Se cumplen 100 años del estallido de la Primera Guerra Mundial. Los aniversarios de sucesos tan destacados como éste se pueden aprovechar para hacer estudios científicos que, por serlo, ayudan a la revolución, o bien se pueden aprovechar para intentar justificar ideas falsas que la entorpecen. Esto último es lo que hace la dirección del PCPE en su ponencia al Seminario Comunista Internacional de Bruselas del presente año.
La primera lección que extrae es la siguiente: fue el mundo multipolar de entonces el que engendró aquella guerra; luego toda multipolaridad internacional es mala y los que hoy en día defendemos a China y a Rusia frente al imperialismo occidental seríamos unos oportunistas comparables a la socialdemocracia. Este razonamiento metafísico pasa por alto todo el “análisis concreto de la situación concreta” que llevó a Lenin y a los marxistas revolucionarios de la época a denunciar esta guerra como una guerra injusta entre imperialistas equiparables que el proletariado debía transformar en guerra civil contra todos ellos. Esta conclusión no se podía aplicar a cualquier guerra en tiempos del imperialismo: las guerras revolucionarias siguen siendo justas y el proletariado debe apoyar las guerras de las naciones oprimidas contra las potencias opresoras. Ni siquiera se podía aplicar aquella conclusión a cualquier guerra que enfrentara entre sí a países con un grado imperialista de desarrollo capitalista: ¿acaso Stalin y los bolcheviques se volvieron oportunistas socialdemócratas al aliarse con los imperialistas anglonorteamericanos y franceses contra los imperialistas alemanes, durante la Segunda Guerra Mundial?; ¿acaso Rusia y China comparten actualmente la misma responsabilidad que Estados Unidos, la Unión Europea y el Japón en las guerras en curso y en el sostenimiento de la opresión imperialista a escala global?
La segunda lección que extrae la dirección del PCPE es que el partido de la clase obrera no debe colocarse detrás de la burguesía nacional y debe considerar a quienes lo hagan como enemigos absolutos, negándoles todo apoyo. Esta lección es otra media verdad como la anterior, que pasa por alto un pequeño detalle: hubo otros revolucionarios que criticaron el oportunismo de los dirigentes socialdemócratas y que incluso rompieron con éstos, pero sólo el partido bolchevique de Lenin fue capaz de vencer prácticamente a los socialtraidores y de llevar al proletariado al triunfo sobre el imperialismo. ¿Por qué? Porque la vida discurre por cauces dialécticos y no mediante las rígidas antinomias con que la concibe el pensamiento dogmático y revisionista.
Para ilustrar concretamente esta cuestión, vale la pena que nos remontemos veinte años antes del inicio de la Primera Guerra Mundial, para celebrar el 120 aniversario de lo que entonces hicieron unos jóvenes marxistas rusos, aprender de ellos y tratar de emularlos.
¿En qué condiciones nació el Partido de la revolución victoriosa?
En el siglo XIX, Marx y Engels lucharon denodadamente contra el sectarismo pequeñoburgués (Weitling, Proudhon, Lassalle, Bakunin,…), por la unificación del movimiento obrero internacional y por proporcionar a éste una dirección revolucionaria, comunista. Al final de la centuria, el marxismo se había vuelto hegemónico entre el proletariado militante, lo cual hizo posible la construcción de potentes organizaciones de masas: partidos políticos, sindicatos, cooperativas, etc., que conquistaron un marco relativamente pacífico y legal para la acumulación de fuerzas revolucionarias. Éstas arrancarían a los capitalistas considerables mejoras en las condiciones de vida de los trabajadores y, sobre todo, servirían de crisol donde se formaron el partido bolchevique y todos los partidos de nuevo tipo, capaces de emprender la edificación socialista. En la última década de ese siglo, el destacamento nacional mejor organizado que tenía el proletariado mundial se situaba todavía en Alemania, pero era en la atrasada Rusia donde las condiciones sociales para la revolución obrera se desarrollaban más y mejor.
Este país vivía una etapa de creación de centros industriales, de rápido crecimiento de las filas proletarias y de auge de sus luchas sindicales. La clase de los obreros duplicó sus efectivos entre los años 80-90 y, sobre todo, “era ya un proletariado industrial moderno, que se distinguía radicalmente de los obreros de las fábricas del período de la servidumbre y de los obreros de las pequeñas industrias artesanas y de toda otra industria, tanto por su concentración en grandes empresas capitalistas, como por su combatividad revolucionaria”[1].
En esas condiciones externas e internas, los marxistas rusos reconocían como elemental la necesidad de superar la inicial dispersión ideológica, política y organizativa de los marxistas (forzada por la represión política) para construir un único partido obrero bajo los principios de la II Internacional Obrera.
Sin embargo, este proletariado industrial era todavía muy minoritario entre la población total (y lo seguiría siendo incluso hasta la revolución obrera de 1917), pues “cerca de cinco sextas partes de la población total de Rusia trabajaban en la agricultura y la sexta parte restante se distribuía entre la grande y la pequeña industria, el comercio, el transporte ferroviario, fluvial y marítimo, la construcción y los trabajos forestales, etc. (…) Rusia era un país agrario, un país económicamente atrasado, un país pequeñoburgués”.[2] A pesar de ello, iba en engendrar un partido obrero que agruparía en torno a sí a las grandes masas campesinas para llevar a la victoria una revolución socialista proletaria que convertiría a este país en la segunda potencia económica mundial. Conviene que los comunistas españoles entendamos esta aparente paradoja, para no exagerar la importancia de la relativa desindustrialización de nuestro país, cuando los trabajadores asalariados son aquí amplísima mayoría y los ocupados en la industria, el transporte y la construcción representan al menos la tercera parte de la población activa.
Por la composición social de la Rusia de finales del siglo XIX, es natural y comprensible que los marxistas sólo constituyesen una minoría entre los revolucionarios. Se desató pues una gran lucha entre dos tendencias cuya naturaleza de clase es evidente: los marxistas, partidarios de una organización estrictamente proletaria, se vieron obligados a combatir la concepción revolucionaria entonces hegemónica conocida bajo el nombre de “populismo”.
Los populistas propugnaban el paso al socialismo en Rusia saltando la etapa capitalista del desarrollo social, partiendo directamente de las comunidades campesinas formadas en condiciones feudales. Su socialismo no era proletario sino campesino, es decir, pequeñoburgués. Se les llamaba así porque, durante la década de 1870, esta juventud intelectual revolucionaria se lanzó a la aldea, al pueblo –mayoritariamente campesinos pobres- a reclutar fuerzas para la revolución. La incomprensión mutua y la represión zarista hicieron que los populistas perdieran la fe en las masas y, durante los años 80, buscaran la salida en los atentados contra las autoridades perpetrados por individuos sacrificados, por héroes que estimularían así la acción de multitudes. En esta evolución negativa influyó mucho el revolucionarismo anarquista de Bakunin, con su prédica de la rebeldía espontánea, su confusión del papel histórico de las diversas clases populares, su renuncia a la lucha política, su propensión al terror individual, etc. Posteriormente, en los 90, los populistas se pasarían al extremo opuesto, renegando de toda lucha revolucionaria y buscando la conciliación con el régimen absolutista.
La falsedad del populismo se comprobó en la práctica a lo largo de los años 70-80, pero los marxistas rusos tuvieron que dar sus primeros pasos, en los 80-90, desmontando piedra por piedra todo el edificio teórico que sustentaba la desviación populista que había arraigado entre los obreros e intelectuales revolucionarios. Esto les llevó más de una década, pero les permitió encarar el auge del movimiento obrero espontáneo con una concepción plenamente materialista y dialéctica de la revolución, lo que les llevó finalmente a la victoria.
En la actual España capitalistamente desarrollada, no hay terreno para un socialismo campesino, pero sí para un socialismo, un revolucionarismo y un democratismo de carácter pequeñoburgués basado en los intereses de las capas medias. Estos amplios sectores que engloban a la capa superior de la clase obrera están llamados –por sus condiciones de opresión, por su tendencia a la proletarización- a desempeñar un papel positivo en la revolución socialista. Sin embargo, esto sólo será posible cuando la clase obrera y su partido, el Partido Comunista, conquisten la hegemonía y la dirección sobre ellas.
