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    En defensa de Lysenko (biologia verdadera Lysenko vs Darwin)

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    En defensa de Lysenko  (biologia verdadera Lysenko vs Darwin) Empty En defensa de Lysenko (biologia verdadera Lysenko vs Darwin)

    Mensaje por Leningrado Sáb Oct 09, 2010 1:20 am

    Cuatro tendencias en la biología soviética

    Como ciencia de los organismos vivos, la biología involucra de una manera directa las contradicciones decisivas de la dialéctica: la producción y la reproducción, la continuidad y la discontinuidad, la herencia y el medio, entre otras cuestiones. Pero esas interrelaciones, dice Engels, no se pueden “encajar” en los hechos sino que es preciso “descubrirlas” en ellos y verificarlas por medio de la experimentación. Ni en biología ni en ninguna otra ciencia la dialéctica materialista tiene nada diferente que decir, salvo reconocerse a sí misma, lo cual significa defender los postulados que han sido corroborados empíricamente por la experimentación y la observación, separándolos de las adherencias ajenas. La ciencia es única, si bien no es fácil reconocerla en cada momento porque, como cualquier fenómeno, está en permanente proceso de cambio. La explicación estática y canónica, tan usual en los manuales, conduce a una concepción equivocada del saber, que a lo largo del tiempo ha evolucionado tanto como las especies.

    Las posiciones de la dialéctica materialista respecto de la biología, harto resumidas, ya fueron expuestas en los inicios mismos del darwinismo por Engels en el “Anti-Dühring” y la “Dialéctica de la naturaleza”, aunque este último texto no se conoció hasta su publicación en 1925 en alemán y posteriormente en ruso. Engels destacó que un fenómeno tan complejo como la evolución sólo se puede explicar sobre la base de una colaboración entre multiples disciplinas científicas, algo diametralmente opuesto a lo que en la actualidad se observa, ya que la genética ha fagocitado a las demás ciencias de la vida, imponiendo a los genes como causa única y exclusiva de toda la evolución de la materia viva desde sus orígenes. No hay espectáculo más penoso que los actuales manuales de paleontología, reconvertidos en una rama de la genética, tratando de explicar la transformación de los homínidos en carnívoros con alambicados argumentos mutacionistas.

    También advertía Engels, más que justificadamente, de que las líneas “duras y rígidas” son incompatibles con el evolucionismo y, naturalmente, con la dialéctica. Sin embargo, también comprobamos hoy que la biología se ha llenado de barreras metafísicas infranqueables e insuperables que jamás se comunican, la más conocida de las cuales son las que separan al medio ambiente del organismo y luego a éste de sus propios genes, hasta el punto de que la teoría sintética pretende hacer creer que los genes -si es que existe algo así- ni siquiera forman parte del cuerpo. Estas barreras metafísicas no nacen en la biología sino que, junto con el atomismo, se importan de la física a mediados del siglo XVIII: el medio (el espacio, el tiempo) es el escenario en el que se manifiesta la acción de las fuerzas físicas y, por su mismo carácter absoluto, no depende de los cuerpos. El continente es diferente del contenido. Trasladado a la biología, el medio se divorcia del fin, de modo que, para ser verdaderamente científica, también debía separar los fines de los medios. Esta operación llega envuelta en la quiebra del concepto tradicional, amplio, de causalidad, que estaba siendo sustituido por otro mucho más restringido. Aristóteles hablaba de causas formales, materiales, finales y eficientes, mientras que en el siglo XVIII sólo quedarán las dos últimas. Este proceso conducirá a la oposición entre ambos tipos de causas, las finales y las eficientes, que era el preludio de la eliminación de las primeras, las finales, que desaparecerán en el siglo siguiente como consecuencia del mecanicismo, considerando que sólo las causas eficientes son causas verdaderas, una operación característica de la economía del pensamiento porque, en expresión de Bacon, las causas finales son “vírgenes estériles” (311b). En las corrientes dominantes de la biología el finalismo es casi un insulto porque no admiten ninguna clase de causa final, interpretada siempre como algo trascendente, las causas últimas, normalmente por referencia al creador, a la providencia divina, para rechazar cualquier posibilidad de un plan externo a la naturaleza misma. En su lugar ponen un determinismo calificado de “ciego”, dominado por el azar, en donde la evolución no se interpreta como un progreso que se manifiesta en la clasificación de las especies.

