Irán: 20º aniversario de la masacre de prisioneros políticos
29 de septiembre de 2008. Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar. “27 de agosto, 10 am: Estaba hablando con uno de mis compañeros de celda en la sección 5. Cuando intercambiábamos las últimas noticias de prisión, el Pasdar (un miembro del régimen de Jomeini llamado los Guardianes de la Revolución, el Pasdaran) responsable de nuestra sección, ingresó y nombró de 50 a 60 prisioneros... al parecer ahora era el turno de los prisioneros comunistas... A excepción de dos hombres, a todos los que llamaron ese día fueron ejecutados... Después del juicio presidido por el juez Eshraghi que consistió nada más que una pocas preguntas y respuestas, muchos de nuestros compañeros de celda en el bloque 7 fueron ejecutados. De los aproximadamente 85 a 90 prisioneros, sólo 30 sobrevivieron. El resto fueron ejecutados. (Traducido de Una batalla injusta/An unfair battle, la memoria del ex prisionero político Nima Parvaresh)
Este relato sólo describe dos días de agosto y septiembre de 1988, en sólo una de las prisiones iraníes que tenían a comunistas y a otros prisioneros políticos revolucionarios. Es sólo lo que este prisionero en particular pudo observar cuando las autoridades cortaron todas las conexiones entre cada prisión y el resto del mundo. Muchos de los miles de prisioneros asesinados ese verano eran jóvenes e incluso muy jóvenes. Un gran número eran mujeres. Ellos simbolizaron una concentración de años de lucha, primero contra el Cha y luego contra las fuerzas islámicas reaccionarias decididas a robar al pueblo el fruto de la revolución que lo derribó. El régimen islámico vio que su supervivencia dependía del derramamiento de sangre de la mayoría de los hijos e hijas conscientes del país. Asesinaron a estos prisioneros sin proceso judicial o después de falsos juicios que no duraron más de unos minutos. Los enterraron en fosas comunes en medio de la noche, de manera que se mantuvieran en secreto, en lo posible, los números y la identidad de los prisioneros y la ubicación de sus tumbas. Algunas familias no se dieron cuenta de que su ser querido había sido ejecutado sino meses después, y a muchos nunca les dijeron en dónde fueron enterrados. La República Islámica de Irán todavía mantiene el más grande secreto sobre los detalles de lo que pasó esos días, tal como el número de hombres y mujeres ejecutados.
Todos los años en septiembre los iraníes honran su memoria. No pueden olvidar el brutal crimen que el régimen islámico reaccionario cometió contra una generación revolucionaria que había aprendido a luchar por el bien contra el mal, y especialmente a combatir a los ladrones que robaban la revolución, los gobernantes islámicos que se presentaban como revolucionarios y antiimperialistas pero que en realidad servían al imperialismo mundial. En lugar de hacer al pueblo olvidar, estos últimos 20 años sólo han ahondado las heridas. La población y el movimiento revolucionario de Irán están sacando más lecciones y sintiendo las dimensiones y la profundidad de estos horribles crímenes que fueron difíciles de asimilar de repente en los primeros años.
Las masacres de 1988 coincidieron con la decisión del régimen iraní de aceptar un cese de hostilidades y terminar la guerra con Irak. Este acuerdo llegó después de ocho años de una guerra que había costado la vida de muchos centenares de miles de personas de ambos bandos. Aun cuando el ejército iraquí se vio obligado a retroceder a sus propias fronteras, el régimen islámico iraní vio que le convenía continuar la guerra en el territorio iraquí. Habían suprimido cualquier voz de protesta y aun las críticas de las deficiencias, bajo el pretexto de unidad contra “los invasores extranjeros”. Consideraron esta guerra como un regalo, permitiéndoles suprimir la revolución y a los revolucionarios y consolidar su régimen chupasangre. El régimen consideró que aceptar el fin de la guerra en estas condiciones de debilidad en relación con Irak era escandaloso. Jomeini lo llamó una taza de veneno la que lo obligaron a que se tragara. Después de tanto daño a dos o tres generaciones en ambos lados de la frontera, ellos sabían que no escaparían a ningún castigo si mostraran debilidad con respecto al pueblo iraní. Podían palpar el peligro, y por eso se apuraron para terminar sus esfuerzos para cortar la potencial revuelta en su contra, una misión que habían emprendido después de tomar y consolidar el poder a principios de los años 80.