Las primeras organizaciones obreras y marxistas de Rusia
Los trabajadores asalariados de Rusia comenzaron su lucha contra el capitalismo en la década de 1870 y, sobre todo, en la de 1880. Sus condiciones de pobreza y de explotación eran extremas. De las primeras huelgas surgieron las primeras “Uniones de obreros” que, a su vez, organizaron huelgas más potentes, antes de ser aplastadas por el gobierno, para renacer luego con redoblada fuerza.
Los primeros marxistas rusos surgieron del seno del populismo, al oponerse al viraje impotente de éste hacia el terror individual y al contemplar cómo se desarrollaba la lucha de masas entre los obreros. La persecución policial los obliga a emigrar a Occidente donde entran en contacto con el movimiento obrero internacional y el marxismo. Allí, en 1883, Plejánov, Axelrod, Zasúlich y otros forman el grupo Emancipación del Trabajo, la primera organización rusa basada en el socialismo científico. Engels se alegraba “de que existiera entre los jóvenes rusos un partido que ha adoptado sinceramente y sin reservas las grandes teorías económicas e históricas de Marx y ha roto decididamente con todas las tradiciones anarquistas y un tanto eslavófilas de sus antecesores. El mismo Marx, de haber vivido un poco más, se sentiría orgulloso de ello”[3].
Esta organización despliega una importante lucha teórica por la supremacía del marxismo en el movimiento revolucionario de Rusia. Explica que el socialismo no habría de ser un sueño reaccionario basado en arcaicas comunidades campesinas, sino el resultado necesario del desarrollo de la moderna sociedad capitalista que crea unas fuerzas productivas de carácter social y, entre ellas, una clase social desposeída de los medios de producción que pone en acción y desarrolla:
“(…) a pesar de la supremacía numérica de los campesinos y del número relativamente reducido de los proletarios, era precisamente en el proletariado y en su desarrollo donde los revolucionarios debían cifrar sus principales esperanzas.
¿Y por qué precisamente en el proletariado?
Porque el proletariado, a pesar de representar por aquél entonces una fuerza numéricamente pequeña, es la clase de los trabajadores que se halla vinculada a la forma más progresiva de la economía, a la gran producción, razón por la cual tiene ante sí un gran porvenir.
Porque el proletariado, como clase, crece de año en año y se desarrolla políticamente, es fácilmente susceptible de organización, gracias a las condiciones de su trabajo en la gran industria, y es, además, por su misma situación proletaria, la clase más revolucionaria, pues no tiene nada que perder con la revolución, como no sean sus cadenas.
(…) sólo la lucha de clases del proletariado, sólo el triunfo del proletariado sobre la burguesía, liberará a la humanidad del capitalismo, de la explotación. (…) Marx y Engels enseñaron que el proletariado industrial es la clase más revolucionaria y, por tanto, la más avanzada de la sociedad capitalista, y que sólo una clase como el proletariado puede agrupar en torno a ella a todas las fuerzas descontentas del capitalismo y conducirlas al asalto contra éste. Pero, para vencer al viejo mundo y crear una nueva sociedad sin clases, el proletariado tiene que disponer de su propio partido obrero, al que Marx y Engels dieron el nombre de Partido Comunista”.[4]
Casi simultáneamente, se forman círculos socialdemócratas (así se llamaban entonces las organizaciones marxistas) en el interior del país, como el de Blagóiev, el de Tochisski y el de Brúsnev, en Petersburgo, y el de Fedoséiev en Kazán, que desarrollan propaganda entre los obreros. El número de grupos marxistas y de sus miembros iba creciendo.
… Y en eso llegó Lenin
Ya a mediados de los años 1890, la teoría de Marx había completado el período embrionario de su desarrollo –mucho más breve que en otros países- y “se había ganado a la mayoría de la juventud revolucionaria de Rusia”[5]. El movimiento revolucionario de Rusia había entrado en una nueva fase: en la fase proletaria. Para completar este logro, resultó imprescindible la contribución de Lenin. Siendo todavía universitario en Kazán, se incorpora a la actividad política hacia 1888, en uno de los círculos marxistas de esta localidad. En ese mismo año, empieza a estudiar las principales obras de Marx y Engels. Se sumerge en la investigación de la evolución del campo ruso y de las ideas populistas, así como de los documentos del socialismo internacional, ante todo, de Neue Zeit, la revista teórica del Partido Socialdemócrata de Alemania. A finales de la década de los 90, escribiría: “La historia del socialismo y de la democracia en Europa Occidental, la historia del movimiento revolucionario ruso, la experiencia de nuestro movimiento obrero: he aquí el material que debemos dominar para crear una organización y una táctica eficaces para nuestro partido” (3).
Después de su expulsión de la universidad por participar en protestas, Lenin se traslada a Samara donde organiza un círculo revolucionario y, en 1893, se marcha a la capital del país, San Petersburgo –donde la industria está más desarrollada-, para luchar por la unificación de las dispersas fuerzas socialistas y por la fusión del socialismo científico con el movimiento obrero de masas mediante un partido que se convierta en la vanguardia política del proletariado. Se incorpora al más destacado de los círculos marxistas, el de los “tecnólogos” (estudiantes del Instituto Tecnológico). En dos años, hasta que en 1895 son detenidos, Lenin y sus camaradas consiguen ampliar sustancialmente la propaganda del marxismo, derrotar al populismo en las filas revolucionarias, pasar de la propaganda en los círculos a la agitación entre las grandes masas obreras y avanzar hacia la unión de esos círculos, alrededor del de los “tecnólogos”. Éste fue entonces rebautizado como Unión de Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera, la cual dirigiría el auge del movimiento obrero en 1895-96 y prepararía el I Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (1898, Minsk), junto con otras Uniones de Lucha de diversas ciudades.
Según Lenin, “Los trabajos literarios de los marxistas rusos fueron los precursores directos de las acciones de lucha del proletariado, de las famosas huelgas de Petersburgo del año 1896, las cuales inauguraron la era del movimiento obrero, que luego fue creciendo sin cesar”[6].
“Toda teoría es gris, querido amigo, y verde es el dorado árbol de la vida.” (Goethe)
No obstante, estos trabajos literarios no tenían idéntico valor y, en los suyos, Lenin puso de manifiesto sus diferencias con la crítica de Plejánov y su grupo hacia los populistas. Era ésta una crítica demasiado unilateral y absoluta. Era más una antítesis que una síntesis inclusiva de las ideas acertadas del populismo. Así no se podía superar esta desviación. Sólo Lenin supo corregir esta crítica desde el punto de vista del materialismo dialéctico. En aquel momento y durante varios años, esas diferencias entre Lenin y los plejanovistas no impidieron que avanzaran conjuntamente en la construcción del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR). Eran todavía diferencias secundarias, pero, un decenio después, se pudo constatar que eran la forma embrionaria de la oposición entre el bolchevismo y el menchevismo, entre la línea revolucionaria y la línea reformista. En efecto, la famosa discrepancia entre éstos acerca del artículo primero de los Estatutos del partido –referente a quiénes debían ser considerados miembros del mismo- era la mera consecuencia organizativa de las concepciones divergentes en cuanto a las fuerzas motrices de la revolución rusa. Y, más allá, ésta era la manifestación del conflicto entre las dos cosmovisiones de la sociedad contemporánea: el materialismo dialéctico de la clase obrera y el idealismo metafísico de la burguesía. Lógicamente, el liberalismo de los mencheviques en materia organizativa se debía a la posición burguesa de la que partieron y que no quisieron superar. Por todo ello, el partido revolucionario en Rusia hubo de construirse a despecho de los mencheviques y, por análoga razón, hemos tenido que separarnos del PCPE para poder avanzar en la construcción del partido de la revolución en España.
