La Guerra Nacional Revolucionaria (1936-1939)
En España no existió revolución burguesa; las etapas democráticas fueron muy breves y superficiales. El capitalismo se desarrolló muy lentamente y el Estado se formó por medio de un acuerdo de una burguesía débil con la aristocracia feudal, imponiendo un régimen oligárquico de feroz explotación y represión de las masas.
El 14 de abril de 1931 ese régimen oligárquico comenzó a quebrar y, para salvar su dominio, la oligarquía trató de ganarse a las masas con la II República, que continuó la misma política de antes.
El triunfo del Frente Popular en las elecciones de 16 de febrero de 1936 cambió esencialmente el carácter de aquella República que, a partir de entonces se va a transformar en una República Democrática y Parlamentaria de nuevo tipo y de un profundo contenido social. Una República Popular sin igual en la Europa de entonces.
Las razones de este cambio residen en que el nuevo Estado va a estar asentado en el pueblo trabajador, en organizaciones democráticas y populares, con un programa revolucionario que atacaba directamente las bases económicas y sociales del dominio de la oligarquía. La sublevación fascista del 18 de julio vino a reforzar este carácter popular, pues fueron las masas, el pueblo en armas, las únicas fuerzas capaces de respaldar el nuevo poder.
Al día siguiente del triunfo del Frente Popular, el 17 de febrero, los presos fueron liberados por inmensas manifestaciones, dirigidas en muchos casos por los diputados electos. La Ley de Amnistía se promulgó el día 21.
El Parlament Catalá, reunido nuevamente tras su disolución en octubre de 1934, reeligió a Companys y a sus Consejeros, salidos todos ellos de prisión, para el Gobierno Autónomo de la Generalitat. Poco después, se aprobaron los Estatutos de Euskal Herria y Galicia. Los obreros agrícolas y los campesinos pobres, nada más conocer el triunfo del Frente Popular, se lanzaron a ocupar tierras en los latifundios y fincas de caciques y terratenientes, ocupaciones que luego fueron legitimadas por el Gobierno. Durante el gobierno del Frente Popular, 192.193 campesinos pasaron a ocupar 755.888 hectáreas de tierras cultivables, gracias a la aplicación intensiva de la Ley de Reforma Agraria. Se ayudó a los colonos con créditos, semillas, aperos, etc. La superficie cultivada creció en un 6 por ciento. Las medidas más revolucionarias se tomaron una vez que se había producido el levantamiento militar fascista, a pesar de las grandes dificultades impuestas por la guerra y de las divergencias existentes en el seno del Frente Popular. Se incautaron todas las empresas abandonadas por sus dueños, así como los ferrocarriles y los bancos; se mejoró el nivel de vida de los trabajadores; se depuró el aparato administrativo; se disolvió la Guardia Civil y se crearon Tribunales Populares de Justicia.
En el terreno cultural se desplegó una amplia actividad que, más tarde, se extendería hasta los frentes de batalla. Se crearon escuelas, Milicias de la Cultura, bibliotecas populares y numerosas publicaciones periódicas. La gran mayoría de los intelectuales se puso al servicio de la causa popular. En 1937 se celebró en Valencia y Madrid el Congreso Internacional de Escritores. El Partido Comunista de España pasó de tener 30.000 afiliados en febrero de 1936, a cerca de 60.000 dos meses después; además, su ingreso en la UGT le permitía ejercer su influencia ideológica y política sobre las bases radicalizadas de los socialistas. Por su parte, las Juventudes Socialistas y Comunistas se fusionaron, dando lugar a las Juventudes Socialistas Unificadas. En Cataluña se funda el PSUC.
La táctica comunista durante los meses anteriores al 18 de julio siguió siendo la misma que José Díaz formulase en 1935: Unidad Popular Antifascista y desarrollo de la revolución democrática. Consciente como era del peligro fascista inmediato, el PCE prestó especial atención a la preparación y desarrollo de la lucha antifascista a todos los niveles.
Así se fue gestando un amplio movimiento popular, democrático, antifascista, nacional y profundamente revolucionario que atacó, defendiendo la República, los fundamentos de la reacción que la República del 14 de abril no había sido capaz de transformar en cinco años de existencia.
La República Popular aún no era la dictadura del proletariado, pero en aquellas circunstancias suponía la mejor plataforma para un rápido tránsito al socialismo. De ahí que la clase obrera y el Partido Comunista se erigieran en los pilares fundamentales del nuevo Estado.
