Lenin sobre la Revolución de Octubre
publicado en el blog Crítica Marxista-Leninista con motivo del 95º Aniversario de la Revolución de Octubre
V. I. Lenin, "Con motivo del Cuarto Aniversario de la Revolución de Octubre"
Publicado el 18 de octubre de 1921 en el núm. 234 de “Pravda” - Obras Escogidas t. XII, Editorial Progreso, Moscú, 1973
se publica en el Foro en dos mensajes
Cuanto más tiempo nos separa de esta gran jornada, tanto más claro aparece el significado de la revolución proletaria en Rusia y tanto más hondo reflexionamos sobre la experiencia práctica, en conjunto, de nuestro trabajo.
Este significado y esta experiencia podrían exponerse brevemente –en forma, claro es, muy distante de ser completa y exacta– como sigue.
La tarea directa e inmediata de la revolución en Rusia era democrática burguesa: acabar con los restos de todo lo medieval, barrerlos hasta el fin, limpiar a Rusia de esa barbarie, de esa vergüenza, de ese inmenso freno para toda la cultura y todo el progreso en nuestro país.
Y nos enorgullecemos con razón de haber llevado a cabo esa limpieza con mucha más energía, rapidez, audacia, éxito, amplitud y profundidad, desde el punto de vista de la influencia sobre las masas del pueblo, sobre el grueso de la nación, que la Gran Revolución Francesa hace más de ciento veinticinco años.
Tanto los anarquistas como los demócratas pequeñoburgueses (es decir, los mencheviques y los eseristas como representantes rusos de ese tipo social internacional) han dicho y dicen una increíble cantidad de cosas confusas sobre la relación existente entre la revolución democrática burguesa y la revolución socialista (es decir, proletaria).
Los cuatro años últimos han confirmado plenamente que comprendemos con acierto el marxismo en este punto, que tenemos en cuenta con tino la experiencia de las revoluciones anteriores. Hemos llevado como nadie la revolución democrática burguesa a su término. Seguimos adelante, hacia la revolución socialista, con plena conciencia, con firmeza y sin cejar, sabiendo que no está separada de la revolución democrática burguesa por ninguna muralla china, sabiendo que sólo la lucha decidirá en qué grado conseguiremos (a fin de cuentas) avanzar, qué parte de nuestra tarea de inabarcable magnitud cumpliremos, qué parte de nuestras victorias consolidaremos. Vivir para ver. Mas ya se va viendo que hemos dado pasos gigantescos –gigantescos para un país arruinado, atormentado y atrasado– en la transformación socialista de la sociedad.
Mas acabemos de explicar el contenido democrático burgués de nuestra revolución. Los marxistas deben comprender lo que significa. Para que quede claro aduciremos varios ejemplos elocuentes.
El contenido democrático burgués de la revolución quiere decir depurar de todo lo medieval, de los elementos de servidumbre, de feudalismo, las relaciones sociales (el orden de cosas, las instituciones) de un país.
¿Cuáles eran las principales manifestaciones, supervivencias y vestigios del régimen de la servidumbre en Rusia en 1917? La monarquía, la división en estamentos, las formas de propiedad y usufructo de la tierra, la situación de la mujer, la religión, la opresión de las naciones. Tomemos cualquiera de estos “establos de Augías” –que, dicho sea de paso, todos los Estados avanzados han dejado en gran parte sin limpiar del todo al realizar sus revoluciones democráticas burguesas hace ciento veinticinco, doscientos cincuenta y más años (en 1649 en Inglaterra)–, tomemos cualquiera de estos establos de Augías y veremos que los hemos limpiado por completo. En las escasas diez semanas transcurridas desde el 25 de octubre (7 de noviembre) de 1917 hasta la disolución de la Constituyente (5 de enero de 1918), hicimos en este terreno mil veces más que los demócratas burgueses y liberales (democonstitucionalistas) y los demócratas pequeñoburgueses (mencheviques y eseristas) en los ocho meses que estuvieron en el poder.
