El paso de la crisis nos lleva a un lugar incierto si tenemos en consideración los sucesivos movimientos que surgen y las posiciones que adoptan “acreditados” expertos en política opositora al gobierno neofascista. IU, Julio Anguita, y partidos que se suponen de la izquierda revolucionaria, consumen todo su tiempo en inventar un día si y el otro también, asociaciones, formas de “luchas”, objetivos a alcanzar. Así, pues, tenemos donde elegir: “Republica”, “Retirada del Euro”, “Bloque crítico”, “Democracia ya”, “Constituyente”, etc. etc. Pero no se consigue dar un solo paso hacia adelante ¿Por qué? Indudablemente, porque no entienden que la política es un arte y una ciencia, que la lucha ha de ser científica o no es nada, y por eso todas las tentativas que son claramente pseudorrevolucionarias son tragadas por las fuerzas absorventes del sistema.
Para centrarnos, comenzaremos por decir que todos tienen en común el ser antimarxistas; bien en la teoría, bien en la práctica, llegando a la conclusión que para ellos las clases sociales o no existen o desempeñan un papel secundario en este episodio histórico. La consecuencia subsiguiente no puede ser otra que la de negar a la clase obrera su papel de sujeto revolucionario.
Despreciar a la clase obrera y negarle su papel en la historia no es ninguna tontería, supone abandonar al pueblo a la deriva, llevarle a un callejón sin salida, malgastar sus fuerzas, arruinar sus inquietudes y su indignación, hasta convertirle en un objeto maleable en manos del Estado capitalista.
El capitalismo es un sistema de explotación en el que el patrón se enriquece como consecuencia de robarle al trabajador el producto de su trabajo. Lo que afecta al capitalista y a su Estado servidor, es que el trabajador no produzca, porque el sistema se vendría abajo inexorablemente. Por esta ley irrefutable, todo cuanto se haga a espaldas de los trabajadores no puede surtir un efecto transformador. Las manifestaciones interclasistas, es decir, de la ciudadanía, tienen la virtud de demostrar el estado de ánimo en general, pero no atizan ni pueden atizar al corazón del régimen. El gran capital continúa enriqueciéndose, porque su fuente de riqueza sigue manando euros. La clase obrera, las clases trabajadoras en su centro de trabajo, constituyen la fuerza vital e insustituible con la que el pueblo ha de contar obligatoriamente, o mejor dicho, a la que el pueblo ha de seguir, si quiere que sus protestas resulten exitosas.
Pero la clase obrera se halla recluida tras las cuatro paredes de su centro de trabajo, donde la han llevado la traición de los grandes sindicatos y la de los partidos parlamentarios. Se encuentra pues, desamparada, a la vez que presa de unas leyes que práticamente la ha colocado en situación de ilegalidad. Toda acción que quiera llevar a cabo la clase obrera se encuentra con un obstáculo “insalvable”: la ley. La reforma laboral es ley; las huelgas de solidaridad por compañeros despedidos están prohibidas por ley; el despido es libre por ley; los convenios son anulados por el patrón al amparo de la ley. Las huelgas están anuladas indirectamente, no hace falta que la ilegalicen con una ley directa, la clave se halla en que poco a poco, por nada se podrá hacer huelga porque la ley protege las causas del descontento.
La Ley, es decir, la política, impide al trabajador moverse. La política cercena todas las posibilidades de frenar el avance impetuoso del capitalismo. Ante esta situación los trabajadores y las capas populares no pueden salir a la desesperada, sin orientación clara, y sobre todo utilizando por arma la lucha económica, que antes de empezar ha sido tumbada por los golpes que ha recibido de la política, por las leyes. La lucha tiene que ser política desde los centros de trabajo, será entonces, cuando en la calle tome cuerpo un programa revolucionario con fuerza, con metas definidas, será entonces cuando el capital se resienta, pues se rebela la fuente de su riqueza. Ya no es posible pensar en pasitos, en reformas etc, que son tan ilegales como la lucha por el socialismo. Para conseguir que la reforma laboral, que los recortes, que la ley de educacion y todo cuanto ha impuesto el gobierno capitalista retroceda, es necesario ir a la huelga general política. Así ha planteado la situación el capitalismo. Para romper las leyes hay que saltárselas. Y nosotros decimos: ¿vamos a exponer al pueblo, vamos a ilegalizarnos para volver al punto de partida? NO, IREMOS A LA HUELGA GENERAL POLÍTICA, no como un fin, sino como el comienzo de un proceso de cambios profundos de la sociedad hasta lograr el ideal sublime que entraña los trabajadores, ser dueños de su destino. Que no quepa duda, lucharemos para lograr el socialismo.
Pero la huelga política no será jamás el producto del estado de ánimo del pueblo, la huelga general política tiene que ser construida golpe a golpe, tramo a tramo, arrollando a cada paso la legalidad que nos impide al obrero, al trabajador, al estudiante y al vecino, ser libres. Hay que unir todas las fuerzas bajo un programa común de transformaciones, a través de una organización disciplinada, y eso, por más vuelta que se le quiera dar, se llama FRENTE ÚNICO DEL PUEBLO, que tendrá que ser orientada por la vanguardia ideológica cuyo nombre es PARTIDO COMUNISTA.
