"Espectadores de la crisis perfecta"
artículo del historiador Josemari Lorenzo Espinosa
publicado en el blog EHS en febrero de 2013
Hay pocas dudas sobre la situación actual del Estado español. Precisamente como tal Estado, España está atravesando una de sus cíclicas crisis políticas y sociales, que para muchos es la peor que recuerdan. Por razones de todos conocidas, y suficientemente tratadas, la tramposa marca España que se sustentaba en poco mas que un equipo de fútbol, igual de fraudulento, está descendiendo a los infiernos. Y nadie quiere pertenecer a un club que tiene ciertos socios poco recomendables. La posición de la derecha catalana, aunque tardía e interesada, es el mejor síntoma de que la España de mentira ha pasado a ser la España moribunda. Otra cosa es que sus buenos hijos la puedan salvar. Hijos que están por todas partes. Y curiosamente entre algunos nacionalismos "periféricos", que en los momentos clave nunca pierden la oportunidad de perder una oportunidad.
No es la primera vez que a España le pasan cosas así. Sin ir muy lejos: entre 1929 y 1931 se derrumbó el sistema de la Restauración borbónica, ejemplo de oligarquía, caciquismo y corrupción. La presión del movimiento obrero-campesino y los abusos de la clase política abrieron entonces una de las peores crisis del siglo. Los republicanos la intentaron aprovechar. Los nacionalistas vascos o catalanes, no. Peor aún, los responsables de conseguir la independencia de sus pueblos, se dedicaron a arreglar los problemas del Estado que impedía esa independencia. No pestañearon cuando Primo de Rivera y sus soldaditos tomaron el poder, machacando a los obreros o invadiendo Marruecos, para ayudar al gran capital coronado. Incluso le ayudaron a salir de la crisis, prestándole políticos y empresas. Dicen que Alfonso XIII se marchó con pena y sin gloria en 1931, pero dejó los suficientes amigos para capear el temporal. Así la siguiente oportunidad no tardó en llegar.
La República no fue capaz de arreglar la crisis ni con la ayuda de vascos y catalanes. Se quedó en el término medio de las clases medias y los temores de las pequeñas burguesías. De modo que los militares, mas expeditivos y cuarteleros, volvieron al poder. Esta vez con Franco. Aunque les costó tres años de guerra y medio millón de muertos, porque la marca republicana contaba con la ayuda de obreros y nacionales de los alrededores. Los dirigentes nacionalistas vascos y catalanes estaban mas preocupados por la suerte que corría el Estado, que de la independencia de sus pueblos, cuando la ocasión, el vacío de poder y la propia guerra ponían en bandeja esa posibilidad. En el exilio fue peor. Cuando nadie les obligaba a seguir manteniendo el acatamiento habitual a las instituciones y leyes españolas, siguieron fieles a lo que Aguirre llamaba "compromisos con Madrid". Nada les impedía entonces proclamarse libres. Pero no se dieron cuenta. ¿O si?. Incluso Aguirre (PNV) se entrevistó en 1945 con el secretario general de la ONU, recién constituida. Pero lo hizo como representante de España y no de su pueblo, ni de su nacionalismo, ni siquiera del gobierno vasco.
En 1975, no solo murió el dictador también se acabó una época. La del desarrollo corrupto y engañoso, a precio de emigrantes y exiliados, mano de obra explotada, prohibiciones o gasolina barata. Con Carrero y Franco se fueron los planes económicos y con la Transición llegó otra crisis: la reconversión industrial y el petróleo caro, unidas a la pugna por el reparto político del Estado. España otra vez entró en picado: paro, inflación, descontento político, movimiento obrero, lucha armada...El esquema no podía ser mas favorable para los nacionalismos. Ni siquiera la argucia europeísta exigía la pertenencia a un Estado caduco, seudofranquista e incapaz. Pero los nacionalismos vascos y catalán arrimaron otra vez el hombro. Los Pactos de la Moncloa (1977), la Constitución (1978) y los Estatutos (1979) amarraron otro ciclo de prosperidad capitalista e hispanófila. El Estado español se salvó, una vez mas.
