Autor: Tamer Sarkis Fernández
¿Qué rumbo de relaciones interclase están imprimiendo en España las recetas de empobrecimiento notable aplicadas sobre proletariado, pequeña burguesía, campesinos y ganaderos, burguesía media productiva y aristocracia obrera, por inspiración de aquello que Sarkozy llamó “necesidad del Capital de re-fundarse” durante las reuniones de Bloque que sucedieron al infarto del parásito/padrino estadounidense?.
Incluso si eludimos cuestiones relativas a la mutación de la consciencia en sí en consciencia para sí, y al papel en ello de los comunistas, ¿es cierto que el gran re-ajuste impreso sobre las condiciones de las “clases subalternas” y del proletariado -con toda su pareja sociología evolutiva de distorsión de rostros, de demacrado y de nuevos rostros, especies sociales…- esté haciendo de catalizador a una re-acción apreciable y acumulativa siquiera refleja, instintiva, defensiva, entre los órganos dominados bajo el cuerpo social?.
¿No será el espectáculo, dirigido por y al servicio del Bloque imperialista declinante y de sus filiales oligárquicas “nacionales”, quien, por su vocación de tragarlo y reciclarlo todo para re-lanzarlo como imagen arrojadiza, hipertrofia la anécdota en “acontecimiento” a pronunciar desde su propia lógica intestina de lucha entre fracciones y hacia ella misma?. Supuesta “espontaneidad” sonorizada y engullida por el revival espectacular de “las dos Españas”, poco más que duelo entre colosos financieros escenificado: Botín contra el BBVA, Gas Natural contra REPSOL, y, por consiguiente, MEDIAPRO contra El Mundo y el PSOE contra el PP -ayer Falange contra el Opus Dei.
¿Hablamos de “acontecimientos” derivando hacia un proverbial “punto de no retorno”, o en el fondo estamos hablando de vistosos espasmos motrices y pataletas cuyo agitar no acarrea desplazarse cualitativo de coordenadas y quizás ni siquiera avance cuantitativo en calendario más allá de una fecha roja?. Tanto da: sea el caso uno o lo otro, ¿de qué campos de clase en pie hablamos realmente, de qué confluencias y de qué jerarquía ordenadora de formas y de objetivos más allá de la multiplicidad de presencias que confluyen?.
Cuando algunos comunistas formulan, sobre la supuesta “clase en movimiento”, el diagnóstico de estar marcándose su ruta de pasos desde una fatal abducción en el espectáculo, y a continuación retan a “la clase” a escapar del espectáculo bajo su guía, ¿no será el comunista en esa escena, el único preso del espectáculo que denuncia?. ¿No estará simplemente confundiendo la identificación de su “objeto de clase”?. ¿Quién le ha dicho al comunista que la contradicción entre base social y sentido objetivo del movimiento, es una relación de falsa consciencia?; ¿Quién le ha dicho que no se trata de una relación presidida por la perfecta coherencia de tal base con su condición aristobreril sedienta de explotar, en su beneficio y en su Bienestar, nuevas Providencias económicas ofertadas por las Potencias imperialistas a cambio de obtener entera sumisión política y de ahondar si cabe en la dependencia económica?: “Catalunya, nou Estat d’ Europa”.
Al fin y al cabo, la aristocracia obrera es una clase parasitaria que debe su Ser al sol imperialista que más caliente, y lo sabe, o lo intuye. Incluso si en Catalunya salió a caminar ciega respecto del trasfondo de interés objetivo propio, su red de órganos de clase (sindicatos, ONGs, corporaciones administrativas, prensa, partidos, tejido cívico, asociacionismo…) es ojos y lazarillo. Sensor agudo en captar por dónde despunta el sol que más calienta -si por el Norte, o el Oeste, o más al Oeste allende el Atlántico-, y hábil en sacar a su clase a la calle.
Cito la movilización del 11 de septiembre en Catalunya, porque no faltaron allí las comparsas comunistas, recorriendo la riada irracionalista con escuálidos fajos de octavillas en mano -triste caricatura del arma de la dialéctica, aún por reconstituir-, prestas esas comparsas a “elevar la dimensión de clase ínsita a la conciencia nacional” e incluso a “re-situarla como fuerza directriz del proceso nacional”…, ¡cuando, en realidad, el proletariado catalán fue el gran ausente!. Él: superviviente en sus barriadas castellano-hablantes, de condición inexistente hasta para sí mismo, como tragado por un agujero negro de silencio espectacular que lo destierra cada mañana a una dimensión de no-oficialidad y por tanto de irrealidad. “Algunos se llaman profundos porque van a pescar a lagos muy profundos, donde no hay peces. A eso ni siquiera le llamo yo superficial” (Friedrich Nietzsche).