Para centrarnos, comenzaremos por decir que todos tienen en común el ser antimarxistas; bien en la teoría, bien en la práctica, llegando a la conclusión que para ellos las clases sociales o no existen o desempeñan un papel secundario en este episodio histórico. La consecuencia subsiguiente no puede ser otra que la de negar a la clase obrera su papel de sujeto revolucionario.
Despreciar a la clase obrera y negarle su papel en la historia no es ninguna tontería, supone abandonar al pueblo a la deriva, llevarle a un callejón sin salida, malgastar sus fuerzas, arruinar sus inquietudes y su indignación, hasta convertirle en un objeto maleable en manos del Estado capitalista.
El capitalismo es un sistema de explotación en el que el patrón se enriquece como consecuencia de robarle al trabajador el producto de su trabajo. Lo que afecta al capitalista y a su Estado servidor, es que el trabajador no produzca, porque el sistema se vendría abajo inexorablemente. Por esta ley irrefutable, todo cuanto se haga a espaldas de los trabajadores no puede surtir un efecto transformador. Las manifestaciones interclasistas, es decir, de la ciudadanía, tienen la virtud de demostrar el estado de ánimo en general, pero no atizan ni pueden atizar al corazón del régimen. El gran capital continúa enriqueciéndose, porque su fuente de riqueza sigue manando euros. La clase obrera, las clases trabajadoras en su centro de trabajo, constituyen la fuerza vital e insustituible con la que el pueblo ha de contar obligatoriamente, o mejor dicho, a la que el pueblo ha de seguir, si quiere que sus protestas resulten exitosas.
Pero la clase obrera se halla recluida tras las cuatro paredes de su centro de trabajo, donde la han llevado la traición de los grandes sindicatos y la de los partidos parlamentarios. Se encuentra pues, desamparada, a la vez que presa de unas leyes que práticamente la ha colocado en situación de ilegalidad. Toda acción que quiera llevar a cabo la clase obrera se encuentra con un obstáculo “insalvable”: la ley. La reforma laboral es ley; las huelgas de solidaridad por compañeros despedidos están prohibidas por ley; el despido es libre por ley; los convenios son anulados por el patrón al amparo de la ley. Las huelgas están anuladas indirectamente, no hace falta que la ilegalicen con una ley directa, la clave se halla en que poco a poco, por nada se podrá hacer huelga porque la ley protege las causas del descontento.
La Ley, es decir, la política, impide al trabajador moverse. La política cercena todas las posibilidades de frenar el avance impetuoso del capitalismo. Ante esta situación los trabajadores y las capas populares no pueden salir a la desesperada, sin orientación clara, y sobre todo utilizando por arma la lucha económica, que antes de empezar ha sido tumbada por los golpes que ha recibido de la política, por las leyes. La lucha tiene que ser política desde los centros de trabajo, será entonces, cuando en la calle tome cuerpo un programa revolucionario con fuerza, con metas definidas, será entonces cuando el capital se resienta, pues se rebela la fuente de su riqueza. Ya no es posible pensar en pasitos, en reformas etc, que son tan ilegales como la lucha por el socialismo. Para conseguir que la reforma laboral, que los recortes, que la ley de educacion y todo cuanto ha impuesto el gobierno capitalista retroceda, es necesario ir a la huelga general política. Así ha planteado la situación el capitalismo. Para romper las leyes hay que saltárselas. Y nosotros decimos: ¿vamos a exponer al pueblo, vamos a ilegalizarnos para volver al punto de partida? NO, IREMOS A LA HUELGA GENERAL POLÍTICA, no como un fin, sino como el comienzo de un proceso de cambios profundos de la sociedad hasta lograr el ideal sublime que entraña los trabajadores, ser dueños de su destino. Que no quepa duda, lucharemos para lograr el socialismo.
Pero la huelga política no será jamás el producto del estado de ánimo del pueblo, la huelga general política tiene que ser construida golpe a golpe, tramo a tramo, arrollando a cada paso la legalidad que nos impide al obrero, al trabajador, al estudiante y al vecino, ser libres. Hay que unir todas las fuerzas bajo un programa común de transformaciones, a través de una organización disciplinada, y eso, por más vuelta que se le quiera dar, se llama FRENTE ÚNICO DEL PUEBLO, que tendrá que ser orientada por la vanguardia ideológica cuyo nombre es PARTIDO COMUNISTA.
HOY MAS QUE NUNCA,
FRENTE ÚNICO DEL PUEBLO
PARTIDO COMUNISTA OBRERO ESPAÑOL (PCOE)
FRENTE ÚNICO DEL PUEBLO
PARTIDO COMUNISTA OBRERO ESPAÑOL (PCOE)