Sólo quien invierte horas diarias en absorber noticias, medias verdades y sobresaltos emocionales a través de internet y la prensa internacional cree que, de verdad, en Venezuela habrá un cambio abrupto de gobierno. Que Maduro renunciará porque todo el país se paralizó para guarimbear. La gente que tiene los pies en la tierra y la mirada en el país real sabe que las cada vez más aisladas escaramuzas se extinguirán y que las instituciones, la economía y la sociedad están y seguirán funcionando.
Sin embargo, eso que llamamos “la realidad” tiene varios matices y dentro de éstos hay anomalías, variantes. En cada localidad la sociedad se comporta distinto que en otras, lo cual es natural y perfectamente entendible. El enunciado que expone esta verdad puede resultar un ejercicio antipático, puede que usted sienta que se está insultando su inteligencia si uno se lo dice, pero hay que hacerlo:
1) Barquisimeto no se comporta igual que Cumaná, por la sencilla razón de que:
2) Barquisimeto no es Cumaná.
Parece estúpido, sí, pero hay algo más estúpido aún: el adorador promedio de guarimbas se sorprende del punto 1) del enunciado, y ni tan siquiera le pasa por la cabeza el punto 2). Él cree que como en Altamira quedan 5 bichos que queman basura en todo el país debe ocurrir lo mismo, porque si no entonces el país está loco. Qué bolas: en Guanarito no pasa lo mismo que en El Cafetal, qué raros son esos llaneros.
Pero hemos hablado de anomalías. La más importante de ellas tiene lugar en el estado Táchira.
El “trabajo”
En algunas zonas fronterizas del Táchira, y particularmente en San Cristóbal (su capital), es donde la violencia alcanzó más altos picos en estos días de paroxismo incendiario. Es probablemente el último lugar donde se extinguirán completamente las jornadas antigubernamentales y es también el punto de Venezuela donde con más intensidad y método seguirá organizándose la conspiración.
Como estamos en un tiempo de hipnosis cinematográfica y a quienes sueñan con ser paladines de la libertad les encanta imaginar que sus panas son seres superiores y tienen condiciones extraordinarias, la “explicación” más cómoda y reconfortante que les gusta difundir es que los gochos son más arrechos y tienen más bolas que el resto de los venezolanos. El viejo truco: si los llaneros no igualan en furor destructivo a los gochos entonces ya son sospechosos de ser maricos.
Así que ya lo saben. Hay que quemar mucha basura y levantar bastantes barricadas para que los testículos de la región no queden bajo sospecha.
Pero queda gente dispuesta a mirar más allá del tamaño de las bolas y por fortuna esa gente es una mayoría aplastante. Gente que sabe o intuye que muchos de los motivos para que el Táchira esté como esté son obvios, evidentes. Otros, los que permanecen más o menos ocultos, tienen que ver con los procedimientos. El Gobierno bolivariano no decidió intervenir directamente en Táchira porque los guarimberos de allá sean más valientes y gloriosos, sino porque en Táchira operan factores que en otros lugares no existen o no se pueden activar con tanta libertad.
El dato más obvio: la fuerte presencia de organizaciones paramilitares, que fluyen con plena libertad por ese corredor desde lo más uribista de Colombia. El “tapón” por el que desde siempre empuja la ultraderecha colombiana para entrar hacia Venezuela ha sido gobernado últimamente por suficientes elementos que han facilitado esa penetración.
Sobre los procedimientos, van algunos testimonios directos y datos de la historia reciente colombiana, que se ha convertido en historia nuestra porque es inevitable el contacto y entremezcla de nuestros países en esa muy activa frontera.
A lo largo de 60 años de guerra, los factores en pugna en Colombia han desarrollado y perfeccionado diversas formas de penetración del tejido social. Eso de hacer la guerra es también una disciplina que evoluciona, y de un tiempo a esta parte ya el ejército, la guerrilla y los paramilitares entendieron que las guerras no se ganan sólo a tiros, sino captando y penetrando a las poblaciones y sus dinámicas vitales.
No se trata de mecanismos creados por el pueblo sino de estrategias de sobrevivencia y mantenimiento de una guerra de la que sólo se benefician las burguesías y la oligarquía que gobierna Colombia desde hace 200 años.
Esa mecánica de penetración es “el trabajo” de las fuerzas regulares e irregulares, esa faena cotidiana hace años en muchos centros poblados de Colombia y desde hace un par de décadas se está practicando en poblaciones venezolanas.
En frontera
En los pueblos o ciudades escogidas como laboratorios paras esos experimentos sociales funciona de esta manera. Un grupo paramilitar “coloca” en una población activistas que se mimetizan en la población en forma de ciudadanos muy colaboradores y activos. Por lo general son prestamistas a bajo interés, obreros especializados (plomeros, albañiles), choferes de taxis y porpuestos; gente que resuelve problemas urgentes y cotidianos. Un día te prestan dinero para que pagues a un bajo interés pero “cuando puedas”, otro día te reparó el bote de agua sin cobrarte, otro día te llevó de San Antonio a San Cristóbal a cambio sólo del desayuno y el refresco.
