aceptar en el partido a revolucionarios probados como Trotsky y a algunos de sus camaradas cuando renunciaron a errores pasados y que, durante el período que la Revolución mantuvo su impulso inicial, no pensó nunca en utilizar contra los miembros del Partido la sanción de Estado, ó peor, la fuerza policial, es cierto, y son otros tantos aspectos que distinguen al partido de Lenin y al de Stalin. Ver en esto una característica democrática es abusar de los términos, conceder a la democracia unas virtudes que no posee en lo más mínimo, haciendo gala de una buena dosis de estupidez.
Toda esta práctica de partido es muy superior a la página corriente de los partidos electoralistas precisamente porque para ser lo que es, no ha tenido más que ser comunista, y no conformarse nunca con el respeto al individuo que el democratismo burgués pregona como uno de sus principios más queridos y por el cual los "trotskistas" alaban al partido bolchevique en tiempos de Lenin, de igual forma que denuncian el régimen de maniobras, de terror y de violencia en tiempos de Stalin. La práctica bolchevique por una parte y la práctica estalinista por otra prueban todo lo contrario de lo que pretende el trotskismo degenerado y de lo que ve el democratismo vulgar. La primera muestra de manera clara que la proclamación de fines colectivos y de clase y la negación de principio de la ideología burguesa de libertad no traen consigo ese famoso «aplastamiento del individuo» que los burgueses han reprochado siempre al marxismo con su estupidez habitual. La razón de esto es simple: como todas las relaciones dignas de consideración, la relación entre el individuo y la colectividad de la cual forma parte no depende de las ficciones del derecho, sino de la naturaleza misma de esta colectividad.
Por lo que concierne al partido revolucionario, éste no se opone ni puede oponerse como un todo a cada uno de sus miembros considerado individualmente: por el contrario, el partido no existe más que si existen militantes que han conseguido coordinar sus esfuerzos con el máximo de eficacia para alcanzar un fin común; inversamente, cada uno de esos militantes no existe como tal más que en tanto es un elemento del todo. Muy lejos de oprimir, ó peor, de aplastar al individuo, el partido no es finalmente más que el uso racional de una serie de esfuerzos individuales que fuera de él no solamente se perderían, sino que incluso no habrían nacido; si por lo tanto (para responder a los demócratas y no porque esto nos importe a nosotros) hay que definir la relación entre el individuo y la colectividad en un partido que niega por principio el individualismo burgués y las garantías democráticas, es necesario decir que es precisamente en él y por él como el individuo se desembaraza de la soberanía puramente ficticia a la cual le condena el democratismo para convertirse en una fuerza real, en los límites del determinismo, claro está.
¿Qué sucede por el contrario en el partido estalinista? El trotskismo degenerado, a remolque del democratismo vulgar, deplora que se hayan suprimido para los militantes las famosas "garantías" del habeas corpus y que en lugar de asegurarles la libertad de expresión se les haya sometido a una dictadura. ¡Claro que se trata de esto! El partido llamado "estalinista" es el partido bolchevique en un cierto momento de su existencia histórica que puede caracterizarse así: tiene tras de sí una gran victoria revolucionaria, pero ha perdido su élite obrera en la guerra civil y se encuentra situado ante tareas para las cuales no solamente no está preparado, sino que a decir verdad, tampoco está hecho para ellas, ya que se trataba de administrar según sanos principios burgueses una economía desorganizada por el sabotaje y la fuga de los burgueses, ya que en este caso los principios diferentes y opuestos de la gestión socialista eran inaplicables. En el marco de Rusia lo que está en juego, aparte de la continuidad política revolucionaria, es el levantamiento económico ó la muerte, la reconstrucción ó la caída en las peores convulsiones sociales con la amenaza del peor terror blanco.
De todo esto resulta un cambio completo de la composición del partido al mismo tiempo que de su mentalidad, el practicismo inmediatista tiende fatalmente a llevarlo por encima de la preocupación por el rigor teórico y la fidelidad a los principios en el momento en que semejantes condiciones ejercen su presión. Entiéndase bien, fue el practicismo inmediatista quien debía llevarle finalmente, puesto que no le vino ninguna ayuda desde fuera (es decir, de la Internacional) al partido ruso. Pero el no podía hacerlo simplemente arrojando por la borda todas las tradiciones y los recuerdos del pasado; pero, como era por naturaleza su viva negación, sólo le quedaba una salida: por una parte, hacer alarde de una continuidad política y teórica que no habría resistido el menor examen por poco serio que fuese, si hubiese sido posible, y por otra parte librarse de la resistencia de los revolucionarios a este «nuevo curso», haciendo precisamente un llamamiento a la opinión, a la conciencia, a los sentimientos de este partido en una cierta medida nuevo en que se había convertido el partido bolchevique. Resumiendo, oponiendo la autoridad soberana de la mayoría democrática a la única autoridad que tanto Lenin y los bolcheviques reconocían hacía poco: la de los principios comunistas, de la doctrina comunista, del programa comunista.
