La violencia revolucionaria - texto de Pablo Miranda (PCML de Ecuador)
publicado en septiembre de 2011 en el blog de Euskal Herria Sozialista (extracto del original publicado en la revista Política, órgano del Comité Central del Partido Comunista Marxista Leninista de Ecuador)
publicado en septiembre de 2011 en el blog de Euskal Herria Sozialista (extracto del original publicado en la revista Política, órgano del Comité Central del Partido Comunista Marxista Leninista de Ecuador)
... En el arsenal de esa ofensiva tiene un papel predominante la estigmatización y condena de la violencia revolucionaria de las masas, la supuesta inutilidad de la lucha guerrillera (se tergiversa el desarrollo de la insurgencia en Colombia, se la elimina como camino de la liberación aduciendo que en más de 50 años no ha conquistado el poder). Esos gobiernos y sus seguidores se proclaman como abanderados del cambio en paz, de la “revolución de los votos”, como realizadores del “buen vivir”; incluso, condenan la lucha sindical, la marcha, el reclamo, la huelga tildándolas de expresiones del terrorismo y sabotaje en contra de los gobiernos de la “revolución ciudadana”, del Presidente Indígena, etc. Según ellos, los tiempos han cambiado, el fúsil debe callar y guardarse, debe hablar “la verdad” y la voluntad de los caudillos para empujar la liberación. No faltan quienes pregonan que las fuerzas armadas de estos países son democráticas y progresistas, que pueden contribuir al desenvolvimiento del proceso.
El impacto de estas ideas entre las masas trabajadoras, los pueblos y la juventud, entre la intelectualidad progresista no debe ser subestimado. Varios “izquierdistas y revolucionarios” llenan páginas y páginas desparramando estas ideas al tiempo que a través de los “medios públicos” se las difunde a través de la imagen y la palabra. Hay quienes teorizan que no se puede ser de profesión revolucionario y menos guerrillero. Estas ideas han prendido en un sector de las masas trabajadoras y de la juventud. Aún entre los revolucionarios consecuentes existen inquietudes: “la revolución y el socialismo han sufrido una nueva derrota; no han triunfado en ningún país de América Latina por más de 30 años; los pueblos han encontrado una alternativa para la solución de sus problemas en los gobiernos progresistas; la lucha social y política de los trabajadores y los pueblos está mediatizada hacia las reformas; la lucha armada revolucionaria si bien no ha caducado, no tiene vigencia en estos momentos, está aplazada indefinidamente. Los revolucionarios debemos tener en cuenta el proceso en su conjunto, el movimiento de la sociedad, la marcha de la tendencia patriótica, democrática y de izquierda; la acción del imperialismo y las fuerzas reaccionarias internas; es decir tener en cuenta el todo.
El todo nos incluye a las organizaciones políticas revolucionarias, a nuestros partidos y fuerzas; por tanto debemos proponernos crecer con la tendencia. Si esto no ocurre, el curso de estos procesos se desvía, como viene aconteciendo; las masas y la juventud pueden desencantarse, no solo de estos gobiernos y sus políticas sino también de la revolución y el socialismo, de la necesidad y posibilidad de conquistarlos por su propia lucha.
Al involúcranos activamente en esos procesos es obligatorio, revolucionario, justo y oportuno que nuestras organizaciones no pierdan de vista los objetivos estratégicos, la revolución y el socialismo; que se afirmen en la tesis de que la cuestión principal de la revolución es el poder, que el socialismo solo se puede construir si los trabajadores se convierten en las clases dominantes de la sociedad, si asaltan el poder político.
El socialismo desde abajo se puede demandar, desde arriba se puede edificar.
La Historia es suficientemente explícita y aleccionadora, ninguna clase social renuncia voluntariamente a sus privilegios, a sus intereses; por el contrario los defiende a como dé lugar, por la coerción política y militar, a través de la dominación ideológica. Las revoluciones que han tenido lugar han debido recurrir al uso de la violencia puesto que sólo es posible vencer a la violencia reaccionaria con la fuerza de la violencia revolucionaria de las masas.
En nuestra América Latina la historia rubrica esa experiencia y el curso de los acontecimientos actuales la torna más evidente y cierta.
La dictadura de clase de la burguesía y el imperialismo es una realidad concreta; se apoya en la democracia capitalista, en las constituciones y las leyes, por más declaraciones democráticas y avanzadas que contuvieran, se apuntala con las fuerzas armadas y la policía de los estados latinoamericanos y con el apoyo logístico y militar del ejército norteamericano. Se mantiene con la imposición de las ideas de las clases dominantes y el imperialismo en el conjunto de la sociedad.
Las fuerzas armadas burguesas son el brazo armado de la burguesía, el imperialismo y la reacción, y siempre responderán a sus intereses. Esto significa que no debemos alimentar ilusiones en el supuesto carácter patriótico y democrático de las fuerzas armadas burguesas y menos, pensar que ellas van a ser pilar del poder popular. No está lejano el rol de las fuerzas armadas chilenas cuando el gobierno de Salvador Allende.No debemos olvidar la naturaleza sanguinaria y fascista de los militares argentinos y brasileros y, menos, el carácter mercenario de todos los ejércitos de América Latina.
Este carácter no niega la posibilidad de que en el seno del ejército burgués puedan surgir elementos democráticos, patriotas y revolucionarios, mandos medios e inclusive altos que se pasen de lado del pueblo y luchen en sus trincheras. De hecho hay importantes ejemplos de estas actitudes. Pero, también es cierto que se trata de oficiales o de sectores; el grueso, el conjunto de las fuerzas armadas burguesas no dejarán jamás de cumplir su papel de defensoras del sistema.