Para la oligarquía terrateniente-financiera era evidente el peligro que representaba el triunfo del Frente Popular y desde el mismo 16 de febrero concentró sus esfuerzos en acabar con la II República; la reacción fomentó la retirada y evasión de capitales, los cierres de fábricas, el abandono de la explotación de la tierra, etc., en un intento de aumentar la miseria del pueblo y el caos en la economía; bandas paramilitares fascistas cometían toda clase de asesinatos y desmanes con la intención de sembrar el terror y la inquietud y minar la autoridad del gobierno republicano; aprovechando las vacilaciones en la depuración del Ejército por parte del gobierno, los militares reaccionarios y monárquicos conspiran agrupados en la Unión Militar Española. Todas estas medidas van orientadas a crear un clima favorable para el desencadenamiento de una sublevación militar de carácter fascista que, por otro lado, encontraba en el terreno, internacional el apoyo de hecho de los países capitalistas, especialmente de la Alemania nazi, temerosos de que la consolidación de los Frentes Populares de Francia y España pusiese en peligro sus planes imperialistas.
La debilidad y vacilaciones del Gobierno, formado por republicanos de izquierda, favoreció los planes de la contrarrevolución, a pesar de los esfuerzos del Partido Comunista para forzarle a tomar las medidas que impidieran una guerra civil: cumplimiento del programa del Frente Popular, represión de la reacción y mejoramiento de las Milicias.
El 18 de julio de 1936 estalla la sublevación fascista, que sorprendió al Gobierno, a pesar de las repetidas denuncias que recibió en este sentido. La sublevación se inició con el levantamiento del Ejército de Marruecos, al mando de Franco -a la sazón Capitán General de Canarias-, dentro de un plan minuciosamente establecido de antemano. La sublevación se extendió a todas las Capitanías Generales.
El gobierno de la República no era consciente de la grave situación que se estaba creando, y trató hasta el último momento de evitar la intervención popular, haciendo creer que todo estaba controlado. Esta actitud actuó objetivamente en beneficio de los sublevados; el gobierno republicano siguió siendo consecuente con la clara actitud de claudicación y compromiso que desde tiempo atrás había venido manteniendo. Esta política de apaciguamiento se convirtió en traición al pueblo al negarse a proporcionarle armas.
Sólo las organizaciones obreras del Frente Popular fueron conscientes de la peligrosa situación que se estaba creando para las conquistas populares y llamaron a la resistencia contra los sublevados. El mismo 18 de julio, socialistas y comunistas llaman a sus afiliados a concentrarse ante sus sedes y reparten las escasas armas de que disponen. Por la noche, Dolores Ibarruri habla desde Radio Madrid: Trabajadores, antifascistas, pueblo laborioso: todos en pie, dispuestos a defender la República, las libertades populares y las conquistas democráticas del pueblo.
El pueblo, con sus propios medios, tuvo que hacer frente al fascismo, y allí donde el legalismo fue superado con la audacia, consiguió derrotarlo. En Madrid jugaron un papel destacado las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas, que consiguieron aislar y cercar a los sublevados en el Cuartel de La Montaña. En Barcelona también fracasaron los facciosos. Aquí los anarquistas jugaron un papel relevante al lado de los comunistas del PSUC y los socialistas. En la cuenca minera de Asturias, el Partido Comunista será el principal impulsor de la resistencia. Respecto a la flota, la enérgica actuación de los marineros evitó que fuese a parar a manos de los fascistas.
La sublevación triunfó sólo allí donde la reacción tenía una raigambre mucho más sólida, es decir, en aquellas zonas de marcado carácter conservador y campesino, como era el caso de la meseta castellana y Navarra. También se impuso en aquellas zonas donde la actividad política de las organizaciones obreras estaba más dispersa, debilitada y dividida, o bien donde la superioridad de las fuerzas fascistas se impuso desde el primer momento; estos fueron los casos de Andalucía occidental y Galicia.
Fracasada la sublevación, el campo fascista se reagrupó, formando unidades militares en base al Tercio, marroquíes y voluntarios fascistas y carlistas. La intervención extranjera se materializó con la llegada de asesores, material y, más tarde, tropas regulares enviadas desde Alemania e Italia. El enfrentamiento se transformó así, de guerra civil en Guerra Nacional Revolucionaria.
Ante la guerra, la República se encontró prácticamente sin ejército, con sólo 1.000 oficiales frente a los 7.000 del bando fascista. El aparato del Estado quedó desmantelado. Hacía falta ponerlo en pie y organizar la resistencia.