Lo que, en esta fase, aparecía ante los ojos de los verdaderos marxistas como mil veces mas innoble que las sanciones (destitución, exclusión, prisión, deportación y mas tarde masacre a secas), es precisamente esta explotación hecha por el estalinismo de la legalidad democrática, de la regla puramente formal, mentirosa, mixtificadora de la soberanía de la mayoría, es decir de esta odiosa ficción que, a escala de toda la sociedad, sirve desde hace más de cien años a la burguesía no para «asegurar la libertad del individuo», como ella pretende, sino para aplastar al proletariado y a la revolución. El hecho de que la alteración del partido no haya con frecuencia bastado para procurarle esa mayoría a la fracción de Stalin, que esta haya debido "prepararla" mediante manipulaciones, campañas, maniobras adecuadas, no prueba en lo más mínimo que el partido estalinista no haya sido «verdaderamente democrático», sino que el abandono de la práctica comunista que se basa enteramente en el esfuerzo colectivo para conformar la acción colectiva con los fines revolucionarios y por lo tanto con la doctrina común, y el paso a la práctica democrática, que no aspira más que a obtener mayorías, trae consigo necesariamente el retorno de todas las taras de la vida política burguesa. El partido estalinista fue realmente democrático, no solamente por su recurso a la ficción democrática desenmascarada desde hace más de un siglo por el marxismo, sino por la infamia de toda su vida interior.
En 1923 Trotsky escribía su Nuevo Curso, haciendo un llamamiento a sanear el régimen interior, no ignorando nada de esto, y lo que el exigía, como veremos mas adelante, no eran «garantías democráticas», sino el retorno a la vida normal de un partido revolucionario. Independientemente de las posiciones que en la época de su declive personal y del lenguaje que tanto él, como el Partido, como la Internacional emplearon – hemos visto anteriormente que nuestra corriente intenta depurar este lenguaje de sus términos equívocos – Trotsky estaba absolutamente limpio de ilusiones y de formalismos democráticos, no menos que Lenin. Evidentemente no se puede citar todo, y bastarán tres referencias.
En Las enseñanzas de la Comuna de París muestra, haciendo un paralelo entre la Comuna y la Revolución rusa, toda la superioridad de la organización de Partido, y la insuficiencia del principio electivo para dotar al proletariado de una dirección política y militar capaz de alcanzar la victoria. Citemos: «El Comité Central de la Guardia Nacional – ya sabemos que papel jugó en la Comuna – era de hecho un consejo de los delegados de los obreros armados y de los pequeños burgueses (...) Dicho consejo, elegido inmediatamente por las masas revolucionarias, puede ser un brillante aparato de acción. Pero al mismo tiempo refleja tanto los lados débiles como los lados fuertes de las masas, y mucho más refleja los lados débiles que los fuertes». Después de haber mostrado «que en el mismo momento en que su responsabilidad era inmensa» – el Gobierno había huido a Versalles – la Guardia Nacional, democráticamente constituida «se declaró desligada de toda responsabilidad», y en lugar de actuar revolucionariamente «inventó elecciones legales a la Comuna», mostrando Trotsky que «esta pasividad y esta falta de decisión se apoyaron sobre el principio sagrado de la federación y de la autonomía», que reflejaban bien «el lado incontestablemente débil de una fracción del proletariado francés de entonces, la actitud hostil respecto a la organización central, herencia del ideal pequeño-burgués de autonomía». Es pues partiendo de los hechos como Trotsky demuestra la superioridad de una organización «que se apoya en un pasado histórico y prevé teóricamente la vía del desarrollo», una organización que no sea «un aparato para uso de las prácticas parlamentarias, sino el proletariado organizado y templado por la experiencia», es decir, la superioridad del partido obrero sobre toda forma electiva de organización obrera que, precisamente a causa de su ligazón directa con las masas, no puede dejar de reflejar todos los lados débiles.
Pasando de la cuestión política a la cuestión militar, la crítica de Trotsky a la concepción democrática de la lucha proletaria se endurece aún más: para librar, decía, «a la Guardia nacional del mando contrarrevolucionario, la elegibilidad era el mejor medio, pues la mayor parte de la Guardia nacional se componía de obreros y de pequeños burgueses revolucionarios». Y, añadía, esta «reivindicación de la elegibilidad no estaba destinada a dotar de un buen mando al ejército, sino (solamente) a librarlo de oficiales al servicio de la burguesía», y explicaba sobre la base de su propia experiencia revolucionaria como fundador del Ejército Rojo: «La elegibilidad del mando es bastante débil la mayoría de las veces a nivel técnico. Una vez que el ejército se ha librado del antiguo mando es necesario darle un mando revolucionario capaz de cumplir con su deber. Por lo tanto, esta tarea no puede ser llevada a cabo con el simple mecanismo de la elegibilidad. La elegibilidad es un fetiche, no es una panacea universal, una poderosa dirección por parte del partido es indispensable». He aquí una lección de la experiencia revolucionaria, un principio comunista que, para un "trotskista" actual se ha convertido en letra muerta.
