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    El suicidio del capital financiero

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    Mensaje por Menexeno Sáb Jun 18, 2016 6:04 pm

    El suicidio del capital financiero
    17 de junio de 2016, Juan Manuel Olarieta
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    Es muy común que las obras de economía de los seudomarxistas se salten a la torera la exposición que del dinero hizo Marx, a partir de lo cual es imposible concebir siquiera la Economía Política o fenómenos modernos, como el capital monopolista, al que dedicaron inútilmente su atención Baran y Sweezy, o el capital financiero, por el que se preocupó Hilferding de la misma manera inútil.

    Tan malo es no tener ni idea de lo que es el dinero como tener una idea errónea, o tenerla incompleta. No me refiero al capitalismo, sino al dinero, que es de donde surgen esas consignas “radicales” sobre “salir del euro” e incluso de la Unión Europea y contra las políticas de austeridad y recortes.

    Podemos empezar por la mejor de las hipótesis, la de que el el lector ha comprendido bien la exposición de “El Capital” sobre las funciones del dinero. Entonces es bastante común que, por su inserción sistemática, al modo de la economía burguesa, el lector relacione, casi inconscientemente, al dinero con el intercambio mercantil de manera exclusiva en esa fórmula didáctica en la que aparece: M-D-M. El dinero está en el medio; sirve para comprar y vender mercancías.

    Incluso es posible que vaya un poco más allá y tenga en cuenta la transformación del dinero en capital, que es el punto en el que Marx le da un giro a su exposición para pasar de una economía mercantil a una economía capitalista. Es una de esas geniales explicaciones de Marx sobre una transición histórica, muy parecida a la acumulación originaria de capital, es decir, la transformación de un fenómeno en otro a lo largo del tiempo.

    Esa manera de exponer le permite al lector romper con una idea muy arraigada: la de que el dinero no es exactamente lo mismo que el capital y, por lo tanto, la diferencia entre la circulación mercantil y la capitalista. Esta última la resume Marx en una fórmula distinta D-M-D' en la que, además de una metamorfosis cualitativa hay un crecimiento cuantitativo (D'>D) en el que la diferencia D'-D es la plusvalía (D'=D+p).

    Sin embargo, al final del tomo III de su obra “Teorías sobre la plusvalía” (*) la exposición de Marx es bastante diferente: el dinero no es que se transforme en capital sino que ya circula como capital sin tener a las mercancías como intermediarias, según la fórmula D-D' en donde D es el capital principal y D' es dicho principal más los intereses: D'=D+i.

    Si el dinero es un fetiche (“una religión de lo vulgar”) ese capital dinero al que hoy llamamos capital financiero es el más perfecto de los fetiches, dice Marx volviendo a la mixtificación creada por la mercancía y por el dinero de los que ya había hablado en “El Capital”. Si no se entiende el dinero, mucho menos se puede entender el dinero circulando como capital. De ahí que Marx repita una y otra vez su repertorio de desprecios hacia los economistas burgueses, teólogos vulgares, que va mucho más allá de la crítica: se burla abiertamente de ellos.

    La reproducción “perfecta” del capital D-D' es el préstamo a interés, dice Marx, cuando el dinero “no se convierte en capital sino que entra como capital en la circulación”. La fórmula D-D' es una deuda y, por lo tanto, a diferencia de los teólogos del dinero, los marxistas no separan con ningún “velo” a la economía real de la financiera, sino todo lo contrario, especialmente en la fase imperialista actual en la que el capital bancario y el industrial forman una unidad: el capital financiero.

    Por lo tanto, los flujos financieros dependen de los reales, de la reproducción del capital, de manera que las crisis económicas desembocan en suspensiones de pagos, quiebras y bancarrotas de personas, de empresas, de bancos y de Estados.

    Los teólogos sólo se hacen la pregunta al revés. Quieren saber la manera en que la economía financiera puede influir en la real, para lo cual inventan todo el catálogo de estupideces acerca de la “creación” del dinero porque tratan así de impedir la crisis: con la fotocopiadora de papel moneda.

