Aun seguimos con esas influencias izquierdistas entre los MARXISTAS que a estas alturas, en un abierto y brutal enfrentamiento de clase entre intereses economicos por saquear mas a la clase obrera y defender las coqnuistas sociales y obreras que quedan, los muy lucidos, siguen llamando a la abstencion.
LENIN: ¿SE DEBE PARTICIPAR EN LOS PARLAMENTOS BURGUESES?
Los comunistas «de izquierda» alemanes, con el mayor desprecio — y la mayor ligereza –, responden a esta pregunta negativamente. ¿Sus argumentos? En la cita que hemos reproducido más arriba leemos:
«. . . rechazar del modo más categórico todo retorno a los métodos de lucha parlamentarios, los cuales han caducado ya histórica y políticamente. . .»
Esto está dicho en un tono ridículo, de puro presuntuoso, y es una falsedad evidente. ¡»Retorno» al parlamentarismo! ¿Existe ya acaso en Alemania una República Soviética? Parece ser que no. ¿Cómo puede hablarse entonces de «retorno»? ¿No es esto una frase vacía?
El parlamentarismo «ha caducado históricamente». Esto es cierto desde el punto de vista de la propaganda. Pero nadie ignora que de ahí a su superación práctica hay una distancia inmensa. Hace ya algunas décadas que podía decirse, con entera justicia, que el capitalismo había «caducado históricamente», lo cual no impide, ni mucho menos, que nos veamos precisados a sostener una lucha muy prolongada y muy tenaz sobre el terreno del capitalismo. El parlamentarismo «ha caducado históricamente» desde un punto de vista histórico universal, es decir, la época del parlamentarismo burgués ha terminado, la época de la dictadura del proletariado ha empezado. Esto es indiscutible, pero en la historia universal se cuenta por décadas. Aquí diez o veinte años más o menos no tienen importancia, desde el punto de vista de la historia universal son una pequeñez, imposible de apreciar ni aproximadamente. Pero, precisamente por eso, remitirse en una cuestión de política práctica a la escala de la historia universal, es la aberración teórica más escandalosa.
¿Ha «caducado políticamente» el parlamentarismo? Esto es ya otra cuestión. Si fuese cierto, la posición de los «izquierdistas» sería sólida. Pero hay que probarlo por medio de un análisis serio, y los «izquierdistas» ni siquiera saben abordarlo. El análisis contenido en las «Tesis sobre el parlamentarismo», publicadas en el número 1 del «Boletín de la Oficina Provisional de Amsterdam de la Internacional Comunista» («Bulletin of the Provisional Bureau in Amsterdam of the Communist International», February[16] 1920), y que expresan claramente las tendencias específicamente izquierdistas de los holandeses o las tendencias de izquierda específicamente holandesas, como veremos, no vale tampoco un comino.
En primer lugar, los comunistas «de izquierda» alemanes, como se sabe, ya en enero de 1919 consideraban el parlamentarismo como «políticamente caduco», contra la opinión de dirigentes políticos tan eminentes como Rosa Luxemburgo y Carlos Liebknecht. Como es sabido, los «izquierdistas» se equivocaron. Este hecho basta para destruir de golpe y radicalmente la tesis según la cual el parlamentarismo «ha caducado políticamente». Los «izquierdistas» tienen el deber de demostrar por qué ese error indiscutible de entonces ha dejado de serlo hoy. Pero no aportan la menor sombra de prueba, ni pueden aportarla. La actitud de un partido político ante sus errores es una de las pruebas más importantes y más fieles de la seriedad de ese partido y del cumplimiento efectivo de sus deberes hacia su clase y hacia las masas trabajadoras. Reconocer abiertamente los errores, poner al descubierto sus causas, analizar la situación que los ha engendrado y examinar atentamente los medios de corre girlos: esto es lo que caracteriza a un partido serio, en esto es en lo que consiste el cumplimiento de sus deberes, esto es educar e instruir a la clase, primero, y, después, a las masas. Como no cumplen esa obligación suya, como no ponen toda la atención, todo el celo y cuidados necesarios para estudiar su error manifiesto, los «izquierdistas» de Alemania (y de Holanda) muestran que no son el partido de una clase, sino un círculo, que no son el partido de las masas, sino un grupo de intelectuales y un reducido número de obreros que imitan los peores rasgos de los intelectualoides.
