Editorial Revolución Obrera No. 350 - Septiembre 19 de 2012
¡LA PAZ DE LOS RICOS ES GUERRA CONTRA EL PUEBLO!
Así tituló la primera edición de este periódico en octubre de 1998, en un momento político similar al actual, de brazos armados contra los pobres y palabras de paz en los palacios de los ricos. No es la primera vez que las FARC se sientan en la mesa de paz con los enemigos del pueblo colombiano. Y no será ésta, la última, en que Revolución Obrera denuncie el carácter reaccionario y contra el pueblo, de la guerra en Colombia, evidente por parte de las fuerzas militares y paramilitares del Estado, pero encubierta por los jefes guerrilleros bajo los recuerdos de sus orígenes y las montañas de palabrería seudo revolucionaria. En el caso particular de las FARC, tanto los intereses económicos como el contenido político de su guerra, son de carácter burgués.
No es la guerra campesina de hace 50 años en respuesta a la violencia de las reaccionarias clases dominantes. En las últimas tres décadas pasó de cuidar plantaciones de coca y amapola y cobrar impuestos, a disputar a sangre y fuego la renta capitalista de la tierra en tales cultivos, en el procesamiento y comercio de psicotrópicos. Se transformó en una guerra reaccionaria, injusta, por la ganancia capitalista.
El programa de las FARC y el de su brazo político PCCC, tienen un contenido reformista burgués: no destruir el actual Estado reaccionario; solo remodelarlo con el maquillaje de la hipócrita democracia burguesa y del “Estado Social de Derecho”. No abolir la propiedad privada sobre los medios de producción ni suprimir el sistema capitalista de la esclavitud asalariada; solo reformarlo embelleciendo su podredumbre con los oropeles de la “justicia social” burguesa y la “democratización del capital”. Lejos de expropiar a los monopolios imperialistas y desconocer sus tratados semicoloniales, el antiimperialismo de los jefes guerrilleros no va más allá de la exigencia de “renegociación” de contratos y deuda externa, y de cuidarles su propiedad privada a cambio de un impuesto de guerra.
La guerra de las FARC no es una guerra popular. Hace parte de una guerra reaccionaria contra el pueblo; no es contra los ricos sino por la riqueza; sus armas han contribuido al despojo y destierro de los campesinos pobres y medios. Su terror no es el inevitable terror revolucionario del movimiento de masas alzado en odio contra sus centenarios opresores, sino terror reaccionario por intereses burgueses donde nada importan las victimas del pueblo.
Las FARC no son una organización revolucionaria, sino un partido burgués. Si bien por su ideología bolivariana, por su programa reformista, por sus métodos terroristas, hace 15 años se caracterizó como una organización armada de la capa superior de la pequeña burguesía, desde entonces aceleró su transformación en grupo armado representante de un sector de la nueva burguesía de los psicotrópicos.
Se equivocan los revolucionarios, los comunistas, los marxistas leninistas maoístas que han dado apoyo a la guerra reaccionaria de las FARC, y han soñado en transformarla en una guerra revolucionaria.
Coherente con el contenido político y económico de su Programa, desde hace décadas los jefes de las FARC tomaron la línea de usar la lucha armada como medio para presionar el acuerdo con los enemigos del pueblo; no para derrocar su poder. De ahí que las actuales, sean negociaciones entre reaccionarios, ventajosas para los explotadores, halagüeñas para los jefes guerrilleros pretensiosos de poder en el Estado, pero muy peligrosas para los obreros y campesinos de base de las FARC quienes deben saber que la paz de los ricos siempre será guerra contra el pueblo, y no olvidar que tienen su lugar en las filas de los revolucionarios. En ese contexto, el contenido de la agenda es secundario para esta denuncia; lo principal ahora es desenmascarar la farsa y sus implicaciones para el pueblo.