Esto podía hacerse, pues la República contaba con lo más valioso: la voluntad del pueblo y su espíritu combativo. Pero faltaba dirección política; en el seno del Frente Popular no había unidad de criterio ante los numerosos problemas que planteaba la guerra: los anarquistas la consideraban como cuestión de pocos días y aprovecharon la ocasión para implantar el comunismo libertario. El PSOE seguía con sus divisiones internas y era incapaz de elaborar una línea de actuación clara. Lo mismo ocurría con los partidos republicanos, fluctuantes entre la capitulación y la resistencia.
Sólo el Partido Comunista mantenía una actitud firme y clara ante la guerra; poco a poco, el PCE se había transformado en la primera fuerza política de la República. Sus militantes en julio de 1936 pasaron a ser 102.000; en enero de 1937, ya pasaban de 200.000 y habían tenido 131.600 muertos en combate. El Partido Comunista definió la guerra como Guerra Nacional Revolucionaria: Revolucionaria, por las transformaciones económicas y políticas que llevaba consigo; Nacional, por ser una guerra de independencia frente a la agresión extranjera. Para ganarla, las Milicias eran ya insuficientes; hacía falta un ejército regular con un mando único. Para ello, el Partido fundó el Quinto Regimiento como embrión del futuro Ejército Popular.
El Quinto Regimiento no fue una simple aglomeración de milicianos con más o menos ardor combativo. Como dijo José Díaz: Hacía falta completarlo con la disciplina más férrea y la organización más perfecta. Dentro de él se desarrolló una intensa labor política, ideológica y cultural necesaria para mantener en alto la moral de combate. El Quinto Regimiento, hasta su disolución a primeros de 1937, fue el ejemplo más vivo de cómo debía de ser la línea de acción para derrotar al fascismo. Su disolución se debió a la necesidad de cohesionar todas las fuerzas para crear un ejército regular y así poder establecer una estrategia común en el terreno de operaciones, creándose al efecto Cuerpos de Ejército (Centro, Levante, Extremadura, Sur y Norte). A este cambio producido en la organización militar de la República, se vino a unir el trabajo político e ideológico llevado a cabo por los comisarios políticos, también impulsados por el PCE; todo esto permitió crear unas condiciones más propicias para hacer frente a los duros combates que se sostuvieron en casi tres años de guerra.
El Partido Comunista también fue el principal impulsor de la heroica defensa de Madrid, símbolo de la resistencia del pueblo español contra el fascismo. Madrid era el centro político dirigente de la República. De ahí que el ejército fascista subordinara todos sus planes operativos a su conquista, concentrando lo más selecto de sus tropas y los mejores medios de combate; pero se encontraron con la resistencia tenaz del pueblo madrileño. Los comunistas desplegaron una intensa labor de agitación y organización, poniendo en pie a sus mejores hombres; el ¡No pasarán! se grabó a fuego en la conciencia de todos los trabajadores del mundo.
En torno a la defensa de Madrid, se entablaron toda una serie de acciones y combates: los primeros se sostuvieron en la Sierra de Guadarrama por columnas de milicianos que, tras enconada lucha, frenaron el avance de los fascistas. En febrero de 1937, las fuerzas sublevadas desencadenaron la operación del Jarama, dirigida al aislamiento de la capital; pero es desbaratada por la enérgica contraofensiva republicana. Otra acción importante fue la Batalla de Guadalajara, donde fue derrotado el Cuerpo Expedicionario Italiano. En esta batalla, así como durante toda la defensa de Madrid, jugaron un papel glorioso las Brigadas Internacionales.
A partir de marzo de 1937, después de los serios descalabros sufridos en Madrid, los fascistas abandonaron el plan inicial de tomar la capital y orientan sus fuerzas hacia la conquista del norte.
Mientras tanto, en la retaguardia republicana proseguían los problemas. El Partido Comunista planteó la necesidad de reorganizar la producción, centralizarla y ponerla al servicio de las necesidades de la guerra. Además, había que llevar hasta el fin el programa del Frente Popular, había que reprimir duramente a los agentes del fascismo, había que denunciar y combatir la labor de zapa de los trotskistas y la actitud aventurera de los anarquistas. La necesidad del Partido único del proletariado y del sindicato único fue planteada repetidas veces al PSOE y la CNT. Sin embargo, las vacilaciones del gobierno republicano prosiguieron. De estas medidas, unas fueron aplicadas tarde y otras no lo fueron en absoluto.
