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    Cretinismo económico I

    inmundo
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    Cretinismo económico I Empty Cretinismo económico I

    Mensaje por inmundo Vie Sep 02, 2011 9:32 am

    Cretinismo económico I: contra la idea de que el intercambio de mercancías es solamente un trueque generalizado.

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    Este y otros similares, van a ser posts muy simples. Solamente me voy a limitar a exponer una idea de los economistas vulgares (ortodoxos, utilitaristas, o como quiera llamárselos), y a continuación voy a exponer la refutación de Marx a esas ideas, muy brevemente. Lo curioso es que lo que escribió Marx en "El Capital" (y en la "Contribución..." ) es anterior a la mayoría de los autores austríacos y neoclásicos, lo que significa que estas ideas vulgares son algo que Marx había refutado desde hacía bastante tiempo, por un lado, y por el otro, esto significa que los autores burgueses no leyeron a Marx, o eligieron ignorarlo, ya que nunca han refutado las críticas que veremos a continuación.

    Para los austríacos el valor de las mercancías está determinado por la utilidad marginal que obtiene cada parte en la transacción de unos bienes cualesquiera. Sostienen esto porque parten de la idea de que el intercambio se da como un trueque entre individuos platónicos ajenos a cualquier organización social que pueda determinar la forma del intercambio. Esta miopía se llama individualismo metodológico porque parte del átomo sin tener en cuenta el todo.
    Pues bien, en ese supuesto trueque se supone que los dos poseedores de mercancías le asignan un valor de uso a su "bien", como si fuera una cosa que les sobra y que aún podría serles útil de alguna forma si no los intercambiaran... así, según esta genialidad, el presidente de la FIAT podría encontrar alguna utilidad en no vender un millón de autos, ya que seguramente no los produjo para venderlos, sino que le "sobraron", y si no los vendiera podría utilizarlos de alguna manera provechosa (¡!). Bueno, en la realidad sabemos que tal empresario se fundiría si no vendiera sus autos, ¿porqué? Pues porque el único valor de uso que tienen para él los autos, es su VALOR DE CAMBIO, solamente los produce para venderlos, y los produce para realizar en dinero su valor de cambio, no cualquier valor que se le ocurra según lo útiles que esos autos pudieran resultarles. Lo mismo ocurre por supuesto, con todos los demás productores de mercancías. Y esto es así porque el capitalismo es una economía de productores de mercancias, no es una economía de subsistencia en la que intercambiamos sólo lo que nos "sobra" y sólo si "nos conviene" desprendernos de ese "excedente casual" por otro "excedente casual". Ver el siguiente post en el que trato de explicar la peculiaridad de la división del trabajo específicamente capitalista, y la consecuente necesidad de un equivalente universal como mediador del intercambio: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    Como los economistas vulgares (por su individualismo metodológico) no parten de algo tan sencillo como el hecho de la producción de mercancías, no pueden entender la verdadera naturaleza del intercambio, y tampoco pueden comprender que el dinero es el equivalente universal con el que se tienen que comparar todas las mercancías antes de hacer posible el intercambio entre ellas. En un trueque aislado, individual, es comprensible que no se use dinero, pero en un intercambio entre múltiples mercancías distintas, sin un equivalente universal, cada poseedor de mercancías tendría que postular a la suya como equivalente universal, lo que se contradice con la lógica pretensión igual de cada uno de los otros poseedores de mercancías... por eso se necesita que una sola de estas mercancías se intercambie por todas las demás. En este otro post trato de explicar mejor esta idea: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    Bueno, la introducción se me hizo demasiado larga, pero ahora los dejo con Marx:



    Extracto del Capítulo II de El Capital:


    Lo que distingue al poseedor de una mercancía de ésta es el hecho de que para ella toda otra mercancía material no es más que la forma en que se manifiesta su propio valor. Igualitaria y cínica por naturaleza, la mercancía está siempre dispuesta a cambiar, no ya el alma, sino también el cuerpo por cualquier otra, aunque tenga tan pocos atractivos como Maritornes. Esta indiferencia de la mercancía respecto a lo que hay de concreto en la materialidad corpórea de otra, la suple su poseedor con sus cinco y más sentidos. Para él, su mercancía no tiene un valor de uso inmediato. De otro modo, no acudiría con ella al mercado. Tiene únicamente un valor de uso para otros. Para él, no tiene más valor directo de uso que el de ser encarnación de valor de cambio, y por tanto medio de cambio.3 Por eso está dispuesto siempre a desprenderse de ella a cambio de otras mercancías cuyo valor de uso le satisface. Todas las mercancías son para su poseedor no–valores de uso y valores de uso para los no poseedores. He aquí por qué unos y otros tienen que darse constantemente la mano. Este apretón de manos forma el cambio, el cual versa sobre valores que se cruzan y se realizan como tales valores. Por tanto, las mercancías tienen necesariamente que realizarse como valores antes de poder realizarse como valores de uso.

