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    Sexualidad infantil y control social:El discurso de los abusos como método disciplinario

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    Mensaje por nunca Jue Nov 05, 2015 2:00 pm


    Sexualidad infantil y control social:El discurso de los abusos como método disciplinario

    Sexuality in Childhood and social control: the discourse of abuse as a method of discipline.
    Layla Martínez, (Politóloga y sexóloga).

    Introducción

    En la sociedad actual, los niños son objeto de un control casi absoluto. Carentes de toda autonomía y privados de cualquier capacidad de decisión, cada minuto de su día a día está fuertemente controlado, sometido a vigilancia, incluido dentro de un horario. Bajo el objetivo de la protección, los niños son sometidos a un control cada vez más intenso, especialmente en lo que se refiere a sus relaciones con otros niños y, sobre todo, con otros adultos. Profesores, vecinos, monitores, familiares: todos pueden cometer abusos, todos son sospechosos, todos deben ser vigilados. El pederasta es el nuevo monstruo social, el catalizador de todos los temores y las iras de la sociedad.

    Sin embargo, esos monstruos sociales no aparecen de forma espontánea. Responden a una forma de organización social y a una distribución del poder concretas, a unas estrategias de dominación y a unos intereses determinados. Cuando se analiza el origen del actual discurso sobre los abusos durante la infancia, descubrimos que aparece en un momento y un lugar muy concretos: la década de los años ochenta en Estados Unidos. En esa época, los medios de comunicación comienzan a inundar la opinión pública con noticias sobre supuestas redes de pederastia y sectas satánicas que secuestraban, torturaban y abusaban sexualmente de niños. Aunque nunca se encontró ninguna prueba de que dichos grupos existiesen, las noticias y los debates que se emitían por la televisión a todas horas cumplieron su objetivo: crear una creciente sensación de inseguridad y miedo en torno al sexo, que comenzó a ser asociado con la idea de peligro. La sexualidad se convertía en el espacio privilegiado para el disciplinamiento de los individuos.

    Si analizamos los grupos que están detrás de la difusión del discurso del abuso, vemos que la mayoría de los expertos que lanzaron el mensaje del miedo pertenecían a un sector social muy concreto: la derecha ultraconservadora americana. Los tertulianos que se sentaban en las mesas de debate para alertar sobre los peligros que podían sufrir los niños y lanzar furibundos ataques contra aquellos que consideraban que se estaba alarmando innecesariamente a la población, pertenecían a grupos relacionados con las iglesias evangélicas y la derecha conservadora. Y ese discurso respondía a su visión de la sociedad, a sus intereses de control y disciplinamiento social. Esto no quiere decir que no existiesen casos reales de abusos sexuales durante la infancia, pero sí que se sobredimensionaron e incluso crearon de la nada para favorecer unos intereses muy concretos: los de aquellos que quieren moldear un determinado tipo de sociedad basada en la dominación de unos pocos sobre el resto. No es casualidad que ese discurso tuviese a los niños como principal objetivo, ya que fabricar adultos obedientes pasa por fabricar niños obedientes. Si se consigue crear niños atemorizados, aislados y sometidos, podremos crear adultos incapaces de rebelarse, de cuestionar el orden actual de las cosas. Habremos acabado con la posibilidad del cambio.

    El origen del discurso: la derecha ultraconservadora americana

    El inicio de la década de los sesenta supuso la puesta en marcha de importantes cambios sociales. Bajo el liderazgo mundial de Estados Unidos, la sociedad de clases quedaba convertida en una sociedad de consumo. Los nuevos consumidores celebraban el entierro del último proletario con una barbacoa en el jardín de su chalet adosado, mientras cantaban God bless America con lágrimas en los ojos. Wall Mart podía venderte cualquier cosa que pudieses desear, y todo podía pagarse a plazos, desde los asientos de skay para el nuevo coche familiar a las ofertas para viajar a los complejos vacacionales de la playa. El capitalismo está aquí para hacerle feliz. Solo tiene que decirnos lo que desea.

    La disolución de los vínculos sociales tradicionales, en los que el trabajo y la clase social tenían un lugar privilegiado, pronto afectó también a la vida íntima. Durante los años sesenta y setenta, las relaciones familiares y amorosas experimentaron cambios importantes. De ellos, uno de los más significativos será la extensión de métodos anticonceptivos como la píldora, que provocarán la ruptura definitiva del vínculo entre sexo y procreación. Como consecuencia, se empezaron a aceptar prácticas que hasta entonces habían tenido una fuerte sanción social, como el sexo prematrimonial, el sexo oral o la penetración anal. Ese progresivo deterioro de las restricciones tradicionales a determinadas prácticas supuso una importante liberalización de las costumbres en el terreno sexual. Masturbarse, ver pornografía o hacer una felación ya no era algo propio de degenerados. La línea que separaba lo “normal” de lo “anormal” se había movido unos cuantos centímetros.

    A partir de los setenta, esta progresiva liberalización de las costumbres eróticas se encontró con la ola de radicalización que recorría el terreno político. Esto supuso la aparición de lo que a partir de entonces se conocerá como la revolución sexual, que sería el punto álgido de ese movimiento de liberalización. La revolución sexual implicó una ruptura con la forma de entender la sexualidad que había estado vigente hasta entonces. En un importante sector de la sociedad, la familia y la pareja comenzaron a verse como instituciones represivas que castraban al individuo e impedían su desarrollo. Para que éste se produjese, era fundamental que la sexualidad fuera expresada libremente, lo que implicaba evitar tanto la exclusividad sexual como cualquier tipo de restricción del deseo, incluyendo las relaciones interraciales, intergeneracionales y homosexuales. El sexo había pasado de ser algo sucio y pecaminoso que solo podía tener lugar dentro del matrimonio a ser una práctica liberada de casi cualquier restricción, que además estaba en la base del desarrollo de los sujetos. La revolución sexual estaba en su máximo apogeo.

    Sin embargo, el punto álgido de este proceso de liberalización de las costumbres sexuales supuso también un punto de inflexión. A partir de mediados de los setenta, comenzaría a ponerse en marcha un discurso conservador y reaccionario que atacaría con virulencia los aspectos clave de esta liberalización, a la que culpaba del proceso de degeneración en la que se había visto inmersa la sociedad americana. La permisividad sexual era vista como la responsable de un proceso de decadencia moral que había dejado a la sociedad en manos de los desviados y los degenerados. Para evitar que esa decadencia moral se siguiese extendiendo, era necesaria una vuelta a la concepción tradicional de la sexualidad, que debía desarrollarse dentro del matrimonio y con fines procreativos. El sexo había dejado de ser la esfera del placer para convertirse de nuevo en el ámbito del peligro y el pecado.

    Aunque la mayor parte de la sociedad tenía posiciones más permisivas que las de los sectores más  reaccionarios, muchos aspectos de su propuesta acabaron impregnando el discurso social respecto a la sexualidad. Esto se debió en gran medida a la desilusión provocada por la revolución sexual, que no había producido los efectos deseados. La liberalización sexual de los sesenta había puesto demasiadas esperanzas en la capacidad de la sexualidad para lograr una mejora de la sociedad. Se creía que la ausencia de represión en el terreno sexual produciría individuos con un desarrollo personal mucho más completo, lo que acabaría produciendo una trasformación de la sociedad. Sin embargo, pronto se vio que la sexualidad no tenía la capacidad de producir un cambio social por sí misma, ya que era más producto que actor de unas determinadas condiciones sociales.

    La crisis de este ideario coincidió con el auge del discurso reaccionario, que se vio además alentado por la aparición del sida. La extensión de la penicilina durante los años cuarenta había conseguido erradicar la sífilis, que había sido la enfermedad de transmisión sexual más grave antes de la II Guerra Mundial. Sin embargo, a principios de los ochenta apareció una enfermedad desconocida hasta entonces, el VIH. La extensión inicial de la enfermedad en círculos homosexuales de la ciudad de San Francisco parecía confirmar punto por punto el discurso reaccionario, que alertaba sobre los peligros de una sexualidad “desviada” y “enferma”. La degeneración en que había caído la sociedad americana por culpa de la revolución sexual mostraba ahora sus consecuencias en forma de una enfermedad que se cebaba con aquellos que no respetaban el dogma del sexo dentro del matrimonio y con fines procreativos. De alguna manera, era como si Dios estuviese castigando a todos aquellos degenerados.

    Este discurso del castigo divino será ampliamente utilizado por la derecha cuando suba al poder en la década de los ochenta. Una de las principales características de los gobiernos de Tatcher y Reagan será la entrada en la arena política de un discurso religioso que tendrá su principal referente en la Biblia y que se basará en una distinción maniquea del bien y del mal. La confrontación política se planteará no como una lucha electoral o ideológica, sino como una batalla entre las fuerzas del bien, identificadas con los valores que la derecha decía representar, y las fuerzas del mal, que encarnaban la degeneración y el caos en que había caído la sociedad americana:

    “ Hemos decidido que las fuerzas de Satán gobiernen nuestra nación y controlen nuestro destino. Estos no son temas políticos, liberales contra conservadores o demócratas contra republicanos. Nosotros no estamos hablando de planes energéticos, economía o política. Estos son temas morales, el bien contra el mal, Cristo contra el Anticristo.” (Envío publicitario del movimiento Christian Voice, que apoyó públicamente la elección de Reagan en 1980).

    Aunque esa degeneración afectaba a todos los aspectos de la sociedad, uno de los puntos clave se encontraba en el terreno sexual, considerado el foco que había extendido la infección por el cuerpo social. Si quería atajarse la infección, era necesario actuar sobre el origen del problema, acabando con la permisividad sexual. De esta forma, la derecha ultraconservadora puso en marcha una estrategia de control social centrada en la sexualidad de los sujetos, que se consideraba la clave de su disciplinamiento. Si se quería controlar a los sujetos, era necesario disciplinar su sexualidad, hacerla funcional para los intereses de la clase dominante. Al sistema ya no le bastará con disponer de cuerpos funcionales para los intereses de la dominación. Ahora se controlarán también los deseos y los afectos.

    Esta estrategia de control social se desarrollará fundamentalmente a través de los medios de comunicación, que se convertirán en los portavoces oficiales del discurso de la derecha ultraconservadora. En apenas unos meses, los distintos canales televisivos serán ocupados por decenas de tertulianos procedentes de diferentes ramas de la iglesia evangélica. En tanto que lucha contra el Anticristo, los encargados de difundir el nuevo discurso de la dominación no serán políticos profesionales, sino líderes de distintas comunidades religiosas. Pastores, catequistas y diáconos ocuparán cientos de horas de televisión en programas y debates específicamente diseñados para la difusión de su mensaje.