Treinta años después, Alfonso XIII sigue reinando. Ahora se llama Juan Carlos. Pero ha vuelto. El ejército es mas mercenario que golpista, retiran guardaespaldas y a los policías les congelan el sueldo. España pertenece a un club "democrático" (UE) en plena crisis de egoísmo capitalista. Y a otro militar carísimo (OTAN), que gasta sus ingresos en bombardear a la población indefensa del tercer mundo, preferentemente árabe. La crisis política también ha vuelto. Mezquindad social, codicia financiera, corrupción institucional, incapacidad política...España en su línea. Alimentando fraudes. Inflando burbujas. Premiando corruptos. Y los nacionalismos irredentos colaborando en el espectáculo de un Estado, con 6 millones de parados y 40 de indignados.
Todo parece indicar que los nacionalistas vascos y los catalanes (a pesar de los pucheritos de Mas) van a perder otra oportunidad. Pocas veces han tenido tanta audiencia política en sus territorios. Son mayoría en los parlamentos autonómicos. Pueden adoptar legítimamente, con apoyo mayoritario y democrático de sus ciudadanos, la declaración de independencia que piden programas e ideologías... Y que esperan sus electores. Podían ejercer una presión política tan formidable, que la anterior lucha armada no fuera necesaria esta vez. Podían en fin, portarse como nacionalistas y no volver a parchear los rotos de un Estado, cuyas vergüenzas están por todas partes. Sin embargo, los indicios no son buenos. El panorama político vasco, por poner el ejemplo cercano, no parece tener mucho interés en la cuestión nacional vasca. Los representantes, votados por el pueblo nacionalista, se dedican fervorosamente a gestionar y administrar el legado autonómico estatal. Nadie pone en duda su capacidad de gestión. Su trabajo es importante, capaz y pueden conseguir que la crisis económica nos afecte menos que a los demás. Pueden demostrar que son excelentes gestores de un capitalismo en crisis, de un Estado decante y moribundo, al que pueden resucitar. Pueden optar, en fin, a su reelección con favorable pronóstico. Pero es de temer que su nacionalismo y su socialismo, se malogren como otras veces y no sirvan para lo que se espera de ellos. Para lo que su nombre indica. Es de temer que queden inéditos, como otras veces, entretenidos en ayudar a España a salir de su crisis perfecta, de la que hasta ahora parecen espectadores periféricos.
artículo del historiador Josemari Lorenzo Espinosa
publicado en el blog EHS en febrero de 2013
Hay pocas dudas sobre la situación actual del Estado español. Precisamente como tal Estado, España está atravesando una de sus cíclicas crisis políticas y sociales, que para muchos es la peor que recuerdan. Por razones de todos conocidas, y suficientemente tratadas, la tramposa marca España que se sustentaba en poco mas que un equipo de fútbol, igual de fraudulento, está descendiendo a los infiernos. Y nadie quiere pertenecer a un club que tiene ciertos socios poco recomendables. La posición de la derecha catalana, aunque tardía e interesada, es el mejor síntoma de que la España de mentira ha pasado a ser la España moribunda. Otra cosa es que sus buenos hijos la puedan salvar. Hijos que están por todas partes. Y curiosamente entre algunos nacionalismos "periféricos", que en los momentos clave nunca pierden la oportunidad de perder una oportunidad.
No es la primera vez que a España le pasan cosas así. Sin ir muy lejos: entre 1929 y 1931 se derrumbó el sistema de la Restauración borbónica, ejemplo de oligarquía, caciquismo y corrupción. La presión del movimiento obrero-campesino y los abusos de la clase política abrieron entonces una de las peores crisis del siglo. Los republicanos la intentaron aprovechar. Los nacionalistas vascos o catalanes, no. Peor aún, los responsables de conseguir la independencia de sus pueblos, se dedicaron a arreglar los problemas del Estado que impedía esa independencia. No pestañearon cuando Primo de Rivera y sus soldaditos tomaron el poder, machacando a los obreros o invadiendo Marruecos, para ayudar al gran capital coronado. Incluso le ayudaron a salir de la crisis, prestándole políticos y empresas. Dicen que Alfonso XIII se marchó con pena y sin gloria en 1931, pero dejó los suficientes amigos para capear el temporal. Así la siguiente oportunidad no tardó en llegar.