Una afirmación categórica del materialismo dialéctico e histórico, del marxismo leninismo señala que la historia es obra de las masas trabajadoras y no de las personalidades o caudillos, que las grandes transformaciones sociales, las revoluciones son resultado de la violencia revolucionaria de los pueblos expresada de diversas maneras.
Los acontecimientos actuales de América Latina confirman estos principios: las elecciones de la democracia representativa no conducen a los trabajadores al poder, en el mejor de los casos erigen gobiernos progresistas funcionales al sistema capitalista.
Cuando esto ocurre, es decir cuando triunfan posiciones democráticas y patrióticas, esos gobiernos son atrapados por la legalidad burguesa y sucumben ante la presión del imperialismo y la reacción. Cuando en algún país, esos gobiernos perviven por más de un período presidencial, se tornan obsecuentes con las clases dominantes, se colocan a su servicio. Al puntualizar estas afirmaciones no proclamamos el abstencionismo electoral, no condenamos la participación de los revolucionarios en esos procesos. Dejamos claro, enfáticamente, que la vía de las elecciones es una forma de lucha, en algunos momentos obligatoria para los revolucionarios, que nos faculta disputar en el terreno electoral la subjetividad y la conciencia de las masas trabajadoras, que nos permite acumular fuerzas revolucionarias; no dejamos de señalar que pueden contribuir a sembrar ilusiones entre las masas y aún entre los revolucionarios.
La violencia revolucionaria de las masas no excluye la necesidad de participar activamente en la lucha sindical, por lo contrario exige una labor persistente de carácter ideológico y político para transformar la lucha reivindicativa en enfrentamientos generales contra la clase de los patronos, en oposición al Estado capitalista. Sólo de esta manera la lucha sindical tiene validez revolucionaria, se potencia como una importante forma de acumular fuerzas revolucionarias. El hecho de que los oportunistas y los revisionistas inciden sobre una parte del movimiento obrero no significa que los revolucionarios debamos dejarles el campo libre, quiere decir más bien, que debemos denunciarlos y combatirlos, teniendo presente que no estigmatizamos a las masas de sindicalistas ni a la lucha huelguística. El desarrollo del movimiento sindical, el curso de la movilización y la huelga es un escenario importante para la educación política de la clase obrera, para el desenvolvimiento del movimiento de masas, para el crecimiento de los partidos comunistas. Debemos tener presente que:
1.- la lucha sindical no conduce al poder popular, pero es obligatoria;
2.- las confrontaciones de clase contra los patronos deben llevarse de manera consecuente, deben tener como protagonistas a las masas, convertirse en escuela de educación política y ampliar los caminos de la unidad;
3.- la necesidad de vincular las metas inmediatas con los objetivos estratégicos, con la necesidad de conquistar el poder y la posibilidad de realizar el “asalto del cielo”.
La labor de los revolucionarios proletarios en la lucha por la democracia, por la vigencia plena de los derechos humanos, de organización, de huelga, por la libertad de expresión es una necesidad y una tarea insoslayable; el combate a la represión de los patronos y los gobiernos nos incumbe directamente. Estos combates contribuyen para la organización de las masas trabajadoras y la juventud, para avanzar en su educación política, para templar a las fuerzas populares, para enriquecer el acervo teórico de los partidos y organizaciones revolucionarias, nos permiten avanzar en el proceso de acumular fuerzas, pero no nos conducen al poder.
Nuestra responsabilidad más alta, como partidos marxista leninistas, es la de unir, organizar, educar y dirigir a las masas a la conquista del poder, a través de la violencia revolucionaria.
No existe otra alternativa. Las otras formas de lucha son importantes y necesarias, debemos emprenderlas como medios para crecer, para acumular fuerzas.
Ninguna situación social y política lleva por sí sola a las masas trabajadoras al poder, en todas las circunstancias los trabajadores y los pueblos se organizan, luchan, obtienen victorias parciales, sufren reveses y derrotas, de carácter temporal y finalmente conquistan la victoria política más alta, el poder, se erigen en clases dominantes y dirigentes de la sociedad.
La revolución social “es una gran hazaña en la que participan millones y lo hacen de manera consciente y voluntaria”. Ese acontecimiento es un proceso que recorre un sinuoso curso de activa participación de las masas en la vida política de la sociedad, que fortalece el movimiento revolucionario en la medida que los trabajadores realizan un aprendizaje político más rápido y profundo con su participación en la lucha social y política.
En esas luchas el movimiento de masas crece y se fortalece, se desarrolla el partido comunista y otras organizaciones revolucionarias, sin embargo no nos permiten derrocar al capital y conquistar el poder. Hacen parte del proceso revolucionario, nos preparan para las batallas finales para derrocar la dominación capitalista imperialista; esos combates conquistaron la victoria de la revolución en el siglo XX y se reproducirán en esta centuria.
La guerra revolucionaria es la continuación de la política revolucionaria de las masas y del partido comunista desarrollada por los medios militares; se desenvuelve de una o varias formas, según la situación concreta de los países, los trabajadores y los tiempos. Así puede revestir el carácter de la insurrección armada local o general, de una guerra de guerrillas intermitente en el campo y en la ciudad, en todo caso, siempre serán manifestaciones de la guerra del pueblo, constituirán la expresión del pueblo en armas, la condición indispensable para enterrar el capital e implantar el socialismo.
Lucha de liberación en China, en Europa del Este, en Albania y en Cuba. De esa manera se alcanzó la independencia y la constitución de los países de América Latina.
Es importante señalar que la guerra revolucionaria no es un acontecimiento que se puede organizar de manera voluntarista, cuando uno lo desee. Son necesarias condiciones de carácter objetivo y subjetivo, el protagonismo de la clase obrera y las masas, la organización y desarrollo de las fuerzas armadas revolucionarias, el estallido de una crisis revolucionaria y el papel del partido del proletariado.