¡Estos cobardes, charlatanes, fatuos Narcisos y Hamlets de sainete blandían una espada de cartón y ni siquiera destruyeron la monarquía! Nosotros hemos echado fuera como nadie y como nunca toda la basura monárquica. No hemos dejado piedra sobre piedra ni ladrillo sobre ladrillo en el edificio secular de la división estamental (¡los países más adelantados, como Inglaterra, Francia y Alemania, no se han desembarazado todavía de los vestigios de esa división!). Hemos arrancado definitivamente las raíces más hondas de los estamentos, a saber: los restos del feudalismo y de la servidumbre en la propiedad de la tierra. “Puede discutirse” (en el extranjero hay bastantes literatos, democonstitucionalistas, mencheviques y eseristas para dedicarse a esas discusiones) lo que resultará “al fin y al cabo” de las transformaciones agrarias de la Gran Revolución de Octubre.
No somos partidarios de perder ahora el tiempo en esas discusiones, porque las dirimimos todas, y cuántas de ellas se derivan, luchando. Pero lo que no se puede poner en entredicho es que los demócratas pequeñoburgueses estuvieron ocho meses “entendiéndose” con los terratenientes –los cuales guardaban las tradiciones de la servidumbre–, mientras que nosotros, en unas cuantas semanas, hemos barrido por completo de la faz de la tierra rusa a esos terratenientes y todas sus tradiciones.
Tomemos la religión, o la falta de derechos de la mujer, o la opresión y la desigualdad de derechos de las naciones no rusas. Todos ésos son problemas de la revolución democrática burguesa. Los entes vulgares de la democracia pequeñoburguesa se pasaron ocho meses hablando de ello; ninguno de los países más avanzados del mundo ha resuelto hasta el fin estos problemas en sentido democrático burgués. En nuestro país, la legislación de la Revolución de Octubre los ha resuelto hasta el fin. Hemos luchado y luchamos de verdad contra la religión. Hemos dado a todas las naciones no rusas sus propias repúblicas o regiones autónomas. En Rusia no existe nada tan vil, infame y canallesco como la falta de derechos o la desigualdad jurídica de la mujer, supervivencia indignante de la servidumbre y de la Edad Media, que la burguesía egoísta y la pequeña burguesía obtusa y asustada retocan en todos los países del globo, sin excepción alguna.
Todo eso es el contenido de la revolución democrática burguesa. Hace ciento cincuenta y doscientos cincuenta años, los dirigentes más avanzados de esta revolución (de estas revoluciones, si hablamos de cada variedad nacional de un solo tipo común) prometieron a los pueblos liberar a la humanidad de los privilegios medievales, de la desigualdad de la mujer, de las ventajas concedidas por el Estado a una u otra religión (o a la “idea de religión”, a la “religiosidad” en general), de la desigualdad de las naciones. Lo prometieron y no lo cumplieron. Y no podían cumplirlo, porque lo impedía el “respeto”… a la “sacrosanta propiedad privada”. En nuestra revolución proletaria no ha habido este maldito “respeto” a esa, tres veces maldita, Edad Media y a esa “sacrosanta propiedad privada”.
Mas, a fin de consolidar para los pueblos de Rusia las conquistas de la revolución democrática burguesa, nosotros debíamos ir más lejos y así lo hicimos. Resolvimos los problemas de la revolución democrática burguesa sobre la marcha, de paso, como “producto accesorio” de nuestra labor principal y verdadera, de nuestra labor revolucionaria proletaria, socialista. Hemos dicho siempre que las reformas son un producto accesorio de la lucha revolucionaria de las clases. Las transformaciones democráticas burguesas –lo hemos dicho y lo hemos demostrado con hechos– son un producto accesorio de la revolución proletaria, es decir, socialista.