Presumir activación de acción colectiva en respuesta a un golpe abrupto a las condiciones de subsistencia y a las condiciones de auto-reproducción posicional en la estructura -un shock social-, se ha demostrado en España a contraluz de los años de “crisis” nada más que eso: presunción. “La disputa acerca de la realidad o irrealidad del pensamiento -un pensamiento aislado de la práctica- es una disputa netamente escolástica” (2ª Tesis sobre Feuerbach). Excepción hecha de la aristocracia obrera, clase que sí está protagonizando en España sonada guerra y usando para sí a quien se le agregue, lo cierto es que el resto del espectro social lesionado por la llamada “crisis” ha yacido marcadamente inerte en sí mismo (otra cosas son las comparsas y su toque de palmas a la aristocracia obrera).
Bien es verdad que ese cuadro exceptúa al Movimiento 15-M y a su Plataforma y sus derivados, como el 25-S. Este movimiento es muy interesante desde la perspectiva revolucionaria, albergando en sí la contradicción siguiente: en lo subjetivo, enarbola un rechazo total abstracto del poder y de la política. Mientras en lo objetivo, y sin apenas consciencia de sus implicaciones, este movimiento está centrando su problematización tanto en la cuestión del poder como en la relatividad de la democracia; es decir, en la realidad o irrealidad de ésta con arreglo a su carácter de clase y a su propiedad popular o no popular. No obstante, ello lo hace a través de gestos y de conceptualizaciones muy limitados todavía, producto de esa auto-limitación subjetiva.
Huelga decir, a todo esto, que estoy hablando de acción colectiva sostenida, fuera de episodios fugaces o pintorescos que pierden su huella dejándola en los archivos digitales del espectáculo. Y hablo, en cualquier caso, de acción colectiva, ocasionadora de un impacto registrable y repercusor sobre la conciencia, lejos pues del solo rechistar en boca del taxista, de la pescadera o de las copiosas filas ante la caja de pago. Un rechistar quizás tornadizo, quizás prolongado en sus ecos, pero que en cualquier caso llevamos escuchando o pronunciando en España al menos desde el siglo XVI, con revoluciones o, normalmente, sin ellas.
¿A qué esperan los paradójicos evolucionistas “de la Revolución”?; ¿a que haya hambre y ésta desborde el caudal, al que encauzar con profesionalidad revolucionaria?. Hambre ya hay, y porta en sí su actuar adaptativo por medios ilegales cuando la subsistencia ya no cabe en la legalidad burguesa: sonadas apropiaciones de mercancías y ocupaciones de espacios mercantiles. Nada menos; y nada más.
Y el avance y extensificación del hambre, de los desahucios…, ¿irá llegando preñado de algo que no sea la mera proliferación correlativa de tales actos adaptativos, su organización, su maduración dentro de su propia Lógica de clase en sí y no para sí, etc.?. ¿O acaso gracias a la provisión comunista de su “suplemento de alma” -de conciencia-, este curso desatado podrá validar la premisa hegeliana de transformación de la cantidad en cualidad?.
¿No será que estaríamos más bien acercándonos a ese funesto punto paralítico que Marx describiera?: clase reducida a masa indefensa, desarticulada, vendida a derivar con los vientos del Capital y sometida a un apuro supervivencial de tal envergadura que apisonaría sus horizontes hasta límites de mero poder sacar la nariz un ápice por encima del lodazal e ir respirando “gracias al” mejor postor empresarial e imperialista. Ello sin descartar el emerger de consabidas formas de lucha, pero insertas en idéntica racionalidad (auto)conservadora, sólo que esta vez coordinando una colectividad esfuerzos individuales encaminados a proveer un poco más de oxígeno pantanoso a uno u otro individuo participante.
Entre comunistas, somos testigos demasiado a menudo en España, de cierta euforia evolucionista; éxtasis dimanado de la fe en la fuerza de los acontecimientos, que habrían de ir haciendo fermentar y madurar una materia lista en su mismo ambiente y en su misma composición química, para pasar a ser procesada por las “manos correctas”.
Estas manos, a su vez, habrían de ser perfecto objeto de forja por obra automática de la sociología compleja que elabora una distribución diferencial de aquella Physis del acontecer y la concreta a ésta distintamente en tanto que frutos: es como si las ideas se salieran de la realidad que las encierra implícitas, y rodaran a través de un plano inclinado hasta ir acumulándose sobre ciertas coordenadas particulares, tocando a las puertas cerebrales de los sujetos. El espontaneísmo situacionista lo explicaba así de fácil: la teoría situacionista es un producto de la sociedad espectacular-mercantil, tanto como la cibernética o el ciclotrón; el espectáculo produce a los ojos que saben leerla.
