"El enigma ruso: el esclavo-soberano"
artículo escrito por Carlos Marx
Traducción de Aurelia Álvarez Urbajtel
tomado de la web de la Asociación de Amigos del arte y la cultura de Valladolid
publicado en dos mensajes en el Foro
En los últimos meses de 1856 y en los primeros de 1857, Carlos Marx publicó una serie de artículos en el periódico conservador Free Press, sobre la política internacional de la Gran Bretaña frente a la Rusia zarista, durante el siglo XVIII. En esos artículos Marx se propuso mostrar la complicidad de los sucesivos gobiernos ingleses con el expansionismo imperialista del zarismo. El tema era de actualidad en aquellos años: la guerra de Crimea había enfrentado, una vez más, a los dos grandes regímenes autoritarios: el imperio otomano y el ruso. El director y propietario de Free Press era David Urqubart, “un thory de la vieja escuela”, como lo llamaba Engels con cierta simpatia. Urqubart era un enemigo acérrimo de Rusia y un simpatizante de la Sublime Puerta, en la que veía un dique de la expansión rusa. Marx y Engels compartían esta idea con el ultraconservador Urqubart y de ahí que, a pesar de sus opuestas posiciones políticas e intelectuales, no vacilasen en colaborar en su periódico. Los artículos de Marx aparecieron bajo un título general: Revelations on the Diplomatic History of the Eighteenth Century. Son poco conocidos y no hay constancia de su publicación en la URSS, por ejemplo.
La influencia preponderante que Rusia ganó por sorpresa en Europa en diferentes épocas ha atemorizado a los pueblos de Occidente, que se le han sometido como a una fatalidad o sólo lo han resistido por momentos. Pero junto a la fascinación vemos renacer constantemente un escepticismo que la sigue como su sombra, mezclando la nota ligera de la ironía a los gritos de los pueblos agonizantes, burlándose de la verdadera grandeza del poderío ruso como de la actitud que adopta un histrión para deslumbrar y engañar. Otros imperios han suscitado durante su infancia dudas semejantes; pero Rusia se volvió un coloso sin haberlas disipado. Nos ofrece el único ejemplo histórico de un enorme imperio que, incluso tras unas realizaciones de envergadura mundial, no deja de ser considerado como un asunto de creencia y no de hecho.
Desde principios del siglo XVIII hasta hoy, no hay un sólo autor que haya creído posible dispensarse de probar su existencia, para empezar, antes de glorificarla o criticarla.
Pero seamos espiritualistas o materialistas hacia Rusia, es decir, consideremos su existencia como un hecho palpable o como una simple visión de pueblos europeos con la conciencia llena de remordimientos, la pregunta sigue siendo la misma: ¿Cómo ha logrado esta potencia, o este fantasma de potencia, adquirir semejantes dimensiones y suscitar, por un lado, la denuncia apasionada de la amenaza que constituía para el mundo al repetir el fenómeno de una monarquía universal y, por otro lado, la furiosa negación de esa amenaza?
A comienzos del siglo XVIII, Rusia era considerada como una creación efímera improvisada por el genio de Pedro el Grande. Schloetzer considera un hallazgo haber descubierto que también tenía un pasado’. En la época moderna, escritores como Fallmerayer*, que siguen inconscientemente los pasos de los historiadores rusos, afirman deliberadamente que el espectro que atemoriza a la Europa del siglo XIX ya cubría con su sombra a la del siglo IX.
Para ellos la política rusa empieza con los primeros ruriks, y continúa sistemtiticamente, a pesar de algunas interrupciones, hasta la fecha. Tenemos a la vista unos mapas antiguos de Rusia que eran territorios europeos mucho más vastos que aquellos de los que hoy puede enorgullecerse; su tendencia constante a agrandarse, del siglo IX al XIX, aparece indicada con un escrúpulo inquieto. Nos muestran a Oleg lanzando ochenta y ocho mil hombres contra Bizancio, fijando su escudo como un trofeo a las puertas de esa capital y, dictando un tratado ignominioso en el Bajo - Imperio; vemos a Igor imponiéndole un tributo y escuchamos a Sviatoslav jactándose de que “los griegos lo abastecen de oro, telas lujosas, arroz, frutas y vino; de que los húngaros le dan ganado y caballos; de que toma la miel, la cera, las pieles y los hombres de Rusia”. Vemos a Vladimir conquistando Crimea y Livonia, arrebatando una de las hijas al emperador griego como Napoléon lo hizo con el de Austria, mezclando el poder militar de un conquistador nórdico con el despotismo teocrático de los porfirogenetas, protector de sus sujetos en el cielo tanto como su amo en la tierra.
