"La libertad sexual no es posible bajo el capitalismo"
publicado en octubre de 2012 por la organización en Gran Bretaña de la Corriente Comunista Internacional - CCI
La visión más extendida reduce la lucha de la clase obrera a un movimiento económico y político. Esto es una adulteración del auténtico movimiento emancipador del proletariado para el que “nada de lo humano le es ajeno”[1]. Es cierto que en última instancia la radiografía de la sociedad reside en el análisis económico y es, igualmente cierto, que solo mediante la lucha política por derribar el Estado burgués en todos los países, podrá el proletariado liberarse junto con toda la humanidad oprimida y explotada. Pero de ahí no se deriva ni mucho menos que las cuestiones teóricas y científicas, culturales, éticas, artísticas etc., sean meras “derivadas”, que la lucha del proletariado y la reflexión en su seno, deba relativizar. Como dicen las Notas Complementarias que publicamos «El movimiento proletario no puede mantenerse “ajeno” o “sin opinión” sobre estas cuestiones, que socavan la capacidad del proletariado de unirse y aumentan el “dominio espiritual” de la burguesía sobre él (…) la existencia proletaria, su dimensión humana y su lucha por hacerla valer ante una sociedad organizada en su contra, es complemento y refuerzo imprescindible en la lucha de clase. La rabia y la indignación ante abusos y tratos humillantes de patronos, capataces, policías o caseros; la rebelión contra toda clase de represión en las relaciones humanas; la insubordinación a las normas y valores imperantes; son elementos que han jugado y jugarán un papel importantísimo en el “océano de fenómenos” de la lucha proletaria».
En esta línea, damos a conocer como contribución al debate, un artículo escrito por un simpatizante de la CCI en Gran Bretaña. A su vez, el compañero simpatizante que lo ha traducido del inglés nos ha enviado unas Notas Complementarias que publicamos al final, que saludamos y con las que globalmente nos sentimos de acuerdo. Nos parece muy estimulante que el acto mismo de una traducción no sea considerado como una simple tarea “técnica” sino que anime una contribución y un debate.
Publicamos a continuación un artículo escrito por uno de nuestros contactos en colaboración con militantes de la CCI. Queremos saludar la voluntad del compañero para contribuir en el debate de uno de los asuntos “candentes”[2] de la actualidad – los “derechos” de los homosexuales – desde una perspectiva de clase. Nos gustaría también saludar el enfoque que utiliza el compañero. Pensamos que es muy interesante el abordaje del tema desde la perspectiva de los sentimientos humanos. De la misma forma, estamos de acuerdo con la compresión política del camarada y su argumentación. Invitamos a todos nuestros contactos a escribirnos sobre todos aquellos temas que contribuyan a la clarificación y a la emancipación de la clase obrera.
El “debate” acerca de si los gays y lesbianas deberían disfrutar del “derecho” legal al matrimonio y los aspectos derivados de éste como las ayudas estatales que tienen las parejas heterosexuales casadas – el derecho al reconocimiento de la viudedad está entre los más reivindicados- se encuentra “en el candelero”, y la clase dominante lo saca de la chistera de tanto en tanto, especialmente cuando se acercan elecciones. En este articulo nos gustaría subrayar la hipocresía de la burguesía, ya sea en su versión de izquierdas, de centro o de derechas, cuyo enfoque del tema no va más allá del “humanismo” (izquierda y centro) o del de tipo moral/religioso (la derecha). A la administración Obama le gusta presentarse como “progresista”, mostrándose a favor de cambios legales en los Estados que no permiten el matrimonio gay (el caso más reciente es el referéndum en Carolina del Norte), sin tratar en cambio de convertir el matrimonio legal en un derecho constitucional. La derecha necesita responder a los miedos y calmar las inquietudes de su base electoral conservadora, de ahí la postura de Mitt Romney y el Partido Republicano. Todo el “debate” es realmente una táctica de la administración Obama para atraerse a la juventud y a los más “progresistas”, junto con el electorado gay, y empujar a Romney y a los sectores religiosos a que de forma clara y forzada se opongan al matrimonio gay, con el consiguiente coste en votos, ya que el posible movimiento de Romney hacia la derecha corre el riesgo de alejarlo del sector indeciso del electorado. Está claro que la postura legalista es completamente hipócrita. Pretende utilizar una situación que es vivida de una forma dramática y humillante por gays y lesbianas para alimentar divisiones y posteriores polémicas para propósitos políticos. Sin embargo, la oposición a menudo vehemente de los anti-matrimonio gay de la derecha no debe confundirnos y pensar que la legalización de un aspecto de la vida personal significaría algún tipo de desafío al sistema de explotación capitalista.
Hoy en día es fácil ver u oír debates de los medios sobre los derechos de gays y lesbianas. Resulta curioso observar cómo los medios burgueses se empeñan en resaltar aquellos elementos sobre los que habría más diferencias entre seres humanos, enfatizando cuestiones donde más opiniones contrarias existen. Pero la burguesía y sus voceros de la prensa son sumamente hipócritas. Sobre todo cuando el “partidismo” es algo tan marcado en el actual clima político. Ahora parece que algunos sectores de la burguesía apoyan el matrimonio gay. Es más, lo hacen -dicen- desde un profundo sentido humanista, a menudo hablando de una lucha por la “igualdad” o por los “derechos civiles”.