En Terrorismo y Comunismo encontramos igualmente esta brillante refutación de las críticas que los defensores trasnochados de la «democracia obrera» dirigían ya a la «dictadura del partido bolchevique»:
«Se nos ha acusado muchas veces de haber sustituido la dictadura de los Soviets por la del Partido. Y sin embargo se puede afirmar sin riesgo a equivocarse que la dictadura de los Soviets no ha sido posible más que gracias a la dictadura del Partido. Gracias a la claridad de sus ideas técnicas, gracias a su fuerte organización revolucionaria, el Partido ha asegurado a los Soviets la posibilidad de transformarse de informes parlamentos obreros en un aparato de dominio en manos de los trabajadores. En esta sustitución del poder de la clase obrera por el poder del partido no hay nada de fortuito y, en el fondo, en realidad no hay ninguna sustitución. Los comunistas expresan los intereses fundamentales de la clase obrera. Es del todo natural que en una época que pone esos intereses en el orden del día en toda su extensión, los comunistas lleguen a ser los representantes declarados de la clase obrera en su totalidad ¿Pero quien os garantiza, nos preguntan algunos con malicia, que sea precisamente vuestro Partido el que expresa las exigencias del desarrollo histórico? Suprimiendo arrojando a las sombras a los demás partidos os habéis librado de su rivalidad política, emulativa, y por lo tanto habéis prescindido de la posibilidad de verificar vuestra línea de conducta. Esta consideración está dictada por una idea puramente liberal de la marcha de la revolución. En una época en la cual todos los antagonismos se declaran abiertamente, donde la lucha política se transforma rápidamente en guerra civil, el Partido dirigente tiene para verificar su línea de conducta muchos materiales en la mano y criterios, independientemente de la posible tirada de periódicos (de sus adversarios). En cualquier caso, nuestra tarea no consiste en evaluar a cada minuto mediante una estadística la importancia de los grupos que representan cada tendencia, sino en asegurar la victoria de... la tendencia de la dictadura proletaria, y en hallar durante la marcha de esta dictadura, en los diversos roces que se oponen al buen funcionamiento de su mecanismo interior, un criterio que sirva para verificar el valor de nuestros actos».
Aunque en 1936, en la Revolución Traicionada, Trotsky volverá a su vez a reivindicar desgraciadamente la «democracia soviética» contra la «dictadura estalinista», justificando su resbalón con una banalidad indigna de él y del marxismo: «Todo es relativo en este mundo en el cual lo único permanente es el cambio». Pero treinta años después, los discípulos de su declive aún no se han percatado de esto.
El tercer escrito, «¿Es verosímil la conversión de los Soviets a la democracia?» (1929), presenta el interés de ser posterior a la derrota de la Oposición rusa. Entonces, la lucha de Trotsky contra el estalinismo ya se había salido de los raíles de los principios e incluso de la realidad histórica, pero el gran revolucionario no había olvidado aún, como se verá, nada de la crítica marxista al democratismo.
«Si el poder soviético lucha con enormes dificultades, si la crisis (...) de la dictadura se acentúa cada vez más, si el peligro bonapartista no ha sido descartado ¿no es mejor orientarse hacia la democracia? Esta cuestión abierta o sobreentendida en una cantidad de artículos dedicados a los últimos acontecimientos acaecidos en la URSS. Yo no juzgo aquí que es mejor y que no. Intento poner claro lo que dimana de la lógica objetiva del desarrollo. Y llego a la deducción de que no hay nada menos creíble que la conversión de los Soviets en democracia parlamentaria ó, más exactamente, esta conversión es absolutamente imposible».
En 1929, Trotsky responde a sus adversarios socialdemócratas que, aunque se pudiese desear, el retorno de la URSS a la democracia parlamentaria está históricamente excluido. En 1936 hará de ese retorno la reivindicación política central de la Oposición para la URSS. Nuestra tesis de Partido es que, haciendo esto, Trotsky ha resbalado desde el terreno del comunismo hacia el de la socialdemocracia. Por lo tanto es capital mostrar que la justa crítica que hacía en 1929 a sus adversarios socialdemócratas es válida completamente contra él desde 1936, y contra sus "discípulos" de 1968.
Las razones invocadas por Trotsky son de dos órdenes: razones internacionales y generales, razones específicamente rusas, naturalmente ligadas entre ellas. Veamos primero las razones internacionales:
«Para expresar más claramente mi idea debo descartar los límites geográficos y bastará con recordar algunas tendencias del desarrollo político de Europa desde la guerra, que ha sido no un episodio, sino el prólogo sangriento de la nueva época. Casi todos los dirigentes de la guerra están aún vivos. La mayoría de ellos han dicho... que ésta era la última guerra y que después de ella vendría el reino de la democracia y de la paz... Ahora, ni uno sólo de entre ellos se atrevería a pronunciar estas palabras ¿Por qué? Porque la guerra nos ha conducido a una época de grandes tensiones, de grandes luchas, con la perspectiva de nuevas guerras. Por los raíles de la dominación universal, en el momento actual, se precipitan, uno sobre otro, poderosos trenes. No se puede medir nuestra época a la sombra del siglo XIX, que fue el siglo de la extensión de la democracia por excelencia [subrayado por nosotros]. El siglo XX, bajo numerosas perspectivas, se distinguirá mucho más del siglo XIX que lo que se distingue la historia moderna de la Edad Media (...) Por analogía con la electrotécnica, la democracia puede ser definida como un sistema de conmutadores y aislantes contra las corrientes demasiado fuertes de la lucha nacional ó social. No hay en la historia humana una época tan saturada de antagonismos como la nuestra (...) Bajo la alta tensión de las contradicciones de clase e internacionales, los conmutadores de la democracia se funden y saltan en pedazos. Tales son los cortocircuitos de la dictadura. Los interruptores más débiles son los primeros en saltar evidentemente. Pero la fuerza de las contradicciones interiores y mundiales no disminuye, aumenta. Difícilmente tranquilizaría la constatación de que el proceso sólo afecta a la periferia del mundo capitalista. La gota empieza por el dedo pequeño de la mano ó por el dedo gordo del pie; pero una vez en marcha llega hasta el corazón».