Y sin embargo, a pesar del paralelismo sugerido por esas reminiscencias, la política de los primeros ruriks y la de la Rusia moderna difieren fundamentalmente. Era ni más ni menos que la política de los bárbaros germanos sumergiendo a Europa. La historia de las naciones modernas sólo empezó una vez que la ola se retiró. El periodo gótico de Rusia no es más que un capítulo de las conquistas normandas; del mismo modo que el Imperio de Carlomagno precede a la fundación de la Francia, la Alemania y la Italia modernas, el Imperio de los ruriks precede por su parte a la de Polonia, Lituania, los establecimientos bálticos, Turquía y la misma Moscovia.
El rápido crecimiento de los ruriks no fue el resultado de planes largamente madurados, sino el de una expansión natural de la organización primitiva de los conquistadores normandos -vasallaje sin feudos o feudos que consistían únicamente en tributos-, oleada ininterrumpida de nuevos aventureros varegos, sedientos de gloria y de pillaje, que hacían necesarias nuevas conquistas. Los jefes, sin embargo, deseosos de reposo, fueron obligados a seguir adelante por sus fieles bandas.
En Rusia como en la Normandía francesa, llegó el momento en que enviaron a sus insaciables compañeros de armas, que se habían vuelto incontrolables, a nuevas expediciones de rapiña, con el único objeto de deshacerse de ellos.
Entre los primeros ruriks, la guerra y la organización de los territorios conquistados’no difieren en nada de lo que fueron entre los normandos en el resto del mundo. Si, excepcionalmente, las tribus eslavonas fueron sometidas no sólo por la fuerza, sino también por mutuo acuerdo, se debe a la posición particular de esas tribus, expuestas a las invasiones del Norte y del Este, que se sometían a las primeras para protegerse de las segundas. La Roma de Oriente ejercía sobre los varegos el mismo atractivo que la Roma de Occidente sobre los barbaros del Norte. La verdadera migración sufrida por la capital rusa, establecida en Novgorod por Rurik, trasladada a Kiev por Oleg y que Sviatoslav intentó fijar en Bulgaria, demuestra sin la menor duda posible que el invasor apenas estaba buscando su camino y consideraba a Rusia como un simple apeadero desde el que podía partir en busca de un imperio en el Sur. Si la Rusia moderna ansía a Constantinopla para establecer su dominio sobre el mundo, los ruriks, por el contrario, debido a la resistencia de Bizancio bajo Zimices, se vieron obligados a establecer definitivamente su dominación sobre Rusia.
Puede objetarse que vencedores y vencidos se mezclaron en Rusia más rápidamente que en otras partes, y que los jefes se confundieron muy pronto con los eslavones, como lo muestran sus matrimonios y sus nombres. Pero conviene recordar que la Fiel Banda que formaba originalmente su guardia y su consejo privado, siguió estando compuesta exclusivamente por varegos, y que Vladimir, en el apogeo de la Rusia gótica, así como Yaroslav en su primer ocaso, fueron reinstalados en su trono por la fuerza de las armas varegas. Si cabe reconocer un rastro de la influencia eslavona en esa época, se encontrad en Novgorod, estado eslavón cuyas tradiciones, política y tendencias son tan opuestas a las de la Rusia moderna que la una sólo pudo haberse fundado sobre las ruinas de la otra. Bajo Yaroslav, los varegos pierden la supremacía, pero simultáneamente desaparecen las tendencias conquistadoras del primer periodo, y la Rusia gótica se desliza hacia su fase de decadencia. La historia de ésta, más aún que la de su formación, prueba el carácter exclusivamente gótico del Imperio de los Ruriks.
Ese Imperio monstruoso, inmenso, precozmente formado, del mismo modo que los otros imperios con un desarrollo semejante, fue repartido una y otra vez entre los descendientes de los conquistadores, desgarrado por guerras feudales, hecho pedazos por las. intervenciones de pueblos extranjeros.
La autoridad absoluta del Gran Príncipe se desvaneció ante las pretensiones de los setenta príncipes de sangre rivales. La tentativa de André de Suzdal de reconstituir amplias fracciones de ese Imperio al trasladar la capital de Kiev a Vladimir, no tuvo otro resultado que propagar su descomposición, del Sur al Centro. El tercer sucesor de André abandonó hasta la última sombra de supremacía: su título de Gran Príncipe y el homenaje puramente formal que todavía se le rendía. Los patrimonios del Norte y del Sur fueron volviéndose, uno tras otro, lituanos, polacos, húngaros, livonios y suecos. La misma antigua capital, Kiev, tuvo su propio destino al caer del rango de capital del gran principado al de territorio de una simple ciudad. Después, la Rusia de los normandos desapareció completamente del escenario y los débiles rastros que de ella subsistían tuvieron finalmente que desaparecer frente a la terrible aparición de Gengis Khan. En el lodo sangriento de la esclavitud mongol, y no en la ruda gloría de Ia época normanda, nació la Moscovia de la que la Rusia moderna es sólo una metamorfosis.