En el orden internacional, los países capitalistas, con Inglaterra a la cabeza, montaron el engendro de la no intervención, que dejaba a la República sin los abastecimientos necesarios para la guerra. Mientras, los fascistas recibían toda clase de ayuda -en material y hombres- de Alemania e Italia. En el caso de Alemania será la Legión Cóndor, causante con sus masivos bombardeos de un verdadero genocidio entre la población civil (Guernica, Bilbao, Madrid...).
Sólo la Unión Soviética estuvo al lado de los pueblos de España desde el primer momento. Su ayuda fue decisiva, aportando apoyo logístico, material y medios técnicos, al igual que en el plano moral y en el campo diplomático, condenando la intervención fascista y poniendo al descubierto lo que se escondía detrás de la no intervención de aquellos países que se tildaban de democráticos. La Unión Soviética proclamó ante el mundo que 1a causa del pueblo español era la causa de toda la humanidad avanzada y progresiva.
También fue admirable la ayuda del proletariado internacional y de la Internacional Comunista. En todo el mundo se levantó un gran movimiento de solidaridad que tuvo como proyección la venida a España de un gran número de combatientes que formaron las Brigadas Internacionales. La intelectualidad de todo el mundo dio su apoyo a la República. Innumerables obras artísticas y literarias están inspiradas en la grandiosa gesta del pueblo trabajador de España.
De todas formas, esta ayuda resultaba insuficiente. Frente a la rápida ayuda de todo tipo y los 167.000 hombres que recibieron los fascistas, la República sólo recibió 50.000, mientras el material o llegaba tarde o no llegaba.
A pesar de la heroica resistencia de las masas populares, de los esfuerzos del Partido Comunista y de la solidaridad internacional, el fascismo, apoyado por la intervención extranjera y el bloqueo imperialista, logró imponerse. Extremadura, el Norte, Cataluña, fueron cayendo en su poder. Las páginas gloriosas de Madrid, el Jarama, Guadalajara, Brunete, Teruel y el Ebro han pasado a la historia, pero no fueron suficientes para lograr la victoria. Por último, el oportunismo se convirtió en traición; los líderes socialistas y anarquistas (Julián Besteiro, Wenceslao Carrillo, Cipriano Mera y otros) dan un golpe de Estado y se forma la llamada Junta de Casado, que consuma la entrega de la República al fascismo.
Las causas de la pérdida de la guerra hay que buscarlas, principalmente, en la enorme desproporción de fuerzas existente entre la República Popular y sus enemigos, lo que, a medida que se iba desarrollando la guerra, agravaba aún más las contradicciones latentes desde el principio en el seno del Frente Popular: la falta de cuadros, la desorganización de la retaguardia, la ausencia de un plan de acción en lo económico y lo militar, la carencia de material y de ayudas internacionales; todos estos problemas podían haber sido resueltos de haberse superado esa falta de unidad.
El Partido Comunista era la única fuerza capaz de superar esta situación, pero su falta de vigilancia y el relajamiento de la lucha ideológica en el seno del Frente Popular y en el propio Partido fueron causas determinantes del desastroso final de la guerra. A éstas se unía la incomprensión sobre el carácter prolongado de la guerra, que lo llevó a descuidar la labor en la retaguardia fascista destinada a organizar allí la resistencia y la guerrilla.
Si la línea general del Partido fue justa en lo esencial y no le faltó valor para llevarla a cabo, constituyéndose en artífice principal de la heroica resistencia, a sus graves errores, cometidos en la aplicación de esa línea, hay que atribuir también la precipitación de la derrota y la forma en que ésta se produjo.
No fue estéril la lucha del pueblo español contra la reacción y el fascismo internacional; de su actitud heroica aprendieron todos los pueblos del mundo. Con su ejemplo demostró, decía José Díaz, que si se quiere cortar el avance del fascismo hay que hacerle frente con todas las armas, con decisión y coraje, sin concederle la más mínima posición. Sus aciertos y errores han servido de modelo a muchos procesos revolucionarios posteriores.
Como decía Lenin, ningún pueblo pasa en vano por la escuela de la guerra civil; esto se vio confirmado de nuevo en la Guerra Nacional Revolucionaria de 1936 a 1939. Tres años de lucha sin tregua, frenando el avance fascista, construyendo una verdadera democracia y un nuevo Estado Popular, han dejado su honda huella en la conciencia de los pueblos de España. Con la pérdida momentánea de la democracia y la libertad, murió una época: la época burguesa parlamentaria. Desde entonces ha quedado abierto el camino de la Unidad Popular y la lucha armada revolucionaria para recuperarlas.