El pensamiento descrito es, en el fondo, puro utopismo parejo a aquel viejo utopismo pre-marxista que ensoñaba llamar a la puerta de los directores sociales y convencer demostrando el juicio inscrito a sus cartapacios, a sus planos y a sus Tratados. En ambos momentos el cientificismo está elucubrando una esencia a-histórica latente en su objeto humano de acción, esencia que, por si fuera poco, aparenta pesar más que las relaciones entre las clases, sus luchas, sus intereses, ideologías y dialéctica de transformaciones.
Toda la diferencia estriba en que, donde el viejo utopista decía “conciliación pensante del sujeto con los valores humanos”, “nuestro” nuevo evolucionista dice “proletariado”, y donde aquél escribía “Razón”, éste escribe “historia”. En el viejo caso, la base ideológica consiste en un objetivismo -que no objetividad- de signo idealista: lo objetivo, ente ajeno a contradicción mundana, ente que vale para todos, se impone sobre lo subjetivo a través de haberse encarnado en Idea comunicable. En el caso personificado por el evolucionista “comunista”, la base ideológica es de un objetivismo -que no objetividad- de cariz sin embargo materialista: lo objetivo, por su mismo curso inmanente, se auto-produce de un lado como idea focalizada en una franja particular. Mientras de otro lado se auto-produce como receptividad respecto de la idea, en el ámbito de una generalidad de clase. Generalidad a quien no restaría más que escuchar el lenguaje conscienciador de esa esencia que su propia práctica social ha producido en sí.
“El materialismo anterior, globalmente considerado (sin exceptuar el de Feuerbach), concibe el elemento objetivo, la realidad, la sensorialidad, bajo la forma, exclusivamente, de objeto o de visión. Nunca como actividad sensorial humana. Nunca como práctica. Nunca, en suma, subjetivamente. Y ésa es su insuficiencia básica. Insuficiencia que explica, por otra parte, que el lado activo no haya sido desarrollado sino de manera abstracta, y en oposición al materialismo, por el idealismo -que, naturalmente, no conoce la actividad real, sensible, como tal” (1ª Tesis sobre Feuerbach).
Bajo el mecanicismo evolucionista se esconde un abuso dogmático de la correcta premisa de Marx que conecta el ser social proletario (definido por la posición proletaria en el orden productivo, como por su alienación de los medios de subsistencia y de su producción misma) con la síntesis de dos cualidades en ese ser: necesidad y capacidad revolucionarias. La tergiversación mecanicista suele confundir la determinación a necesitar hacer y a poder hacer, con la determinación a hacer, cuestión última que requiere de la adición de voluntad a la capacidad, para transforma a ésta última en poder consumado (poder político), y no ya en mero poder consumar.
Pero la característica dogmática de este marco reside sobre todo en hacerse y propagar una representación abstracta del ser social proletario -en efecto invariante en tanto que substancia-; el dogmatismo, al desvestir la esencia general respecto de las concreciones contextuales que la atraviesan y que la producen a ésta en una dialéctica de fenómeno-esencia, des-realiza la substancia al estar pretendiendo desnudarla y purificarla. Haciendo abstracción de lo concreto -de ese acopio de caracteres y de relaciones contradictorias que Georg Lukács llamaba “mediaciones” y que operan en unas y otras condiciones históricas-, el dogmatismo degrada la substancia del ser social hasta el bajo punto de hacer una metafísica del proletariado, a quien re-elabora como entidad supuestamente indistinta para todo el arco histórico capitalista y la totalidad de sus épocas, periodos, contextos y coyunturas. Este ejercicio conduce al dogmatismo a mantener y a obedecer de modo fetichista a un postulado de espejismo ya pulverizado por Lenin en ¿Qué hacer?: el mito del proletariado abstracto, entendido como generalidad de composición y concebido en su generalidad práctica, realizando en sí y por sí su potencia revolucionaria inmanente.
Esta precisa falsificación metafísica vuelve a la carga arruinando todo balance a propósito de cómo la evolución capitalista con arreglo a épocas sucesivas, y su desarrollo de las clases y de las capas, ha afectado dialécticamente al proletariado bajo las Potencias y los Estados imperialistas, a sus representaciones, a sus relaciones interclase, a sus intereses inmediatos no históricos de clase en sí (clase del capitalismo), a sus expectativas, identificaciones y emulaciones subjetivas, tanto como a sus perspectivas reales de integración, de consumo y de subsistencia.