En segundo lugar, en el mismo folleto del grupo «de izquierda» de Francfort, del que hemos dado citas detalladas más arriba, leemos:
«. . . los millones de obreros que siguen todavía la política del centro» (del Partido Católico del «Centro») «son contrarrevolucionarios. Los proletarios del campo forman las legiones de los ejércitos contrarrevolucionarios» (pág. 3 del folleto citado).
Como se ve, todo esto está dicho con un énfasis y una exageración excesivos. Pero el hecho fundamental aquí referido es indiscutible, y su reconocimiento por los «izquierdistas» atestigua con particular evidencia su error. En efecto, ¡¿cómo se puede decir que el «parlamentarismo ha caducado políticamente», si «millones» y «legiones» de proletarios son todavía, no sólo partidarios del parlamentarismo en general, sino hasta francamente «contrarrevolucionarios»?!
Es evidente que el parlamentarismo en Alemania no ha caducado aún políticamente. Es evidente que los «izquierdistas» de Alemania han tomado su deseo, su ideal político por una realidad objetiva. Este es el más peligroso de los errores para los revolucionarios. En Rusia, donde el yugo profundamente salvaje y cruel del zarismo engendró, durante un período sumamente prolongado y en formas particularmente variadas, revolucionarios de todos los matices, revolucionarios de una abnegación, de un entusiasmo, de un heroísmo, de una fuerza de voluntad asombrosos, en Rusia, hemos podido observar muy de cerca, estudiar con mucha atención, conocer a la perfección este error de los revolucionarios, y por esto lo apreciamos con especial claridad en los demás. Naturalmente, para los comunistas de Alemania el parlamentarismo «ha caducado políticamente», pero se trata precisamente de no creer que lo que ha caducado para nosotros haya caducado para la clase, para la masa. Una vez más, vemos aquí que los «izquierdistas» no saben razonar, no saben conducirse como partido de clase, como partido de masas.Vuestro deber consiste en no descender hasta el nivel de las masas, hasta el nivel de los sectores atrasados de la clase. Esto es indiscutible. Tenéis el deber de de cirles la amarga verdad, de decirles que sus prejuicios democrático-burgueses y parlamentarios son eso, prejuicios, pero al mismo tiempo, debéis observar serenamente el estado real de conciencia y de preparación de la clase entera (y no sólo de su vanguardia comunista), de toda la masa trabajadora entera (y no sólo de sus individuos avanzados).
Aunque no fuesen «millones» y «legiones», sino una simple minoría bastante importante de obreros industriales, la que siguiese a los curas católicos, y de obreros agrícolas, la que siguiera a los terratenientes y campesinos ricos (Grossbauern ), podría asegurarse ya sin dudar que el parlamentarismo en Alemania no había caducado todavía políticamente, que la participación en las elecciones parlamentarias y la lucha en la tribuna parlamentaria es obligatoria para el partido del proletariado revolucionario, precisamente para educar a los elementos atrasados de su clase, precisamente para despertar e ilustrar a la masa aldeana analfabeta, ignorante y embrutecida. Mientras no tengáis fuerza para disolver el parlamento burgués y cualquiera otra institución reaccionaria, estáis obligados a trabajar en el interior de dichas instituciones, precisamente porque hay todavía en ellas obreros idiotizados por el clero y por la vida en los rincones más perdidos del campo. De lo contrario, corréis el riesgo de convertiros en simples charlatanes.