La paz de los jefes de las FARC no es consecuencia del derrocamiento armado del poder político de los explotadores; sino el compromiso de salvaguardarlo. Es una paz reaccionaria, edificada sobre la tragedia de 5 millones de desplazados y cientos de miles de asesinados, masacrados, desaparecidos; sobre el hambre y la miseria de las masas populares; sobre el derecho de los parásitos capitalistas a explotar y oprimir al pueblo. Si en la llamada Violencia de los años 50, a los campesinos se les degolló con un machete de doble filo, por un lado conservador y por el otro liberal – en palabras de un literato colombiano -, en la actual guerra reaccionaria a los pobres del campo se les ha acribillado con un fusil de tres cañones: el de los militares, el de los paramilitares y el de las guerrillas.
Lo más peligroso de la paz de los jefes de las FARC es su servicio a la reaccionaria política imperialista de los acuerdos de paz: desarmar los brazos y las mentes de los de abajo, y obligarlos a reconocer el monopolio de las armas en manos de los ejércitos de los explotadores, para que puedan libremente explotar, saquear, acrecentar sus capitales, y como siempre lo han hecho después de las negociaciones, ejecutar la matanza de quienes osaron levantarse en armas.
Servicio a la burguesía para que engañe a los obreros y campesinos con la mentira de que las clases antagónicas se pueden reconciliar, cuando la verdad es que bajo la dictadura de la burguesía, siempre la paz será la de los cementerios para el pueblo y sus heroicos luchadores. Servicio a la burguesía para que engatuse al pueblo en espera de soluciones de parte de quienes siempre han sido sus verdugos y directos causantes de sus males y problemas. Servicio para que los gobernantes, secundados por sus medios de comunicación, curas y catedráticos, desarmen ideológicamente a los explotados y oprimidos, difundiendo la falsedad de que la vía armada ya no sirve para tomar el poder político.
Pero contra la voluntad de los negociadores de paz del Gobierno y los jefes de las FARC, se alza la tozuda realidad de la sociedad colombiana dividida en clases con intereses opuestos, con posiciones diametralmente contrarias en las relaciones sociales de producción, enfrentadas por fuerza en una lucha antagónica, donde son irreconciliables los intereses de los explotados obreros y campesinos, con los intereses de los explotadores burgueses, terratenientes e imperialistas.
En esa sociedad, el Estado burgués es un instrumento de la explotación capitalista, es la organización de la dictadura de clase de los capitalistas, es la máquina del poder de los explotadores, es la fuerza organizada de los opresores, cuyo soporte principal son las fuerzas armadas que ejercen sobre el pueblo la violencia reaccionaria, llámese Ley Constitucional, Terror estatal militar y paramilitar, o Dictadura de clase abierta fascista. Jamás habrá paz entre explotados y explotadores, entre oprimidos y opresores.
El progreso de la sociedad humana, sus grandes cambios revolucionarios, las triunfantes revoluciones proletarias y también sus terribles derrotas, han dejado entre muchas, dos importantes enseñanzas políticas contrapuestas, mutuamente excluyentes. La primera: ha sido un gran fracaso la pretensión reformista y oportunista del revolucionarismo pequeño burgués, de “tomarse” el poder del Estado de los explotadores para colocarlo al servicio de los explotados. Tal Estado lo parió la historia para salvaguardar por la fuerza el privilegio de los explotadores de vivir del trabajo ajeno. La segunda: no se puede expropiar a los expropiadores sin antes derrocar su poder político, sin destruir hasta los cimientos el Estado de su dictadura de clase. Y si la política es la expresión concentrada de la economía, y toda guerra es la continuación de la lucha política con derramamiento de sangre, como medio para alcanzar los verdaderos fines económicos de una clase, la destrucción del Estado burgués no puede ejecutarse más que mediante la violencia revolucionaria de las masas. Ésta sigue siendo hoy la apremiante necesidad de la sociedad colombiana, la tarea política inmediata del Programa de la Revolución. No ha pasado a la historia como dicen los enemigos del pueblo.