Bien visto y dicho. Nuestra tesis de partido es que el movimiento comunista debía extraer todas las consecuencias de esta realidad del siglo XX: no tenía ningún sentido implorar a la burguesía la conservación de los «conmutadores» de la democracia instalados contra nosotros desde siempre, pero que eran ya inútiles para ella; era necesario que la hiciésemos saltar nosotros mismos, con la corriente de alta tensión de la Revolución proletaria. El centro moscovita de la Internacional comunista no supo extraer todas estas consecuencias, incluyendo a Trotsky. Y es una de las razones que arruinaron esta Internacional. Pero es el mismo error aplicado esta vez a la lucha contra Stalin, y no contra Mussolini ó Hitler, lo que hizo de la IV Internacional de Trotsky un organismo nacido muerto.
Veamos ahora las razones mas específicamente rusas por las cuales Trotsky considera imposible en 1929 el restablecimiento de una democracia parlamentaria en Rusia:
«Cuando se opone la democracia parlamentaria a los Soviets, se observa un sistema parlamentario particular, olvidando otro aspecto – por lo demás esencial – de la cuestión, que la revolución de Octubre de 1917 se ha revelado como la más grande revolución democrática de la historia humana. La confiscación de la propiedad de la tierra, la completa liquidación de las distinciones y privilegios de clase, la destrucción del aparato burocrático y militar zarista, la introducción de un igualitarismo nacional y del derecho de los pueblos a disponer de sí mismos, he aquí un trabajo esencialmente democrático que la Revolución de Febrero apenas ha tocado, dejándoselo casi en su totalidad a la Revolución de Octubre. Sólo la inconsistencia de la coalición liberal-socialista ha hecho posible la dictadura soviética, basada en la unión de los obreros, de los campesinos y de las nacionalidades oprimidas. Las razones que han impedido a nuestra débil y atrasada democracia cumplir su tarea histórica no le permitirán, incluso en el futuro, colocarse a la cabeza del país, pues en estos últimos tiempos los problemas y las dificultades se han hecho más grandes y la democracia más pequeña (...)
«El sistema soviético no es una simple forma de gobierno que se pueda comparar abstractamente con la democracia parlamentaria: esencialmente es la cuestión de la propiedad de tierra, de los bancos, de las minas, de las fábricas y de los ferrocarriles. No hay que olvidar estas "cosillas" embriagándose con lugares comunes sobre la democracia. Contra el retorno del terrateniente, el campesino, hoy como hace diez años, luchará hasta la última gota de su sangre (...) A decir verdad, el campesino toleraría más fácilmente el retorno del capitalista, pues la industria de Estado no ofrece hasta el presente a los campesinos más que productos manufacturados con unas condiciones menos ventajosas que las del comerciante de antaño (...) Pero el campesino recuerda que el propietario y el capitalista eran los dos hermanos gemelos del antiguo régimen (...) ¡El campesino comprende que el capitalista no volvería sólo, sino en compañía del propietario. Por esto no quiere ni a uno ni a otro; es la razón poderosa, si bien negativa, de la fuerza del régimen soviético. Es necesario llamar a las cosas por su nombre. No se trata de la introducción de una democracia incorpórea, sino del retorno de Rusia a la vía del capitalismo. ¿Pero, que sería la segunda edición del capitalismo ruso? Durante estos últimos quince años la imagen del mundo se ha transformado profundamente. Los fuertes se han hecho infinitamente más fuertes, los débiles son incomparablemente más débiles. La lucha por la supremacía mundial ha adquirido unas proporciones gigantescas. Las etapas de esta lucha se han desarrollado sobre los huesos de las naciones débiles y atrasadas. La Rusia capitalista no podría en el momento actual ocupar en el sistema mundial ni siquiera la situación de tercer orden a la cual había predestinado la marcha de la última guerra a la Rusia zarista. El capitalismo ruso sería ahora un capitalismo sojuzgado, un capitalismo medio colonizado, sin futuro. La Rusia Número Dos ocuparía hoy algún lugar situado entre la Rusia Número Uno y la India. El sistema soviético de industria nacionalizada y de monopolio del comercio exterior, a pesar de todas sus contradicciones y sus dificultades, es un sistema de protección para la independencia de la cultura y de la economía del país. Esto ha sido comprendido por numerosos demócratas que han sido atraídos junto al poder soviético no por el socialismo, sino por un patriotismo que había asimilado las lecciones elementales de la historia» (...)
«Un puñado de doctrinarios impotentes habría deseado una democracia sin capitalismo. Pero las fuerzas sociales serias, enemigas del régimen soviético, quieren un capitalismo sin democracia».
El razonamiento marxista de Trotsky está muy por encima de los razonamientos formales y abstractos de sus adversario socialdemócratas de 1929, pero también (conclusión que nos importa mucho más aquí) de sus "discípulos" de 1968 que no han hecho más que llevar hasta el absurdo su propio razonamiento abstracto y formal de 1936.
