El capitalismo monopolista de Estado
tomado del blog Crítica Marxista-Leninista
Fuente: “Problemas” - Revista Mensual de Cultura Política nº 12, Julio de 1948. Publicado en Marxist Internet Archive (Marxists.org)
Traducción para “Crítica Marxista-Leninista” de Facundo Borges
publicado en el Foro en dos mensajes
Cuando se desató esta última crisis del capitalismo, hasta la intelectualidad y los economistas burgueses tuvieron que recurrir a "El capital" de Marx para encontrar una explicación sobre sus orígenes y consecuencias, convirtiendo esa obra en un best-seller. Igualmente, ante el fracaso de las "teorías" burguesas y seudomarxistas que trataron de explicar las características del capitalismo moderno, las "nuevas condiciones" del imperialismo o el surgimiento de un "neoimperialismo", "imperios", etc., nuevamente se tiene que recurrir a Lenin y su estudio del imperialismo para explicar los "nuevos fenómenos" de la economía y política actuales. El concepto de capitalismo monopolista de Estado fue uno de los conceptos criticados y abandonados porque supuestamente no reflejaban acertadamente el desarrollo del imperialismo. Como veremos en los artículos que publicaremos, su vigencia es asombrosa y su utilidad para explicar los acontecimientos de la actualidad invalorable.
El artículo escrito por I. Kouzmínov que ofrecemos hoy, fue publicado en 1948; los lectores podrán sacar sus propias conclusiones sobre la actualidad de su contenido.
El Estado capitalista, según la definición de Stalin, es una institución destinada a organizar la defensa del país y a organizar la defensa del “orden”, así como un aparato para recaudar impuestos. En cuanto a la economía propiamente dicha, ésta tiene poco que ver con el Estado capitalista y no se encuentra en sus manos. Por el contrario, es el Estado el que se encuentra en manos de la economía capitalista.
Esta fórmula clásica define la esencia de la relación que hay, en los países capitalistas, entre el Estado y la economía. El capitalismo monopolista de Estado no es sino una sumisión absoluta del Estado burgués a la economía capitalista, y, por tanto, a los monopolios, y no al contrario. Es la compenetración cada vez más completa del Estado y de los monopolios, en fin, la dictadura de los monopolistas más poderosos.
La Segunda Guerra Mundial llevó al capitalismo monopolista de Estado a un grado extraordinario de desarrollo en los principales países capitalistas, en Estados Unidos e Inglaterra. El fortalecimiento de la reacción en los Estados Unidos y la ofensiva lanzada por los monopolios contra los derechos y las condiciones de vida de la clase obrera se tradujeron directamente en la fusión sin precedentes del poder político con los monopolios y la sumisión del primero a los intereses de los últimos.
El imperialismo, según el camarada Stalin, se caracteriza por el poder absoluto de los trusts y las corporaciones monopolistas, de los bancos y de la oligarquía financiera en los países industriales. Por eso, el desarrollo del capitalismo monopolista de Estado viene alcanzando su más alto grado en la actual época histórica, en la época de la crisis general del capitalismo.
Nacimiento y desarrollo
Los factores que contribuyen a ello, ante todo, son la rápida concentración de la producción y la centralización del capital, determinantes de la monopolización. En todos los sectores clave de la producción, los monopolios más fuertes se aseguran el dominio absoluto, a la vez que disminuye la cantidad de monopolios importantes en cada sector.
Por otra parte, el desarrollo del capitalismo monopolista de Estado, en la época de la crisis general del capitalismo, se acelera con la agudización de las contradicciones inherentes al capitalismo; la lucha por los mercados, las materias primas y las esferas de influencia se hace más ardua, intensificando cada vez más ásperamente la contradicción entre los grupos monopolistas de los diferentes países.
Por supuesto, como observó Lenin, la creación de monopolios es perfectamente realizable incluso utilizando medios de lucha puramente económicos. Sin embargo, los monopolios –escribió Lenin– no se limitan sólo a los medios económicos, sino que recurren también constantemente a los medios políticos e incluso a los procesos judiciales. Eliminan a sus competidores no sólo en el mercado interno sino también en el mercado externo. Solamente la posesión de un territorio les ofrece seguridad frente a los competidores. Por ese motivo, los grupos monopolistas utilizan cada vez más ampliamente los medios políticos a escala internacional, arrastrando tras de sí al Estado en su lucha por los mercados, por las materia primas y por las esferas de influencia. Cuando el mundo ya está dividido, este recurso a los medios políticos se transforma en guerras mundiales.
