Jordi de Terrassa escribió:Inmundo, no todas las naciones tienen la misma antigüedad histórica, unas son más recientes que otras, incluso algunas naciones han desaparecido, o están en vías de desaparecer, y otras se estan formando.
Friedrich Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el estado escribió:La gran mayoría de los indios americanos no fue más allá de la unión en tribus. Estas, poco numerosas, separadas unas de otras por vastas zonas fronterizas y debilitadas a causa de continuas guerras, ocupaban inmensos territorios muy poco poblados. Acá y allá formábanse alianzas entre tribus consanguíneas por efecto de necesidades momentáneas, con las cuales tenían término. Pero en ciertas comarcas, tribus parientes en su origen y separadas después, se reunieron de nuevo en federaciones permanentes,
dando así el primer paso hacia la formación de naciones…
Cuando los iroqueses hubieron vencido en 1651 a los erios y a la "nación neutral", les propusieron entrar en la confederación con iguales derechos; sólo al rechazar los vencidos esta proposición, fueron desalojados de su territorio. Qué hombres y qué mujeres ha producido semejante sociedad, nos lo prueba la admiración de todos los blancos que han tratado con indios no degenerados ante la dignidad personal, la rectitud, la energía de carácter y la intrepidez de estos bárbaros…
…Antes estuvimos junto a la cuna de la antigua civilización griega y romana. Ahora estamos junto a su sepulcro. La garlopa niveladora de la dominación mundial de los romanos había pasado durante siglos por todos los países de la cuenca del Mediterráneo. En todas partes donde el idioma griego no ofreció resistencia,
las lenguas nacionales tuvieron que ir cediendo el paso a un latín corrupto; desaparecieron las diferencias nacionales, y ya no había galos, íberos, ligures, nóricos; todos se habían convertido en romanos. La administración y el Derecho romanos habían disuelto en todas partes las antiguas uniones gentilicias y, a la vez,
los últimos restos de independencia local o nacional. La flamante ciudadanía romana conferida a todos, no ofrecía compensación; no expresaba ninguna nacionalidad, sino que indicaba tan sólo la carencia de nacionalidad.
Existían en todas partes elementos de nuevas naciones; los dialectos latinos de las diversas provincias fueron diferenciándose cada vez más; las fronteras naturales que habían determinado la existencia como territorios independientes de Italia, las Galias, España y África, subsistían y se hacían sentir aún. Pero en ninguna parte existía la fuerza necesaria para formar con esos elementos naciones nuevas; en ninguna parte existía la menor huella de capacidad para desarrollarse, de energía para resistir, sin hablar ya de fuerzas creadoras…
…Y además, por estériles que parezcan esos cuatrocientos años, no por eso dejaron de producir un gran resultado:
las nacionalidades modernas, la refundición y la diferenciación de la humanidad en la Europa occidental para la historia futura. Los germanos habían, en efecto, revivificado a Europa y por eso la destrucción de los Estados en el período germánico no llevó al avasallamiento por normandos y sarracenos, sino a la evolución de los beneficios y del patronato (encomienda) hacia el feudalismo y a un incremento tan intenso de la población, que dos siglos después pudieron soportarse sin gran daño las fuertes sangrías de las cruzadas…
…Su capacidad y su valentía personales, su espíritu de libertad y su instinto democrático, que veía un asunto propio en los negocios públicos, en una palabra, todas las cualidades que los romanos habían perdido y únicas capaces de formar, del cieno del mundo romano,
nuevos Estados y nuevas nacionalidades, ¿qué era sino los rasgos característicos de los bárbaros del estadio superior de la barbarie, los frutos de su constitución gentilicia?…
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Todas las naciones a las que se refiere Engels, en su mencionada obra, son anteriores a la constitución de la burguesía como clase dominante, incluso algunas de las que describe son anteriores a la aparición de las clases sociales.
Por cierto lo que esta escrito en el manifiesto que desaparece, con el triunfo del proletariado, es la hostilidad entre las naciones, no las naciones.
Saludos.
Engels habla de naciones indistintamente de pueblos o comunidades lingüísticas, en el sentido en que se habla de la "nación iroquesa", etc. Acá estamos discutiendo al nacionalismo, que no tiene nada que ver con eso.
Si querés discutir seriamente, empezá por responder directamente a mis argumentos, en vez de esquivarlos.
Primero, te remarqué que el manifiesto dice que desaparecerán las DIFERENCIAS entre las naciones, no sólo los antagonismos. Está dicho en la misma cita que vos mostraste. A esto no contestas.