Son sujetos agradables, de buen verbo y sencillez pueblerina que en pocos meses o años ya se ganan el aprecio de los habitantes locales. Pasado el tiempo ya un sector de la población siente que le debe algo a ese sujeto o grupo de sujetos, o se lo debe efectivamente: la reparación, la colita, la prima hermosísima a quien aquel adolescente no tuvo que pagarle (ya le pagaron otros) y que no olvidará jamás. Así los activistas tienen cancha abierta y apoyo local para desarrollar negocios legales, afectos, redes de compañeros agradecidos. Llegado a este punto ya el activista (que nunca es un sujeto aislado sino varios sujetos o familias con una estructura que los apoya a la sombra) consiguió su cometido: ha penetrado el tejido social.
Esta estrategia ha sido puesta en práctica con furiosa regularidad en la frontera y sus corredores (Barinas, Apure, Zulia), y en sectores de Caracas hace rato el Sebin y el Cicpc detectaron esta práctica (tomen un día un taxi desde la plaza Catia y pregunten, busquen conversa, háganse los necesitados de plata o de favores).
Caso concreto en el Táchira
En una comunidad de las afueras de Táriba (es un testimonio directo, no procede revelar datos más precisos) el grupo paramilitar Águilas Negras “trabajó” de esta manera. Por años, un miembro de la organización se dio a conocer entre los jóvenes de la comunidad como el jíbaro de confianza, el proveedor de marihuana (buena parte de los jóvenes de la comunidad son consumidores habituales de marihuana). A finales de noviembre se produjo un momento importante del plan: el distribuidor les dijo a los muchachos que el suministro de yerba estaba cortado y que había escasez del producto. Así como lo oyen: en noviembre hubo escasez de marihuana en el Táchira.
El jíbaro, buen tipo y muy comprensivo, reapareció dos semanas después ofreciendo “mientras tanto” algo más fuerte: heroína. Todo el mes de diciembre se distribuyó heroína con facilidades de pago en esa comunidad. Hasta que en enero, mágicamente, apareció de nuevo la marihuana. El síndrome de abstinencia de marihuana (así sea cripi) es soportable; el de heroína es un martirio. Quien no lo haya experimentado en carne propia o presenciado en la carne de alguien cercano puede echar mano del conocido video.
¿Qué teníamos a finales de enero en esa comunidad específica? Una población joven presa de altos niveles de ansiedad y agresividad; muchachos que estaban o se sentían a salvo mientras sólo fumaban monte, y que ahora difícilmente se despegarán del nuevo vicio introducido por el generoso distribuidor narco-paramilitar.
Post data muy necesaria: No al racismo y la xenofobia
Este es un comentario a título personal que considero demasiado importante. Porque es un asunto que afecta no sólo a este tema, sino a la percepción que a muchos se nos han impuesto sobre los pueblos, y que ha conseguido contaminar la forma en que adquirimos o consumimos información. Con el permiso de ustedes, esta me parece una aclaratoria crucial.
Existe una tendencia generalizada a simplificar las noticias, titulares o enunciados de los hechos hasta el punto de deformarlos, y en este vicio caemos con frecuencia a todos, sin importar si somos chavistas, antichavistas, proempresariales o comunistas.
Hablemos claramente del tema tratado arriba: cualquier persona distraída, con prejuicios fuertes o dispuesta a culpar a quien sea de su angustia o su desasosiego, puede resumir el contenido de esos párrafos con una idea lamentable, perversa y además falsa: “Los gochos y colombianos tienen la culpa del deterioro del estado Táchira y de lo que se dice en Venezuela”.
Si alguien percibió esa intención en mi escrito yo no quiero pedirle disculpas sino que, POR FAVOR, lea con calma y detenimiento lo que he dicho más arriba. Todo pudiera quedar resuelto con el párrafo que expresa: “No se trata de mecanismos creados por el pueblo sino de estrategias de sobrevivencia y mantenimiento de una guerra de la que sólo se benefician las burguesías y la oligarquía que gobierna Colombia desde hace 200 años”. Pero yo sé, porque llevo décadas en esto de informar y de recibir información deformada o contaminada, que ese contenido se diluirá frente a los ojos de quienes sólo quieren leer la realidad desde el cristal de los prejuicios.
Mi posición respecto al odio antiandino y el odio anticolombiano es el que sigue. Durante todo el siglo XX se produjo en los estados centrales y orientales de Venezuela una gigantesca operación sicológica, muchas veces consciente y siempre alimentada por los prejuicios y la ignorancia, cuyo fruto lamentable ha sido el desprecio a la gente de las poblaciones andinas. Fue y sigue siendo tan triste ese bombardeo que mucha, pero muchísima gente, considera natural, normal e incluso hasta agradable el hecho de someter a los gochos a burlas y chistes de todo calibre.
Ese es el mayor triunfo histórico del racismo en Venezuela: que tanta gente crea que considerar ridículos o despreciables a los gochos no es racismo. Que los andinos están ahí para que los caraqueños y maracuchos pasen un rato chévere insultándolos y llamándolos brutos.
Y sobre la xenofobia colombiana mejor ni hablar. Ya todos sabemos de qué se trata y de qué se alimenta. Así que estemos alertas con lo que leemos y con lo que pretendemos haber entendido.
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Para quien lee descontextualizadamente o residen en el extanjero, el encapuchado que ilustra esta nota, el señor que aparece encapuchado, es Daniel Ceballos, alcalde de San Cristóbal principal promotor de la guarimba ultraviolenta en la ciudad y, como se ve, sumado directamente a las acciones callejeras.