LA UNION SOVIETICA VERSUS EL SOCIALISMO
Noam Chomsky
Cuando los dos mayores sistemas de propaganda del mundo concuerdan sobre alguna doctrina, se requiere algún esfuerzo intelectual para evitar sus cadenas. Una doctrina semejante es que la sociedad creada por Lenin y Trotsky, y moldeada ulteriormente por Stalin y sus sucesores, tiene alguna relación con el socialismo, en algún sentido significativa e históricamente preciso de este concepto. De hecho, si hay una relación, es la relación de contradicción.
Está suficientemente claro porqué los mayores sistemas de propaganda insisten sobre esta fantasía. Desde sus orígenes, el Estado Soviético ha intentado arrear las energías de su propia población y pueblo oprimido en el servicio de los hombres que se aprovechan del fermento popular en Rusia en 1917, para apoderarse del poder del Estado. Un arma ideológica principal empleada para este fin ha sido la pretensión que los administradores del Estado están liderando a su propia sociedad y al mundo hacia el ideal socialista; una imposibilidad, como cualquier socialista –seguramente cualquier Marxista serio- debería haber entendido inmediatamente (algunos lo hicieron), y una mentira de proporciones gigantescas como la historia ha revelado desde los primeros días del régimen Bolchevique. Los dirigentes han intentado ganar legitimidad y sostén explotando el arma de ideales socialistas y el respeto que les corresponde genuinamente, para ocultar su propia práctica ritual mientras ellos destruían todo vestigio de socialismo.
En cuanto al segundo mayor sistema de propaganda del mundo, la asociación del socialismo con la Unión Soviética y sus clientes sirve como una arma ideológicamente poderosa para reforzar la conformidad y la obediencia a las instituciones capitalistas del Estado, para asegurar que la necesidad de alquilarse a uno mismo a los propietarios y administradores de esas instituciones será observado virtualmente como una ley natural, la única alternativa al calabozo ‘socialista’.
Así la dirigencia soviética se retrata a sí misma como socialista para proteger su derecho a manejar el club, y los ideólogos Occidentales adoptan el mismo pretexto para prevenir la amenaza de una sociedad más libre y más justa. Este ataque conjunto sobre el socialismo ha sido altamente efectivo en socavarlo en la era moderna.
Se puede tomar nota de otro recurso usado efectivamente por los ideólogos del Estado capitalista en su servicio del poder y privilegio existentes. La denuncia virtual de los así llamados Estados ‘socialistas’ está repleta de distorsiones y frecuentemente mentiras directas. Nada es más fácil que denunciar al enemigo oficial y atribuirle cualquier crimen: no es necesario estar agobiado por las demandas de evidencia o lógica cuando se marcha en el desfile. Los críticos de la violencia y atrocidades Occidentales frecuentemente tratan de señalar la crónica exacta, reconociendo las atrocidades y represiones criminales que existen, mientras exponen los relatos que son inventados al servicio de la violencia Occidental. Con regularidad predecible estos pasos son inmediatamente interpretados como apologéticos para el imperio del mal. Así se preserva el crucial Derecho a la Mentira al Servicio del Estado, y se socava la crítica a las atrocidades y violencia del Estado.
También es importante notar la gran apelación de la doctrina leninista a la inteligencia moderna en períodos de conflicto y cataclismo. La doctrina proporciona a los ‘intelectuales radicales’ el derecho a sostener el poder del Estado e imponer la áspera regla de la ‘Burocracia Roja’, la ‘nueva clase’ en los términos del análisis de Bakunin hace un siglo. Como en el Estado Bonapártico denunciado por Marx, ellos se convierten en los ‘sacerdotes del Estado’ y ‘excrecencias parásitas sobre la sociedad civil’ que la regulan con mano de hierro.