Concretamente, la crítica de Plejánov a la orientación campesina de los populistas se convertía en el desprecio hacia los campesinos del que harían gala todos los mencheviques, incluidos los más ultrarrevolucionarios, como Trotski con su célebre consigna “sin zar, por un gobierno obrero”, tomada de Parvus en la revolución de 1905. Plejánov no reconocía que, “en el transcurso de la revolución, el proletariado puede y debe arrastrar consigo a los campesinos y que sólo aliado a éstos podía el proletariado triunfar sobre el zarismo”. A cambio, “consideraba a la burguesía liberal como una fuerza capaz de prestar una ayuda, aunque no muy firme, a la revolución”[7]. El punto de vista de Lenin sobre el papel político de estas dos clases era diametralmente opuesto al de Plejánov.
Ambos coincidían en que la revolución inminente en Rusia tenía un carácter burgués y que se debía priorizar la construcción de un partido obrero independiente para dirigir la lucha del proletariado por la siguiente revolución, de carácter socialista. Pero este acuerdo en la estrategia se convertiría una diferencia táctica insalvable por cuanto Plejánov entendía el proceso histórico de manera mecanicista y libresca. Idéntico defecto padece la dirección del PCPE cuyas críticas exageradas y rígidas hacia el reformismo no le permiten aprovechar la energía política democrática de amplias capas medias y pequeñoburguesas en beneficio de la revolución.
Lenin criticó pues al populismo, pero no sin reconocer el papel democrático-revolucionario del campesinado y, por consiguiente, del radicalismo pequeñoburgués de los populistas, incluyendo la heroicidad de sus activistas: “los marxistas deben separar cuidadosamente de la paja de utopías populistas el grano bueno y valioso del espíritu democrático sincero, decidido y combativo de las masas campesinas”[8]. Así sintetizaba el camino a seguir:
“A la clase de los obreros dirigen los socialdemócratas toda su atención y toda su actividad. Cuando sus representantes avanzados asimilen las ideas del socialismo científico, la idea del papel histórico del obrero ruso, cuando estas ideas alcancen una amplia difusión y entre los obreros se creen sólidas organizaciones… entonces EL OBRERO ruso, poniéndose al frente de todos los elementos democráticos, derribará el absolutismo y conducirá AL PROLETARIADO RUSO (al lado del proletariado DE TODOS LOS PAÍSES) por el camino recto de la lucha política abierta a LA REVOLUCIÓN COMUNISTA VICTORIOSA”.[9]
Así pues, aunque los socialdemócratas rusos propugnaran la organización de un partido revolucionario estrictamente proletario, no lo hacían desde un obrerismo estrecho, desde un sectarismo hostil al resto del pueblo, a la democracia. Otra prueba de ello es que combatieron a los populistas en alianza con los “marxistas legales”, llamados así porque difundían ciertas partes del marxismo en publicaciones legales, es decir, las partes del mismo que permitía la censura zarista. En realidad, eran unos demócratas burgueses que sólo reivindicaban el marxismo por cuanto éste defiende el progreso capitalista frente al feudalismo. Por eso, a la vez que establecía un acuerdo temporal con ellos, Lenin los criticaba poniendo al desnudo su médula liberal burguesa. Esta actitud dialéctica, contradictoria, no les entra en la cabeza a los dogmáticos, ayer reformistas, hoy “izquierdistas” y mañana quién sabe…
El gran acierto
El gran acierto de Lenin no fue sólo de carácter teórico, no fue sólo el de tener una visión más exacta del proceso revolucionario ruso. Fue sobre todo un acierto práctico. A pesar de ser un intelectual formado en las mismas condiciones sociales burguesas que los demás teóricos marxistas con los que militaba, comprendió que el materialismo dialéctico sólo puede prender, sobrevivir y prosperar en el seno del movimiento obrero, en el seno del movimiento social de la clase cuyas condiciones de vida y de trabajo son la base material de esta concepción del mundo.
Plejánov y muchos otros dirigentes de la II Internacional se habían instalado en su posición social de intelectuales y, por ello, abandonaban más y más el marxismo, y muy especialmente la siguiente advertencia de Marx: “La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de la sociedad (así, por ej., en Robert Owen)”.[10]
Lenin, en cambio, había comprendido que, para servir a la clase obrera, los intelectuales revolucionarios debían aprender de ella, vivir con ella y como ella, y ser transformados por ella para superar sus taras burguesas. Su actuación práctica de aquellos años, incomparablemente mayor que la de otros teóricos marxistas fue la que salvó al comunismo de la bancarrota que se iba gestando en la II Internacional tras la muerte de Engels. Y sólo una actitud semejante por nuestra parte permitirá que el proletariado vuelva a la senda de la revolución. Veamos cómo Stalin resume la labor práctica de Lenin al frente de la Unión de Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera de Petersburgo (ULECO):
“En la década de 1884 a 1894, la socialdemocracia rusa estaba formada todavía por una serie de pequeños grupos y círculos desligados o muy poco en contacto con el movimiento obrero de masas. (…)
El grupo Emancipación del Trabajo ‘echó solamente los cimientos teóricos de la socialdemocracia y dio el primer paso para salir al encuentro del movimiento obrero’, dice Lenin.
Había de ser Lenin quien cumpliese la misión de fundir el marxismo con el movimiento obrero de Rusia, corrigiendo al mismo tiempo los errores del grupo Emancipación del Trabajo”.[11]
Puso el mayor empeño en vincular la ULECO con el movimiento obrero de masas para dirigirlo políticamente. “Propuso que se pasase de la propaganda del marxismo entre el número reducido de obreros avanzados congregados en círculos de propaganda, a la agitación política candente entre las grandes masas de la clase obrera. Este viraje hacia la agitación de masas tuvo una importancia muy grande para el desarrollo posterior del movimiento obrero en Rusia”.
La ULECO “combinaba la lucha de los obreros por sus reivindicaciones económicas –mejoramiento de las condiciones de trabajo, reducción de la jornada de trabajo, aumento de salario- con la lucha política contra el zarismo. Así, educaba políticamente a los obreros. Fue la primera organización de Rusia que llevó a cabo la fusión del socialismo con el movimiento obrero. Cuando estallaba una huelga en cualquier fábrica, la Unión de Lucha, que conocía magníficamente, a través de los obreros que tomaban parte en sus círculos de estudios, la situación en cada empresa, reaccionaba inmediatamente, con la publicación de hojas y proclamas socialistas. En estas hojas, se denunciaban los abusos de que los patronos hacían objeto a los obreros, se explicaba cómo debían luchar éstos para defender sus intereses y se reproducían sus reivindicaciones. Estas hojas contaban toda la verdad acerca de los horrores del capitalismo, de la mísera vida de los obreros, de su trabajo brutal y agotador, con jornadas de 12 a 14 horas, de su carencia total de derechos. Y en estas mismas hojas se formulaban las reivindicaciones políticas correspondientes. A fines de 1894, Lenin redactó, en colaboración con el obrero Bábushkin, la primera de estas hojas de agitación y una proclama dirigida a los huelguistas de la fábrica Semiánikov, en Petersburgo. (…) En poco tiempo, la Unión de Lucha editó decenas de hojas y proclamas de éstas, dirigidas a los obreros de diversas fábricas. Cada una de ellas levantaba y fortalecía el espíritu de los obreros. Éstos veían que los socialistas los apoyaban y los defendían”.
Después de ser detenido en diciembre de 1895, Lenin continuó realizando esta labor desde la cárcel y, en muchas ciudades los círculos marxistas se fueron fusionando para seguir el ejemplo de los petersburgueses.
Según Lenin, la importancia de la ULECO estribó en que fue “el primer embrión serio de un partido revolucionario apoyado en el movimiento obrero”[12].