La lucha, dice Trotsky justamente, es una lucha social y del desenlace de esta lucha social depende la forma política destinada a triunfar. La democracia parlamentaria ha sucumbido bajo los golpes de la Revolución democrática. Sus partidarios – aquellos que razonan en términos políticos y no sociales – no comprenden que desear su restablecimiento equivale a desear la liquidación de las conquistas de esta revolución democrática. «Las fuerzas sociales serias», es decir, las clases sociales desposeídas por la Revolución de Octubre, desearían, sin ninguna duda, liquidar esas conquistas para retornar al antiguo orden, pero está históricamente excluido que lo puedan hacer por medios democráticos. Incluso en 1929, el campesinado ruso no se dejaría despojar de la tierra sin una segunda guerra civil. ¿Dónde encontrarían las fuerzas desposeídas la fuerza necesaria para combatir a la casi totalidad de la población rusa? Trotsky no lo dice aquí, pero lo sabe, pues es evidente: en los ejércitos de las potencias imperialistas que intervendrían otra vez contra Rusia derrotándola (igual que intervino la coalición europea contra la Francia napoleónica en la cual los Borbones nunca habrían podido reinstalarse sin su victoria sobre todo el pueblo francés). Pero entonces la forma política destinada a triunfar no sería el Parlamento nacional soñado por los «doctrinarios impotentes», sino, como diríamos hoy, una república fantoche del tipo de las que los EE.UU. mantienen en las regiones de Asia que controlan.
Las mismas razones que oponen a Trotsky frente a los socialdemócratas le impiden aún, en 1929, poner su lucha contra Stalin bajo la bandera de la democracia soviética: Trotsky sabe muy bien que sobre el terreno soviético se colocan tanto partidarios del socialismo como él, al igual que fuerzas que, sin ser en nada socialistas, no quieren el retorno de Rusia a un Estado de dependencia semi-colonial ante la mirada del capitalismo occidental, y por lo tanto no quieren una restauración. Estas fuerzas son todas las capas no proletarias y enemigas del internacionalismo revolucionario, que fuera del Partido ó dentro de él aprueban la dirección estalinista por «patriotismo democrático que ha asimilado las lecciones elementales de la historia». Es este «ustrialovismo» – término que se deriva del nombre del emigrado Ustrialov, que fue el primero que predijo la conversión del Estado soviético en un Estado burgués ordinario, al que habría que apoyar – que Lenin fue el primero en denunciar y que, nacido en los medios más atentos de la emigración, se ha infiltrado en el Partido en el poder – Trotsky no deja de denunciar este hecho – bajo la bandera del "socialismo en un solo país". Por lo que respecta a la democracia soviética, ese «conmutador», ese «aislante» previsto por los bolcheviques para impedir que la revolución se hundiese en una lucha estéril entre el proletariado socialista y el campesinado sub-burgués, Trotsky sabe bien que es la corriente de alta tensión de la guerra civil la que ha hecho que salte en pedazos, imponiendo la pura dictadura proletaria del comunismo de guerra, con sus requisas forzadas y su encuadramiento «autoritario» de los campesinos revolucionarios en el Ejército Rojo. ¡Al defensor de la dictadura bolchevique del proletariado, al autor del pasaje anteriormente citado de Terrorismo y Comunismo, que quedarán todavía largos años antes de que piense en invocarla contra el partido estalinista!
Hay de hecho tres fases en la larga lucha de Trotsky como jefe de la Oposición. En la primera – bien ilustrada por el escrito de 1923 Nuevo Curso – denuncia enérgicamente las anomalías del régimen interior del Partido y la política del Comité Central, intenta alertar al Partido sobre el peligro de degeneración que la política (internacional e interior) hace correr a la dictadura proletaria de la cual es el único garante. Pero lejos de presentarse como candidato a la dirección del partido, se mantiene un poco al margen, contentándose con rechazar las invenciones de la campaña que desde 1924 orquesta contra él el Comité Central, y al tiempo que escribe Nuevo Curso ignora aún la situación real que no le será revelada hasta 1925, cuando Kamenev y Zinoviev rompan con Stalin.
Aprovechando la enfermedad de Lenin un «Buro político secreto» había sido creado, del cual formaban parte todos los miembros del Buro Político oficial salvo Trotsky. La finalidad de este complot era la de impedir que éste dirigiese el Partido. «Todas las cuestiones eran previamente decididas en este Buro Político clandestino cuyos miembros estaban unidos por una responsabilidad colectiva. Tomaron el compromiso de no polemizar entre ellos y, al mismo tiempo, de buscar todos los pretextos para intervenir» contra Trotsky. «Existían en las organizaciones locales centros secretos análogos ligados al septumvirato de Moscú que mantenían una severa disciplina. La correspondencia se hacía mediante un lenguaje cifrado especial. Los funcionarios responsables del Partido y del Estado habían sido seleccionados sistemáticamente con este único criterio: contra Trotsky (...) Los miembros del partido que hacían oír sus quejas contra esta política caían víctimas de ataques pérfidos originados por motivos que no tenían nada que ver con esto y frecuentemente inventados. Por el contrario, los elementos (...) que, en el curso del primer lustro del poder de los Soviets habían sido despiadadamente eliminados del Partido aseguraban su situación por una simple hostilidad contra Trotsky. Desde finales de 1923 la misma tarea fue llevada a cabo en todos los partidos de la I.C. (...) Se seleccionó artificialmente no a los mejores, sino a aquellos que se adaptaban más fácilmente. Los dirigentes se convirtieron en deudores de su situación únicamente ante el aparato. Hacia finales de 1923, el Aparato estaba ganado en sus tres cuartas partes: era posible traspasar la lucha dentro de la masa. En otoño de 1923 y en otoño de 1924 la campaña contra Trotsky comenzó: sus antiguas divergencias con Lenin, que databan no sólo de antes de la Revolución, sino también de antes de la guerra (...) fueron bruscamente presentadas, desfiguradas, exageradas y presentadas a la masa como una cuestión de ardiente actualidad. La masa fue atontada, desconcertada, intimidada. Mientras tanto el procedimiento de selección descendió a un grado todavía mas bajo. No fue posible ejercer el cargo de director de fábrica, de secretario de célula de taller, de presidente de Comité ejecutivo de distrito, de contable, de dactilógrafo sin presentar como referencia su antitrotskismo». Todas estas precisiones se encuentran en el artículo de L.Trotsky ¿Cómo ha podido suceder esto?, Constantinopla, febrero 1929.