En períodos en los que hay un pequeño desafío a las instituciones del Estado capitalista, los mismos compromisos fundamentales guían a la ‘nueva clase’ a servir como administradores e ideólogos del Estado, ‘golpeando al pueblo con el palo del pueblo’, en las palabras de Bakunin. Es un pequeño portento que los intelectuales encuentren la transición desde el ‘Comunismo revolucionario’ a la ‘celebración del Oeste’ como algo fácil, representando un manuscrito que ha evolucionado desde la tragedia a la farsa en la última mitad de siglo. En esencia, todo lo que ha cambiado es la evaluación de donde radica el poder. El dicho de Lenin que ‘el socialismo no es nada, pero el monopolio del estado capitalista produce beneficios al pueblo entero’, quien debe por supuesto confiar en la benevolencia de sus líderes, expresa la perversión del ‘socialismo’ a las necesidades de los sacerdotes del Estado, y nos permite comprender la rápida transición entre posiciones que superficialmente parecen diametralmente opuestas, pero de hecho están bastante cercanas.
La terminología del discurso político y social es vaga e imprecisa, y constantemente rebajada por las contribuciones de los ideólogos de una u otra clase. No obstante estos términos tienen al menos algún residuo de significado. Desde sus orígenes, el socialismo ha significado la liberación del pueblo trabajador de la explotación. Como el teórico Marxista Antón Pannekoek observaba, “este objetivo no se logra y no puede ser logrado por una nueva clase dirigente y gobernante sustituida a sí misma por la burguesía”, pero puede únicamente ser “realizado por los mismos trabajadores siendo amos sobre la producción”. El dominio sobre la producción de los productores es la esencia del socialismo, y los medios para lograr este fin han sido regularmente ideados en los períodos de lucha revolucionaria, contra la oposición encarnizada de las clases gobernantes tradicionales y los ‘intelectuales revolucionarios’ guiados por los principios generales del leninismo y el gobierno Occidental, según las circunstancias cambiantes. Pero el elemento esencial del ideal socialista permanece: convertir los medios de producción en la propiedad de productores libremente asociados y así la propiedad social del pueblo quien se ha liberado a sí mismo de la explotación por su destreza, como un paso fundamental hacia un reino pleno de libertad humana.
La inteligencia leninista tiene una agenda diferente. Ellos adaptan la descripción de Marx de los ‘conspiradores’ quienes “prevacían el desarrollo del proceso revolucionario” y lo distorsionan según sus fines de dominación; “ de ahí su desprecio más profundo por la más teórica iluminación de los trabajadores acerca de sus intereses de clase”, los cuales incluyen el derrocamiento de la Burocracia Roja y la creación de mecanismos de control democrático sobre la producción y la vida social. Para los leninistas las masas deben ser estrictamente disciplinadas, mientras el socialista luchará para alcanzar el orden social en el cual la disciplina “se tornará superflua” cuando los productos libremente asociados ‘trabajan para su propio acuerdo’ (Marx). El socialismo libertario, además, no limita sus objetivos al control democrático de los productores sobre la producción, sino que procura abolir todas las formas de dominación y jerarquía en todo aspecto de vida personal y social, una lucha sin fin, ya que el progreso en alcanzar una sociedad más justa conducirá a un nuevo conocimiento y comprensión de formas de opresión que pueden estar encubiertas en la práctica y conciencia tradicionales.
El antagonismo leninista a las características más esenciales del socialismo fue evidente desde el principio. En la revolución Rusa, el Soviet y los comités fabriles se desarrollan como instrumentos de lucha y liberación, con varios defectos, pero con un rico potencial. Lenin y Trotsky, asumiendo el poder, inmediatamente devotos a ellos mismos destruyeron el potencial liberador de esos instrumentos estableciendo el mando del Partido, en práctica su Comité Central y sus Máximos líderes, exactamente como Trotsky había predicho años antes, como Rosa Luxemburgo y otros Marxistas advirtieron al mismo tiempo, y como los anarquistas siempre habían entendido. No únicamente las masas, sino también el Partido deben ser sujetos a ‘vigilante control desde arriba’, así Trotsky realizó la transición desde intelectual revolucionario a Sacerdote del Estado. Antes de apoderarse del poder del Estado los líderes Bolcheviques adoptaron la mayoría de la retórica del pueblo que fue comprometido en la lucha revolucionaria desde abajo, pero sus verdaderos compromisos fueron bastante diferentes. Esto fue evidente antes y se tornó claro como el cristal cuando asumieron el poder del Estado en Octubre de 1917.