En tercer lugar, los comunistas «de izquierda» nos colman de elogios a nosotros, los bolcheviques. A veces dan ganas de decirles: ¡alabadnos menos, pero compenetraos más con nuestra táctica, familiarizaos más con ella! Participamos, de septiembre a noviembre de 1917, en las elecciones al parlamento burgués de Rusia, a la Asamblea Constituyente. ¿Era acertada nuestra táctica o no? Si no lo era, hay que decirlo claramente y demostrarlo: es indispensable para elaborar la táctica justa del comunismo internacional. Si lo era, deben sacarse de ello las conclusiones que se imponen. Naturalmente, no se trata, ni mucho menos, de equiparar las condiciones de Rusia a las de la Europa occidental. Pero especialmente con respecto al significado de la idea de que el «parlamentarismo ha caducado políticamente», hay que tener cuidadosamente en cuenta nuestra experiencia, pues si no se toma en consideración una experiencia concreta, estas ideas se convierten con excesiva facilidad en frases vacías. ¿Acaso no teníamos nosotros, los bolcheviques rusos, en aquel período, de septiembre a noviembre de 1917, más derecho que cualesquiera otros comunistas de Occidente a considerar que el parlamentarismo había caducado políticamente en Rusia? Lo teníamos, naturalmente, pues no se trata de si los parlamentos burgueses llevan mucho tiempo de existencia o existen desde hace poco, sino del grado de preparación (ideológica, política, práctica) de las grandes masas trabajadoras para aceptar el régimen soviético y disolver o admitir la disolución del parlamento democráticoburgués. Que en Rusia, de septiembre a noviembre de 1917, la clase obrera de las ciudades, los soldados y los campesinos estaban, en virtud de una serie de condiciones específicas, excepcionalmente dispuestos a aceptar el régimen soviético y a disolver el parlamento burgués más democrático, es un hecho histórico absolutamente indiscutible y plenamente demostrado. Y no obstante, los bolcheviques no boicotearon la Asamblea Constituyente, sino que participaron en las elecciones tanto antes como d e s p u é s de la conquista del Poder político por el proletariado. Que dichas elecciones han dado resultados políticos extraordinariamente valiosos (y excepcionalmente útiles para el proletariado), es un hecho que creo haber demostrado en el artículo citado más arriba, donde analizo detalladamente los resultados de las elecciones a la Asamblea Constituyente de Rusia.
La conclusión que de ello se deriva es absolutamente indiscutible: está probado que, aun unas semanas antes del triunfo de la República Soviética, aun después de este triunfo, la participación en un parlamento democráticoburgués, no sólo no perjudica al proletariado revolucionario, sino que le facilita la posibilidad de hacer ver a las masas atrasadas por qué semejantes parlamentos merecen ser disueltos, facilita el éxito de su disolución, facilita la «eliminación política» del parlamentarismo burgués. No tener en cuenta esta experiencia y pretender al mismo tiempo pertenecer a la Internacional Comunista, que debe elaborar internacionalmente su táctica (no una táctica estrecha o exclusivamente nacional, sino precisamente una táctica internacional), significa incurrir en el más profundo de los errores y precisamente apartarse de hecho del internacionalismo, aunque éste sea proclamado de palabra.
Consideremos ahora los argumentos «izquierdistas específicamente holandeses» en favor de la no participación en los parlamentos. He aquí la tesis 4, una de las más importantes tesis «holandesas» citadas más arriba, traducida del inglés:
«Cuando el sistema capitalista de producción es destrozado y la sociedad atraviesa un período revolucionario, la acción parlamentaria pierde poco a poco su valor, en comparación con la acción de las propias masas. Cuando en estas condiciones el parlamento se convierte en el centro y el órgano de la contrarrevolución, y, por otra parte, la clase obrera crea los instrumentos de su Poder en forma de Soviets, puede resultar incluso necesario renunciar a toda participación en la acción parlamentaria».
La primera frase es evidentemente falsa, pues la acción de las masas, por ejemplo, una gran huelga, es siempre más importante que la acción parlamentaria, y no sólo durante la revolución o en una situación revolucionaria. Este argumento, de indudable inconsistencia histórica y políticamente falso, muestra sólo, con particular evidencia, que los autores no tienen para nada en cuenta ni la experiencia de toda Europa (de Francia en vísperas de las revoluciones de 1848 y 1870, de Alemania entre 1878 y 1890, etc.) ni de Rusia (véase más arriba) sobre la importancia de la combinación de la lucha legal con la ilegal. Esta cuestión tiene una importancia inmensa, tanto de un modo general como de un modo especial, porque en todos los países civilizados y adelantados se acerca a grandes pasos la época en que dicha combinación será — y lo es ya en parte — cada vez más obligatoria para el partido del proletariado revolucionario, a consecuencia de la maduración y de la proximidad de la guerra civil del proletariado con la burguesía, a consecuencia de las feroces persecuciones de los comunistas por los gobiernos republicanos y, en general, por los gobiernos burgueses, que violan constantemente la legalidad (como ejemplo de ello basta citar a los Estados Unidos), etc. Esta cuestión esencial es absolutamente incomprendida por los holandeses y los izquierdistas en general.