Sin ir más lejos, esta metafísica social percibe las clases y sus relaciones tal y como la física clásica comprendía la materia de composición atómica: las relaciones quedaban reservadas a los átomos en calidad de estructuras totales, resolviéndose como síntesis moleculares, mientras las partículas subatómicas permanecían en una mismidad impermeable a las demás estructuras correlativas.
Pero la física cuántica nos muestra una realidad micro-física transversal, donde la materia elemental se relaciona atravesando estructuras permeables, para integrarse en órbitas y en campos de acción que dejan así de ser ajenos. Por lo demás, los recorridos elementales trastornan las estructuras y las mutan.
Este patrón de realidad se reproduce al nivel superior de la materia social o materia consciente: no hay un proletariado y una aristocracia obrera metafísicos e inmersos en una relación que produjera solamente efectos “hacia afuera”. Existe, en cambio, una dialéctica “plasmática” e inter-determinante, donde, por ejemplo, franjas enteras del proletariado colindantes con la aristocracia obrera, se comportan políticamente como tal, aunque no lo sean al nivel de su ubicación socio-económica en la estructura; mientras capas aristobreriles depauperadas entran a interesarse teóricamente por el proletariado e incluso por su necesidad histórica revolucionaria. Dichas re-formulaciones no obedecen, en última instancia, a imantaciones por poderío ideológico, sino a la muy material razón de las redes, ramificaciones y vasos capilares regados a partir de los núcleos económicos, así como a las estructuras laborales satélites, los clientelismos, las dependencias productivas, etc., que estos núcleos van conformando a través del espacio social.
No en vano, un exponente del Capital financiero como es el Banco de Santander, no es un iceberg aislado en una lejanía metafísica, y contrapuesto absolutamente en abstracto a aquellos campos de clase con quienes en efecto mantiene un irreconciliable antagonismo de fondo. El Banco de Santander es también sus tres millones de accionistas, pequeños y medianos en su gran mayoría, espectro sensiblemente pequeñoburgués, aristobreril y de porciones obreras nada desdeñables.
Realidades como ésta última vuelven necesario abordar los antagonismos interclase desde la dialéctica, en lugar de razonar con una linealidad que omite a la ligera la contradicción entre necesidad histórica e intereses inmediatos; entre ser social substancial y ser sociológico, éste último con su saco de interdependencias, ayudas, carreras internas a la sombra del sindicato, favores, oportunidades y oportunismos. Por no hablar, por ejemplo, de las imbricaciones materiales entre la suerte que corre la empresa matriz, la suerte correlativa de sus empresas radiales y auxiliares, y las condiciones y perspectivas en la plantilla de trabajadores.
Por su parte, el viejo esquematismo que anuncia poco menos que una equivalencia entre presión económica creciente y desarrollo de la respuesta de clase orientada hacia finalidades económicas, es una idea que ahora se antoja risible.
El proletariado calibra sobre una balanza la enormidad de los riesgos y de las exclusiones nefastas que ese movimiento le comporta, en relación a lo miserable, volátil e incluso quijotesco de las mejoras.
Siendo así, por lo general los proletarios rehúsan “mojarse” en virtud de surcar tempestades hacia horizontes “de mejora” (contrariamente a la aristocracia obrera, clase que sí posee cuotas de poder político e ideológico a invertir en presionar por mejoras para sí, por más que bien poco consiga ya movilizar al proletariado a tales efectos). Si el horizonte es el de adaptarse y conseguir mínima seguridad y certidumbre, la ductilidad y el servilismo individuales se presentan como realistas, mientras que la protesta colectiva deviene camino innecesariamente escabroso.
Esta precisa cuestión de fondo, que el proletariado está demostrando haber razonado, manifiesta la presente resolución dialéctica entre lucha económica y lucha política, que se sintetiza como identidad donde sólo el desarrollo de la lucha política puede dar repercusiones económicas. Aunque el proletariado no ha hecho asimilación subjetiva de esta realidad, y aunque inactivo, sí está ya objetivamente por encima del viejo plano donde la secuencia económica habría supuestamente de anteceder a la secuencia política y conformarla. No podemos celebrar que ése sea el caso de la retaguardia ya hoy históricamente atrasada y lastre, hasta su ejercicio de auto-crítica y su auto-superación, para la andadura hacia el comunismo: el comunismo evolucionista, sedicente “Vanguardia”.
http://www.diario-octubre.com/2012/10/08/anti-metafisica-del-proletariado-algunas-paradojas-del-evolucionismo-revolucionario-en-espana/
¿Qué rumbo de relaciones interclase están imprimiendo en España las recetas de empobrecimiento notable aplicadas sobre proletariado, pequeña burguesía, campesinos y ganaderos, burguesía media productiva y aristocracia obrera, por inspiración de aquello que Sarkozy llamó “necesidad del Capital de re-fundarse” durante las reuniones de Bloque que sucedieron al infarto del parásito/padrino estadounidense?.