Las guerras mundiales, a su vez, aceleran considerablemente el desarrollo del capitalismo monopolista de Estado. En ese sentido, decía Lenin, hablando de la Primera Guerra Mundial: la guerra hace lo que no se hace en 25 años.
Sin embargo, la guerra no es el único factor favorable al desarrollo del capitalismo monopolista de Estado, aunque sea el factor más poderoso. Además de la guerra, hay otros factores, característicos de la crisis general del capitalismo.
La crisis general del capitalismo se caracteriza por una agudización sin precedentes de la contradicción entre el crecimiento de las posibilidades de producción y la reducción relativa del poder adquisitivo de las masas trabajadoras. El carácter anárquico de la producción se agrava. Aparece el desempleo masivo y crónico, la utilización de los capitales se revela insuficiente y se desatan crisis económicas más y más destructoras. Fue así que la crisis de superproducción de 1929 a 1933 trajo consigo la caída de la producción, que en el mundo capitalista en su conjunto llegó a 44%, habiéndose registrado porcentajes mayores en algunos países.
Esas crisis anárquicas, el desempleo y la miseria de las masas obreras y campesinas asustaron a los dueños del mundo capitalista y provocaron que temieran por la suerte de la misma base del mundo capitalista. De ahí provinieron sus deseos de recurrir a la colaboración del aparato del Estado burgués, a fin de atenuar las contradicciones más agudas de la economía capitalista y poner sobre las espaldas de los trabajadores todo el peso de la crisis.
El desarrollo de los monopolios significa una mayor explotación de los trabajadores, una ofensiva contra su nivel de vida y, en general, una política reaccionaria. Esto, a su vez, provoca una resistencia creciente de la clase obrera y de todos los trabajadores, y conduce a una lucha más enérgica contra el capital. Los monopolios, por su parte, para reprimir al movimiento revolucionario y al movimiento de liberación nacional en las colonias, recurren más extensamente aún al aparato del Estado.
En su libro “El Estado y la revolución”, Lenin escribía: “El imperialismo, la época del capital bancario, de los gigantescos monopolios capitalistas y de la transformación gradual del capitalismo monopolista en capitalismo monopolista de Estado, revela sobre todo un fortalecimiento extraordinario de la ‘maquina del Estado’, una expansión sin precedentes de su aparato burocrático-militar, en función del reforzamiento de las represalias contra el proletariado tanto en los países monárquicos como en los países libres; el ejército y la marina son fortalecidos de forma extraordinaria, no sólo en función de la lucha imperialista por una nueva repartición del mundo y de la lucha contra el movimiento de liberación de los pueblos coloniales, sino también a fin de reprimir al movimiento revolucionario en el interior de los propios países”.
El aparato policial se expande y comienza a intervenir incesantemente en las cuestiones de la producción, al punto de confundirse muchas veces con la administración de las fábricas. La propia dirección de las empresas toma frecuentemente un carácter policial. Ejemplo: la Alemania fascista, donde el régimen policial del trabajo forzado fue aplicado en las empresas de manera más acabada.
El Estado burgués procura desarticular a los sindicatos, a fin de desarmar a la clase obrera. A este respecto es muy significativa la ley norteamericana Taft-Hartley.
Sin embargo, en la época de la crisis general, el capitalismo ya no comprende a toda la economía mundial. Si la ruptura del frente único del imperialismo, es decir, la separación de Rusia del sistema capitalista mundial, fue el resultado más importante de la Primera Guerra Mundial, la separación, del sistema imperialista, de varios países del centro y del sudeste de Europa fue el resultado de la Segunda Guerra Mundial. Se formaron dos campos: de un lado, el del imperialismo y la reacción; del otro, el del socialismo y la democracia.
Dado que la sola existencia de la Unión Soviética y las nuevas democracias es suficiente para insuflar en las masas trabajadoras de todos los países el espíritu de lucha contra el capital monopolista, la fracción dominante se apresta febrilmente a tomar en sus manos la máquina del Estado y, ante todo, de los órganos centrales de poder; se adueña de la política exterior e interna y toma enteramente bajo su control el ejército, la marina, el aparato policial, y también la propaganda ideológica.
El control de los monopolios sobre el aparato de gobierno
La primera premisa del capitalismo monopolista de Estado, esto es, de la sumisión absoluta del Estado burgués al capitalismo, es el dominio económico de los monopolios en el interior del país.
El capitalismo monopolista de Estado surge cuando la concentración de la producción y la monopolización alcanzan un determinado nivel. Tomemos el ejemplo de Alemania. La Primera Guerra Mundial había acelerado el desarrollo de los monopolios alemanes. Desde esa época, la concentración de la producción y la centralización del capital habían alcanzado una gran amplitud. Ese proceso continuó con la inflación y más tarde, durante la crisis económica de 1929 a 1933, creó la base para un rápido desarrollo de todas las formas de asociación monopolista.