La generalización de una experiencia local
Para preparar el Congreso fundacional del POSDR, Lenin sintetiza durante su destierro forzoso la experiencia práctica de las Uniones de Lucha en su folleto titulado Las tareas de los socialdemócratas rusos. Para un partido que se propone desplegar una actividad tan diversificada, abarcando sectores de masas tan dispares, se impone un método sistemático que permita alcanzar uno tras otro los objetivos deseados:
“Nuestra labor, ante todo y sobre todo, está dirigida hacia los obreros de las fábricas urbanas. La socialdemocracia rusa no debe desperdigar sus fuerzas, debe concentrar su actividad entre el proletariado industrial, el más susceptible de asimilar las ideas socialdemócratas, el más desarrollado intelectual y políticamente, el más importante por su número y por su concentración en los grandes centros políticos del país. Por eso, la creación de una sólida organización revolucionaria entre los obreros fabriles, de la ciudad, constituye la tarea primera y esencial de la socialdemocracia, y sería el colmo de la insensatez desviarse ahora del cumplimiento de este objetivo. Pero aunque reconocemos la necesidad de concentrar nuestras fuerzas entre los obreros fabriles, aunque condenamos la dispersión de fuerzas, no queremos decir con ello, ni mucho menos, que la socialdemocracia rusa haga caso omiso de las demás capas del proletariado y de la clase obrera rusa. Nada de eso. El obrero fabril ruso, por las condiciones mismas de su vida, tiene que establecer continuamente las más estrechas relaciones” con otras capas de trabajadores.
Los socialdemócratas rusos consideran inoportuno orientar su labor hacia estos trabajadores, “pero en modo alguno se proponen dejarlos de lado, tratarán asimismo de poner a los obreros de vanguardia al corriente de los problemas que atañen a ambos, para que éstos, al ponerse en contacto con capas más atrasadas del proletariado, les inculquen también las ideas de la lucha de clases, del socialismo y de los objetivos políticos de la democracia rusa en general y del proletariado ruso en particular”.
No es práctico enviar agitadores a esos otros sectores de trabajadores, “mientras quede por realizar tal cantidad de trabajo entre los obreros fabriles de la ciudad, pero en numerosos casos, independientemente de su voluntad, el obrero socialista se pone en contacto con esos medios y debe saber utilizar esa oportunidad y comprender las tareas generales de la socialdemocracia en Rusia. Por eso se equivocan profundamente quienes acusan a la socialdemocracia rusa de estrechez, de subestimar a la masa de la población trabajadora por atender sólo a los obreros fabriles. Por el contrario, la agitación entre las capas avanzadas del proletariado es el camino más seguro, el único para conseguir también el despertar (a medida que se vaya extendiendo el movimiento) de todo el proletariado ruso. La difusión del socialismo y de las ideas de la lucha de clases entre los obreros de la ciudad, hará desbordar indefectiblemente estas ideas por canales más pequeños, más diversos; para ello es necesario que estas ideas echen raíces más profundas en el medio más preparado e impregnen a esta vanguardia del movimiento obrero ruso y de la revolución rusa”[13].
Ésta es la línea que van a seguir las organizaciones marxistas del país en los años siguientes. Sin embargo, la represión policial consigue apartar a los mejores dirigentes de la actividad práctica cotidiana, la cual queda en manos de jóvenes con poca experiencia que tenderán a desviarse por la línea de la menor resistencia, dedicándose exclusivamente a la lucha económica de los obreros y olvidando la lucha política por la democracia y el socialismo. Lenin (así como otros “viejos” líderes socialdemócratas) salió al paso de esta desviación “economista” con varios materiales críticos –entre los que destaca su famosa obra ¿Qué hacer?- y con la reconstrucción de las organizaciones del partido alrededor del periódico Iskrá.
Explica que el cometido del comunismo “no estriba en servir pasivamente al movimiento obrero en cada una de sus fases, sino en representar los intereses de todo el movimiento en su conjunto, señalar a este movimiento su objetivo final, sus tareas políticas y salvaguardar su independencia política e ideológica”.[14]
A pesar de los defectos del “economismo”, los comunistas rusos concluyen el siglo XIX habiendo echado fuertes raíces en el conjunto del proletariado industrial. Gracias al cabal cumplimiento de la etapa de priorización del trabajo entre los obreros fabriles, pueden pasar a una etapa superior:
“¿Tenemos bastantes fuerzas –pregunta Lenin en 1901- para llevar nuestra propaganda y nuestra agitación a todas las clases de la población? Pues claro que sí. Nuestros ‘economistas’, que a menudo son propensos a negarlo, olvidan el gigantesco paso adelante que ha dado nuestro movimiento de 1894 (más o menos) a 1901. Como ‘seguidistas’ auténticos que son, viven con frecuencia aferrados a ideas del período inicial, pasado hace ya mucho, del movimiento. Entonces, en efecto, nuestras fuerzas eran realmente mínimas, entonces era natural y legítima la decisión de consagrarnos por entero a la labor entre los obreros y condenar con severidad toda desviación de esta línea, entonces la tarea estribaba en afianzarse entre la clase obrera. Ahora ha sido incorporada al movimiento una masa gigantesca de fuerzas; vienen a nosotros los mejores representantes de la joven generación de las clases instruidas; por todas partes, en todas las provincias se ven condenadas a la inactividad personas que ya han tomado o desean tomar parte en el movimiento y que tienden hacia la socialdemocracia (mientras que en 1894 los socialdemócratas rusos podían contarse con los dedos)”.[15]
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Así nació el Partido que salió vencedor de las dos contiendas mundiales habidas. O, mejor dicho, el Partido que llevó a la clase obrera al triunfo sobre el capitalismo en un tercio del planeta, a menudo como resultado de esos conflictos. Incluso después de su momentánea derrota –pues el progreso no suele ser lineal-, la hazaña del Partido bolchevique todavía disuade a la burguesía de lanzar a la humanidad a aventuras militares de tanta envergadura. Por supuesto que su recuerdo no es suficiente para vencer la tendencia del imperialismo a la guerra, pero, entretanto, nos proporciona un tiempo precioso para aplicar las enseñanzas fundamentales que nos ha legado la historia del proletariado, ante todo la necesidad de bolchevizar (en el sentido genuino de la palabra) nuestras organizaciones comunistas.
En la España actual, las condiciones para poner en pie el partido revolucionario del proletariado son muy diferentes de las que conocieron Lenin y sus camaradas: el movimiento obrero internacional todavía está en una etapa de reflujo, el marxismo no es hegemónico en él sino que es cuestionado por la mayoría de los teóricos revolucionarios u opositores, la clase obrera acumula ya una rica historia y ha crecido enormemente, pero casi siempre bajo el signo de la derrota y de la sumisión, del que recién empieza a reponerse confundida con otras clases populares que luchan contra la creciente opresión oligárquica. La debilidad de la clase obrera española no se debe a la juventud del capitalismo sino a su senilidad, a su descomposición imperialista. Sin embargo, la crisis estructural de éste y el auge de las economías emergentes en la periferia obligan a la burguesía occidental y española a aumentar la explotación de la clase obrera, a abaratar el precio de la fuerza de trabajo y, en perspectiva, a reactivar con ello cierto tejido industrial. Se afirma pues la tendencia a una agudización de la lucha de clases y a una reanimación del movimiento obrero en nuestros países.
Aprovechemos las condiciones favorables que se están desarrollando para aprender de los bolcheviques y reconstituir entre las masas obreras el Partido Comunista que llevará la revolución socialista a la victoria definitiva.
Miguel Ángel Villalón, secretario general del Partido del Trabajo Democrático
_________________
[1] J. V. Stalin, Historia del PC(b) de la URSS.
[2] Idem.
[3] F. Engels, Carta a V. Zasúlich, 1885.
[4] J. V. Stalin, Historia del PC(b) de la URSS.
[5] V. I. Lenin, ¿Qué hacer?
[6] V. I. Lenin, Prólogo a la recopilación “En 12 años”.
[7] J. V. Stalin, Historia del PC(b) de la URSS.
[8] V. I. Lenin, Dos utopías.
[9] V. I. Lenin, Quiénes son los “amigos del pueblo” y cómo luchan contra los socialdemócratas.
[10] C. Marx, Tesis sobre Feuerbach.
[11] J. V. Stalin, Historia del PC(b) de la URSS.
[12] Idem.