La segunda frase es, en primer término, falsa históricamente. Los bolcheviques hemos actuado en los parlamentos más contrarrevolucionarios, y la experiencia ha demostrado que semejante participación ha sido, no sólo útil, sino necesaria para el partido del proletariado revolucionario, precisamente después de la primera revolución burguesa en Rusia (1905) para preparar la segunda revolución burguesa (febrero de 1917) y luego la revolución socialista (octubre de 1917). En segundo lugar, dicha frase es de un ilogismo sorprendente. De que el parlamento se convierta en el órgano y «centro» (aunque dicho sea de paso, no ha sido nunca ni ha podido ser en realidad el «centro») de la contrarrevolución y de que los obreros creen los instrumentos de su Poder en forma de Soviets, se sigue que los trabajadores deben prepararse ideológica, política y técnicamente para la lucha de los Soviets contra el parlamento, para la disolución del parlamento por los Soviets. Pero de esto no se deduce en modo alguno que semejante disolución sea obstaculizada, o
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no sea facilitada por la presencia de una oposición sovietista en el interior de un parlamento contrarrevolucionario. Jamás hemos notado durante nuestra lucha victoriosa contra Denikin y Kolchak que la existencia de una oposición proletaria, sovietista, en sus dominios, haya sido indiferente para nuestros triunfos. Sabemos perfectamente que la disolución de la Constituyente, llevada a cabo por nosotros el 5 de enero de 1918, lejos de ser dificultada, fue facilitada por la presencia dentro de la Constituyente contrarrevolucionaria que disolvíamos, tanto de una oposición sovietista consecuente, la bolchevique, como también de una oposición sovietista inconsecuente, la de los socialrevolucionarios de izquierda. Los autores de la tesis se han embrollado completamente y han olvidado la experiencia de una serie de revoluciones, si no de todas, experiencia que acredita los servicios especiales prestados, en tiempo de revolución, por la combinación de la acción de masas fuera del parlamento reaccionario y de una oposición simpatizante de la revolución (o mejor aun, que la defienda francamente) dentro del parlamento. Los holandeses y los «izquierdistas» en general razonan aquí como unos doctrinarios de la revolución que nunca han tomado parte en una revolución verdadera, o que jamás han reflexionado sobre la historia de las revoluciones o que toman ingenuamente la «negación» subjetiva de una cierta institución reaccionaria, por su destrucción efectiva mediante el conjunto de fuerzas de una serie de factores objetivos.
El medio más seguro de desacreditar una nueva idea política (y no solamente política) y perjudicarla, consiste en llevarla hasta el absurdo, so pretexto de defenderla. Pues toda verdad, si se la obliga a «sobrepasar los límites» (como decía Dietzgen padre), si se exagera, si se extiende más allá de los limites dentro de los cuales es realmente aplicable, puede ser llevada al absurdo, y, en las condiciones señaladas, se convierte infaliblemente en absurdo. Tal es el mal servicio que prestan los izquierdistas de Holanda y Alemania a la nueva verdad de la superioridad del Poder soviético sobre los parlamentos democráticoburgueses. Indudablemente, quien de un modo general siguiera sosteniendo la vieja afirmación de que abstenerse de participar en los parlamentos burgueses es inadmisible en todas las circunstancias, estaria en un error. No puedo intentar formular aquí las condiciones en que es útil el boicot, porque el objeto de este artículo es más modesto: se reduce sólo a analizar la experiencia rusa en relación con algunas cuestiones actuales de táctica comunista internacional. La experiencia rusa nos da una aplicación feliz y acertada (1905) y otra equivocada (1906) del boicot por los bolcheviques. Analizando el primer caso, vemos: los bolcheviques consiguieron impedir la convocatoria del parlamento reaccionario por el Poder reaccionario, en un momento en que la acción revolucionaria extraparlamentaria de las masas (particularmente las huelgas) crecía con excepcional rapidez, en que no había ni un solo sector del proletariado y de la clase campesina que pudiera sostener de ningún modo el Poder reaccionario, en que la influencia del proletariado revolucionario sobre la masa atrasada estaba asegurada por la lucha huelguistica y el movimiento agrario. Es por completo evidente que esta experiencia es inaplicable a las condiciones actuales europeas. Y es también evidente — en virtud de los argumentos expuestos más arriba — que la defensa, aunque condicional, de la renuncia a participar en los parlamentos, hecha por los holandeses y los «izquierdistas», es radicalmente falsa y nociva para la causa del proletariado revolucionario. En Europa occidental y América, el parlamento se ha hecho extraordinariamente odioso a la