Cabe preguntarse pues: ¿de qué”igualdad” hablamos? ¿Para quiénes? ¿Es la “libertad en el matrimonio” una reivindicación para la clase trabajadora? ¿La libertad sexual es incluso posible bajo el capitalismo? Como proletarios, debemos decir que la respuesta a ambas preguntas es negativa. Construir un mundo libre de homofobia y heterosexismo, donde cada individuo sea visto y tratado como un ser humano, en vez de como una etiqueta, es imposible en el capitalismo.
Desde hace algún tiempo, existen elementos del aparato político burgués que abogan por el reconocimiento legal del matrimonio homosexual. A menudo estas argumentaciones se expresan de una forma dirigida a la clase trabajadora. Dicen que legalizar el matrimonio homosexual mejoraría la calidad de vida de gays y lesbianas, incluyendo a los trabajadores, ya que tendrían acceso a los derechos incluidos en él (divorcio, prestaciones, viudedad, etc). Pero, bajo el capitalismo, las relaciones humanas están reducidas a un mero elemento de cambio. Los sentimientos no son otra cosa que meras mercancías y cálculo económico para la burguesía. Podemos ver las necesidades económicas detrás de la reivindicación de legalizar el matrimonio homosexual, pero ¿qué podemos decir del concepto de matrimonio en el capitalismo?.
Marx y Engels escribieron en el Manifiesto Comunista que, «La burguesía ha echado abajo el velo sentimental de la familia, y la ha reducido a una mera relación monetaria». Para añadir, «El proletariado no tiene propiedad; sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen nada en común con las relaciones familiares burguesas... ¿En qué se basa la familia actual, la familia burguesa? En capital, en beneficio privado. En su estado plenamente desarrollado, la familia sólo existe para la burguesía».
Así que, según la definición de Marx y Engels del matrimonio bajo el capitalismo, podemos comenzar a entender que “los derechos de igualdad del matrimonio” es un término que sólo se puede aplicar a quienes se benefician del matrimonio, es decir, a las clases propietarias. El matrimonio se basa fundamentalmente en el derecho de propiedad y de herencia. Este elemento ha definido históricamente qué personas la clase dominante estima aceptables para ser propietarias e incluso para ser ellas mismas propiedad. En su forma originaria el matrimonio significaba la posesión de la mujer y su propiedad por el marido. Está claro pues que, desde el punto de vista de la burguesía, el matrimonio no se basa plenamente en respecto mutuo y amor, sino principalmente en posesión y propiedad.
Pero, ¿por qué necesitamos que la clase dominante nos diga qué es el matrimonio y quién puede casarse y quién no? Como hemos comentado en algunos artículos en la CCI (Internationalism 130 y otros), una sociedad comunista sería sin embargo «una sociedad más allá de la familia en la que las relaciones humanas estarán reguladas por el amor mutuo y el respeto, y no por las leyes sancionadas por el Estado».
El Estado burgués democrático y sus agentes nunca plantean la cuestión de los derechos de los homosexuales en términos de necesidades humanas. ¿Cuáles son las necesidades de gays y lesbianas? ¿y las necesidades de los seres humanos en general? Es indudable que la represión a la comunidad homosexual es bien real. Vemos homofobia, heterosexismo y patriarcado por todas partes bajo el capitalismo; quien diga lo contrario está equivocado. Por citar un ejemplo, el acoso a jóvenes homosexuales se ha convertido en una “epidemia” según los medios burgueses. Muchas de estas terribles experiencias llevan a la depresión y, en algunos casos, al suicidio.
Pero, ¿la burguesía trata de solucionar estos problemas? ¿qué hay de la legislación? ¿algunas de las leyes o enmiendas abordan los temas sociales? ¡No! El debate casi siempre se aborda desde un punto de vista religioso o moralista. Todos los cacareados “derechos humanos” aprobados por el Estado capitalista y sus leyes no pueden hacer nada para extirpar siglos de intolerancia de origen religioso o moral. Se acusa a la religión y a los religiosos por sus creencias atrasadas, lo que en última instancia sirve para crear polarización y enfrentamiento. En ese contexto, legalizar los matrimonios del mismo sexo únicamente ayuda al Estado capitalista a mostrarse como una entidad “justa” y “benefactora”.
Si aún pudiera haber algo de sinceridad en la clase dominante hacia la autorización del matrimonio gay, deriva de su necesidad de distraer al proletariado y arrastrarlo al circo electoral y legalista. Por supuesto, también es verdad que el creciente apoyo hacia la libertad sexual proviene de un conocimiento más profundo de la sexualidad humana, y un sentido mayor de solidaridad humana. Pero ¿le importa algo a la clase dominante estas cosas? ¿deberían hacerlo? Si uno posee dinero tus derechos no corren riesgo, o se encuentran por encima de cualquier debate. “La igualdad en el matrimonio” no implica unas relaciones sanas o igualdad económica; al contrario, acrecienta el dominio de clase de la burguesía.
