Comunicado del Secretariado del Comite Central del PCEml
Quedan apenas cuatro meses (no más de siete en cualquier caso) para las próximas elecciones generales en las que con toda probabilidad el PSOE cosechará una dura derrota, producto de su política de entrega absoluta al capital y sus mercados. En condiciones normales, los dirigentes del PSOE (y en menor medida Izquierda Unida, en aquellos lugares como Madrid, donde su dirección la controlan elementos derechistas como Ángel Pérez o Gaspar Llamazares) basan su representatividad en las instituciones en la acción de dos criterios igualmente erróneos y peligrosos, pero efectivos: el voto útil y el mal menor.
Según el primero, cualquier voto a su izquierda es baldío, porque no tiene posibilidades de dar un resultado efectivo (de ello se encarga un sistema electoral hecho a medida para imponer el arco parlamentario actual); el segundo criterio, niega las otras alternativas para manifestar el rechazo político (abstención, voto nulo o blanco), porque reforzaría el voto mayoritario, hoy claramente inclinado a la derecha.
Pero hay ocasiones, como la actual, en las que estos criterios por sí mismos no son suficientes para asegurar que su chiringuito se mantenga, y se ven obligados a abrir un debate político, limitado y controlado, por supuesto. Y en esas estamos: desde hace unos meses, la certeza de una debacle política y electoral de la izquierda institucional ha hecho surgir diversas iniciativas para su “reconstrucción”. En junio del año pasado, se celebró un encuentro en Madrid, auspiciado por una parte de la dirección de IU, semanas antes tuvo lugar otro impulsado por Gaspar Llamazares, unos meses después se celebraba un foro de convergencia…
Ilusiones compartidas, ese es el título de un nuevo manifiesto, uno más, suscrito por un nutrido grupo de conocidas personalidades del mundo intelectual, artístico y político, que llaman a la recuperación de la izquierda.
La mayoría de ellas ya habían apostado por Zapatero o Llamazares en las elecciones de marzo de 2008. ¿Es necesario recordar qué han hecho ambos con ese apoyo? La dirección de Izquierda Unida, continuar su permanente pelea interna entre capillas, familias y caudillos, más interesados en atacarse entre sí y arremeter con saña contra cualquier oposición consecuente por la izquierda, que en enfrentar la ultrarreaccionaria política de los distintos gobiernos, nacional y autonómicos: en esto cada vez importa menos, salvo matices, que sean del PSOE, del PP o de cualquier otra fuerza de la derecha local o nacionalista (1).
Zapatero, en su segundo mandato, ha ido aún más allá. Como corresponde a sus “altas responsabilidades”, ha encabezado durísimos planes de ajuste contra las clases trabajadoras y puesto de rodillas a Gobierno, Parlamento, instituciones y normas de la democracia formal monárquica, ante los “mercados”.
Es imposible no compartir el diagnóstico del manifiesto; tienen toda la razón sus firmantes cuando afirman que: «La izquierda tiene un problema más grave que el avance de las opciones reaccionarias en las últimas elecciones municipales: se trata de su falta de horizonte». En efecto, el verdadero problema de la izquierda española estriba en que quienes dicen representar sus principios en las instituciones, carecen completamente de “horizonte”; han estado y siguen estando directamente comprometidos en el mantenimiento de una ilusión democrática que hace aguas por todas las costuras institucionales.
Por ese motivo, todas las iniciativas anteriores han terminado (como mucho nos tememos que ocurrirá con esta) donde empezaron, limitándose a constatar el lamentable estado de la izquierda política de este país y a manifestar las mejores intenciones de superarlo, sin responder a la cuestión más importante de todas: unidad de la izquierda, sí; pero ¿qué unidad (o sobre qué bases), y de qué izquierda?
¿Qué unidad?
Si a estas alturas existe una cosa clara, es que la reconstrucción no puede, no debe hacerse sobre las mismas bases viciadas que han terminado por enajenar la credibilidad de la izquierda a los ojos de las clases populares; sobre la base de las mismas políticas que han permitido a la derecha más reaccionaria ganar un espacio que nunca debería haber tenido; ni pueden encabezarla quienes han probado hasta la saciedad que su compromiso con los intereses populares termina en la jornada electoral, una vez conseguido un nuevo plazo para ejercer de tartufos frente al poder real.