    Los esfuerzos de la derecha no se centrarán únicamente en los medios de comunicación –la universidad y la investigación científica serán otros de sus campos privilegiados de actuación– pero será a través de ellos como logren que su discurso empape a la sociedad americana. Poco a poco, los aspectos fundamentales de ese discurso irán calando en la opinión pública, que hasta entonces había sido mucho más permeable a los ideales de la izquierda. Los furibundos ataques de los líderes religiosos contra cuestiones como el aborto, la homosexualidad o la pornografía lograrán extender una visión del sexo que lo asociará con la ideas de peligro y violencia. A partir de entonces, el sexo dejará de ser sinónimo de placer o bienestar y será asociado con conceptos como la violación, el abuso, las enfermedades de transmisión sexual o los embarazos no deseados. La sexualidad será el espacio privilegiado del miedo y, por tanto, el lugar idóneo en el que desplegar una estrategia de dominación.

    Monstruos sociales e histeria colectiva

    A principios de los años noventa, el discurso que asociaba el sexo con el peligro y la violencia centró sus esfuerzos en el campo de la sexualidad infantil. Aunque la derecha cristiana nunca abandonará sus ataques contra el aborto o la homosexualidad, estos aspectos tendrán una extensión social mucho menor que los dirigidos al control de la sexualidad infantil. En buena medida, esto se debe a la labor de los movimientos gay y feminista, que en esta misma época logran una gran visibilidad social y consiguen introducir muchas de sus reivindicaciones en la agenda política. Esto restará influencia a muchos de los argumentos de la derecha cristiana, por lo que los distintos grupos que la conformaban desplazaron su atención hacia el campo de la sexualidad infantil. En este campo sus argumentos no solo no serán contestados por ningún otro movimiento, sino que además encontrarán puntos en común con grupos muy alejados ideológicamente.

    La idea de la inocencia y la pureza infantil había estado en la doctrina cristiana desde siempre. Para el cristianismo, los niños nacen como seres puros que carecen de toda idea de maldad. Es la degeneración existente en la sociedad la que los corrompe y les hace caer en el vicio y el pecado. Así, la homosexualidad, por ejemplo, era entendida como el producto de la influencia de hombres desviados y perversos que corrompían y abusaban de los niños durante la infancia y la adolescencia. La degeneración de la sociedad introducía el pecado en los niños, y este solo podía eliminarse mediante la oración, la lectura de la Biblia y el abandono de las prácticas perversas. Todos los comportamientos desviados de la edad adulta –es decir, todos aquellos que se saliesen del esquema del sexo procreativo dentro del matrimonio– eran el producto de la influencia que ejercía la sociedad degenerada sobre los niños. Por ello, la infancia era el momento clave de la biografía en el que intervenir, el lugar privilegiado en el que desplegar los dispositivos de dominación.

    Estos dispositivos estaban centrados fundamentalmente en la sexualidad, ya que la degeneración sexual era la que producía todas las demás desviaciones del individuo. En el discurso de estos grupos, detrás incluso de problemas sociales como el alcoholismo o la delincuencia se encontraba muchas veces una conducta  desviada en el terreno sexual, originada en la infancia del individuo. Los alcohólicos, las prostitutas o los drogadictos eran niños que habían sido expuestos a abusos o a conductas desviadas en el terreno sexual. Los análisis en términos de clase social o explotación quedaban eliminados del discurso: el sexo, y en concreto la sexualidad infantil, era lo único que importaba.

    A partir de los años noventa, la derecha ultraconservadora propició la aparición en los medios de comunicación de expertos que difundirán lo que se conocerá como el discurso del abuso. Estos expertos, fundamentalmente psicólogos, ampliaron enormemente el concepto de violación y abuso sexual, abarcando conductas que hasta entonces no se habían considerado como tales. Prácticas como las caricias genitales entre niños, que en los setenta se habían considerado un signo de salud, eran ahora vistas como abusos sexuales, especialmente si existía una diferencia de edad entre los niños, por pequeña que fuera. Cualquier conducta que implicase una expresión de la sexualidad era considerada un indicio de problemas más profundos, fundamentalmente de abusos en el seno familiar. Los niños que exhibían sus genitales delante de otro, mostraban interés por los de sus compañeros o tenían un vocabulario obsceno eran rápidamente tratados por el psicólogo del colegio, encargado de evaluar la posibilidad de que el niño fuera víctima de abusos sexuales. Cualquier conducta podía ser un indicio. Cada gesto, cada palabra, debía ser controlada, evaluada y fiscalizada.

    En esta cruzada para proteger a los niños de los peligros de la sexualidad, la derecha cristiana encontró puntos en común con algunos sectores del feminismo más radical, y no dudaron en aprovecharlos para aumentar su influencia social. Aunque se trataba de dos movimientos muy separados ideológicamente, el abandono por parte de la derecha cristiana de temas como el aborto o la libertad sexual de las mujeres para centrarse en la infancia, posibilitaban un acercamiento, que se produjo en torno a la idea del sexo como peligro. Una parte del feminismo más radical había difundido la idea de que toda relación heterosexual implicaba una violación, ya que el hombre estaba en una posición social superior a la de la mujer. Las mujeres y los niños eran víctimas potenciales de los hombres, que ejercían su posición de dominación fundamentalmente en el seno de la familia. Aunque los objetivos de ambos movimientos eran muy distintos, la derecha ultraconservadora utilizó esos argumentos en beneficio propio. Los expertos que divulgaban el discurso del abuso comenzaron a difundir estudios y estadísticas que afirmaban que casi un 60% de las niñas y un 30% de los niños habían sufrido abusos en algún momento de su infancia. Aunque los datos eran claramente exagerados, sirvieron para extender la idea de que todos los niños eran susceptibles de estar siendo abusados o de haber sufrido una violación. Estos abusos eran cometidos casi en su totalidad por los adultos varones de su entorno, por lo que cualquier hombre que se relacionase con el niño estaba bajo sospecha. Profesores, monitores y familiares debían ser vigilados. Cualquiera podía ser un corruptor de menores.

    La extensión de estos discursos en la sociedad se vio favorecida por la aparición de graves casos de pederastia en los medios de comunicación. A partir de los años noventa, los medios dedicarán una creciente atención a los casos relacionados con la pornografía infantil y las relaciones entre adultos y niños, en gran medida por la presión del nuevo discurso. Se extenderá la idea de que la lucha contra los abusos emprendida por la derecha cristiana había permitido sacar a la luz una realidad que hasta entonces había estado oculta debido a la permisividad con que se había tratado a la sexualidad. Sin embargo, la realidad es muy distinta. Los abusos sexuales infantiles y la pederastia no es un problema social que se descubre a principios de los noventa, es un problema que se crea en ese momento, porque es entonces cuando esa realidad concreta comienza a verse como problemática. Conductas que hasta entonces no habían sido consideradas como abuso –por ejemplo, que un adulto fotografíe a un niño desnudo– pasan a ser identificadas como tal en ese momento, convirtiéndose en problemas sociales. Antes de ese momento ya existían adultos que se sentían atraídos por los niños y les fotografiaban con fines eróticos, pero ese hecho no era visto como un abuso por el resto de la sociedad. La ampliación del concepto del abuso y la intensa atención que le dedicó la prensa transmitieron la sensación de que los casos de pederastia se habían multiplicado enormemente, cuando los datos en realidad no revelaban un aumento, incluso aunque ahora se considerasen como tales cosas que antes no eran vistas así. No es que la realidad confirmase el discurso de la derecha, es que el discurso había modificado la percepción de la realidad.

    La sensación de peligro y amenaza que parecía acechar a los niños de forma continua generó una suerte de histeria colectiva que acabó afectando a toda la sociedad. Cualquier conducta del niño podía ser interpretada como un indicio de que estaba sufriendo abusos, desde la apatía por los estudios a los problemas para dormir. La lista de síntomas elaborada por los expertos era tan amplia que prácticamente cualquier niño podía encajar en ella, por lo que se instaba a las madres a que vigilasen todos los movimientos de sus hijos, especialmente en lo que se referían a las relaciones de estos con hombres adultos, como profesores, vecinos o familiares. En torno al abuso se generó toda una industria de libros, terapias psicológicas y programas de televisión que generaron enormes beneficios para los expertos que los protagonizaban, a la vez que actuaban como dispositivos de control social tremendamente eficaces.

    Esta histeria colectiva provocó la aparición de numerosos casos de pederastia cada vez más dudosos, en los que no se respetaba ninguna garantía procesal para el acusado. Los testimonios de los niños bastaban para condenar a los procesados a penas de hasta treinta años de prisión, a pesar de que la Policía fuese incapaz de encontrar ni una sola prueba de que esos testimonios fuesen ciertos y a pesar de que en muchas ocasiones habían sido obtenidos de forma irregular. En casos como el de la guardería McMartin, en Estados Unidos, bastó la declaración de la madre de uno de los niños ―con un diagnóstico de esquizofrenia y que había abandonado la medicación―, para procesar judicialmente a todos los profesores del centro, a los que se les acusaba de celebrar orgías y ritos satánicos con los niños. Después de varios años de proceso judicial, los profesores fueron absueltos, pero el juicio paralelo en los medios, que no dudaban de su culpabilidad, ya había hecho que uno de ellos se suicidase. Algo similar sucedió en el caso de la familia Friedman, cuyos miembros fueron condenados a treinta años de prisión por las declaraciones de un menor vecino de la familia, que afirmaba haber sido sometido a abusos en el sótano de la casa. El testimonio del menor había sido obtenido en interrogatorios de cinco y seis horas de duración en los que el niño –de siete años de edad– había sido fuertemente presionado. Poco importó que la descripción del sótano ni siquiera se correspondiese con la realidad, porque dos de los tres acusados acabarían suicidándose en prisión. Las pruebas eran algo secundario: la pederastia se había convertido en el catalizador de los temores y las iras de la sociedad. El pederasta era el nuevo monstruo social.

    El dispositivo de dominación

    La consecuencia de la extensión del discurso del abuso fue la creación de un dispositivo de control social tremendamente eficaz. La derecha ultraconservadora había intuido que la sexualidad era el aspecto clave para lograr el disciplinamiento de los individuos, y no estaba equivocada. La Modernidad había inaugurado en el siglo XVIII los mecanismos de control de los cuerpos, con el objetivo de hacerlos funcionales para los objetivos del capitalismo. Colegio, hospital, fábrica y cárcel actuaban sobre los cuerpos de los individuos para hacerlos útiles a las nuevas formas de dominación capitalista, que exigían la adaptación a unas nuevas condiciones sociales. Esta estrategia no se abandonaría nunca, pero se iría perfeccionando a medida que se modificasen las necesidades de la dominación. Pronto se vio que la sexualidad era un espacio clave para lograr ese disciplinamiento, por lo que se puso en marcha un dispositivo de control social basado en la identificación de los masturbadores, los homosexuales y las histéricas como los nuevos monstruos sociales. Cuando ese discurso fue cuestionado y derribado en la revolución sexual de los años setenta, fue necesaria la creación de un nuevo monstruo social en la figura del hombre que se sentía atraído eróticamente por los niños, que hasta entonces había sido considerado un ser débil e inofensivo.