Las luchas sociales que abordan sólo parcialmente los problemas fundamentales del capitalismo, aunque expresen problemas reales existentes en la sociedad, distraen a la clase obrera de sus tareas revolucionaria y debates. Ya hemos hablado de la fijación de la burguesía sobre el debate de los derechos de gays y lesbianas, casi hasta el punto de llegar la obsesión. Pero esta fijación tiene lugar entre los llamados “revolucionarios” también.
Se utiliza a menudo un lenguaje dirigido exclusivamente a los trabajadores con el fin de “organizarlos” en torno a un elemento transversal, que va más allá de las clases sociales. El argumento de que la obtención de derechos para los homosexuales nos acercará a “la igualdad total” es completamente equivocado, cuando un principio básico de los comunistas es que la igualdad es imposible bajo el capitalismo. ¿Por qué los revolucionarios deberían luchar por “acercarnos” a una sociedad igualitaria? ¡Lo que necesitamos es luchar contra todas las injusticias del capitalismo a la vez! Muchos de estos mismos “revolucionarios” llaman a estas medidas legales o electorales a favor de los derechos de los homosexuales “victorias” para los trabajadores. Pero estas victorias no hacen sino reforzar la sociedad burguesa.
Las políticas de legalismo y democratismo no tienen nada que ofrecer a la clase obrera. La verdadera emancipación humana sólo puede venir de la revolución proletaria. Los obreros deben siempre apoyar a los homosexuales, sobre todo en una sociedad que los aliena y ridiculiza de una forma tan terrible. Pero debemos tener cuidado en relación a las campañas burguesas que acompañan esos debates, que no suelen tener otro fin que la distracción y canalización que nos impida luchar por nuestro objetivo final: acabar con toda forma de represión y explotación.
Notas incompletas sobre la familia, el matrimonio homosexual y la lucha proletaria
La familia como estructura social en la sociedad capitalista se mueve dentro de una dualidad: por un lado es reivindicada ideológicamente de forma más o menos general por las diferentes fracciones de la clase dominante (en su forma “tradicional” o “moderna”); pero por el otro, el mismo desarrollo económico y social tiende a destruir los lazos comunitarios en general y familiares en particular. En efecto, el capitalismo ya sea partiéndola (emigración, movilidad laboral), pudriéndola (destrucción y dejadez planificada de zonas obreras; alcoholismo; drogadicción; televisión; pobreza) o simple y llanamente imposibilitando su constitución (precariedad, paro y miseria que hacen imposible unos mínimos proyectos vitales), socava mortalmente las bases familiares. La “vuelta a la familia” que estamos viendo en amplios sectores castigados por la crisis (varias generaciones compartiendo una vivienda; el regreso obligado de hijos emancipados a la casa familiar) no es otra cosa que resultado de la miseria y el deterioro creciente de las condiciones de vida; no se crea familia, sino que se destruye, porque las opciones de las generaciones más jóvenes de independizarse y formarla son cada vez más exiguas. La “familia tradicional” o “normal” es de forma creciente sobre todo una construcción estereotipada que ni siquiera la burguesía (clase campeona en la hipocresía y la doble moral) cumple en realidad.
De forma general, esta dualidad entre discurso y realidad es una constante que recorre el conjunto de la sociedad burguesa, siendo especialmente significativa en la cuestión de la defensa de la propiedad (la de la clase capitalista, claro): cuanto más el sistema dice defenderla y fomentarla, más expropia e imposibilita a sectores crecientes de la población el acceso a ella.
¿Por qué, a pesar de todo, la clase dominante hace de la familia un valor que defender? Podríamos encontrar varias respuestas. Para empezar, - y como decimos, a pesar de todo- la familia aparece como la unidad mínima de reproducción permitida en la sociedad; la célula más o menos estanca que limita con otras células; una pseudo comunidad permitida precisamente para evitar una comunidad mayor y real. De hecho la ausencia y destrucción de lazos comunitarios entre los explotados y la población en general es una de las razones por el que este sistema, nocivo par la inmensa mayoría, se mantiene en pié. Del mismo modo, algunas de las lacras que el sistema social capitalista genera en el ámbito familiar (cínicamente “lamentadas” por la burguesía y sus medios), como los diferentes malos tratos y abusos, están estrechamente ligados a este aspecto de célula estanca, con individuos atomizados e indefensos; en una sociedad comunitaria obviamente no tendrían cabida, o serían rápidamente abordados.