[13] V. I. Lenin, Las tareas de los socialdemócratas rusos.
[14] V. I. Lenin, Tareas urgentes de nuestro movimiento.
[15] V. I. Lenin, ¿Qué hacer?
La primera lección que extrae es la siguiente: fue el mundo multipolar de entonces el que engendró aquella guerra; luego toda multipolaridad internacional es mala y los que hoy en día defendemos a China y a Rusia frente al imperialismo occidental seríamos unos oportunistas comparables a la socialdemocracia. Este razonamiento metafísico pasa por alto todo el “análisis concreto de la situación concreta” que llevó a Lenin y a los marxistas revolucionarios de la época a denunciar esta guerra como una guerra injusta entre imperialistas equiparables que el proletariado debía transformar en guerra civil contra todos ellos. Esta conclusión no se podía aplicar a cualquier guerra en tiempos del imperialismo: las guerras revolucionarias siguen siendo justas y el proletariado debe apoyar las guerras de las naciones oprimidas contra las potencias opresoras. Ni siquiera se podía aplicar aquella conclusión a cualquier guerra que enfrentara entre sí a países con un grado imperialista de desarrollo capitalista: ¿acaso Stalin y los bolcheviques se volvieron oportunistas socialdemócratas al aliarse con los imperialistas anglonorteamericanos y franceses contra los imperialistas alemanes, durante la Segunda Guerra Mundial?; ¿acaso Rusia y China comparten actualmente la misma responsabilidad que Estados Unidos, la Unión Europea y el Japón en las guerras en curso y en el sostenimiento de la opresión imperialista a escala global?
La segunda lección que extrae la dirección del PCPE es que el partido de la clase obrera no debe colocarse detrás de la burguesía nacional y debe considerar a quienes lo hagan como enemigos absolutos, negándoles todo apoyo. Esta lección es otra media verdad como la anterior, que pasa por alto un pequeño detalle: hubo otros revolucionarios que criticaron el oportunismo de los dirigentes socialdemócratas y que incluso rompieron con éstos, pero sólo el partido bolchevique de Lenin fue capaz de vencer prácticamente a los socialtraidores y de llevar al proletariado al triunfo sobre el imperialismo. ¿Por qué? Porque la vida discurre por cauces dialécticos y no mediante las rígidas antinomias con que la concibe el pensamiento dogmático y revisionista.
Para ilustrar concretamente esta cuestión, vale la pena que nos remontemos veinte años antes del inicio de la Primera Guerra Mundial, para celebrar el 120 aniversario de lo que entonces hicieron unos jóvenes marxistas rusos, aprender de ellos y tratar de emularlos.
¿En qué condiciones nació el Partido de la revolución victoriosa?
En el siglo XIX, Marx y Engels lucharon denodadamente contra el sectarismo pequeñoburgués (Weitling, Proudhon, Lassalle, Bakunin,…), por la unificación del movimiento obrero internacional y por proporcionar a éste una dirección revolucionaria, comunista. Al final de la centuria, el marxismo se había vuelto hegemónico entre el proletariado militante, lo cual hizo posible la construcción de potentes organizaciones de masas: partidos políticos, sindicatos, cooperativas, etc., que conquistaron un marco relativamente pacífico y legal para la acumulación de fuerzas revolucionarias. Éstas arrancarían a los capitalistas considerables mejoras en las condiciones de vida de los trabajadores y, sobre todo, servirían de crisol donde se formaron el partido bolchevique y todos los partidos de nuevo tipo, capaces de emprender la edificación socialista. En la última década de ese siglo, el destacamento nacional mejor organizado que tenía el proletariado mundial se situaba todavía en Alemania, pero era en la atrasada Rusia donde las condiciones sociales para la revolución obrera se desarrollaban más y mejor.
Este país vivía una etapa de creación de centros industriales, de rápido crecimiento de las filas proletarias y de auge de sus luchas sindicales. La clase de los obreros duplicó sus efectivos entre los años 80-90 y, sobre todo, “era ya un proletariado industrial moderno, que se distinguía radicalmente de los obreros de las fábricas del período de la servidumbre y de los obreros de las pequeñas industrias artesanas y de toda otra industria, tanto por su concentración en grandes empresas capitalistas, como por su combatividad revolucionaria”[1].
En esas condiciones externas e internas, los marxistas rusos reconocían como elemental la necesidad de superar la inicial dispersión ideológica, política y organizativa de los marxistas (forzada por la represión política) para construir un único partido obrero bajo los principios de la II Internacional Obrera.
Sin embargo, este proletariado industrial era todavía muy minoritario entre la población total (y lo seguiría siendo incluso hasta la revolución obrera de 1917), pues “cerca de cinco sextas partes de la población total de Rusia trabajaban en la agricultura y la sexta parte restante se distribuía entre la grande y la pequeña industria, el comercio, el transporte ferroviario, fluvial y marítimo, la construcción y los trabajos forestales, etc. (…) Rusia era un país agrario, un país económicamente atrasado, un país pequeñoburgués”.[2] A pesar de ello, iba en engendrar un partido obrero que agruparía en torno a sí a las grandes masas campesinas para llevar a la victoria una revolución socialista proletaria que convertiría a este país en la segunda potencia económica mundial. Conviene que los comunistas españoles entendamos esta aparente paradoja, para no exagerar la importancia de la relativa desindustrialización de nuestro país, cuando los trabajadores asalariados son aquí amplísima mayoría y los ocupados en la industria, el transporte y la construcción representan al menos la tercera parte de la población activa.
Por la composición social de la Rusia de finales del siglo XIX, es natural y comprensible que los marxistas sólo constituyesen una minoría entre los revolucionarios. Se desató pues una gran lucha entre dos tendencias cuya naturaleza de clase es evidente: los marxistas, partidarios de una organización estrictamente proletaria, se vieron obligados a combatir la concepción revolucionaria entonces hegemónica conocida bajo el nombre de “populismo”.
Los populistas propugnaban el paso al socialismo en Rusia saltando la etapa capitalista del desarrollo social, partiendo directamente de las comunidades campesinas formadas en condiciones feudales. Su socialismo no era proletario sino campesino, es decir, pequeñoburgués. Se les llamaba así porque, durante la década de 1870, esta juventud intelectual revolucionaria se lanzó a la aldea, al pueblo –mayoritariamente campesinos pobres- a reclutar fuerzas para la revolución. La incomprensión mutua y la represión zarista hicieron que los populistas perdieran la fe en las masas y, durante los años 80, buscaran la salida en los atentados contra las autoridades perpetrados por individuos sacrificados, por héroes que estimularían así la acción de multitudes. En esta evolución negativa influyó mucho el revolucionarismo anarquista de Bakunin, con su prédica de la rebeldía espontánea, su confusión del papel histórico de las diversas clases populares, su renuncia a la lucha política, su propensión al terror individual, etc. Posteriormente, en los 90, los populistas se pasarían al extremo opuesto, renegando de toda lucha revolucionaria y buscando la conciliación con el régimen absolutista.
La falsedad del populismo se comprobó en la práctica a lo largo de los años 70-80, pero los marxistas rusos tuvieron que dar sus primeros pasos, en los 80-90, desmontando piedra por piedra todo el edificio teórico que sustentaba la desviación populista que había arraigado entre los obreros e intelectuales revolucionarios. Esto les llevó más de una década, pero les permitió encarar el auge del movimiento obrero espontáneo con una concepción plenamente materialista y dialéctica de la revolución, lo que les llevó finalmente a la victoria.
En la actual España capitalistamente desarrollada, no hay terreno para un socialismo campesino, pero sí para un socialismo, un revolucionarismo y un democratismo de carácter pequeñoburgués basado en los intereses de las capas medias. Estos amplios sectores que engloban a la capa superior de la clase obrera están llamados –por sus condiciones de opresión, por su tendencia a la proletarización- a desempeñar un papel positivo en la revolución socialista. Sin embargo, esto sólo será posible cuando la clase obrera y su partido, el Partido Comunista, conquisten la hegemonía y la dirección sobre ellas.