Algunos grandes trusts y consorcios tuvieron, desde entonces, el papel decisivo en las principales ramas de la producción. En la siderurgia fue el Trust del Acero el que monopolizó más de la mitad de la producción total de los metales ferrosos. La industria química era dominada por el trust “I. G. Farbenindustrie”, cuyo capital sobrepasaba la mitad de todos los capitales invertidos en ese sector. Ciertos productos (colorantes, carburante sintético, etc.) eran enteramente monopolizados por la “I. G. Farbenindustrie”.
En la industria electrotécnica, dos monopolios —A.E.G. y Siemens— asumieron el papel dominante y representaban, solamente ellos, más del 80% de toda la producción de ese sector. El 76% de toda la producción de hulla era controlado, de 1929 a 1930, por el “Sindicato Renano del Carbón”. La Sociedad Anónima Renana-Westfaliana representaba el 72% de toda la producción de la energía eléctrica.
Como se ve, el proceso de monopolización estaba tan avanzado en Alemania que cada una de las ramas esenciales de la producción era dominada por uno o dos monopolios. Los reyes de las diferentes ramas de la economía, ligados unos a otros por participaciones mutuas, formaban el núcleo de la oligarquía financiera que controlaba toda la economía alemana. En vísperas de la toma del poder por los hitleristas, en Alemania había cerca de veinte grandes industriales y banqueros que eran los verdaderos dueños del país.
En los Estados Unidos, la concentración de la producción y la centralización del capital, así como la subsecuente monopolización, se aceleraron entre las dos guerras, principalmente como resultado de la crisis económica de 1929 a 1933. En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, el grueso de la producción industrial en los Estados Unidos estaba monopolizado, en casi todos los sectores, por las grandes compañías, en un promedio de cuatro en cada rama de la producción. El 58% de todos los productos alimenticios, el 62% de toda la producción de las industrias de la madera, del papel y del petróleo, el 95% de la industria del caucho y de máquinas eran controlados, en cada uno de esos sectores, por cuatro grandes compañías.
La industria era entonces dirigida por 200 de las mayores corporaciones, cuyos capitales alcanzaban a cerca de 70 mil millones de dólares, o sea cerca del 45% de los capitales de todas las sociedades no financieras. Pero el verdadero dominio sobre la industria era ejercido por un círculo aún más estrecho de grandes industriales y financistas, entre los cuales se encontraban principalmente Rockefeller, Morgan, Dupont de Nemours, Mellon, Vanderbilt y Ford [1].
La Segunda Guerra Mundial dio un nuevo y poderoso impulso al proceso de concentración y al crecimiento de los monopolios. Las lucrativas órdenes de compra militares y las ganancias extraordinarias beneficiaron principalmente a los grandes monopolios. Según las cifras oficiales, las órdenes de compra militares registradas por los diversos departamentos del gobierno norteamericano, realizadas a 18,539 firmas, entre junio de 1940 y setiembre de 1944, sobrepasaron la cantidad de 175 mil millones de dólares. Sin embargo, las 100 corporaciones más grandes fueron las que recibieron la parte del león de ese monto: 117 mil millones de dólares, o sea el 67% del total. Se podría suponer que las grandes corporaciones trasladaron a las pequeñas firmas una parte considerable de esos pedidos. Sin embargo, una investigación sobre las 252 corporaciones más grandes demostró, en 1943, que ellas sólo trasladaron a otras empresas el 34% de los pedidos originales, esto es, un tercio, dividido de la siguiente manera: 17,5% pasó a otras grandes firmas, y solamente 24,5% a las pequeñas.
En definitiva, las grandes firmas atendieron el 70% del total de los pedidos, y las pequeñas sólo el 30% [2]. El grueso de las gigantescas ganancias de la guerra fluyó, de este modo, hacia los grandes monopolios.
La guerra no sólo tuvo como resultado un nuevo fortalecimiento de los grandes monopolios, también provocó la ruina de miles de pequeñas empresas. Sólo en la industria manufacturera, cerca de 120,000 pequeñas firmas cerraron sus puertas durante la guerra. Por esa razón aumentó la preponderancia de las grandes empresas en el total de la producción. En 1939, en la industria manufacturera, las pequeñas empresas, es decir, las empresas de menos de 500 obreros, empleaban al 51,7% del total de obreros; en 1944, empleaban solamente al 38,1% [3].
