¿Llegamos o nos pasamos?
por Orlando MÁRQUEZ
Hilda Mejías me escribe, en nombre de otras personas de su comunidad, que se sintieron muy sorprendidas la noche del viernes 16 de mayo, mientras veían en el programa televisivo Séptima Puerta la película Brokeback Mountain, con escenas bastante eróticas entre dos hombres, dos vaqueros propiamente. “Ante tal barbaridad y falta de respeto a los televidentes –escribe Hilda–, dentro de los cuales, en este país, debían haberla visto jóvenes varones, adolescentes y otros incluso que ni siquiera han visto o participado en un acto sexual; sentí asco y apagué el televisor”.
¿Demasiado puritana? ¿Mujer sometida al patrón “machista” de nuestra cultura? ¿Intolerante por ser católica? La realidad es que la reacción de Hilda no es exclusiva de católicos, o de otros cristianos que, desde sus criterios de fe, reaccionaron de modo semejante. Muchos cubanos fueron sorprendidos por la muestra televisiva, en un horario relativamente temprano para niños y jóvenes que no se levantarían temprano el sábado para ir a clases.
Pero la sorpresa habría de continuar el sábado, el domingo, el lunes y otros días siguientes, cuando la televisión, la radio y la prensa escrita se hicieron eco del gran acontecimiento social patrocinado por el Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex): la celebración, el 17 de mayo, del Día contra la homofobia. Ya no se habló del Día del campesino, sino del de los gays, bisexuales, transexuales y travestis. Con semejante bombardeo y promoción, Cuba había alcanzado así, piensan algunos, su madurez social. De hecho alguien llegó a decir que estábamos ante la verdadera “revolución”: “Revolución (es)… un grupo de transformistas encima de un escenario”.
El 6 de junio el Cenesex anunciaba la promulgación de la resolución 126 del Ministerio de Salud Pública que prevé “disciplinar todos los procedimientos que impliquen la atención integral a personas transexuales”, o sea, atender las demandas de los cubanos y cubanas que quieran cambiar de sexo. Es posible que la próxima sesión plenaria de la Asamblea Nacional, en julio, apruebe algunas modificaciones a las leyes en relación con este tema, aunque ha dicho Mariela Castro Espín, Directora del Cenesex, que de legalizar el matrimonio entre parejas del mismo sexo no hay nada.
El corresponsal del diario La Jornada en La Habana reportó el 5 de junio que “hasta ahora el Cenesex ha diagnosticado transexuales a 27 personas y tiene en estudio a otras 57. De las primeras, 13 cambiaron su carnet de identidad oficial y siete lo están tramitando. Una de las diagnosticadas fue operada en 1988, bajo una autorización especial, y vive como mujer”.
¿Tanto revuelo por unas cien personas en un país de once millones de habitantes? No es tan simple. Si el por ciento de personas homosexuales en Cuba es similar al de otros países –entre el uno y el dos por ciento– es posible que la cifra total se acerque a las 200 mil personas. Promover el respeto y la no discriminación contra toda persona por su condición homosexual es un gesto digno de reconocimiento. Así piensa la Iglesia (ver Segmento en este número), precisamente porque la persona no se reduce a su condición y potencialidad sexual. Como criatura de Dios, hecho a su imagen y semejanza, la persona es espíritu, voluntad, conciencia, esfuerzo, amor, sacrificio, servicio, renuncia, dominio de sí misma, libertad, deseo de justicia, trascendencia…
A pesar de nuestra herencia hispana y africana, no puede decirse qua la nuestra sea una sociedad machista al estilo de otras que nos rodean. Basta ver la reacción de la mayoría de las mujeres cubanas ante la agresión de un marido desenfrenado. No puede decirse tampoco que antes de 1959 los homosexuales fueran marcadamente discriminados. Quizás por el cosmopolitismo tradicional, la tolerancia y el relajamiento de las “costumbres” que ha marcado la historia cubana, aún en la época colonial. Y a inicios del siglo xx, las hordas de norteamericanos que llegaron como nuevos descubridores de oportunidades de todo tipo concibieron y repitieron hasta la saciedad que La Habana era a gay city, una ciudad alegre, tolerante y abierta a los excesos que allá el puritanismo les contenía.
De modo que desde antes, para algunos, esta era una ciudad alegre y tolerante. Famosos fueron, y aún lo son, no pocos pintores, escritores, actores, académicos, científicos y políticos cubanos que no se vieron frustrados en su realización profesional y social por su condición homosexual. Algunos se ocultaron, otros no, pero ni unos ni otros se caracterizaron por el escándalo ni hubo ley que los sancionara por su condición homosexual. Que sufrieron la burla y la incomprensión de individuos es posible, pero muchos lograron sus propósitos ciudadanos y dejaron su huella para la historia por su talento humano, no por sus preferencias sexuales.
La actual campaña desde las alturas gubernamentales tiene más bien la apariencia del desagravio, porque fue precisamente después de 1959, con el propósito del “hombre nuevo”, que la homofobia se impuso a base de carros jaula, prisión, trabajos agrícolas y la “invitación” a emigrar. Bien por el desagravio y el respeto, pero hay un peligro si de la campaña por el respeto se pasa a la promoción y a la presentación de la homosexualidad como algo “normal”, máxime si tal campaña se comienza a lanzar desde las tempranas edades de nuestros niños y adolescentes.
