Hasta que alguien nos pueda iluminar con teoría al respecto de Marx y los grandes maestros del marxismo, he recordado un texto relativo a la Criminología que encontré en la web argentina de sesgo trotskista Bandera roja que, probablemente, sea de un diccionario o un manual o algo parecido:
Criminología: Es la ciencia que estudia el funcionamiento del sistema punitivo del Estado.
La burguesía inició esta ciencia con el análisis de lo que reputaba delitos cometidos por las personas, como si determinados comportamientos humanos (robar, matar) fueran esencialmente perversos y nocivos y debieran en todo caso sancionarse como crímenes con un castigo público. Pero es claro que la mayor parte de las veces robar es un negocio y matar una actividad profesional del propio Estado, por lo que las fronteras entre el delito y el comportamiento inocuo no es sustancial.
Luego la burguesía, por influencia del positivismo, centró su interés en el delincuente y consideró merecedor de la sanción represiva a determinadas personas por su carácter o su sicología, que consideraban desviadas o patológicas. Existe un tipo de personas que son morfológicamente delincuentes que, además, presentaban una serie de rasgos físicos y psíquicos que los diferenciaban de los demás. Este tipo de sujetos debían provocar una reacción de la sociedad, que se ve obligada -y legitimada- para defenderse. El crimen -según estas opiniones- tiene poco que ver con la política, la economía o la ideología: es un fenómeno de la naturaleza como cualquier otra enfermedad (invertido, degenerado, pervertido, etc.). La Criminología se incorpora a las Facultades de Medicina, el delincuente se asocia al loco o al enfermo: los presos también son objeto de un diagnóstico y en función del mismo, se les prescribe el correspondiente tratamiento.
La Criminología positivista burguesa dio un paso al separar el pecado del crimen, pero no bastaba con erradicar lo sobrenatural: había que hacer lo mismo con lo natural y reconocer que, en realidad, todo es plenamente artificial. La criminología no puede prescindir del Estado, que es quien dicta lo que es delito y lo que no, quien impone la sanción o absuelve. No existen delincuentes sino comportamientos sociales que aparecen criminalizados desde arriba, desde el poder por una decisión que, en última instancia, carece de connotaciones científicas: es una pura configuración política, económica o cultural por la cual unos hechos se convierten en delito y otros no. El robo no solo presupone la propiedad privada, sino que presupone igualmente que determinadas acciones constituyen robo, precisamente esas y las otras son un negocio totalmente legal. Es, pues, el Estado quien crea los delitos y los delincuentes.
El reformismo afirma que la causa de la delincuencia está en la pobreza y en la miseria de los barrios urbanos: para prevenir el delito hay que actuar sobre la pobreza y erradicar la marginación, hay que sustituir -en realidad complementar- a la policía con los asistentes sociales. Todas esas teorías se resumen en prevenir el delito mejorando el estado de los depauperados suburbios. Estas tesis reformistas son también falsas, justifican la intervención desde el poder sobre las áreas humildes, reclaman el control social sobre ellos y propician la represión policial. Lo que sucede es que al Estado burgués recluta sus delincuentes entre los sectores más marginados de la sociedad, porque es a ellos a quienes pretende intimidar e imponer su fuerza.
La desviación y el delito provienen del establecimiento de un sistema de prohibiciones de lo más diverso: cultural, moral, legal, social, etc. La ideología dominante determina de ese modo todo un conjunto de pares dialécticos de contraposiciones: el vicio y la virtud, lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo normal y lo anormal, lo natural y lo antinatural, lo recto y lo torcido, etc. Esas prohibiciones son de muy distinto carácter. Unas son extralegales y tienen su sede en convicciones religiosas, culturales o sociales no fijadas por normas jurídicas. Por ejemplo, la prohibición de escupir en público carece de respaldo legal. Otras tienen un respaldo legal pero no penal, como es el caso de la prohibición de la infidelidad conyugal por el artículo 68 del Código Civil, que puede dar lugar a una demanda de separación o a la desheredación, pero nunca a una sanción penal.
De manera que determinados aspectos de la ideología dominante disponen de un respaldo penal y, a su vez, la puesta en marcha de los instrumentos penales extiende y refuerza la ideología dominante. Si la ley penal criminaliza la blasfemia, refuerza la ideología religiosa, y si la cárcel impone la reeducación y reinserción, está obligando a la asunción de valores extraños a un sujeto que, supuestamente, no estaba dentro de la sociedad, es decir, no aceptaba la ideología dominante.
La imposición de la ideología dominante tiene efectos distintos en una u otra clase. Entre la propia burguesía da lugar a los fenómenos de la hipocresía social, del disimulo y de la doble moral. Y entre la clase obrera ocasiona un grave problema de asimilación, de interiorización, especialmente por el contraste entre las pautas a seguir y los medios para conseguirlas. De ahí que la variante más importante a través de la cual se difunde la ideología dominante entre los trabajadores sea el reformismo.
La ideología dominante está concebida y dirigida para que la burguesía pueda ejercitar su papel dominante, pero fundamentalmente está para el consumo de la clase dominada, para que ésta asuma e interiorice su deber de obediencia y sumisión: la prohibición máxima es la prohibición de la resistencia, de la rebelión.
Por otra parte, la ideología dominante hoy no admite la división de la sociedad en clases sociales y pretende la recomposición de la unidad perdida, la obtención del consenso, de la adhesión, en definitiva. El sistema de prohibiciones y delitos estigmatiza las desviaciones de unos para reforzar la identidad de los otros, encasilla la dispersión de algunos para agrupar a todos los demás. La unidad de todos es también la igualdad de todos, su identidad: todos nos parecemos, la sociedad no es más que la suma de cada uno de nosotros; esa suma es posible porque sumamos cantidades homogéneas. La sociedad es, por tanto, homogénea e igual a nosotros mismos. La sociedad somos nosotros; el Estado burgués no se defiende a sí mismo sino que nos defiende a todos nosotros. Esa es la absurda síntesis del pensamiento burgués.