El capitalismo monopolista de Estado, hoy
Fuente: Extraido de "State-Monopoly Capitalism Today" de Zoltan Zigedy, publicado en mltoday.com
Traducido para "Crítica Marxista-Leninista" por Ykv.Pk.
Nota: El artículo no tiene fecha. Del contenido se puede deducir que fue escrito entre el segundo semestre de 2007 y el primer semestre de 2008, cuando Hillary Clinton y Barack Obama disputaban la candidatura presidencial por el Partido Demócrata en EEUU.
se publica en el Foro en tres mensajes
Identificar el "Estado del bienestar", el keynesianismo, la intervención estatal y similares, con el capitalismo monopolista de Estado es otro de los errores de la intelectualidad pequeñoburguesa reformista, de los revisionistas y los seudomarxistas. El extracto del artículo de Zoltan Zigedy que publicamos a continuación destaca, entre otras cosas, que el mejor representante del capitalismo monopolista de Estado, hoy, es Estados Unidos, que el desarrollo de la fusión del capital monopolista con el Estado burgués se ha profundizado aún con el ascenso del neoliberalismo y que la reducción del gasto público que predican los neoliberales es una reducción selectiva, orientada a destruir los derechos ganados por la clase obrera y el pueblo en educación, salud, seguro social, salarios y compensaciones, etc., mientras se incrementa el peso del gasto destinado a defensa, represión, rescate de corporaciones en bancarrota, etc., en beneficio del capital monopolista. En la presente crisis, se puede apreciar en toda su desnudez el carácter servil del Estado burgés ante el capital monopolista, sacándole las castañas del fuego, y poniendo todo el peso de la crisis en la clase obrera y el pueblo trabajador que tiene que soportar precios altos, bajos salarios, desempleo, tributación, recortes de beneficios. Aunque no estamos de acuerdo con algunos puntos de este y el anterior artículo, ni con las implicancias políticas que de ellos se derivan, los consideramos oportunos para el estudio, el debate y la difusión de la teoría del capitalismo monopolista de Estado.
1. La teoría del capitalismo monopolista de Estado
Junto al de imperialismo, el concepto marxista de capitalismo monopolista de Estado era parte del repertorio intelectual que fue descartado con la desaparición del socialismo europeo en la última década del siglo XX. Los llamados marxistas occidentales –un pequeño grupo de pensadores académicos en los países capitalistas desarrollados, sin partido, sin masa de seguidores y sin raíces en la clase obrera– se apresuraron en desechar cualquier idea relacionada con lo que consideraban la ortodoxia del marxismo soviético y europeo oriental.
En lugar de la ideología anteriormente adoptada por la mayor parte del movimiento comunista internacional, los marxistas occidentales se sintieron libres de enunciar teorías especulativas y fantasiosas para explicar los acontecimientos posteriores a la era soviética. Desde pretenciosas y obtusas explicaciones sobre los imperios de la nueva era hasta postulados cargados de áridos datos sobre un nuevo capitalismo supranacional, los académicos tomaron cada oportunidad y cada cambio socioeconómico cuantitativo como evidencia de una nueva era cualitativamente distinta. Desde manifestaciones antiglobalización hasta movimientos del tipo Robin Hood, como Chiapas, los teóricos de la izquierda occidental vieron presagios de un nuevo movimiento social claramente no comunista, si no anticomunista. El socialismo y el antiimperialismo eran cosa del pasado.
Hoy en día, la mayoría de esos disparates ha sido olvidada. La orgía de descarado despliegue imperialista de los EEUU, desde la caída de la Unión Soviética, es una burla de esas teorías alguna vez de moda. Incluso las figuras del establishment, las organizaciones de estudio de política exterior, los medios de comunicación y los comentaristas televisivos admiten que los EE.UU. operan a nivel internacional como un poder imperial arrogante. Al mismo tiempo, se agudizan las rivalidades interimperialistas entre los EE.UU., la Unión Europea, Rusia, Brasil, India y otros países asiáticos.
Además, el socialismo está una vez más en la agenda popular, con movimientos sociales profundamente arraigados y poderosos en América Central y Sudamérica, manteniéndose o luchando por el poder estatal. Algunos partidos comunistas se han revitalizado y juegan un mayor papel en la vida política de sus respectivos países, aunque desafortunada y notablemente esto no ocurra en los países capitalistas más desarrollados.