El yugo tártaro pesó sobre Rusia de 1237 a 1462, más de dos siglos; yugo no sólo aplastante, sino deshonroso y que marchitó el alma del pueblo sobre el que se abatió. Los tártaros de Mongolia establecieron un terror sistemático, ya que sus instituciones consistían en devastaciones y masacres en grande.
Como su número era reducido en relación con sus enormes conquistas, tenían que envolverse en una aureola de terror para que pareciera mayor; por eso hacían matanzas en la población que hubiera podido sublevarse detrás de ellos.
Su táctica de la tierra quemada obedecía además al mismo principio económico que despobló los Highlands de Escocia y el campo de Roma: el de la sustitución de hombres por borregos y la transformación de regiones fértiles y pobladas en tierras de pastoreo.
Cuando Moscovia salió de la oscuridad en que había vivido, la dominación tartara ya llevaba un siglo, Para mantener la discordia entre los príncipes rusos y asegurarse una sumisión servil de su parte, los mongoles le habían devuelto su prestigio al título de Gran Príncipe. Para obtenerlo, los príncipes rusos sostuvieron una lucha de la que un autor moderno ha dicho que fue “una lucha abyecta, lucha de esclavos en la que la calumnia era el arma principal y en la que siempre estaban dispuestos a denunciarse mutuamente a unos amos crueles; se disputaban un trono sin gloria que no les ofrecía otras posibilidades que el pillaje y el parricidio, que les llenaba las manos de oro pero los cubría de sangre; no se atrevían a subirse a él sin arrastrarse, ni a conservarlo de otro modo que de rodillas, prostemados y temblorosos bajo el sable de un tártaro siempre presente para pisotear esa corona de servilismo y las cabezas que la llevaban”. En medio de esas infamias, la rama moscovita ganó finalmente la carrera.
En 1328, la corona de Gran Príncipe, arrancada a la rama de Tver por denuncia y asesinato, fue recogida por Yuri, hermano mayor de Iván Kalita, a los pies de Uzbek - khan. Iván I Kalita e Iván III, apodado el Grande, personificaron la ascensión de Moscovia mediante la dominación tártara, y la emancipación del poderío moscovita por la desaparición de la autoridad tártara. Desde sus comienzos en el escenario histórico, toda la política de Moscovia se resume en la historia de esos dos individuos.
La política de Iván Kalita fue sencillamente la que sigue: representar el abyecto papel de instrumento del Khan, y luego usar su autoridad contra los príncipes rivales y contra sus propios sujetos. Para lograr este objetivo, tenía que minar a los tártaros, engatusarlos cínicamente y viajar con frecuencia a la Horda de Oro. Pidió humildemente la mano de las princesas mongoles, demostró un celo sin límites por los intereses del Khan, ejecutó sin escrúpulos sus órdenes, calumnió odiosamente a sus propios parientes, a la vez verdugo, sicofante del tartaro y esclavo en jefe. Inquietaba al Khan revelándole continuamente la existencia de conspiraciones secretas. Cuando la rama de Tver mostró una veleidad de independencia nacional, se precipitó a la Horda para denunciarla. Siempre que encontraba una resistencia, hacía intervenir al tártaro para romperla. Pero no le bastaba con representar un personaje: para hacerlo aceptar, necesitaba todavía más oro.
La base mas firme sobre la que Kalita pudo edificar su empresa de engaño y usurpación, era la corrupción del Khan y de sus Grandes. Pero ¿cómo podía el esclavo conseguir el dinero necesario para corromper al amo? Iván convenció al Khan de que lo hiciera recolector de impuestos en todas las posesiones rusas. Una vez investido en esta función, se puso a robar dinero bajo falsos pretextos. Acumuló riquezas gracias al terror que inspiraba el sólo nombre del tartaro, luego lo usó para corromper a los mismos tártaros. También mediante la corrupción, incitó al arzobispo metropolitano a trasladar su residencia episcopal de Vladimir a Moscú; luego, con el pretexto de que se había vuelto capital religiosa, la convirtió en capital del Estado, uniendo el poder de la Iglesia al de su propia corona. Por corrupción, llevó a los boyardos a traicionar a sus jefes para volverse el centro en tomo al cual se juntaban.
