¡Buenas camaradas! Como veo por muchos lares que el señor Chomsky es puesto en un pedestal, os traigo un documento escrito por el Camarada Arenas dando otra visión de la realidad de Chomsky. Aquí os lo dejo:
Ese cesto digital de los papeles que muy propiamente se denomina Kaos en la Red, se ha sumado recientemente a los ataques contra el leninismo (=fascismo), esta vez con la pluma del escolástico Chomsky y con un artículo, trufado de mentiras y fantasías al cincuenta por cien, que se titula La Unión Soviética versus el socialismo. Pero no hay nada nuevo; es lo mismo que podemos leer en La Razón cualquier día. ¿Por qué los medios no intentan diferenciarse un poco más unos de otros?
Cuando observamos la proliferación de publicaciones de algunos articulistas, como Chomsky, en eterminados medios pequeño burgueses, nos apercibimos del profundo vacío ideológico que padecen y su tendencia a dejarse arrastrar detrás del primer figurón que alza la voz. Pero la pequeña burguesía no va a rellenar su vacío ideológico con las pestilentes frases, libros y panfletos de Chomsky, por más que nos lo restrieguen cada día por los ojos. Mucho menos nos van a convencer de que Chomsky es un anarquista, ni siquiera el propio Chomsky, por más que insista en ello y se saque de su chistera citas de Bakunin, al que ignora por completo. Chomsky es un liberal burgués que expresa la mala conciencia de los imperialistas norteamericanos y trata de frenar sus excesos como única forma de que sigan manteniendo sus tentáculos por todo el orbe. Por el contrario, nosotros tratamos de acabar con eso y, por ello mismo, estamos desde siempre enfrentados a Chomsky y a sus tesis.
Para embaucar a los incautos pequeño burgueses, Chomsky se tiene que poner algún disfraz y ha escogido el de anarquista. Esa es la única forma en la que puede entrometerse ya no sólo a juzgar a la Unión Soviética, sino toda la historia del movimiento obrero. Por cierto, un movimiento obrero que, desde sus mismos orígenes hace 150 años ha luchado y sigue luchando porque sean los obreros (y no los burgueses liberales como Chomsky) los que se organicen de forma independiente y se doten de un programa de lucha para alcanzar sus objetivos de clase.
Sin embargo es eso justamente lo que Chomsky nos reprocha a los leninistas y, efectivamente, tiene que hacerlo así, porque si la burguesía no logra separarnos a los leninistas del movimiento obrero (y ni lo ha logrado ni lo va a logar), jamás conseguirá hacerse con la dirección del mismo para llevarlo por la senda del reformismo. Por eso lo primero es repetir lo que -siguiendo a Marx- siempre venimos diciendo: Chomsky puede decir de sí mismo lo que le de la gana, pero eso no nos obliga a nosotros a seguirle ni siquiera en ese aspecto:
Así como en la vida privada se distingue entre lo que un hombre piensa y dice de sí mismo y lo que realmente es y hace, en las luchas históricas hay que distinguir todavía más entre las frases y las pretensiones de los partidos y su naturaleza real y sus intereses reales, entre lo que se imaginan ser y lo que en realidad son (1).
Chomsky es un burgués y su éxito editorial se explica porque sus marrullerías sólo pueden atraer a los burgueses de todas las subespecies. Hijo de fugitivos ucranianos que huyeron de la Revolución de Octubre para buscar protección en Estados Unidos, la patria de la libertad, su fobia al leninismo es hereditaria y no puede, por tanto, extrañar que en su país de acogida le veneren como a un santón. Su fama de perseguido y criticado forma parte de una leyenda falsa para rodearle de la consabida aureola victimista. En Estados Unidos no le acosan, le encumbran colocándole en el octavo puesto entre las luminarias intelectuales de todos los tiempos, justo detrás de Platón y Freud.
En internet es el número uno de los chats. El Chicago Tribune dice que es el autor vivo más citado del mundo; el New York Times que es probablemente el intelectual vivo más importante; Bono (no el nuestro sino el cantante de U2) le llama un rebelde sin pausa.Chomsky como Antoñita la fantástica Desde el punto de su especialidad académica, la lingüística, Chomsky es un idealista de la vieja escuela que, de la misma forma que todos los platonistas, ha inventado una disciplina que no existe, la lingüística cartesiana, como otros antes inventaron los ángeles, los arcángeles y toda suerte de espíritus inexistentes. Puestos a imaginar, los idealistas no se cortan un pelo y desde los más remotos orígenes del movimiento obrero, los utopistas, burgueses liberales, incluso radicalizados, crearon en su cabeza (pero nada más que en su cabeza) una sociedad distinta de la que existía, trataron de crear (inútilmente) paraísos socialistas dentro de la selva capitalista e incluso el alemán Weitling y el francés Proudhon fueron de los primeros en proyectar lenguas artificiales comunes para toda la humanidad. Creían que quizá así nos entenderíamos mejor, como si nuestra falta de entendimiento no radicara en las contradicciones de clase sino sólo en nuestras pobres ideas o en la gramática con la que nos enseñaron a expresarlas.