A su vez, como heredero de sociedades de clase precedentes - y especialmente en su fase decadente en la que utiliza toda clase de ideologías reaccionarias para perpetuarse- el capitalismo también usa elementos ideológicos y estereotipos vinculados a todo tipo instituciones religiosas (en el que lo puramente espiritual es secundario, primando lo ideológico, lo político y el control social) que marcan lo que “la familia debe ser”, o los modelos de comportamiento “correctos”, y de ahí que su aparato político venda de forma hipócrita ese modelo de familia (el caso de los EEUU, aunque ni mucho menos el único, sí puede ser que se encuentre entre de los más significativos y ridículos de la doble moral burguesa). Modelo que sin embargo, como comentábamos arriba, el propio desarrollo de la sociedad burguesa destruye entre la mayoría, y en la propia burguesía sólo lo mantiene de “cara a la galería” y la “opinión pública” (ver también en los USA los diferentes “escándalos”, utilizados en jugarretas políticas, protagonizados por diferentes elementos “fervientes defensores de la familia” y “profundamente religiosos” del aparato político burgués: caso Bill Clinton, caso Eliot Spitzer, escándalo Madame D.C., etc )
Sin embargo, el Estado “democrático”, como forma más cínica y eficaz de dictadura capitalista, en el marco de un sistema devorado por irresolubles y profundas contradicciones y antagonismos sociales, debe “ceder” en todo salvo en lo esencial (la propiedad de los medios de producción por parte de la burguesía y su Estado); cambiarlo “todo” para que todo siga igual. Es por eso que la sociedad burguesa se adapta a los cambios sociales y de valores, y los canaliza para su propio apuntalamiento. De ahí, junto con la necesidad de crear toda clase de polémicas y confrontaciones de distracción, la puesta en escena de los (superficiales) “debates” sobre el matrimonio homosexual y otros.
El obrerismo y el sindicalismo, como estructuras e ideologías absorbidas por el Estado y utilizadas por la burguesía para sabotear la lucha proletaria, reduce esta última a un mero cálculo económico, a simplemente “arrancarle plusvalía a la clase capitalista”. El resto serían cuestiones “interclasistas” o “secundarias”. Sin embargo la existencia proletaria, su dimensión humana y su lucha por hacerla valer ante una sociedad organizada en su contra, es complemento y refuerzo imprescindible en la lucha de clase. La rabia y la indignación ante abusos y tratos humillantes de patronos, capataces, policías o caseros; la rebelión contra toda clase de represión en las relaciones humanas; la insubordinación a las normas y valores imperantes; son elementos que han jugado y jugarán un papel importantísimo en el “océano de fenómenos” de la lucha proletaria. El proletario, privado de los medios de producción, atomizado, supeditado al burgués y su Estado para poder sobrevivir, sólo tiene un único camino: la autoorganización, la unión, la solidaridad, con sus iguales. Sólo afirmándose como proletario contra la sociedad burguesa y los valores que la sostienen, es como puede enfrentarse a esta y negar el papel social que le tiene adjudicado. Y sólo así puede afirmar su carácter humano, que es lo único que posee para reivindicar.
La clase dominante hace uso de toda clase de valores e ideologías reaccionarias para sostenerse en el poder: racismo, machismo, heterosexismo, nacionalismos, superstición, etc. El movimiento proletario no puede mantenerse “ajeno” o “sin opinión” sobre estas cuestiones, que socavan la capacidad del proletariado de unirse y aumentan el “dominio espiritual” de la burguesía sobre él. Pero tampoco debe convertirlas en un factor de división en el seno de la clase obrera, que dificulte su lucha, precisamente porque en esta lucha y en los lazos y relaciones que surgen con ella es como realmente se socava ese “dominio espiritual” y salen a la luz los prejuicios burgueses. La lucha proletaria es el mejor antídoto a las mentiras burguesas. Por tanto, es necesario encontrar un equilibrio entre la necesaria crítica a las ideologías reaccionarias como armas de división de la burguesía, y no convertir esta crítica precisamente en un elemento de división añadido. Hay que poner sobre la mesa lo que nos une como explotados y oprimidos.
La emancipación de los negros, de las mujeres, de los homosexuales... no será obra de ellos mismos por su cuenta, sino unidos en un movimiento global contra un sistema inhumano. Sólo el movimiento proletario puede aglutinar en su seno todos los agravios que esta sociedad genera, e incluir todos los aspectos humanos como armas contra el capital, pero no en movimientos separados y dispersos (y a menudo perfectamente integrados en el sistema), sino como un único puño. La lucha proletaria se enriquece política y socialmente de todos los elementos “transversales” capaz de aglutinar en torno suya; y a su vez estos elementos “transversales” encuentran en el movimiento proletario la única fuerza social capaz de hacer realidad sus fines, de conseguir una existencia sin racismo, sin discriminación ni opresión por motivos de preferencias sexuales, o sin destrucción absurda y suicida del medio ambiente.
Notas:
[1] Esta frase proviene del esclavo romano Terencio, poeta. Fue adoptada por Cervantes e igualmente por Marx que la convirtió en una de sus divisas preferidas.