Desde hace mucho, demasiado tiempo, el «protagonismo cívico» del que habla el manifiesto (lo que podríamos llamar izquierda real), patente en algunos procesos: campaña contra la permanencia de España en la OTAN, rechazo a la guerra de Irak, movilizaciones contra las reformas y decretazos laborales de los sucesivos gobiernos, etc., se ha llevado a efecto al margen y frente a unas direcciones políticas que han aprovechado las esperanzas puestas en marcha en esas movilizaciones, para legitimar su consenso con la denominada “derecha democrática”, que en cuanto se ha sentido fuerte no ha dudado en dejar claro los límites de su concepto de democracia.
Y ello es así, precisamente porque esta izquierda miserable carece de “horizontes” desde el principio, desde que renunció a la ruptura real con el franquismo y entronizó el “real continuismo”. Y, en ausencia de principios (“cosmovisiones”, en el alambicado lenguaje de los reformistas), se han acomodado siempre a la política del corto plazo y de la resistencia limitada. Todo ha quedado reducido al final a una cuestión de imagen (2).
Zapatero, en su último debate sobre el estado de la nación, lo decía claramente: una cosa es la política del Gobierno y otra el programa del PSOE. Se separa así radicalmente la política real y efectiva que han practicado en las instituciones, pegada al consenso, “pragmática” y miope, cuando no claramente neoliberal, de los “ideales románticos” que se pregonan en los congresos y actos de “reafirmación”, o de las promesas vacías de las campañas electorales.
En el panorama político actual, el único programa coherente con sus intereses de clase lo tiene la oligarquía. La izquierda institucional ha asumido plenamente los valores fundamentales de ésta, particularmente su compromiso de consenso por encima de las clases sociales; y ha aceptado el terreno y las reglas de juego establecidos por el régimen, renunciando completamente a los principios que dan sentido y coherencia a la izquierda, para hacerse aceptar por éste. Por eso, si se quiere recuperar el “horizonte”, la unidad de la izquierda española únicamente puede basarse en unos mínimos principios, entre los que debe figurar la superación del régimen monárquico y la conquista de una República Popular y Federal.
En el marco actual, sin romper con el régimen monárquico, no cabe una regeneración democrática efectiva, no es posible garantizar una vida política sana, ni se puede pensar en poner en marcha un programa contra la crisis de contenido progresista y orientación social. Todo el entramado institucional, administrativo y político de la monarquía borbónica lo pactaron para sujetar a la izquierda. Y ésta no se va a encontrar a sí misma, sin romper previamente las ataduras.
¿De qué izquierda?
El manifiesto recurre impúdicamente al movimiento 15M con el que afirma compartir valores. Pero ese movimiento es, por encima de todo, la expresión de hastío de una juventud que ha sufrido y sufre en sus expectativas vitales las consecuencias del juego de engaños con el que se hace política en la España monárquica. Una juventud que nace a la lucha sin referencias, o, peor aún, con la sola referencia de la politiquería nauseabunda que domina abrumadoramente las instituciones. En ese movimiento participa activamente también, una militancia asqueada de sus dirigentes, incapaz de controlar el futuro de sus propias organizaciones, transformadas en aparatos electorales cerrados al debate democrático, que siempre terminan bloqueando los intentos de verdadera reconstrucción de la izquierda, y reforzando su control, cada vez más alejados de la realidad.
Esa izquierda envilecida, enredada en la tupida red institucional tendida por el régimen continuista para evitar la ruptura con la estructura de dominación impuesta por el franquismo, debe desaparecer porque es una rémora insoportable, el verdadero obstáculo que impide el desarrollo de una unidad superior y más amplia contra el enemigo común de los trabajadores y los pueblos de España: la oligarquía empresarial y financiera que es la verdadera dueña de la situación, quien dicta las leyes y marca los límites del consenso.