Segundo, te pregunté si leíste la obra de Hobsbawm, tampoco me respondes. Es importante porque define los términos del debate. Dejo una cita en este enlace:
"No obstante, al abordar «la cuestión nacional», «es más provechoso empezar con el concepto de "la nación" (es decir, con el "nacionalismo" ) que con la realidad que representa». Porque «La "nación", tal como la concibe el nacionalismo, puede reconocerse anticipadamente; la "nación" real sólo puede reconocerse a posteriori». Este es el método del presente libro. Presta atención especial a los cambios y las transformaciones del concepto, sobre todo en las postrimerías del siglo xix. Los conceptos, por supuesto, no forman parte del libre discurso filosófico, sino que están enraizados social, histórica y localmente y deben explicarse en términos de estas realidades.
Para el resto, la posición del autor puede resumirse del modo siguiente.
1. Utilizo el término «nacionalismo» en el sentido en que lo definió Gellner, a saber: para referirme «básicamente a un principio que afirma que la unidad política y nacional debería ser congruente» Yo añadiría que este principio también da a entender que el deber político de los ruritanos* (Ruritania es un país imaginario) para con la organización política que engloba y representa a la nación ruritana se impone a todas las demás obligaciones públicas, y en los casos extremos (tales como las guerras) a todas las otras obligaciones, del tipo que sean. Esto distingue el nacionalismo moderno de otras formas menos exigentes de identificación nacional o de grupo que también encontraremos.
2. Al igual que la mayoría de los estudiosos serios, no considero la «nación» como una entidad social primaria ni invariable. Pertenece exclusivamente a un período concreto y reciente desde el punto de vista histórico. Es una entidad social sólo en la medida en que se refiere a cierta clase de estado territorial moderno, el «estado-nación», y de nada sirve hablar de nación y de nacionalidad excepto en la medida en que ambas se refieren a él. Por otra parte, al igual que Gellner, yo recalcaría el elemento de artefacto, invención e ingeniería social que interviene en la construcción de naciones. «Las naciones como medio natural, otorgado por Dios, de clasificar a los hombres, como inherente ... destino político, son un mito; el nacionalismo, que a veces toma culturas que ya existen y las transforma en naciones, a veces las inventa, y a menudo las destruye:eso es realidad». En pocas palabras, a efectos de análisis, el nacionalismo antecede a las naciones. Las naciones no construyen estados y nacionalismos, sino que ocurre al revés.
3. La «cuestión nacional», como la llamaban los marxistas de antaño, se encuentra situada en el punto de intersección de la política, la tecnología y la transformación social. Las naciones existen no sólo en función de determinada clase de estado territorial o de la aspiración a crearlo —en términos generales, el estado ciudadano de la Revolución francesa—, sino también en el contexto de determinada etapa del desarrollo tecnológico y económico. La mayoría de los estudiosos de hoy estarán de acuerdo en que las lenguas nacionales estándar, ya sean habladas o escritas, no pueden aparecer como tales antes de la imprenta, la alfabetización de las masas y, por ende, su escolarización. Incluso se ha argüido que el italiano hablado popular, como idioma capaz de expresar toda la gama de lo que una lengua del siglo xx necesita fuera de la esfera de comunicación doméstica y personal, sólo ha empezado a construirse hoy día en función de las necesidades de la programación televisiva nacional. Por consiguiente, las naciones y los fenómenos asociados con ellas deben analizarse en términos de las condiciones y los requisitos políticos, técnicos, administrativos, económicos y de otro tipo.
4. Por este motivo son, a mi modo de ver, fenómenos duales, construidos esencialmente desde arriba, pero que no pueden entenderse a menos que se analicen también desde abajo, esto es, en términos de los supuestos, las esperanzas, las necesidades, los anhelos y los intereses de las personas normales y corrientes, que no son necesariamente nacionales y menos todavía nacionalistas. Si he de hacer una crítica importante a la obra de Gellner, es que su perspectiva preferida, la modernización desde arriba, hace difícil prestar la debida atención a la visión desde abajo.
Esa visión desde abajo, es decir, la nación tal como la ven, no los gobiernos y los portavoces y activistas de movimientos nacionalistas (o no nacionalistas), sino las personas normales y corrientes que son objeto de los actos y la propaganda de aquéllos, es dificilísima de descubrir. Por suerte, los historiadores sociales han aprendido a investigar la historia de las ideas, las opiniones y los sentimientos en el nivel subliterario, por lo que hoy día es menos probable que confundamos los editoriales de periódicos selectos con la opinión pública, como en otro tiempo les ocurría habitualmente a los historiadores. No sabemos muchas cosas a ciencia cierta. Con todo, tres cosas están claras.