Incluso si eludimos cuestiones relativas a la mutación de la consciencia en sí en consciencia para sí, y al papel en ello de los comunistas, ¿es cierto que el gran re-ajuste impreso sobre las condiciones de las “clases subalternas” y del proletariado -con toda su pareja sociología evolutiva de distorsión de rostros, de demacrado y de nuevos rostros, especies sociales…- esté haciendo de catalizador a una re-acción apreciable y acumulativa siquiera refleja, instintiva, defensiva, entre los órganos dominados bajo el cuerpo social?.
¿No será el espectáculo, dirigido por y al servicio del Bloque imperialista declinante y de sus filiales oligárquicas “nacionales”, quien, por su vocación de tragarlo y reciclarlo todo para re-lanzarlo como imagen arrojadiza, hipertrofia la anécdota en “acontecimiento” a pronunciar desde su propia lógica intestina de lucha entre fracciones y hacia ella misma?. Supuesta “espontaneidad” sonorizada y engullida por el revival espectacular de “las dos Españas”, poco más que duelo entre colosos financieros escenificado: Botín contra el BBVA, Gas Natural contra REPSOL, y, por consiguiente, MEDIAPRO contra El Mundo y el PSOE contra el PP -ayer Falange contra el Opus Dei.
¿Hablamos de “acontecimientos” derivando hacia un proverbial “punto de no retorno”, o en el fondo estamos hablando de vistosos espasmos motrices y pataletas cuyo agitar no acarrea desplazarse cualitativo de coordenadas y quizás ni siquiera avance cuantitativo en calendario más allá de una fecha roja?. Tanto da: sea el caso uno o lo otro, ¿de qué campos de clase en pie hablamos realmente, de qué confluencias y de qué jerarquía ordenadora de formas y de objetivos más allá de la multiplicidad de presencias que confluyen?.
Cuando algunos comunistas formulan, sobre la supuesta “clase en movimiento”, el diagnóstico de estar marcándose su ruta de pasos desde una fatal abducción en el espectáculo, y a continuación retan a “la clase” a escapar del espectáculo bajo su guía, ¿no será el comunista en esa escena, el único preso del espectáculo que denuncia?. ¿No estará simplemente confundiendo la identificación de su “objeto de clase”?. ¿Quién le ha dicho al comunista que la contradicción entre base social y sentido objetivo del movimiento, es una relación de falsa consciencia?; ¿Quién le ha dicho que no se trata de una relación presidida por la perfecta coherencia de tal base con su condición aristobreril sedienta de explotar, en su beneficio y en su Bienestar, nuevas Providencias económicas ofertadas por las Potencias imperialistas a cambio de obtener entera sumisión política y de ahondar si cabe en la dependencia económica?: “Catalunya, nou Estat d’ Europa”.
Al fin y al cabo, la aristocracia obrera es una clase parasitaria que debe su Ser al sol imperialista que más caliente, y lo sabe, o lo intuye. Incluso si en Catalunya salió a caminar ciega respecto del trasfondo de interés objetivo propio, su red de órganos de clase (sindicatos, ONGs, corporaciones administrativas, prensa, partidos, tejido cívico, asociacionismo…) es ojos y lazarillo. Sensor agudo en captar por dónde despunta el sol que más calienta -si por el Norte, o el Oeste, o más al Oeste allende el Atlántico-, y hábil en sacar a su clase a la calle.
Cito la movilización del 11 de septiembre en Catalunya, porque no faltaron allí las comparsas comunistas, recorriendo la riada irracionalista con escuálidos fajos de octavillas en mano -triste caricatura del arma de la dialéctica, aún por reconstituir-, prestas esas comparsas a “elevar la dimensión de clase ínsita a la conciencia nacional” e incluso a “re-situarla como fuerza directriz del proceso nacional”…, ¡cuando, en realidad, el proletariado catalán fue el gran ausente!. Él: superviviente en sus barriadas castellano-hablantes, de condición inexistente hasta para sí mismo, como tragado por un agujero negro de silencio espectacular que lo destierra cada mañana a una dimensión de no-oficialidad y por tanto de irrealidad. “Algunos se llaman profundos porque van a pescar a lagos muy profundos, donde no hay peces. A eso ni siquiera le llamo yo superficial” (Friedrich Nietzsche).