Marx alertó certeramente que no se puede jugar a la insurrección; Lenin insistió acerca de la insurrección, de la decisión de desarrollarla en el momento oportuno, no antes ni después; en China y en Vietnam la guerra de guerrillas rural tomó largos años en dotar de la fuerza política y militar necesarias para la toma del poder; en Albania la guerra de guerrillas, su desarrollo hacia la guerra de movimientos permitió la conquista del poder.
Esto quiere decir que la lucha armada revolucionaria es una cuestión seria que debe organizarse y conducirse políticamente incorporando a las masas obreras y campesinas, a la juventud y la intelectualidad y por supuesto, dotándola de una dirección política consecuente.
Después del triunfo de la revolución cubana, en enero de 1959, se rompieron dogmas y esquemas como aquellos de que era imposible hacer la revolución en el patio trasero de los yanquis, se produjo en América Latina un vigoroso ascenso de la lucha de las masas, del hacer político de los trabajadores y la juventud, la organización y la actividad de numerosos grupos revolucionarios que empuñaron las armas y se propusieron reproducir la experiencia de Cuba. Casi en todos los países se desarrolló la lucha guerrillera rural y en algunos tuvo las connotaciones de guerrilla urbana, costó muchos esfuerzos sociales y políticos, el sacrificio heroico de centenas de revolucionarios.
Esa voluntad de combatir de la juventud, de los trabajadores y campesinos; esas batallas guerrilleras sufrieron derrotas políticas y militares en buena parte de los países donde estallaron; la razón para que se produzca ese desenlace, en algunos casos, es la concepción ideológica y política de sus protagonistas, la asunción del rol de “libertadores”, el olvido y/o el menosprecio de la capacidad de las masas de ser los gestores de su propia revolución, la idea de que el ejemplo y la delantera desencadenarían la participación de las masas, de millones de seres, la concepción voluntarista del foco guerrillero; en otras circunstancias la derrota militar de la insurgencia tiene que ver con la superioridad de las fuerzas reaccionarias, las debilidades y limitaciones de carácter logístico y material de fuerzas guerrilleras; a pesar de todo, esas acciones, demostraron que se puede organizar y dirigir la guerra revolucionaria, que importantes sectores sociales son susceptibles de incorporarse a esas gestas.
Las derrotas sufridas por las distintas organizaciones militares revolucionarias no anulan el rol de la violencia revolucionaria, y desde luego, tampoco ha conducido al pesimismo, a la impotencia. Luego de esa primera oleada de la lucha guerrillera de los años sesentas, nuevos actores y procesos de la lucha armada revolucionaria han eclosionado en América Latina.
Como lo señalamos arriba, la guerra revolucionaria es un proceso sinuoso que no se desenvuelve de manera voluntarista, en el que se manifiestan victorias y derrotas que seguirán sucediéndose hasta las batallas finales por la toma del poder y que continuarán luego de su implantación, para defenderlo.
Esas experiencias hacen parte, de todas maneras, del proceso de acumulación de fuerzas, del aprendizaje político de los revolucionarios y las masas, son lecciones que es necesario tener en cuenta.
Las ideas de que la insurgencia en Colombia no tiene vigencia, que está desfasada, aislada de la sociedad, de los acontecimientos sociales y políticos, de la lucha de las masas trabajadoras urbanas y por tanto demuestra la obsolescencia de ese camino para la conquista del poder, que lleva más de cincuenta años y no ha alcanzado la victoria, de que debemos ser realistas y entender que los tiempos han cambiado, que los cambios se pueden dar sin la utilización de la violencia revolucionaria y otras tantas ideas no tienen razón de ser, no se sustentan en la teoría y la práctica revolucionarias. Responden a los intereses del imperialismo y la reacción en cada uno de los países de América Latina, son expresión de los oportunistas y revisionistas que les hacen coro.
Ciertamente la guerra revolucionaria en Colombia se desarrolló y se desenvuelve a lo largo de varias décadas y, evidentemente, todavía no conquista el poder. Este aserto no se puede negar. Sin embargo, también es verdad que en ese largo devenir no ha podido ser derrotada por el estado colombiano y las fuerzas armadas reaccionarias, tampoco con la intensión fracasada de cooptar el movimiento campesino. A pesar del Plan Colombia, de los cuantiosos recursos materiales y logísticos, de la participación directa del ejército norteamericano, la lucha continúa, subsiste la decisión de los insurrectos de persistir en ese camino. Estamos convencidos que los trabajadores y el pueblo de Colombia conquistarán el poder, tal como ocurrirá en los otros países de América Latina; para que se produzca ese desenlace se deberá tener en cuenta la experiencia de los revolucionarios, las políticas del imperialismo y la burguesía, la utilización de todas las formas de lucha y una correcta conducción política de las fuerzas alzadas en armas.
Los planteos acerca de que las condiciones históricas concretas, la existencia de los gobiernos progresistas en varios países, la derrota de varias formaciones guerrilleras excluyen la violencia revolucionaria y canalizan la lucha de las masas por las reformas y el progreso material no corresponden a la realidad y menos al análisis marxista leninista de estas situaciones.
Es indudable que las condiciones cambian rápidamente y continuarán haciéndolo; los comunistas debemos tener en cuenta esos cambios, actuar en correspondencia con ellos, siempre desde posiciones revolucionarias, desde los intereses de los trabajadores y los pueblos y no renunciando a los principios para acomodarnos y ser funcionales al sistema capitalista.