Dado el redescubrimiento del imperialismo, tal vez sea hora también de rehabilitar la teoría ampliamente despreciada del capitalismo monopolista de Estado. Al igual que muchas teorías marxistas bien establecidas, el capitalismo monopolista de Estado (CME) surgió de un cuidadoso examen de la amplia tendencia a largo plazo del sistema. Después de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, el capitalismo se organizó en torno a varios principios económicos que llevaron a una relativa estabilidad del sistema. La intervención del gobierno, que era un anatema en la era del laissez faire anterior a la Gran Depresión, se convirtió en una herramienta para el restablecimiento de la salud del sistema. Esta intervención tomó muchas formas: la regulación, las obras públicas, el manejo fiscal, la socialización y redistribución de la mayor parte de la renta nacional, el desarrollo de las organizaciones reguladoras supranacionales e incluso un poco de planificación estatal.
Por supuesto, otros también vieron estas tendencias, pero ellos no comprendieron la lógica subyacente de estos acontecimientos. Como Eugen Varga, el perspicaz economista soviético, lo puso hace cuarenta años:
“La unión de las dos fuerzas –los monopolios y el Estado– constituye la base del capitalismo monopolista de Estado... La esencia del capitalismo monopolista de Estado es la unión del poder de los monopolios con la del Estado burgués para la consecución de dos objetivos: 1) fortalecer el sistema capitalista... y 2) redistribuir la renta nacional, a través del Estado, en beneficio del capital monopolista”.
Desde esta perspectiva, el capital dominante, cuando lo considera necesario, cede parte de su libertad de acción a los órganos de gobierno en aras de un esfuerzo organizado y coordinado para estabilizar y promover el desarrollo capitalista. Al mismo tiempo, el Estado sirve fielmente a la causa y a la rentabilidad del capital monopolista. Como teoría científica, la teoría del CME debe ser considerada con alto nivel de validez: lo más importante es su capacidad para predecir la dirección de la economía capitalista. En 1981, un consenso de economistas políticos soviéticos escribió lo siguiente acerca del capitalismo monopolista de Estado para una entrada de diccionario:
“Algunos de los elementos clave de la fusión de los monopolios y el Estado son las siguientes: la unión personal entre el capital financiero y las instituciones gubernamentales; el soborno de funcionarios del gobierno, las actividades de los partidos burgueses, que en realidad son financiados por los monopolios... La renta nacional se redistribuye principalmente en función de los intereses de la burguesía monopolista a través del sector estatal de la economía. El Estado otorga ciertos privilegios a los monopolios, los exime del pago de impuestos sobre una parte considerable de sus ganancias, y permite la depreciación contable acelerada del capital fijo. Como resultado de ello es el pueblo trabajador el que tiene que soportar la mayor carga de impuestos... El dinero sacado al pueblo bajo la forma de impuestos, contribuciones al seguro social y préstamos.... es transferido al capital privado mediante créditos preferenciales, subvenciones a la inversión, subsidios estatales, etc.
Especialmente grande y en constante aumento en las asignaciones presupuestarias son los gastos anuales en compras y contratos militares... La regulación supra nacional ha crecido... La forma más elevada de regulación monopolista estatal supranacional es la integración económica capitalista... La vida económica se está internacionalizando cada vez más...”.
Veinticinco años más tarde, esta exposición del capitalismo monopolista de Estado capta muy bien la lógica del capitalismo en el siglo XXI. La “fusión” del capital monopolista y el Estado ha continuado sin disminución con la corrupción rampante y la propiedad empresarial de los dos partidos, del sistema judicial y de los medios de comunicación a niveles inimaginables. Los gastos militares, de seguridad nacional, de inteligencia, policiales y penales representan una asombrosa parte de los presupuestos del Estado mientras que la infraestructura, el transporte público, la educación y otras de las necesidades populares languidecen. La “internacionalización” de la vida económica –que algunos llaman globalización– se ha acelerado. Y la integración y concentración empresarial han alcanzado niveles sin precedentes.
Lo que es nuevo e imprevisto es no obstante coherente con la teoría del CME. Es evidente que los teóricos comunistas no esperaban la desaparición del socialismo soviético y europa oriental. Sin embargo, la falta de un baluarte internacional contra el imperialismo y el capitalismo sólo han acelerado los procesos atribuidos al capitalismo monopolista de Estado. A pesar de la ausencia de un poderoso bloque socialista percibido como una amenaza militar, el gasto militar crece continuamente, ahora impulsado por una absurda “guerra contra el terror”.