Dicho de otra forma, en la primera fase, responde como militante a la campaña parlamentaria lanzada contra él y que tenía el mismo objetivo que todas las campañas de este género: impedirle el camino al poder. A este respecto es necesario señalar que allí en donde la imbecilidad burguesa ha visto la prueba de las fechorías del "totalitarismo comunista" nuestra corriente ha reconocido las fechorías del principio electivo y de la democracia aplicada al órgano del Partido. El hecho de que la campaña haya estallado en el partido que autodenomina "comunista" se explica fácilmente por el hecho de que en la URSS no había Parlamento; ¿pero que es una lucha por el poder fundada sobre la concurrencia de los individuos y el desprecio hacia todos los principios, sino una lucha de tipo parlamentario?
En la segunda fase, Trotsky no se limita sólo a defender las posiciones marxistas contra el revisionismo en el poder. Entra en la «vía de la reforma del régimen soviético», como él mismo dirá en la Revolución Traicionada para caracterizar la fase anterior a 1936. Debido a la ausencia de un Parlamento, esta lucha reformista no podía tomar la forma de una lucha para reemplazar legalmente a un gobierno, al que se juzgaba incapaz de mantener a la URSS en la vía del socialismo, por el mejor gobierno de la Oposición. En sustancia, se trata de esto. Para el socialista reformista, el «obstáculo» para la transformación socialista son las mayorías parlamentarias sostenedoras de los gobiernos burgueses. En la Oposición trotskista de entonces, este «obstáculo» parece ser la mayoría que sostiene al Comité Central estalinista, ó mas bien el régimen interior del Partido que impide a la Oposición arrancar la mayoría al estalinismo. En realidad, en el primer caso, el obstáculo no es tal ó cual gobierno, sino la existencia del Estado burgués que debe ser destruido y no «reformado»; en el segundo caso, el obstáculo estaba en el Estado, en el poder de un partido en el cual la degeneración era irreversible y que muy lejos de ser la consecuencia del régimen interior era ella misma la causa de este régimen. Lo que impide al socialista vulgar señalar el verdadero obstáculo es que el no es revolucionario; lo que empuja al revolucionario Trotsky a caer en un error reformista de cara al Estado soviético es su impotencia para delimitarse de forma completa del partido del «socialismo en un solo país». En esta fase, no obstante, sus posiciones guardan un último lazo con la tradición marxista: del Partido y sólo del Partido depende la suerte de la dictadura del proletariado. En la tercera fase, este último lazo se romperá. Del parlamentarismo revolucionario en el partido que había caracterizado a la fase precedente, Trotsky pasará al parlamentarismo puro en la sociedad, es decir, a la reivindicación del restablecimiento de la libertad electoral en la URSS.
Para ilustrar la primera fase, nos referiremos al texto de 1923 citado anteriormente, Nuevo Curso. Si la terminología presenta ya la ambigüedad denunciada anteriormente – ver lo dicho más arriba respecto a la crítica de la Izquierda italiana sobre el uso de los términos «democracia» y «centralismo democrático» – al igual que la usada por el partido bolchevique, incluso en su buena época, el método no tiene nada de formal, pues Trotsky ha estudiado el determinismo que, en las condiciones del poder, corre el riesgo de hacer perder al partido su naturaleza de fracción revolucionaria del proletariado y por consiguiente su función de partido de clase: «cuestión de las generaciones en el Partido, composición social», y sobre todo tareas estatales y administrativas. La alerta lanzada no concierne a la ausencia de libertad de los miembros del Partido, como sucede en la crítica socialdemócrata vulgar, sino a la alteración de las relaciones orgánicas entre centro y periferia, cúspide y base en el interior del partido, la alteración de las relaciones entre Partido y Estado y, para rematarlo todo, la alteración de la tradición real del partido al igual que su invocación puramente formal. Júzguese:
«Hay una cosa sobre la cual es necesario darse cuenta: la esencia de las disensiones y de las dificultades actuales no reside en el hecho de que los "secretarios" han forzado la situación en algunos aspectos y que es necesario llamarlos al orden, sino en el hecho de que el conjunto del partido se dispone a pasar a un estadio histórico más elevado (...) No se trata de romper los principios de organización del bolchevismo como algunos intentan hacer creer, sino de aplicarlos a las condiciones de la nueva etapa del partido». Se trata de la «etapa» definida por el desvanecimiento de las esperanzas puestas en la revolución alemana en octubre 1923, debido a la previsible prolongación del aislamiento de la URSS en el mundo, por una parte, y por la crisis económica interior a pesar de la sujeción aportada por la NEP, por otra parte. «Se trata ante todo de instaurar relaciones más sanas entre los antiguos cuadros y la mayoría de los miembros que han venido al Partido después de Octubre». «La preparación teórica, el temple revolucionario, la experiencia política representan nuestro capital fundamental cuyos principales detentadores son los antiguos cuadros del partido. Por otra parte, el partido es esencialmente una colectividad en la cual la orientación depende del pensamiento y de la voluntad de todos. Está claro que