Es algo más que una casualidad que muchos dirigentes directamente responsables de la situación que denuncia el manifiesto, corran a suscribirlo; su oportunismo les lleva a querer ser parte de iniciativas que formalmente contradicen su práctica política. Se ha llegado a situaciones que se pueden calificar de sangrantes: el manifiesto de las mesas de convergencia, por ejemplo, lo firmó nada menos que Santiago Carrillo, cabeza de la primera gran traición que impidió la ruptura con el franquismo. Este nuevo llamamiento lo firma, entre otros, Antonio Gutiérrez, especialista en marrullerías; un oportunista sin principios, líder de la corriente que se hizo con el control del aparato sindical utilizando todo tipo de artimañas y recursos antidemocráticos, reprimiendo y cercenando el debate democrático, para colocar a CCOO en el campo de la colaboración de clases. ¿Qué pueden aportar a la reconstrucción de la izquierda elementos como éstos, que no sea un mayor descrédito?
No, no es sembrando ilusiones como se va a hacer frente a la urgente tarea de reconstruir una referencia de izquierda capaz de ilusionar a las clases populares, en el sentido de dar esperanzas, no en el de aventar sueños imposibles y en los que ya nadie cree. Esa izquierda que surgirá, va a nacer de la vuelta a las raíces de lucha que nunca debieron abandonarse, sobre principios de clase, apoyada en el esfuerzo y el compromiso de muchos. Ya hay fuerzas trabajando por alumbrar esa unidad. El trabajo será duro, pero lo viejo y caduco, nunca podrá ser la semilla de lo que deba surgir.
Secretariado del CC del PCE (m-l)
Julio de 2011
(1) Un ejemplo ilustrativo del papel negativo de los jefes de fila, que son finalmente quienes deciden la política real de la izquierda institucional sin sujetarse a un criterio general, colectivo y unitario, lo representa Pedro Sanfrutos, líder de IU en Coslada. En las elecciones del 2007, dio de forma inesperada el salto de la izquierda sindical (era miembro de la Ejecutiva Confederal de CCOO por el sector crítico) al campo de la derecha de IU, apadrinado por ¡Ángel Pérez y José María Fidalgo!, en su presentación en sociedad. A partir de entonces, su acción política se guió por el “pragmatismo” más obtuso: no tuvo empacho en participar en el equipo de gobierno del Ayuntamiento, junto al PSOE y el PIC (una escisión derechista de IU que anteriormente había sostenido el Gobierno del PP en el consistorio cosladeño).
Huelga decir que la complacencia y el talante conciliador entre las fuerzas institucionales, tan querido en la España monárquica, han sido las señas de identidad de su actuación estos cuatro años, al tiempo que centraba en ARCO (una fuerza verdaderamente popular, republicana y de izquierda, que peleó en solitario contra la corrupción y los corruptos y apoyó la mayor parte de las iniciativas populares del municipio) el centro de su inquina política, el blanco preferido de sus ataques.
La entrada en el Ayuntamiento de un concejal de ARCO, no ha hecho sino aumentar hasta extremos verdaderamente irracionales su querella personal con esta formación popular. Como parece ser norma en la mayoría de dirigentes de la izquierda institucional, este eximio representante de una forma de hacer política que sobra en nuestro país, gasta mucha más energía en combatir a ARCO, que debería ser su aliada por la izquierda, que al PP, a cuyo candidato, procesado por corrupción, por cierto, ayudó a lograr la alcaldía con su abstención en la sesión de investidura, sin que nos conste que haya habido ninguna reacción de la dirección de IU.
(2) Obligado por las circunstancias, Zapatero ha brindado numerosos ejemplos de este culto al formalismo: en octubre del año pasado, por ejemplo, reconocía impúdicamente que el objeto de la remodelación del Gobierno no era cambiar la política, sino potenciar a nuevos ministros que supieran explicarla (venderla) mejor. Esa misma política de la imagen está detrás de la designación de Rubalcaba como candidato y de su reciente salida del Gobierno: se trataría de intentar dejarle al margen de la política de ajustes reaccionarios de la que, como vicepresidente, es directamente responsable.