    De esta forma, la dominación volvía a introducirse en un aspecto clave del individuo, ya que el disciplinamiento de la sexualidad implicaba el control de aspectos como los deseos, los afectos y los vínculos de los sujetos. Entendida en un sentido amplio, la sexualidad es lo que nos hace los sujetos que somos, ya que ella es la que marca la atracción que sentimos por otras personas y las relaciones que mantenemos con ellas. La dominación llega así a los resquicios más íntimos del individuo, a sus deseos y sus afectos. El control ya no se ejerce únicamente mediante la explotación laboral en el puesto de trabajo o la privación de la libertad en la cárcel, sino también a un nivel mucho más íntimo.

    En los últimos años, los niños han pasado a estar permanentemente vigilados y controlados. A pesar de que los delitos contra los menores no han aumentado, el discurso del abuso ha conseguido crear la sensación de que el peligro es mucho mayor que antes, por lo que los niños han sido probados de cualquier tipo de autonomía. Actualmente, en la mayoría de las ciudades, los niños no salen solos a la calle hasta edades muy avanzadas y todas sus actividades son constantemente supervisadas por un adulto. El niño se acostumbra así a vivir en la sociedad de la vigilancia y el miedo, lo que hará que acepte mucho más fácilmente un alto grado de control social en la edad adulta. Bajo la apariencia de una libertad mucho mayor que antes, se elimina la posibilidad de una disensión real, ya que el individuo no ha conocido otra cosa que el control y la vigilancia permanentes. Un control y una vigilancia que además ha interiorizado en su esfera más íntima, lo que hace que su identificación sea mucho más difícil. Los dispositivos de dominación ya no son externos al individuo, sino internos. El sistema está dentro de nuestra cabeza y controla nuestros deseos y nuestros afectos.

    El dircurso anarquista sobre la sexualidad

    El objetivo de la crítica anarquista sobre la dominación debe ser la desarticulación de todos los mecanismos que la hacen posible. Los dispositivos de control que hay detrás de muchos discursos sociales deben ser identificados y desarmados, ya que él éxito de estos dispositivos requiere una aceptación acrítica de los mismos. Cuando se cuestionan estos discursos y se elabora una visión propia, dejan de funcionar como dispositivos de disciplinamiento, ya que pierden su capacidad de dirigir las conductas de los individuos. El pensamiento libertario debe cuestionar sistemáticamente todos los discursos extendidos en la sociedad, porque todos ellos responden a unos objetivos específicos. Los discursos no son neutrales: sirven a quien los crea. El discurso actual del sexo como peligro fue creado por la derecha ultraconservadora americana en un momento histórico en el que la clase dominante percibió la necesidad de profundizar en el disciplinamiento de los cuerpos a través de la sexualidad. Cuando se reproduce ese discurso, se está reproduciendo un mecanismo de control social que busca la interiorización de la sociedad del miedo y la vigilancia permanente. El discurso está tan extendido socialmente que debe hacerse un esfuerzo para no reproducirlo. De hecho, algunas de las ideas que antes se nos vienen a la cabeza cuando pensamos en la sexualidad, sobre todo en la infantil y la adolescente, son conceptos como violación, abuso, enfermedades de transmisión sexual o embarazos no deseados. Esto es muy claro, por ejemplo, en la educación sexual que reciben los adolescentes actualmente. Lejos de recibir una formación que trate conceptos como los deseos, la erótica, la pareja, los afectos o los procesos de sexuación, la educación sexual se limita a charlas de una hora cuyos contenidos giran únicamente en torno a métodos para evitar el contagio de enfermedades o los embarazos no deseados. Esto no significa que estos dos aspectos no sean importantes, pero sí que no deberían ser los únicos que se impartiese. El hecho de que se seleccionen estos aspectos y no otros responde a esa idea del sexo como riesgo y peligro, en lugar de una expresión de lo que somos como sujetos. Otro ámbito donde se percibe de forma clara la vigencia del discurso de la derecha cristiana es el cine y la televisión, donde los abusos y las violaciones tienen una presencia abrumadora, sobre todo si los comparamos con la aparición de otras expresiones de la sexualidad en la que esta es vista de forma positiva.

    Es necesario que el anarquismo recupere el discurso propio sobre la sexualidad, ya que de otra forma se verá obligado a reproducir el discurso dominante y, con él, los dispositivos de control social que lleva implícitos. Esto no significa que haya que aceptar cualquier tipo de conducta en el terreno sexual, pero sí que deben establecerse unos criterios propios para decidir cuáles son aceptables y cuáles no. De lo que se trata es de abandonar los criterios impuestos, que giran fundamentalmente en torno a la asociación entre sexualidad y peligro, y adoptar otros que estén libres de los intereses de la dominación, como puede ser la reciprocidad o la decisión libre de los sujetos que participan en esa práctica.

    En definitiva, se trata de que el anarquismo recupere la iniciativa en la reflexión sobre la sexualidad que tuvo durante las tres primeras décadas del siglo XX, cuando los pensadores libertarios fueron los primeros en teorizar sobre cuestiones como los métodos anticonceptivos, la procreación o la pareja. No podemos dejar que la reflexión sobre el sexo esté únicamente en manos de las clases dominantes, ya que, por encima del placer o el peligro, la sexualidad –entendida en un sentido amplio como el conjunto de nuestros deseos, nuestros afectos y nuestros vínculos–, es la expresión más profunda de lo que somos.



    Última edición por nunca el Jue Nov 05, 2015 2:05 pm, editado 1 vez
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    Mensaje por ajuan Jue Nov 05, 2015 2:03 pm

    Si podes quitar la mayuscula del titulo.

    Saludos
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    Mensaje por nunca Jue Nov 05, 2015 2:05 pm

    Editado, aunque debo decir que yo no lo puse en mayúscula, son cosas del copipega.
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    Mensaje por VanguardiaPopular Sáb Nov 07, 2015 1:31 am

    Muy interesante, la verdad.
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    Mensaje por peinaokskrew Dom Nov 15, 2015 11:06 pm

    Muy interesante camarada!
    Gracias!
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    Mensaje por nunca Dom Dic 27, 2015 9:49 pm

    La amenaza satánica

    La célebre novena declaración satánica de Anton LaVey dice: "Satán ha sido el mejor amigo que la Iglesia siempre ha tenido, ya que la ha mantenido en el negocio todos estos años" [1]. Y no sólo a la Iglesia como institución: una extensa caterva de "demonólogos", "exorcistas" y "expertos en sectas satánicas" cristianos obtienen excelentes beneficios con libros, conferencias y apariciones en los medios de comunicación en los que explotan sin recato el infantil miedo al Diablo de los feligreses, difundiendo toda clase de fábulas morbosas y truculentas sobre el Satanismo y sus seguidores. Los libelos de estos "expertos" —curas y beatos de todo pelo, a los que se suman algunos periodistas sensacionalistas poco escrupulosos— han hecho creer a mucha gente, especialmente a la más desinformada e impresionable, que los satanistas constituyen una amenaza pública, porque realizarían rituales secretos que implicarían secuestros, abusos y asesinatos. Las acusaciones de estos nuevos inquisidores son tan falsas y malintencionadas como las de sus predecesores históricos, pues sólo es su impotencia efectiva para enviar a la tortura y a la hoguera a los "seguidores del Diablo" de hoy lo que les diferencia en realidad de los inquisidores de antaño.

    En una vieja estratagema —que al parecer ya utilizó contra ella el propio Estado romano, al acusar en su día a los primeros cristianos de practicar el canibalismo—, la Iglesia ha presentado a todos los colectivos que deseaba exterminar con tintes monstruosos y criminales, inventando para ello todo tipo de historias atroces y repulsivas que provocaran inmediatamente el deseado clima de linchamiento y sed de sangre de la población. Y a lo largo de la historia no han sido pocos los planes eclesiásticos de genocidio, dentro y fuera de las fronteras europeas. David Frankfurter, profesor de historia de la religión de la Universidad de New Hampshire, ha demostrado que los modernos relatos sobre supuestas atrocidades cometidas por los satanistas son simplemente una versión actualizada del tipo de acusaciones vertidas en otros tiempos por la Iglesia contra los paganos, los herejes, los judíos o las brujas [2]. Sobre todos estos colectivos "disidentes", que la Iglesia pretendía borrar del mapa a toda costa, se fabricaron falsas crónicas que los mostraban practicando "crímenes rituales", en especial abusos y sacrificios de niños [3]. Estas acusaciones inventadas, que justificaron la persecución y el asesinato —esta vez bien reales— de muchos miembros de estas comunidades minoritarias, reciben en los estudios históricos el nombre genérico de "libelos de sangre".

    Incluso las imágenes utilizadas son básicamente las mismas a través de los siglos: los "enemigos de la Iglesia" (cátaros, judíos... satanistas) llevarían a cabo en secreto y de forma regular blasfemas parodias de la misa católica, en las que un niño secuestrado sería torturado y asesinado para obtener su sangre. Pero indefectiblemente estas historias, cuando han sido investigadas, se han revelado totalmente falsas. Ni los albigenses, ni los judíos, ni los satanistas realizaban o realizan "crímenes rituales", ni buscaban o buscan niños para sus actividades ceremoniales. [4]

    La visión del Satanismo moderno como un movimiento acechante, peligroso, criminal, ha sido alentada desde los círculos eclesiásticos e integristas cristianos, y se ha difundido en Occidente por muchos medios. El cine ha dejado algunas imágenes imborrables en nuestra cultura contemporánea, como la célebre película Rosemary's Baby (El Bebé de Rosemary, traducida como La Semilla del Diablo en España, estrenada en 1968), que recoge la delirante idea de que los satanistas querrían tener su propio mesías en la Tierra, y que por lo tanto andarían buscando mujeres incautas para ser inseminadas por el mismísimo Demonio. Esta historia del "mesías satánico" se retoma en otro clásico del cine de terror, la saga de The Omen (La Profecía, 1976-2006). Y la lista de películas sobre el peligro de las "sectas satánicas" es interminable —a mi juicio entre las mejores está una de las primeras, todavía en blanco y negro: Night of the Demon (La Noche del Demonio, 1957).

    Todas estas obras de ficción precedieron y acompañaron a un impresionante movimiento de "caza de brujas" contra los satanistas —más supuestos que reales— que se desató entre comienzos de los setenta y finales de los noventa del pasado siglo, especialmente en los países anglosajones. Este fenómeno mediático y sociológico, impresionante por su forma de desarrollarse sin ninguna prueba real que lo sustentase, ha sido conocido como el "pánico satánico".

    Mucho se ha escrito ya sobre el "pánico satánico" [5], especialmente en Estados Unidos, donde su aparición se unía a una larga serie de "pánicos" irracionales que algunos autores consideran endémicos de la sociedad norteamericana [6]. Debbie Nathan y Michael Snedeker, autores de uno de los mejores estudios sobre el asunto en ese país, lo definen sencillamente como "una moderna caza de brujas americana" [7]. A finales de la década de los sesenta comienzan a expandirse rumores por Estados Unidos sobre una supuesta actividad en la sombra de grupos satánicos que estarían "infiltrados" en prácticamente todas las ciudades y poblaciones del país, y que se dedicarían en secreto a las prácticas más horrendas. Cualquier vecino, a pesar de su aspecto corriente —como "demuestra" el film Rosemary's Baby—, podía ser sospechoso de "satanista", lo que equivalía a convertirse en un monstruo criminal extremadamente peligroso. Los contenidos de estas historias alcanzaban cotas inimaginables de depravación y horror, y su veracidad parecía estar avalada por las medidas policiales y judiciales que se ponían en marcha. Por ejemplo, en marzo de 1991 dos hermanas adultas de San Diego demandaron a su madre, que tenía entonces sesenta y seis años, por haberlas violado y torturado cuando eran niñas en el transcurso de espantosos "rituales satánicos" en grupo, en los que participaba también su padre, ya fallecido. Las dos mujeres acusaron a su madre y al resto de miembros de aquel grupo de haberlas obligado a asesinar a sus propios bebés, frutos de las violaciones sufridas, así como a ejercer de prostitutas para atraer a indigentes que luego eran sacrificados.