La imaginación vuela, sobre todo la de aquellos que, como Chomsky, creen en las ideas innatas. Por eso la ciencia-ficción es un género en auge. Pero si la ciencia-ficción se proyecta hacia el futuro, Chomsky es capaz de inventar también una historia-ficción, proyectar la ficción hacia el pasado, contarnos un mito que sólo existe en su fantasía, aunque él nos la presente como una película basada en hechos reales: nada menos que la de la Unión Soviética, y mucho más incluso, toda una historia del movimiento obrero que él ha reescrito a su gusto, sin el más mínimo empacho en olvidarse de los hechos.
Chomsky estaría encantado si nosotros criticáramos sus opiniones, pero no hay tal; no podemos criticar una opinión que no se fundamenta en nada porque el hecho no existe. Él, que tanto habla de las mentiras de unos y otros (porque todos son iguales), está enfangado hasta el cuello por la mentira: vive con ella, se alimenta de ella y escribe sobre ella. La conoce muy bien (la mentira, claro). Ni siquiera es fiel a los hechos cuando cita y entrecomilla frases que es imposible descifrar ni quién ni cómo ni cuándo ni dónde se pronunciaron o escribieron.
Por ejemplo, pone en boca de Lenin la falsedad siguiente: Lenin explicó que la subordinación del trabajador a la ‘autoridad individual’ es ‘el sistema que más que ningún otro asegura la mejor utilización de los recursos humanos’. En esa misma línea, alude a la militarización del trabajo y la transformación de una sociedad en un ejército laboral sometido a una única voluntad. Pero cualquier persona mínimamente informada sabe que durante las guerras las fábricas se militarizan siempre, y cualquier persona mínimamente informada de la historia de la Unión Soviética sabe que después de 1917 hubo una guera civil y que las fábricas se militarizaron a causa de ello y sólo mientras duró. Pero cuando Chomsky habla de una cosa (la militarización) y esconde la otra (la guerra) se pone del lado de los imperialistas y zaristas que promovieron la guerra y se lamentaron de la militarización. Y cuando Chomsky habla de la militarización y oculta que luego las fábricas se desmilitarizaron es un manipulador desvergonzado.
Si no estuviéramos muy acostumbrados a las falacias imperialistas, las parrafadas de Chomsky nos provocarían verdadero asco. Pero estamos ya vacunados… Otro ejemplo: Chomsky asegura sin pestañear que el historiador y diplomático británico E. H. Carr es un historiador afín a los bolcheviques, y eso es un verdadero dogma de fe porque lo dice él, aunque los bolcheviques digamos otra cosa. Entonces todo empieza a quedar un poco más claro: o no ha leído a Carr o no ha leído a los bolcheviques o, lo más seguro, que no haya leído a ninguno de los dos.
El culebrón antileninista El artículo de Chomsky se inscribe dentro del reciente culebrón de ataques que determinados medios digitales, a los que Kaos en la Red se acaba de apuntar con esta gloriosa aportación, vienen cobijando contra el leninismo desde supuestas posiciones que nos quieren hacer pasar comoanarquistas. Son variaciones sobre el mismo tema, pero en esas variaciones hay detalles inolvidables que no se pueden dejar pasar: Chomsky compara a Lenin con McNamara, aunque no aclara que éste era el secretario de Defensa norteamericano durante la guerra de Vietnam. Sin esta precisión la comparación no se entiende. Pero resulta que a quienes bombardeaba McNamara en Vietnam era a unos combatientes cuya resistencia encabezaba -nada menos- que Ho Chi-Minh, un leninista. Por lo tanto, una de dos: o hay leninistas por todas partes, incluso dirigiendo el Pentágono, o sólo cabe concluir que todos son iguales, que nada cambia nunca (como decía Parménides, antecedente ideológico de Chomsky).
A la hora de buscarse otras comparaciones aún más absurdas, Chomsky acaba sosteniendo que Lenin creó las estructuras pro-fascistas convertidas por Stalin en uno de los horrores de la era moderna. Pero ésto no necesitamos que nos lo recuerde Chomsky: es lo mismo que vienen repitiendo los imperialistas desde la guerra fría. ¿No tienen nada más que decirnos? Pues para ser idealistas, su capacidad inventiva va perdiendo fuelle… Empieza a ser una moda; hay quien se está despachando bien a gusto últimamente y, como si no tuvieran enemigos más cercanos y más recientes, se tienen que remontar a la Revolución de Octubre, a la Rusia revolucionaria para encontrarlos allá. ¿Por qué no se pelean con los fascistas hispánicos de ahora mismo?
