El drama de dos hermanas presas tras defenderse de un acosador
En febrero de 2011 comenzó la pesadilla de Elena Salinas. Un hombre armado intentó violar a una de sus hijas y ellas se defendieron con un cuchillo. A 22 meses del hecho, el caso es un ejemplo de violencia de género, abuso y desidia judicial.
Aylén Jara pasó meses diciendo no a los constantes acosos de su vecino Juan Antonio Leguizamón Ávalos, 16 años mayor y conocido como "el transa del tanque" porque presuntamente vende drogas con complicidad policial en el barrio Sanguinetti del partido bonaerense de Moreno. De frondoso prontuario, en 2010 Leguizamón cumplió una de sus tantas condenas en la cárcel y empezó a obsesionarse con Aylén: mensajes de texto, llamadas, apariciones en su casa o en el trabajo, groserías en la vereda. Todos los días, a cada rato y en cualquier lugar, Aylén repitió una y otra vez que no estaba interesada, que no quería salir con él, que no la molestara más, que por favor la dejara en paz.
Pero Leguizamón no entendió que no sólo puede significar no, y el 19 de febrero de 2011 cruzó a Aylén a la salida de un boliche y trató de abusarla sexualmente. Aylén se defendió, resistió a los golpes una nueva agresión de su acosador. Leguizamón estaba armado y disparó. Erró. Intentó un segundo disparo que no salió, pero pudo vencerla por la fuerza, a puños cerrados y mordeduras. Aylén cayó al piso. En ese momento, su hermana Marina, que volvía con ella de bailar y fue espectadora del ataque, sacó de su mochila un cuchillo y se lo clavó a Leguizamón en los pulmones. Leguizamón se desplomó. Marina y Aylén, asustadas, se fueron como pudieron a su casa, pero cuando la policía llegó a buscarlas no ofrecieron resistencia y entregaron el cuchillo. Aylén estaba herida.
A Leguizamón lo asistió primero su familia y después la policía y la ambulancia, que lo trasladó al Hospital Mariano y Luciano de la Vega, en Moreno. A los tres días fue dado de alta y volvió al barrio, libre de culpa y cargo. A las hermanas Jara, de 18 y 19 años cada una, les esperaba un futuro bastante más complicado: carátula de homicidio en grado de tentativa, prisión preventiva y hasta tres meses en un penal de máxima seguridad. De pronto, como por arte de magia, las víctimas de un intento de abuso sexual se transformaron en temibles victimarias.
UNA MADRE. Ese sábado, Elena Salinas, la mamá de Aylén y Marina, trabajaba con uno de sus pacientitos, como llama a los chicos con problemas neurológicos que atiende por ser enfermera, cuando se enteró por teléfono que sus hijas estaban detenidas en la comisaría 5ª de Paso del Rey. "Esperaba en la comisaría para verlas cuando escuché que la oficial de turno que labraba el acta de detención preguntó: ‘¿Pongo lesiones graves?’ Y un policía de rangos en la chaqueta le dijo: ‘No, meteles homicidio en grado de tentativa y que se caguen esas pendejas’. Él no sabía que yo era la mamá. Ni siquiera me vio."
Hasta ese 19 de febrero, Aylén trabajaba en la parrilla del barrio y estrenaba título de peluquera y manicura. Marina estaba terminando la primaria para adultos, también se había recibido de peluquera y solían llamarla para limpiar casas o lavar ropa. Nacieron y se criaron en una casa sobre la calle Yapeyú, en Sanguinetti, donde vivían con su mamá y sus hermanos mellizos. Ambas, sin antecedentes penales.
Sin embargo, después del mes de instrucción, la fiscal pidió transformar la detención en prisión preventiva y entre sus justificaciones planteó "peligro cierto de fuga y de frustración de los fines del proceso" y "circunstancias personales y peligrosidad de las encartadas". La defensora de oficio refutó sin argumentar. Tampoco le pareció importante pedir el cambio de carátula. Las cartas ya estaban echadas.
"No nos sentimos representadas por la abogada. Una vez me dijo que no nos creía, que éramos tres mentirosas. Además, insiste en que firmen el abreviado. Pero mis hijas no quieren firmar, porque sería reconocer que el hecho fue premeditado, que lo planearon y lo llevaron a cabo con intenciones de matar. Y no es cierto, fue en defensa propia. Si Marina no lo atacaba, Leguizamón violaba o mataba a Aylén. Era la vida de él o la de mi hija", remarca Elena.
EL ROL DE LA JUSTICIA. En ningún lugar de la causa aparece la cuestión de género. Nadie investigó el acoso permanente. Tampoco se hicieron pericias. El arma de fuego que llevaba Leguizamón desapareció de la escena y sólo se tuvieron en cuenta declaraciones de la policía y de testigos vinculados con el abusador.