Digamos de paso que todos los Kautsky, los Hilferding, los Mártov, los Chernov, los Hillquit, los Longuet, los MacDonald, los Turati y demás héroes del marxismo “II y medio” no han sabido comprender esta correlación entre la revolución democrática burguesa y la revolución proletaria socialista. La primera se transforma en la segunda. La segunda resuelve de paso los problemas de la primera. La segunda consolida la obra de la primera. La lucha, y solamente la lucha, determina hasta qué punto la segunda logra rebasar a la primera.
El régimen soviético es precisamente una de las confirmaciones o manifestaciones evidentes de esta transformación de una revolución en otra. El régimen soviético es el máximo de democracia para los obreros y los campesinos y, a la vez, significa la ruptura con la democracia burguesa y el surgimiento de un nuevo tipo de democracia, de alcance histórico universal: la democracia proletaria o dictadura del proletariado.
No importa que los perros y los cerdos de la moribunda burguesía y la democracia pequeñoburguesa que los sigue nos cubran de improperios, maldiciones y burlas a montones por los desaciertos y los errores que hemos cometido al construir nuestro régimen soviético. No olvidamos un momento que, en efecto, hemos tenido y tenemos aún muchos desaciertos y errores. ¡Y cómo no íbamos a tenerlos en una obra tan nueva, nueva en toda la historia mundial, como es la de crear un tipo de régimen estatal sin precedente! Lucharemos sin cesar para corregir nuestros desaciertos y nuestros errores, para mejorar la forma en que aplicamos los principios soviéticos, que dista aún mucho, muchísimo, de ser perfecta.
Pero podemos estar y estamos orgullosos de que nos haya caído en suerte la felicidad de iniciar la construcción del Estado soviético, de iniciar así una nueva época de la historia universal, la época de la dominación de una clase nueva, oprimida en todos los países capitalistas, de la clase que avanza por doquier hacia una vida nueva, hacia la victoria sobre la burguesía, hacia la dictadura del proletariado, hacia la liberación de la humanidad del yugo del capital y de las guerras imperialistas.
publicado en el blog Crítica Marxista-Leninista con motivo del 95º Aniversario de la Revolución de Octubre
V. I. Lenin, "Con motivo del Cuarto Aniversario de la Revolución de Octubre"
Publicado el 18 de octubre de 1921 en el núm. 234 de “Pravda” - Obras Escogidas t. XII, Editorial Progreso, Moscú, 1973
se publica en el Foro en dos mensajes
Cuanto más tiempo nos separa de esta gran jornada, tanto más claro aparece el significado de la revolución proletaria en Rusia y tanto más hondo reflexionamos sobre la experiencia práctica, en conjunto, de nuestro trabajo.
Este significado y esta experiencia podrían exponerse brevemente –en forma, claro es, muy distante de ser completa y exacta– como sigue.
La tarea directa e inmediata de la revolución en Rusia era democrática burguesa: acabar con los restos de todo lo medieval, barrerlos hasta el fin, limpiar a Rusia de esa barbarie, de esa vergüenza, de ese inmenso freno para toda la cultura y todo el progreso en nuestro país.
Y nos enorgullecemos con razón de haber llevado a cabo esa limpieza con mucha más energía, rapidez, audacia, éxito, amplitud y profundidad, desde el punto de vista de la influencia sobre las masas del pueblo, sobre el grueso de la nación, que la Gran Revolución Francesa hace más de ciento veinticinco años.
Tanto los anarquistas como los demócratas pequeñoburgueses (es decir, los mencheviques y los eseristas como representantes rusos de ese tipo social internacional) han dicho y dicen una increíble cantidad de cosas confusas sobre la relación existente entre la revolución democrática burguesa y la revolución socialista (es decir, proletaria).