Debido a este rápido progreso de monopolización, el círculo de los detentores del poder económico se estrechó aún más.
El progreso de la concentración de la producción y de la centralización del capital puso las bases de la dominación de los monopolios en el campo político. La lucha por las palancas del control del Estado y por la posesión de tal o cual puesto en la administración del Estado se vuelve cada vez más intensa entre los grandes monopolistas. Simultáneamente, los monopolios dominantes, en su conjunto, intentan el asalto cada vez más pleno del aparato del Estado, que someten a sus deseos y que quieren identificar con su propia existencia. Es precisamente esta fusión del Estado burgués con los monopolios, asociados entre sí, lo que caracteriza, según Lenin, el capitalismo monopolista de Estado.
En los países burgueses, los monopolios capitalistas no controlan sólo la actividad de los gobernantes, sino que deciden su composición. En la época del imperialismo, son las grandes sociedades financieras las que determinan la composición de los gobiernos y los que controlan sus actividades. Quién no sabe, escribía Stalin, que en ninguna potencia capitalista puede formarse un gabinete contra la voluntad de los grandes lobos financieros; basta ejercer una presión financiera para que los ministros sean expulsados de sus puestos, como fulminados por un rayo. Ese es el verdadero control del gobierno, el control por parte de los bancos, y no el supuesto control por parte de los parlamentos.
Un ejemplo típico: Estados Unidos
Ese poder absoluto de los monopolios, el papel decisivo que tienen en la formación del grupo político dirigente y el control que ejercen sobre su actividad, pueden ser observados durante todo el devenir de la historia reciente de los Estados Unidos. El libro de Ferdinand Lundberg, “Las 60 familias americanas” [4], presenta un gran número de ejemplos ilustrativos de los diferentes procesos que los monopolios utilizan para controlar el aparato de poder político y su actividad. Los presidentes de los Estados Unidos, expone Lundberg, son, por regla general, las criaturas, y, para hablar con propiedad, los instrumentos de un pequeño grupo de monopolistas. Theodore Roosevelt fue una criatura de Morgan; Taft una criatura de Rockefeller. El presidente Mac Kinley fue un instrumento de la “Standard Oil” y de algunas otras compañías. Es imposible —observa Lundberg— entrar en la Casa Blanca sin el consentimiento de las familias dominantes.
Ferdinand Lundberg notaba, ya en 1938, que, aunque inmiscuyéndose en los asuntos políticos, los monopolistas preferían mantenerse en la sombra y actuar a través de personas, intermediarios, sus procuradores y hombres de confianza. Eran estos últimos los que entraban al gobierno, ocupaban los puestos diplomáticos más importantes y tenían la mayor influencia sobre los partidos políticos. Desde que el impulso del capital financiero internacional —escribía Lundberg— confirió una importancia vital a ciertos puestos diplomáticos… casi todos los embajadores en Londres, Paris, Tokio, Berlín, Roma, etc., fueron hombres de confianza de Morgan, Rockefeller, Mellon y otros magnates de las finanzas. En la mayoría de los casos, la presión no era ejercida de manera directa y abierta, sino por medio de maniobras ocultas: corrupción, financiamiento de las elecciones, chantajes, etc.
Tal era la situación de los Estados Unidos antes de la Segunda Guerra Mundial. Durante y después de la guerra, habiendo aumentado el poder de los monopolios americanos, se acentuó entonces su intromisión en los asuntos del Estado. Actualmente, sus representantes penetran abiertamente en los más importantes sectores del aparato central del Estado. En el gobierno de Truman, todos los puestos de control son acaparados por los lobos industriales y financieros. Harriman, Snyder, Forrestal, Simington y otros ministros norteamericanos son grandes personajes de Wall Street.
Según escribe Walton en la revista New Republic, los banqueros, que ya dominan numerosos sectores del gobierno de Truman, pudieron, finalmente, penetrar también en el Departamento de Estado. Y tuvieron tanto éxito que consiguieron imponer su propia política exterior reaccionaria y agresiva. En el Departamento de Estado, como en las representaciones diplomáticas en el extranjero, los principales puestos se hallan ahora directamente ocupados por los grandes financistas del mundo de los monopolios. Así, Lovett, socio de la firma “Brown Brothers and Harriman”, es subsecretario de Estado, y Saltzman, antiguo vicepresidente de la Bolsa de New York, es adjunto de este último; Douglas, presidente del consejo de administración de la gran sociedad de seguros “Mutual Life Insurance”, es embajador en Londres; Grady, presidente de una gran compañía de navegación, es embajador en la India, el banquero neoyorquino Griffith es embajador en Polonia, etc.