Algunos antecedentes
En una movida bien planeada en secreto, sólo dos años después de la revolución, en junio de 1981, el régimen islámico decidió eliminar a todas las fuerzas revolucionarias y progresistas, miembros y partidarios por igual, y a todos los relacionados con ellos. El plan era monstruoso y horrible, pero estaban determinados a exterminar la revolución de una vez por todas. Empezaron con los arrestos masivos de comunistas y otros activistas revolucionarios cuyas organizaciones estaban ganando terreno y creciendo rápidamente. Ejecutaron a la mayoría de ellos y sentenciaron al resto a largas condenas. Entre aquellos asesinados estaban cientos si no miles de comunistas y revolucionarios veteranos que habían tomado una parte activa en la revolución después de años largos de lucha contra el régimen del Cha y sus amos imperialistas estadounidenses. Muchos habían pasado años en las prisiones del Cha y habían resistido las torturas administradas por el Savak (el servicio de inteligencia del Cha). Las autoridades islámicas tampoco tuvieron piedad de los adolescentes quienes no habían hecho más que repartir volantes de una organización revolucionaria o habían sido capturados con uno de esos volantes en sus manos.
En ese momento, todas las señales indicaron que el régimen estaba decidido a aniquilar totalmente cualquier fuente y cualquier voz de revolución y resistencia progresista. En respuesta, la Unión de Comunistas de Irán, el antecesor del Partido Comunista de Irán (Marxista-Leninista-Maoísta) fundado en mayo del 2001, inició una organización armada llamada Sarbedarán, y como consecuencia lanzó un levantamiento armado en la ciudad norteña de Amol en enero de 1982. Sin embargo, este levantamiento fue derrotado cuando el régimen inundó el área con enormes fuerzas de seguridad traídas de Teherán y otras ciudades.
La mayoría de los líderes, miembros y partidarios de Sarbedarán y de la UCI fueron arrestados y ejecutados, muchos de ellos al año del levantamiento. Las limitaciones de su línea política e ideológica no les permitieron a esos revolucionarios adoptar la estrategia correcta: de lanzar una guerra popular prolongada en esa situación. Pero la rebelión liderada por estos comunistas revolucionarios fue un rayo de luz en medio de las tinieblas de terror, una fuente de esperanza en el corazón de muchas personas. Su impacto fue tan inmenso que incluso después de casi tres décadas, el régimen islámico todavía está tratando de contrarrestar su influencia en la población.
El reino de terror continuó a lo largo de los años 80. Decenas de miles de comunistas y revolucionarios fueron ejecutados o murieron en combate. Decenas de miles más fueron llevados a prisión; un número aún mayor fueron obligados a exilarse. Pero esto no aseguró el control del poder por el régimen. Después del cese de hostilidades con Irak, Jomeini y su calaña se sintieron una vez más el peligro real. Así que iniciaron otra masacre, aunque la anterior ola de las matanzas apenas se había acabado. Por ese tiempo, los únicos prisioneros políticos vivos eran aquéllos que purgaban largas condenas. Algunos ya habían cumplido las sentencias de cinco a siete años a las cuales habían sido condenados, pero sin embargo no habían sido liberados.
La masacre que siguió y por qué
“De repente las visitas para los prisioneros fueron interrumpidas ‘hasta nuevo aviso’. Previamente, a veces a un preso o incluso a una sección entera de la prisión se le negaba las visitas, pero nunca antes las autoridades habían interrumpido las visitas para toda la prisión y, como nos enteramos después, en todos los otros lugares donde se mantenían a los prisioneros políticos. ¿Realmente qué nos esperaba? Ya no nos daban más los periódicos. Una noche, vinieron y también se llevaron la televisión. De esta manera, todos nuestros contactos con el mundo exterior fueron interrumpidos. Incluso a los presos que estaban enfermos ya no se les llevaba al centro médico de la prisión localizado en el edificio viejo... Antes de que las visitas fueran interrumpidas, habíamos oído noticias de la ejecución de varios prisioneros izquierdistas (comunistas). Una vez, en medio de la noche, oímos disparos. Luego, oí tres tiros separados...
“Una noche se llevaron a tres seguidores de la organización Mujaidín. Este fue el primer grupo que se llevaron y nunca regresó... pocos días después otro grupo...” (De Una verdad simple, la memoria de una prisionera política, Monireh Baradaran).