Los cuatro años últimos han confirmado plenamente que comprendemos con acierto el marxismo en este punto, que tenemos en cuenta con tino la experiencia de las revoluciones anteriores. Hemos llevado como nadie la revolución democrática burguesa a su término. Seguimos adelante, hacia la revolución socialista, con plena conciencia, con firmeza y sin cejar, sabiendo que no está separada de la revolución democrática burguesa por ninguna muralla china, sabiendo que sólo la lucha decidirá en qué grado conseguiremos (a fin de cuentas) avanzar, qué parte de nuestra tarea de inabarcable magnitud cumpliremos, qué parte de nuestras victorias consolidaremos. Vivir para ver. Mas ya se va viendo que hemos dado pasos gigantescos –gigantescos para un país arruinado, atormentado y atrasado– en la transformación socialista de la sociedad.
Mas acabemos de explicar el contenido democrático burgués de nuestra revolución. Los marxistas deben comprender lo que significa. Para que quede claro aduciremos varios ejemplos elocuentes.
El contenido democrático burgués de la revolución quiere decir depurar de todo lo medieval, de los elementos de servidumbre, de feudalismo, las relaciones sociales (el orden de cosas, las instituciones) de un país.
¿Cuáles eran las principales manifestaciones, supervivencias y vestigios del régimen de la servidumbre en Rusia en 1917? La monarquía, la división en estamentos, las formas de propiedad y usufructo de la tierra, la situación de la mujer, la religión, la opresión de las naciones. Tomemos cualquiera de estos “establos de Augías” –que, dicho sea de paso, todos los Estados avanzados han dejado en gran parte sin limpiar del todo al realizar sus revoluciones democráticas burguesas hace ciento veinticinco, doscientos cincuenta y más años (en 1649 en Inglaterra)–, tomemos cualquiera de estos establos de Augías y veremos que los hemos limpiado por completo. En las escasas diez semanas transcurridas desde el 25 de octubre (7 de noviembre) de 1917 hasta la disolución de la Constituyente (5 de enero de 1918), hicimos en este terreno mil veces más que los demócratas burgueses y liberales (democonstitucionalistas) y los demócratas pequeñoburgueses (mencheviques y eseristas) en los ocho meses que estuvieron en el poder.
¡Estos cobardes, charlatanes, fatuos Narcisos y Hamlets de sainete blandían una espada de cartón y ni siquiera destruyeron la monarquía! Nosotros hemos echado fuera como nadie y como nunca toda la basura monárquica. No hemos dejado piedra sobre piedra ni ladrillo sobre ladrillo en el edificio secular de la división estamental (¡los países más adelantados, como Inglaterra, Francia y Alemania, no se han desembarazado todavía de los vestigios de esa división!). Hemos arrancado definitivamente las raíces más hondas de los estamentos, a saber: los restos del feudalismo y de la servidumbre en la propiedad de la tierra. “Puede discutirse” (en el extranjero hay bastantes literatos, democonstitucionalistas, mencheviques y eseristas para dedicarse a esas discusiones) lo que resultará “al fin y al cabo” de las transformaciones agrarias de la Gran Revolución de Octubre.
No somos partidarios de perder ahora el tiempo en esas discusiones, porque las dirimimos todas, y cuántas de ellas se derivan, luchando. Pero lo que no se puede poner en entredicho es que los demócratas pequeñoburgueses estuvieron ocho meses “entendiéndose” con los terratenientes –los cuales guardaban las tradiciones de la servidumbre–, mientras que nosotros, en unas cuantas semanas, hemos barrido por completo de la faz de la tierra rusa a esos terratenientes y todas sus tradiciones.
Tomemos la religión, o la falta de derechos de la mujer, o la opresión y la desigualdad de derechos de las naciones no rusas. Todos ésos son problemas de la revolución democrática burguesa. Los entes vulgares de la democracia pequeñoburguesa se pasaron ocho meses hablando de ello; ninguno de los países más avanzados del mundo ha resuelto hasta el fin estos problemas en sentido democrático burgués. En nuestro país, la legislación de la Revolución de Octubre los ha resuelto hasta el fin. Hemos luchado y luchamos de verdad contra la religión. Hemos dado a todas las naciones no rusas sus propias repúblicas o regiones autónomas. En Rusia no existe nada tan vil, infame y canallesco como la falta de derechos o la desigualdad jurídica de la mujer, supervivencia indignante de la servidumbre y de la Edad Media, que la burguesía egoísta y la pequeña burguesía obtusa y asustada retocan en todos los países del globo, sin excepción alguna.