Contra las negociaciones de paz entre el Gobierno de Santos y los jefes de las FARC, tan aplaudidas por todos los imperialistas, los terratenientes y burgueses explotadores, y acolitadas por reformistas y oportunistas con su embeleco de “solución política del conflicto armado, de forma que el Estado recupere el monopolio sobre las armas” en palabras claras del programa del Polo… el Pueblo Colombiano en general y la Clase Obrera en particular, deben rechazar y levantar su voz tanto CONTRA LA GUERRA REACCIONARIA de los militares, paramilitares y guerrillas, como CONTRA LA FALSA PAZ DE LOS RICOS, BAJO LA CUAL CONTINUARÁ LA GUERRA CONTRA EL PUEBLO.
La verdadera paz para los explotados, será fruto del triunfo de la guerra popular de los obreros y campesinos sobre el poder armado de los explotadores. En el socialismo, será el pueblo armado el baluarte de la paz para los obreros y campesinos, cuyo nuevo Estado de Dictadura del Proletariado, representa el poder de clase capaz de suprimir la explotación del hombre por el hombre, la división de la sociedad en clases, la necesidad del Estado y la necesidad de la guerra.
Contrario a la línea del Moir y del Polo en su programa de fundación que declara el “rechazo a la lucha armada en todas sus expresiones”, los comunistas revolucionarios no estamos contra la guerra en general, ni contra la violencia en general, ni contra el terror en general. Rechazamos la guerra reaccionaria y somos partidarios de la guerra popular revolucionaria, por ser una guerra justa y única vía para el triunfo de la Revolución Socialista en Colombia. Somos partidarios de la violencia revolucionaria ejercida por las masas trabajadoras en contra de las fuerzas reaccionarias. Somos partidarios del terror con la participación directa y consciente de las masas.
La situación objetiva actual de la lucha de clases en Colombia, su correlación de fuerzas de clase, la aguda crisis económica capitalista, la profundización de la crisis social, el ascenso del movimiento y lucha directa de las masas, el empuje desde abajo hacia la reestructuración del movimiento sindical, el desprestigio y disgregación del oportunismo, el gobierno en acuerdo con la mafia, la profundización de las contradicciones interburguesas, la impotencia política y dispersión de los comunistas, son condiciones todas que imponen una táctica revolucionaria de ofensiva dentro de la defensiva estratégica; una táctica de lucha de masas aún desarmada, y de reorganización del movimiento revolucionario donde la tarea central es la construcción del Partido político del proletariado, condición indispensable y decisiva para dirigir hacia el socialismo la guerra de clases, el estallido insurreccional en las grandes ciudades hacia donde tiende el desarrollo probable de la lucha de clases en este país oprimido capitalista.
Por estos días, tanto el Gobierno de los capitalistas, como los señorones jefes de las FARC, aprovecharán para inocular en la sociedad el veneno de la conciliación entre clases antagónicas. Centrarán la mira en los revolucionarios y comunistas. Pero a pesar de todo, serán mejores las condiciones para barrer la niebla de los ojos de muchos hermanos campesinos, obreros, estudiantes, intelectuales, varios como guerrilleros de base, quienes alguna vez confiaron en una salida revolucionaria por el lado de las FARC. Serán mejores las condiciones para ¡Avanzar en la construcción del Partido! Para avanzar en la preparación de la verdadera guerra de los obreros y campesinos contra el poder de los enemigos del pueblo. Para proseguir, persistir y confiar en la movilización de las masas, únicas capaces de llevar a cabo la transformación revolucionaria de la sociedad, siempre y cuando los comunistas cumplan su papel de fundir las ideas del socialismo con el movimiento obrero, de elevar la conciencia del movimiento de masas al nivel del firme Programa de la Revolución Socialista, de trazarle una táctica flexible pero revolucionaria y organizar y dirigir al proletariado a la vanguardia de las demás clases revolucionarias.
Comité Ejecutivo
Unión Obrera Comunista (MLM)