En España no existió revolución burguesa; las etapas democráticas fueron muy breves y superficiales. El capitalismo se desarrolló muy lentamente y el Estado se formó por medio de un acuerdo de una burguesía débil con la aristocracia feudal, imponiendo un régimen oligárquico de feroz explotación y represión de las masas.
El 14 de abril de 1931 ese régimen oligárquico comenzó a quebrar y, para salvar su dominio, la oligarquía trató de ganarse a las masas con la II República, que continuó la misma política de antes.
El triunfo del Frente Popular en las elecciones de 16 de febrero de 1936 cambió esencialmente el carácter de aquella República que, a partir de entonces se va a transformar en una República Democrática y Parlamentaria de nuevo tipo y de un profundo contenido social. Una República Popular sin igual en la Europa de entonces.
Las razones de este cambio residen en que el nuevo Estado va a estar asentado en el pueblo trabajador, en organizaciones democráticas y populares, con un programa revolucionario que atacaba directamente las bases económicas y sociales del dominio de la oligarquía. La sublevación fascista del 18 de julio vino a reforzar este carácter popular, pues fueron las masas, el pueblo en armas, las únicas fuerzas capaces de respaldar el nuevo poder.
Al día siguiente del triunfo del Frente Popular, el 17 de febrero, los presos fueron liberados por inmensas manifestaciones, dirigidas en muchos casos por los diputados electos. La Ley de Amnistía se promulgó el día 21.
El Parlament Catalá, reunido nuevamente tras su disolución en octubre de 1934, reeligió a Companys y a sus Consejeros, salidos todos ellos de prisión, para el Gobierno Autónomo de la Generalitat. Poco después, se aprobaron los Estatutos de Euskal Herria y Galicia. Los obreros agrícolas y los campesinos pobres, nada más conocer el triunfo del Frente Popular, se lanzaron a ocupar tierras en los latifundios y fincas de caciques y terratenientes, ocupaciones que luego fueron legitimadas por el Gobierno. Durante el gobierno del Frente Popular, 192.193 campesinos pasaron a ocupar 755.888 hectáreas de tierras cultivables, gracias a la aplicación intensiva de la Ley de Reforma Agraria. Se ayudó a los colonos con créditos, semillas, aperos, etc. La superficie cultivada creció en un 6 por ciento. Las medidas más revolucionarias se tomaron una vez que se había producido el levantamiento militar fascista, a pesar de las grandes dificultades impuestas por la guerra y de las divergencias existentes en el seno del Frente Popular. Se incautaron todas las empresas abandonadas por sus dueños, así como los ferrocarriles y los bancos; se mejoró el nivel de vida de los trabajadores; se depuró el aparato administrativo; se disolvió la Guardia Civil y se crearon Tribunales Populares de Justicia.
En el terreno cultural se desplegó una amplia actividad que, más tarde, se extendería hasta los frentes de batalla. Se crearon escuelas, Milicias de la Cultura, bibliotecas populares y numerosas publicaciones periódicas. La gran mayoría de los intelectuales se puso al servicio de la causa popular. En 1937 se celebró en Valencia y Madrid el Congreso Internacional de Escritores. El Partido Comunista de España pasó de tener 30.000 afiliados en febrero de 1936, a cerca de 60.000 dos meses después; además, su ingreso en la UGT le permitía ejercer su influencia ideológica y política sobre las bases radicalizadas de los socialistas. Por su parte, las Juventudes Socialistas y Comunistas se fusionaron, dando lugar a las Juventudes Socialistas Unificadas. En Cataluña se funda el PSUC.
La táctica comunista durante los meses anteriores al 18 de julio siguió siendo la misma que José Díaz formulase en 1935: Unidad Popular Antifascista y desarrollo de la revolución democrática. Consciente como era del peligro fascista inmediato, el PCE prestó especial atención a la preparación y desarrollo de la lucha antifascista a todos los niveles.
Así se fue gestando un amplio movimiento popular, democrático, antifascista, nacional y profundamente revolucionario que atacó, defendiendo la República, los fundamentos de la reacción que la República del 14 de abril no había sido capaz de transformar en cinco años de existencia.
La República Popular aún no era la dictadura del proletariado, pero en aquellas circunstancias suponía la mejor plataforma para un rápido tránsito al socialismo. De ahí que la clase obrera y el Partido Comunista se erigieran en los pilares fundamentales del nuevo Estado.