    Por otra parte, para poder realizarse como valores, no tienen más camino que acreditarse como valores de uso. El trabajo humano invertido en las mercancías sólo cuenta en cuanto se invierte en una forma útil para los demás. Hasta qué punto ocurre así, es decir, hasta qué punto esos productos satisfacen necesidades ajenas, sólo el cambio mismo lo puede demostrar.

    El poseedor de mercancías sólo se aviene a desprenderse de las suyas a cambio de otras cuyo valor de uso satisfaga sus necesidades. En este sentido, el cambio no es, para él, más que un proceso individual. Mas, por otra parte, aspira a realizar su mercancía como valor, es decir, en cualquier otra mercancía de valor idéntico que apetezca, siéndole indiferente que la suya propia tenga o no un valor de uso para el poseedor de ésta. En este aspecto, el cambio es, para él, un proceso social general. Lo que no cabe es que el mismo proceso sea para todos los poseedores de mercancías un proceso simplemente individual y a la par únicamente general,social.


    Si contemplamos la cosa más de cerca, vemos que todo poseedor de mercancías considera las mercancías de los demás como equivalentes especiales de la suya propia viendo, por tanto, en ésta el equivalente general de todas las demás. Pero, como todos los poseedores de mercancías hacen lo mismo, no hay ninguna que sea equivalente general, ni pueden, por tanto, las mercancías poseer una forma relativa general de valor que las equipare como valores y permita compararlas entre sí como magnitudes de valor. Las mercancías no se enfrentan, por consiguiente, como tales mercancías, sino simplemente como productos o valores de uso.
    En su perplejidad, nuestros poseedores de mercancías piensan, como Fausto: en principio, era el hecho. Por eso se lanzan a obrar antes de que les dé tiempo siquiera a pensar. Las leyes de la naturaleza propia de las mercancías se cumplen a través del instinto natural de sus poseedores. Estos sólo pueden establecer una relación entre sus mercancías como valores, y por tanto como mercancías, relacionándolas entre sí con referencia a otra mercancía cualquiera, que desempeñe las funciones de equivalente general. Así lo ha demostrado el análisis de la mercancía. Pero sólo el hecho social puede convertir en equivalente general a una mercancía determinada. La acción social de todas las demás mercancías se encarga, por tanto, de destacar a una mercancía determinada, en la que aquéllas acusan conjuntamente sus valores. Con ello, la forma natural de esta mercancía se convierte en forma equivalencial vigente para toda la sociedad. El proceso social se encarga de asignar a la mercancía destacada la función social específica de equivalente general. Así es como ésta se convierte en dinero. “Estos tienen un consejo, y darán su potencia y autoridad a la bestia. Y que ninguno pudiese comprar o vender, sino el que tuviera la señal o el nombre de la bestia, o el número de su nombre.” (Apocalipsis.)

    La cristalización del dinero es un producto necesario del proceso de cambio, en el que se equiparan entre sí de un modo efectivo diversos productos del trabajo, convirtiéndose con ello, real y verdaderamente, en mercancías. A medida que se desarrolla y ahonda históricamente, el cambio acentúa la antítesis de valor de uso y valor latente en la naturaleza propia de la mercancía. La necesidad de que esta antítesis tome cuerpo al exterior dentro del comercio, empuja al valor de las mercancías a revestir una forma independiente y no ceja ni descansa hasta que, por último, lo consigue mediante el desdoblamiento de la mercancía en mercancía y dinero. Por eso, a la par que los productos del trabajo se convierten en mercancías, se opera la transformación de la mercancía en dinero.4




    Extracto del Capítulo IV de El Capital:

    dijo:La circulación simple de mercancías –el proceso de vender para comprar– sirve de medio para la consecución de un fin último situado fuera de la circulación: la asimilación de valores de uso, la satisfacción de necesidades. En cambio, la circulación del dinero como capital lleva en sí mismo su fin, pues la valorización del valor sólo se da dentro de este proceso constantemente renovado. El movimiento del capital es por tanto, incesante.6
    Como agente consciente de este movimiento, el poseedor de dinero se convierte en capitalista. El punto de partida y de retorno del dinero se halla en su persona, o por mejor decir en su bolsillo, El contenido objetivo de este proceso de circulación –la valorización del valor– es su fin subjetivo, y sólo actúa como capitalista, como capital personificado, dotado de conciencia y de voluntad, en la medida en que sus operaciones no tienen más motivo propulsor que la apropiación progresiva de riqueza abstracta. El valor de uso no puede, pues, considerarse jamás como fin directo del capítalista.7 Tampoco la ganancia aislada, sino el apetito insaciable de ganar.8 Este afán absoluto de enriquecimiento, esta carrera desenfrenada en pos del valor9 hermana al capitalista y al atesorador; pero, mientras que éste no es más que el capitalista trastornado, el capitalista es el atesorador racional. El incremento insaciable de valor que el atesorador persigue, pugnando por salvar a su dinero de la circulación,10 lo consigue, con más inteligencia, el capitalista, lanzándolo una y otra vez, incesantemente, al torrente circulatorio.11
    [/quote]



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