La internacionalización (globalización) de la actividad económica explotó en ausencia de alternativa de una comunidad económica socialista. Y libre de competencia ideológica del socialismo real y existente, el Estado cambió drásticamente el peso de los presupuestos del Estado cargándolo sobre el pueblo, mientras que apilaba los beneficios en las empresas: todo se mueve de forma coherente con la teoría del CME y es predecible contrafácticamente a partir de esa teoría (Si la Unión Soviética cae, entonces el capitalismo monopolista de Estado será aún más dominante...).
Además, los teóricos marxistas no anticiparon el ascenso del neoliberalismo, el fanatismo del mercado, la fiebre de privatización y la orgía desregulatoria que emergió con Thatcher y Reagan, ni anticiparon el éxito de la ultraderecha, aunque Eugen Varga se acercó tentadoramente, al escribir en 1968:
“En Estados Unidos, donde la burguesía considera su dominio relativamente seguro, se lucha constantemente contra la ‘interferencia’ del Estado. Las demandas de la extrema derecha del Partido Republicano... son típicas en este sentido.
A continuación se presentan algunas de las demandas presentadas por este movimiento:
•El repudio de toda la legislación social y económica promulgada después de 1932
•La restricción de los derechos sindicales
•La promulgación de leyes sobre el derecho al trabajo
•La abolición de la construcción estatal de vivienda
•La supresión del impuesto sobre la renta
•La negativa a firmar acuerdos de desarme con o sin garantías
Esta pandilla fascista exige abiertamente lo que la burguesía monopolista norteamericana sólo se atreve a soñar, a saber, que todos los impuestos sean pagados por la masa de consumidores, que sean abolidas todas las restricciones legales y sindicales sobre la explotación del trabajo y que no se permita nada que pueda obstaculizar la carrera armamentista... No importa lo mucho que algunos monopolios puedan estar en contra de la ‘interferencia’ del Estado, contra el capitalismo monopolista de Estado, no importa lo mucho que puedan burlarse de los funcionarios del Estado, nunca rechazan las órdenes de compra del gobierno, que son un elemento importante en el mecanismo del capitalismo monopolista de Estado.” (“Problemas del capitalismo monopolista de Estado” en Problemas económicos y políticos del capitalismo).
Varga se anticipa a la crítica vulgar de la teoría del CME que apunta a la retórica ruidosa y decidida de la clase dominante y sus secuaces contra el “gran gobierno”. Si el capitalismo monopolista de Estado prevé un aumento de la participación del gobierno en nombre del monopolio capitalista, entonces ¿por qué los líderes políticos arremeten contra el tamaño del gobierno y el gasto público? Como señala Varga, sus palabras son diferentes de sus obras. Ross Perot puede despotricar contra el gran gobierno, mientras edifica su fortuna con base en contratos gubernamentales. No hay mejor ejemplo de esta hipocresía que el vicepresidente Cheney, paladín del conservadurismo y del gobierno pequeño, quien recibió su vasta riqueza de la Corporación Halliburton, que sólo sobrevive gracias a su relación parasitaria con el gobierno.
Pero también hay que tener cuidado de distinguir el gobierno, en sentido estricto, del Estado. Mientras se aclamaba a Clinton por la reducción del empleo del gobierno, al mismo tiempo, el tamaño de la justicia penal, del complejo judicial penal, se desbordaba (el gasto federal en “justicia” creció un 27,3% entre 1992 y 2000, mientras que la seguridad social se redujo en un 9%, el seguro del ingreso cayó un 17,6%, el gasto en educación se redujo en 23,9%, en administración de veteranos cayó un 11,1%, y en ciencia se redujo en un 24%). Prácticamente toda la bulla asociada con el “gobierno pequeño” se dirige contra los servicios prestados a la clase obrera y a los pobres, y no a las corporaciones, las fuerzas armadas o los órganos de coerción estatal. Estos acontecimientos sólo subrayan el poder de predicción de la teoría del CME.
Así, la agenda neoliberal fue consistente con (si no anticipada por) la teoría del CME, según lo previsto por los teóricos marxistas. Como marco teórico para la comprensión de la evolución del capitalismo, la teoría del CME parece absolverse a sí misma bastante bien. Se busca a lo largo y ancho una teoría que compita con el poder explicativo de la teoría del CME.