Evidentemente, la derrota de varias expresiones de la lucha guerrillera es una lección a tenerse en cuenta, no se la puede obviar; sin embargo, esa situación no implica la anulación del papel de la violencia revolucionaria. Si se afirma que las diversas fuerzas que desarrollaron la lucha armada no concluyeron en la toma del poder es una verdad; pero, también es cierto, que el desarrollismo y el reformismo de los gobiernos progresistas no enfrentan los problemas estructurales, se dan en el marco del capitalismo y la dominación imperialista y mantienen y defienden los intereses de los patronos y terratenientes. Las derrotas de la insurgencia fueron temporales y se dieron en el fragor de los combates; el curso de los cambios en paz, la prédica de la “revolución ciudadana” son consecuencia de la traición de los oportunistas y renegados y, de las ilusiones de las masas trabajadoras y la juventud. Está claro que las diferencias son sustanciales.
Los problemas de la dependencia imperialista, de la explotación y opresión de las clases dominantes en los diversos países siguen sin resolverse; los trabajadores siguen encadenados al capital, la desigualdad social se hace más evidente, la pobreza y la miseria afectan a centenas de millones. Las personas conscientes, los partidos y organizaciones de izquierda revolucionaria tenemos clara esta situación, no nos confundimos; los trabajadores, los pueblos indígenas y la juventud organizadas no se ilusionan con la gestión de esos gobiernos; son atacados y se defienden, un día pasarán a la ofensiva.
Arriba decíamos que estos procesos no son obra de los caudillos sino de las masas, del desarrollo de la lucha de los trabajadores, los pueblos y la juventud, de la decisión de la izquierda revolucionaria de apoyarlos y desde luego de las limitaciones y debilidades de nuestras fuerzas. Si amplios sectores de masas participan en estos procesos es evidente que una parte de ellos pueden ilusionarse, ser atrapado por el discurso demagógico y la política asistencialista; pero, también es verdad que otro sector se foguea en la lucha, participa en el debate político, asume lecciones y continúa en el combate por la liberación social y nacional.
Esa situación involucra a millones en la discusión y el discernimiento de la vigencia del socialismo y la revolución social; la lucha de clases tiene ámbitos generales y las clases dominantes y sus sirvientes no pueden manipular al conjunto de los pueblos.
El movimiento sindical, los combates de los pueblos indígenas y de la juventud continúan, escriben en la subjetividad popular la necesidad del poder, la posibilidad de convertirse en clases dominantes.
Sin descender al análisis voluntarista, sin expresar la fe del carbonero, teniendo en cuenta la magnitud de la lucha ideológica y política afirmamos que las condiciones objetivas y subjetivas para que la revolución se produzca son favorables, cualitativamente mejores que en el pasado inmediato y, con seguridad, mañana serán superiores; en algunos países se prefigura una situación revolucionaria. La expresión y el desarrollo de estas condiciones se expresan, en diferentes países, de manera desigual.
La revolución social y el socialismo son una necesidad histórica y ocurrirán más temprano que tarde, se darán en las condiciones concretas de tiempo y de lugar. Eso lo conoce el imperialismo y la reacción y por esa razón recrudecen el combate al comunismo, a los revolucionarios, a la lucha de las masas.
También lo sabe una parte importante de las masas y los revolucionarios asumimos la responsabilidad de organizar y hacer la revolución.
El imperialismo y la reacción, el oportunismo y el revisionismo le apuestan a la confusión ideológica y política, a la permisión y ejecución de esas alternativas con el propósito de desviar la lucha revolucionaria de las masas.
Los revolucionarios proletarios persistimos en la responsabilidad de organizar y hacer la revolución, de unir, educar políticamente y conducir al combate y a la victoria a los trabajadores y a la juventud, lo hacemos en las diversas situaciones: tenemos claro que el proceso de acumulación de fuerzas se desarrolla y que pueden producirse saltos cualitativos que den lugar a la profundización de la crisis política, a su conversión en crisis revolucionaria.
De otro lado, para nosotros no admite discusión la necesidad de organizar la lucha armada revolucionaria, de trabajar en la subjetividad del movimiento social la consigna del poder y la posibilidad de conquistarlo, de crecer cuantitativa y cualitativamente, de involucrarnos efectivamente en el movimiento social y asumir la capacidad de dar la voz de orden en el momento oportuno.
Una eventualidad de ese momento es la posibilidad del estallido de insurrecciones locales y/o generales que no necesariamente nos conduzcan al poder, pero que, si sabemos conducirlas, nos colocarán en otro estadio de la lucha revolucionaria, en punto de partida para la lucha guerrillera de las masas, para una guerra civil revolucionaria, en todo caso en mejores condiciones para avanzar y triunfar. Otra alternativa es que el combate social de los trabajadores, los pueblos y la juventud se desarrolle hacia confrontaciones agudas e intensas que desemboquen en cualquiera de las formas de la lucha armada revolucionaria.
La lucha por el poder nos exige construir las fuerzas armadas populares al servicio de los altos intereses de los trabajadores y los pueblos, que deben responder a la política revolucionaria y ser conducidas de manera consecuente.
La construcción de las fuerzas armadas populares demanda del partido revolucionario del proletariado, a partir de las concepciones marxista leninistas:
1.- trabajar en la subjetividad de las masas trabajadoras y la juventud las ideas y la necesidad de la toma del poder,
2.- laborar para que el movimiento revolucionario de masas asuma la responsabilidad como protagonistas de la violencia revolucionaria,
3.- organizar la autodefensa de las masas,
4.- sembrar en la conciencia y en la práctica de los dirigentes y militantes el rol de organizadores de las diversas formas de la violencia revolucionaria de las masas,
5.- construir las expresiones de las fuerzas propias de la revolución y,
6.- agitar entre las fuerzas armadas burguesas los ideales patrióticos y emancipadores.