Pero están muy equivocados. No nos referimos a Chomsky; la equivocación es de quienes le traducen y editan para hacernos llegar hasta nosotros su estupideces. Se creen que así se enfrentan a los leninistas; que les quede bien claro: con quienes se enfrentan es con el proletariado revolucionario y con los campesinos pobres. Éste es un desliz muy común en todas esas críticas aparentemente radicales a los bolcheviques, porque Octubre (y todo lo que Octubre trajo luego consigo) no es patrimonio de los leninistas sino de las masas. Como todas las revoluciones.
De todo esto sólo podemos deducir que los liberales burgueses como Chomsky, bajo su apariencia radical, aborrecen a las masas; las consideran incultas, ignorantes que se dejan arrastrar por el primero que llega. Ese atraso de las masas (¡un atraso que les llevó a derrotar al zarismo!) es lo que permitió a los bolcheviques, según Chomsky, aprovecharse del fervor revolucionario de 1917 para adueñarse del poder. Pero ¿por qué no se aprovecharon los mecheviques, que eran más numerosos? ¿o los anarquistas? ¿o los eseristas? ¿o cualquier otro de los muchos grupos radicales que había? Los intelectuales burgueses están hoy, 90 años después, mucho más atrasados que aquellas masas revolucionarias de 1917. Eso sí que es una atraso. A ver cuándo se ponen en movimiento… Las masas contra la vanguardia En su batiburrillo mental lo que Chomsky pretende es contraponer la vanguardia a las masas como dos mundos no sólo separados sino incluso enfrentados. En esa dicotomía absoluta nosotros, los leninistas, somos una pequeña banda de conspiradores mientras que ellos son las masas y por eso se permiten el lujo de hablar en nombre de ellas. Es algo que Chomsky aprovecha muy bien del anarquismo para hacerse pasar por tal. Pero somos nosotros, y nadie más que nosotros, los leninistas, los que defendemos a las masas proletarias, los que decimos que la revolución la hacen y la continúan las masas. Esto ya lo aprendimos en 1844, cuando Marx y Engels criticaron las concepciones elitistas de los intelectuales burgueses:
Algunos individuos elegidos se oponen, en tanto que espíritu activo, al resto de la humanidad considerado como la masa sin espíritu, como la materia [...] De un lado está la masa, el elemento pasivo, sin espíritu ni historia, el elemento material de la historia; y del otro lado está el espíritu, la crítica, el señor Bruno y compañía, elemento activo de donde parte toda la acción histórica (2).
Llevamos 150 años criticando eso que Chomsky nos imputa. Nos quieren confundir con losblanquistas, a nosotros, los que hemos insistido siempre en que la lucha de clases es el motor de la historia. Fueron Marx y Engels los primeros –y los únicos- que pusieron al proletariado como protagonista (sujeto dicen los hegelianos) del avance de la sociedad contemporánea. Los demás hablaban entonces y hablan aún hoy de otra cosa: del lumpen, de los campesinos, de los marginados,… Hemos escuchado y leído muchas veces la sarta de tonterías que nos lanzan a nosotros todos esos que, como los anarquistas, creen ser el altavoz de las masas. Nosotros sólo seríamos un partido (una parte), conspiradores, los sacerdotes del Estado, como nos llama Chomsky, que aquí utiliza a fondo un supuesto Bakunin traído del saldo de un hipermercado. Alardean de que ellos no tienen jefes que les den órdenes, pero sus teorías y sus prácticas afirman lo contrario. Como el reaccionario Nietzsche, consideran a las masas atrasadas, incultas y reformistas, mientras que los jefes son audaces, valientes y rebeldes. Los anarquistas (como los liberales exquisitos) alaban el genio creador de las élites y las minorías. Nuestro anarquista Anselmo Lorenzo decía que el progreso es obra individual (3). Otro anarquista autóctono, Farga Pellicer, escribió un texto titulado precisamente El individuo y la masa, en el que sostenía que la masa carece de criterio, de propia personalidad. Cada individuo representa su papel en la sociedad, pero la masa no representa nada. Es un cojunto de hombres sin definición, sin propio pensamiento ni voluntad; son los ceros que se añaden a una unidad para formar una cantidad (4).
Naturalmente que aquí, como ante cualquier problema, uno puede encontrar de todo entre los anarquistas, y es eso lo que le permite a Chomsky arrimar el ascua a su sardina y pasarnos de contrabando cualquier frase sonora de tipo libertario. Puestos a escribir tanto da decir una cosa quela contraria, decir hoy una cosa que mañana otra. Pero las tesis elitistas abundan entre los anarquistas, peores y más desafinadas que las de cualquier otra organización política burguesa. Por ejemplo éstas sacadas del acervo libertario cultivado en nuestro país:
para la acción revolucionaria son muchos los llamados y pocos los escogidos (Brossa, Ciencia social, núm.7)
una minoría que haya sido probada por el crisol del desengaño y que nada espere del orden actual, obligaría en cualquier tiempo a la mayoría, sean cuales fueren las condiciones intelectuales de ésta (5).