Gracias a las influencias conjuntas del tártaro mahometano, de la Iglesia griega y de los boyardos, arrastró al conjunto de los príncipes dotados de posesiones en una cruzada contra el más peligroso de ellos, el de Tver. Ante una resistencia que empujó incluso a sus aliados recientes a comprometerse en una guerra para el bien público, prefirió armar intrigas dirigidas al Khan antes que desenvainar la espada. De nuevo mediante corrupción y engaño, lo convenció de asesinar a sus :ivales más cercanos con las peores torturas.
La política tradicional de los tártaros era neutralizar a los príncipes rusos uno con otro, alimentar sus disensiones, apoyar a algunos para hacerlos iguales a todos y no permitir que ninguno se reforzara. Iván Kalita hizo del Khan un instrumento que le permitió deshacerse de sus mas peligrosos rivales y eliminar todos los obstáculos que entorpecían los progresos de sus usurpaciones. Aseguró la sucesión a su hijo con los mismos procedimientos que había empleado para relevar al gran principado de Moscú: esa extraña mezcla de señorío y servidumbre. En lugar de conquistar las posesiones desvió fraudulentamente los derechos del soberano tártaro para su provecho personal. Durante su reinado, no se apartó una sola vez de la línea que se había trazado; la aplicó con tanta tenacidad como audacia. Así fue como se volvió el fundador del poderío moscovita, y es característico que su pueblo lo llamara Kalita, es decir, Bolsa, ya que se abrió camino no con la espada sino con el oro. Durante todo su reinado, fue testigo del crecimiento del poderío lituano que, en el Oeste, estaba desmembrando los patrimonios rusos, mientras que en el Este, el tártaro los amalgamaba en una sola masa. Al no atreverse a oponerse a una de esas desgracias, Iván parece haber temido agravar la otra. No era hombre que se dejara alejar de sus objetivos por la seducción de la gloria, por los remordimientos o por el cansancio de las humillaciones.
Todo su sistema cabe en estas pocas palabras: el maquiavelismo de un esclavo usurpador. Su propia debilidad era su esclavitud, que convirtió en el principio mismo de su fuerza.
Sus sucesores retornaron la política inaugurada por Iván Kalita: sólo tuvieron que ampliar el campo de maniobra, a lo cual se dedicaron laboriosamente, gradualmente, con inflexibilidad.
Por lo tanto, de Iván I Kalita podemos pasar directamente a Iván III, apodado el Grande. Al principio de su reinado (1462 - 1505), Iván III seguía siendo tributario de los tártaros; los príncipes dotados de posesiones seguían impugnando su autoridad; Novgorod, a la cabeza de las repúblicas rusas, reinaba en el Norte de Rusia; Polonia - Lituania intentaba conquistar Moscovia; finalmente, los caballeros lituanos todavía no estaban desarmados.
Pero, al final de su reinado, encontramos a Ivan III instalado en un trono independiente y, a su lado, a la hija del último emperador de Bizancio; Kazán está a sus pies, mientras que el resto de la Horda de Oro se afana en su Corte. Redujo a la esclavitud a Novgorod y a las demás repúblicas rusas, disminuyó a Lituania, cuyo Rey fue su instrumento, venció al fin a los caballeros livonios. Europa, que cuarenta años antes casi ignoraba la existencia de Moscovia, comprimida entre los tártaros y los lituanos, se queda estupefacta de ver aparecer repentinamente en sus confines orientales a este inmenso Imperio. Incluso el sultán Bajazet, ante el cual se pone a temblar, debe resignarse por primera vez a escuchar ese lenguaje altanero del moscovita. ¿Cómo realizó Iván sus hazañas? Los mismos historiadores rusos lo representan como un cobarde probado...
Volvamos a trazar brevemente las principales luchas que emprendió y que terminó en el mismo orden que las llevó, sucesivamente, contra los tártaros, Novgorod, los príncipes dotados de posesiones y, finalmente, Polonia-Lituania. Iván III liberó a Moscú del yugo tártaro, no soltando audazmente un golpe decisivo, sino con una paciente labor de unos veinte años. No rompió el yugo, pero se libró insensiblemente de el. Por eso la ruina de la dominación tártara se asemeja mas a un fenómeno de la naturaleza que al resultado de una acción humana. Cuando el monstruo tartaro empezó a expirar, Iván apareció en su lecho de muerte más bien como un médico que llega a dar fe del hecho, al tiempo que especula sobre él, que como el hombre de guerra responsable de esa muerte. Cuando se libera del yugo extranjero, todo pueblo ve crecer su renombre. En manos de Iván, el del pueblo moscovita mas bien pareció disminuir. Basta comparar la España que luchaba contra los árabes con la Moscovia que luchaba contra los táttaros para convencerse de ello.