[2] El debate en cuestión sobre los matrimonios homosexuales ha ocupado portada los últimos tiempos en Francia, especialmente tras la intención anunciada de Hollande de legalizar estos matrimonios y la respuesta de la Iglesia católica francesa en contra. En EUU, el anuncio de Obama el pasado mes de mayo de su apoyo abierto a los matrimonios homosexuales ha pasado a ocupar un importante espacio del “debate político” con los republicanos. En España, la cuestión del matrimonio gay (junto con otros temas como el aborto o la presencia de la religión en las escuelas públicas) también es un recurso cíclico de distracción y confrontación entre “progresistas” y “conservadores”.
publicado en octubre de 2012 por la organización en Gran Bretaña de la Corriente Comunista Internacional - CCI
La visión más extendida reduce la lucha de la clase obrera a un movimiento económico y político. Esto es una adulteración del auténtico movimiento emancipador del proletariado para el que “nada de lo humano le es ajeno”[1]. Es cierto que en última instancia la radiografía de la sociedad reside en el análisis económico y es, igualmente cierto, que solo mediante la lucha política por derribar el Estado burgués en todos los países, podrá el proletariado liberarse junto con toda la humanidad oprimida y explotada. Pero de ahí no se deriva ni mucho menos que las cuestiones teóricas y científicas, culturales, éticas, artísticas etc., sean meras “derivadas”, que la lucha del proletariado y la reflexión en su seno, deba relativizar. Como dicen las Notas Complementarias que publicamos «El movimiento proletario no puede mantenerse “ajeno” o “sin opinión” sobre estas cuestiones, que socavan la capacidad del proletariado de unirse y aumentan el “dominio espiritual” de la burguesía sobre él (…) la existencia proletaria, su dimensión humana y su lucha por hacerla valer ante una sociedad organizada en su contra, es complemento y refuerzo imprescindible en la lucha de clase. La rabia y la indignación ante abusos y tratos humillantes de patronos, capataces, policías o caseros; la rebelión contra toda clase de represión en las relaciones humanas; la insubordinación a las normas y valores imperantes; son elementos que han jugado y jugarán un papel importantísimo en el “océano de fenómenos” de la lucha proletaria».
En esta línea, damos a conocer como contribución al debate, un artículo escrito por un simpatizante de la CCI en Gran Bretaña. A su vez, el compañero simpatizante que lo ha traducido del inglés nos ha enviado unas Notas Complementarias que publicamos al final, que saludamos y con las que globalmente nos sentimos de acuerdo. Nos parece muy estimulante que el acto mismo de una traducción no sea considerado como una simple tarea “técnica” sino que anime una contribución y un debate.
Publicamos a continuación un artículo escrito por uno de nuestros contactos en colaboración con militantes de la CCI. Queremos saludar la voluntad del compañero para contribuir en el debate de uno de los asuntos “candentes”[2] de la actualidad – los “derechos” de los homosexuales – desde una perspectiva de clase. Nos gustaría también saludar el enfoque que utiliza el compañero. Pensamos que es muy interesante el abordaje del tema desde la perspectiva de los sentimientos humanos. De la misma forma, estamos de acuerdo con la compresión política del camarada y su argumentación. Invitamos a todos nuestros contactos a escribirnos sobre todos aquellos temas que contribuyan a la clarificación y a la emancipación de la clase obrera.
El “debate” acerca de si los gays y lesbianas deberían disfrutar del “derecho” legal al matrimonio y los aspectos derivados de éste como las ayudas estatales que tienen las parejas heterosexuales casadas – el derecho al reconocimiento de la viudedad está entre los más reivindicados- se encuentra “en el candelero”, y la clase dominante lo saca de la chistera de tanto en tanto, especialmente cuando se acercan elecciones. En este articulo nos gustaría subrayar la hipocresía de la burguesía, ya sea en su versión de izquierdas, de centro o de derechas, cuyo enfoque del tema no va más allá del “humanismo” (izquierda y centro) o del de tipo moral/religioso (la derecha). A la administración Obama le gusta presentarse como “progresista”, mostrándose a favor de cambios legales en los Estados que no permiten el matrimonio gay (el caso más reciente es el referéndum en Carolina del Norte), sin tratar en cambio de convertir el matrimonio legal en un derecho constitucional. La derecha necesita responder a los miedos y calmar las inquietudes de su base electoral conservadora, de ahí la postura de Mitt Romney y el Partido Republicano. Todo el “debate” es realmente una táctica de la administración Obama para atraerse a la juventud y a los más “progresistas”, junto con el electorado gay, y empujar a Romney y a los sectores religiosos a que de forma clara y forzada se opongan al matrimonio gay, con el consiguiente coste en votos, ya que el posible movimiento de Romney hacia la derecha corre el riesgo de alejarlo del sector indeciso del electorado. Está claro que la postura legalista es completamente hipócrita. Pretende utilizar una situación que es vivida de una forma dramática y humillante por gays y lesbianas para alimentar divisiones y posteriores polémicas para propósitos políticos. Sin embargo, la oposición a menudo vehemente de los anti-matrimonio gay de la derecha no debe confundirnos y pensar que la legalización de un aspecto de la vida personal significaría algún tipo de desafío al sistema de explotación capitalista.
Hoy en día es fácil ver u oír debates de los medios sobre los derechos de gays y lesbianas. Resulta curioso observar cómo los medios burgueses se empeñan en resaltar aquellos elementos sobre los que habría más diferencias entre seres humanos, enfatizando cuestiones donde más opiniones contrarias existen. Pero la burguesía y sus voceros de la prensa son sumamente hipócritas. Sobre todo cuando el “partidismo” es algo tan marcado en el actual clima político. Ahora parece que algunos sectores de la burguesía apoyan el matrimonio gay. Es más, lo hacen -dicen- desde un profundo sentido humanista, a menudo hablando de una lucha por la “igualdad” o por los “derechos civiles”.