    La sentencia del juicio no consideró ciertas las alegaciones de las dos mujeres. Lo más interesante de este caso es que las dos supuestas víctimas no recordaban absolutamente nada de estas pretendidas vejaciones sufridas en su infancia, y que la historia procedía enteramente de lo que les había"revelado" su psicoterapeuta. Como señala Jeffrey Victor en su documentado estudio El Pánico Satánico, la Creación de una Leyenda Contemporánea:

    "El elemento central del caso fue la influencia del psicoterapeuta de las dos hijas, porque ellas decían no tener memoria de las torturas de su infancia, hasta el momento en que los recuerdos fueron "sacados" por su terapeuta, Tim Maas, un consejero matrimonial. La formación profesional de Maas se limitaba a una diplomatura en administración de empresas y un grado ministerial en asesoramiento pastoral. Era un antiguo ministro de la iglesia evangélica luterana. Sus seis clínicas, que se proclamaban "de orientación cristiana", estaban tratando en aquel entonces unos cincuenta casos de "abusos rituales satánicos" y recibían dos nuevos casos cada mes. Los "terapeutas" empleados eran personas no profesionales formadas en las propias clínicas." [8]

    Cuando el veredicto no satisfizo las demandas de las dos hermanas, éstas declararon que el objetivo de su acción había sido en realidad, y cito de nuevo el estudio de Victor: "ganar publicidad en favor de la realidad del abuso ritual de niños por parte de cultos satánicos".

    El papel de estos terapeutas de ideología fundamentalista cristiana es clave para entender las aparentes "evidencias" con que contaba el "pánico satánico", pues muchos casos procedían igualmente de "recuerdos" surgidos sólo tras dudosas sesiones de hipnosis. El hecho de que estos personajes tuvieran en ocasiones una titulación académica en psicología ha sido presentado a menudo como prueba irrefutable de la autenticidad de estos casos que ayudaban a "sacar" de las mentes de sus devotos y siempre olvidadizos pacientes. Pero los que usan a estos psicólogos como pruebas de peso para alentar el "pánico satánico" se cuidan muy mucho de darles demasiada voz, porque inmediatamente saldría a la luz el carácter delirante de sus planteamientos: "En los años noventa el psicólogo D. Corydon Hammond hizo pública una teoría detallada del abuso ritual, extraída de las sesiones de hipnosis con sus pacientes. En ella alegaba que estas personas eran víctimas de una conspiración mundial de células clandestinas, secretas y organizadas, que usaban la tortura, el control de la mente y el abuso ritual para crear personalidades alternativas que pudieran ser "activadas" con palabras clave, y que eran entrenadas como asesinos, prostitutas, traficantes de drogas y como trabajadores infantiles del sexo (utilizados para producir pornografía infantil). Hammond defendía que sus pacientes le revelaron que la conspiración estaba dirigida por un médico judío de la Alemania nazi, que ahora trabajaba para la Agencia Central de Inteligencia, y que tenía como objetivo la dominación de todo el planeta por parte de un culto satánico" (Wikipedia).


    Uno de los casos más sonados del "pánico satánico", también uno de los primeros, se conoce generalmente como Michelle recuerda, en alusión al título del best-seller que terapeuta y paciente escribieron juntos, tras contraer matrimonio. Lawrence Pazder, el psicólogo, un ferviente católico canadiense, conoció a la que sería su esposa y suministradora de material para su libro, Michelle Smith, en 1973. En 1978 viajaron juntos al Vaticano para alertar a las autoridades eclesiásticas del peligro de los "crímenes rituales satánicos". En 1980 apareció el libro que les haría célebres y que se publicitaba en su portada como The shocking true story of the ultimate evil: A child's possession by the Devil! ("Una sobrecogedora historia real de extrema maldad: ¡La posesión de una niña por el Diablo!"). Como en el caso de las dos hermanas de San Diego, Michelle sólo comenzó a "recordar" bajo hipnosis, una técnica que —pese a lo que suele creer el gran público— no garantiza en absoluto la veracidad de los relatos de los que se someten a ella, sino que es al contrario un marco idóneo para inducir falsos recuerdos y estimular la apariencia de autenticidad de todo tipo de imágenes fantásticas [9]. El libro de Pazder y Smith está completamente desprestigiado hoy, y muchas de las figuras del clero norteamericano que en su momento le manifestaron su simpatía se han desmarcado públicamente de él en los últimos años. De hecho los datos objetivamente comprobables del libro han resultado ser todos falsos. Por ejemplo, Michelle Smith decía haber logrado "recordar" una celebración satánica de cientos de personas durante ochenta y un días ininterrumpidos en el cementerio de Ross Bay (Victoria, Canadá), pero el citado cementerio está rodeado por tres de sus lados por grandes bloques de pisos, y ninguno de sus vecinos se percató de nada inusual en aquellos años. En un primer momento, Pazder y Smith llegaron a afirmar que la inmensa celebración fantasma era obra de la Iglesia de Satán, pero cambiaron rápidamente de idea cuando Anton LaVey les amenazó con una demanda. Prefieron decir que se trataba de un grupo satánico desconocido.

    Una acogida mediática sin precedentes recibió en esos años del "pánico satánico" el proceso contra un parvulario de Manhattan Beach (California). En 1983 la familia McMartin, propietaria del establecimiento, fue acusada por algunas madres de estar realizando "rituales satánicos" con sus hijos, en los que se producían actos de sodomía y de bestialismo. El caso se llevó a los tribunales en 1984 y obtuvo un veredicto definitivo en 1990, en lo que se considera el juicio más largo y más costoso de toda la historia de los Estados Unidos. La familia McMartin fue absuelta sin cargos, por falta absoluta de evidencias que corroboraran lo que decían los niños. Por ejemplo estos decían haber sido conducidos por los McMartin a unos túneles secretos bajo el parvulario, donde se habrían celebrado los "rituales". Pero la investigación directa de la policía, así como los archivos municipales, e incluso los escáner, demostraron que el subsuelo del centro era macizo, sin ningún tipo de túneles o pasadizos. Por otra parte las declaraciones de los niños eran claramente fantásticas: dijeron haber viajado en globo, haber visto brujas volando en escobas y haber sido introducidos en los túneles succionándolos a través de las tazas del water (como en los comics más depresivos de Crumb). Cuando se le mostraron algunas fotografías, uno de los niños reconoció al actor Chuck Norris como uno de los "sacerdotes" satánicos. Unos años después del veredicto algunos de los niños, ya adultos, confesaron públicamente haber mentido, aunque la triste fama del caso llevó al cierre definitivo del parvulario.

    La histeria antisatánica concluyó, al menos en su forma más exacerbada, a finales de los noventa, cuando la falta de consistencia de todas estas acusaciones condujo al FBI y a otros departamentos de seguridad norteamericanos a concluir oficialmente que el "abuso ritual satánico" era un mito [10]. Durante los juicios llevados a cabo en esos años se pusieron en evidencia una y otra vez los prejuicios puritanos y fundamentalistas que subyacían a esta moderna "caza de brujas". La estética dark o cercana al black metal de muchos jóvenes norteamericanos fue suficiente para considerarlos más que sospechosos de practicar "crímenes rituales". Burk Sauls, en un artículo sobre uno de los procesos, señala que: "Los libros de Stephen King se utilizaron como pruebas de cargo al no poder encontrarse ninguna prueba real. Se mostraron en el juicio camisetas de conciertos de color negro como evidencia de que un adolescente era capaz de matar a tres niños de ocho años. Se leyeron ante el jurado letras de canciones de Blue Oyster Cult y de Pink Floyd para demostrar que los acusados eran culpables". [11]

    Entonces, y para terminar: ¿No se han cometido nunca en el mundo crímenes vinculados a la simbología satanista? Ciertamente sí. Pero estos crímenes han sido obra de determinados psicópatas homicidas que han utilizado imágenes o términos satánicos sólo como una burda forma de realzar el terror que deseaban imponer a su paso. Sus atrocidades no se producían en ningún contexto "ritual" ni formaban parte de los postulados o de las actividades de ningún colectivo satanista. Estos dementes creían ser "Satán" como creían ser "Jesucristo" —algunos célebres casos han dicho ser ambos indistintamente—, o se consideraban "el brazo de Dios" llamado a acabar con "el pecado", etc. De hecho, la megalomanía enfermiza de estos sujetos les ha llevado a preferir en la mayoría de los casos los símbolos bíblicos. No sería justo achacar a los cristianos como colectivo todos los crímenes de homosexuales, strippers y prostitutas realizados por desequilibrados que han creído oír la voz de "Dios" eligiéndoles para terminar con "el pecado" en las calles. Del mismo modo habría que proceder cuando este tipo de enfermos deciden nombrarse a sí mismos nada menos que "Satán".

    Uno de los casos más tristemente célebres es el del asesino en serie norteamericano Richard Ramírez, autor de cerca de una veintena de crímenes en California, que profirió en el juicio el nombre "Satán" y se dibujaba ocasionalmente pentagramas en las manos. Ramírez no aprendió de ningún colectivo satanista sus atrocidades, sino de un veterano del ejército de los Estados Unidos. Como se señala en Wikipedia: "Cuando Ramírez tenía trece años empezó a pasar mucho tiempo con su primo Mike, un veterano de las Fuerzas Especiales en la guerra de Vietnam. Mike logró fascinar a Ramírez con fotos polaroid de mujeres vietnamitas que se jactaba de haber torturado y asesinado. Los dos pasaron mucho tiempo juntos dando vueltas en coche y, según Ramírez, su primo le enseñó cómo disparar y cortar a la gente para conseguir 'el máximo efecto'." Durante el juicio de Ramírez, una de las "pruebas" más sólidas presentadas en alegación de su supuesto "satanismo" fue su afición por el grupo AC/DC (!). Judas Priest o Marilyn Manson han tenido también que hacer frente, en distintos momentos de sus carreras, a acusaciones de ser los "inspiradores" de psicópatas y desequilibrados, como si los estragos de la enfermedad mental necesitasen de alguna justificación ideológica real.


    Notas

    [1] A. LaVey. La Biblia Satánica, 1969: "Las nueve declaraciones satánicas".

