La iglesia del "cura rojo"
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
En la parroquia San Carlos Borromeo de
Madrid no hay sagrario ni confesionario, el cura lleva jeans en lugar de
sotana, se reparten rosquillas o bizcochos en vez de hostias y se suele
celebrar el Ramadán, una de las celebraciones más importantes del
Islam.
La conocen como la iglesia roja y lleva más de
treinta años abierta a todos, incluidos ateos y religiosos.
"Hemos comulgado con turrón o con la tarta de una boda. Para nosotros lo
importante es compartir lo que tenemos en la mesa. Si la encarnación de
Jesús hubiese ocurrido en un entorno polar el cuerpo de Cristo sería
sangre de foca y ninguno se alarmaría. Últimamente tenemos pan, mucho
mejor que las famosas obleas que parecen plastificadas", le comenta a
BBC Mundo el cura Javier Baeza.
Es domingo y está a punto de comenzar la misa.
En la fachada de la parroquia camina un elefante
gigante y varios pájaros psicodélicos dibujados por un grupo de
grafiteros latinoamericanos. En el interior paredes desnudas, feligreses
de todas las edades y nacionalidades y un Cristo de madera.
En el centro Javi, como le llaman, comparte la mesa con Sara y Carmen, dos
madres del barrio. La misa comienza.
"Menuda semanita la que hemos tenido", exclama Carmen mientras Sara detalla la semana como si
fuera una asamblea: "En la embajada de Bulgaria nos dijeron que no se
puede hacer nada, al chico búlgaro lo van a deportar. Además, la
Comunidad de Madrid ha suspendido las ayudas a ONGs que trabajan con
enfermos de Sida. Y a la morita (árabe) finalmente le han tenido que
amputar el seno".
"Hay que tomar acciones", señala un joven. "El
Evangelio es para ponerlo en práctica no para quedarse en los misterios y
pecados de toda la vida", subraya una anciana. Javier escucha, da la
bienvenida y pide que canten el tema "Clandestino de Manu Chao, para
recordar que nadie es extraño".
El "cura rojo"
La parroquia ha sido el germen para que nazcan asociaciones como Madres
contra las Drogas o la Escuela de la Marginación, que enseña cómo
atender a personas en situación extrema.
La gallega Sara Nieto canta a todo pulmón como una fan. Ella llegó a la parroquia a finales de
los años setenta cuando Enrique Castro, también conocido como el cura
rojo, aterrizó en el barrio inspirado por la Teología de la Liberación.
Entonces Vallecas, una de las zonas más populares de Madrid, estaba
atravesada por la heroína.
"No nos hicimos hippies de la noche a la mañana. La iglesia tenía púlpito y sagrario. Los drogadictos abrían
el sagrario pensando que iban a encontrar algo y dejaban las hostias por
el suelo", le comenta a BBC Mundo.
Durante años Sara pensó que vivía en pecado mortal. "Franco me reprimió. Si te bañabas en el río era
pecado. Si cruzabas la pierna era pecado. Ni pensar en planificar. Creo
que el primer orgasmo que tuve fue cuando me confesé", sonríe la mujer y
subraya que ya no se confiesa. La parroquia no tiene confesionario, las
confesiones son comunitarias, entre todos.
Hace un par de años el arzobispo de Madrid, Rouco Varela, ordenó cerrar la parroquia porque
"se sale de los cánones de la Iglesia". Autobuses repletos de toda
España llegaron a Vallecas para solidarizarse con la parroquia. Allí,
junto a artistas, esperaron atrincherados durante nueve meses.
"El cardenal Rouco no pudo imponer su criterio. La gente le dijo: esta es
nuestra fe y nuestra forma de celebrarlo. Nuestra guerra no es contra el
obispo ni contra la Iglesia institucional, es contra la marginación, la
falta de oportunidades. Aunque criticamos a la Iglesia cuando hay que
criticarla", señala Javier después de la misa. Del segundo piso vienen
los aromas de una paella recién cocida.
También cocinan
"Nos reuníamos a comer después de las misas pero decidimos cocinar aquí para
ahorrar. También hacemos judías con patatas", agrega el cura. La
parroquia subsiste de las ayudas de la comunidad y del sueldo de Javier,
poco más de US$1.000. "A veces celebramos un bautizo y un funeral
juntos porque es lo que la vida nos va trayendo y a veces coinciden esos
momentos", subraya.
De unos meses para acá la parroquia siente
el peso de la inmigración y del desempleo que golpea a España. El
marroquí Tarik llegó atraído por esas luchas.
"En la parroquia compartimos cristianos y musulmanes. La gente cuenta su historia,
aprendemos del otro. Cuando vives una fe diversa puedes desarrollar una
fe completa", le detalla a BBC Mundo. En su caso ha logrado derrumbar
muros de desconocimiento hacia el Islam y el mundo árabe.
"Hay mucho miedo hacia los árabes, que somos unos bárbaros. En la parroquia
hay un respeto mutuo. A veces comulgo, cuando me apetece, sin miedo",
agrega.
Carmen y Sara reparten platos de paella a diestra y
siniestra. Las mesas se llenan de comensales. Javier de jeans y barba
poblada observa. "Ayudar a un enfermo de Sida, proponerle una vida
diferente a un drogadicto, abrir tu casa... Para mí son elementos más
que evidentes de evangelización", comenta. Nunca ha echado de menos la
sotana, se siente cómodo.