Cabe preguntarse pues: ¿de qué”igualdad” hablamos? ¿Para quiénes? ¿Es la “libertad en el matrimonio” una reivindicación para la clase trabajadora? ¿La libertad sexual es incluso posible bajo el capitalismo? Como proletarios, debemos decir que la respuesta a ambas preguntas es negativa. Construir un mundo libre de homofobia y heterosexismo, donde cada individuo sea visto y tratado como un ser humano, en vez de como una etiqueta, es imposible en el capitalismo.
Desde hace algún tiempo, existen elementos del aparato político burgués que abogan por el reconocimiento legal del matrimonio homosexual. A menudo estas argumentaciones se expresan de una forma dirigida a la clase trabajadora. Dicen que legalizar el matrimonio homosexual mejoraría la calidad de vida de gays y lesbianas, incluyendo a los trabajadores, ya que tendrían acceso a los derechos incluidos en él (divorcio, prestaciones, viudedad, etc). Pero, bajo el capitalismo, las relaciones humanas están reducidas a un mero elemento de cambio. Los sentimientos no son otra cosa que meras mercancías y cálculo económico para la burguesía. Podemos ver las necesidades económicas detrás de la reivindicación de legalizar el matrimonio homosexual, pero ¿qué podemos decir del concepto de matrimonio en el capitalismo?.
Marx y Engels escribieron en el Manifiesto Comunista que, «La burguesía ha echado abajo el velo sentimental de la familia, y la ha reducido a una mera relación monetaria». Para añadir, «El proletariado no tiene propiedad; sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen nada en común con las relaciones familiares burguesas... ¿En qué se basa la familia actual, la familia burguesa? En capital, en beneficio privado. En su estado plenamente desarrollado, la familia sólo existe para la burguesía».
Así que, según la definición de Marx y Engels del matrimonio bajo el capitalismo, podemos comenzar a entender que “los derechos de igualdad del matrimonio” es un término que sólo se puede aplicar a quienes se benefician del matrimonio, es decir, a las clases propietarias. El matrimonio se basa fundamentalmente en el derecho de propiedad y de herencia. Este elemento ha definido históricamente qué personas la clase dominante estima aceptables para ser propietarias e incluso para ser ellas mismas propiedad. En su forma originaria el matrimonio significaba la posesión de la mujer y su propiedad por el marido. Está claro pues que, desde el punto de vista de la burguesía, el matrimonio no se basa plenamente en respecto mutuo y amor, sino principalmente en posesión y propiedad.
Pero, ¿por qué necesitamos que la clase dominante nos diga qué es el matrimonio y quién puede casarse y quién no? Como hemos comentado en algunos artículos en la CCI (Internationalism 130 y otros), una sociedad comunista sería sin embargo «una sociedad más allá de la familia en la que las relaciones humanas estarán reguladas por el amor mutuo y el respeto, y no por las leyes sancionadas por el Estado».
El Estado burgués democrático y sus agentes nunca plantean la cuestión de los derechos de los homosexuales en términos de necesidades humanas. ¿Cuáles son las necesidades de gays y lesbianas? ¿y las necesidades de los seres humanos en general? Es indudable que la represión a la comunidad homosexual es bien real. Vemos homofobia, heterosexismo y patriarcado por todas partes bajo el capitalismo; quien diga lo contrario está equivocado. Por citar un ejemplo, el acoso a jóvenes homosexuales se ha convertido en una “epidemia” según los medios burgueses. Muchas de estas terribles experiencias llevan a la depresión y, en algunos casos, al suicidio.
Pero, ¿la burguesía trata de solucionar estos problemas? ¿qué hay de la legislación? ¿algunas de las leyes o enmiendas abordan los temas sociales? ¡No! El debate casi siempre se aborda desde un punto de vista religioso o moralista. Todos los cacareados “derechos humanos” aprobados por el Estado capitalista y sus leyes no pueden hacer nada para extirpar siglos de intolerancia de origen religioso o moral. Se acusa a la religión y a los religiosos por sus creencias atrasadas, lo que en última instancia sirve para crear polarización y enfrentamiento. En ese contexto, legalizar los matrimonios del mismo sexo únicamente ayuda al Estado capitalista a mostrarse como una entidad “justa” y “benefactora”.
Si aún pudiera haber algo de sinceridad en la clase dominante hacia la autorización del matrimonio gay, deriva de su necesidad de distraer al proletariado y arrastrarlo al circo electoral y legalista. Por supuesto, también es verdad que el creciente apoyo hacia la libertad sexual proviene de un conocimiento más profundo de la sexualidad humana, y un sentido mayor de solidaridad humana. Pero ¿le importa algo a la clase dominante estas cosas? ¿deberían hacerlo? Si uno posee dinero tus derechos no corren riesgo, o se encuentran por encima de cualquier debate. “La igualdad en el matrimonio” no implica unas relaciones sanas o igualdad económica; al contrario, acrecienta el dominio de clase de la burguesía.