"Aylén nunca me contó que este tipo la molestaba. Marina y mis hijos más chicos sabían, pero no me dijeron nada porque en ese momento yo tenía tres trabajos y no querían preocuparme. Después supe que a veces Leguizamón se paraba drogado en el portón de mi casa y gritaba amenazando que ‘iba a quemar el rancho con los guachos adentro’. Los chicos tenían miedo de noche, pero no me quisieron preocupar." Separada y viuda de su segundo matrimonio, Elena mantiene sola su hogar: "Hace muchos años que trabajo a la noche como enfermera y lo decidí así para poder ocuparme de mis hijos durante el día: despertarlos, cocinar, ayudarlos en la escuela, ir a las reuniones con las maestras… tener presencia como mamá".
Esta semana absolvieron a todos los acusados del caso Marita Verón. En declaraciones a la prensa, el presidente del tribunal tucumano que tomó la decisión explicó que las pruebas no llevaron a la certidumbre y que el principio de inocencia no había sido superado. Sus palabras deslizan un fuerte efecto aleccionador hacia otras mujeres sobrevivientes de redes de trata. La historia de las hermanas Jara corre en el mismo sentido: pareciera que para las mujeres que intentan defenderse de un abuso sexual, la justicia no está de su lado. «
Los días en la cárcel
El momento más duro fueron los meses como reclusas de máxima seguridad, con 18 y 19 años, siendo procesadas y sin causas previas.
En aquella ocasión, la defensora oficial pidió un hábeas corpus. Se lo negaron. No apeló. Sólo la presión de Elena consiguió que las trasladaran al penal de Los Hornos, en La Plata. Ahí, Marina está cursando el segundo año del secundario. Aylén en un año adelantó tres con el mejor promedio de su curso, y en diciembre quiere rendir libre lo que le falta para poder anotarse en el CBC de Sociología.
Las dos también hacen cursos de cocina, de costura, pintura de telas y trabajos en madera. Además, formaron un boletín, una biblioteca y se ocupan de incentivar a sus compañeras en la lectura. Dicen que "cultivarse" agranda el corazón y la mente.
Según algunos testimonios, Juan Antonio Leguizamón Ávalos, pasa sus días en libertad vendiendo marihuana en Sanguinetti, con la total complacencia de la policía de la zona. Tiene una nueva causa con sentencia en suspenso por robo agravado por el uso de armas de fuego, y según cuentan los vecinos de la zona, desde hace un mes dejó de verse por el barrio después de apuñalar a un compañero de su barra en un ajuste de cuentas.
En febrero de 2011 comenzó la pesadilla de Elena Salinas. Un hombre armado intentó violar a una de sus hijas y ellas se defendieron con un cuchillo. A 22 meses del hecho, el caso es un ejemplo de violencia de género, abuso y desidia judicial.
Aylén Jara pasó meses diciendo no a los constantes acosos de su vecino Juan Antonio Leguizamón Ávalos, 16 años mayor y conocido como "el transa del tanque" porque presuntamente vende drogas con complicidad policial en el barrio Sanguinetti del partido bonaerense de Moreno. De frondoso prontuario, en 2010 Leguizamón cumplió una de sus tantas condenas en la cárcel y empezó a obsesionarse con Aylén: mensajes de texto, llamadas, apariciones en su casa o en el trabajo, groserías en la vereda. Todos los días, a cada rato y en cualquier lugar, Aylén repitió una y otra vez que no estaba interesada, que no quería salir con él, que no la molestara más, que por favor la dejara en paz.
Pero Leguizamón no entendió que no sólo puede significar no, y el 19 de febrero de 2011 cruzó a Aylén a la salida de un boliche y trató de abusarla sexualmente. Aylén se defendió, resistió a los golpes una nueva agresión de su acosador. Leguizamón estaba armado y disparó. Erró. Intentó un segundo disparo que no salió, pero pudo vencerla por la fuerza, a puños cerrados y mordeduras. Aylén cayó al piso. En ese momento, su hermana Marina, que volvía con ella de bailar y fue espectadora del ataque, sacó de su mochila un cuchillo y se lo clavó a Leguizamón en los pulmones. Leguizamón se desplomó. Marina y Aylén, asustadas, se fueron como pudieron a su casa, pero cuando la policía llegó a buscarlas no ofrecieron resistencia y entregaron el cuchillo. Aylén estaba herida.
A Leguizamón lo asistió primero su familia y después la policía y la ambulancia, que lo trasladó al Hospital Mariano y Luciano de la Vega, en Moreno. A los tres días fue dado de alta y volvió al barrio, libre de culpa y cargo. A las hermanas Jara, de 18 y 19 años cada una, les esperaba un futuro bastante más complicado: carátula de homicidio en grado de tentativa, prisión preventiva y hasta tres meses en un penal de máxima seguridad. De pronto, como por arte de magia, las víctimas de un intento de abuso sexual se transformaron en temibles victimarias.
