Durante el siglo XIX se mataron 40 millones de bisontes en América del Norte. Fue la llegada de los colonos europeos a la costa este del continente la que propició que muchas naciones indígenas se vieran desplazadas hacia el oeste, dejando a los bisontes a merced de los rifles de los nuevos americanos, que nutrían con su caza un lucrativo comercio de piel, mientras dejaban tras de ellos la carne del animal descomponiéndose al sol.
Después de que los animales terminaran de pudrirse, sus huesos eran recogidos, amontonados y enviados en grandes cantidades de vuelta al este en tren, para su transformación en la industria del carbón y los fertilizantes.
Esta masacre de bisontes se vio alentada por el gobierno federal de los EE.UU. y por el ejército americano de entonces (uno de sus principales ejecutores) como un medio también de matar de hambre a los pueblos indios que se basaban en los bisontes para su alimentación.
Sin los bisontes, los nativos de las llanuras fueron obligados a abandonar la tierra o morir de inanición. La caza del bisonte se hizo tan frecuente que los viajeros en los trenes en el Medio Oeste podían disparar a cualquier ejemplar durante viajes de larga distancia.
De las decenas de millones de bisontes que habitaban Norteamérica en 1800, sólo quedaron 750 ejemplares en 1890, ejemplares que se refugiaron en el Parque Nacional de Yellowstone.
Posteriormente, gracias en gran parte a los esfuerzos de conservación realizados por Theodore Roosevelt, la actual población de bisontes americanos se ha estabilizado cien años después en aproximadamente 350.000 ejemplares.
La población anterior que existía estaba estimada entre los 60 y 100 millones de bisontes habitando plácidamente esas tierras, justo antes de la llegada de Colón a América.
La gran matanza de bisontes en el salvaje oeste
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Después de que los animales terminaran de pudrirse, sus huesos eran recogidos, amontonados y enviados en grandes cantidades de vuelta al este en tren, para su transformación en la industria del carbón y los fertilizantes.
Esta masacre de bisontes se vio alentada por el gobierno federal de los EE.UU. y por el ejército americano de entonces (uno de sus principales ejecutores) como un medio también de matar de hambre a los pueblos indios que se basaban en los bisontes para su alimentación.
Sin los bisontes, los nativos de las llanuras fueron obligados a abandonar la tierra o morir de inanición. La caza del bisonte se hizo tan frecuente que los viajeros en los trenes en el Medio Oeste podían disparar a cualquier ejemplar durante viajes de larga distancia.
De las decenas de millones de bisontes que habitaban Norteamérica en 1800, sólo quedaron 750 ejemplares en 1890, ejemplares que se refugiaron en el Parque Nacional de Yellowstone.
Posteriormente, gracias en gran parte a los esfuerzos de conservación realizados por Theodore Roosevelt, la actual población de bisontes americanos se ha estabilizado cien años después en aproximadamente 350.000 ejemplares.
La población anterior que existía estaba estimada entre los 60 y 100 millones de bisontes habitando plácidamente esas tierras, justo antes de la llegada de Colón a América.
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