Todo eso es el contenido de la revolución democrática burguesa. Hace ciento cincuenta y doscientos cincuenta años, los dirigentes más avanzados de esta revolución (de estas revoluciones, si hablamos de cada variedad nacional de un solo tipo común) prometieron a los pueblos liberar a la humanidad de los privilegios medievales, de la desigualdad de la mujer, de las ventajas concedidas por el Estado a una u otra religión (o a la “idea de religión”, a la “religiosidad” en general), de la desigualdad de las naciones. Lo prometieron y no lo cumplieron. Y no podían cumplirlo, porque lo impedía el “respeto”… a la “sacrosanta propiedad privada”. En nuestra revolución proletaria no ha habido este maldito “respeto” a esa, tres veces maldita, Edad Media y a esa “sacrosanta propiedad privada”.
Mas, a fin de consolidar para los pueblos de Rusia las conquistas de la revolución democrática burguesa, nosotros debíamos ir más lejos y así lo hicimos. Resolvimos los problemas de la revolución democrática burguesa sobre la marcha, de paso, como “producto accesorio” de nuestra labor principal y verdadera, de nuestra labor revolucionaria proletaria, socialista. Hemos dicho siempre que las reformas son un producto accesorio de la lucha revolucionaria de las clases. Las transformaciones democráticas burguesas –lo hemos dicho y lo hemos demostrado con hechos– son un producto accesorio de la revolución proletaria, es decir, socialista.
Digamos de paso que todos los Kautsky, los Hilferding, los Mártov, los Chernov, los Hillquit, los Longuet, los MacDonald, los Turati y demás héroes del marxismo “II y medio” no han sabido comprender esta correlación entre la revolución democrática burguesa y la revolución proletaria socialista. La primera se transforma en la segunda. La segunda resuelve de paso los problemas de la primera. La segunda consolida la obra de la primera. La lucha, y solamente la lucha, determina hasta qué punto la segunda logra rebasar a la primera.
El régimen soviético es precisamente una de las confirmaciones o manifestaciones evidentes de esta transformación de una revolución en otra. El régimen soviético es el máximo de democracia para los obreros y los campesinos y, a la vez, significa la ruptura con la democracia burguesa y el surgimiento de un nuevo tipo de democracia, de alcance histórico universal: la democracia proletaria o dictadura del proletariado.
No importa que los perros y los cerdos de la moribunda burguesía y la democracia pequeñoburguesa que los sigue nos cubran de improperios, maldiciones y burlas a montones por los desaciertos y los errores que hemos cometido al construir nuestro régimen soviético. No olvidamos un momento que, en efecto, hemos tenido y tenemos aún muchos desaciertos y errores. ¡Y cómo no íbamos a tenerlos en una obra tan nueva, nueva en toda la historia mundial, como es la de crear un tipo de régimen estatal sin precedente! Lucharemos sin cesar para corregir nuestros desaciertos y nuestros errores, para mejorar la forma en que aplicamos los principios soviéticos, que dista aún mucho, muchísimo, de ser perfecta.
Pero podemos estar y estamos orgullosos de que nos haya caído en suerte la felicidad de iniciar la construcción del Estado soviético, de iniciar así una nueva época de la historia universal, la época de la dominación de una clase nueva, oprimida en todos los países capitalistas, de la clase que avanza por doquier hacia una vida nueva, hacia la victoria sobre la burguesía, hacia la dictadura del proletariado, hacia la liberación de la humanidad del yugo del capital y de las guerras imperialistas.
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marineros bolcheviques patrullando en Petrogrado
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