El origen de la riquezaPor Juan Ramón Rallo
Cometen todos ellos, sin embargo, un error fundamental al afrontar el problema. Instalados en una sociedad inmensamente rica gracias al progreso capitalista, los occidentales contemplamos la pobreza como un fenómeno "extraño". La pobreza, se suela pensar, no es propia del siglo XXI, no es propia del hombre.
Con todo, pocas cosas hay más humanas que la pobreza. El hombre nace solo y muere solo, dice el refranero popular. Si bien no deja de ser cierto, más apropiado sería señalar que el hombre nace sin nada: todas las comodidades de las que disfrutará a lo largo de su vida habrán sido directamente producidas por los hombres.
Lo realmente extraordinario e inusual no es la pobreza, sino la riqueza. Richard Cantillon tituló uno de sus libros Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general, y Adam Smith Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones; ambos economistas se preguntaban de dónde procedía el extraño fenómeno del comercio y de la riqueza entre las naciones. Buscaban sus causas, su naturaleza.
Gracias al capitalismo, en Occidente la riqueza se ha impuesto como norma, y la pobreza como marginal excepción. Los europeos se extrañan de que alguno de sus compatriotas no tenga agua corriente, lavadora, cuarto de baño, línea telefónica, televisión y, en muchos casos, un automóvil. Son elementos tan corrientes aquí como preciados y extraños en los países pobres.
Todo ello ha provocado que hoy en día contemplemos la riqueza como algo natural al hombre. En Europa los niños vienen a un mundo rico, donde no morirán de hambre y gozarán a lo largo de su vida de las mayores comodidades.
Si bien es cierto que la pobreza es el estado natural del hombre, no lo es menos que la reducción de la pobreza es, igualmente, el proceso consustancial del hombre empresarial, del capitalismo. Cuando al ser humano se le permite emplear la razón para buscar su bienestar personal sin esclavizar o robar a sus congéneres (esto es, cuando se forman las instituciones capitalistas), con su propia perspicacia consigue aumentar de manera progresiva su riqueza y su felicidad.
Los economistas del siglo XVIII se preguntaron cuáles eran las causas de que el hombre abandonara su natural estado de pobreza; los economistas liberales del siglo XX se han preguntado, a su vez, cuál era la causa de que el mismo capitalismo que salvó América y Europa no hiciera lo propio con el resto del mundo. Ciertamente, había unas causas (propiedad privada) que permitían al hombre prosperar, pero al mismo tiempo había otras (intervencionismo estatal) que contrarrestaban a las primeras. Quien probablemente sea el mejor economista del siglo XX, Ludwig von Mises, lo resumió así: "El Gobierno no puede enriquecer al hombre, pero sí puede empobrecerlo".
Por tanto, las preguntas deben plantearse en el siguiente orden: ¿cómo se enriquece el ser humano?, ¿qué mecanismos detienen ese proceso creador y dinámico? Una vez hecho esto podremos estudiar y comprender con más detenimiento por qué las propuestas de la banda del 8 (Live 8 y G-
son absolutamente inútiles y contrarias al crecimiento económico.
¿Qué es la riqueza? La característica esencial del ser humano es su acción. El hombre actúa para perseguir unos fines a través de unos medios. Al satisfacer sus fines logra bienestar y satisfacción, pero para ello tiene que trabajar previamente en la búsqueda y creación de los medios adecuados.
Así, definiremos la riqueza como la creciente disponibilidad de medios para la satisfacción de los fines. De esta definición en apariencia tan simple debemos destacar tres conclusiones.
Primero, no hay riqueza sin propiedad privada. Los fines son por naturaleza individuales, son concebidos y proyectados por una mente individual. La mente social no existe. Los políticos, por ejemplo, aseguran que sus planes satisfacen el bienestar general, pero siguen siendo sus planes, concebidos y creados por sus propias mentes. Si los fines son individuales, la existencia y naturaleza de los medios estará en función de esos fines, y en consecuencia deberán poder ser controlados y dirigidos hacia sus propios fines por el individuo.