El individualismo de Chomsky y de los anarquistas bebe directamente de las fuentes de la burguesía y demuestra que todos ellos no son más que liberales radicalizados. La libertad de la que hablan es ese individualismo burgués llevado a un extremo teórico, utópico.
El autoritarismo anarquista Chomsky y los anarquistas siempre tratan de aparentar algo que no son, y como están convencidos de que todo el mundo -menos ellos- somos borregos, nos quieren llevar al redil tirando fuerte de las bridas. No hay palabra que no esté más en boca de Chomsky, especialmente cuanto se dirige a los revolucionarios, que la de autoritario. Ellos siempre han querido quedarse con la patente de la autonomía personal, la autogestión y la federación libérrima. Es una de sus peores incoherencias: no hay ni ha habido nunca nada más autoritario que un movimiento anarquista. Son ellos los que han pretendido dirigir todos los movimientos populares, sólo que no tienen el coraje de reconocerlo pública y abiertamente. Ha sido así desde un principio. Ellos siempre se apoyaron en las redes de sociedades secretas, que no son secretas frente a la policía, sino secretas frente a las masas, para que no se puedan enterar nunca de sus manejos y chanchullos.
Como ya hemos expuesto en otro artículo, en cuestiones de organización política Bakunin no tenía otro criterio que el de la masonería burguesa, muy activa a mediados del siglo XIX. Aún hoy muchas de las formas organizativas de los anarquistas, como los ateneos, son de origen burgués. Bakunin era un blanquista, según Carr, el primer creador de la concepción de un partido revolucionario selecto y estrechamente organizado, unido no sólo por ideales comunes, sino por el lazo de la obediencia implícita a un dictador revolucionario absoluto. Fundó una sociedad secreta tras otra y en todas ellas aplicó su dictadura personal, aunque muchas eran una quimera. Estaba totalmente obsesionado por la organización conspirativa; creía que creando organizaciones controladas bajo su batuta, sería capaz de guiar a un puñado de héroes hacia sus objetivos. En su Confesión al padrecito zar se reconoció partidario de una dictadura ilustrada, sin piedad. Y en los estatutos de uno de sus tiglados organizativos escribió Bakunin con descaro: Una asociación cuyo fin sea revolucionario debe necesariamente constituirse como sociedad secreta, y toda sociedad secreta, dado el interés de la causa a la que sirve y la eficacia de su acción, así como la seguridad de cada uno de sus miembros, debe estar sometida a una fuerte disciplina, lo cual, por otra parte, no es más que el resumen y el puro resultado del compromiso recíproco que todos los miembros han establecido los unos en relación con los otros, y que por tanto es una condición de honor y un deber para cada uno someterse a ello (7).
Su gusto por el centralismo, la conspiración y la clandestinidad en el seno de la I Internacional demuestran eso mismo. Bakunin no veía nada incompatible en exigir la forma más relajada posible de organización para la Internacional y la disciplina más estricta posible en la filas de su Alianza. Según Carr, la revolución que Bakunin proponía tenía que ser dirigida, no por alguna fuerza visible, sino por la dictadura colectiva de todos los miembros de la Alianza (. Para logralo, los miembros de la Alianza debían estar dispuestos a someter su libertad personal a una disciplina rígida cuya fuerza reside en la anulación de lo individual ante la voluntad, la organización y la actividad colectivas. Bakunin definió así su Alianza de la Democracia Socialista: Es una sociedad secreta formada en el seno mismo de la Internacional, para darle una organización revolucionaria, para transformarla, a ella y a todas las masas populares que se encuentran fuera de ella, en una potencia suficientemente organizada para aniquilar la reacción político-clérico-burguesa, para destruir todas las instituciones económicas, jurídicas, religiosas y políticas de los Estados (9).
En Rusia, después de la revolución de 1917, en las regiones ocupadas por el Ejército Negro de Nestor Majno, los anarquistas aplicaron esa dictadura acompañada de confiscaciones, requerimientos, detenciones y ejecuciones. Majno era llamado por los suyos batko, una palabra rusa mezcla de paternalismo y autoritarismo, que podría traducirse tanto por jefe como por padrecito.
Cuando Chomsky y los anarquistas lanzan sus dardos, parece que ven en los demás lo que sólo ellos llevan consigo. No les falta nada de lo que con tanto ardor critican en los demás, incluido el culto a la personalidad, porque el imperialismo ha convertido a Chomsky en un verdadero gurú: entre sus feligreses está David Barsamian, productor de la radio pública KGNU de Boulder, Colorado que, en la introducción de uno de los libros que ha editado con citas de Chomsky, dice así: Aunque decididamente secular, para muchos es nuestro rabino, nuestro predicador, nuestro pundit, nuestro imán, nuestro sensei.