El programa televisivo “Diálogo Abierto”, transmitido 48 horas después del Día contra la homofobia, evidenció el peligro a que nos podemos enfrentar precisamente por la ligereza en el tratamiento del tema. No era un debate, un diálogo propiamente, pues todos estaban de acuerdo en el asunto, mientras una cámara regalaba de vez en cuando un cartel con la frase “La norma en la sexualidad es la diversidad”. Entonces cabe la pregunta: ¿Cuándo aprobaremos la poligamia, o el incesto, los locales para los swingers y otras “diversidades sexuales”? Y la intervención de una Pastora bautista, quien estaba allí precisamente por su condición de cristiana, acaso fue la más incomprensible. “En los evangelios –dijo más o menos y cito libremente– no hay ninguna palabra de Jesús en contra de la homosexualidad”. De este modo parecía bendecir el hecho y desautorizar toda opinión religiosa contraria. Es cierto que Jesús no habla de la homosexualidad, como tampoco habla de la ecología o del derecho al trabajo. Tampoco en los Diez Mandamientos que las Pastora debe conocer se dice “no desearás la mujer de tu vecina o el marido de tu prójimo”. ¿Acaso no comprende que cuando Jesús habla de matrimonio en los evangelios, cuando habla de adulterio, e incluso de concubinato con la samaritana, habla solo de hombres y mujeres porque el Dios encarnado no concebía matrimonios, adulterios y concubinatos entre homosexuales?
Pero hay también un peligro específico en toda esta campaña si el empeño se reduce a reafirmar la condición y no se da la oportunidad y el espacio para aquellos que deseen dejar atrás tal condición. No son pocos los que quisieran cambiar de actitud, y son muchos los que lo han hecho en el mundo.
Cuando en 1973 la Sociedad Americana de Psiquiatría eliminó la homosexualidad de su lista de enfermedades, lo hizo por votación de sus miembros a razón de 58 por ciento a favor de la eliminación, de modo que quedó un 42 por ciento de psiquiatras convencidos de que los homosexuales podían recibir ayuda para superar esa condición. De hecho son muchos los siquiatras, también en Cuba, que siguen considerando la homosexualidad como un trastorno que se origina, en no pocos casos, en una dañada relación afectiva entre padres e hijos en los primeros años de la vida.
Respeto a la persona homosexual sí, promoción de la homosexualidad no. Caminamos por el filo de la navaja cuando, desde las mismas instituciones estatales, se promueven programas que pueden socavar los fundamentos de la sociedad. La conducta homosexual no es nueva, pero la agenda internacional que promueve desde todos los niveles el homosexualismo sí. Ni siquiera los griegos y los romanos, tan dedicados en sus siglos de predominio a la práctica homosexual como un acto “distinguido”, se atrevieron a equiparar las uniones homosexuales a las uniones heterosexuales, convencidos de que estas últimas eran la garantía y sustento de la sociedad.
Respeto a la persona homosexual, por su condición de persona, sí; convertir el programa en una prioridad del Estado cuando hay otras urgencias no. Si el propósito del Cenesex es educar, no basta con mostrar respeto por los homosexuales. ¿Por qué no promover, con mayor y evidente fuerza, el valor de la familia como institución primera de la sociedad, tan dañada y dividida hoy, causa de tantos males sociales? ¿Por qué no consolidar la familia y ayudarla a traer y mantener hijos necesarios en un país que envejece aceleradamente? ¿Por qué no desarrollar programas que demuestren los beneficios sociales de una familia sólida y de un matrimonio que permanece unido hasta la muerte? ¿Por qué no impulsar leyes más enérgicas para obligar a tantos padres irresponsables a la manutención de los hijos, abandonados a la suerte de sus madres cuando se han divorciado o cuando no han querido reconocerlos? ¿Por qué no promover con fuerza real una educación en el pudor, la responsabilidad y el amor verdaderos? ¿Por qué no poner fin a tanta oportunidad para la promiscuidad sexual y el vicio, de donde se han derivado conductas homosexuales para jóvenes que nunca pensaron serlo? (Una acción en este sentido debe incluir los centros educacionales) ¿Por qué no difundir estudios actuales hechos por especialistas de países que iniciaron esta andadura hace casi veinte años, como Noruega, por ejemplo? ¿Por qué no hablar también de homosexuales que han dejado de serlo por su propia voluntad, y que se declaran liberados de una triste atadura?
Quizás ya hemos tocado fondo con la aprobación de las operaciones de cambio de sexo y de identidad. De hecho, cuando la Directora del Cenesex dice en entrevista a la revista Bohemia (23 de mayo, año 100, Nº 11) que no es necesario el “matrimonio homosexual”, ya se pone límites a las aspiraciones de lo que se defiende. Pero cuando desde instituciones del Estado se envían mensajes que parecen estremecer los cimientos sociales, los valores familiares y hacen peligrar la inocencia de los más pequeños y vulnerables de sus ciudadanos, en un país estremecido ya por la incertidumbre del presente y del futuro, los resultados de esos mensajes pueden ser contraproducentes. Entonces no servirá ni apagar el televisor para no ver más los devaneos eróticos de dos vaqueros en Brokeback Mountain.