Si yo quiero comerme una manzana pero no dispongo de ella, sino que es propiedad de mi vecino, no soy rico. De la misma manera, si no hay propiedad privada reconocida nadie me garantiza el acceso a una manzana; deberé luchar con mi vecino, y sólo al "apropiármela" (al convertirla en mi propiedad) podré decir que soy rico y satisfacer mi fin, "comer una manzana".
Segundo, una sociedad puede ser rica aun cuando en apariencia no disponga de muchos bienes materiales. Los amish norteamericanos no disponen, voluntariamente, de ninguno de los grandes adelantos del siglo XX. No carecen de riqueza, dado que tienen suficientes medios para satisfacer sus fines. En cambio, los países comunistas decían disponer de los mayores adelantos pero eran tremendamente pobres, ya que los fines de sus habitantes no podían satisfacerse, al no existir la propiedad privada.
Tercero, un país no es rico en función de los elementos materiales de que disponga, sino del uso que los individuos puedan hacer de ellos. África no es rica por disponer de oro, diamantes, petróleos y demás recursos naturales; los africanos, hoy por hoy, son incapaces de utilizarlos, y no les son en absoluto útiles. Sería como señalar que una empresa es rica porque posee todo el níquel del núcleo de la tierra, aun cuando no le resulta alcanzable.
Así pues, para contestar a nuestra primera cuestión tendremos que preguntarnos cuáles son las causas de las crecientes disponibilidades de medios, es decir, cuáles son las causas de la riqueza.
Propiedad privada, empresarialidad y bienes de capital Hemos dicho que convenía distinguir entre "riqueza natural" y "riqueza humana". Aquélla sólo se convierte en ésta cuando el hombre domina y se apropia de la riqueza natural. Lo importante, por tanto, es que el ser humano domine su entorno a través de su trabajo, esto es, que incorpore "la riqueza natural" a sus planes. Sin embargo, si cada individuo pretendiera abarcar la totalidad de sus fines lo tendría bastante complicado. No sólo debería ejercer de agricultor, también de sastre, alfarero, transportista, mecánico, electricista, informático o arquitecto. Dado que las habilidades del hombre, y sobre todo su tiempo, no le permiten dedicarse a todas esas labores, el ser humano empezó a relacionarse con sus semejantes. Surgió así la sociedad, y la división social del trabajo y del conocimiento.
Cada ser humano pasaría a especializarse en una tarea, de manera que intercambiaría con el resto los bienes en que, a su vez, se hubieran especializado. Sin embargo, este sistema tenía un pequeño problema (que, en realidad, es su gran virtud): cada individuo debía ser suficientemente perspicaz como para conocer las necesidades de los otros individuos. Si cometía un error (por ejemplo, fabricar máquinas de escribir en la era de los ordenadores) no tendría nada que intercambiar con el resto, de manera que se quedaría sin nada.
Por ello, resulta lógico que algunos individuos prefieran asegurarse durante un tiempo una fuente estable de ingresos, evitando esta arriesgada actividad. Así, algunos individuos (trabajadores por cuenta ajena) deciden trabajar para otros (capitalistas) a cambio de una renta estable (salario) que no proviene de la venta de los productos, sino de sus patrimonios personales. Sin embargo, no por ello los trabajadores dejan de actuar empresarialmente: buscarán los salarios más elevados y se especializarán en las ocupaciones que crean que tienen un mayor futuro.
En otras palabras, cada individuo, antes de satisfacer sus propios fines, tenía que pensar e ingeniárselas para conocer y satisfacer las necesidades ajenas. Los vínculos sociales se refuerzan y los individuos se vuelven interdependientes.
Pero la especialización individual todavía no es capaz de explicar plenamente las causas de la riqueza. Por mucho que se especialice un individuo, su capacidad para satisfacer las necesidades ajenas tiene un límite temporal. Cada individuo, con sus propias manos, no puede ampliar continuamente la producción: necesita de herramientas (bienes de capital) con las que trabajar más eficientemente.
