¿Ya se puede hablar de un “parazo” por la fuerte imagen de un país casi totalmente paralizado? Se puede. Así como se puede hablar de que así como Hugo Moyano, Luis Barrionuevo y sus socios están saliendo fortalecidos en estas horas, la izquierda también se está llevando su trofeo: los incidentes en la Panamericana le permitieron una alta exposición mediática y, sobre todo, evitar que el éxito de la segunda huelga general contra el Gobierno quede solamente en manos del sindicalismo peronista.
Los piquetes pudieron disuadir a muchos que querían ir a trabajar en auto, pero no alcanzan a explicar el profundo alcance de la protesta. No casualmente, el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, prefirió simplificar y estigmatizar esta mañana al hablar de que existe “un gran piquete con paro de transporte”. El 20 de noviembre de 2012, el primer paro general del moyanismo contra Cristina Kirchner, también estuvo caracterizado por los importantes cortes y bloqueos, pero no dejó esta actual fisonomía de una Argentina fantasma, con edificios vacíos y muy poca gente en las calles.
Quienes descalifican la repercusión del paro por el hecho de que está siendo sostenido por los cortes callejeros (y se indignan porque atenta contra la libertad de trabajar) quizá se olvidan de que los piquetes se han incorporado, desde fines de los noventa, a las modalidades de protesta cotidianas, primero a cargo de las organizaciones sociales y luego adoptadas por los sindicatos. Y que fue el kirchnerismo el que prohijó y financió a los movimientos piqueteros, además de tolerar silenciosamente esa forma de reclamo.
Moyano se anota un triunfo por haber contenido tanto los tiempos del paro general cuando muchos de sus colegas querían acelerarlos. Su criticada alianza con Barrionuevo le aportó un peso decisivo entre los gremios del transporte y, para colmo, no frustró la sociedad en la acción con un sector ideológicamente antagónico como la CTA opositora. Es allí, en el extenso trabajo de captación de sindicatos K como La Fraternidad y la UTA, donde el moyanismo acertó en su necesidad de reforzarse.
Al mismo tiempo, esa fuga de gremios tan decisivos confirma el fracaso de una CGT oficialista mustia y desorientada, que no pudo (o no quiso) nunca tener una agenda propia y autónoma respecto de la Casa Rosada y, para colmo, tiene un líder como Antonio Caló, que firmó una paritaria por debajo de la inflación y ayer anticipó, como si no se tratara de su propio Waterloo, que el paro de sus rivales iba a ser “grande”.
¿Cambiará algo este impactante paro? Cristina ya anticipó a gremios K que elevará el mínimo no imponible y seguramente habrá más movidas en el laboratorio oficialista para impedir lo que se viene: el paro de 36 horas, con movilización a la Plaza de Mayo, probablemente en mayo. Claro que esa decisión puede tener su costado inquietante para Moyano y Barrionuevo: si ya temían, con razón, posibles hechos de violencia en los piquetes de la izquierda, ¿cómo convivirán en un mismo acto con ese gremialismo combativo que está en ascenso y que cuestiona tanto a las burocracias sindicales?
Por ahora, nadie piensa en esos riesgos. Hay euforia moyano-barrionuevista porque el Gobierno no debería desconocer su peso y porque será difícil que candidatos peronistas como Daniel Scioli o Sergio Massa les continúen dando la espalda. Pero, sobre todo, porque Cristina confirmó que su ajuste económico encuentra resistencia entre aquellos mismos trabajadores con los que se jactaba de mantener una interlocución directa.
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