Presumir activación de acción colectiva en respuesta a un golpe abrupto a las condiciones de subsistencia y a las condiciones de auto-reproducción posicional en la estructura -un shock social-, se ha demostrado en España a contraluz de los años de “crisis” nada más que eso: presunción. “La disputa acerca de la realidad o irrealidad del pensamiento -un pensamiento aislado de la práctica- es una disputa netamente escolástica” (2ª Tesis sobre Feuerbach). Excepción hecha de la aristocracia obrera, clase que sí está protagonizando en España sonada guerra y usando para sí a quien se le agregue, lo cierto es que el resto del espectro social lesionado por la llamada “crisis” ha yacido marcadamente inerte en sí mismo (otra cosas son las comparsas y su toque de palmas a la aristocracia obrera).
Bien es verdad que ese cuadro exceptúa al Movimiento 15-M y a su Plataforma y sus derivados, como el 25-S. Este movimiento es muy interesante desde la perspectiva revolucionaria, albergando en sí la contradicción siguiente: en lo subjetivo, enarbola un rechazo total abstracto del poder y de la política. Mientras en lo objetivo, y sin apenas consciencia de sus implicaciones, este movimiento está centrando su problematización tanto en la cuestión del poder como en la relatividad de la democracia; es decir, en la realidad o irrealidad de ésta con arreglo a su carácter de clase y a su propiedad popular o no popular. No obstante, ello lo hace a través de gestos y de conceptualizaciones muy limitados todavía, producto de esa auto-limitación subjetiva.
Huelga decir, a todo esto, que estoy hablando de acción colectiva sostenida, fuera de episodios fugaces o pintorescos que pierden su huella dejándola en los archivos digitales del espectáculo. Y hablo, en cualquier caso, de acción colectiva, ocasionadora de un impacto registrable y repercusor sobre la conciencia, lejos pues del solo rechistar en boca del taxista, de la pescadera o de las copiosas filas ante la caja de pago. Un rechistar quizás tornadizo, quizás prolongado en sus ecos, pero que en cualquier caso llevamos escuchando o pronunciando en España al menos desde el siglo XVI, con revoluciones o, normalmente, sin ellas.
¿A qué esperan los paradójicos evolucionistas “de la Revolución”?; ¿a que haya hambre y ésta desborde el caudal, al que encauzar con profesionalidad revolucionaria?. Hambre ya hay, y porta en sí su actuar adaptativo por medios ilegales cuando la subsistencia ya no cabe en la legalidad burguesa: sonadas apropiaciones de mercancías y ocupaciones de espacios mercantiles. Nada menos; y nada más.
Y el avance y extensificación del hambre, de los desahucios…, ¿irá llegando preñado de algo que no sea la mera proliferación correlativa de tales actos adaptativos, su organización, su maduración dentro de su propia Lógica de clase en sí y no para sí, etc.?. ¿O acaso gracias a la provisión comunista de su “suplemento de alma” -de conciencia-, este curso desatado podrá validar la premisa hegeliana de transformación de la cantidad en cualidad?.
¿No será que estaríamos más bien acercándonos a ese funesto punto paralítico que Marx describiera?: clase reducida a masa indefensa, desarticulada, vendida a derivar con los vientos del Capital y sometida a un apuro supervivencial de tal envergadura que apisonaría sus horizontes hasta límites de mero poder sacar la nariz un ápice por encima del lodazal e ir respirando “gracias al” mejor postor empresarial e imperialista. Ello sin descartar el emerger de consabidas formas de lucha, pero insertas en idéntica racionalidad (auto)conservadora, sólo que esta vez coordinando una colectividad esfuerzos individuales encaminados a proveer un poco más de oxígeno pantanoso a uno u otro individuo participante.
Entre comunistas, somos testigos demasiado a menudo en España, de cierta euforia evolucionista; éxtasis dimanado de la fe en la fuerza de los acontecimientos, que habrían de ir haciendo fermentar y madurar una materia lista en su mismo ambiente y en su misma composición química, para pasar a ser procesada por las “manos correctas”.
Estas manos, a su vez, habrían de ser perfecto objeto de forja por obra automática de la sociología compleja que elabora una distribución diferencial de aquella Physis del acontecer y la concreta a ésta distintamente en tanto que frutos: es como si las ideas se salieran de la realidad que las encierra implícitas, y rodaran a través de un plano inclinado hasta ir acumulándose sobre ciertas coordenadas particulares, tocando a las puertas cerebrales de los sujetos. El espontaneísmo situacionista lo explicaba así de fácil: la teoría situacionista es un producto de la sociedad espectacular-mercantil, tanto como la cibernética o el ciclotrón; el espectáculo produce a los ojos que saben leerla.