Escrito por: Manuel Perez Martinez/ El Camarada Arenas
Cuando observamos la proliferación de publicaciones de algunos articulistas, como Chomsky, en eterminados medios pequeño burgueses, nos apercibimos del profundo vacío ideológico que padecen y su tendencia a dejarse arrastrar detrás del primer figurón que alza la voz. Pero la pequeña burguesía no va a rellenar su vacío ideológico con las pestilentes frases, libros y panfletos de Chomsky, por más que nos lo restrieguen cada día por los ojos. Mucho menos nos van a convencer de que Chomsky es un anarquista, ni siquiera el propio Chomsky, por más que insista en ello y se saque de su chistera citas de Bakunin, al que ignora por completo. Chomsky es un liberal burgués que expresa la mala conciencia de los imperialistas norteamericanos y trata de frenar sus excesos como única forma de que sigan manteniendo sus tentáculos por todo el orbe. Por el contrario, nosotros tratamos de acabar con eso y, por ello mismo, estamos desde siempre enfrentados a Chomsky y a sus tesis.
Para embaucar a los incautos pequeño burgueses, Chomsky se tiene que poner algún disfraz y ha escogido el de anarquista. Esa es la única forma en la que puede entrometerse ya no sólo a juzgar a la Unión Soviética, sino toda la historia del movimiento obrero. Por cierto, un movimiento obrero que, desde sus mismos orígenes hace 150 años ha luchado y sigue luchando porque sean los obreros (y no los burgueses liberales como Chomsky) los que se organicen de forma independiente y se doten de un programa de lucha para alcanzar sus objetivos de clase.
Sin embargo es eso justamente lo que Chomsky nos reprocha a los leninistas y, efectivamente, tiene que hacerlo así, porque si la burguesía no logra separarnos a los leninistas del movimiento obrero (y ni lo ha logrado ni lo va a logar), jamás conseguirá hacerse con la dirección del mismo para llevarlo por la senda del reformismo. Por eso lo primero es repetir lo que -siguiendo a Marx- siempre venimos diciendo: Chomsky puede decir de sí mismo lo que le de la gana, pero eso no nos obliga a nosotros a seguirle ni siquiera en ese aspecto:
Así como en la vida privada se distingue entre lo que un hombre piensa y dice de sí mismo y lo que realmente es y hace, en las luchas históricas hay que distinguir todavía más entre las frases y las pretensiones de los partidos y su naturaleza real y sus intereses reales, entre lo que se imaginan ser y lo que en realidad son (1).
Chomsky es un burgués y su éxito editorial se explica porque sus marrullerías sólo pueden atraer a los burgueses de todas las subespecies. Hijo de fugitivos ucranianos que huyeron de la Revolución de Octubre para buscar protección en Estados Unidos, la patria de la libertad, su fobia al leninismo es hereditaria y no puede, por tanto, extrañar que en su país de acogida le veneren como a un santón. Su fama de perseguido y criticado forma parte de una leyenda falsa para rodearle de la consabida aureola victimista. En Estados Unidos no le acosan, le encumbran colocándole en el octavo puesto entre las luminarias intelectuales de todos los tiempos, justo detrás de Platón y Freud.
En internet es el número uno de los chats. El Chicago Tribune dice que es el autor vivo más citado del mundo; el New York Times que es probablemente el intelectual vivo más importante; Bono (no el nuestro sino el cantante de U2) le llama un rebelde sin pausa.Chomsky como Antoñita la fantástica Desde el punto de su especialidad académica, la lingüística, Chomsky es un idealista de la vieja escuela que, de la misma forma que todos los platonistas, ha inventado una disciplina que no existe, la lingüística cartesiana, como otros antes inventaron los ángeles, los arcángeles y toda suerte de espíritus inexistentes. Puestos a imaginar, los idealistas no se cortan un pelo y desde los más remotos orígenes del movimiento obrero, los utopistas, burgueses liberales, incluso radicalizados, crearon en su cabeza (pero nada más que en su cabeza) una sociedad distinta de la que existía, trataron de crear (inútilmente) paraísos socialistas dentro de la selva capitalista e incluso el alemán Weitling y el francés Proudhon fueron de los primeros en proyectar lenguas artificiales comunes para toda la humanidad. Creían que quizá así nos entenderíamos mejor, como si nuestra falta de entendimiento no radicara en las contradicciones de clase sino sólo en nuestras pobres ideas o en la gramática con la que nos enseñaron a expresarlas.
