Ramiz Alia, el último líder comunista de Albania
El delfín de Enver Hoxha intentó, en vano, una transición
"Nunca me gustó derramar sangre. Hice lo que pude en condiciones muy difíciles". Son palabras pronunciadas por Ramiz Alia que bien podrían figurar en su epitafio. El último líder comunista de Albania, y último secretario general del PTA (Partido del Trabajo de Albania), falleció en Tirana, de una embolia pulmonar, el 7 de octubre, a los 85 años de edad.
Ningún dirigente, ninguna personalidad del Gobierno o la oposición acudieron al entierro. Solo Nexhmije Hoxha, la anciana viuda de Enver Hoxha, el dictador comunista que dirigió el país con mano de hierro desde el final de la II Guerra Mundial hasta su muerte, en 1985. Alia fue su heredero, su delfín, con una carrera meteórica dentro del partido, al que se había afiliado en 1943, después de alguna veleidad fascista en sus años de estudiante. Era un burócrata, formado en la URSS y crecido a la sombra del gran Enver, que en 1961 le dio entrada en el politburó del PTA. Alia era discreto, escuchaba con atención y nunca se significaba. Con su aspecto de funcionario metódico, su cráneo típicamente albanés, sus maneras delicadas y su nulo carisma era el más improbable sucesor de Hoxha.
Las cosas no fueron tan sencillas como para su antecesor. Obligado por las circunstancias a pilotar una tímida perestroika a la albanesa, Alia se vio incapaz de enderezar un proceso que se desarrollaba en las peores circunstancias, con un país sumido en la pobreza, acostumbrado a la ineficiencia y a la corrupción. Era un personaje de otro siglo, desajustado y fuera de lugar. Un marxista-leninista forjado en la disciplina un poco escolar de un partido bajo el que fluían poderosas corrientes tribales.
Ramiz Alia nació el 18 de octubre de 1925 en Skodra, la ciudad católica de Albania, pero la suya era una familia musulmana. Alia no profesó otra fe que la del partido, y no tuvo otro dios que su máximo dirigente, Enver Hoxha.
Su entronización como sucesor de Hoxha estuvo precedida de grandes movimientos sísmicos dentro del partido y de la defenestración y muerte de Mehmet Shehu, histórico número dos de Enver. Pronto comprendió Alia que había recibido una herencia envenenada. La caída del muro de Berlín, en 1989, tuvo un poderoso efecto dominó sobre todos los regímenes comunistas del este de Europa. El camarada Alia intentó arbitrar algún cambio menor que frenara la desordenada carrera hacia la libertad iniciada por los albanés. En marzo de 1991 se celebraron elecciones, a las que pudo concurrir también el Partido Democrático de Albania, por primera vez una formación ajena al partido. Pero ya era tarde. Los tres millones de albaneses, hartos de lucir de la mañana a la noche la eterna careta de la aquiescencia -detura jone [es nuestra tarea] era la frase habitual-, querían un cambio real. Alia consiguió ganar las elecciones, pese al gigantesco descalabro sufrido por su candidatura en Tirana, pero duró solo un año como presidente de Albania. Para entonces, la situación del país era insostenible, con una inflación galopante y un gigantesco paro. El líder del Partido Democrático, Sali Berisha, cirujano de Enver Hoxha y de tantos otros líderes del PTA, se lanzó a la calle y con una campaña agresiva ganó el favor de los albaneses.
Para Alia, la derrota tuvo consecuencias penales, porque tanto él como la viuda de Hoxha fueron encarcelados, bajo graves acusaciones de corrupción. En el juicio que se celebró en 1994, el último dirigente comunista fue condenado a nueve años de cárcel. Abandonó la prisión al año siguiente gracias a una amnistía. Pero los nuevos poderes no estaban dispuestos a soltar su presa. Nada más abandonar la prisión fue encarcelado de nuevo, acusado esta vez de genocidio. Pasó un par de años recluido en la prisión de Tepelene, de la que salió en 1997, gracias al caos político que siguió al hundimiento del sistema de inversión de la pirámide, que arruinó a media Albania. Alia decidió marchar a Francia, donde le esperaban su mujer y sus tres hijos, pero regresó más tarde a Albania, donde falleció el viernes en un hospital de Tirana. Las ausencias en su entierro eran esperables. El nombre de Ramiz Alia está demasiado asociado a una etapa oscura que, paradójicamente, algunos albaneses empiezan a recordar ahora con cierta nostalgia.
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