Las condiciones actuales en todos los países de América Latina y de manera particular en aquellos donde existen gobiernos “progresistas” exigen que los revolucionarios no bajemos la guardia, que mantengamos presente y viva la decisión y la voluntad de luchar con las armas en la mano por la revolución y el socialismo. Hay que tener presente que los aparatos militares y de inteligencia del imperialismo, de las fuerzas armadas y policiales en cada país están intactas y funcionando, por tanto no debemos abrigar ilusiones en las libertades democráticas, siempre serán relativas, y a su sombra, la represión contra los revolucionarias se continuará haciendo.
La confrontación ideológica y política que se expresa en esos países tiene que ser aprovechada para la difusión del marxismo leninismo, de la política revolucionaria, de la necesidad de luchar por el poder, de la obligatoriedad de organizar la violencia revolucionaria, sus recursos humanos y materiales. Son condiciones favorables que deben ser potenciadas. No hay lugar para la duda, la situación demanda nuestra decisión política.
El impacto de estas ideas entre las masas trabajadoras, los pueblos y la juventud, entre la intelectualidad progresista no debe ser subestimado. Varios “izquierdistas y revolucionarios” llenan páginas y páginas desparramando estas ideas al tiempo que a través de los “medios públicos” se las difunde a través de la imagen y la palabra. Hay quienes teorizan que no se puede ser de profesión revolucionario y menos guerrillero. Estas ideas han prendido en un sector de las masas trabajadoras y de la juventud. Aún entre los revolucionarios consecuentes existen inquietudes: “la revolución y el socialismo han sufrido una nueva derrota; no han triunfado en ningún país de América Latina por más de 30 años; los pueblos han encontrado una alternativa para la solución de sus problemas en los gobiernos progresistas; la lucha social y política de los trabajadores y los pueblos está mediatizada hacia las reformas; la lucha armada revolucionaria si bien no ha caducado, no tiene vigencia en estos momentos, está aplazada indefinidamente. Los revolucionarios debemos tener en cuenta el proceso en su conjunto, el movimiento de la sociedad, la marcha de la tendencia patriótica, democrática y de izquierda; la acción del imperialismo y las fuerzas reaccionarias internas; es decir tener en cuenta el todo.
El todo nos incluye a las organizaciones políticas revolucionarias, a nuestros partidos y fuerzas; por tanto debemos proponernos crecer con la tendencia. Si esto no ocurre, el curso de estos procesos se desvía, como viene aconteciendo; las masas y la juventud pueden desencantarse, no solo de estos gobiernos y sus políticas sino también de la revolución y el socialismo, de la necesidad y posibilidad de conquistarlos por su propia lucha.
Al involúcranos activamente en esos procesos es obligatorio, revolucionario, justo y oportuno que nuestras organizaciones no pierdan de vista los objetivos estratégicos, la revolución y el socialismo; que se afirmen en la tesis de que la cuestión principal de la revolución es el poder, que el socialismo solo se puede construir si los trabajadores se convierten en las clases dominantes de la sociedad, si asaltan el poder político.
El socialismo desde abajo se puede demandar, desde arriba se puede edificar.
La Historia es suficientemente explícita y aleccionadora, ninguna clase social renuncia voluntariamente a sus privilegios, a sus intereses; por el contrario los defiende a como dé lugar, por la coerción política y militar, a través de la dominación ideológica. Las revoluciones que han tenido lugar han debido recurrir al uso de la violencia puesto que sólo es posible vencer a la violencia reaccionaria con la fuerza de la violencia revolucionaria de las masas.
En nuestra América Latina la historia rubrica esa experiencia y el curso de los acontecimientos actuales la torna más evidente y cierta.
La dictadura de clase de la burguesía y el imperialismo es una realidad concreta; se apoya en la democracia capitalista, en las constituciones y las leyes, por más declaraciones democráticas y avanzadas que contuvieran, se apuntala con las fuerzas armadas y la policía de los estados latinoamericanos y con el apoyo logístico y militar del ejército norteamericano. Se mantiene con la imposición de las ideas de las clases dominantes y el imperialismo en el conjunto de la sociedad.
Las fuerzas armadas burguesas son el brazo armado de la burguesía, el imperialismo y la reacción, y siempre responderán a sus intereses. Esto significa que no debemos alimentar ilusiones en el supuesto carácter patriótico y democrático de las fuerzas armadas burguesas y menos, pensar que ellas van a ser pilar del poder popular. No está lejano el rol de las fuerzas armadas chilenas cuando el gobierno de Salvador Allende.No debemos olvidar la naturaleza sanguinaria y fascista de los militares argentinos y brasileros y, menos, el carácter mercenario de todos los ejércitos de América Latina.
Este carácter no niega la posibilidad de que en el seno del ejército burgués puedan surgir elementos democráticos, patriotas y revolucionarios, mandos medios e inclusive altos que se pasen de lado del pueblo y luchen en sus trincheras. De hecho hay importantes ejemplos de estas actitudes. Pero, también es cierto que se trata de oficiales o de sectores; el grueso, el conjunto de las fuerzas armadas burguesas no dejarán jamás de cumplir su papel de defensoras del sistema.
Una afirmación categórica del materialismo dialéctico e histórico, del marxismo leninismo señala que la historia es obra de las masas trabajadoras y no de las personalidades o caudillos, que las grandes transformaciones sociales, las revoluciones son resultado de la violencia revolucionaria de los pueblos expresada de diversas maneras.
Los acontecimientos actuales de América Latina confirman estos principios: las elecciones de la democracia representativa no conducen a los trabajadores al poder, en el mejor de los casos erigen gobiernos progresistas funcionales al sistema capitalista.