Quedan apenas cuatro meses (no más de siete en cualquier caso) para las próximas elecciones generales en las que con toda probabilidad el PSOE cosechará una dura derrota, producto de su política de entrega absoluta al capital y sus mercados. En condiciones normales, los dirigentes del PSOE (y en menor medida Izquierda Unida, en aquellos lugares como Madrid, donde su dirección la controlan elementos derechistas como Ángel Pérez o Gaspar Llamazares) basan su representatividad en las instituciones en la acción de dos criterios igualmente erróneos y peligrosos, pero efectivos: el voto útil y el mal menor.
Según el primero, cualquier voto a su izquierda es baldío, porque no tiene posibilidades de dar un resultado efectivo (de ello se encarga un sistema electoral hecho a medida para imponer el arco parlamentario actual); el segundo criterio, niega las otras alternativas para manifestar el rechazo político (abstención, voto nulo o blanco), porque reforzaría el voto mayoritario, hoy claramente inclinado a la derecha.
Pero hay ocasiones, como la actual, en las que estos criterios por sí mismos no son suficientes para asegurar que su chiringuito se mantenga, y se ven obligados a abrir un debate político, limitado y controlado, por supuesto. Y en esas estamos: desde hace unos meses, la certeza de una debacle política y electoral de la izquierda institucional ha hecho surgir diversas iniciativas para su “reconstrucción”. En junio del año pasado, se celebró un encuentro en Madrid, auspiciado por una parte de la dirección de IU, semanas antes tuvo lugar otro impulsado por Gaspar Llamazares, unos meses después se celebraba un foro de convergencia…
Ilusiones compartidas, ese es el título de un nuevo manifiesto, uno más, suscrito por un nutrido grupo de conocidas personalidades del mundo intelectual, artístico y político, que llaman a la recuperación de la izquierda.
La mayoría de ellas ya habían apostado por Zapatero o Llamazares en las elecciones de marzo de 2008. ¿Es necesario recordar qué han hecho ambos con ese apoyo? La dirección de Izquierda Unida, continuar su permanente pelea interna entre capillas, familias y caudillos, más interesados en atacarse entre sí y arremeter con saña contra cualquier oposición consecuente por la izquierda, que en enfrentar la ultrarreaccionaria política de los distintos gobiernos, nacional y autonómicos: en esto cada vez importa menos, salvo matices, que sean del PSOE, del PP o de cualquier otra fuerza de la derecha local o nacionalista (1).
Zapatero, en su segundo mandato, ha ido aún más allá. Como corresponde a sus “altas responsabilidades”, ha encabezado durísimos planes de ajuste contra las clases trabajadoras y puesto de rodillas a Gobierno, Parlamento, instituciones y normas de la democracia formal monárquica, ante los “mercados”.
Es imposible no compartir el diagnóstico del manifiesto; tienen toda la razón sus firmantes cuando afirman que: «La izquierda tiene un problema más grave que el avance de las opciones reaccionarias en las últimas elecciones municipales: se trata de su falta de horizonte». En efecto, el verdadero problema de la izquierda española estriba en que quienes dicen representar sus principios en las instituciones, carecen completamente de “horizonte”; han estado y siguen estando directamente comprometidos en el mantenimiento de una ilusión democrática que hace aguas por todas las costuras institucionales.
Por ese motivo, todas las iniciativas anteriores han terminado (como mucho nos tememos que ocurrirá con esta) donde empezaron, limitándose a constatar el lamentable estado de la izquierda política de este país y a manifestar las mejores intenciones de superarlo, sin responder a la cuestión más importante de todas: unidad de la izquierda, sí; pero ¿qué unidad (o sobre qué bases), y de qué izquierda?
¿Qué unidad?
Si a estas alturas existe una cosa clara, es que la reconstrucción no puede, no debe hacerse sobre las mismas bases viciadas que han terminado por enajenar la credibilidad de la izquierda a los ojos de las clases populares; sobre la base de las mismas políticas que han permitido a la derecha más reaccionaria ganar un espacio que nunca debería haber tenido; ni pueden encabezarla quienes han probado hasta la saciedad que su compromiso con los intereses populares termina en la jornada electoral, una vez conseguido un nuevo plazo para ejercer de tartufos frente al poder real.