Un historiador afín a los Bolcheviques, E. H. Carr, escribe que “la inclinación espontánea de los trabajadores a organizar comités fabriles y a intervenir en el manejo de las fábricas fue inevitablemente fomentada por una revolución que permita a los trabajadores creer que la maquinaria productiva del país les pertenece y podría ser manejada por ellos a su propio juicio y su propio provecho (mi énfasis). Para los trabajadores, como dijo un delegado anarquista, “los comités fabriles fueron células del futuro... Ellas, no el Estado, deberían ahora administrar...”
Pero los sacerdotes del Estado conocían mejor, y se movieron inmediatamente para destruir los comités fabriles y reducir al Soviet a organizarse según su régimen. El 3 de Noviembre Lenin anunció en un “Proyecto de Decreto sobre el Control de los Trabajadores” que los delegados elegidos para ejercer tal control tenían que “responder al Estado por el mantenimiento del orden y la disciplina más estrictos y por la protección de la propiedad”. Cuando terminó el año, Lenin notó que “nosotros pasamos desde el control de los trabajadores a la creación del Consejo Supremo de Economía Nacional”, el cual fue para “reemplazar, absorber e invalidar la maquinaria del control de los trabajadores”, se lamentó un gremialista mercantil Menchevique; el líder Bolchevique expresó la misma queja en acción, demoliendo la verdadera idea del socialismo.
Pronto Lenin decretó que el líder debe asumir “poderes dictatoriales” sobre los trabajadores, quienes deben aceptar “sumisión incuestionada a una única voluntad” y “en el interés del socialismo” debe “obedecer incuestionablemente la única voluntad de los líderes del proceso laboral”. Como Lenin y Trostsky procedieron con la militarización del trabajo, la transformación de una sociedad en un ejército laboral sometido a una única voluntad, Lenin explicó que la subordinación del trabajador a la “autoridad individual” es “el sistema que más que ningún otro asegura la mejor utilización de los recursos humanos”, o como Robert McNamara expresó la misma idea, “tomar una decisión vital...debe permanecer en la cima...la amenaza real a la democracia no llega desde el sobremanejo, sino desde el submanejo”, “ sin no hay razón que guía al hombre, entonces el hombre desaprovecha su potencial” y el gobierno no es otra cosa que la regla de la razón que nos mantiene libres. Al mismo tiempo, el “faccionalismo” –por ejemplo cualquier modismo de libre expresión y organización- fue destruido “en el interés del socialismo”, así el término fue redefinido para sus propósitos por Lenin y Trotsky, quienes procedieron a crear las estructuras pro-fascistas convertidas por Stalin en uno de los horrores de la era moderna.1
El fracaso en entender la intensa hostilidad al socialismo por parte de la inteligencia leninista (con raíces en Marx, sin dudas), y el correspondiente malentendido del modelo leninista, ha tenido un impacto devastador sobre la lucha por una sociedad más decente y un mundo habitable en el Oeste, y no únicamente ahí. Es necesario encontrar una manera de salvar el ideal socialista de sus enemigos en ambos centros mayoritarios del mundo, de quienes siempre aspirarán a ser sacerdotes del Estado y dirigentes sociales, destruyendo la libertad en el nombre de la liberación.
1. Sobre la primera destrucción del socialismo por Lenin y Trotsky, ver Maurice Brinton, The Bolsheviks and Workers’ Control, Montreal: Black Rose Books, 1978, y Peter Raschleff, Radical America, Nov. 1974, entre otros muchos trabajo