Las luchas sociales que abordan sólo parcialmente los problemas fundamentales del capitalismo, aunque expresen problemas reales existentes en la sociedad, distraen a la clase obrera de sus tareas revolucionaria y debates. Ya hemos hablado de la fijación de la burguesía sobre el debate de los derechos de gays y lesbianas, casi hasta el punto de llegar la obsesión. Pero esta fijación tiene lugar entre los llamados “revolucionarios” también.
Se utiliza a menudo un lenguaje dirigido exclusivamente a los trabajadores con el fin de “organizarlos” en torno a un elemento transversal, que va más allá de las clases sociales. El argumento de que la obtención de derechos para los homosexuales nos acercará a “la igualdad total” es completamente equivocado, cuando un principio básico de los comunistas es que la igualdad es imposible bajo el capitalismo. ¿Por qué los revolucionarios deberían luchar por “acercarnos” a una sociedad igualitaria? ¡Lo que necesitamos es luchar contra todas las injusticias del capitalismo a la vez! Muchos de estos mismos “revolucionarios” llaman a estas medidas legales o electorales a favor de los derechos de los homosexuales “victorias” para los trabajadores. Pero estas victorias no hacen sino reforzar la sociedad burguesa.
Las políticas de legalismo y democratismo no tienen nada que ofrecer a la clase obrera. La verdadera emancipación humana sólo puede venir de la revolución proletaria. Los obreros deben siempre apoyar a los homosexuales, sobre todo en una sociedad que los aliena y ridiculiza de una forma tan terrible. Pero debemos tener cuidado en relación a las campañas burguesas que acompañan esos debates, que no suelen tener otro fin que la distracción y canalización que nos impida luchar por nuestro objetivo final: acabar con toda forma de represión y explotación.
Notas incompletas sobre la familia, el matrimonio homosexual y la lucha proletaria
La familia como estructura social en la sociedad capitalista se mueve dentro de una dualidad: por un lado es reivindicada ideológicamente de forma más o menos general por las diferentes fracciones de la clase dominante (en su forma “tradicional” o “moderna”); pero por el otro, el mismo desarrollo económico y social tiende a destruir los lazos comunitarios en general y familiares en particular. En efecto, el capitalismo ya sea partiéndola (emigración, movilidad laboral), pudriéndola (destrucción y dejadez planificada de zonas obreras; alcoholismo; drogadicción; televisión; pobreza) o simple y llanamente imposibilitando su constitución (precariedad, paro y miseria que hacen imposible unos mínimos proyectos vitales), socava mortalmente las bases familiares. La “vuelta a la familia” que estamos viendo en amplios sectores castigados por la crisis (varias generaciones compartiendo una vivienda; el regreso obligado de hijos emancipados a la casa familiar) no es otra cosa que resultado de la miseria y el deterioro creciente de las condiciones de vida; no se crea familia, sino que se destruye, porque las opciones de las generaciones más jóvenes de independizarse y formarla son cada vez más exiguas. La “familia tradicional” o “normal” es de forma creciente sobre todo una construcción estereotipada que ni siquiera la burguesía (clase campeona en la hipocresía y la doble moral) cumple en realidad.
De forma general, esta dualidad entre discurso y realidad es una constante que recorre el conjunto de la sociedad burguesa, siendo especialmente significativa en la cuestión de la defensa de la propiedad (la de la clase capitalista, claro): cuanto más el sistema dice defenderla y fomentarla, más expropia e imposibilita a sectores crecientes de la población el acceso a ella.
¿Por qué, a pesar de todo, la clase dominante hace de la familia un valor que defender? Podríamos encontrar varias respuestas. Para empezar, - y como decimos, a pesar de todo- la familia aparece como la unidad mínima de reproducción permitida en la sociedad; la célula más o menos estanca que limita con otras células; una pseudo comunidad permitida precisamente para evitar una comunidad mayor y real. De hecho la ausencia y destrucción de lazos comunitarios entre los explotados y la población en general es una de las razones por el que este sistema, nocivo par la inmensa mayoría, se mantiene en pié. Del mismo modo, algunas de las lacras que el sistema social capitalista genera en el ámbito familiar (cínicamente “lamentadas” por la burguesía y sus medios), como los diferentes malos tratos y abusos, están estrechamente ligados a este aspecto de célula estanca, con individuos atomizados e indefensos; en una sociedad comunitaria obviamente no tendrían cabida, o serían rápidamente abordados.