Desde hace mucho, demasiado tiempo, el «protagonismo cívico» del que habla el manifiesto (lo que podríamos llamar izquierda real), patente en algunos procesos: campaña contra la permanencia de España en la OTAN, rechazo a la guerra de Irak, movilizaciones contra las reformas y decretazos laborales de los sucesivos gobiernos, etc., se ha llevado a efecto al margen y frente a unas direcciones políticas que han aprovechado las esperanzas puestas en marcha en esas movilizaciones, para legitimar su consenso con la denominada “derecha democrática”, que en cuanto se ha sentido fuerte no ha dudado en dejar claro los límites de su concepto de democracia.
Y ello es así, precisamente porque esta izquierda miserable carece de “horizontes” desde el principio, desde que renunció a la ruptura real con el franquismo y entronizó el “real continuismo”. Y, en ausencia de principios (“cosmovisiones”, en el alambicado lenguaje de los reformistas), se han acomodado siempre a la política del corto plazo y de la resistencia limitada. Todo ha quedado reducido al final a una cuestión de imagen (2).
Zapatero, en su último debate sobre el estado de la nación, lo decía claramente: una cosa es la política del Gobierno y otra el programa del PSOE. Se separa así radicalmente la política real y efectiva que han practicado en las instituciones, pegada al consenso, “pragmática” y miope, cuando no claramente neoliberal, de los “ideales románticos” que se pregonan en los congresos y actos de “reafirmación”, o de las promesas vacías de las campañas electorales.
En el panorama político actual, el único programa coherente con sus intereses de clase lo tiene la oligarquía. La izquierda institucional ha asumido plenamente los valores fundamentales de ésta, particularmente su compromiso de consenso por encima de las clases sociales; y ha aceptado el terreno y las reglas de juego establecidos por el régimen, renunciando completamente a los principios que dan sentido y coherencia a la izquierda, para hacerse aceptar por éste. Por eso, si se quiere recuperar el “horizonte”, la unidad de la izquierda española únicamente puede basarse en unos mínimos principios, entre los que debe figurar la superación del régimen monárquico y la conquista de una República Popular y Federal.
En el marco actual, sin romper con el régimen monárquico, no cabe una regeneración democrática efectiva, no es posible garantizar una vida política sana, ni se puede pensar en poner en marcha un programa contra la crisis de contenido progresista y orientación social. Todo el entramado institucional, administrativo y político de la monarquía borbónica lo pactaron para sujetar a la izquierda. Y ésta no se va a encontrar a sí misma, sin romper previamente las ataduras.
¿De qué izquierda?
El manifiesto recurre impúdicamente al movimiento 15M con el que afirma compartir valores. Pero ese movimiento es, por encima de todo, la expresión de hastío de una juventud que ha sufrido y sufre en sus expectativas vitales las consecuencias del juego de engaños con el que se hace política en la España monárquica. Una juventud que nace a la lucha sin referencias, o, peor aún, con la sola referencia de la politiquería nauseabunda que domina abrumadoramente las instituciones. En ese movimiento participa activamente también, una militancia asqueada de sus dirigentes, incapaz de controlar el futuro de sus propias organizaciones, transformadas en aparatos electorales cerrados al debate democrático, que siempre terminan bloqueando los intentos de verdadera reconstrucción de la izquierda, y reforzando su control, cada vez más alejados de la realidad.
Esa izquierda envilecida, enredada en la tupida red institucional tendida por el régimen continuista para evitar la ruptura con la estructura de dominación impuesta por el franquismo, debe desaparecer porque es una rémora insoportable, el verdadero obstáculo que impide el desarrollo de una unidad superior y más amplia contra el enemigo común de los trabajadores y los pueblos de España: la oligarquía empresarial y financiera que es la verdadera dueña de la situación, quien dicta las leyes y marca los límites del consenso.