    [2] D. Frankfurter: Evil Incarnate. Rumors of Demonic Conspiracy and Ritual Abuse in History. Princeton University Press, 2006. Del mismo autor: Le Mal et ses Complots Imaginaires. Du Cannibalisme des Premiers Chrétiens aux Abus Rituels Sataniques. Terrain vol. 50 (2008), pp. 14-31.

    [3] Merece la pena leer a J. M. Perceval: Un Crimen sin Cadáver: el Santo Niño de la Guardia. Historia 16 vol. 202 (1993), pp. 44-58.

    [4] No puedo dejar de señalar aquí que la falta de pruebas de estas supuestas prácticas contrasta llamativamente con la bien demostrada reiteración de delitos de pedofilia entre los sacerdotes católicos, precisamente los autores de esas truculentas historias con niños que han servido para acusar a sus enemigos. Los frecuentes casos de pedofilia entre el clero católico sólo modernamente están siendo llevados a los tribunales, y demostrados allí sobradamente, pero parece sin duda una práctica antigua entre los miembros de esa institución. No habría que descartar que algo de su misma mentalidad pudiera estar detrás de las repetitivas descripciones, tan morbosamente minuciosas, de abusos de cuerpos infantiles que pueblan insistentemente los "libelos de sangre" de antaño y los panfletos eclesiásticos sobre la "amenaza satánica" de hoy.

    [5] Además de los textos citados en otras notas de este artículo: G. Clapton: Satanic Abuse Controversy. University of North London Press, 1993. M. De Young: The Ritual Abuse Controversy. McFarland, 2002. R. D. Hicks: In Pursuit of Satan. The Police and the Occult. Prometheus Books, 1991. J. S. La Fontaine: Speak of the Devil. Tales of Satanic Abuse in Contemporary England. Cambridge University Press, 1998. G. J. Medway: Lure of the Sinister. The Unnatural History of Satanism. New York University Press, 2001. J. T. Richardson y J. Best: The Satanism Scare. Transaction Publishers, 1991. P. J. Stewart y A. Strathern: Witchcraft, Sorcery, Rumors, and Gossip. Cambridge University Press, 2004.

    [6] M. Moore: Bowling for Columbine, 2002.

    [7] D. Nathan y M. R. Snedeker: Satan's Silence. Ritual Abuse and the Making of a Modern American Witch Hunt. Basic Books, 1995.

    [8] J. S. Victor: Satanic Panic. The Creation of a Contemporary Legend. Open Court Publishing, 1993.

    [9] H. Wakefield y R. C. Underwager: Return of the Furies. An Investigation into Recovered Memory Therapy. Open Court Publishing, 1994.

    [10] B. Douellet: La Croisade contre les Satanistes. Théologiques vol. 5/1 (1997) pp.59-88. D. Vera: Against Satanic Panics. 2006.

    [11] B. Sauls: Les Meurtriers de "Robin Hood Hills", 2001. Véase también: M. W. Anderson y B. Savory: The Last Pentacle of the Sun: Writings in Support of the West Memphis Three. Arsenal Pulp Press, 2004.


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    Sexualidad infantil y control social:El discurso de los abusos como método disciplinario Empty Re: Sexualidad infantil y control social:El discurso de los abusos como método disciplinario