Las primeras organizaciones obreras y marxistas de Rusia
Los trabajadores asalariados de Rusia comenzaron su lucha contra el capitalismo en la década de 1870 y, sobre todo, en la de 1880. Sus condiciones de pobreza y de explotación eran extremas. De las primeras huelgas surgieron las primeras “Uniones de obreros” que, a su vez, organizaron huelgas más potentes, antes de ser aplastadas por el gobierno, para renacer luego con redoblada fuerza.
Los primeros marxistas rusos surgieron del seno del populismo, al oponerse al viraje impotente de éste hacia el terror individual y al contemplar cómo se desarrollaba la lucha de masas entre los obreros. La persecución policial los obliga a emigrar a Occidente donde entran en contacto con el movimiento obrero internacional y el marxismo. Allí, en 1883, Plejánov, Axelrod, Zasúlich y otros forman el grupo Emancipación del Trabajo, la primera organización rusa basada en el socialismo científico. Engels se alegraba “de que existiera entre los jóvenes rusos un partido que ha adoptado sinceramente y sin reservas las grandes teorías económicas e históricas de Marx y ha roto decididamente con todas las tradiciones anarquistas y un tanto eslavófilas de sus antecesores. El mismo Marx, de haber vivido un poco más, se sentiría orgulloso de ello”[3].
Esta organización despliega una importante lucha teórica por la supremacía del marxismo en el movimiento revolucionario de Rusia. Explica que el socialismo no habría de ser un sueño reaccionario basado en arcaicas comunidades campesinas, sino el resultado necesario del desarrollo de la moderna sociedad capitalista que crea unas fuerzas productivas de carácter social y, entre ellas, una clase social desposeída de los medios de producción que pone en acción y desarrolla:
“(…) a pesar de la supremacía numérica de los campesinos y del número relativamente reducido de los proletarios, era precisamente en el proletariado y en su desarrollo donde los revolucionarios debían cifrar sus principales esperanzas.
¿Y por qué precisamente en el proletariado?
Porque el proletariado, a pesar de representar por aquél entonces una fuerza numéricamente pequeña, es la clase de los trabajadores que se halla vinculada a la forma más progresiva de la economía, a la gran producción, razón por la cual tiene ante sí un gran porvenir.
Porque el proletariado, como clase, crece de año en año y se desarrolla políticamente, es fácilmente susceptible de organización, gracias a las condiciones de su trabajo en la gran industria, y es, además, por su misma situación proletaria, la clase más revolucionaria, pues no tiene nada que perder con la revolución, como no sean sus cadenas.
(…) sólo la lucha de clases del proletariado, sólo el triunfo del proletariado sobre la burguesía, liberará a la humanidad del capitalismo, de la explotación. (…) Marx y Engels enseñaron que el proletariado industrial es la clase más revolucionaria y, por tanto, la más avanzada de la sociedad capitalista, y que sólo una clase como el proletariado puede agrupar en torno a ella a todas las fuerzas descontentas del capitalismo y conducirlas al asalto contra éste. Pero, para vencer al viejo mundo y crear una nueva sociedad sin clases, el proletariado tiene que disponer de su propio partido obrero, al que Marx y Engels dieron el nombre de Partido Comunista”.[4]
Casi simultáneamente, se forman círculos socialdemócratas (así se llamaban entonces las organizaciones marxistas) en el interior del país, como el de Blagóiev, el de Tochisski y el de Brúsnev, en Petersburgo, y el de Fedoséiev en Kazán, que desarrollan propaganda entre los obreros. El número de grupos marxistas y de sus miembros iba creciendo.
… Y en eso llegó Lenin
Ya a mediados de los años 1890, la teoría de Marx había completado el período embrionario de su desarrollo –mucho más breve que en otros países- y “se había ganado a la mayoría de la juventud revolucionaria de Rusia”[5]. El movimiento revolucionario de Rusia había entrado en una nueva fase: en la fase proletaria. Para completar este logro, resultó imprescindible la contribución de Lenin. Siendo todavía universitario en Kazán, se incorpora a la actividad política hacia 1888, en uno de los círculos marxistas de esta localidad. En ese mismo año, empieza a estudiar las principales obras de Marx y Engels. Se sumerge en la investigación de la evolución del campo ruso y de las ideas populistas, así como de los documentos del socialismo internacional, ante todo, de Neue Zeit, la revista teórica del Partido Socialdemócrata de Alemania. A finales de la década de los 90, escribiría: “La historia del socialismo y de la democracia en Europa Occidental, la historia del movimiento revolucionario ruso, la experiencia de nuestro movimiento obrero: he aquí el material que debemos dominar para crear una organización y una táctica eficaces para nuestro partido” (3).
Después de su expulsión de la universidad por participar en protestas, Lenin se traslada a Samara donde organiza un círculo revolucionario y, en 1893, se marcha a la capital del país, San Petersburgo –donde la industria está más desarrollada-, para luchar por la unificación de las dispersas fuerzas socialistas y por la fusión del socialismo científico con el movimiento obrero de masas mediante un partido que se convierta en la vanguardia política del proletariado. Se incorpora al más destacado de los círculos marxistas, el de los “tecnólogos” (estudiantes del Instituto Tecnológico). En dos años, hasta que en 1895 son detenidos, Lenin y sus camaradas consiguen ampliar sustancialmente la propaganda del marxismo, derrotar al populismo en las filas revolucionarias, pasar de la propaganda en los círculos a la agitación entre las grandes masas obreras y avanzar hacia la unión de esos círculos, alrededor del de los “tecnólogos”. Éste fue entonces rebautizado como Unión de Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera, la cual dirigiría el auge del movimiento obrero en 1895-96 y prepararía el I Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (1898, Minsk), junto con otras Uniones de Lucha de diversas ciudades.
Según Lenin, “Los trabajos literarios de los marxistas rusos fueron los precursores directos de las acciones de lucha del proletariado, de las famosas huelgas de Petersburgo del año 1896, las cuales inauguraron la era del movimiento obrero, que luego fue creciendo sin cesar”[6].
“Toda teoría es gris, querido amigo, y verde es el dorado árbol de la vida.” (Goethe)
No obstante, estos trabajos literarios no tenían idéntico valor y, en los suyos, Lenin puso de manifiesto sus diferencias con la crítica de Plejánov y su grupo hacia los populistas. Era ésta una crítica demasiado unilateral y absoluta. Era más una antítesis que una síntesis inclusiva de las ideas acertadas del populismo. Así no se podía superar esta desviación. Sólo Lenin supo corregir esta crítica desde el punto de vista del materialismo dialéctico. En aquel momento y durante varios años, esas diferencias entre Lenin y los plejanovistas no impidieron que avanzaran conjuntamente en la construcción del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR). Eran todavía diferencias secundarias, pero, un decenio después, se pudo constatar que eran la forma embrionaria de la oposición entre el bolchevismo y el menchevismo, entre la línea revolucionaria y la línea reformista. En efecto, la famosa discrepancia entre éstos acerca del artículo primero de los Estatutos del partido –referente a quiénes debían ser considerados miembros del mismo- era la mera consecuencia organizativa de las concepciones divergentes en cuanto a las fuerzas motrices de la revolución rusa. Y, más allá, ésta era la manifestación del conflicto entre las dos cosmovisiones de la sociedad contemporánea: el materialismo dialéctico de la clase obrera y el idealismo metafísico de la burguesía. Lógicamente, el liberalismo de los mencheviques en materia organizativa se debía a la posición burguesa de la que partieron y que no quisieron superar. Por todo ello, el partido revolucionario en Rusia hubo de construirse a despecho de los mencheviques y, por análoga razón, hemos tenido que separarnos del PCPE para poder avanzar en la construcción del partido de la revolución en España.