A su vez, como heredero de sociedades de clase precedentes - y especialmente en su fase decadente en la que utiliza toda clase de ideologías reaccionarias para perpetuarse- el capitalismo también usa elementos ideológicos y estereotipos vinculados a todo tipo instituciones religiosas (en el que lo puramente espiritual es secundario, primando lo ideológico, lo político y el control social) que marcan lo que “la familia debe ser”, o los modelos de comportamiento “correctos”, y de ahí que su aparato político venda de forma hipócrita ese modelo de familia (el caso de los EEUU, aunque ni mucho menos el único, sí puede ser que se encuentre entre de los más significativos y ridículos de la doble moral burguesa). Modelo que sin embargo, como comentábamos arriba, el propio desarrollo de la sociedad burguesa destruye entre la mayoría, y en la propia burguesía sólo lo mantiene de “cara a la galería” y la “opinión pública” (ver también en los USA los diferentes “escándalos”, utilizados en jugarretas políticas, protagonizados por diferentes elementos “fervientes defensores de la familia” y “profundamente religiosos” del aparato político burgués: caso Bill Clinton, caso Eliot Spitzer, escándalo Madame D.C., etc )
Sin embargo, el Estado “democrático”, como forma más cínica y eficaz de dictadura capitalista, en el marco de un sistema devorado por irresolubles y profundas contradicciones y antagonismos sociales, debe “ceder” en todo salvo en lo esencial (la propiedad de los medios de producción por parte de la burguesía y su Estado); cambiarlo “todo” para que todo siga igual. Es por eso que la sociedad burguesa se adapta a los cambios sociales y de valores, y los canaliza para su propio apuntalamiento. De ahí, junto con la necesidad de crear toda clase de polémicas y confrontaciones de distracción, la puesta en escena de los (superficiales) “debates” sobre el matrimonio homosexual y otros.
El obrerismo y el sindicalismo, como estructuras e ideologías absorbidas por el Estado y utilizadas por la burguesía para sabotear la lucha proletaria, reduce esta última a un mero cálculo económico, a simplemente “arrancarle plusvalía a la clase capitalista”. El resto serían cuestiones “interclasistas” o “secundarias”. Sin embargo la existencia proletaria, su dimensión humana y su lucha por hacerla valer ante una sociedad organizada en su contra, es complemento y refuerzo imprescindible en la lucha de clase. La rabia y la indignación ante abusos y tratos humillantes de patronos, capataces, policías o caseros; la rebelión contra toda clase de represión en las relaciones humanas; la insubordinación a las normas y valores imperantes; son elementos que han jugado y jugarán un papel importantísimo en el “océano de fenómenos” de la lucha proletaria. El proletario, privado de los medios de producción, atomizado, supeditado al burgués y su Estado para poder sobrevivir, sólo tiene un único camino: la autoorganización, la unión, la solidaridad, con sus iguales. Sólo afirmándose como proletario contra la sociedad burguesa y los valores que la sostienen, es como puede enfrentarse a esta y negar el papel social que le tiene adjudicado. Y sólo así puede afirmar su carácter humano, que es lo único que posee para reivindicar.
La clase dominante hace uso de toda clase de valores e ideologías reaccionarias para sostenerse en el poder: racismo, machismo, heterosexismo, nacionalismos, superstición, etc. El movimiento proletario no puede mantenerse “ajeno” o “sin opinión” sobre estas cuestiones, que socavan la capacidad del proletariado de unirse y aumentan el “dominio espiritual” de la burguesía sobre él. Pero tampoco debe convertirlas en un factor de división en el seno de la clase obrera, que dificulte su lucha, precisamente porque en esta lucha y en los lazos y relaciones que surgen con ella es como realmente se socava ese “dominio espiritual” y salen a la luz los prejuicios burgueses. La lucha proletaria es el mejor antídoto a las mentiras burguesas. Por tanto, es necesario encontrar un equilibrio entre la necesaria crítica a las ideologías reaccionarias como armas de división de la burguesía, y no convertir esta crítica precisamente en un elemento de división añadido. Hay que poner sobre la mesa lo que nos une como explotados y oprimidos.
La emancipación de los negros, de las mujeres, de los homosexuales... no será obra de ellos mismos por su cuenta, sino unidos en un movimiento global contra un sistema inhumano. Sólo el movimiento proletario puede aglutinar en su seno todos los agravios que esta sociedad genera, e incluir todos los aspectos humanos como armas contra el capital, pero no en movimientos separados y dispersos (y a menudo perfectamente integrados en el sistema), sino como un único puño. La lucha proletaria se enriquece política y socialmente de todos los elementos “transversales” capaz de aglutinar en torno suya; y a su vez estos elementos “transversales” encuentran en el movimiento proletario la única fuerza social capaz de hacer realidad sus fines, de conseguir una existencia sin racismo, sin discriminación ni opresión por motivos de preferencias sexuales, o sin destrucción absurda y suicida del medio ambiente.
Notas:
[1] Esta frase proviene del esclavo romano Terencio, poeta. Fue adoptada por Cervantes e igualmente por Marx que la convirtió en una de sus divisas preferidas.
[2] El debate en cuestión sobre los matrimonios homosexuales ha ocupado portada los últimos tiempos en Francia, especialmente tras la intención anunciada de Hollande de legalizar estos matrimonios y la respuesta de la Iglesia católica francesa en contra. En EUU, el anuncio de Obama el pasado mes de mayo de su apoyo abierto a los matrimonios homosexuales ha pasado a ocupar un importante espacio del “debate político” con los republicanos. En España, la cuestión del matrimonio gay (junto con otros temas como el aborto o la presencia de la religión en las escuelas públicas) también es un recurso cíclico de distracción y confrontación entre “progresistas” y “conservadores”.