    Mensaje por nunca Dom Dic 27, 2015 9:51 pm


    Capítulo 6: Falsas acusaciones y la mentira del abuso infantil

    Jueves, 22 de Diciembre, 2011

    Peter Zohrab 2011

    Traducción al castellano por: Gustavo Revilla Olave y Alberto Martínez Vadillo

    Introducción

    Las sociedades occidentales han sido llevadas a un estado de paranoia colectiva en lo referido al abuso sexual de niños cometido por los hombres. Esta situación próxima a la histeria ha sido provocada por los medios de comunicación: ellos se regodearon con la propaganda feminista antivarón y nos la pasaron al resto de nosotros, que quizás pensamos ingenuamente que los medios de comunicación no nos mentirían. De hecho, hasta hace relativamente poco, cuando yo comencé a interesarme por el tema, pensaba como la mayoría de la gente que “abuso infantil” y “abuso sexual infantil” eran lo mismo, aunque no lo son.
    Algunos terapeutas han animado a pacientes adultos a achacar una amplia variedad de síntomas a memorias suprimidas de hombres abusando sexualmente de ellos cuando eran niños. Algunas madres han utilizado de un modo creciente las acusaciones de abuso infantil como un arma dentro de las disputas por la custodia de los niños, de acuerdo con la asociación World Wide Divorcer Parents. (members.xoom.com/WWDD/false.htm).
    Las mujeres no tienen nada que perder al utilizar esta táctica para ganar la custodia exclusiva y/o restringir el acceso de los padres a los niños, desde el momento que no hace falta ninguna prueba, según el proceder habitual de los juzgados criminales, para realizar estas alegaciones en los juzgados de divorcio. Ni tampoco es probable que sean acusadas por hacer esta clase de falsas alegaciones- en base a las cargas de prueba requeridas por las cortes criminales, sería muy difícil el demostrar que las acusaciones fueron falsas. Así que los hombres son considerados culpables en base a simples, no probadas alegaciones en los juzgados de familia/divorcio- ¡y quienes les acusan son inmunes a las acusaciones, ya que cualquier cargo por perjurio requeriría pruebas reales!
    Es importante proteger a los niños, pero debemos establecer un equilibrio entre proteger a la sociedad de los abusadores sexuales y proteger a la gente inocente de los recuerdos prefabricados de abuso durante la infancia, creados en mentes adultas por los asesores feministas.
    Abuso a niños y abuso sexual a niños.
    El compendio estadístico de los EEUU de 1992 (tabla Nº 301) informa de que en el año 1976 el maltrato sexual ascendía sólo al 3.2% de los casos totales de maltrato a niños de los EEUU. Como todos sabemos las feministas han dado una enorme publicidad a este tipo de crimen. Consecuentemente, otras clases de malos tratos a niños se han visto eclipsados por una relativa negligencia de los medios dominados por el feminismo.
    También se han concentrado en los abusadores sexuales masculinos, por ello bien puede suceder que el abuso sexual de niños perpetrado por mujeres esté investigado muy por debajo de su cantidad real. La proporción del delito sexual sobre el que se informaba en esta tabla sufrió un considerable salto en 1977 hasta el 6.1%, entonces permaneció bastante estático hasta el 1984, cuando dio otro gran salto hasta el 13.3%. Para 1986, el nivel había subido hasta el 15.7% del total de casos de malostratos a niños de los EEUU.
    Es bastante razonable el asumir que toda la publicidad acerca de un crimen relativamente infrecuente esté motivada por el odio hacía los hombres, que son habitualmente las víctimas de falsas acusaciones de abuso sexual.
    Sería interesante el intentar relacionar estos saltos con acontecimientos académicos y mediáticos ocurridos en América, relativos a los casos de abusos sexuales a menores. Bob Kirkpatrick, de la organización mundial de padres divorciados, cree que existe una conexión:
    “Durante la década de 1970 (de acuerdo con la organización COSA), la comunidad de psicólogos comenzó a considerar los temas sobre abusos a menores. En esa época, comenzaron los primeros estudios globales y controles longitudinales sobre este tema. A finales de los ochenta comenzamos a ver los primeros resultados de estos estudios y continuaron su camino hasta llegar a manos del gobierno, e igualmente hasta los juzgados y la gente. ([Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    Y un aspecto incluso más importante en relación con este tema es la posible censura de los datos inadecuados. El último año en el que el compendio estadístico de los EEUU informó sobre el sexo de los perpetradores de maltrato a niños fue en 1986 (en la edición de 1992). En ese año, un 55.9% de los perpetradores sobre los que se informó eran mujeres. Más aún, durante todos los años anteriores, las mujeres componían la mayoría de los perpetradores sobre los que se informaba. ¿Por qué se comenzó a omitir esta estadística desde las ediciones posteriores a la edición de 1992 del compendio estadístico? ¿Influyeron las feministas porque hacía pasar a las mujeres por malas y como todos sabemos se supone que sólo los hombres son los chicos malos en las sociedades occidentales hoy en día?
    En los once años desde el 1976 hasta el 1986 (inclusive), el porcentaje de perpetradoras femeninas puntuaron desde un tope de un 61.9% en 1979 hasta un mínimo de 55.9% en 1985 y 1986. La tendencia ha sido descendente, comenzando el periodo con un 61% en 1976, y terminándolo con un 55.9% en 1986. Resulta tentador vincular esto con el aumento de las cantidades de abuso sexual a niños denunciadas, donde la mayor parte de los supuestos perpetradores serían hombres. También es llamativo que el balance según el sexo de las víctimas fue 50:50 en 1976, pero la proporción se volvió más y más creciente hacía las víctimas femeninas, que llegaron a un porcentaje de un 52.5% para el 1986. Esto encaja también con la influencia en las cifras de la denuncia del crimen exagerado de abuso sexual a niños, en el que la mayoría de las presuntas víctimas serían mujeres.
    Este escenario general recibe apoyo adicional de los datos procedentes de la Administración para los Niños y Familias, Departamento de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos (Administration for Children and Families, Department of Health and Human Services of the United States) en la tabla 28 ([Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] el cual indica que las mujeres cometieron un 60.7% del porcentaje total de los abusos infantiles, y el abuso sexual ascendía a sólo un 15.3% de los casos. En los Estados Unidos claramente la mayoría de los casos de abusos a menores son de naturaleza no sexual, la mayoría de quienes ejercen el maltrato a los niños son mujeres, y las burocracias gubernamentales y los medios políticamente correctos están encubriendo estos hechos. Un entorno ideal a favor de las feministas para utilizar el tema del abuso sexual a menores como un arma propagandística antivarón en su guerra contra los hombres.
    Abuso sexual
    Thomas (1993) indica que las mujeres son más proclives a pegar a los niños de lo que lo son los hombres- por la sencilla razón de que son las mujeres las que realizan la mayor parte de la crianza y atención de los menores.
    “Esto nos lleva hasta el abuso sexual. Claramente, las mujeres no lo realizan del mismo modo que los hombres. No tienen penes con los que penetrar a sus hijos. Lo que hacen en vez de eso, como te lo dirán aquellos que lo han sufrido, es envolver y abrumar a sus pobres víctimas. La experiencia puede dejar a estas víctimas psicológicamente lisiadas. Para Kerry,… el efecto del abuso ejercido por su madre había sido convertirlo en una de las víctimas automáticas de la vida. Su madre se acostaba frecuentemente con él, se tumbaba sobre él y a su alrededor y acariciaba sus genitales. Como adulto, era la clase de hombre que está dispuesto a ocultarse en la esquina más cercana. A lo largo de toda su infancia y adolescencia había sido cazado y golpeado de un modo inmisericorde por las pandillas del colegio y de la calle… El lenguaje corporal de Kerry gritaba a los cuatro vientos su indefensión. En la jungla de asfalto él era carne fácil.” (Thomas 1993, páginas 135-6)
    Sin embargo, son las mujeres quienes se han convertido en el estereotipo de la víctima de abuso sexual. En diciembre de 1991, por ejemplo, un canal de televisión informó sobre los resultados de una investigación, de acuerdo con la cual una tercera parte de las mujeres tuvieron alguna clase de experiencia sexual no deseada ( por ejemplo: “ser molestadas,tocadas”) antes de cumplir los 16 años. 1 Pero ¿podemos creer que todos estos casos fueron no deseados?
    Me hubiese gustado que el sondeo incluyese preguntas referidas a cuántos episodios deseados de naturaleza sexual experimentaron estas mujeres antes de cumplir 16 años. Si la cantidad de sucesos no deseados superase en gran cantidad el número de los sucesos deseados (de acuerdo con las mujeres, como mínimo), entonces sospecharía que no están diciendo la verdad. ¿Comienzan las mujeres a desear sexualmente cuando llegan exactamente a los 16 años de edad? ¿Tienen las mujeres impulsos sexuales más débiles que los hombres? (¡La mayoría de las feministas odiarían que creyésemos esto!) Y es tan sencillo para una mujer el decir, después de sucedido, que ella era una parte reacia en un episodio sexual. Las mujeres típicamente (pero no siempre, por supuesto) asumen un rol pasivo- particularmente desde el momento que el acto sexual ha dado comienzo.
    Thomas (1993) plantea también la cuestión de cómo de dañino es en realidad el “abuso sexual”. Es un crimen muy actual y uno de los más divulgados de finales del siglo XX. Sin embargo, cita un estudio de la policía alemana que concluyó en que pocas de las “víctimas” de abuso sexual sufrieron ningún daño real por el abuso propiamente dicho. En cambio, algunos niños sufrieron como consecuencia del proceso de investigación de los casos de supuesto abuso sexual.
    En estos casos, por supuesto, el consentimiento por parte del menor se considera irrelevante. Se supone que los niños son demasiado jóvenes como para saber qué es lo que están haciendo en esas situaciones. Esto es engañoso, ya que los niños tienen una clase de sexualidad. Ciertamente es distinta de la sexualidad de los adultos pero los niños obtienen placer tocándose sus partes íntimas. Más aún, muchos también encuentran un alegre deleite al trasgredir los tabúes. A través de los años, he observado a unas pocas chicas bastante jóvenes iniciando charlas explícitamente sexuales, algo que aprenden a dejar de hacer según van creciendo, en muchos casos. Y bastantes niños pequeños también se divierten mirando las partes íntimas del sexo opuesto.
    A pesar de todo la sociedad establece los límites de edad para señalar la transición de la infancia a la edad adulta. Estos límites regulan la institución del matrimonio, las relaciones sexuales, la censura de la pornografía o de la información violenta, etc. En consecuencia los adultos están acostumbrados a pensar sobre los niños como si fuesen relativamente inocentes, y les gustaría que permaneciesen inocentes hasta que llegasen como mínimo a la adolescencia.
    ¿Las mujeres depredadoras no importan?
    Desde luego que es lógico que los niños no tomen parte en las actividades de los “adultos”, hasta que no se encuentren física y psicológicamente preparados para las relaciones de pareja o el cuidado de los niños que pudiese necesitarse como una consecuencia de sus acciones. La mayoría de los padres aborrecerían intensamente la sola idea de que algún adulto (particularmente un extraño) pudiese tener sexo consentido o no consentido con sus hijos no adultos. Sin embargo parece que el sistema de atención a la infancia y el judicial están más alerta a la posibilidad de que haya víctimas femeninas de abusadores masculinos que víctimas masculinas de abusadoras femeninas.
    Por ejemplo, conozco a alguien que telefoneó anónimamente a un departamento de atención social, porque le preocupaba el hecho de que su pareja femenina estuviese abusando sexualmente de su hijo aún niño.2 Casi la primera pregunta que la asistente social femenina preguntó fue, “¿tiene el niño erecciones en esas ocasiones?” Al parecer si las tenía, ¿pero qué tiene esto que ver? Cuando condenan a los hombres por acosar a las chicas jóvenes, estoy convencido de que no formulan preguntas irrelevantes como: “¿Se endurecen en tales ocasiones los pezones de la chica?”
    No importa que sean pocas las personas que consideran que el abuso sexual cometido por las mujeres sobre los chicos sea un problema, a pesar del hecho de que las madres tienen más posibilidades de acosar a sus hijos, en la mayoría de las ocasiones, que los padres. El uno de junio de 1996 El New Zealand Listener, por ejemplo, informó que en un estudio realizado sobre 97 varones que habían sufrido abuso sexual, 15 habían sufrido el abuso sexual de parte de mujeres.
    La propaganda feminista representa a las mujeres como víctimas de los hombres. Se nos machaca con este mensaje de un modo tan eficiente que habría enorgullecido a Goebbels. La sociedad ha aprendido la tendencia a tratar a los hombres como abusadores y a las mujeres como víctimas, sin embargo, ha convertido a todos los hombres en víctimas potenciales de falsas acusaciones. He escuchado que muchos abogados masculinos se están volviendo cada vez más paranoicos-adoptan la postura de no dar nunca un baño a sus hijos, por temor a que les acusen posteriormente de abuso sexual en un juicio si el matrimonio se rompe.
    Soy profesor, y tengo la experiencia de una chica en la escuela secundaria superior que se colocó a si misma en una situación en la que claramente deseaba que su profesor masculino tomase la iniciativa (y probablemente se metiese en problemas.) Esta chica siempre se sentaba en la primera fila, justo delante de mi mesa. Comenzó a quedarse rezagada tras la clase, después de que todos sus compañeros se habían marchado. Ella sencillamente permanecía allí sentada –sin decir ni hacer nada- mientras yo recogía y me preparaba para abandonar la clase. Un profesor de sexo masculino puede tener la tendencia a considerar esta clase de conducta como una invitación para comenzar una conversación con ella, porque éste es el rol masculino cuando una chica se comporta de este modo. Si un estudiante masculino le hiciese esto a una profesora femenina, sin embargo, ella no lo consideraría como una invitación para hablar con él, porque no se considera como el rol femenino el comenzar esta clase de encuentros. Así que considero que esta chica estaba hostigándome sexualmente al sentarse ahí sin hacer nada todos los días. Este tipo de acoso sexual por parte de las estudiantes femeninas debería ser reconocido, de otro modo un profesor masculino que la hubiese hablado podría verse en problemas por algo que era básicamente culpa de ella.
    Los sindicatos de profesores advierten a sus miembros sobre esta clase de situaciones. Puede ser que a las autoridades les haya llegado el momento de advertir a los hombres respecto a las mujeres que les tienden trampas. Las mujeres deberían ser castigadas por el sistema judicial si llevan a los hombres a situaciones en las que estos tomen iniciativas sobre las que las mujeres puedan presentar una queja legal.
    Existe un visible doble patrón en funcionamiento en el sistema educativo de Nueva Zelanda- y probablemente en el de todos los países occidentales: Los hombres son juzgados con más dureza que las mujeres por comportamientos similares. Por ejemplo, una profesora que admitió haber tenido sexo con algunos de sus estudiantes varones no vio negada una renovación de su matricula de profesora, porque su escuela no interpuso una demanda contra ella, ¡y resultó, además, capacitada para seguir siendo profesora! ¡Su única excusa, en la televisión, fue que los chicos eran atractivos! Es imposible imaginarse a un profesor masculino tratado con esa indulgencia. ¡Así que no resulta sorprendente que la abrumadora mayoría (cerca de un 90%) de los profesores neozelandeses a los que se les negó una renovación de su matrícula en el año 2000, fueran hombres!
    Memorias reprimidas
    Otro aspecto importante de las acusaciones por abusos sexuales es que algunas de ellas son realizadas por adultos en referencia a hechos que acontecieron supuestamente cuando eran niños. El escenario típico es que el adulto no ha tenido ningún presentimiento de que algo así le haya sucedido hasta que visita a un terapeuta. En algunos países, el terapeuta será pagado por el Estado y el paciente recibirá una compensación estatal siempre que puedan “recuperarse” recuerdos de algún tipo de abuso infantil que el paciente supuestamente sufrió. 3 Esto se conoce como el Síndrome de la Falsa Memoria, y puede resultar en la acusación e incluso el encarcelamiento de partes inocentes y la destrucción de familias- ver, por ejemplo, el caso de Paul Ingram:
    “En 1988 sus dos hijas le acusaron a él y a una cantidad de hombres importantes dentro de la comunidad de abusos rituales satánicos y de abuso sexual. Hubo meses de rumores cuchicheados, gran cantidad de preguntas, y finalmente, arresto, encarcelamiento, interrogatorio, e incluso un exorcismo para “expulsar” el mal que el pastor de Paul estaba convencido llevó a Paul a realizar estos actos malignos... Paul, que no deseaba que sus hijas sufriesen a través de un juicio, pidió (sic) la culpabilidad, fue sentenciado, y entonces trasladado a un centro fuera del Condado de Thurston.” (members.aol.com/IngramOrg/index.htm)
    Otro contexto típico para las falsas acusaciones de abuso sexual infantil se da durante el divorcio y las separaciones. Típicamente, la madre acusa al padre de abusar sexualmente de uno o más de los niños. No hacen falta pruebas; la simple acusación es suficiente para garantizar virtualmente que la corte otorgará la custodia exclusiva de los niños a la madre. Tales afirmaciones deberían de ser probadas en el juzgado antes de tener ningún efecto sobre las decisiones referidas a la custodia. Para más información sobre este tema, ver las siguientes páginas web.
    World Wide Divorced Parents – [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    False Accused newsletter – [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    Infanticidio y abandono de niños
    Todos sabemos lo sencillo que es abortar para una mujer en los países occidentales. La ley indica con frecuencia que la salud mental de la madre, o algo, debe estar en peligro, pero este tema está sujeto en la práctica a interpretaciones muy flexibles*. ¡Tú y yo tuvimos suerte, me atrevo a suponer, de que nuestras madres no tuviesen ganas de abortarnos!
    Nota del traductor*: En este punto, y en la mayoría de las consideraciones realizadas por el autor en referencia al sistema legal, debe tenerse en cuenta que la referencia corresponde a la normativa neozelandesa y de la mayoría de los países occidentales del año 2002. Desde esa fecha hasta hoy la despenalización legal, aceptación socio cultural y facilitación sanitaria del aborto se han incrementado considerablemente en la mayoría de los países occidentales, incluida España, debilitándose notablemente el concepto de que es necesario un sistema de supuestos que justifique la decisión de abortar, a favor del posicionamiento feminista de que debe ser la libre voluntad del progenitor mujer la que determine en exclusiva si se aborta o no.
    Pero una vez que hemos llegado a nacer, podemos respirar con sensación de alivio: No tenemos que preocuparnos más porque nuestras madres puedan matarnos y salir sin perjuicio por ello. ¿O deberíamos? Da la impresión de que el infanticidio, sólo el cometido por mujeres, es equiparable a un aborto por otros medios-y la madre puede marcharse sin consecuencias casi tan fácilmente como sucede con el aborto en algunos países occidentales.
    Tal como señalaba una revista neozelandesa, “Incluso aunque incluye el arrebatar una vida, probablemente ningún otro crimen es tratado tan compasivamente por nuestro sistema legal como el infanticidio.”4 (Al margen del aborto, por supuesto, pero éste es un crimen perfectamente legal, en la mayoría de los casos. Me pregunto ¿comenzará ahora el lobby a favor de la opción una campaña en defensa del derecho de las mujeres a matar a sus hijos menores de edad si la salud de la madre está en peligro?) La revista describía el caso de una madre que fue sentenciada a dos años de medidas cautelares por infanticidio. Si un hombre hubiese cometido ese crimen, habría sido sentenciado a 20 años de condena. Los hombres reciben condenas mucho más largas por violación- cuando no se produce ninguna muerte. La diferencia estriba, por supuesto, en que una mujer es tratada siempre como una víctima, incluso si es una criminal.
    El periodista, Denis Welch, planteó el tema relacionado con los derechos de los hombres referido a un castigo similar para hombres y mujeres a igualdad de delito. La ley necesita la valoración sobre si el estado mental de la madre se encontraba perturbado en el momento de cometerse el infanticidio, antes de que pueda marcharse sin penalización. En la práctica, esta condición se interpreta tan libremente que ella no necesita tener una mente desequilibrada en absoluto. Welch afirma que un padre que asesina a su hijo podría recibir una condena de 20 años, ¡mientras que una madre en las mismas circunstancias será condenada frecuentemente a asesoramiento psicológico!5.
    Como dice Thomas (1993), el infanticidio es una forma terminal del abuso infantil. Cita cifras de los EEUU que demuestran que es cometido mayormente por mujeres (un 55.7% de los casos) sobre hijos varones (53.7%) de los casos. Él remarca que esto es exactamente lo opuesto de la imagen creada por los medios dominados por el feminismo. El infanticidio recibe una muy escasa publicidad comparado con el abuso sexual. Pero la mayor parte de la gente estaría de acuerdo en que el infanticidio es un crimen mucho más serio que el abuso sexual. ¡Después de ser víctima de un abuso sexual, a pesar de todo, al menos continúas con vida!
    Lyndon (No more Sex War: The Failures of Feminism, “No más guerra de sexos: Los errores del feminismo.” London: Sinclair-Stevenson, 1992) menciona cifras de Inglaterra y Gales del año 1989 referidas a las edades de las víctimas de asesinato (excluyendo los fetos abortados). El grupo por debajo del primer año, con 28 víctimas por cada millón de la población, es el mayor con diferencia. El siguiente grupo más grande llega a 16 víctimas por cada millón de la población-pero incluye el periodo de catorce años existente entre los 16 y los 29 años, ambos incluidos- no solamente 12 meses, como sucede con el grupo por debajo de un año de edad.
    La mayoría de estos niños son asesinados por sus madres. Muchos de ellos son golpeados hasta la muerte. El crimen no es cuantificado como asesinato. Se le considera dentro de la categoría separada de infanticidio. Los perpetradores están sujetos a un trato especial en los juzgados y es muy poco probable que sean sentenciados a ningún periodo largo de detención. (Lyndon 1992, páginas 37-38)
    Muchos de los perpetradores, sin embargo, no llegan ni tan siquiera a la proximidad de los juzgados. Como Thomas (1993) indica, la policía no parece estar interesada en detener gente por infanticidio- porque las infractoras son principalmente mujeres. En Inglaterra entre los años 1989 a 1990, por ejemplo, tan sólo un dos por ciento de los casos de infanticidio fueron resueltos por la policía. Sería útil averiguar si las infractoras fueron mayormente las madres de las víctimas. “Desafortunadamente,” escribe Thomas (1993, página 145), “los números ya no tienen la misma importancia cuando los hombres dejan de ser los malos.”
    Acusaciones falsas de violación y abuso sexual
    A algunas feministas les gusta hacernos creer que ninguna mujer se sometería a un juicio por violación a no ser que estuviese diciendo la verdad, pero ésta es obviamente otra más de sus mentiras. Estoy convencido de que debe ser terrible para una auténtica víctima de violación tener que soportar el proceso de un juicio, ¿pero por qué debería sufrir la más mínima angustia una falsa denunciante, habiendo cometido perjurio por propia voluntad para lograr alguna venganza personal?
    Eugene Kanin (False Rape Allegations, Archives of Sexual Behavior, Acusaciones falsas de violación”, archivos sobre conducta sexual, Vol.23, No. 1, 1994) estudió los casos de violaciones en una pequeña comunidad metropolitana estadounidense a lo largo de un periodo de 9 años. En ese periodo, encontró que el 41% de las denuncias de violación realizadas eran falsas- ¡en base al reconocimiento de la propia denunciante! El dice:
    Estas falsas acusaciones parecen servir a tres propósitos principales para las denunciantes: conseguir una coartada, buscar venganza, y obtener comprensión y atención.
    De la misma manera, las feministas han estado elaborando el mito de que los niños nunca mienten en un juzgado en lo referido a los abusos sexuales. Esto es simplemente más propaganda feminista. El artículo Liar! Liar! (¡Mentiroso! ¡Mentiroso!) En el New Scientist del 14 de febrero de 1998 expone que los niños de 3 años de edad son perfectamente capaces de engañar hábilmente a otros individuos, en base a investigaciones realizadas en la universidad de Porstmouth.
    Más aún, cuando una mujer miente, la mayor parte de las veces sale indemne. Por ejemplo, he aquí el párrafo inicial de una noticia referida a una falsa acusación:
    Un hombre ha sido absuelto de la acusación de haber herido a una mujer después de que la policía aportase nuevas evidencias ante la Corte de Apelación de que la herida en la pierna de la mujer había sido autoinfligida. 6
    El artículo prosigue explicando que un agente de policía se había dado cuenta de que la acusadora había realizado con anterioridad dos denuncias falsas de haber sido rajada o cortada por hombres. ¿Procesó la policía a esta mujer por haber denunciado en falso? No. ¿Por qué no? ¡Porque se trataba de una mujer, por supuesto! El hombre que fue absuelto en la corte penal había sido sentenciado en un principio a 10 meses de encarcelamiento en el juzgado del distrito en base al falso testimonio dado por esta mujer. Pasó algún tiempo encarcelado en prisión preventiva, más seis semanas de su sentencia definitiva previamente a su recurso. Podría considerarse simplemente justo que ella fuese también sentenciada a 10 meses de cárcel por cometer perjurio y denunciar en falso.
    La policía dice que no les gusta procesar a la gente que denuncia en falso porque podría tener un efecto disuasorio e inhibir a la gente que denuncia honestamente. Pero de vez en cuando pueden verse en los periódicos casos en los que la policía ha llegado realmente a procesar a alguien por denunciar en falso. ¿En qué se basan para decidirse si enjuician o no a quien ha denunciado en falso? ¿Es más probable que se procese a un hombre que a una mujer por este motivo? Yo escribí a la policía de mi localidad pidiéndoles detalles de sus juicios por falsas denuncias, dependiendo de la categoría del delito cometido. Ellos me respondieron que ni conservaban este tipo de estadísticas, ni obtendrían esta información para mí, ni tampoco me permitirían acceder a sus archivos para conseguir estos datos personalmente.
    Ni el Ombudsman** ni la autoridad para las quejas a la policía ayudarían. Me he quedado con la impresión de que está sucediendo algo sospechoso que no debería ocultarse.
    **Nota del traductor: Ombudsman es un término de origen sueco utilizado en algunos países para hacer referencia a un cargo equivalente al del Defensor del Pueblo, ya que la primera constitución que considera la necesidad de esta figura es la sueca del año 1809.
    En el final del año, 31 de diciembre de 1993, casi un 40% de los casos de violación sexual fueron resueltos como “sin delito”. Es decir, la policía descubrió que casi un 40% incluían acusaciones falsas. En números reales, 361 casos estaban clasificados dentro de la categoría de “sin delito”. Y por supuesto, una parte del 60% restante que según la policía habían cometido el delito fueron posteriormente exculpados en el juicio. Esto significa que muchas mujeres están mintiéndole a la policía, hablando exclusivamente sobre el tema de las violaciones. ¿Pero ha sido alguna de ellas juzgada por este motivo? Probablemente no. Ni es probable que dejen de denunciar en falso hasta que se les juzgue por ello.
    La policía no es Dios, ni tampoco lo son los juzgados. Tanto la una como los otros pueden cometer errores. Las consecuencias serán que al menos algunas de las falsas acusaciones van a resultar en condenas erróneas. Pero el poder del lobby feminista es tal que la policía y los juzgados están casi obligados por causas ideológicas a creer las falsas acusaciones de las mujeres en contra de los hombres. También conlleva que es muy poco probable que penalicen a las mujeres que mienten. Las falsas denuncias de violación, violencia doméstica y abuso a niños son una de las formas en la que las mujeres oprimen a los hombres hoy en día.
    A nadie le gustaría ser condenado por algo que no ha hecho- pero ser encarcelado no es la única manera en la que los hombres sufren por las acusaciones falsas de algunas mujeres malvadas. Otra consecuencia típica es la casi segura pérdida de la custodia de sus hijos, y/o el acceso en unas condiciones razonables tras el divorcio o la separación. Sin mencionar el daño para su reputación, la vergüenza pública e incluso las cazas de brujas de las que pueden ser objeto. Esta es una de las causas para el crecimiento a nivel internacional de los movimientos de padres. Los hombres a nivel individual están preparados para soportar una enorme cantidad de injusticia y opresión, pero una vez que comienza a separárseles de sus hijos, ¡incluso el más dócil se rebelará!
    Neil Foord, por ejemplo, fue encarcelado por una violación que dice no haber cometido. Él ha organizado una campaña para advertir a la gente sobre el problema de las denuncias falsas de violación.8 Las mujeres que realizan falsas acusaciones de violación, etc., no deberían terminar con castigos ligeros, o incluso sin consecuencias de ningún tipo, tal como parece que sucede actualmente. Deberían ser castigadas con la misma pena que les hubiese correspondido a sus víctimas en caso de haber prosperado sus falsas acusaciones. Más allá de esto, Foord defiende que los hombres falsamente acusados o condenados por violación reciban compensaciones. Él pide que se retiren las actuales restricciones a repreguntar a las denunciantes por violación y las recompensas económicas a las falsas denuncias, y que se creen directivas dirigidas a la policía para analizar más en profundidad los motivos de las denuncias por violación.
    Conclusión.
    Quienes denuncian en falso (por ejemplo en casos de violación o abuso sexual a menores) deberían ser enjuiciados cómo un hecho básico dentro de la praxis policial y el castigo debería ser equivalente a la condena considerada para el tipo de delito al que la falsa acusación haga referencia. Esto es necesario como medida disuasoria.
    Necesitamos establecer un equilibrio entre la necesidad de la sociedad de protegerse a si misma contra los abusadores sexuales y violadores, y la necesidad de proteger a los inocentes de los recuerdos de supuestos abusos durante la infancia elaborados en mentes adultas por los consejeros feministas, y las falsas acusaciones de violación. Y los crímenes que son cometidos principalmente por mujeres- o con los que se da el caso de que están siendo cometidos por mujeres concretas- no deberían tratarse con ninguna diferencia respecto a los cometidos por hombres.