De hecho el régimen ampliamente desacreditado estaba desesperado por mantener al país bajo su control y asegurar su propia supervivencia. El régimen quiso mostrar su fuerza y brutal determinación. También quiso eliminar todo el que estuviera asociado con la revolución, sobre todo estos símbolos vivientes.
Al mismo tiempo, el régimen estaba vengándose de los prisioneros. La mayoría de prisioneros no abandonó la lucha a pesar de ocho años de increíble brutalidad y crueldad. Es verdad que la supresión de la revolución sobre una nación a amplia escala difundió la desesperanza, y que inevitablemente tuvo un impacto en los prisioneros, o al menos en una parte de ellos. Pero aquéllos que incluso en la flor de juventud valoraron la revolución por encima de la vida propia, quienes permanecieron fuertes bajo la tortura mientras sus verdugos temblaban, quienes continuaron luchando lo mejor que pudieran a través de huelgas de hambre colectivas y otros medios incluso en las circunstancias más difíciles, fueron en conjunto una tremenda fuente de inspiración para todos los revolucionarios y el pueblo. Ante esta situación, el régimen buscó una oportunidad de tomar venganza.
En los juicios de pocos minutos, los jueces asesinos les preguntaron a los prisioneros que si estaban listos para repudiar su pasado, delatar y testificar contra sus camaradas y sus organizaciones y dar entrevistas televisivas para confirmar su capitulación. La mayoría se negó. Muchos prefirieron ir ante un pelotón de fusilamiento. Pero algunos prisioneros fueron influenciados en diferentes grados por el ambiente general creado por el retroceso violento de la revolución. La República Islámica intentó hacer mucha propaganda acerca de una minoría que, bajo la presión de la desesperanza en estas circunstancias y bajo la inmensa tortura psicológica y física, decidió no defender la revolución, y un número más reducido que traicionó a sus camaradas. Pero de hecho más que nada este fenómeno reveló la extrema brutalidad del régimen. El martirio de decenas de miles de comunistas y otros revolucionarios en los años 80 y el testimonio sostenido por los miles que sobrevivieron confirman que la inmensa mayoría de los prisioneros resistió la severa brutalidad y ofrendó la vida para defender al pueblo y la revolución.
Durante esos meses y a lo largo de los años 80 los imperialistas ignoraron lo que estaba pasando. Las clases dominantes occidentales a las que les encanta hablar sobre los derechos humanos siempre y cuando sirva a sus intereses políticos, permanecieron calladas. Pero el pueblo iraní recibió el mensaje y lo entendió bien. El silencio ensordecedor era un mensaje rotundo de apoyo al régimen islámico de Irán y una licencia para matar, matar y matar. La mayoría de los organismos de derechos humanos en los países occidentales eligieron no decir nada e ignorar estos crímenes. Amnistía Internacional fue el primero en reconocer esta matanza en un informe… dos años después, en 1990.
El régimen iraní y los imperialistas tienen al menos una cosa en común: un deseo de aplastar el espíritu de un pueblo que se había alzado en revolución.
Pero ellos no han tenido éxito. Desde esa década, la población se ha levantado contra el régimen islámico y sus secuaces de varias formas, aunque normalmente de forma desorganizada. Poco después de esa década llegó a caracterizar la escena política el movimiento rebelde de una nueva generación de estudiantes, a la que las autoridades querían entrenar en los valores islámicos. Esto renovó las esperanzas del pueblo y ayudó a traer un nuevo ambiente. Ha habido luchas espontáneas significativas entre las mujeres, los obreros y otros, y nuevas oportunidades para el trabajo comunista revolucionario.
Desde entonces cada año en septiembre los iraníes dentro y fuera del país conmemoran a sus mártires. Los familiares, amigos y partidarios celebran reuniones conmemorativas, por ejemplo en Khavaran, cerca de Teherán, donde muchos de los prisioneros están enterrados en fosas comunes. Hasta ahora se han celebrado este año, conmemoraciones y otros actos en Estados Unidos, Canadá y Finlandia, Suecia, Francia, Inglaterra y otros países europeos. Este año uno de los paneles durante un seminario de estudios iraníes de cuatro días en Toronto trató el tema de los prisioneros políticos iraníes.