—1914: Cuatro mitos de la Gran Guerra
artículo de Paul Seabright
publicado en Le Monde – traducido por Lucas Antón
tomado de La haine en julio de 2014
En el centenario del inicio de la primera guerra "mundial", los medios de la burguesía siguen cambiando la historia, al igual que hicieron con el hollywoodense "día D"
Si el centenario del asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco-Fernando, el 28 de junio de 1914, ha provocado ya una avalancha de publicaciones históricas, ha habido relativamente pocos trabajos sobre la economía. Pero los economistas no podían dejar pasar sin reaccionar ante un acontecimiento tan destacable. En un documento de trabajo de la Universidad de Warwick (Reino Unido) que ha provocado ya bastantes discusiones, el historiador económico Mark Harrison desmenuza cuatro “mitos sobre la Gran Guerra” (“Myths of the Great War” CAGE Working Paper, nº 188, University of Warwick, Department of Economics).
Según Mark Harrison, el primer mito es que la guerra se desencadenó por descuido, sin que ninguno de quienes tenían capacidad de decisión política la quisiera de manera consciente. Cita numerosas pruebas que demuestran, en su opinión, una previsión consciente de los riesgos por parte de quienes tomaron las decisiones más importantes. Desde luego, estas personas tenían a menudo intereses muy parciales, escasamente consonantes con los de las poblaciones afectadas. Pero el problema era la falta de representatividad de los sistemas políticos y no una falta de comprensión de los peligros.
El segundo mito, según Harrison, es que la hecatombe de las trincheras resultara un despilfarro inesperado para las estrategias de la época. Muy al contrario, el equilibrio de recursos militares entre las partes implicaba que una guerra de desgaste era la única concebible. Alemania llevaba ventaja en términos de población; los aliados, en recursos económicos (sobre todo en la producción de carros de combate, de aviones, de ametralladoras). Estas ventajas estaban equilibradas de forma tan precisa que, una vez tomada la decisión de ir a la guerra, sólo una larga campaña de desgaste podía mostrar quién era, en realidad, capaz de ganar.
El tercer mito remite al papel del bloqueo de los aliados sobre la importación de alimentación en Alemania, citado a menudo como el factor más desmoralizador para la población alemana. En realidad, demuestra que la caída de la producción de alimentos fue, antes bien, resultado de la movilización y del esfuerzo de guerra en la misma Alemania, que desviaron de la agricultura la mano de obra campesina, la construcción de maquinaria agrícola y los productos químicos que sirven para fabricar abono.
El cuarto mito se cifra en que el Tratado de Versalles fue la causa del extremismo político en el que se hundió Alemania después de 1933. Esta idea, desarrollada inicialmente por John Maynard Keynes, ha seguido siendo moneda corriente hasta hoy. Harrison demuestra que la carga de las reparaciones exigidas en Versalles fue bastante más ligera de lo que habitualmente se piensa, en parte porque Alemania reembolsó de ellas menos de una quinta parta y porque a partir de 1924 los préstamos norteamericanos cubrían la totalidad de los reembolsos efectuados. Lo que abismó a Alemania en el extremismo fue la Gran Depresión de los años 30, lo cual no resulta en absoluto una conclusión reconfortante, puesto que hoy en día la mitad de los jóvenes griegos y de los jóvenes españoles se encuentra en el paro.
Probablemente, hay más unanimidad en estas cuestiones entre los historiadores de la economía que entre los historiadores de la economía y los demás historiadores. El trabajo de Harrison no se apoya únicamente en sus propias investigaciones sino en las de varios colegas economistas. No es pues seguro que los historiadores “puros” queden convencidos. Los orígenes y las consecuencias de la Gran Guerra son objeto de controversias… ¡desde 1914!. Cien años después, están lejos de haber concluido.
artículo de Paul Seabright
publicado en Le Monde – traducido por Lucas Antón
tomado de La haine en julio de 2014
En el centenario del inicio de la primera guerra "mundial", los medios de la burguesía siguen cambiando la historia, al igual que hicieron con el hollywoodense "día D"
Si el centenario del asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco-Fernando, el 28 de junio de 1914, ha provocado ya una avalancha de publicaciones históricas, ha habido relativamente pocos trabajos sobre la economía. Pero los economistas no podían dejar pasar sin reaccionar ante un acontecimiento tan destacable. En un documento de trabajo de la Universidad de Warwick (Reino Unido) que ha provocado ya bastantes discusiones, el historiador económico Mark Harrison desmenuza cuatro “mitos sobre la Gran Guerra” (“Myths of the Great War” CAGE Working Paper, nº 188, University of Warwick, Department of Economics).
Según Mark Harrison, el primer mito es que la guerra se desencadenó por descuido, sin que ninguno de quienes tenían capacidad de decisión política la quisiera de manera consciente. Cita numerosas pruebas que demuestran, en su opinión, una previsión consciente de los riesgos por parte de quienes tomaron las decisiones más importantes. Desde luego, estas personas tenían a menudo intereses muy parciales, escasamente consonantes con los de las poblaciones afectadas. Pero el problema era la falta de representatividad de los sistemas políticos y no una falta de comprensión de los peligros.
El segundo mito, según Harrison, es que la hecatombe de las trincheras resultara un despilfarro inesperado para las estrategias de la época. Muy al contrario, el equilibrio de recursos militares entre las partes implicaba que una guerra de desgaste era la única concebible. Alemania llevaba ventaja en términos de población; los aliados, en recursos económicos (sobre todo en la producción de carros de combate, de aviones, de ametralladoras). Estas ventajas estaban equilibradas de forma tan precisa que, una vez tomada la decisión de ir a la guerra, sólo una larga campaña de desgaste podía mostrar quién era, en realidad, capaz de ganar.
El tercer mito remite al papel del bloqueo de los aliados sobre la importación de alimentación en Alemania, citado a menudo como el factor más desmoralizador para la población alemana. En realidad, demuestra que la caída de la producción de alimentos fue, antes bien, resultado de la movilización y del esfuerzo de guerra en la misma Alemania, que desviaron de la agricultura la mano de obra campesina, la construcción de maquinaria agrícola y los productos químicos que sirven para fabricar abono.
El cuarto mito se cifra en que el Tratado de Versalles fue la causa del extremismo político en el que se hundió Alemania después de 1933. Esta idea, desarrollada inicialmente por John Maynard Keynes, ha seguido siendo moneda corriente hasta hoy. Harrison demuestra que la carga de las reparaciones exigidas en Versalles fue bastante más ligera de lo que habitualmente se piensa, en parte porque Alemania reembolsó de ellas menos de una quinta parta y porque a partir de 1924 los préstamos norteamericanos cubrían la totalidad de los reembolsos efectuados. Lo que abismó a Alemania en el extremismo fue la Gran Depresión de los años 30, lo cual no resulta en absoluto una conclusión reconfortante, puesto que hoy en día la mitad de los jóvenes griegos y de los jóvenes españoles se encuentra en el paro.
Probablemente, hay más unanimidad en estas cuestiones entre los historiadores de la economía que entre los historiadores de la economía y los demás historiadores. El trabajo de Harrison no se apoya únicamente en sus propias investigaciones sino en las de varios colegas economistas. No es pues seguro que los historiadores “puros” queden convencidos. Los orígenes y las consecuencias de la Gran Guerra son objeto de controversias… ¡desde 1914!. Cien años después, están lejos de haber concluido.