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    Sexualidad infantil y control social:El discurso de los abusos como método disciplinario Empty Re: Sexualidad infantil y control social:El discurso de los abusos como método disciplinario

    Mensaje por nunca Dom Dic 27, 2015 9:53 pm

    La teoría de la conspiración satánica: una clásica herramienta para el control social totalitario

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    "El hecho es que si el "mago" es digno de tal nombre, será lo suficientemente desinhibido para liberar la fuerza necesaria desde su propio cuerpo, ¡en lugar de una víctima que no desea serlo, y que no lo merece!
    (...) ¡Bajo NINGUNA circunstancia un Satanista sacrificaría un animal o niño pequeño!" (Anton S LaVey, La Biblia Satánica, El Libro de Lucifer, IX)

    Resulta curioso que muchas de las personas que denuncian que la teoría de la conspiración yihadista contra occidente (encarnada en el omnipresente terrorismo islámico) es sólo un montaje del complejo militar-armamentístico capitaneado por EEUU para justificar sus políticas imperialistas (como en su día lo fue la teoría de la conspiración comunista, para justificar la Guerra Fría), no duden lo más mínimo en dar total credibilidad a otra teoría de la conspiración muy utilizada por el Poder en el pasado, concretamente en los tiempos de la Inquisición; estoy hablando de la teoría de la conspiración satánica.