Para la oligarquía terrateniente-financiera era evidente el peligro que representaba el triunfo del Frente Popular y desde el mismo 16 de febrero concentró sus esfuerzos en acabar con la II República; la reacción fomentó la retirada y evasión de capitales, los cierres de fábricas, el abandono de la explotación de la tierra, etc., en un intento de aumentar la miseria del pueblo y el caos en la economía; bandas paramilitares fascistas cometían toda clase de asesinatos y desmanes con la intención de sembrar el terror y la inquietud y minar la autoridad del gobierno republicano; aprovechando las vacilaciones en la depuración del Ejército por parte del gobierno, los militares reaccionarios y monárquicos conspiran agrupados en la Unión Militar Española. Todas estas medidas van orientadas a crear un clima favorable para el desencadenamiento de una sublevación militar de carácter fascista que, por otro lado, encontraba en el terreno, internacional el apoyo de hecho de los países capitalistas, especialmente de la Alemania nazi, temerosos de que la consolidación de los Frentes Populares de Francia y España pusiese en peligro sus planes imperialistas.
La debilidad y vacilaciones del Gobierno, formado por republicanos de izquierda, favoreció los planes de la contrarrevolución, a pesar de los esfuerzos del Partido Comunista para forzarle a tomar las medidas que impidieran una guerra civil: cumplimiento del programa del Frente Popular, represión de la reacción y mejoramiento de las Milicias.
El 18 de julio de 1936 estalla la sublevación fascista, que sorprendió al Gobierno, a pesar de las repetidas denuncias que recibió en este sentido. La sublevación se inició con el levantamiento del Ejército de Marruecos, al mando de Franco -a la sazón Capitán General de Canarias-, dentro de un plan minuciosamente establecido de antemano. La sublevación se extendió a todas las Capitanías Generales.
El gobierno de la República no era consciente de la grave situación que se estaba creando, y trató hasta el último momento de evitar la intervención popular, haciendo creer que todo estaba controlado. Esta actitud actuó objetivamente en beneficio de los sublevados; el gobierno republicano siguió siendo consecuente con la clara actitud de claudicación y compromiso que desde tiempo atrás había venido manteniendo. Esta política de apaciguamiento se convirtió en traición al pueblo al negarse a proporcionarle armas.
Sólo las organizaciones obreras del Frente Popular fueron conscientes de la peligrosa situación que se estaba creando para las conquistas populares y llamaron a la resistencia contra los sublevados. El mismo 18 de julio, socialistas y comunistas llaman a sus afiliados a concentrarse ante sus sedes y reparten las escasas armas de que disponen. Por la noche, Dolores Ibarruri habla desde Radio Madrid: Trabajadores, antifascistas, pueblo laborioso: todos en pie, dispuestos a defender la República, las libertades populares y las conquistas democráticas del pueblo.
El pueblo, con sus propios medios, tuvo que hacer frente al fascismo, y allí donde el legalismo fue superado con la audacia, consiguió derrotarlo. En Madrid jugaron un papel destacado las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas, que consiguieron aislar y cercar a los sublevados en el Cuartel de La Montaña. En Barcelona también fracasaron los facciosos. Aquí los anarquistas jugaron un papel relevante al lado de los comunistas del PSUC y los socialistas. En la cuenca minera de Asturias, el Partido Comunista será el principal impulsor de la resistencia. Respecto a la flota, la enérgica actuación de los marineros evitó que fuese a parar a manos de los fascistas.
La sublevación triunfó sólo allí donde la reacción tenía una raigambre mucho más sólida, es decir, en aquellas zonas de marcado carácter conservador y campesino, como era el caso de la meseta castellana y Navarra. También se impuso en aquellas zonas donde la actividad política de las organizaciones obreras estaba más dispersa, debilitada y dividida, o bien donde la superioridad de las fuerzas fascistas se impuso desde el primer momento; estos fueron los casos de Andalucía occidental y Galicia.
Fracasada la sublevación, el campo fascista se reagrupó, formando unidades militares en base al Tercio, marroquíes y voluntarios fascistas y carlistas. La intervención extranjera se materializó con la llegada de asesores, material y, más tarde, tropas regulares enviadas desde Alemania e Italia. El enfrentamiento se transformó así, de guerra civil en Guerra Nacional Revolucionaria.
Ante la guerra, la República se encontró prácticamente sin ejército, con sólo 1.000 oficiales frente a los 7.000 del bando fascista. El aparato del Estado quedó desmantelado. Hacía falta ponerlo en pie y organizar la resistencia.