La República no fue capaz de arreglar la crisis ni con la ayuda de vascos y catalanes. Se quedó en el término medio de las clases medias y los temores de las pequeñas burguesías. De modo que los militares, mas expeditivos y cuarteleros, volvieron al poder. Esta vez con Franco. Aunque les costó tres años de guerra y medio millón de muertos, porque la marca republicana contaba con la ayuda de obreros y nacionales de los alrededores. Los dirigentes nacionalistas vascos y catalanes estaban mas preocupados por la suerte que corría el Estado, que de la independencia de sus pueblos, cuando la ocasión, el vacío de poder y la propia guerra ponían en bandeja esa posibilidad. En el exilio fue peor. Cuando nadie les obligaba a seguir manteniendo el acatamiento habitual a las instituciones y leyes españolas, siguieron fieles a lo que Aguirre llamaba "compromisos con Madrid". Nada les impedía entonces proclamarse libres. Pero no se dieron cuenta. ¿O si?. Incluso Aguirre (PNV) se entrevistó en 1945 con el secretario general de la ONU, recién constituida. Pero lo hizo como representante de España y no de su pueblo, ni de su nacionalismo, ni siquiera del gobierno vasco.
En 1975, no solo murió el dictador también se acabó una época. La del desarrollo corrupto y engañoso, a precio de emigrantes y exiliados, mano de obra explotada, prohibiciones o gasolina barata. Con Carrero y Franco se fueron los planes económicos y con la Transición llegó otra crisis: la reconversión industrial y el petróleo caro, unidas a la pugna por el reparto político del Estado. España otra vez entró en picado: paro, inflación, descontento político, movimiento obrero, lucha armada...El esquema no podía ser mas favorable para los nacionalismos. Ni siquiera la argucia europeísta exigía la pertenencia a un Estado caduco, seudofranquista e incapaz. Pero los nacionalismos vascos y catalán arrimaron otra vez el hombro. Los Pactos de la Moncloa (1977), la Constitución (1978) y los Estatutos (1979) amarraron otro ciclo de prosperidad capitalista e hispanófila. El Estado español se salvó, una vez mas.
Treinta años después, Alfonso XIII sigue reinando. Ahora se llama Juan Carlos. Pero ha vuelto. El ejército es mas mercenario que golpista, retiran guardaespaldas y a los policías les congelan el sueldo. España pertenece a un club "democrático" (UE) en plena crisis de egoísmo capitalista. Y a otro militar carísimo (OTAN), que gasta sus ingresos en bombardear a la población indefensa del tercer mundo, preferentemente árabe. La crisis política también ha vuelto. Mezquindad social, codicia financiera, corrupción institucional, incapacidad política...España en su línea. Alimentando fraudes. Inflando burbujas. Premiando corruptos. Y los nacionalismos irredentos colaborando en el espectáculo de un Estado, con 6 millones de parados y 40 de indignados.
Todo parece indicar que los nacionalistas vascos y los catalanes (a pesar de los pucheritos de Mas) van a perder otra oportunidad. Pocas veces han tenido tanta audiencia política en sus territorios. Son mayoría en los parlamentos autonómicos. Pueden adoptar legítimamente, con apoyo mayoritario y democrático de sus ciudadanos, la declaración de independencia que piden programas e ideologías... Y que esperan sus electores. Podían ejercer una presión política tan formidable, que la anterior lucha armada no fuera necesaria esta vez. Podían en fin, portarse como nacionalistas y no volver a parchear los rotos de un Estado, cuyas vergüenzas están por todas partes. Sin embargo, los indicios no son buenos. El panorama político vasco, por poner el ejemplo cercano, no parece tener mucho interés en la cuestión nacional vasca. Los representantes, votados por el pueblo nacionalista, se dedican fervorosamente a gestionar y administrar el legado autonómico estatal. Nadie pone en duda su capacidad de gestión. Su trabajo es importante, capaz y pueden conseguir que la crisis económica nos afecte menos que a los demás. Pueden demostrar que son excelentes gestores de un capitalismo en crisis, de un Estado decante y moribundo, al que pueden resucitar. Pueden optar, en fin, a su reelección con favorable pronóstico. Pero es de temer que su nacionalismo y su socialismo, se malogren como otras veces y no sirvan para lo que se espera de ellos. Para lo que su nombre indica. Es de temer que queden inéditos, como otras veces, entretenidos en ayudar a España a salir de su crisis perfecta, de la que hasta ahora parecen espectadores periféricos.