Fuente: Extraido de "State-Monopoly Capitalism Today" de Zoltan Zigedy, publicado en mltoday.com
Traducido para "Crítica Marxista-Leninista" por Ykv.Pk.
Nota: El artículo no tiene fecha. Del contenido se puede deducir que fue escrito entre el segundo semestre de 2007 y el primer semestre de 2008, cuando Hillary Clinton y Barack Obama disputaban la candidatura presidencial por el Partido Demócrata en EEUU.
se publica en el Foro en tres mensajes
Identificar el "Estado del bienestar", el keynesianismo, la intervención estatal y similares, con el capitalismo monopolista de Estado es otro de los errores de la intelectualidad pequeñoburguesa reformista, de los revisionistas y los seudomarxistas. El extracto del artículo de Zoltan Zigedy que publicamos a continuación destaca, entre otras cosas, que el mejor representante del capitalismo monopolista de Estado, hoy, es Estados Unidos, que el desarrollo de la fusión del capital monopolista con el Estado burgués se ha profundizado aún con el ascenso del neoliberalismo y que la reducción del gasto público que predican los neoliberales es una reducción selectiva, orientada a destruir los derechos ganados por la clase obrera y el pueblo en educación, salud, seguro social, salarios y compensaciones, etc., mientras se incrementa el peso del gasto destinado a defensa, represión, rescate de corporaciones en bancarrota, etc., en beneficio del capital monopolista. En la presente crisis, se puede apreciar en toda su desnudez el carácter servil del Estado burgés ante el capital monopolista, sacándole las castañas del fuego, y poniendo todo el peso de la crisis en la clase obrera y el pueblo trabajador que tiene que soportar precios altos, bajos salarios, desempleo, tributación, recortes de beneficios. Aunque no estamos de acuerdo con algunos puntos de este y el anterior artículo, ni con las implicancias políticas que de ellos se derivan, los consideramos oportunos para el estudio, el debate y la difusión de la teoría del capitalismo monopolista de Estado.
1. La teoría del capitalismo monopolista de Estado
Junto al de imperialismo, el concepto marxista de capitalismo monopolista de Estado era parte del repertorio intelectual que fue descartado con la desaparición del socialismo europeo en la última década del siglo XX. Los llamados marxistas occidentales –un pequeño grupo de pensadores académicos en los países capitalistas desarrollados, sin partido, sin masa de seguidores y sin raíces en la clase obrera– se apresuraron en desechar cualquier idea relacionada con lo que consideraban la ortodoxia del marxismo soviético y europeo oriental.
En lugar de la ideología anteriormente adoptada por la mayor parte del movimiento comunista internacional, los marxistas occidentales se sintieron libres de enunciar teorías especulativas y fantasiosas para explicar los acontecimientos posteriores a la era soviética. Desde pretenciosas y obtusas explicaciones sobre los imperios de la nueva era hasta postulados cargados de áridos datos sobre un nuevo capitalismo supranacional, los académicos tomaron cada oportunidad y cada cambio socioeconómico cuantitativo como evidencia de una nueva era cualitativamente distinta. Desde manifestaciones antiglobalización hasta movimientos del tipo Robin Hood, como Chiapas, los teóricos de la izquierda occidental vieron presagios de un nuevo movimiento social claramente no comunista, si no anticomunista. El socialismo y el antiimperialismo eran cosa del pasado.
Hoy en día, la mayoría de esos disparates ha sido olvidada. La orgía de descarado despliegue imperialista de los EEUU, desde la caída de la Unión Soviética, es una burla de esas teorías alguna vez de moda. Incluso las figuras del establishment, las organizaciones de estudio de política exterior, los medios de comunicación y los comentaristas televisivos admiten que los EE.UU. operan a nivel internacional como un poder imperial arrogante. Al mismo tiempo, se agudizan las rivalidades interimperialistas entre los EE.UU., la Unión Europea, Rusia, Brasil, India y otros países asiáticos.
Además, el socialismo está una vez más en la agenda popular, con movimientos sociales profundamente arraigados y poderosos en América Central y Sudamérica, manteniéndose o luchando por el poder estatal. Algunos partidos comunistas se han revitalizado y juegan un mayor papel en la vida política de sus respectivos países, aunque desafortunada y notablemente esto no ocurra en los países capitalistas más desarrollados.