La imaginación vuela, sobre todo la de aquellos que, como Chomsky, creen en las ideas innatas. Por eso la ciencia-ficción es un género en auge. Pero si la ciencia-ficción se proyecta hacia el futuro, Chomsky es capaz de inventar también una historia-ficción, proyectar la ficción hacia el pasado, contarnos un mito que sólo existe en su fantasía, aunque él nos la presente como una película basada en hechos reales: nada menos que la de la Unión Soviética, y mucho más incluso, toda una historia del movimiento obrero que él ha reescrito a su gusto, sin el más mínimo empacho en olvidarse de los hechos.
Chomsky estaría encantado si nosotros criticáramos sus opiniones, pero no hay tal; no podemos criticar una opinión que no se fundamenta en nada porque el hecho no existe. Él, que tanto habla de las mentiras de unos y otros (porque todos son iguales), está enfangado hasta el cuello por la mentira: vive con ella, se alimenta de ella y escribe sobre ella. La conoce muy bien (la mentira, claro). Ni siquiera es fiel a los hechos cuando cita y entrecomilla frases que es imposible descifrar ni quién ni cómo ni cuándo ni dónde se pronunciaron o escribieron.
Por ejemplo, pone en boca de Lenin la falsedad siguiente: Lenin explicó que la subordinación del trabajador a la ‘autoridad individual’ es ‘el sistema que más que ningún otro asegura la mejor utilización de los recursos humanos’. En esa misma línea, alude a la militarización del trabajo y la transformación de una sociedad en un ejército laboral sometido a una única voluntad. Pero cualquier persona mínimamente informada sabe que durante las guerras las fábricas se militarizan siempre, y cualquier persona mínimamente informada de la historia de la Unión Soviética sabe que después de 1917 hubo una guera civil y que las fábricas se militarizaron a causa de ello y sólo mientras duró. Pero cuando Chomsky habla de una cosa (la militarización) y esconde la otra (la guerra) se pone del lado de los imperialistas y zaristas que promovieron la guerra y se lamentaron de la militarización. Y cuando Chomsky habla de la militarización y oculta que luego las fábricas se desmilitarizaron es un manipulador desvergonzado.
Si no estuviéramos muy acostumbrados a las falacias imperialistas, las parrafadas de Chomsky nos provocarían verdadero asco. Pero estamos ya vacunados… Otro ejemplo: Chomsky asegura sin pestañear que el historiador y diplomático británico E. H. Carr es un historiador afín a los bolcheviques, y eso es un verdadero dogma de fe porque lo dice él, aunque los bolcheviques digamos otra cosa. Entonces todo empieza a quedar un poco más claro: o no ha leído a Carr o no ha leído a los bolcheviques o, lo más seguro, que no haya leído a ninguno de los dos.
El culebrón antileninista El artículo de Chomsky se inscribe dentro del reciente culebrón de ataques que determinados medios digitales, a los que Kaos en la Red se acaba de apuntar con esta gloriosa aportación, vienen cobijando contra el leninismo desde supuestas posiciones que nos quieren hacer pasar comoanarquistas. Son variaciones sobre el mismo tema, pero en esas variaciones hay detalles inolvidables que no se pueden dejar pasar: Chomsky compara a Lenin con McNamara, aunque no aclara que éste era el secretario de Defensa norteamericano durante la guerra de Vietnam. Sin esta precisión la comparación no se entiende. Pero resulta que a quienes bombardeaba McNamara en Vietnam era a unos combatientes cuya resistencia encabezaba -nada menos- que Ho Chi-Minh, un leninista. Por lo tanto, una de dos: o hay leninistas por todas partes, incluso dirigiendo el Pentágono, o sólo cabe concluir que todos son iguales, que nada cambia nunca (como decía Parménides, antecedente ideológico de Chomsky).
A la hora de buscarse otras comparaciones aún más absurdas, Chomsky acaba sosteniendo que Lenin creó las estructuras pro-fascistas convertidas por Stalin en uno de los horrores de la era moderna. Pero ésto no necesitamos que nos lo recuerde Chomsky: es lo mismo que vienen repitiendo los imperialistas desde la guerra fría. ¿No tienen nada más que decirnos? Pues para ser idealistas, su capacidad inventiva va perdiendo fuelle… Empieza a ser una moda; hay quien se está despachando bien a gusto últimamente y, como si no tuvieran enemigos más cercanos y más recientes, se tienen que remontar a la Revolución de Octubre, a la Rusia revolucionaria para encontrarlos allá. ¿Por qué no se pelean con los fascistas hispánicos de ahora mismo?
Pero están muy equivocados. No nos referimos a Chomsky; la equivocación es de quienes le traducen y editan para hacernos llegar hasta nosotros su estupideces. Se creen que así se enfrentan a los leninistas; que les quede bien claro: con quienes se enfrentan es con el proletariado revolucionario y con los campesinos pobres. Éste es un desliz muy común en todas esas críticas aparentemente radicales a los bolcheviques, porque Octubre (y todo lo que Octubre trajo luego consigo) no es patrimonio de los leninistas sino de las masas. Como todas las revoluciones.