Cuando esto ocurre, es decir cuando triunfan posiciones democráticas y patrióticas, esos gobiernos son atrapados por la legalidad burguesa y sucumben ante la presión del imperialismo y la reacción. Cuando en algún país, esos gobiernos perviven por más de un período presidencial, se tornan obsecuentes con las clases dominantes, se colocan a su servicio. Al puntualizar estas afirmaciones no proclamamos el abstencionismo electoral, no condenamos la participación de los revolucionarios en esos procesos. Dejamos claro, enfáticamente, que la vía de las elecciones es una forma de lucha, en algunos momentos obligatoria para los revolucionarios, que nos faculta disputar en el terreno electoral la subjetividad y la conciencia de las masas trabajadoras, que nos permite acumular fuerzas revolucionarias; no dejamos de señalar que pueden contribuir a sembrar ilusiones entre las masas y aún entre los revolucionarios.
La violencia revolucionaria de las masas no excluye la necesidad de participar activamente en la lucha sindical, por lo contrario exige una labor persistente de carácter ideológico y político para transformar la lucha reivindicativa en enfrentamientos generales contra la clase de los patronos, en oposición al Estado capitalista. Sólo de esta manera la lucha sindical tiene validez revolucionaria, se potencia como una importante forma de acumular fuerzas revolucionarias. El hecho de que los oportunistas y los revisionistas inciden sobre una parte del movimiento obrero no significa que los revolucionarios debamos dejarles el campo libre, quiere decir más bien, que debemos denunciarlos y combatirlos, teniendo presente que no estigmatizamos a las masas de sindicalistas ni a la lucha huelguística. El desarrollo del movimiento sindical, el curso de la movilización y la huelga es un escenario importante para la educación política de la clase obrera, para el desenvolvimiento del movimiento de masas, para el crecimiento de los partidos comunistas. Debemos tener presente que:
1.- la lucha sindical no conduce al poder popular, pero es obligatoria;
2.- las confrontaciones de clase contra los patronos deben llevarse de manera consecuente, deben tener como protagonistas a las masas, convertirse en escuela de educación política y ampliar los caminos de la unidad;
3.- la necesidad de vincular las metas inmediatas con los objetivos estratégicos, con la necesidad de conquistar el poder y la posibilidad de realizar el “asalto del cielo”.
La labor de los revolucionarios proletarios en la lucha por la democracia, por la vigencia plena de los derechos humanos, de organización, de huelga, por la libertad de expresión es una necesidad y una tarea insoslayable; el combate a la represión de los patronos y los gobiernos nos incumbe directamente. Estos combates contribuyen para la organización de las masas trabajadoras y la juventud, para avanzar en su educación política, para templar a las fuerzas populares, para enriquecer el acervo teórico de los partidos y organizaciones revolucionarias, nos permiten avanzar en el proceso de acumular fuerzas, pero no nos conducen al poder.
Nuestra responsabilidad más alta, como partidos marxista leninistas, es la de unir, organizar, educar y dirigir a las masas a la conquista del poder, a través de la violencia revolucionaria.
No existe otra alternativa. Las otras formas de lucha son importantes y necesarias, debemos emprenderlas como medios para crecer, para acumular fuerzas.
Ninguna situación social y política lleva por sí sola a las masas trabajadoras al poder, en todas las circunstancias los trabajadores y los pueblos se organizan, luchan, obtienen victorias parciales, sufren reveses y derrotas, de carácter temporal y finalmente conquistan la victoria política más alta, el poder, se erigen en clases dominantes y dirigentes de la sociedad.
La revolución social “es una gran hazaña en la que participan millones y lo hacen de manera consciente y voluntaria”. Ese acontecimiento es un proceso que recorre un sinuoso curso de activa participación de las masas en la vida política de la sociedad, que fortalece el movimiento revolucionario en la medida que los trabajadores realizan un aprendizaje político más rápido y profundo con su participación en la lucha social y política.
En esas luchas el movimiento de masas crece y se fortalece, se desarrolla el partido comunista y otras organizaciones revolucionarias, sin embargo no nos permiten derrocar al capital y conquistar el poder. Hacen parte del proceso revolucionario, nos preparan para las batallas finales para derrocar la dominación capitalista imperialista; esos combates conquistaron la victoria de la revolución en el siglo XX y se reproducirán en esta centuria.
La guerra revolucionaria es la continuación de la política revolucionaria de las masas y del partido comunista desarrollada por los medios militares; se desenvuelve de una o varias formas, según la situación concreta de los países, los trabajadores y los tiempos. Así puede revestir el carácter de la insurrección armada local o general, de una guerra de guerrillas intermitente en el campo y en la ciudad, en todo caso, siempre serán manifestaciones de la guerra del pueblo, constituirán la expresión del pueblo en armas, la condición indispensable para enterrar el capital e implantar el socialismo.
Lucha de liberación en China, en Europa del Este, en Albania y en Cuba. De esa manera se alcanzó la independencia y la constitución de los países de América Latina.
Es importante señalar que la guerra revolucionaria no es un acontecimiento que se puede organizar de manera voluntarista, cuando uno lo desee. Son necesarias condiciones de carácter objetivo y subjetivo, el protagonismo de la clase obrera y las masas, la organización y desarrollo de las fuerzas armadas revolucionarias, el estallido de una crisis revolucionaria y el papel del partido del proletariado.
Marx alertó certeramente que no se puede jugar a la insurrección; Lenin insistió acerca de la insurrección, de la decisión de desarrollarla en el momento oportuno, no antes ni después; en China y en Vietnam la guerra de guerrillas rural tomó largos años en dotar de la fuerza política y militar necesarias para la toma del poder; en Albania la guerra de guerrillas, su desarrollo hacia la guerra de movimientos permitió la conquista del poder.
Esto quiere decir que la lucha armada revolucionaria es una cuestión seria que debe organizarse y conducirse políticamente incorporando a las masas obreras y campesinas, a la juventud y la intelectualidad y por supuesto, dotándola de una dirección política consecuente.