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UNA MADRE. Ese sábado, Elena Salinas, la mamá de Aylén y Marina, trabajaba con uno de sus pacientitos, como llama a los chicos con problemas neurológicos que atiende por ser enfermera, cuando se enteró por teléfono que sus hijas estaban detenidas en la comisaría 5ª de Paso del Rey. "Esperaba en la comisaría para verlas cuando escuché que la oficial de turno que labraba el acta de detención preguntó: ‘¿Pongo lesiones graves?’ Y un policía de rangos en la chaqueta le dijo: ‘No, meteles homicidio en grado de tentativa y que se caguen esas pendejas’. Él no sabía que yo era la mamá. Ni siquiera me vio."
Hasta ese 19 de febrero, Aylén trabajaba en la parrilla del barrio y estrenaba título de peluquera y manicura. Marina estaba terminando la primaria para adultos, también se había recibido de peluquera y solían llamarla para limpiar casas o lavar ropa. Nacieron y se criaron en una casa sobre la calle Yapeyú, en Sanguinetti, donde vivían con su mamá y sus hermanos mellizos. Ambas, sin antecedentes penales.
Sin embargo, después del mes de instrucción, la fiscal pidió transformar la detención en prisión preventiva y entre sus justificaciones planteó "peligro cierto de fuga y de frustración de los fines del proceso" y "circunstancias personales y peligrosidad de las encartadas". La defensora de oficio refutó sin argumentar. Tampoco le pareció importante pedir el cambio de carátula. Las cartas ya estaban echadas.
"No nos sentimos representadas por la abogada. Una vez me dijo que no nos creía, que éramos tres mentirosas. Además, insiste en que firmen el abreviado. Pero mis hijas no quieren firmar, porque sería reconocer que el hecho fue premeditado, que lo planearon y lo llevaron a cabo con intenciones de matar. Y no es cierto, fue en defensa propia. Si Marina no lo atacaba, Leguizamón violaba o mataba a Aylén. Era la vida de él o la de mi hija", remarca Elena.
EL ROL DE LA JUSTICIA. En ningún lugar de la causa aparece la cuestión de género. Nadie investigó el acoso permanente. Tampoco se hicieron pericias. El arma de fuego que llevaba Leguizamón desapareció de la escena y sólo se tuvieron en cuenta declaraciones de la policía y de testigos vinculados con el abusador.
"Aylén nunca me contó que este tipo la molestaba. Marina y mis hijos más chicos sabían, pero no me dijeron nada porque en ese momento yo tenía tres trabajos y no querían preocuparme. Después supe que a veces Leguizamón se paraba drogado en el portón de mi casa y gritaba amenazando que ‘iba a quemar el rancho con los guachos adentro’. Los chicos tenían miedo de noche, pero no me quisieron preocupar." Separada y viuda de su segundo matrimonio, Elena mantiene sola su hogar: "Hace muchos años que trabajo a la noche como enfermera y lo decidí así para poder ocuparme de mis hijos durante el día: despertarlos, cocinar, ayudarlos en la escuela, ir a las reuniones con las maestras… tener presencia como mamá".
Esta semana absolvieron a todos los acusados del caso Marita Verón. En declaraciones a la prensa, el presidente del tribunal tucumano que tomó la decisión explicó que las pruebas no llevaron a la certidumbre y que el principio de inocencia no había sido superado. Sus palabras deslizan un fuerte efecto aleccionador hacia otras mujeres sobrevivientes de redes de trata. La historia de las hermanas Jara corre en el mismo sentido: pareciera que para las mujeres que intentan defenderse de un abuso sexual, la justicia no está de su lado. «
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Los días en la cárcel
El momento más duro fueron los meses como reclusas de máxima seguridad, con 18 y 19 años, siendo procesadas y sin causas previas.
En aquella ocasión, la defensora oficial pidió un hábeas corpus. Se lo negaron. No apeló. Sólo la presión de Elena consiguió que las trasladaran al penal de Los Hornos, en La Plata. Ahí, Marina está cursando el segundo año del secundario. Aylén en un año adelantó tres con el mejor promedio de su curso, y en diciembre quiere rendir libre lo que le falta para poder anotarse en el CBC de Sociología.
Las dos también hacen cursos de cocina, de costura, pintura de telas y trabajos en madera. Además, formaron un boletín, una biblioteca y se ocupan de incentivar a sus compañeras en la lectura. Dicen que "cultivarse" agranda el corazón y la mente.
Según algunos testimonios, Juan Antonio Leguizamón Ávalos, pasa sus días en libertad vendiendo marihuana en Sanguinetti, con la total complacencia de la policía de la zona. Tiene una nueva causa con sentencia en suspenso por robo agravado por el uso de armas de fuego, y según cuentan los vecinos de la zona, desde hace un mes dejó de verse por el barrio después de apuñalar a un compañero de su barra en un ajuste de cuentas.
Fuente; InfoNews