El pensamiento descrito es, en el fondo, puro utopismo parejo a aquel viejo utopismo pre-marxista que ensoñaba llamar a la puerta de los directores sociales y convencer demostrando el juicio inscrito a sus cartapacios, a sus planos y a sus Tratados. En ambos momentos el cientificismo está elucubrando una esencia a-histórica latente en su objeto humano de acción, esencia que, por si fuera poco, aparenta pesar más que las relaciones entre las clases, sus luchas, sus intereses, ideologías y dialéctica de transformaciones.
Toda la diferencia estriba en que, donde el viejo utopista decía “conciliación pensante del sujeto con los valores humanos”, “nuestro” nuevo evolucionista dice “proletariado”, y donde aquél escribía “Razón”, éste escribe “historia”. En el viejo caso, la base ideológica consiste en un objetivismo -que no objetividad- de signo idealista: lo objetivo, ente ajeno a contradicción mundana, ente que vale para todos, se impone sobre lo subjetivo a través de haberse encarnado en Idea comunicable. En el caso personificado por el evolucionista “comunista”, la base ideológica es de un objetivismo -que no objetividad- de cariz sin embargo materialista: lo objetivo, por su mismo curso inmanente, se auto-produce de un lado como idea focalizada en una franja particular. Mientras de otro lado se auto-produce como receptividad respecto de la idea, en el ámbito de una generalidad de clase. Generalidad a quien no restaría más que escuchar el lenguaje conscienciador de esa esencia que su propia práctica social ha producido en sí.
“El materialismo anterior, globalmente considerado (sin exceptuar el de Feuerbach), concibe el elemento objetivo, la realidad, la sensorialidad, bajo la forma, exclusivamente, de objeto o de visión. Nunca como actividad sensorial humana. Nunca como práctica. Nunca, en suma, subjetivamente. Y ésa es su insuficiencia básica. Insuficiencia que explica, por otra parte, que el lado activo no haya sido desarrollado sino de manera abstracta, y en oposición al materialismo, por el idealismo -que, naturalmente, no conoce la actividad real, sensible, como tal” (1ª Tesis sobre Feuerbach).
Bajo el mecanicismo evolucionista se esconde un abuso dogmático de la correcta premisa de Marx que conecta el ser social proletario (definido por la posición proletaria en el orden productivo, como por su alienación de los medios de subsistencia y de su producción misma) con la síntesis de dos cualidades en ese ser: necesidad y capacidad revolucionarias. La tergiversación mecanicista suele confundir la determinación a necesitar hacer y a poder hacer, con la determinación a hacer, cuestión última que requiere de la adición de voluntad a la capacidad, para transforma a ésta última en poder consumado (poder político), y no ya en mero poder consumar.
Pero la característica dogmática de este marco reside sobre todo en hacerse y propagar una representación abstracta del ser social proletario -en efecto invariante en tanto que substancia-; el dogmatismo, al desvestir la esencia general respecto de las concreciones contextuales que la atraviesan y que la producen a ésta en una dialéctica de fenómeno-esencia, des-realiza la substancia al estar pretendiendo desnudarla y purificarla. Haciendo abstracción de lo concreto -de ese acopio de caracteres y de relaciones contradictorias que Georg Lukács llamaba “mediaciones” y que operan en unas y otras condiciones históricas-, el dogmatismo degrada la substancia del ser social hasta el bajo punto de hacer una metafísica del proletariado, a quien re-elabora como entidad supuestamente indistinta para todo el arco histórico capitalista y la totalidad de sus épocas, periodos, contextos y coyunturas. Este ejercicio conduce al dogmatismo a mantener y a obedecer de modo fetichista a un postulado de espejismo ya pulverizado por Lenin en ¿Qué hacer?: el mito del proletariado abstracto, entendido como generalidad de composición y concebido en su generalidad práctica, realizando en sí y por sí su potencia revolucionaria inmanente.
Esta precisa falsificación metafísica vuelve a la carga arruinando todo balance a propósito de cómo la evolución capitalista con arreglo a épocas sucesivas, y su desarrollo de las clases y de las capas, ha afectado dialécticamente al proletariado bajo las Potencias y los Estados imperialistas, a sus representaciones, a sus relaciones interclase, a sus intereses inmediatos no históricos de clase en sí (clase del capitalismo), a sus expectativas, identificaciones y emulaciones subjetivas, tanto como a sus perspectivas reales de integración, de consumo y de subsistencia.