BBC
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
En la parroquia San Carlos Borromeo de
Madrid no hay sagrario ni confesionario, el cura lleva jeans en lugar de
sotana, se reparten rosquillas o bizcochos en vez de hostias y se suele
celebrar el Ramadán, una de las celebraciones más importantes del
Islam.
La conocen como la iglesia roja y lleva más de
treinta años abierta a todos, incluidos ateos y religiosos.
"Hemos comulgado con turrón o con la tarta de una boda. Para nosotros lo
importante es compartir lo que tenemos en la mesa. Si la encarnación de
Jesús hubiese ocurrido en un entorno polar el cuerpo de Cristo sería
sangre de foca y ninguno se alarmaría. Últimamente tenemos pan, mucho
mejor que las famosas obleas que parecen plastificadas", le comenta a
BBC Mundo el cura Javier Baeza.
Es domingo y está a punto de comenzar la misa.
En la fachada de la parroquia camina un elefante
gigante y varios pájaros psicodélicos dibujados por un grupo de
grafiteros latinoamericanos. En el interior paredes desnudas, feligreses
de todas las edades y nacionalidades y un Cristo de madera.
En el centro Javi, como le llaman, comparte la mesa con Sara y Carmen, dos
madres del barrio. La misa comienza.
"Menuda semanita la que hemos tenido", exclama Carmen mientras Sara detalla la semana como si
fuera una asamblea: "En la embajada de Bulgaria nos dijeron que no se
puede hacer nada, al chico búlgaro lo van a deportar. Además, la
Comunidad de Madrid ha suspendido las ayudas a ONGs que trabajan con
enfermos de Sida. Y a la morita (árabe) finalmente le han tenido que
amputar el seno".
"Hay que tomar acciones", señala un joven. "El
Evangelio es para ponerlo en práctica no para quedarse en los misterios y
pecados de toda la vida", subraya una anciana. Javier escucha, da la
bienvenida y pide que canten el tema "Clandestino de Manu Chao, para
recordar que nadie es extraño".
El "cura rojo"
La parroquia ha sido el germen para que nazcan asociaciones como Madres
contra las Drogas o la Escuela de la Marginación, que enseña cómo
atender a personas en situación extrema.
La gallega Sara Nieto canta a todo pulmón como una fan. Ella llegó a la parroquia a finales de
los años setenta cuando Enrique Castro, también conocido como el cura
rojo, aterrizó en el barrio inspirado por la Teología de la Liberación.
Entonces Vallecas, una de las zonas más populares de Madrid, estaba
atravesada por la heroína.
"No nos hicimos hippies de la noche a la mañana. La iglesia tenía púlpito y sagrario. Los drogadictos abrían
el sagrario pensando que iban a encontrar algo y dejaban las hostias por
el suelo", le comenta a BBC Mundo.
Durante años Sara pensó que vivía en pecado mortal. "Franco me reprimió. Si te bañabas en el río era
pecado. Si cruzabas la pierna era pecado. Ni pensar en planificar. Creo
que el primer orgasmo que tuve fue cuando me confesé", sonríe la mujer y
subraya que ya no se confiesa. La parroquia no tiene confesionario, las
confesiones son comunitarias, entre todos.
Hace un par de años el arzobispo de Madrid, Rouco Varela, ordenó cerrar la parroquia porque
"se sale de los cánones de la Iglesia". Autobuses repletos de toda
España llegaron a Vallecas para solidarizarse con la parroquia. Allí,
junto a artistas, esperaron atrincherados durante nueve meses.
"El cardenal Rouco no pudo imponer su criterio. La gente le dijo: esta es
nuestra fe y nuestra forma de celebrarlo. Nuestra guerra no es contra el
obispo ni contra la Iglesia institucional, es contra la marginación, la
falta de oportunidades. Aunque criticamos a la Iglesia cuando hay que
criticarla", señala Javier después de la misa. Del segundo piso vienen
los aromas de una paella recién cocida.
También cocinan
"Nos reuníamos a comer después de las misas pero decidimos cocinar aquí para
ahorrar. También hacemos judías con patatas", agrega el cura. La
parroquia subsiste de las ayudas de la comunidad y del sueldo de Javier,
poco más de US$1.000. "A veces celebramos un bautizo y un funeral
juntos porque es lo que la vida nos va trayendo y a veces coinciden esos
momentos", subraya.
De unos meses para acá la parroquia siente
el peso de la inmigración y del desempleo que golpea a España. El
marroquí Tarik llegó atraído por esas luchas.
"En la parroquia compartimos cristianos y musulmanes. La gente cuenta su historia,
aprendemos del otro. Cuando vives una fe diversa puedes desarrollar una
fe completa", le detalla a BBC Mundo. En su caso ha logrado derrumbar
muros de desconocimiento hacia el Islam y el mundo árabe.
"Hay mucho miedo hacia los árabes, que somos unos bárbaros. En la parroquia
hay un respeto mutuo. A veces comulgo, cuando me apetece, sin miedo",
agrega.
Carmen y Sara reparten platos de paella a diestra y
siniestra. Las mesas se llenan de comensales. Javier de jeans y barba
poblada observa. "Ayudar a un enfermo de Sida, proponerle una vida
diferente a un drogadicto, abrir tu casa... Para mí son elementos más
que evidentes de evangelización", comenta. Nunca ha echado de menos la
sotana, se siente cómodo.
BBC