Es algo más que una casualidad que muchos dirigentes directamente responsables de la situación que denuncia el manifiesto, corran a suscribirlo; su oportunismo les lleva a querer ser parte de iniciativas que formalmente contradicen su práctica política. Se ha llegado a situaciones que se pueden calificar de sangrantes: el manifiesto de las mesas de convergencia, por ejemplo, lo firmó nada menos que Santiago Carrillo, cabeza de la primera gran traición que impidió la ruptura con el franquismo. Este nuevo llamamiento lo firma, entre otros, Antonio Gutiérrez, especialista en marrullerías; un oportunista sin principios, líder de la corriente que se hizo con el control del aparato sindical utilizando todo tipo de artimañas y recursos antidemocráticos, reprimiendo y cercenando el debate democrático, para colocar a CCOO en el campo de la colaboración de clases. ¿Qué pueden aportar a la reconstrucción de la izquierda elementos como éstos, que no sea un mayor descrédito?
No, no es sembrando ilusiones como se va a hacer frente a la urgente tarea de reconstruir una referencia de izquierda capaz de ilusionar a las clases populares, en el sentido de dar esperanzas, no en el de aventar sueños imposibles y en los que ya nadie cree. Esa izquierda que surgirá, va a nacer de la vuelta a las raíces de lucha que nunca debieron abandonarse, sobre principios de clase, apoyada en el esfuerzo y el compromiso de muchos. Ya hay fuerzas trabajando por alumbrar esa unidad. El trabajo será duro, pero lo viejo y caduco, nunca podrá ser la semilla de lo que deba surgir.
Secretariado del CC del PCE (m-l)
Julio de 2011
(1) Un ejemplo ilustrativo del papel negativo de los jefes de fila, que son finalmente quienes deciden la política real de la izquierda institucional sin sujetarse a un criterio general, colectivo y unitario, lo representa Pedro Sanfrutos, líder de IU en Coslada. En las elecciones del 2007, dio de forma inesperada el salto de la izquierda sindical (era miembro de la Ejecutiva Confederal de CCOO por el sector crítico) al campo de la derecha de IU, apadrinado por ¡Ángel Pérez y José María Fidalgo!, en su presentación en sociedad. A partir de entonces, su acción política se guió por el “pragmatismo” más obtuso: no tuvo empacho en participar en el equipo de gobierno del Ayuntamiento, junto al PSOE y el PIC (una escisión derechista de IU que anteriormente había sostenido el Gobierno del PP en el consistorio cosladeño).
Huelga decir que la complacencia y el talante conciliador entre las fuerzas institucionales, tan querido en la España monárquica, han sido las señas de identidad de su actuación estos cuatro años, al tiempo que centraba en ARCO (una fuerza verdaderamente popular, republicana y de izquierda, que peleó en solitario contra la corrupción y los corruptos y apoyó la mayor parte de las iniciativas populares del municipio) el centro de su inquina política, el blanco preferido de sus ataques.
La entrada en el Ayuntamiento de un concejal de ARCO, no ha hecho sino aumentar hasta extremos verdaderamente irracionales su querella personal con esta formación popular. Como parece ser norma en la mayoría de dirigentes de la izquierda institucional, este eximio representante de una forma de hacer política que sobra en nuestro país, gasta mucha más energía en combatir a ARCO, que debería ser su aliada por la izquierda, que al PP, a cuyo candidato, procesado por corrupción, por cierto, ayudó a lograr la alcaldía con su abstención en la sesión de investidura, sin que nos conste que haya habido ninguna reacción de la dirección de IU.
(2) Obligado por las circunstancias, Zapatero ha brindado numerosos ejemplos de este culto al formalismo: en octubre del año pasado, por ejemplo, reconocía impúdicamente que el objeto de la remodelación del Gobierno no era cambiar la política, sino potenciar a nuevos ministros que supieran explicarla (venderla) mejor. Esa misma política de la imagen está detrás de la designación de Rubalcaba como candidato y de su reciente salida del Gobierno: se trataría de intentar dejarle al margen de la política de ajustes reaccionarios de la que, como vicepresidente, es directamente responsable.