vanguardia revolucionaria de la clase obrera. Es indiscutible. Y se comprende perfectamente, pues es difícil imaginarse algo más vil, más abyecto, más traidor que la conducta de la inmensa mayoría de los diputados socialistas y socialdemócratas en el parlamento durante la guerra y después de la misma. Pero seria no sólo irrazonable, sino francamente criminal dejarse llevar por estos sentimientos al decidir la cuestión de cómo se debe luchar contra el mal universalmente reconocido. En muchos países de la Europa occidental el sentimiento revolucionario puede decirse que es todavía una «novedad», una «rareza» esperada demasiado tiempo, en vano, con impaciencia, y por esto se deja con tanta facilidad que este sentimiento predomine. Naturalmente, sin un estado de espíritu revolucionario de las masas, sin condiciones favorables para el desarrollo de dicho estado de espíritu, la táctica revolucionaria no se trocará en acción; pero a nosotros, en Rusia, una larga, dura y sangrienta experiencia nos ha convencido de que con el sentimiento revolucionario solo, es imposible crear una táctica revolucionaria. La táctica debe ser elaborada teniendo en cuenta, serenamente, y de un modo estrictamente objetivo, todas las fuerzas de clase del Estado de que se trate (y de los Estados que le rodean y de todos los Estados en escala mundial), así como la experiencia de los movimientos revolucionarios. Manifestar el «espíritu revolucionario» sólo con injurias al oportunismo parlamentario, únicamente condenando la participación en los parlamentos, resulta facilísimo; pero precisamente porque es facilísimo no es la solución de un problema difícil, de un problema dificilísimo. Es mucho más difícil en los parlamentos occidentales que en Rusia crear una fracción parlamentaria verdaderamente revolucionaria.
Desde luego. Pero esto no es sino un reflejo parcial de la verdad general de que a Rusia, en la situación histórica concreta, extraordinariamente original del año 1917, le fue fácil comenzar la revolución socialista; en cambio, continuarla y llevarla a término, le será a Rusia más difícil que a los países europeos. Ya a comienzos de 1918 hube de indicar esta circunstancia, y la experiencia de los dos años transcurridos desde entonces ha venido a confirmar la exactitud de aquella indicación. Condiciones específicas como fueron: 1) la posibilidad de hacer coincidir la revolución soviética con la terminación, gracias a ella, de la guerra imperialista, que había extenuado hasta lo indecible a los obreros y campesinos; 2) la posibilidad de aprovechar durante cierto tiempo la lucha a muerte en que estaban enzarzados los dos grupos mundiales más poderosos de tiburones imperialistas, grupos que no podían unirse contra el enemigo soviético; 3) la posibilidad de soportar una guerra civil relativamente larga, en parte por la gigantesca extensión del país y sus exiguos medios de comunicación; 4) la existencia de un movimiento revolucionario democráticoburgués de los campesinos, tan profundo, que el partido del proletariado hizo suyas las reivindicaciones revolucionarias del partido de los campesinos (del partido socialrevolucionario, profundamente hostil, en su mayoría, al bolchevismo), realizándolas inmediatamente, gracias a la conquista del Poder político por el proletariado; condiciones específicas como éstas no existen ahora en la Europa occidental, y la repetición de estas condiciones o de condiciones análogas no es muy fácil. He aquí por qué, entre otras cosas — pasando por alto una serie de otros motivos — , le es más difícil a la Europa occidental que a nosotros comenzar la revolución socialista. Tratar de «esquivar» esta dificultad, «saltando» por encima del arduo problema de utilizar los parlamentos reaccionarios para fines revolucionarios, es puro infantilismo. ¿Queréis crear una sociedad nueva? ¡Y teméis la dificultad de crear una buena fracción parlamentaria de comunistas convencidos, abnegados, heroicos, en un parlamento reaccionario! ¿Acaso no es esto infantilismo? Si C. Liebknecht en Alemania y Z. Höglund en Suecia han sabido hasta sin el apoyo de la masa desde abajo, dar un ejemplo de la utilización realmente revolucionaria de los parlamentos reaccionarios, ¡¿cómo un partido revolucionario de masas, que crece rápidamente con las desilusiones y la irritación de estas últimas, características de la postguerra, no puede forjar una fracción comunista en los peores parlamentos?! Precisamente porque las masas atrasadas de obreros, y más aún las de pequeños agricultores, están más imbuidas en Europa occidental que en Rusia de prejuicios democráticoburgueses y parlamentarios, precisamente por esto únicamente en el seno de instituciones como los parlamentos burgueses pueden (y deben) los comunistas sostener una lucha prolongada, tenaz, sin retroceder ante ninguna dificultad para denunciar, desvanecer y superar dichos prejuicios.