artículo escrito por Carlos Marx
Traducción de Aurelia Álvarez Urbajtel
tomado de la web de la Asociación de Amigos del arte y la cultura de Valladolid
publicado en dos mensajes en el Foro
En los últimos meses de 1856 y en los primeros de 1857, Carlos Marx publicó una serie de artículos en el periódico conservador Free Press, sobre la política internacional de la Gran Bretaña frente a la Rusia zarista, durante el siglo XVIII. En esos artículos Marx se propuso mostrar la complicidad de los sucesivos gobiernos ingleses con el expansionismo imperialista del zarismo. El tema era de actualidad en aquellos años: la guerra de Crimea había enfrentado, una vez más, a los dos grandes regímenes autoritarios: el imperio otomano y el ruso. El director y propietario de Free Press era David Urqubart, “un thory de la vieja escuela”, como lo llamaba Engels con cierta simpatia. Urqubart era un enemigo acérrimo de Rusia y un simpatizante de la Sublime Puerta, en la que veía un dique de la expansión rusa. Marx y Engels compartían esta idea con el ultraconservador Urqubart y de ahí que, a pesar de sus opuestas posiciones políticas e intelectuales, no vacilasen en colaborar en su periódico. Los artículos de Marx aparecieron bajo un título general: Revelations on the Diplomatic History of the Eighteenth Century. Son poco conocidos y no hay constancia de su publicación en la URSS, por ejemplo.
La influencia preponderante que Rusia ganó por sorpresa en Europa en diferentes épocas ha atemorizado a los pueblos de Occidente, que se le han sometido como a una fatalidad o sólo lo han resistido por momentos. Pero junto a la fascinación vemos renacer constantemente un escepticismo que la sigue como su sombra, mezclando la nota ligera de la ironía a los gritos de los pueblos agonizantes, burlándose de la verdadera grandeza del poderío ruso como de la actitud que adopta un histrión para deslumbrar y engañar. Otros imperios han suscitado durante su infancia dudas semejantes; pero Rusia se volvió un coloso sin haberlas disipado. Nos ofrece el único ejemplo histórico de un enorme imperio que, incluso tras unas realizaciones de envergadura mundial, no deja de ser considerado como un asunto de creencia y no de hecho.
Desde principios del siglo XVIII hasta hoy, no hay un sólo autor que haya creído posible dispensarse de probar su existencia, para empezar, antes de glorificarla o criticarla.
Pero seamos espiritualistas o materialistas hacia Rusia, es decir, consideremos su existencia como un hecho palpable o como una simple visión de pueblos europeos con la conciencia llena de remordimientos, la pregunta sigue siendo la misma: ¿Cómo ha logrado esta potencia, o este fantasma de potencia, adquirir semejantes dimensiones y suscitar, por un lado, la denuncia apasionada de la amenaza que constituía para el mundo al repetir el fenómeno de una monarquía universal y, por otro lado, la furiosa negación de esa amenaza?
A comienzos del siglo XVIII, Rusia era considerada como una creación efímera improvisada por el genio de Pedro el Grande. Schloetzer considera un hallazgo haber descubierto que también tenía un pasado’. En la época moderna, escritores como Fallmerayer*, que siguen inconscientemente los pasos de los historiadores rusos, afirman deliberadamente que el espectro que atemoriza a la Europa del siglo XIX ya cubría con su sombra a la del siglo IX.
Para ellos la política rusa empieza con los primeros ruriks, y continúa sistemtiticamente, a pesar de algunas interrupciones, hasta la fecha. Tenemos a la vista unos mapas antiguos de Rusia que eran territorios europeos mucho más vastos que aquellos de los que hoy puede enorgullecerse; su tendencia constante a agrandarse, del siglo IX al XIX, aparece indicada con un escrúpulo inquieto. Nos muestran a Oleg lanzando ochenta y ocho mil hombres contra Bizancio, fijando su escudo como un trofeo a las puertas de esa capital y, dictando un tratado ignominioso en el Bajo - Imperio; vemos a Igor imponiéndole un tributo y escuchamos a Sviatoslav jactándose de que “los griegos lo abastecen de oro, telas lujosas, arroz, frutas y vino; de que los húngaros le dan ganado y caballos; de que toma la miel, la cera, las pieles y los hombres de Rusia”. Vemos a Vladimir conquistando Crimea y Livonia, arrebatando una de las hijas al emperador griego como Napoléon lo hizo con el de Austria, mezclando el poder militar de un conquistador nórdico con el despotismo teocrático de los porfirogenetas, protector de sus sujetos en el cielo tanto como su amo en la tierra.