    Naturalmente que el fenómeno funciona al revés: lo que la teología burguesa entiende como “dinero” estimula la economía real. La diferencia es que no la puede inventar, es decir, no puede sostener un aparato productivo en crisis con sobredosis de “dinero”.

    Los teólogos creen que sí y una cierta experiencia así se lo demuestra, por lo que lanzan las campanas al vuelo y, por lo tanto, parece que tiran ese “dinero” por la ventana.

    El asunto tomaría un aspecto muy diferente si los teólogos fueran capaces de entender que eso a lo que llaman “dinero” no son otra cosa que préstamos que, tarde o temprano, hay que pagar y, como en toda borrachera, después llega la resaca.

    El tiempo juega aquí su papel: cuando alguien acude al banco a pedir un préstamo es porque hoy no tiene dinero pero cree que mañana lo tendrá y el banco se lo da si opina lo mismo. Entonces la famosa “creación de dinero” de que habla la burguesía vuelve al punto de partida, a la resaca: finalmente todo depende de la economía real.

    Sin embargo, no es cualquier clase de economía real sino de una economía en crisis que, cuando aparece, no hay ninguna posibilidad de pagar. Entonces las deudas se van acumulando con la misma rapidez -o más- con la que se han contraído.

    Como, además, los teólogos no saben que las crisis son inherentes al capitalismo, acumulan gigantescas cantidades de deudas con la ingenua pretensión de retrasarlas en espera de tiempos mejores. Esas deudas generan más deudas (D-D') que acaban siendo como una gran bola de nieve que rueda por la pendiente. Ahora las llaman “burbujas” porque -finalmente- se han dado cuenta de que todo giraba sobre el vacío, es decir, que el dinero no se puede separar de la crisis de la economía real.

    El endeudamiento mundial es tal magnitud que es imposible pagarlo y de las únicas alternativas de las que hablan los teólogos es de las diferentes formas de “pinchar” la burbuja y, por lo tanto, de planificar el desplome financiero.

    Hasta el momento el capital financiero ha pinchado al proletariado con los recortes y las políticas de austeridad, pero poco más queda por recortar, prácticamente nada si tenemos en cuenta el gigantesco volumen de deuda que existe. Hasta ahora mismo los teólogos creían que el problema era de quienes debían pagar las deudas pero, por fin, se han dado cuenta de que el verdadero problema es el de quienes tienen que cobrarlas y no van a poder hacerlo.

    El capital financiero ya se ha dado cuenta de que no puede cobrar más y de que tiene que empezar a pagar la crisis. De mala gana ha hecho suya esa consigna callejera de que ahora les toca a ellos poner su parte. Lo que se están preguntando es: ¿cuál es la mejor manera de hundirnos?, ¿a quién le toca hundirse esta vez?, ¿qué banco?, ¿qué país?

    Ese es el significado de los tipos de interés negativos en donde el capital no se reproduce sino que se reduce: D'=D-i. A una economía real decreciente le siguen unas finanzas igualmente decrecientes.

    Como demuestra el ejemplo de Grecia, para evitar el pánico las deudas se están pagando con otras deudas, lo que escandaliza a los teólogos como Varufakis. Pero eso tiene su explicación muy sencilla si tenemos en cuenta que ahora los deudores ya no son los mismos que al inicio de la crisis. Ya no es sólo el proletariado el que está esquilmado por las deudas sino países enteros.

    Si los tipos de interés siguen cayendo y entran en el terreno negativo, las deudas se reducen cuando se refinancian. Ahora los deudores son unos privilegiados; cuanta más deuda mejor.

    El capital financiero está entrando en una etapa de paradojas teológicas que, en el terreno real, es un proceso de autodestrucción parecido al de la guerra. En definitiva, las crisis del imperialismo van siempre acompañadas de autodestrucción y de guerras.

    “Las tasas de interés negativas no están contribuyendo a la recuperación económica en Europa”, titula un diario económico. Naturalmente. Después de destruir a los demás, lo que está haciendo el capital financiero es destruirse a sí mismo. ¿Acaso esperaban otra cosa los teólogos?

    (*) Marx, Teorías de la plusvalía, México, 1980, tomo III, pgs.403 y stes.

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