en el partido, en la complicada situación inmediatamente posterior a Octubre, el partido se abría camino mejor a medida que más utilizaba la experiencia acumulada por la antigua generación a cuyos representantes eran confiados los puestos más importantes de la organización. El resultado ha sido que, jugando el papel de director del partido y absorbida por las cuestiones administrativas la antigua generación (...) instaura preferentemente para la masa comunista métodos puramente escolares de participación en la vida política: cursos de instrucción política elemental, verificación de los conocimientos, escuelas del partido (...) De ahí el burocratismo del aparato, su aislamiento con relación a la masa, sus existencia aparte (...) El hecho de que el partido viva en dos pisos distintos trae consigo numerosos peligros (...) El principal peligro del "viejo curso", resultado de causas históricas generales al igual que de nuestras faltas particulares, es que el aparato manifiesta una tendencia progresiva a oponer a algunos millares de camaradas que forman los cuadros dirigentes al resto de la masa, la cual no es para ellos más que un medio de acción. Si este régimen persiste, corre el riesgo de provocar a la larga una degeneración del partido en sus dos polos, es decir, entre los jóvenes y entre los cuadros (...) En su desarrollo gradual, el burocratismo amenaza con separar a los dirigentes de la masa, con llevarles a concentrar su atención únicamente sobre las cuestiones administrativas, de nombramientos, amenaza también con estrechar su horizonte, con debilitar su sentido revolucionario, es decir, con provocar una degeneración más o menos oportunista de la vieja guardia, ó al menos de una parte considerable de la misma».
Considerando a continuación la composición social del partido, Trotsky señala:
«El proletariado realiza su dictadura por el Estado soviético. El partido comunista es el partido dirigente del proletariado y, en consecuencia, de su Estado. Toda la cuestión está en llevar a cabo este poder en la acción sin fundirlo en el aparato burocrático del Estado (...) Los comunistas se encuentran agrupados de una manera diferente según estén en el partido ó en el aparato del Estado. En este último están colocados jerárquicamente unos en relación a otros y a los sin-partido. En el partido, todos son iguales en lo que concierne e la determinación de las tareas y de los métodos de trabajo fundamentales. En la dirección que ejerce sobre la economía, el partido debe tener en cuenta la experiencia, las observaciones, la opinión de todos sus miembros instalados en los diferentes grados de la administración económica. La ventaja esencial e incomparable de nuestro partido consiste en que puede, a cada instante, mirar la industria con los ojos del tornero comunista, del especialista comunista, del director comunista, del comerciante comunista, reunir la experiencia de estos trabajadores que se complementan los unos a los otros, en extraer los resultados y determinar así la línea de dirección de la economía en general y de cada empresa en particular. Está claro que esta dirección no puede realizarse más que sobre la base de la democracia viva y activa en el interior del partido».
El término sirve aquí para designar relaciones opuestas a las que, en la sociedad, se derivan de la división social del trabajo y del antagonismo de clase; sujeción burocrática por una parte, pasividad o sorda resistencia por otra; mando y obediencia; «ciencia administrativa» e ignorancia, etc... todas esas cosas que, en el partido de clase, tienden a desaparecer en la medida en que, si bien no puede abstraerse completamente de las condiciones burguesas ambientales, es no obstante una asociación voluntaria de individuos que tienden a un objetivo común, y ese objetivo es precisamente la sociedad sin clases, sin división social del trabajo, y por lo tanto sin choque político ó incluso administrativo.
«Cuando, por el contrario, los métodos del aparato prevalecen, la dirección por el partido cede el puesto a la administración por los órganos ejecutivos (comité, buró, secretario, etc.). En esta concepción de la dirección, la principal superioridad del partido, su experiencia colectiva múltiple pasa al último lugar. La dirección toma un carácter de organización pura y degenera frecuentemente en mandato y en capricho. El aparato del partido entra cada vez más en los pormenores de las tareas del aparato soviético, vive de sus inquietudes cotidianas, se deja influenciar por él cada vez más y, ante los detalles pierde de vista las grandes líneas. Toda la práctica burocrática diaria del Estado Soviético se infiltra así en el aparato del partido e introduce en él el burocratismo. El partido, en tanto que colectividad, no siente son poder, pues no lo realiza (...) De esto se derivan el descontento y la incomprensión,incluso en los casos en los que, justamente, este poder se ejerce. Pero este poder no puede mantener en línea recta más que no cayendo en detalles mezquinos y revistiendo un carácter sistemático, racional y colectivo. El burocratismo no sólo destruye la cohesión interna del partido, sino que debilita la acción necesaria de este último sobre el aparato estatal. Esto es lo que no distinguen en la mayoría de los casos aquellos que son los más ardientes a la hora de reclamar para el partido la función de dirigente en el Estado soviético».