Y sin embargo, a pesar del paralelismo sugerido por esas reminiscencias, la política de los primeros ruriks y la de la Rusia moderna difieren fundamentalmente. Era ni más ni menos que la política de los bárbaros germanos sumergiendo a Europa. La historia de las naciones modernas sólo empezó una vez que la ola se retiró. El periodo gótico de Rusia no es más que un capítulo de las conquistas normandas; del mismo modo que el Imperio de Carlomagno precede a la fundación de la Francia, la Alemania y la Italia modernas, el Imperio de los ruriks precede por su parte a la de Polonia, Lituania, los establecimientos bálticos, Turquía y la misma Moscovia.
El rápido crecimiento de los ruriks no fue el resultado de planes largamente madurados, sino el de una expansión natural de la organización primitiva de los conquistadores normandos -vasallaje sin feudos o feudos que consistían únicamente en tributos-, oleada ininterrumpida de nuevos aventureros varegos, sedientos de gloria y de pillaje, que hacían necesarias nuevas conquistas. Los jefes, sin embargo, deseosos de reposo, fueron obligados a seguir adelante por sus fieles bandas.
En Rusia como en la Normandía francesa, llegó el momento en que enviaron a sus insaciables compañeros de armas, que se habían vuelto incontrolables, a nuevas expediciones de rapiña, con el único objeto de deshacerse de ellos.
Entre los primeros ruriks, la guerra y la organización de los territorios conquistados’no difieren en nada de lo que fueron entre los normandos en el resto del mundo. Si, excepcionalmente, las tribus eslavonas fueron sometidas no sólo por la fuerza, sino también por mutuo acuerdo, se debe a la posición particular de esas tribus, expuestas a las invasiones del Norte y del Este, que se sometían a las primeras para protegerse de las segundas. La Roma de Oriente ejercía sobre los varegos el mismo atractivo que la Roma de Occidente sobre los barbaros del Norte. La verdadera migración sufrida por la capital rusa, establecida en Novgorod por Rurik, trasladada a Kiev por Oleg y que Sviatoslav intentó fijar en Bulgaria, demuestra sin la menor duda posible que el invasor apenas estaba buscando su camino y consideraba a Rusia como un simple apeadero desde el que podía partir en busca de un imperio en el Sur. Si la Rusia moderna ansía a Constantinopla para establecer su dominio sobre el mundo, los ruriks, por el contrario, debido a la resistencia de Bizancio bajo Zimices, se vieron obligados a establecer definitivamente su dominación sobre Rusia.
Puede objetarse que vencedores y vencidos se mezclaron en Rusia más rápidamente que en otras partes, y que los jefes se confundieron muy pronto con los eslavones, como lo muestran sus matrimonios y sus nombres. Pero conviene recordar que la Fiel Banda que formaba originalmente su guardia y su consejo privado, siguió estando compuesta exclusivamente por varegos, y que Vladimir, en el apogeo de la Rusia gótica, así como Yaroslav en su primer ocaso, fueron reinstalados en su trono por la fuerza de las armas varegas. Si cabe reconocer un rastro de la influencia eslavona en esa época, se encontrad en Novgorod, estado eslavón cuyas tradiciones, política y tendencias son tan opuestas a las de la Rusia moderna que la una sólo pudo haberse fundado sobre las ruinas de la otra. Bajo Yaroslav, los varegos pierden la supremacía, pero simultáneamente desaparecen las tendencias conquistadoras del primer periodo, y la Rusia gótica se desliza hacia su fase de decadencia. La historia de ésta, más aún que la de su formación, prueba el carácter exclusivamente gótico del Imperio de los Ruriks.
Ese Imperio monstruoso, inmenso, precozmente formado, del mismo modo que los otros imperios con un desarrollo semejante, fue repartido una y otra vez entre los descendientes de los conquistadores, desgarrado por guerras feudales, hecho pedazos por las. intervenciones de pueblos extranjeros.
La autoridad absoluta del Gran Príncipe se desvaneció ante las pretensiones de los setenta príncipes de sangre rivales. La tentativa de André de Suzdal de reconstituir amplias fracciones de ese Imperio al trasladar la capital de Kiev a Vladimir, no tuvo otro resultado que propagar su descomposición, del Sur al Centro. El tercer sucesor de André abandonó hasta la última sombra de supremacía: su título de Gran Príncipe y el homenaje puramente formal que todavía se le rendía. Los patrimonios del Norte y del Sur fueron volviéndose, uno tras otro, lituanos, polacos, húngaros, livonios y suecos. La misma antigua capital, Kiev, tuvo su propio destino al caer del rango de capital del gran principado al de territorio de una simple ciudad. Después, la Rusia de los normandos desapareció completamente del escenario y los débiles rastros que de ella subsistían tuvieron finalmente que desaparecer frente a la terrible aparición de Gengis Khan. En el lodo sangriento de la esclavitud mongol, y no en la ruda gloría de Ia época normanda, nació la Moscovia de la que la Rusia moderna es sólo una metamorfosis.