tomado del blog Crítica Marxista-Leninista
Fuente: “Problemas” - Revista Mensual de Cultura Política nº 12, Julio de 1948. Publicado en Marxist Internet Archive (Marxists.org)
Traducción para “Crítica Marxista-Leninista” de Facundo Borges
publicado en el Foro en dos mensajes
Cuando se desató esta última crisis del capitalismo, hasta la intelectualidad y los economistas burgueses tuvieron que recurrir a "El capital" de Marx para encontrar una explicación sobre sus orígenes y consecuencias, convirtiendo esa obra en un best-seller. Igualmente, ante el fracaso de las "teorías" burguesas y seudomarxistas que trataron de explicar las características del capitalismo moderno, las "nuevas condiciones" del imperialismo o el surgimiento de un "neoimperialismo", "imperios", etc., nuevamente se tiene que recurrir a Lenin y su estudio del imperialismo para explicar los "nuevos fenómenos" de la economía y política actuales. El concepto de capitalismo monopolista de Estado fue uno de los conceptos criticados y abandonados porque supuestamente no reflejaban acertadamente el desarrollo del imperialismo. Como veremos en los artículos que publicaremos, su vigencia es asombrosa y su utilidad para explicar los acontecimientos de la actualidad invalorable.
El artículo escrito por I. Kouzmínov que ofrecemos hoy, fue publicado en 1948; los lectores podrán sacar sus propias conclusiones sobre la actualidad de su contenido.
El Estado capitalista, según la definición de Stalin, es una institución destinada a organizar la defensa del país y a organizar la defensa del “orden”, así como un aparato para recaudar impuestos. En cuanto a la economía propiamente dicha, ésta tiene poco que ver con el Estado capitalista y no se encuentra en sus manos. Por el contrario, es el Estado el que se encuentra en manos de la economía capitalista.
Esta fórmula clásica define la esencia de la relación que hay, en los países capitalistas, entre el Estado y la economía. El capitalismo monopolista de Estado no es sino una sumisión absoluta del Estado burgués a la economía capitalista, y, por tanto, a los monopolios, y no al contrario. Es la compenetración cada vez más completa del Estado y de los monopolios, en fin, la dictadura de los monopolistas más poderosos.
La Segunda Guerra Mundial llevó al capitalismo monopolista de Estado a un grado extraordinario de desarrollo en los principales países capitalistas, en Estados Unidos e Inglaterra. El fortalecimiento de la reacción en los Estados Unidos y la ofensiva lanzada por los monopolios contra los derechos y las condiciones de vida de la clase obrera se tradujeron directamente en la fusión sin precedentes del poder político con los monopolios y la sumisión del primero a los intereses de los últimos.
El imperialismo, según el camarada Stalin, se caracteriza por el poder absoluto de los trusts y las corporaciones monopolistas, de los bancos y de la oligarquía financiera en los países industriales. Por eso, el desarrollo del capitalismo monopolista de Estado viene alcanzando su más alto grado en la actual época histórica, en la época de la crisis general del capitalismo.
Nacimiento y desarrollo
Los factores que contribuyen a ello, ante todo, son la rápida concentración de la producción y la centralización del capital, determinantes de la monopolización. En todos los sectores clave de la producción, los monopolios más fuertes se aseguran el dominio absoluto, a la vez que disminuye la cantidad de monopolios importantes en cada sector.
Por otra parte, el desarrollo del capitalismo monopolista de Estado, en la época de la crisis general del capitalismo, se acelera con la agudización de las contradicciones inherentes al capitalismo; la lucha por los mercados, las materias primas y las esferas de influencia se hace más ardua, intensificando cada vez más ásperamente la contradicción entre los grupos monopolistas de los diferentes países.
Por supuesto, como observó Lenin, la creación de monopolios es perfectamente realizable incluso utilizando medios de lucha puramente económicos. Sin embargo, los monopolios –escribió Lenin– no se limitan sólo a los medios económicos, sino que recurren también constantemente a los medios políticos e incluso a los procesos judiciales. Eliminan a sus competidores no sólo en el mercado interno sino también en el mercado externo. Solamente la posesión de un territorio les ofrece seguridad frente a los competidores. Por ese motivo, los grupos monopolistas utilizan cada vez más ampliamente los medios políticos a escala internacional, arrastrando tras de sí al Estado en su lucha por los mercados, por las materia primas y por las esferas de influencia. Cuando el mundo ya está dividido, este recurso a los medios políticos se transforma en guerras mundiales.
Las guerras mundiales, a su vez, aceleran considerablemente el desarrollo del capitalismo monopolista de Estado. En ese sentido, decía Lenin, hablando de la Primera Guerra Mundial: la guerra hace lo que no se hace en 25 años.