Después del triunfo de la revolución cubana, en enero de 1959, se rompieron dogmas y esquemas como aquellos de que era imposible hacer la revolución en el patio trasero de los yanquis, se produjo en América Latina un vigoroso ascenso de la lucha de las masas, del hacer político de los trabajadores y la juventud, la organización y la actividad de numerosos grupos revolucionarios que empuñaron las armas y se propusieron reproducir la experiencia de Cuba. Casi en todos los países se desarrolló la lucha guerrillera rural y en algunos tuvo las connotaciones de guerrilla urbana, costó muchos esfuerzos sociales y políticos, el sacrificio heroico de centenas de revolucionarios.
Esa voluntad de combatir de la juventud, de los trabajadores y campesinos; esas batallas guerrilleras sufrieron derrotas políticas y militares en buena parte de los países donde estallaron; la razón para que se produzca ese desenlace, en algunos casos, es la concepción ideológica y política de sus protagonistas, la asunción del rol de “libertadores”, el olvido y/o el menosprecio de la capacidad de las masas de ser los gestores de su propia revolución, la idea de que el ejemplo y la delantera desencadenarían la participación de las masas, de millones de seres, la concepción voluntarista del foco guerrillero; en otras circunstancias la derrota militar de la insurgencia tiene que ver con la superioridad de las fuerzas reaccionarias, las debilidades y limitaciones de carácter logístico y material de fuerzas guerrilleras; a pesar de todo, esas acciones, demostraron que se puede organizar y dirigir la guerra revolucionaria, que importantes sectores sociales son susceptibles de incorporarse a esas gestas.
Las derrotas sufridas por las distintas organizaciones militares revolucionarias no anulan el rol de la violencia revolucionaria, y desde luego, tampoco ha conducido al pesimismo, a la impotencia. Luego de esa primera oleada de la lucha guerrillera de los años sesentas, nuevos actores y procesos de la lucha armada revolucionaria han eclosionado en América Latina.
Como lo señalamos arriba, la guerra revolucionaria es un proceso sinuoso que no se desenvuelve de manera voluntarista, en el que se manifiestan victorias y derrotas que seguirán sucediéndose hasta las batallas finales por la toma del poder y que continuarán luego de su implantación, para defenderlo.
Esas experiencias hacen parte, de todas maneras, del proceso de acumulación de fuerzas, del aprendizaje político de los revolucionarios y las masas, son lecciones que es necesario tener en cuenta.
Las ideas de que la insurgencia en Colombia no tiene vigencia, que está desfasada, aislada de la sociedad, de los acontecimientos sociales y políticos, de la lucha de las masas trabajadoras urbanas y por tanto demuestra la obsolescencia de ese camino para la conquista del poder, que lleva más de cincuenta años y no ha alcanzado la victoria, de que debemos ser realistas y entender que los tiempos han cambiado, que los cambios se pueden dar sin la utilización de la violencia revolucionaria y otras tantas ideas no tienen razón de ser, no se sustentan en la teoría y la práctica revolucionarias. Responden a los intereses del imperialismo y la reacción en cada uno de los países de América Latina, son expresión de los oportunistas y revisionistas que les hacen coro.
Ciertamente la guerra revolucionaria en Colombia se desarrolló y se desenvuelve a lo largo de varias décadas y, evidentemente, todavía no conquista el poder. Este aserto no se puede negar. Sin embargo, también es verdad que en ese largo devenir no ha podido ser derrotada por el estado colombiano y las fuerzas armadas reaccionarias, tampoco con la intensión fracasada de cooptar el movimiento campesino. A pesar del Plan Colombia, de los cuantiosos recursos materiales y logísticos, de la participación directa del ejército norteamericano, la lucha continúa, subsiste la decisión de los insurrectos de persistir en ese camino. Estamos convencidos que los trabajadores y el pueblo de Colombia conquistarán el poder, tal como ocurrirá en los otros países de América Latina; para que se produzca ese desenlace se deberá tener en cuenta la experiencia de los revolucionarios, las políticas del imperialismo y la burguesía, la utilización de todas las formas de lucha y una correcta conducción política de las fuerzas alzadas en armas.
Los planteos acerca de que las condiciones históricas concretas, la existencia de los gobiernos progresistas en varios países, la derrota de varias formaciones guerrilleras excluyen la violencia revolucionaria y canalizan la lucha de las masas por las reformas y el progreso material no corresponden a la realidad y menos al análisis marxista leninista de estas situaciones.
Es indudable que las condiciones cambian rápidamente y continuarán haciéndolo; los comunistas debemos tener en cuenta esos cambios, actuar en correspondencia con ellos, siempre desde posiciones revolucionarias, desde los intereses de los trabajadores y los pueblos y no renunciando a los principios para acomodarnos y ser funcionales al sistema capitalista.
Evidentemente, la derrota de varias expresiones de la lucha guerrillera es una lección a tenerse en cuenta, no se la puede obviar; sin embargo, esa situación no implica la anulación del papel de la violencia revolucionaria. Si se afirma que las diversas fuerzas que desarrollaron la lucha armada no concluyeron en la toma del poder es una verdad; pero, también es cierto, que el desarrollismo y el reformismo de los gobiernos progresistas no enfrentan los problemas estructurales, se dan en el marco del capitalismo y la dominación imperialista y mantienen y defienden los intereses de los patronos y terratenientes. Las derrotas de la insurgencia fueron temporales y se dieron en el fragor de los combates; el curso de los cambios en paz, la prédica de la “revolución ciudadana” son consecuencia de la traición de los oportunistas y renegados y, de las ilusiones de las masas trabajadoras y la juventud. Está claro que las diferencias son sustanciales.