El yugo tártaro pesó sobre Rusia de 1237 a 1462, más de dos siglos; yugo no sólo aplastante, sino deshonroso y que marchitó el alma del pueblo sobre el que se abatió. Los tártaros de Mongolia establecieron un terror sistemático, ya que sus instituciones consistían en devastaciones y masacres en grande.
Como su número era reducido en relación con sus enormes conquistas, tenían que envolverse en una aureola de terror para que pareciera mayor; por eso hacían matanzas en la población que hubiera podido sublevarse detrás de ellos.
Su táctica de la tierra quemada obedecía además al mismo principio económico que despobló los Highlands de Escocia y el campo de Roma: el de la sustitución de hombres por borregos y la transformación de regiones fértiles y pobladas en tierras de pastoreo.
Cuando Moscovia salió de la oscuridad en que había vivido, la dominación tartara ya llevaba un siglo, Para mantener la discordia entre los príncipes rusos y asegurarse una sumisión servil de su parte, los mongoles le habían devuelto su prestigio al título de Gran Príncipe. Para obtenerlo, los príncipes rusos sostuvieron una lucha de la que un autor moderno ha dicho que fue “una lucha abyecta, lucha de esclavos en la que la calumnia era el arma principal y en la que siempre estaban dispuestos a denunciarse mutuamente a unos amos crueles; se disputaban un trono sin gloria que no les ofrecía otras posibilidades que el pillaje y el parricidio, que les llenaba las manos de oro pero los cubría de sangre; no se atrevían a subirse a él sin arrastrarse, ni a conservarlo de otro modo que de rodillas, prostemados y temblorosos bajo el sable de un tártaro siempre presente para pisotear esa corona de servilismo y las cabezas que la llevaban”. En medio de esas infamias, la rama moscovita ganó finalmente la carrera.
En 1328, la corona de Gran Príncipe, arrancada a la rama de Tver por denuncia y asesinato, fue recogida por Yuri, hermano mayor de Iván Kalita, a los pies de Uzbek - khan. Iván I Kalita e Iván III, apodado el Grande, personificaron la ascensión de Moscovia mediante la dominación tártara, y la emancipación del poderío moscovita por la desaparición de la autoridad tártara. Desde sus comienzos en el escenario histórico, toda la política de Moscovia se resume en la historia de esos dos individuos.
La política de Iván Kalita fue sencillamente la que sigue: representar el abyecto papel de instrumento del Khan, y luego usar su autoridad contra los príncipes rivales y contra sus propios sujetos. Para lograr este objetivo, tenía que minar a los tártaros, engatusarlos cínicamente y viajar con frecuencia a la Horda de Oro. Pidió humildemente la mano de las princesas mongoles, demostró un celo sin límites por los intereses del Khan, ejecutó sin escrúpulos sus órdenes, calumnió odiosamente a sus propios parientes, a la vez verdugo, sicofante del tartaro y esclavo en jefe. Inquietaba al Khan revelándole continuamente la existencia de conspiraciones secretas. Cuando la rama de Tver mostró una veleidad de independencia nacional, se precipitó a la Horda para denunciarla. Siempre que encontraba una resistencia, hacía intervenir al tártaro para romperla. Pero no le bastaba con representar un personaje: para hacerlo aceptar, necesitaba todavía más oro.
La base mas firme sobre la que Kalita pudo edificar su empresa de engaño y usurpación, era la corrupción del Khan y de sus Grandes. Pero ¿cómo podía el esclavo conseguir el dinero necesario para corromper al amo? Iván convenció al Khan de que lo hiciera recolector de impuestos en todas las posesiones rusas. Una vez investido en esta función, se puso a robar dinero bajo falsos pretextos. Acumuló riquezas gracias al terror que inspiraba el sólo nombre del tartaro, luego lo usó para corromper a los mismos tártaros. También mediante la corrupción, incitó al arzobispo metropolitano a trasladar su residencia episcopal de Vladimir a Moscú; luego, con el pretexto de que se había vuelto capital religiosa, la convirtió en capital del Estado, uniendo el poder de la Iglesia al de su propia corona. Por corrupción, llevó a los boyardos a traicionar a sus jefes para volverse el centro en tomo al cual se juntaban.