Sin embargo, la guerra no es el único factor favorable al desarrollo del capitalismo monopolista de Estado, aunque sea el factor más poderoso. Además de la guerra, hay otros factores, característicos de la crisis general del capitalismo.
La crisis general del capitalismo se caracteriza por una agudización sin precedentes de la contradicción entre el crecimiento de las posibilidades de producción y la reducción relativa del poder adquisitivo de las masas trabajadoras. El carácter anárquico de la producción se agrava. Aparece el desempleo masivo y crónico, la utilización de los capitales se revela insuficiente y se desatan crisis económicas más y más destructoras. Fue así que la crisis de superproducción de 1929 a 1933 trajo consigo la caída de la producción, que en el mundo capitalista en su conjunto llegó a 44%, habiéndose registrado porcentajes mayores en algunos países.
Esas crisis anárquicas, el desempleo y la miseria de las masas obreras y campesinas asustaron a los dueños del mundo capitalista y provocaron que temieran por la suerte de la misma base del mundo capitalista. De ahí provinieron sus deseos de recurrir a la colaboración del aparato del Estado burgués, a fin de atenuar las contradicciones más agudas de la economía capitalista y poner sobre las espaldas de los trabajadores todo el peso de la crisis.
El desarrollo de los monopolios significa una mayor explotación de los trabajadores, una ofensiva contra su nivel de vida y, en general, una política reaccionaria. Esto, a su vez, provoca una resistencia creciente de la clase obrera y de todos los trabajadores, y conduce a una lucha más enérgica contra el capital. Los monopolios, por su parte, para reprimir al movimiento revolucionario y al movimiento de liberación nacional en las colonias, recurren más extensamente aún al aparato del Estado.
En su libro “El Estado y la revolución”, Lenin escribía: “El imperialismo, la época del capital bancario, de los gigantescos monopolios capitalistas y de la transformación gradual del capitalismo monopolista en capitalismo monopolista de Estado, revela sobre todo un fortalecimiento extraordinario de la ‘maquina del Estado’, una expansión sin precedentes de su aparato burocrático-militar, en función del reforzamiento de las represalias contra el proletariado tanto en los países monárquicos como en los países libres; el ejército y la marina son fortalecidos de forma extraordinaria, no sólo en función de la lucha imperialista por una nueva repartición del mundo y de la lucha contra el movimiento de liberación de los pueblos coloniales, sino también a fin de reprimir al movimiento revolucionario en el interior de los propios países”.
El aparato policial se expande y comienza a intervenir incesantemente en las cuestiones de la producción, al punto de confundirse muchas veces con la administración de las fábricas. La propia dirección de las empresas toma frecuentemente un carácter policial. Ejemplo: la Alemania fascista, donde el régimen policial del trabajo forzado fue aplicado en las empresas de manera más acabada.
El Estado burgués procura desarticular a los sindicatos, a fin de desarmar a la clase obrera. A este respecto es muy significativa la ley norteamericana Taft-Hartley.
Sin embargo, en la época de la crisis general, el capitalismo ya no comprende a toda la economía mundial. Si la ruptura del frente único del imperialismo, es decir, la separación de Rusia del sistema capitalista mundial, fue el resultado más importante de la Primera Guerra Mundial, la separación, del sistema imperialista, de varios países del centro y del sudeste de Europa fue el resultado de la Segunda Guerra Mundial. Se formaron dos campos: de un lado, el del imperialismo y la reacción; del otro, el del socialismo y la democracia.
Dado que la sola existencia de la Unión Soviética y las nuevas democracias es suficiente para insuflar en las masas trabajadoras de todos los países el espíritu de lucha contra el capital monopolista, la fracción dominante se apresta febrilmente a tomar en sus manos la máquina del Estado y, ante todo, de los órganos centrales de poder; se adueña de la política exterior e interna y toma enteramente bajo su control el ejército, la marina, el aparato policial, y también la propaganda ideológica.
El control de los monopolios sobre el aparato de gobierno
La primera premisa del capitalismo monopolista de Estado, esto es, de la sumisión absoluta del Estado burgués al capitalismo, es el dominio económico de los monopolios en el interior del país.
El capitalismo monopolista de Estado surge cuando la concentración de la producción y la monopolización alcanzan un determinado nivel. Tomemos el ejemplo de Alemania. La Primera Guerra Mundial había acelerado el desarrollo de los monopolios alemanes. Desde esa época, la concentración de la producción y la centralización del capital habían alcanzado una gran amplitud. Ese proceso continuó con la inflación y más tarde, durante la crisis económica de 1929 a 1933, creó la base para un rápido desarrollo de todas las formas de asociación monopolista.