Los bienes de capital, pues, permiten ampliar la riqueza a través de varios mecanismos. Primero, los seres humanos devienen más productivos (más medios); segundo, pueden alcanzar "riquezas naturales" que previamente no podían usar (por ejemplo, el "oro negro" es inútil sin refinerías de petróleo); tercero, dado que los bienes de capital se utilizan como medios para obtener otros medios, podemos considerarlos a sí mismos como riqueza (si bien una riqueza más alejada del fin del individuo).
Aparentemente, los bienes de capital vendrían a ser la piedra filosofal que tanto buscaban los alquimistas. Sin embargo, su producción tiene un inconveniente: mientras se produce un bien de capital no se está produciendo un bien de consumo, por tanto los fines de muchas personas tienen que retrasarse. Si un panadero decide dedicar sus trabajadores a ampliar la capacidad y la potencia de sus hornos durante varios meses, los consumidores se quedarán sin pan. Sólo habrá dos maneras de evitar esta desagradable situación: que el panadero haya acumulado stocks de pan para varios meses o que contrate más trabajadores.
No obstante, aunque recurra a la segunda opción, fijémonos que los consumidores se quedarán sin los bienes de consumo que esos trabajadores hubieran podido producir. De este modo, la única manera de producir bienes de capital es el ahorro de los consumidores. Son ellos los que han de estar dispuestos a retrasar su consumo durante un tiempo para que éste sea mayor en el futuro.
Conviene tener presente en este punto que la investigación tecnológica (el famoso I+D) no es más que una inversión en capital, equivalente a que el panadero contrate a dos ingenieros para que diseñen un horno de mayor capacidad.
El camino hacia la riqueza, por tanto, es el siguiente: división del trabajo, intercambios voluntarios y acumulación de capital. Si extendemos esto a nivel internacional obtenemos la libre circulación de personas, mercancías y capitales, esto es, la famosa globalización.
Si hay un país extraordinariamente pobre, los empresarios y capitalistas de los países ricos trasladarán allí sus líneas productivas (libre movimiento de capitales), conocedores de que podrán producir barato para vender caro en Occidente (libre movimiento de mercancías). O bien, como alternativa, los trabajadores de los países pobres se trasladarán allí donde los salarios sean altos (libre circulación de personas), aumentando la producción y, por tanto, la riqueza.
La capacidad de un país pobre para salir de la pobreza sin inversión extranjera a corto plazo es muy reducida. Europa tardó siglos en que su ahorro cristalizara en una revolución industrial (esto es, en una masiva inversión en capital). El camino más rápido para acabar con la pobreza es recurrir a la inversión exterior, al ahorro occidental (como, por ejemplo, hizo España durante los años 60), atraída por sus bajos salarios.
La inversión extranjera siempre mejora la situación de los países pobres, los enriquecerá. Los supuestos salarios de miseria tienen que ser, forzosamente, superiores a los que percibían antes de que el empresario apareciera en el país (si no, nadie querría trabajar para él). Y así, cuando se multiplica la inversión extranjera en un país pobre los salarios empiezan a aumentar a un gran ritmo, ya que en caso contrario los empresarios entrantes no conseguirían contratar a ningún trabajador nuevo y los empresarios residentes no conseguirían retenerlos.
Éstas son las causas de la riqueza, la carrera hacia lo más alto de nuestro bienestar. El capitalismo y su expansión globalizadora reducen de manera expansiva la pobreza. Los europeos siguieron este camino, los estadounidenses siguieron este camino, los asiáticos están siguiendo este camino. Las hambrunas han desaparecido en estas zonas del mundo, y el bienestar se multiplica década a década.
Sin embargo, África sigue siendo pobre. Las causas de la riqueza parece que no operan allí. ¿Por qué? La respuesta está estrechamente relacionada con los mecanismos que contrarrestan la creación de riqueza. Cabe, pues, estudiar cómo la carrera hacia la cima puede convertirse en la caída hacia el infierno. Pero esto lo haremos la semana que viene.
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