Gracias a las influencias conjuntas del tártaro mahometano, de la Iglesia griega y de los boyardos, arrastró al conjunto de los príncipes dotados de posesiones en una cruzada contra el más peligroso de ellos, el de Tver. Ante una resistencia que empujó incluso a sus aliados recientes a comprometerse en una guerra para el bien público, prefirió armar intrigas dirigidas al Khan antes que desenvainar la espada. De nuevo mediante corrupción y engaño, lo convenció de asesinar a sus :ivales más cercanos con las peores torturas.
La política tradicional de los tártaros era neutralizar a los príncipes rusos uno con otro, alimentar sus disensiones, apoyar a algunos para hacerlos iguales a todos y no permitir que ninguno se reforzara. Iván Kalita hizo del Khan un instrumento que le permitió deshacerse de sus mas peligrosos rivales y eliminar todos los obstáculos que entorpecían los progresos de sus usurpaciones. Aseguró la sucesión a su hijo con los mismos procedimientos que había empleado para relevar al gran principado de Moscú: esa extraña mezcla de señorío y servidumbre. En lugar de conquistar las posesiones desvió fraudulentamente los derechos del soberano tártaro para su provecho personal. Durante su reinado, no se apartó una sola vez de la línea que se había trazado; la aplicó con tanta tenacidad como audacia. Así fue como se volvió el fundador del poderío moscovita, y es característico que su pueblo lo llamara Kalita, es decir, Bolsa, ya que se abrió camino no con la espada sino con el oro. Durante todo su reinado, fue testigo del crecimiento del poderío lituano que, en el Oeste, estaba desmembrando los patrimonios rusos, mientras que en el Este, el tártaro los amalgamaba en una sola masa. Al no atreverse a oponerse a una de esas desgracias, Iván parece haber temido agravar la otra. No era hombre que se dejara alejar de sus objetivos por la seducción de la gloria, por los remordimientos o por el cansancio de las humillaciones.
Todo su sistema cabe en estas pocas palabras: el maquiavelismo de un esclavo usurpador. Su propia debilidad era su esclavitud, que convirtió en el principio mismo de su fuerza.
Sus sucesores retornaron la política inaugurada por Iván Kalita: sólo tuvieron que ampliar el campo de maniobra, a lo cual se dedicaron laboriosamente, gradualmente, con inflexibilidad.
Por lo tanto, de Iván I Kalita podemos pasar directamente a Iván III, apodado el Grande. Al principio de su reinado (1462 - 1505), Iván III seguía siendo tributario de los tártaros; los príncipes dotados de posesiones seguían impugnando su autoridad; Novgorod, a la cabeza de las repúblicas rusas, reinaba en el Norte de Rusia; Polonia - Lituania intentaba conquistar Moscovia; finalmente, los caballeros lituanos todavía no estaban desarmados.
Pero, al final de su reinado, encontramos a Ivan III instalado en un trono independiente y, a su lado, a la hija del último emperador de Bizancio; Kazán está a sus pies, mientras que el resto de la Horda de Oro se afana en su Corte. Redujo a la esclavitud a Novgorod y a las demás repúblicas rusas, disminuyó a Lituania, cuyo Rey fue su instrumento, venció al fin a los caballeros livonios. Europa, que cuarenta años antes casi ignoraba la existencia de Moscovia, comprimida entre los tártaros y los lituanos, se queda estupefacta de ver aparecer repentinamente en sus confines orientales a este inmenso Imperio. Incluso el sultán Bajazet, ante el cual se pone a temblar, debe resignarse por primera vez a escuchar ese lenguaje altanero del moscovita. ¿Cómo realizó Iván sus hazañas? Los mismos historiadores rusos lo representan como un cobarde probado...
Volvamos a trazar brevemente las principales luchas que emprendió y que terminó en el mismo orden que las llevó, sucesivamente, contra los tártaros, Novgorod, los príncipes dotados de posesiones y, finalmente, Polonia-Lituania. Iván III liberó a Moscú del yugo tártaro, no soltando audazmente un golpe decisivo, sino con una paciente labor de unos veinte años. No rompió el yugo, pero se libró insensiblemente de el. Por eso la ruina de la dominación tártara se asemeja mas a un fenómeno de la naturaleza que al resultado de una acción humana. Cuando el monstruo tartaro empezó a expirar, Iván apareció en su lecho de muerte más bien como un médico que llega a dar fe del hecho, al tiempo que especula sobre él, que como el hombre de guerra responsable de esa muerte. Cuando se libera del yugo extranjero, todo pueblo ve crecer su renombre. En manos de Iván, el del pueblo moscovita mas bien pareció disminuir. Basta comparar la España que luchaba contra los árabes con la Moscovia que luchaba contra los táttaros para convencerse de ello.
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Última edición por pedrocasca el Dom Feb 24, 2013 9:59 pm, editado 2 veces