Algunos grandes trusts y consorcios tuvieron, desde entonces, el papel decisivo en las principales ramas de la producción. En la siderurgia fue el Trust del Acero el que monopolizó más de la mitad de la producción total de los metales ferrosos. La industria química era dominada por el trust “I. G. Farbenindustrie”, cuyo capital sobrepasaba la mitad de todos los capitales invertidos en ese sector. Ciertos productos (colorantes, carburante sintético, etc.) eran enteramente monopolizados por la “I. G. Farbenindustrie”.
En la industria electrotécnica, dos monopolios —A.E.G. y Siemens— asumieron el papel dominante y representaban, solamente ellos, más del 80% de toda la producción de ese sector. El 76% de toda la producción de hulla era controlado, de 1929 a 1930, por el “Sindicato Renano del Carbón”. La Sociedad Anónima Renana-Westfaliana representaba el 72% de toda la producción de la energía eléctrica.
Como se ve, el proceso de monopolización estaba tan avanzado en Alemania que cada una de las ramas esenciales de la producción era dominada por uno o dos monopolios. Los reyes de las diferentes ramas de la economía, ligados unos a otros por participaciones mutuas, formaban el núcleo de la oligarquía financiera que controlaba toda la economía alemana. En vísperas de la toma del poder por los hitleristas, en Alemania había cerca de veinte grandes industriales y banqueros que eran los verdaderos dueños del país.
En los Estados Unidos, la concentración de la producción y la centralización del capital, así como la subsecuente monopolización, se aceleraron entre las dos guerras, principalmente como resultado de la crisis económica de 1929 a 1933. En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, el grueso de la producción industrial en los Estados Unidos estaba monopolizado, en casi todos los sectores, por las grandes compañías, en un promedio de cuatro en cada rama de la producción. El 58% de todos los productos alimenticios, el 62% de toda la producción de las industrias de la madera, del papel y del petróleo, el 95% de la industria del caucho y de máquinas eran controlados, en cada uno de esos sectores, por cuatro grandes compañías.
La industria era entonces dirigida por 200 de las mayores corporaciones, cuyos capitales alcanzaban a cerca de 70 mil millones de dólares, o sea cerca del 45% de los capitales de todas las sociedades no financieras. Pero el verdadero dominio sobre la industria era ejercido por un círculo aún más estrecho de grandes industriales y financistas, entre los cuales se encontraban principalmente Rockefeller, Morgan, Dupont de Nemours, Mellon, Vanderbilt y Ford [1].
La Segunda Guerra Mundial dio un nuevo y poderoso impulso al proceso de concentración y al crecimiento de los monopolios. Las lucrativas órdenes de compra militares y las ganancias extraordinarias beneficiaron principalmente a los grandes monopolios. Según las cifras oficiales, las órdenes de compra militares registradas por los diversos departamentos del gobierno norteamericano, realizadas a 18,539 firmas, entre junio de 1940 y setiembre de 1944, sobrepasaron la cantidad de 175 mil millones de dólares. Sin embargo, las 100 corporaciones más grandes fueron las que recibieron la parte del león de ese monto: 117 mil millones de dólares, o sea el 67% del total. Se podría suponer que las grandes corporaciones trasladaron a las pequeñas firmas una parte considerable de esos pedidos. Sin embargo, una investigación sobre las 252 corporaciones más grandes demostró, en 1943, que ellas sólo trasladaron a otras empresas el 34% de los pedidos originales, esto es, un tercio, dividido de la siguiente manera: 17,5% pasó a otras grandes firmas, y solamente 24,5% a las pequeñas.
En definitiva, las grandes firmas atendieron el 70% del total de los pedidos, y las pequeñas sólo el 30% [2]. El grueso de las gigantescas ganancias de la guerra fluyó, de este modo, hacia los grandes monopolios.
La guerra no sólo tuvo como resultado un nuevo fortalecimiento de los grandes monopolios, también provocó la ruina de miles de pequeñas empresas. Sólo en la industria manufacturera, cerca de 120,000 pequeñas firmas cerraron sus puertas durante la guerra. Por esa razón aumentó la preponderancia de las grandes empresas en el total de la producción. En 1939, en la industria manufacturera, las pequeñas empresas, es decir, las empresas de menos de 500 obreros, empleaban al 51,7% del total de obreros; en 1944, empleaban solamente al 38,1% [3].
Debido a este rápido progreso de monopolización, el círculo de los detentores del poder económico se estrechó aún más.