Esto podía hacerse, pues la República contaba con lo más valioso: la voluntad del pueblo y su espíritu combativo. Pero faltaba dirección política; en el seno del Frente Popular no había unidad de criterio ante los numerosos problemas que planteaba la guerra: los anarquistas la consideraban como cuestión de pocos días y aprovecharon la ocasión para implantar el comunismo libertario. El PSOE seguía con sus divisiones internas y era incapaz de elaborar una línea de actuación clara. Lo mismo ocurría con los partidos republicanos, fluctuantes entre la capitulación y la resistencia.
Sólo el Partido Comunista mantenía una actitud firme y clara ante la guerra; poco a poco, el PCE se había transformado en la primera fuerza política de la República. Sus militantes en julio de 1936 pasaron a ser 102.000; en enero de 1937, ya pasaban de 200.000 y habían tenido 131.600 muertos en combate. El Partido Comunista definió la guerra como Guerra Nacional Revolucionaria: Revolucionaria, por las transformaciones económicas y políticas que llevaba consigo; Nacional, por ser una guerra de independencia frente a la agresión extranjera. Para ganarla, las Milicias eran ya insuficientes; hacía falta un ejército regular con un mando único. Para ello, el Partido fundó el Quinto Regimiento como embrión del futuro Ejército Popular.
El Quinto Regimiento no fue una simple aglomeración de milicianos con más o menos ardor combativo. Como dijo José Díaz: Hacía falta completarlo con la disciplina más férrea y la organización más perfecta. Dentro de él se desarrolló una intensa labor política, ideológica y cultural necesaria para mantener en alto la moral de combate. El Quinto Regimiento, hasta su disolución a primeros de 1937, fue el ejemplo más vivo de cómo debía de ser la línea de acción para derrotar al fascismo. Su disolución se debió a la necesidad de cohesionar todas las fuerzas para crear un ejército regular y así poder establecer una estrategia común en el terreno de operaciones, creándose al efecto Cuerpos de Ejército (Centro, Levante, Extremadura, Sur y Norte). A este cambio producido en la organización militar de la República, se vino a unir el trabajo político e ideológico llevado a cabo por los comisarios políticos, también impulsados por el PCE; todo esto permitió crear unas condiciones más propicias para hacer frente a los duros combates que se sostuvieron en casi tres años de guerra.
El Partido Comunista también fue el principal impulsor de la heroica defensa de Madrid, símbolo de la resistencia del pueblo español contra el fascismo. Madrid era el centro político dirigente de la República. De ahí que el ejército fascista subordinara todos sus planes operativos a su conquista, concentrando lo más selecto de sus tropas y los mejores medios de combate; pero se encontraron con la resistencia tenaz del pueblo madrileño. Los comunistas desplegaron una intensa labor de agitación y organización, poniendo en pie a sus mejores hombres; el ¡No pasarán! se grabó a fuego en la conciencia de todos los trabajadores del mundo.
En torno a la defensa de Madrid, se entablaron toda una serie de acciones y combates: los primeros se sostuvieron en la Sierra de Guadarrama por columnas de milicianos que, tras enconada lucha, frenaron el avance de los fascistas. En febrero de 1937, las fuerzas sublevadas desencadenaron la operación del Jarama, dirigida al aislamiento de la capital; pero es desbaratada por la enérgica contraofensiva republicana. Otra acción importante fue la Batalla de Guadalajara, donde fue derrotado el Cuerpo Expedicionario Italiano. En esta batalla, así como durante toda la defensa de Madrid, jugaron un papel glorioso las Brigadas Internacionales.
A partir de marzo de 1937, después de los serios descalabros sufridos en Madrid, los fascistas abandonaron el plan inicial de tomar la capital y orientan sus fuerzas hacia la conquista del norte.
Mientras tanto, en la retaguardia republicana proseguían los problemas. El Partido Comunista planteó la necesidad de reorganizar la producción, centralizarla y ponerla al servicio de las necesidades de la guerra. Además, había que llevar hasta el fin el programa del Frente Popular, había que reprimir duramente a los agentes del fascismo, había que denunciar y combatir la labor de zapa de los trotskistas y la actitud aventurera de los anarquistas. La necesidad del Partido único del proletariado y del sindicato único fue planteada repetidas veces al PSOE y la CNT. Sin embargo, las vacilaciones del gobierno republicano prosiguieron. De estas medidas, unas fueron aplicadas tarde y otras no lo fueron en absoluto.