Dado el redescubrimiento del imperialismo, tal vez sea hora también de rehabilitar la teoría ampliamente despreciada del capitalismo monopolista de Estado. Al igual que muchas teorías marxistas bien establecidas, el capitalismo monopolista de Estado (CME) surgió de un cuidadoso examen de la amplia tendencia a largo plazo del sistema. Después de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, el capitalismo se organizó en torno a varios principios económicos que llevaron a una relativa estabilidad del sistema. La intervención del gobierno, que era un anatema en la era del laissez faire anterior a la Gran Depresión, se convirtió en una herramienta para el restablecimiento de la salud del sistema. Esta intervención tomó muchas formas: la regulación, las obras públicas, el manejo fiscal, la socialización y redistribución de la mayor parte de la renta nacional, el desarrollo de las organizaciones reguladoras supranacionales e incluso un poco de planificación estatal.
Por supuesto, otros también vieron estas tendencias, pero ellos no comprendieron la lógica subyacente de estos acontecimientos. Como Eugen Varga, el perspicaz economista soviético, lo puso hace cuarenta años:
“La unión de las dos fuerzas –los monopolios y el Estado– constituye la base del capitalismo monopolista de Estado... La esencia del capitalismo monopolista de Estado es la unión del poder de los monopolios con la del Estado burgués para la consecución de dos objetivos: 1) fortalecer el sistema capitalista... y 2) redistribuir la renta nacional, a través del Estado, en beneficio del capital monopolista”.
Desde esta perspectiva, el capital dominante, cuando lo considera necesario, cede parte de su libertad de acción a los órganos de gobierno en aras de un esfuerzo organizado y coordinado para estabilizar y promover el desarrollo capitalista. Al mismo tiempo, el Estado sirve fielmente a la causa y a la rentabilidad del capital monopolista. Como teoría científica, la teoría del CME debe ser considerada con alto nivel de validez: lo más importante es su capacidad para predecir la dirección de la economía capitalista. En 1981, un consenso de economistas políticos soviéticos escribió lo siguiente acerca del capitalismo monopolista de Estado para una entrada de diccionario:
“Algunos de los elementos clave de la fusión de los monopolios y el Estado son las siguientes: la unión personal entre el capital financiero y las instituciones gubernamentales; el soborno de funcionarios del gobierno, las actividades de los partidos burgueses, que en realidad son financiados por los monopolios... La renta nacional se redistribuye principalmente en función de los intereses de la burguesía monopolista a través del sector estatal de la economía. El Estado otorga ciertos privilegios a los monopolios, los exime del pago de impuestos sobre una parte considerable de sus ganancias, y permite la depreciación contable acelerada del capital fijo. Como resultado de ello es el pueblo trabajador el que tiene que soportar la mayor carga de impuestos... El dinero sacado al pueblo bajo la forma de impuestos, contribuciones al seguro social y préstamos.... es transferido al capital privado mediante créditos preferenciales, subvenciones a la inversión, subsidios estatales, etc.
Especialmente grande y en constante aumento en las asignaciones presupuestarias son los gastos anuales en compras y contratos militares... La regulación supra nacional ha crecido... La forma más elevada de regulación monopolista estatal supranacional es la integración económica capitalista... La vida económica se está internacionalizando cada vez más...”.
Veinticinco años más tarde, esta exposición del capitalismo monopolista de Estado capta muy bien la lógica del capitalismo en el siglo XXI. La “fusión” del capital monopolista y el Estado ha continuado sin disminución con la corrupción rampante y la propiedad empresarial de los dos partidos, del sistema judicial y de los medios de comunicación a niveles inimaginables. Los gastos militares, de seguridad nacional, de inteligencia, policiales y penales representan una asombrosa parte de los presupuestos del Estado mientras que la infraestructura, el transporte público, la educación y otras de las necesidades populares languidecen. La “internacionalización” de la vida económica –que algunos llaman globalización– se ha acelerado. Y la integración y concentración empresarial han alcanzado niveles sin precedentes.
Lo que es nuevo e imprevisto es no obstante coherente con la teoría del CME. Es evidente que los teóricos comunistas no esperaban la desaparición del socialismo soviético y europa oriental. Sin embargo, la falta de un baluarte internacional contra el imperialismo y el capitalismo sólo han acelerado los procesos atribuidos al capitalismo monopolista de Estado. A pesar de la ausencia de un poderoso bloque socialista percibido como una amenaza militar, el gasto militar crece continuamente, ahora impulsado por una absurda “guerra contra el terror”.
