por Duende Rojo Sáb Jul 10, 2010 2:45 am
Ya que no nos van a devolver a nuestros antepasados, voy a resucitar este hilo ahora que tenemos muchos nuevos camaradas a ver si se anima más gente a contar historias de sus familiares en aquella gloriosa y trágica época. Esto lo escribí hace tiempo en el foro GCE:
Sería justo el 14 de abril de 1931, cuando en el municipio del Espinar, provincia de Segovia, un pueblecito al pie de las montañas de la sierra de Guadarrama, llegó, como en toda España, la noticia de la proclamación de la II República, hecho que a unos horrorizó a unos, indiferenció a otros, y entusiasmó sobremanera a otros tantos, como por ejemplo mi tío Máximo Díez, de unos 20 años, huérfano que cuidaba de su hermana pequeña, mi abuela. Máximo gustaba de frecuentar La casa del Pueblo (sede del PSOE) y simpatizar con el Partido Comunista. Pues bien, entre los que no entusiasmó demasiado la noticia fue precisamente los ediles del ayuntamiento de dicha localidad, de corte conservador, quienes se negaron en primer momento a cambiar la bandera rojigualda del balcón del ayuntamiento. Entonces fue cuando mi tío Máximo, quizá cegado por el entusiasmo, decidió escalar la fachada de dicho ayuntamiento y colocar él mismo la gloriosa tricolor en aquel mástil, y bajar entre vítores y aplausos de sus compañeros y amigos simpatizantes de la nueva República; y entre tal enardecimiento no pudo adivinar que ese sería el principio de todas sus desdichas, por que igual que tal acto le generó vítores por un lado, le creó odios por otro. Y así, una vez iniciado el levantamiento nacional en el año 36, éstos fijaron asentamiento en aquella serrana localidad, puesto que en esta zona la resistencia fue mínima, por no decir nula, pero sin embargo se ejerció una gran presión sobre los habitantes de estas poblaciones para borrar cualquier resquicio subversivo al levantamiento, ya sabéis, registros, interrogatorios… Entonces fue cuando el mejor método de los facciosos para encontrar a aquellos, sus enemigos, daba sus frutos: El chivatazo. Y así cierto día mi tío es detenido y encerrado sin reparo la cárcel de Segovia, donde permanece encerrado hasta el fin de la guerra, cuando supuestamente es trasladado al castillo de Cuéllar (también en Segovia, pero más hacia el oeste, cerca de Valladolid) castillo habilitado como prisión de presos políticos debido al acinamiento de aquella época en todas las cárceles del devastado país.
Creo que envió algunas cartas, pero mi padre es un tema del que no quiere hablar y mi abuela falleció hace ya muchos años como para saber detalles, pero vamos, era bien sabido por todos que en esas cárceles improvisadas los presos se amontonaban por centenares, sobreviviendo incluso años en condiciones infrahumanas donde el maltrato y la tortura eran frecuentes. No obstante, se dejó de saber de él.
Durante la guerra y la posguerra, mi abuela fue tratada con desprecio en el pueblo, teniendo problemas con el suministro de comidas y en la consecución de trabajo, estigma que le acompañó muchos años después, incluso casada y con hijos, hasta tal punto de tener que emigrar a Madrid para poder llevar una vida normal sin ser tratada siempre como “roja” y evitar de este modo que esa “marca” trascendiera a sus hijos. Y aun así, en Madrid no se libró de los comentarios, puesto que en aquella época la gente de la sierra solía emigrar mucho a la capital, y lógico, algunos se conocían.
Años después, una vez muerto Franco y reestablecida la Democracia, creo que en tiempos de González, se dio como una especie de compensación económica (simbólica) a los familiares de represaliados durante la guerra o el régimen (algo de eso), pero había que demostrarlo de alguna forma. Entonces fue cuando mi abuela y mi padre decidieron investigar y seguir el rastro de mi tío Máximo hasta dar en el ayuntamiento de Cuéllar con los archivos del castillo hecho prisión en la guerra, donde encontraron justo lo que esperaban:
Mi tío aguantó hasta el 39 y murió supuestamente de bronquitis, fue enterrado en una fosa común en el cementerio de dicha localidad. Ponía bronquitis, pero a saber... No obstante la causa concreta es lo de menos, murió encerrado en aquel castillo solo por tener una idea, un pequeño sueño de la esperanza de un mundo mejor.
Tengo entendido, que al poco de conocer la verdad sobre mi tío, mi padre, en una noche que pasaba por dicho pueblo, paró en el cementerio y pintó a modo de homenaje simbólico, la hoz y el martillo, en una de sus fachadas con una pintura roja, en honor de todos los que yacían en aquel lugar por el mero hecho de pensar como pensaban.
Salud.