En el orden internacional, los países capitalistas, con Inglaterra a la cabeza, montaron el engendro de la no intervención, que dejaba a la República sin los abastecimientos necesarios para la guerra. Mientras, los fascistas recibían toda clase de ayuda -en material y hombres- de Alemania e Italia. En el caso de Alemania será la Legión Cóndor, causante con sus masivos bombardeos de un verdadero genocidio entre la población civil (Guernica, Bilbao, Madrid...).
Sólo la Unión Soviética estuvo al lado de los pueblos de España desde el primer momento. Su ayuda fue decisiva, aportando apoyo logístico, material y medios técnicos, al igual que en el plano moral y en el campo diplomático, condenando la intervención fascista y poniendo al descubierto lo que se escondía detrás de la no intervención de aquellos países que se tildaban de democráticos. La Unión Soviética proclamó ante el mundo que 1a causa del pueblo español era la causa de toda la humanidad avanzada y progresiva.
También fue admirable la ayuda del proletariado internacional y de la Internacional Comunista. En todo el mundo se levantó un gran movimiento de solidaridad que tuvo como proyección la venida a España de un gran número de combatientes que formaron las Brigadas Internacionales. La intelectualidad de todo el mundo dio su apoyo a la República. Innumerables obras artísticas y literarias están inspiradas en la grandiosa gesta del pueblo trabajador de España.
De todas formas, esta ayuda resultaba insuficiente. Frente a la rápida ayuda de todo tipo y los 167.000 hombres que recibieron los fascistas, la República sólo recibió 50.000, mientras el material o llegaba tarde o no llegaba.
A pesar de la heroica resistencia de las masas populares, de los esfuerzos del Partido Comunista y de la solidaridad internacional, el fascismo, apoyado por la intervención extranjera y el bloqueo imperialista, logró imponerse. Extremadura, el Norte, Cataluña, fueron cayendo en su poder. Las páginas gloriosas de Madrid, el Jarama, Guadalajara, Brunete, Teruel y el Ebro han pasado a la historia, pero no fueron suficientes para lograr la victoria. Por último, el oportunismo se convirtió en traición; los líderes socialistas y anarquistas (Julián Besteiro, Wenceslao Carrillo, Cipriano Mera y otros) dan un golpe de Estado y se forma la llamada Junta de Casado, que consuma la entrega de la República al fascismo.
Las causas de la pérdida de la guerra hay que buscarlas, principalmente, en la enorme desproporción de fuerzas existente entre la República Popular y sus enemigos, lo que, a medida que se iba desarrollando la guerra, agravaba aún más las contradicciones latentes desde el principio en el seno del Frente Popular: la falta de cuadros, la desorganización de la retaguardia, la ausencia de un plan de acción en lo económico y lo militar, la carencia de material y de ayudas internacionales; todos estos problemas podían haber sido resueltos de haberse superado esa falta de unidad.
El Partido Comunista era la única fuerza capaz de superar esta situación, pero su falta de vigilancia y el relajamiento de la lucha ideológica en el seno del Frente Popular y en el propio Partido fueron causas determinantes del desastroso final de la guerra. A éstas se unía la incomprensión sobre el carácter prolongado de la guerra, que lo llevó a descuidar la labor en la retaguardia fascista destinada a organizar allí la resistencia y la guerrilla.
Si la línea general del Partido fue justa en lo esencial y no le faltó valor para llevarla a cabo, constituyéndose en artífice principal de la heroica resistencia, a sus graves errores, cometidos en la aplicación de esa línea, hay que atribuir también la precipitación de la derrota y la forma en que ésta se produjo.
No fue estéril la lucha del pueblo español contra la reacción y el fascismo internacional; de su actitud heroica aprendieron todos los pueblos del mundo. Con su ejemplo demostró, decía José Díaz, que si se quiere cortar el avance del fascismo hay que hacerle frente con todas las armas, con decisión y coraje, sin concederle la más mínima posición. Sus aciertos y errores han servido de modelo a muchos procesos revolucionarios posteriores.
Como decía Lenin, ningún pueblo pasa en vano por la escuela de la guerra civil; esto se vio confirmado de nuevo en la Guerra Nacional Revolucionaria de 1936 a 1939. Tres años de lucha sin tregua, frenando el avance fascista, construyendo una verdadera democracia y un nuevo Estado Popular, han dejado su honda huella en la conciencia de los pueblos de España. Con la pérdida momentánea de la democracia y la libertad, murió una época: la época burguesa parlamentaria. Desde entonces ha quedado abierto el camino de la Unidad Popular y la lucha armada revolucionaria para recuperarlas.