El progreso de la concentración de la producción y de la centralización del capital puso las bases de la dominación de los monopolios en el campo político. La lucha por las palancas del control del Estado y por la posesión de tal o cual puesto en la administración del Estado se vuelve cada vez más intensa entre los grandes monopolistas. Simultáneamente, los monopolios dominantes, en su conjunto, intentan el asalto cada vez más pleno del aparato del Estado, que someten a sus deseos y que quieren identificar con su propia existencia. Es precisamente esta fusión del Estado burgués con los monopolios, asociados entre sí, lo que caracteriza, según Lenin, el capitalismo monopolista de Estado.
En los países burgueses, los monopolios capitalistas no controlan sólo la actividad de los gobernantes, sino que deciden su composición. En la época del imperialismo, son las grandes sociedades financieras las que determinan la composición de los gobiernos y los que controlan sus actividades. Quién no sabe, escribía Stalin, que en ninguna potencia capitalista puede formarse un gabinete contra la voluntad de los grandes lobos financieros; basta ejercer una presión financiera para que los ministros sean expulsados de sus puestos, como fulminados por un rayo. Ese es el verdadero control del gobierno, el control por parte de los bancos, y no el supuesto control por parte de los parlamentos.
Un ejemplo típico: Estados Unidos
Ese poder absoluto de los monopolios, el papel decisivo que tienen en la formación del grupo político dirigente y el control que ejercen sobre su actividad, pueden ser observados durante todo el devenir de la historia reciente de los Estados Unidos. El libro de Ferdinand Lundberg, “Las 60 familias americanas” [4], presenta un gran número de ejemplos ilustrativos de los diferentes procesos que los monopolios utilizan para controlar el aparato de poder político y su actividad. Los presidentes de los Estados Unidos, expone Lundberg, son, por regla general, las criaturas, y, para hablar con propiedad, los instrumentos de un pequeño grupo de monopolistas. Theodore Roosevelt fue una criatura de Morgan; Taft una criatura de Rockefeller. El presidente Mac Kinley fue un instrumento de la “Standard Oil” y de algunas otras compañías. Es imposible —observa Lundberg— entrar en la Casa Blanca sin el consentimiento de las familias dominantes.
Ferdinand Lundberg notaba, ya en 1938, que, aunque inmiscuyéndose en los asuntos políticos, los monopolistas preferían mantenerse en la sombra y actuar a través de personas, intermediarios, sus procuradores y hombres de confianza. Eran estos últimos los que entraban al gobierno, ocupaban los puestos diplomáticos más importantes y tenían la mayor influencia sobre los partidos políticos. Desde que el impulso del capital financiero internacional —escribía Lundberg— confirió una importancia vital a ciertos puestos diplomáticos… casi todos los embajadores en Londres, Paris, Tokio, Berlín, Roma, etc., fueron hombres de confianza de Morgan, Rockefeller, Mellon y otros magnates de las finanzas. En la mayoría de los casos, la presión no era ejercida de manera directa y abierta, sino por medio de maniobras ocultas: corrupción, financiamiento de las elecciones, chantajes, etc.
Tal era la situación de los Estados Unidos antes de la Segunda Guerra Mundial. Durante y después de la guerra, habiendo aumentado el poder de los monopolios americanos, se acentuó entonces su intromisión en los asuntos del Estado. Actualmente, sus representantes penetran abiertamente en los más importantes sectores del aparato central del Estado. En el gobierno de Truman, todos los puestos de control son acaparados por los lobos industriales y financieros. Harriman, Snyder, Forrestal, Simington y otros ministros norteamericanos son grandes personajes de Wall Street.
Según escribe Walton en la revista New Republic, los banqueros, que ya dominan numerosos sectores del gobierno de Truman, pudieron, finalmente, penetrar también en el Departamento de Estado. Y tuvieron tanto éxito que consiguieron imponer su propia política exterior reaccionaria y agresiva. En el Departamento de Estado, como en las representaciones diplomáticas en el extranjero, los principales puestos se hallan ahora directamente ocupados por los grandes financistas del mundo de los monopolios. Así, Lovett, socio de la firma “Brown Brothers and Harriman”, es subsecretario de Estado, y Saltzman, antiguo vicepresidente de la Bolsa de New York, es adjunto de este último; Douglas, presidente del consejo de administración de la gran sociedad de seguros “Mutual Life Insurance”, es embajador en Londres; Grady, presidente de una gran compañía de navegación, es embajador en la India, el banquero neoyorquino Griffith es embajador en Polonia, etc.
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Última edición por pedrocasca el Miér Ene 16, 2013 10:06 am, editado 1 vez