Concretamente, la crítica de Plejánov a la orientación campesina de los populistas se convertía en el desprecio hacia los campesinos del que harían gala todos los mencheviques, incluidos los más ultrarrevolucionarios, como Trotski con su célebre consigna “sin zar, por un gobierno obrero”, tomada de Parvus en la revolución de 1905. Plejánov no reconocía que, “en el transcurso de la revolución, el proletariado puede y debe arrastrar consigo a los campesinos y que sólo aliado a éstos podía el proletariado triunfar sobre el zarismo”. A cambio, “consideraba a la burguesía liberal como una fuerza capaz de prestar una ayuda, aunque no muy firme, a la revolución”[7]. El punto de vista de Lenin sobre el papel político de estas dos clases era diametralmente opuesto al de Plejánov.
Ambos coincidían en que la revolución inminente en Rusia tenía un carácter burgués y que se debía priorizar la construcción de un partido obrero independiente para dirigir la lucha del proletariado por la siguiente revolución, de carácter socialista. Pero este acuerdo en la estrategia se convertiría una diferencia táctica insalvable por cuanto Plejánov entendía el proceso histórico de manera mecanicista y libresca. Idéntico defecto padece la dirección del PCPE cuyas críticas exageradas y rígidas hacia el reformismo no le permiten aprovechar la energía política democrática de amplias capas medias y pequeñoburguesas en beneficio de la revolución.
Lenin criticó pues al populismo, pero no sin reconocer el papel democrático-revolucionario del campesinado y, por consiguiente, del radicalismo pequeñoburgués de los populistas, incluyendo la heroicidad de sus activistas: “los marxistas deben separar cuidadosamente de la paja de utopías populistas el grano bueno y valioso del espíritu democrático sincero, decidido y combativo de las masas campesinas”[8]. Así sintetizaba el camino a seguir:
“A la clase de los obreros dirigen los socialdemócratas toda su atención y toda su actividad. Cuando sus representantes avanzados asimilen las ideas del socialismo científico, la idea del papel histórico del obrero ruso, cuando estas ideas alcancen una amplia difusión y entre los obreros se creen sólidas organizaciones… entonces EL OBRERO ruso, poniéndose al frente de todos los elementos democráticos, derribará el absolutismo y conducirá AL PROLETARIADO RUSO (al lado del proletariado DE TODOS LOS PAÍSES) por el camino recto de la lucha política abierta a LA REVOLUCIÓN COMUNISTA VICTORIOSA”.[9]
Así pues, aunque los socialdemócratas rusos propugnaran la organización de un partido revolucionario estrictamente proletario, no lo hacían desde un obrerismo estrecho, desde un sectarismo hostil al resto del pueblo, a la democracia. Otra prueba de ello es que combatieron a los populistas en alianza con los “marxistas legales”, llamados así porque difundían ciertas partes del marxismo en publicaciones legales, es decir, las partes del mismo que permitía la censura zarista. En realidad, eran unos demócratas burgueses que sólo reivindicaban el marxismo por cuanto éste defiende el progreso capitalista frente al feudalismo. Por eso, a la vez que establecía un acuerdo temporal con ellos, Lenin los criticaba poniendo al desnudo su médula liberal burguesa. Esta actitud dialéctica, contradictoria, no les entra en la cabeza a los dogmáticos, ayer reformistas, hoy “izquierdistas” y mañana quién sabe…
El gran acierto
El gran acierto de Lenin no fue sólo de carácter teórico, no fue sólo el de tener una visión más exacta del proceso revolucionario ruso. Fue sobre todo un acierto práctico. A pesar de ser un intelectual formado en las mismas condiciones sociales burguesas que los demás teóricos marxistas con los que militaba, comprendió que el materialismo dialéctico sólo puede prender, sobrevivir y prosperar en el seno del movimiento obrero, en el seno del movimiento social de la clase cuyas condiciones de vida y de trabajo son la base material de esta concepción del mundo.
Plejánov y muchos otros dirigentes de la II Internacional se habían instalado en su posición social de intelectuales y, por ello, abandonaban más y más el marxismo, y muy especialmente la siguiente advertencia de Marx: “La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de la sociedad (así, por ej., en Robert Owen)”.[10]
Lenin, en cambio, había comprendido que, para servir a la clase obrera, los intelectuales revolucionarios debían aprender de ella, vivir con ella y como ella, y ser transformados por ella para superar sus taras burguesas. Su actuación práctica de aquellos años, incomparablemente mayor que la de otros teóricos marxistas fue la que salvó al comunismo de la bancarrota que se iba gestando en la II Internacional tras la muerte de Engels. Y sólo una actitud semejante por nuestra parte permitirá que el proletariado vuelva a la senda de la revolución. Veamos cómo Stalin resume la labor práctica de Lenin al frente de la Unión de Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera de Petersburgo (ULECO):
“En la década de 1884 a 1894, la socialdemocracia rusa estaba formada todavía por una serie de pequeños grupos y círculos desligados o muy poco en contacto con el movimiento obrero de masas. (…)
El grupo Emancipación del Trabajo ‘echó solamente los cimientos teóricos de la socialdemocracia y dio el primer paso para salir al encuentro del movimiento obrero’, dice Lenin.
Había de ser Lenin quien cumpliese la misión de fundir el marxismo con el movimiento obrero de Rusia, corrigiendo al mismo tiempo los errores del grupo Emancipación del Trabajo”.[11]
Puso el mayor empeño en vincular la ULECO con el movimiento obrero de masas para dirigirlo políticamente. “Propuso que se pasase de la propaganda del marxismo entre el número reducido de obreros avanzados congregados en círculos de propaganda, a la agitación política candente entre las grandes masas de la clase obrera. Este viraje hacia la agitación de masas tuvo una importancia muy grande para el desarrollo posterior del movimiento obrero en Rusia”.
La ULECO “combinaba la lucha de los obreros por sus reivindicaciones económicas –mejoramiento de las condiciones de trabajo, reducción de la jornada de trabajo, aumento de salario- con la lucha política contra el zarismo. Así, educaba políticamente a los obreros. Fue la primera organización de Rusia que llevó a cabo la fusión del socialismo con el movimiento obrero. Cuando estallaba una huelga en cualquier fábrica, la Unión de Lucha, que conocía magníficamente, a través de los obreros que tomaban parte en sus círculos de estudios, la situación en cada empresa, reaccionaba inmediatamente, con la publicación de hojas y proclamas socialistas. En estas hojas, se denunciaban los abusos de que los patronos hacían objeto a los obreros, se explicaba cómo debían luchar éstos para defender sus intereses y se reproducían sus reivindicaciones. Estas hojas contaban toda la verdad acerca de los horrores del capitalismo, de la mísera vida de los obreros, de su trabajo brutal y agotador, con jornadas de 12 a 14 horas, de su carencia total de derechos. Y en estas mismas hojas se formulaban las reivindicaciones políticas correspondientes. A fines de 1894, Lenin redactó, en colaboración con el obrero Bábushkin, la primera de estas hojas de agitación y una proclama dirigida a los huelguistas de la fábrica Semiánikov, en Petersburgo. (…) En poco tiempo, la Unión de Lucha editó decenas de hojas y proclamas de éstas, dirigidas a los obreros de diversas fábricas. Cada una de ellas levantaba y fortalecía el espíritu de los obreros. Éstos veían que los socialistas los apoyaban y los defendían”.
Después de ser detenido en diciembre de 1895, Lenin continuó realizando esta labor desde la cárcel y, en muchas ciudades los círculos marxistas se fueron fusionando para seguir el ejemplo de los petersburgueses.
Según Lenin, la importancia de la ULECO estribó en que fue “el primer embrión serio de un partido revolucionario apoyado en el movimiento obrero”[12].