De todo esto sólo podemos deducir que los liberales burgueses como Chomsky, bajo su apariencia radical, aborrecen a las masas; las consideran incultas, ignorantes que se dejan arrastrar por el primero que llega. Ese atraso de las masas (¡un atraso que les llevó a derrotar al zarismo!) es lo que permitió a los bolcheviques, según Chomsky, aprovecharse del fervor revolucionario de 1917 para adueñarse del poder. Pero ¿por qué no se aprovecharon los mecheviques, que eran más numerosos? ¿o los anarquistas? ¿o los eseristas? ¿o cualquier otro de los muchos grupos radicales que había? Los intelectuales burgueses están hoy, 90 años después, mucho más atrasados que aquellas masas revolucionarias de 1917. Eso sí que es una atraso. A ver cuándo se ponen en movimiento… Las masas contra la vanguardia En su batiburrillo mental lo que Chomsky pretende es contraponer la vanguardia a las masas como dos mundos no sólo separados sino incluso enfrentados. En esa dicotomía absoluta nosotros, los leninistas, somos una pequeña banda de conspiradores mientras que ellos son las masas y por eso se permiten el lujo de hablar en nombre de ellas. Es algo que Chomsky aprovecha muy bien del anarquismo para hacerse pasar por tal. Pero somos nosotros, y nadie más que nosotros, los leninistas, los que defendemos a las masas proletarias, los que decimos que la revolución la hacen y la continúan las masas. Esto ya lo aprendimos en 1844, cuando Marx y Engels criticaron las concepciones elitistas de los intelectuales burgueses:
Algunos individuos elegidos se oponen, en tanto que espíritu activo, al resto de la humanidad considerado como la masa sin espíritu, como la materia [...] De un lado está la masa, el elemento pasivo, sin espíritu ni historia, el elemento material de la historia; y del otro lado está el espíritu, la crítica, el señor Bruno y compañía, elemento activo de donde parte toda la acción histórica (2).
Llevamos 150 años criticando eso que Chomsky nos imputa. Nos quieren confundir con losblanquistas, a nosotros, los que hemos insistido siempre en que la lucha de clases es el motor de la historia. Fueron Marx y Engels los primeros –y los únicos- que pusieron al proletariado como protagonista (sujeto dicen los hegelianos) del avance de la sociedad contemporánea. Los demás hablaban entonces y hablan aún hoy de otra cosa: del lumpen, de los campesinos, de los marginados,… Hemos escuchado y leído muchas veces la sarta de tonterías que nos lanzan a nosotros todos esos que, como los anarquistas, creen ser el altavoz de las masas. Nosotros sólo seríamos un partido (una parte), conspiradores, los sacerdotes del Estado, como nos llama Chomsky, que aquí utiliza a fondo un supuesto Bakunin traído del saldo de un hipermercado. Alardean de que ellos no tienen jefes que les den órdenes, pero sus teorías y sus prácticas afirman lo contrario. Como el reaccionario Nietzsche, consideran a las masas atrasadas, incultas y reformistas, mientras que los jefes son audaces, valientes y rebeldes. Los anarquistas (como los liberales exquisitos) alaban el genio creador de las élites y las minorías. Nuestro anarquista Anselmo Lorenzo decía que el progreso es obra individual (3). Otro anarquista autóctono, Farga Pellicer, escribió un texto titulado precisamente El individuo y la masa, en el que sostenía que la masa carece de criterio, de propia personalidad. Cada individuo representa su papel en la sociedad, pero la masa no representa nada. Es un cojunto de hombres sin definición, sin propio pensamiento ni voluntad; son los ceros que se añaden a una unidad para formar una cantidad (4).
Naturalmente que aquí, como ante cualquier problema, uno puede encontrar de todo entre los anarquistas, y es eso lo que le permite a Chomsky arrimar el ascua a su sardina y pasarnos de contrabando cualquier frase sonora de tipo libertario. Puestos a escribir tanto da decir una cosa quela contraria, decir hoy una cosa que mañana otra. Pero las tesis elitistas abundan entre los anarquistas, peores y más desafinadas que las de cualquier otra organización política burguesa. Por ejemplo éstas sacadas del acervo libertario cultivado en nuestro país:
para la acción revolucionaria son muchos los llamados y pocos los escogidos (Brossa, Ciencia social, núm.7)
una minoría que haya sido probada por el crisol del desengaño y que nada espere del orden actual, obligaría en cualquier tiempo a la mayoría, sean cuales fueren las condiciones intelectuales de ésta (5).