Los problemas de la dependencia imperialista, de la explotación y opresión de las clases dominantes en los diversos países siguen sin resolverse; los trabajadores siguen encadenados al capital, la desigualdad social se hace más evidente, la pobreza y la miseria afectan a centenas de millones. Las personas conscientes, los partidos y organizaciones de izquierda revolucionaria tenemos clara esta situación, no nos confundimos; los trabajadores, los pueblos indígenas y la juventud organizadas no se ilusionan con la gestión de esos gobiernos; son atacados y se defienden, un día pasarán a la ofensiva.
Arriba decíamos que estos procesos no son obra de los caudillos sino de las masas, del desarrollo de la lucha de los trabajadores, los pueblos y la juventud, de la decisión de la izquierda revolucionaria de apoyarlos y desde luego de las limitaciones y debilidades de nuestras fuerzas. Si amplios sectores de masas participan en estos procesos es evidente que una parte de ellos pueden ilusionarse, ser atrapado por el discurso demagógico y la política asistencialista; pero, también es verdad que otro sector se foguea en la lucha, participa en el debate político, asume lecciones y continúa en el combate por la liberación social y nacional.
Esa situación involucra a millones en la discusión y el discernimiento de la vigencia del socialismo y la revolución social; la lucha de clases tiene ámbitos generales y las clases dominantes y sus sirvientes no pueden manipular al conjunto de los pueblos.
El movimiento sindical, los combates de los pueblos indígenas y de la juventud continúan, escriben en la subjetividad popular la necesidad del poder, la posibilidad de convertirse en clases dominantes.
Sin descender al análisis voluntarista, sin expresar la fe del carbonero, teniendo en cuenta la magnitud de la lucha ideológica y política afirmamos que las condiciones objetivas y subjetivas para que la revolución se produzca son favorables, cualitativamente mejores que en el pasado inmediato y, con seguridad, mañana serán superiores; en algunos países se prefigura una situación revolucionaria. La expresión y el desarrollo de estas condiciones se expresan, en diferentes países, de manera desigual.
La revolución social y el socialismo son una necesidad histórica y ocurrirán más temprano que tarde, se darán en las condiciones concretas de tiempo y de lugar. Eso lo conoce el imperialismo y la reacción y por esa razón recrudecen el combate al comunismo, a los revolucionarios, a la lucha de las masas.
También lo sabe una parte importante de las masas y los revolucionarios asumimos la responsabilidad de organizar y hacer la revolución.
El imperialismo y la reacción, el oportunismo y el revisionismo le apuestan a la confusión ideológica y política, a la permisión y ejecución de esas alternativas con el propósito de desviar la lucha revolucionaria de las masas.
Los revolucionarios proletarios persistimos en la responsabilidad de organizar y hacer la revolución, de unir, educar políticamente y conducir al combate y a la victoria a los trabajadores y a la juventud, lo hacemos en las diversas situaciones: tenemos claro que el proceso de acumulación de fuerzas se desarrolla y que pueden producirse saltos cualitativos que den lugar a la profundización de la crisis política, a su conversión en crisis revolucionaria.
De otro lado, para nosotros no admite discusión la necesidad de organizar la lucha armada revolucionaria, de trabajar en la subjetividad del movimiento social la consigna del poder y la posibilidad de conquistarlo, de crecer cuantitativa y cualitativamente, de involucrarnos efectivamente en el movimiento social y asumir la capacidad de dar la voz de orden en el momento oportuno.
Una eventualidad de ese momento es la posibilidad del estallido de insurrecciones locales y/o generales que no necesariamente nos conduzcan al poder, pero que, si sabemos conducirlas, nos colocarán en otro estadio de la lucha revolucionaria, en punto de partida para la lucha guerrillera de las masas, para una guerra civil revolucionaria, en todo caso en mejores condiciones para avanzar y triunfar. Otra alternativa es que el combate social de los trabajadores, los pueblos y la juventud se desarrolle hacia confrontaciones agudas e intensas que desemboquen en cualquiera de las formas de la lucha armada revolucionaria.
La lucha por el poder nos exige construir las fuerzas armadas populares al servicio de los altos intereses de los trabajadores y los pueblos, que deben responder a la política revolucionaria y ser conducidas de manera consecuente.
La construcción de las fuerzas armadas populares demanda del partido revolucionario del proletariado, a partir de las concepciones marxista leninistas:
1.- trabajar en la subjetividad de las masas trabajadoras y la juventud las ideas y la necesidad de la toma del poder,
2.- laborar para que el movimiento revolucionario de masas asuma la responsabilidad como protagonistas de la violencia revolucionaria,
3.- organizar la autodefensa de las masas,
4.- sembrar en la conciencia y en la práctica de los dirigentes y militantes el rol de organizadores de las diversas formas de la violencia revolucionaria de las masas,
5.- construir las expresiones de las fuerzas propias de la revolución y,
6.- agitar entre las fuerzas armadas burguesas los ideales patrióticos y emancipadores.
Las condiciones actuales en todos los países de América Latina y de manera particular en aquellos donde existen gobiernos “progresistas” exigen que los revolucionarios no bajemos la guardia, que mantengamos presente y viva la decisión y la voluntad de luchar con las armas en la mano por la revolución y el socialismo. Hay que tener presente que los aparatos militares y de inteligencia del imperialismo, de las fuerzas armadas y policiales en cada país están intactas y funcionando, por tanto no debemos abrigar ilusiones en las libertades democráticas, siempre serán relativas, y a su sombra, la represión contra los revolucionarias se continuará haciendo.
La confrontación ideológica y política que se expresa en esos países tiene que ser aprovechada para la difusión del marxismo leninismo, de la política revolucionaria, de la necesidad de luchar por el poder, de la obligatoriedad de organizar la violencia revolucionaria, sus recursos humanos y materiales. Son condiciones favorables que deben ser potenciadas. No hay lugar para la duda, la situación demanda nuestra decisión política.
Última edición por pedrocasca el Jue Nov 10, 2011 11:41 am, editado 1 vez