La generalización de una experiencia local
Para preparar el Congreso fundacional del POSDR, Lenin sintetiza durante su destierro forzoso la experiencia práctica de las Uniones de Lucha en su folleto titulado Las tareas de los socialdemócratas rusos. Para un partido que se propone desplegar una actividad tan diversificada, abarcando sectores de masas tan dispares, se impone un método sistemático que permita alcanzar uno tras otro los objetivos deseados:
“Nuestra labor, ante todo y sobre todo, está dirigida hacia los obreros de las fábricas urbanas. La socialdemocracia rusa no debe desperdigar sus fuerzas, debe concentrar su actividad entre el proletariado industrial, el más susceptible de asimilar las ideas socialdemócratas, el más desarrollado intelectual y políticamente, el más importante por su número y por su concentración en los grandes centros políticos del país. Por eso, la creación de una sólida organización revolucionaria entre los obreros fabriles, de la ciudad, constituye la tarea primera y esencial de la socialdemocracia, y sería el colmo de la insensatez desviarse ahora del cumplimiento de este objetivo. Pero aunque reconocemos la necesidad de concentrar nuestras fuerzas entre los obreros fabriles, aunque condenamos la dispersión de fuerzas, no queremos decir con ello, ni mucho menos, que la socialdemocracia rusa haga caso omiso de las demás capas del proletariado y de la clase obrera rusa. Nada de eso. El obrero fabril ruso, por las condiciones mismas de su vida, tiene que establecer continuamente las más estrechas relaciones” con otras capas de trabajadores.
Los socialdemócratas rusos consideran inoportuno orientar su labor hacia estos trabajadores, “pero en modo alguno se proponen dejarlos de lado, tratarán asimismo de poner a los obreros de vanguardia al corriente de los problemas que atañen a ambos, para que éstos, al ponerse en contacto con capas más atrasadas del proletariado, les inculquen también las ideas de la lucha de clases, del socialismo y de los objetivos políticos de la democracia rusa en general y del proletariado ruso en particular”.
No es práctico enviar agitadores a esos otros sectores de trabajadores, “mientras quede por realizar tal cantidad de trabajo entre los obreros fabriles de la ciudad, pero en numerosos casos, independientemente de su voluntad, el obrero socialista se pone en contacto con esos medios y debe saber utilizar esa oportunidad y comprender las tareas generales de la socialdemocracia en Rusia. Por eso se equivocan profundamente quienes acusan a la socialdemocracia rusa de estrechez, de subestimar a la masa de la población trabajadora por atender sólo a los obreros fabriles. Por el contrario, la agitación entre las capas avanzadas del proletariado es el camino más seguro, el único para conseguir también el despertar (a medida que se vaya extendiendo el movimiento) de todo el proletariado ruso. La difusión del socialismo y de las ideas de la lucha de clases entre los obreros de la ciudad, hará desbordar indefectiblemente estas ideas por canales más pequeños, más diversos; para ello es necesario que estas ideas echen raíces más profundas en el medio más preparado e impregnen a esta vanguardia del movimiento obrero ruso y de la revolución rusa”[13].
Ésta es la línea que van a seguir las organizaciones marxistas del país en los años siguientes. Sin embargo, la represión policial consigue apartar a los mejores dirigentes de la actividad práctica cotidiana, la cual queda en manos de jóvenes con poca experiencia que tenderán a desviarse por la línea de la menor resistencia, dedicándose exclusivamente a la lucha económica de los obreros y olvidando la lucha política por la democracia y el socialismo. Lenin (así como otros “viejos” líderes socialdemócratas) salió al paso de esta desviación “economista” con varios materiales críticos –entre los que destaca su famosa obra ¿Qué hacer?- y con la reconstrucción de las organizaciones del partido alrededor del periódico Iskrá.
Explica que el cometido del comunismo “no estriba en servir pasivamente al movimiento obrero en cada una de sus fases, sino en representar los intereses de todo el movimiento en su conjunto, señalar a este movimiento su objetivo final, sus tareas políticas y salvaguardar su independencia política e ideológica”.[14]
A pesar de los defectos del “economismo”, los comunistas rusos concluyen el siglo XIX habiendo echado fuertes raíces en el conjunto del proletariado industrial. Gracias al cabal cumplimiento de la etapa de priorización del trabajo entre los obreros fabriles, pueden pasar a una etapa superior:
“¿Tenemos bastantes fuerzas –pregunta Lenin en 1901- para llevar nuestra propaganda y nuestra agitación a todas las clases de la población? Pues claro que sí. Nuestros ‘economistas’, que a menudo son propensos a negarlo, olvidan el gigantesco paso adelante que ha dado nuestro movimiento de 1894 (más o menos) a 1901. Como ‘seguidistas’ auténticos que son, viven con frecuencia aferrados a ideas del período inicial, pasado hace ya mucho, del movimiento. Entonces, en efecto, nuestras fuerzas eran realmente mínimas, entonces era natural y legítima la decisión de consagrarnos por entero a la labor entre los obreros y condenar con severidad toda desviación de esta línea, entonces la tarea estribaba en afianzarse entre la clase obrera. Ahora ha sido incorporada al movimiento una masa gigantesca de fuerzas; vienen a nosotros los mejores representantes de la joven generación de las clases instruidas; por todas partes, en todas las provincias se ven condenadas a la inactividad personas que ya han tomado o desean tomar parte en el movimiento y que tienden hacia la socialdemocracia (mientras que en 1894 los socialdemócratas rusos podían contarse con los dedos)”.[15]
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Así nació el Partido que salió vencedor de las dos contiendas mundiales habidas. O, mejor dicho, el Partido que llevó a la clase obrera al triunfo sobre el capitalismo en un tercio del planeta, a menudo como resultado de esos conflictos. Incluso después de su momentánea derrota –pues el progreso no suele ser lineal-, la hazaña del Partido bolchevique todavía disuade a la burguesía de lanzar a la humanidad a aventuras militares de tanta envergadura. Por supuesto que su recuerdo no es suficiente para vencer la tendencia del imperialismo a la guerra, pero, entretanto, nos proporciona un tiempo precioso para aplicar las enseñanzas fundamentales que nos ha legado la historia del proletariado, ante todo la necesidad de bolchevizar (en el sentido genuino de la palabra) nuestras organizaciones comunistas.
En la España actual, las condiciones para poner en pie el partido revolucionario del proletariado son muy diferentes de las que conocieron Lenin y sus camaradas: el movimiento obrero internacional todavía está en una etapa de reflujo, el marxismo no es hegemónico en él sino que es cuestionado por la mayoría de los teóricos revolucionarios u opositores, la clase obrera acumula ya una rica historia y ha crecido enormemente, pero casi siempre bajo el signo de la derrota y de la sumisión, del que recién empieza a reponerse confundida con otras clases populares que luchan contra la creciente opresión oligárquica. La debilidad de la clase obrera española no se debe a la juventud del capitalismo sino a su senilidad, a su descomposición imperialista. Sin embargo, la crisis estructural de éste y el auge de las economías emergentes en la periferia obligan a la burguesía occidental y española a aumentar la explotación de la clase obrera, a abaratar el precio de la fuerza de trabajo y, en perspectiva, a reactivar con ello cierto tejido industrial. Se afirma pues la tendencia a una agudización de la lucha de clases y a una reanimación del movimiento obrero en nuestros países.
Aprovechemos las condiciones favorables que se están desarrollando para aprender de los bolcheviques y reconstituir entre las masas obreras el Partido Comunista que llevará la revolución socialista a la victoria definitiva.
Miguel Ángel Villalón, secretario general del Partido del Trabajo Democrático
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[1] J. V. Stalin, Historia del PC(b) de la URSS.
[2] Idem.
[3] F. Engels, Carta a V. Zasúlich, 1885.
[4] J. V. Stalin, Historia del PC(b) de la URSS.
[5] V. I. Lenin, ¿Qué hacer?
[6] V. I. Lenin, Prólogo a la recopilación “En 12 años”.
[7] J. V. Stalin, Historia del PC(b) de la URSS.
[8] V. I. Lenin, Dos utopías.
[9] V. I. Lenin, Quiénes son los “amigos del pueblo” y cómo luchan contra los socialdemócratas.
[10] C. Marx, Tesis sobre Feuerbach.
[11] J. V. Stalin, Historia del PC(b) de la URSS.
[12] Idem.
[13] V. I. Lenin, Las tareas de los socialdemócratas rusos.
[14] V. I. Lenin, Tareas urgentes de nuestro movimiento.
[15] V. I. Lenin, ¿Qué hacer?