La internacionalización (globalización) de la actividad económica explotó en ausencia de alternativa de una comunidad económica socialista. Y libre de competencia ideológica del socialismo real y existente, el Estado cambió drásticamente el peso de los presupuestos del Estado cargándolo sobre el pueblo, mientras que apilaba los beneficios en las empresas: todo se mueve de forma coherente con la teoría del CME y es predecible contrafácticamente a partir de esa teoría (Si la Unión Soviética cae, entonces el capitalismo monopolista de Estado será aún más dominante...).
Además, los teóricos marxistas no anticiparon el ascenso del neoliberalismo, el fanatismo del mercado, la fiebre de privatización y la orgía desregulatoria que emergió con Thatcher y Reagan, ni anticiparon el éxito de la ultraderecha, aunque Eugen Varga se acercó tentadoramente, al escribir en 1968:
“En Estados Unidos, donde la burguesía considera su dominio relativamente seguro, se lucha constantemente contra la ‘interferencia’ del Estado. Las demandas de la extrema derecha del Partido Republicano... son típicas en este sentido.
A continuación se presentan algunas de las demandas presentadas por este movimiento:
•El repudio de toda la legislación social y económica promulgada después de 1932
•La restricción de los derechos sindicales
•La promulgación de leyes sobre el derecho al trabajo
•La abolición de la construcción estatal de vivienda
•La supresión del impuesto sobre la renta
•La negativa a firmar acuerdos de desarme con o sin garantías
Esta pandilla fascista exige abiertamente lo que la burguesía monopolista norteamericana sólo se atreve a soñar, a saber, que todos los impuestos sean pagados por la masa de consumidores, que sean abolidas todas las restricciones legales y sindicales sobre la explotación del trabajo y que no se permita nada que pueda obstaculizar la carrera armamentista... No importa lo mucho que algunos monopolios puedan estar en contra de la ‘interferencia’ del Estado, contra el capitalismo monopolista de Estado, no importa lo mucho que puedan burlarse de los funcionarios del Estado, nunca rechazan las órdenes de compra del gobierno, que son un elemento importante en el mecanismo del capitalismo monopolista de Estado.” (“Problemas del capitalismo monopolista de Estado” en Problemas económicos y políticos del capitalismo).
Varga se anticipa a la crítica vulgar de la teoría del CME que apunta a la retórica ruidosa y decidida de la clase dominante y sus secuaces contra el “gran gobierno”. Si el capitalismo monopolista de Estado prevé un aumento de la participación del gobierno en nombre del monopolio capitalista, entonces ¿por qué los líderes políticos arremeten contra el tamaño del gobierno y el gasto público? Como señala Varga, sus palabras son diferentes de sus obras. Ross Perot puede despotricar contra el gran gobierno, mientras edifica su fortuna con base en contratos gubernamentales. No hay mejor ejemplo de esta hipocresía que el vicepresidente Cheney, paladín del conservadurismo y del gobierno pequeño, quien recibió su vasta riqueza de la Corporación Halliburton, que sólo sobrevive gracias a su relación parasitaria con el gobierno.
Pero también hay que tener cuidado de distinguir el gobierno, en sentido estricto, del Estado. Mientras se aclamaba a Clinton por la reducción del empleo del gobierno, al mismo tiempo, el tamaño de la justicia penal, del complejo judicial penal, se desbordaba (el gasto federal en “justicia” creció un 27,3% entre 1992 y 2000, mientras que la seguridad social se redujo en un 9%, el seguro del ingreso cayó un 17,6%, el gasto en educación se redujo en 23,9%, en administración de veteranos cayó un 11,1%, y en ciencia se redujo en un 24%). Prácticamente toda la bulla asociada con el “gobierno pequeño” se dirige contra los servicios prestados a la clase obrera y a los pobres, y no a las corporaciones, las fuerzas armadas o los órganos de coerción estatal. Estos acontecimientos sólo subrayan el poder de predicción de la teoría del CME.
Así, la agenda neoliberal fue consistente con (si no anticipada por) la teoría del CME, según lo previsto por los teóricos marxistas. Como marco teórico para la comprensión de la evolución del capitalismo, la teoría del CME parece absolverse a sí misma bastante bien. Se busca a lo largo y ancho una teoría que compita con el poder explicativo de la teoría del CME.
---fin del mensaje primero---