Los comunistas «de izquierda» de Alemania se quejan de los malos «jefes» de su partido y caen en la desesperación, llegando hasta incurrir en la ridiculez de «negar» a los » jefes». Pero en circunstancias que obligan a menudo a mantener a estos últimos en la clandestinidad, la formación de «jefes» buenos, seguros, probados, con autoridad, es particularmente difícil y triunfar de semejantes dificultades es imposible sin la combinación del trabajo legal con el ilegal, sin hacer pasar a los » jefes «, entre otras pruebas, también por la del parlamento. La crítica — la más violenta, más implacable, más intransigente — debe dirigirse no contra el parlamentarismo o la acción parlamentaria, sino contra los jefes que no saben — y aún más contra los que no quieren — utilizar las elecciones parlamentarias y la tribuna parlamentaria a la manera revolucionaria, a la manera comunista. Sólo esta crítica — unida, naturalmente, a la expulsión de los jefes incapaces y a su sustitución por otros más capaces — constituirá un trabajo revolucionario útil y fecundo que educará a la vez a los «jefes» para que sean dignos de la clase obrera y de las masas trabajadoras, y a las masas para que aprendan a orientarse como es debido en la situación política y a comprender los problemas, a menudo sumamente complejos y embrollados, que resultan de semejante situación*.
* He tenido demasiado pocas posibilidades de conocer el comunismo «de izquierda» de Italia. Indudablemente el camarada Bordiga y su fracción de «comunistas abstencionistas» cometen un error al defender la no participación en el parlamento. Pero hay un punto en que me parece que tiene razón, por lo que yo puedo juzgar ateniéndome a dos números de su periódico «Il Soviet» (núms. 3 y 4 del 18. I. y del 1. II. 1920), a cuatro números de la excelente revista del camarada Serrati «Comunismo» (núms. 1-4. 1. X. 30. XI. 1919) y a distintos números de periódicos burgueses italianos que he podido ver. Precisamente el carnarada Bordiga y su fracción tienen razón cuando atacan a Turad y sus partidarios, que están en un partido que reconoce el Poder de los Soviets y la dictadura del proletariado, que siguen siendo miembros del parlamento y prosiguen su vieja y perjudicial política oportunista. En efecto, al consentir esto, el camarada Serrati y todo el Partido Socialista Italiano[17] incurren en un error tan preñado de amenazas y peligros como en Hungría, donde los señores Turati húngaros sabotearon desde el interior el Partido y el Poder de los Soviets. Esa actitud errónea. inconsecuente, que se distingue por su falta de carácter, con respecto a los parlamentarios oportunistas, de una parte, engendra el comunismo «de izquierda», y de otra, justtifica basta cierto punto su existencia. El camarada Serrati es evidente que no tiene razón al acusar de «inconsecuencia» al diputado Turati («Comunismo», núm. 3), porque el único inconsecuente es el Parddo Socialista Italiano, que tolera en su seno a oportunistas parlamentarios como Turati y compañia.
(Capítulo VII de LA ENFERMEDAD INFANTIL DEL «IZQUIERDISMO» EN EL COMUNISMO)