Sin ir más lejos, esta metafísica social percibe las clases y sus relaciones tal y como la física clásica comprendía la materia de composición atómica: las relaciones quedaban reservadas a los átomos en calidad de estructuras totales, resolviéndose como síntesis moleculares, mientras las partículas subatómicas permanecían en una mismidad impermeable a las demás estructuras correlativas.
Pero la física cuántica nos muestra una realidad micro-física transversal, donde la materia elemental se relaciona atravesando estructuras permeables, para integrarse en órbitas y en campos de acción que dejan así de ser ajenos. Por lo demás, los recorridos elementales trastornan las estructuras y las mutan.
Este patrón de realidad se reproduce al nivel superior de la materia social o materia consciente: no hay un proletariado y una aristocracia obrera metafísicos e inmersos en una relación que produjera solamente efectos “hacia afuera”. Existe, en cambio, una dialéctica “plasmática” e inter-determinante, donde, por ejemplo, franjas enteras del proletariado colindantes con la aristocracia obrera, se comportan políticamente como tal, aunque no lo sean al nivel de su ubicación socio-económica en la estructura; mientras capas aristobreriles depauperadas entran a interesarse teóricamente por el proletariado e incluso por su necesidad histórica revolucionaria. Dichas re-formulaciones no obedecen, en última instancia, a imantaciones por poderío ideológico, sino a la muy material razón de las redes, ramificaciones y vasos capilares regados a partir de los núcleos económicos, así como a las estructuras laborales satélites, los clientelismos, las dependencias productivas, etc., que estos núcleos van conformando a través del espacio social.
No en vano, un exponente del Capital financiero como es el Banco de Santander, no es un iceberg aislado en una lejanía metafísica, y contrapuesto absolutamente en abstracto a aquellos campos de clase con quienes en efecto mantiene un irreconciliable antagonismo de fondo. El Banco de Santander es también sus tres millones de accionistas, pequeños y medianos en su gran mayoría, espectro sensiblemente pequeñoburgués, aristobreril y de porciones obreras nada desdeñables.
Realidades como ésta última vuelven necesario abordar los antagonismos interclase desde la dialéctica, en lugar de razonar con una linealidad que omite a la ligera la contradicción entre necesidad histórica e intereses inmediatos; entre ser social substancial y ser sociológico, éste último con su saco de interdependencias, ayudas, carreras internas a la sombra del sindicato, favores, oportunidades y oportunismos. Por no hablar, por ejemplo, de las imbricaciones materiales entre la suerte que corre la empresa matriz, la suerte correlativa de sus empresas radiales y auxiliares, y las condiciones y perspectivas en la plantilla de trabajadores.
Por su parte, el viejo esquematismo que anuncia poco menos que una equivalencia entre presión económica creciente y desarrollo de la respuesta de clase orientada hacia finalidades económicas, es una idea que ahora se antoja risible.
El proletariado calibra sobre una balanza la enormidad de los riesgos y de las exclusiones nefastas que ese movimiento le comporta, en relación a lo miserable, volátil e incluso quijotesco de las mejoras.
Siendo así, por lo general los proletarios rehúsan “mojarse” en virtud de surcar tempestades hacia horizontes “de mejora” (contrariamente a la aristocracia obrera, clase que sí posee cuotas de poder político e ideológico a invertir en presionar por mejoras para sí, por más que bien poco consiga ya movilizar al proletariado a tales efectos). Si el horizonte es el de adaptarse y conseguir mínima seguridad y certidumbre, la ductilidad y el servilismo individuales se presentan como realistas, mientras que la protesta colectiva deviene camino innecesariamente escabroso.
Esta precisa cuestión de fondo, que el proletariado está demostrando haber razonado, manifiesta la presente resolución dialéctica entre lucha económica y lucha política, que se sintetiza como identidad donde sólo el desarrollo de la lucha política puede dar repercusiones económicas. Aunque el proletariado no ha hecho asimilación subjetiva de esta realidad, y aunque inactivo, sí está ya objetivamente por encima del viejo plano donde la secuencia económica habría supuestamente de anteceder a la secuencia política y conformarla. No podemos celebrar que ése sea el caso de la retaguardia ya hoy históricamente atrasada y lastre, hasta su ejercicio de auto-crítica y su auto-superación, para la andadura hacia el comunismo: el comunismo evolucionista, sedicente “Vanguardia”.
http://www.diario-octubre.com/2012/10/08/anti-metafisica-del-proletariado-algunas-paradojas-del-evolucionismo-revolucionario-en-espana/