Por lo que respecta a los grupos y formaciones fraccionales, Trotsky no reivindica en lo más mínimo el ridículo «derecho democrático» de formarlos. Pero considerándolos desde el punto de vista marxista como «anomalías amenazadoras», niega que sea posible prevenir su nacimiento ó favorecer su resurgimiento «mediante procesos puramente formales», haciendo notar que el régimen burocrático del partido era por el contrario una de las principales fuentes de fraccionalismo, acusando con razón a los defensores de la unidad puramente formal del partido de constituir ellos mismos la peor fracción, la «fracción burocrática conservadora» y terminaba diciendo de forma perfectamente correcta que la única manera de prevenir las fracciones era «una política justa adoptada a la situación real». De la misma forma, la Izquierda italiana había opuesto al «terrorismo ideológico» del estalinismo no los «derechos democrático» de los miembros del partido, sino la fidelidad del centro al patrimonio común de los principios que, de cumplirse, permite dirigir el partido con el mínimo de sobresaltos.
En todo esto no se observa ninguna elección democrática. Las anomalías de la vida del partido (comprendidas, en el último capítulo, las continuas referencias a Lenin y al leninismo, jalonando las peores manifestaciones de oportunismo) se presentan justamente caracterizadas, así como sus causas históricas: no «el ejercicio del poder» en general como pretenden los anarquistas, sino el ejercicio del poder en una sociedad profundamente heterogénea, puesto que entre el proletariado (demasiado débil y aún debilitado por la guerra civil) y el enorme campesinado no existía en absoluto esta identidad de intereses cotidianos y fundamentales en la cual parece creer la dirección del partido. La desviación auténticamente democrática que Trotsky combate como marxista es la de «subestimar» el contraste de clase existente entre proletariado y campesinado y ahogado en la apología de la «nueva democracia», la democracia soviética. En una sociedad afligida entre otras cosas por un nivel cultural muy bajo y aislada del resto del mundo por la conjura capitalista. Nunca Trotsky llegará ya , desgraciadamente, a esta altura crítica. Pero hasta el fatal deslizamiento de 1936, a pesar de todos sus errores, permanecerá fiel a la magnífica conclusión del Capítulo IV de Nuevo Curso:
«El instrumento histórico más importante para realizar nuestras tareas es el partido. Evidentemente, el Partido no puede desligarse de las condiciones sociales y culturales del país. Pero, como organización voluntaria de la vanguardia, de los elementos mejores, de los más activos, de los más conscientes de la clase obrera, puede mucho más que el aparato del Estado preservarse de los peligros del burocratismo. Por esto, debe ver claramente el peligro y combatirlo sin tregua».
Cuando en la segunda fase Trotsky pasa a la lucha por la «democratización del Partido» la socialdemocracia vio en ello, y no sin cierta razón, un paso de su adversario en su dirección. Indignado, Trotsky replica estas alegaciones:
«Es un gran malentendido que no es muy difícil de aclarar. La socialdemocracia está por la restauración del capitalismo en Rusia. Pero no puede realizarse un cambio de vías semejante más que colocando en último término a la vanguardia proletaria. Para que la socialdemocracia apruebe la política económica de Stalin deberá reconciliarse con sus métodos políticos. Un verdadero pasaje al capitalismo no podría asegurarse más que con un poder dictatorial. Es ridículo exigir la restauración del capitalismo en Rusia y suspirar inmediatamente después por la democracia».
El golpe era muy merecido, pero del hecho de que es ridículo anhelar después la democracia cuando se desea la restauración del capitalismo, no resultaba en lo más mínimo que dejase de serlo con la condición de luchar por el socialismo. Si un marxista del calibre de Trotsky no se percató de esta objeción es porque a él le parecía muy evidente que el curso hacia el capitalismo pasaba por el aplastamiento de la vanguardia proletaria en el seno del mismo partido, la resistencia (igualmente dentro del partido) de esta vanguardia a su aplastamiento era la única expresión política posible de la resistencia a ese curso. A este razonamiento no le faltaba más que una "pequeña" condición para ser justo: que el curso hacia el capitalismo se quedase en una simple amenaza más o menos lejana, y que el adversario afrontado en el seno del partido no fuese precisamente la encarnación política del enemigo de clase, puesto que en ningún caso se puede combatir al enemigo de clase de forma pacífica, implorándole que respete la "legalidad", sea la que sea.
Estas son las razones por las cuales nuestra corriente siempre ha rechazado la táctica antifascista. Aunque sean accesibles a la inteligencia más mediana no fueron comprendidas por la Internacional que perseveró en esta vía absurda. En tanto que «táctica», a la lucha por la «democratización del partido» en la URSS merece exactamente la misma crítica que el pretendido «antifascismo proletario» practicado por la Internacional, como hemos visto anteriormente.
A diferencia de los infelices que pretender ser sus discípulos, Trotsky percibía esto tan bien que en su Defensa de la URSS (1929) escribía:
«Sería donquijotismo – por no decir estúpido – luchar por la democracia en un partido que realiza el poder del enemigo (...) Para la Oposición, la lucha emprendida por la democracia dentro del partido no tiene sentido más que sobre la base de un reconocimiento de la dictadura del proletariado».
Formulación ambigua quizás debida a una mala traducción, pero el sentido no tiene equívoco posible en el contexto: más que si se reconoce que la dictadura del proletariado existe en la URSS. Cosa que Trotsky afirmaba con obstinación, contra toda evidencia.