    Esta teoría fue de gran utilidad al Poder para justificar un control totalitario sobre los hábitos y conductas de los individuos. Recordemos que, hasta hace muy poco, el hábito de escribir con la mano izquierda no era visto con muy buenos ojos, pues solía ser considerado como un hábito propio del demonio. El objetivo de demonizar conductas de este tipo, tan inofensivas y básicas, formaba parte de un plan minuciosamente estudiado que pretendía conseguir resultados de mucha mayor complejidad: uniformizar al máximo las conductas (especialmente, las sexuales) de todos los individuos de una sociedad, con el fin de hacerlos más fácilmente manejables. Las famosas cazas de brujas, por las que fueron perseguidos muchos hombres y mujeres, no tuvieron otro objetivo que ése.

    Toda práctica sexual que no se ajustara a lo aconsejado por la iglesia (la mera autosatisfacción sexual o las relaciones sexuales extramatrimoniales) era vista como una peligrosa práctica satánica, y sus practicantes eran estigmatizados socialmente, no quedándoles otra alternativa que el exilio, debido al fuerte rechazo del conjunto de la comunidad (1). El objetivo no era sólo proteger un orden social basado en el concepto de familia romana, sino toda una estructura social que proporcionara obedientes guerreros y dóciles productores (sexualmente frustrados y, por lo tanto, más fácilmente manipulables). Evidentemente, acusar a alguien de masturbarse o acostarse con la mujer del vecino no era suficiente para provocar el rechazo popular. Sin embargo, gracias a la labor propagandística realizada principalmente por la iglesia, mediante la cual se empezó a vincular estas prácticas con toda clase de rituales satánicos, especialmente, con sacrificios de niños (que, al tratarse de asesinatos de seres indefensos, tenían una mayor carga emocional), se terminó asociando una cosa con la otra en el subconsciente colectivo.

    Las acusaciones de satanismo no sólo fueron de utilidad para conseguir un control totalitario sobre la propia población, sino, también, para combatir a enemigos políticos; algo parecido a las acusaciones de vínculos con el terrorismo que se hacen hoy con el objetivo de desprestigiar a rivales políticos. El proceso y ejecución del protegido de la reina Isabel de Inglaterra, Giordano Bruno, es un buen ejemplo de ello (2).

    Las teorías de Bruno fueron patrocinadas y promovidas por la corona inglesa en un momento en el que Inglaterra luchaba por romper la hegemonía ideológica del Vaticano (3). Con ello, se pretendía romper el vínculo mental de la población inglesa con el papado y conseguir una cierta independencia frente a la influencia que éste (y que España, que lo controlaba) ejercía sobre su política interior y exterior. Con el fin de contrarrestar la influencia de las ideas de Bruno, y, con ello, los deseos expansionistas de Inglaterra, fue, en realidad, por lo que la Inquisición acusó de brujería al dominico italiano.

    En nuestros días, la vieja teoría de la conspiración satánica (reescrita, muy a menudo, bajo el nombre de conspiración reptiliana) parece estar cobrando nuevos bríos, y uno de los personajes que más ha contribuido a ello ha sido el famoso (y millonario) David Icke, cuyas enseñanzas son difundidas (ingenua o conscientemente) por miles de sus seguidores en internet. Como habrás podido leer en innumerables blogs, no se duda ni por un momento en asociar pederastia con satanismo, apelando así a viejos fantasmas grabados a fuego en el imaginario colectivo, consiguiendo un mayor impacto emocional sobre el público, lo cual permite que las masas acepten con mayor facilidad proyectos de control social totalitario, y, ¿por qué no?, las purgas de incómodos elementos que constituyan un obstáculo para tales proyectos, como en su día sucedió con Bruno.

    La conspiración satánica es un recurso que refuerza el alarmismo social creado en torno al tema de los abusos sexuales a menores y la campaña estatal contra la pederastia, cuyo objetivo es sembrar el recelo y la desconfianza en las relaciones entre los adultos y los niños (ver lecturas recomendadas) de modo parecido a como lo hace el feminismo en las relaciones hombre-mujer o la más reciente campaña contra el "bullying" escolar en las relaciones niño-niño. Este tipo de campañas alarmistas hacen que los individuos terminen percibiéndose unos a otros, exclusivamente, como una amenaza, lo cual concede al Estado una oportunidad inmejorable para desarrollar sus planes de control social totalitario, al permitirle presentarse como el único capaz de garantizar un cierto nivel de seguridad y de protección siempre que se le conceda la gestión y administración absoluta de todas las relaciones interpersonales.

    Resulta una auténtica paradoja el que, actualmente, la teoría de la conspiración satánica se haya vuelto contra su propio creador, es decir, contra la iglesia, la cual ha sido, en los últimos tiempos, uno de sus principales blancos. Los puntuales casos de pederastía de los que han sido acusados algunos sacerdotes han sido aprovechados por los teóricos de la conspiración satánica para vincular a la iglesia con el satanismo, consiguiendo, gracias a su habitual macabra narrativa, un impacto emocional mayor. El motivo de esta edípica rebelión no es otro que el de contrarrestar la defensa, que hace la iglesia, de antiguas instituciones romanas como la familia o el matrimonio, otrora muy útiles para llegar a la situación actual, pero que hoy se han convertido en un lastre para la lógica del progreso continuo en la que se basa el ente estatal; un progreso continuo exclusivamente orientado al control y la dominación de los individuos. El Estado, para avanzar un escalón más en su proceso de dominación, necesita dejar atrás definitivamente el escalón que en su día tanto le costó ascender con este mismo propósito: el del matrimonio y la familia romana, instituciones que, en el pasado, supusieron un avance como método de control social, pero que hoy constituyen un obstáculo para acceder a nuevas formas de control.

    La mitología tejida en torno al tema del satanismo o lo diabólico se encuentra profundamente arraigada en el imaginario colectivo de occidente (y de la mayor parte del mundo) debido a los muchos siglos que lleva siendo utilizada por el Poder. Por ello, y por su inigualable capacidad para la sugestión, sigue siendo muy útil para todo aquel que desee impresionar al público. Esta es la razón de que, en nuestros días, se siga haciendo todo lo posible por mantener vivo el mito de la conspiración satánica (como ya he dicho antes, hoy reinterpretada también bajo el concepto de conspiración reptiliana), llegando incluso a relacionar a algunos miembros de las elites del Poder con prácticas satánicas y sacrificios humanos (4), lo cual sirve para dotar de mayor credibilidad al mito ante los ojos del pueblo, consiguiendo con ello que su función disciplinante sea más efectiva; además, resulta de gran utilidad para quitarse de en medio aliados que empiecen a convertirse en un incómodo estorbo (como en el caso ya citado de la iglesia).

    Lecturas recomendadas:
    - "La amenaza satánica", magistral artículo de Miguel AlgOl, autor del blog "El Baile del Espíritu", en el que expone cómo y por qué el "pánico satánico" ha sido históricamente explotado por el Poder (especialmente, por la iglesia).
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    - "Sexualidad infantil y control social: El discurso de los abusos como método disciplinario" escrito por Layla Martínez (podrás encontrarlo en la sección artículos interesantes) y "Falsas acusaciones y la mentira del abuso infantil" escrito por Peter Zohrab. Magníficos análisis, desde dos perspectivas muy diferentes, sobre los beneficios que tiene para el Estado la difusión de alarmismo social en torno al tema de los abusos sexuales a menores.
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    Notas:
    (1) Realmente, estas fueron las consecuencias más terribles de las cazas de brujas. Toda la narrativa relativa a la quema masiva en hogueras es algo más mitológico que real, y entra dentro de ese juego del Poder de criminalizar el pasado con el fin de justificar el presente.
    (2) Sobre esto mismo escribí ya un artículo en el blog El Poder de Eros y Psique: "La quema de Giordano Bruno, ¿religión o política?"
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    (3) Las conocidas como guerras de religiones también formaron parte de esta estrategia de guerra ideológica. El objetivo era arrebatar al oponente el control de las mentes del mayor número posible de personas.
    (4) Se trata de un recurso tradicionalmente utilizado por las religiones (recordemos el pasaje evangélico de "la matanza de los inocentes" atribuida al rey Herodes), y que delata el carácter religioso de todo este tema de la teoría de la conspiración satánico-reptiliana.

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    Sexualidad infantil y control social:El discurso de los abusos como método disciplinario Empty Re: Sexualidad infantil y control social:El discurso de los abusos como método disciplinario

    Mensaje por nunca Sáb Ene 02, 2016 1:52 pm

    Artículo editado:


    PS: Otra característica habitual de todos los blogs que sostienen la teoría de la conspiración satánica es la promoción de las creencias New Age, desde la venta de los más diversos amuletos a cursos de espiritualidad de lo más delirante (ufología, tarot, reiki, "sensitismo"...). Al ser impulsada desde la supuesta disidencia, se pretende dotar de una cierta apariencia de credibilidad a un proyecto de religión global, lo cual, según teorizaron ya personajes como H. G. Wells (en su obra La Conspiración Abierta), sería un paso imprescindible para alcanzar ese sueño totalitario y globalista conocido como Nuevo Orden Mundial. Un individuo dominado por la superstición es mucho más fácilmente manipulable que otro que no lo esté y, si esa superstición es la misma para todo el mundo, se habrá conseguido que todos "remen" en una misma dirección (algo que casi se ha conseguido hoy en día como se puede ver claramente con el tema del "karma").

    Tanto la teoría de la conspiración satánica como las supersticiones New Age son dos estrategias muy útiles para hacerse con el control de las mentes de los individuos y, por lo tanto, con el control de sus conductas; y más si se utiliza, para la promoción de las mismas, a una disidencia controlada que, en la mayoría de los casos, ni siquiera es consciente de tal control.

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