La primera es que las ideologías oficiales de los estados y los movimientos no nos dicen lo que hay en el cerebro de sus ciudadanos o partidarios, ni siquiera de los más leales. En segundo lugar, y de modo más específico, no podemos dar por sentado que para la mayoría de las personas la identificación nacional —cuando existe— excluye el resto de identificaciones que constituyen el ser social o es siempre superior a ellas. De hecho, se combina siempre con identificaciones de otra clase, incluso cuando se opina que es superior a ellas. En tercer lugar, la identificación nacional y lo que se cree que significa implícitamente pueden cambiar y desplazarse con el tiempo, incluso en el transcurso de períodos bastantes breves. A mi juicio, este es el campo de los estudios nacionales en el cual el pensamiento y la investigación se necesitan con la mayor urgencia hoy día.
5. La evolución de las naciones y el nacionalismo dentro de estados que existen desde hace tiempo como, por ejemplo, Gran Bretaña y Francia no se ha estudiado muy intensivamente, aunque en la actualidad es objeto de atención. La existencia de esta laguna queda demostrada por la escasa atención que se presta en Gran Bretaña a los problemas relacionados con el nacionalismo inglés —término que en sí mismo suena raro a muchos oídos— en comparación con la que se ha prestado al nacionalismo escocés, al gales, y no digamos al irlandés. Por otra parte, en años recientes se ha avanzado mucho en el estudio de los movimientos nacionales que aspiran a ser estados, principalmente a raíz de los innovadores estudios comparados de pequeños movimientos nacionales europeos que efectuó Hroch. Dos observaciones del análisis de este excelente autor quedan englobadas en el mío. En primer lugar, la «conciencia nacional» se desarrolla desigualmente entre los agrupamientos sociales y las regiones de un país; esta diversidad regional y sus razones han sido muy descuidadas en el pasado. A propósito, la mayoría de los estudiosos estarían de acuerdo en que, cualquiera que sea la naturaleza de los primeros grupos sociales que la «conciencia nacional» capte, las masas populares —los trabajadores, los sirvientes, los campesinos— son las últimas en verse afectadas por ella. En segundo lugar, y por consiguiente, sigo su útil división de la historia de los movimientos nacionales en tres fases. En la Europa decimonónica, para la cual fue creada, la fase A era puramente cultural, literaria y folclórica, y no tenía ninguna implicación política, o siquiera nacional, determinada, del mismo modo que las investigaciones (por parte de no gitanos) de la Gypsy Lore Society no la tienen para los objetos de las mismas. En la fase B encontramos un conjunto de precur sores y militantes de «la idea nacional» y los comienzos de campañas políticas a favor de esta idea. El grueso de la obra de Hroch se ocupa de esta fase y del análisis de los orígenes, la composición y la distribución de esta minorité agissante. En mi propio caso, en el presente libro me ocupo más de la fase C, cuando —y no antes— los programas nacionalistas obtienen el apoyo de las masas, o al menos parte del apoyo de las masas que los nacionalistas siempre afirman que representan. La transición de la fase B a la fase C es evidentemente un momento crucial en la cronología de los movimientos nacionales. A veces, como en Irlanda, ocurre antes de la creación de un estado nacional; probablemente es mucho más frecuente que ocurra después, como consecuencia de dicha creación. A veces, como en el llamado Tercer Mundo, no ocurre ni siquiera entonces.
Finalmente, no puedo por menos de añadir que ningún historiador serio de las naciones y el nacionalismo puede ser un nacionalista político comprometido, excepto en el mismo sentido en que los que creen en la veracidad literal de las Escrituras, al mismo tiempo que son incapaces de aportar algo a la teoría evolucionista, no por ello no pueden aportar algo a la arqueología y a la filología semítica. El nacionalismo requiere creer demasiado en lo que es evidente que no es como se pretende. Como dijo Renán: «Interpretar mal la propia historia forma parte de ser una nación». Los historiadores están profesionalmente obligados a no interpretarla mal, o, cuando menos, a esforzarse en no interpretarla mal. Ser irlandés y estar apegado orgullosamente a Irlanda —incluso enorgullecerse de ser irlandés católico o irlandés protestante del Ulster— no es en sí mismo incompatible con el estudio en serio de la historia de Irlanda. No tan compatible, diría yo, es ser un feniano o un orangista; no lo es más que el ser sionista es compatible con escribir una historia verdaderamente seria de los judíos; a menos que el historiador se olvide de sus convicciones al entrar en la biblioteca o el estudio. Algunos historiadores nacionalistas no han podido hacerlo. Por suerte, al disponerme a escribir el presente libro, no he necesitado olvidar mis convicciones no históricas."
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]