El individualismo de Chomsky y de los anarquistas bebe directamente de las fuentes de la burguesía y demuestra que todos ellos no son más que liberales radicalizados. La libertad de la que hablan es ese individualismo burgués llevado a un extremo teórico, utópico.
El autoritarismo anarquista Chomsky y los anarquistas siempre tratan de aparentar algo que no son, y como están convencidos de que todo el mundo -menos ellos- somos borregos, nos quieren llevar al redil tirando fuerte de las bridas. No hay palabra que no esté más en boca de Chomsky, especialmente cuanto se dirige a los revolucionarios, que la de autoritario. Ellos siempre han querido quedarse con la patente de la autonomía personal, la autogestión y la federación libérrima. Es una de sus peores incoherencias: no hay ni ha habido nunca nada más autoritario que un movimiento anarquista. Son ellos los que han pretendido dirigir todos los movimientos populares, sólo que no tienen el coraje de reconocerlo pública y abiertamente. Ha sido así desde un principio. Ellos siempre se apoyaron en las redes de sociedades secretas, que no son secretas frente a la policía, sino secretas frente a las masas, para que no se puedan enterar nunca de sus manejos y chanchullos.
Como ya hemos expuesto en otro artículo, en cuestiones de organización política Bakunin no tenía otro criterio que el de la masonería burguesa, muy activa a mediados del siglo XIX. Aún hoy muchas de las formas organizativas de los anarquistas, como los ateneos, son de origen burgués. Bakunin era un blanquista, según Carr, el primer creador de la concepción de un partido revolucionario selecto y estrechamente organizado, unido no sólo por ideales comunes, sino por el lazo de la obediencia implícita a un dictador revolucionario absoluto. Fundó una sociedad secreta tras otra y en todas ellas aplicó su dictadura personal, aunque muchas eran una quimera. Estaba totalmente obsesionado por la organización conspirativa; creía que creando organizaciones controladas bajo su batuta, sería capaz de guiar a un puñado de héroes hacia sus objetivos. En su Confesión al padrecito zar se reconoció partidario de una dictadura ilustrada, sin piedad. Y en los estatutos de uno de sus tiglados organizativos escribió Bakunin con descaro: Una asociación cuyo fin sea revolucionario debe necesariamente constituirse como sociedad secreta, y toda sociedad secreta, dado el interés de la causa a la que sirve y la eficacia de su acción, así como la seguridad de cada uno de sus miembros, debe estar sometida a una fuerte disciplina, lo cual, por otra parte, no es más que el resumen y el puro resultado del compromiso recíproco que todos los miembros han establecido los unos en relación con los otros, y que por tanto es una condición de honor y un deber para cada uno someterse a ello (7).
Su gusto por el centralismo, la conspiración y la clandestinidad en el seno de la I Internacional demuestran eso mismo. Bakunin no veía nada incompatible en exigir la forma más relajada posible de organización para la Internacional y la disciplina más estricta posible en la filas de su Alianza. Según Carr, la revolución que Bakunin proponía tenía que ser dirigida, no por alguna fuerza visible, sino por la dictadura colectiva de todos los miembros de la Alianza (. Para logralo, los miembros de la Alianza debían estar dispuestos a someter su libertad personal a una disciplina rígida cuya fuerza reside en la anulación de lo individual ante la voluntad, la organización y la actividad colectivas. Bakunin definió así su Alianza de la Democracia Socialista: Es una sociedad secreta formada en el seno mismo de la Internacional, para darle una organización revolucionaria, para transformarla, a ella y a todas las masas populares que se encuentran fuera de ella, en una potencia suficientemente organizada para aniquilar la reacción político-clérico-burguesa, para destruir todas las instituciones económicas, jurídicas, religiosas y políticas de los Estados (9).
En Rusia, después de la revolución de 1917, en las regiones ocupadas por el Ejército Negro de Nestor Majno, los anarquistas aplicaron esa dictadura acompañada de confiscaciones, requerimientos, detenciones y ejecuciones. Majno era llamado por los suyos batko, una palabra rusa mezcla de paternalismo y autoritarismo, que podría traducirse tanto por jefe como por padrecito.
Cuando Chomsky y los anarquistas lanzan sus dardos, parece que ven en los demás lo que sólo ellos llevan consigo. No les falta nada de lo que con tanto ardor critican en los demás, incluido el culto a la personalidad, porque el imperialismo ha convertido a Chomsky en un verdadero gurú: entre sus feligreses está David Barsamian, productor de la radio pública KGNU de Boulder, Colorado que, en la introducción de uno de los libros que ha editado con citas de Chomsky, dice así: Aunque decididamente secular, para muchos es nuestro rabino, nuestro predicador, nuestro pundit, nuestro imán, nuestro sensei.
Escrito por: Manuel Perez Martinez/ El Camarada Arenas