Hay quien habla sin tener ni puñetera idea de nada, o con la idea de denigrar e intoxicar, provocadores es lo que son, gentuza, que deben ser puestos en su lugar y tratados de modo especial.
Blanquismo
Fue una corriente francesa dentro del movimiento obrero que desconfiaba de la capacidad de las masas para hacer la revolución y la sustituían por la actividad de un reducido grupo de militantes resueltos.
Se basó en los escritos del revolucionario francés Luis Augusto Blanqui (1805-1882) que tuvo mucha influencia en la formación del Partido Socialista en su país. El blanquismo ignora que es imposible la revolución sin las masas, que ningún partido ni organización puede sustituir la intervención revolucionaria de las masas, si bien tampoco es posible que las masas lleguen a la revolución sin una vanguardia que las oriente en sus luchas.
No obstante sus graves errores, con los que ha pasado a la historia del movimiento obrero de manera peyorativa, Blanqui es una figura extraordinaria del movimiento obrero francés, un dirigente reconocido del proletariado parisino, por lo que pasó 37 años de su vida entre rejas. Heredero de los babuvistas En 1822, cuando sólo era un adolescente de 17 años, se afilió a una sociedad clandestina de conspiradores, La Carbonaria, fundada por Felipe Buonarroti que tenía como objetivo el restablecimiento de la República en Francia. Se moviliza, lo que le cuesta dos sablazos en 1927 y un agujero de bala en el cuello dos años después, además de su primera detención. La idea no es nada sin la acción, era su consigna de entonces. Durante la insurrección de 1830 se le ve por las calles de París con el fusil al hombro junto a los obreros. Funda la sociedad republicana Los amigos del pueblo y le detienen de nuevo varias veces, hasta que en 1839 recibe su primera pena de muerte por alzarse en armas con otra sociedad secreta. Le conmutan la pena por cadena perpetua y le encierran en aislamiento en el terrible presidio de Mont-Saint-Michel, donde los más abnegados revolucionarios se habían suicidado o quedaron irreversiblemente trastornados. Él no arroja la toalla; resiste, animado por una inquebrantable confianza en su clase.
La revolución de 1848 le libera. El pueblo de París asalta el Parlamento y pide que Blanqui suba a la tribuna pero, pasada la primera ola revolucionaria, vuelve a la clandestinidad; es el más buscado, logran detenerle e ingresa en la prisión de Vincennes, intenta fugarse y le trasladan a la de Córcega. Es liberado en 1859 y vuelve a la clandestinidad, desde donde crea una poderosa organización, y se repite la situación: le detienen, le condenan, se fuga, sale al exilio y regresa a París a continuar la lucha. El 12 de enero de 1870 los blanquistas organizan una manifestación de más de 100.000 obreros armados para protestar por el asesinato de un periodista por orden de Napoleón III. Seis meses después estalla la Comuna de París que derroca al emperador; los blanquistas son la mayoría de la Guardia Nacional, la fuerza de choque del proletariado revolucionario. La contarrevolución le busca porque no quiere que la insurrección tenga una dirección de prestigio, que sólo Blanqui puede prestar. Sin estar presente en su juicio, le condenan a muerte mientras absuelven a todos los demás. El 17 de marzo de 1871 le detienen y le encierran en secreto en un fortín. Esa misma noche estalla la insurrección, que nace sin cabeza, con el anciano Blanqui preso de por vida, vigilado día y noche por una guardia especial que le impide dormir.
Desde 1877 una gran campaña entre los obreros parisinos exige la liberación de su dirigente más apreciado. Deciden presentarle candidato a las elecciones y, un inelegible como Blanqui, resulta elegido diputado por Burdeos. La presión popular logra que el 10 de junio de 1879 sea liberado. Muy enfermo, Blanqui recorre Francia de un extremo al otro pronunciando conferencias. Habla en voz baja pero no ha perdido fuerza, sigue lleno de entusiasmo, como si 37 años de cárcel no hubieran mellado su afilado verbo. Con 76 años pero íntegro, muere el día de año nuevo de 1881; cuatro días después su funeral reúne a 100.000 obreros que desfilan desde su casa al cementerio en medio de una emoción silenciosa y tensa. La policía y la tropa se declaran en estado de alerta.
Blanqui era un hombre de acción, un jefe de la época tempestuosa, como le definió Stalin. Un dirigente obrero decidido que basaba su lucha en un instinto de clase muy primario. Le faltaba la teoría, el conocimiento, la ciencia marxista, aún muy poco extendida, que él debía suplir por nociones muy rudimentarias, la mayor parte de las cuales tomaba de la propia burguesía, como era frecuente en todas las corrientes premarxistas del movimiento obrero. Pero Blanqui estaba muy por encima de todas esas corrientes y no se podía llegar más allá de lo que él alcanzó, sin dominar el marxismo. Sus limitaciones son las de cualquier revolucionario que desconoce la teoría revolucionaria.
Su mayor deficiencia es que negaba la lucha de clases. En 1832 declaró que existía una guerra a muerte entre las clases, pero carecía de una idea precisa de lo que es una clase social, que él sustituía por las nociones vagas de ricos y pobres. Por tanto tampoco comprendía la lucha de clases como el motor de la historia porque su materialismo venía prestado del siglo XVIII y se fundamentaba en la idea de pueblo, integrado por aquellos que viven de su trabajo, de que el capital es la usura y de que los males sociales derivan de la violencia, la ignorancia, la resignación o la credulidad. Como todos los ilustrados del siglo XVIII cree firmemente en el papel bienhechor de la educación, de cuya generalización debe surgir el comunismo. Al igual que los anarquistas, su crítica al capitalismo es más moral que científica, ya que se centra en el mito de la justicia y el rechazo de la religión.
Los blanquistas menospreciaban las reivindicaciones inmediatas de los obreros porque para ellos la cuestión central era el asalto al poder, que creían poder conquistar con un golpe de mano, sin el apoyo de las masas y sin un aprendizaje previo de éstas que comienza por sus intereses más primarios. Por eso se mantuvieron al margen de la I Internacional, a la que despreciaban considerándola como reformista y puramente sindical. Cuando asistieron a uno de sus Congresos, organizaron un verdadero escándalo y tuvieron que ser expulsados a golpes.
Otro grave error blanquista, que se trasladará al socialismo francés, es el nacionalismo. El 7 de setiembre de 1870, en plena guerra entre Francia y Prusia, Blanqui fundó un diario titulado La patria en peligro que en su primer número ofrecía al gobierno su concurso más enérgico y más absoluto.
Durante la Comuna los blanquistas debieron aprender otra dura lección: no se trataba de apoderarse del Estado burgués sino de destruirlo. Desde lejos, Marx lo comprendió claramente y eso le permitió elaborar su teoría de la dictadura el proletariado.
No se debe confundir a Luis Augusto Blanqui con el socialista reformista francés Luis Blanc que vivió en la misma época y fue ministro en un gobierno burgués tras la revolución de 1848.