    El finalismo tiene su origen en Aristóteles; es una doctrina filosófica presente en la mecánica clásica del siglo XVIII, que también tuvo siempre connotaciones vitalistas presentes en conceptos, como el de “fuerza viva” de Leibniz sin que nadie se rasgara las vestiduras. En 1744 Maupertuis formuló el postulado de acción mínima con un claro sentido finalista bajo el nombre de “ley de economía de la naturaleza”: la naturaleza es ahorrativa en todas sus acciones, no produce nada inútilmente (natura nihil facit frustra). En cualquier cambio que se produzca, la suma de las acciones (energías) consumidas es la más pequeña posible. Como el hombre, la naturaleza también “elige” entre las distintas opciones que se les presentan aquella que resulta más barata. Hoy las corrientes dominantes en la biología siguen ancladas en este tipo de formulaciones del siglo XVIII. La situación no cambió cuando los antiguos conceptos físicos, como “fuerza viva”, fueron sustituídos por los modernos de “energía” porque la energía siguió siendo algo diferente y separado de la masa (materia). El concepto de energía, en cuanto capacidad para realizar un trabajo, nunca perdió el sentido finalista que le persigue desde su origen; el de masa (materia) es el refugio de las interpretaciones mecanicistas y reduccionistas. La termodinámica primero y la teoría de la relatividad después, demostraron que esta dicotomía era falsa, pero para entonces el abismo entre la causa eficiente, mecánica, natural o inconsciente, y la causa final, intencional, consciente o artificial ya había tomado carta de naturaleza (313). Por eso decía Poincaré que el principio de acción mínima tiene “algo de chocante para el espíritu”; presenta los fenómenos físicos como si fueran seres animados y libres, por lo que sería mejor reemplazar su formulación por otra en la cual “las causas finales no parecieran sustituir a las causas eficientes” (314).

    Una formulación diferente nunca podrá disimular los fenómenos materiales. Causalidad y finalidad forman una unidad dialéctica o, si se prefiere, un proceso circular, cíclico o, más exactamente, espiral. En el griego antiguo la palabra “cambio” se traducía por metabolei, un término que también tiene connotaciones claramente biológicas y que remite a la noción de interacción, la causa sui de Espinosa. Del mismo modo, para Kant, el organismo forma una unidad articulada en donde “todo es fin y recíprocamente medio”. Hegel siguió esa misma línea de crítica del mecanicismo, al que opuso lo que calificó de “quimismo”. Un error de los más graves, según Hegel, es la aplicación del mecanicismo a la materia orgánica, que debe ser sustituido por la acción recíproca. En las vinculaciones mecánicas los objetos se relacionan de una manera exterior, unos independientemente de los otros; en la química, unos se completan con los otros. Las causas no están separadas de sus efectos, ni los medios de los fines: “Aun el fin alcanzado es un objeto que sirve a su vez de medio para otros fines, y así hasta el infinito” (314b). Como en cualesquiera otros, en los fenómenos de la naturaleza, decía Le Dantec, las causas se convierten en efecto y los efectos en causas (315). Los efectos retroalimentan a las causas. Los dispositivos biológicos funcionan de manera reactiva ante los estímulos exteriores. Con distintas variantes la interacción entre la causa y el efecto se manifiesta en los más diversos fenómenos biológicos, e incluso sicológicos: es la homeóstasis fisiológica, la memoria, la imitación, el reflejo sicológico o la retroalimentación cibernética de los sistemas abiertos (316). Así, ante una agresión del entorno (antígeno), el sistema inmunitario del organismo, después de reconocer el tipo concreto de ataque, reacciona segregando anticuerpos que interactúan con los invasores para eliminarlos. Otro ejemplo: la estatura de una persona tiene un indudable componente génico que se transmite hereditariamente a la descendencia; de progenitores altos nacen descendientes también altos. Ahora bien, este tipo de fenómenos deben analizarse de manera evolutiva. Así, la estatura media en España ha crecido en las últimas décadas, lo cual no puede imputarse al genoma sino a otros factores, tales como la mejora en la cantidad y en la calidad de la alimentación. Lo mismo sucede con la estatura de los homínidos, que ha crecido a lo largo de su evolución.

    Las explicaciones unilaterales, deterministas o finalistas, han promovido agotadoras controversias en biología que resultan irresolubles en la forma en que se han planteado porque sus presupuestos son metafísicos; no tienen en cuenta la evolución. Así, el mendelismo se limita a exponer sólo una parte de los hechos. Lo que toma como factores causales originarios (genoma, célula, fecundación sexual) son efectivamente causa inmediata de numeros fenómenos vitales. Pero a su vez son componentes vitales muy complejos y muy organizados que no pueden tener un carácter originario, por muchos saltos cualitativos y mutaciones que se puedan imaginar. Su aparición evolutiva constituye una etapa muy larga cuyo punto de partida han sido otras formas intermedias de organización de la materia viva, más elementales y rudimentarias. Por consiguiente, son a su vez consecuencia de otros primigenios, el instrumento a través del cual se transmiten determinados cambios en el ambiente y en el cuerpo del ser vivo. Un factor causal directo e inmediato que no excluye, a su vez, la intervención de otro tipo de factores diferentes que, generalmente, tienen una importancia mucho mayor que el propio genoma y de los cuales depende el genoma mismo. En un sentido evolutivo el genoma no es causa sino consecuencia de esos otros factores, y lo mismo cabe decir de las células eucariotas (nucleadas), la fecundación y la reproducción sexual, en general, que sólo existen en los organismos más evolucionados y, por tanto, en los de aparición más tardía. La conclusión, pues, es que los factores hereditarios son una causa pero, ante todo, un efecto de la evolución, contribuyendo a la aceleración de los cambios y, por lo tanto, de la marcha de la evolución. Por lo tanto, tampoco se pueden identificar con la vida misma porque la vida no se resume ni se reduce a ninguna de sus formas materiales tomada por separado. Cualquier forma de vida, por simple que sea, es una articulación de varios componentes orgánicos distintos, nunca de uno sólo. La vida no es ADN, ni células ni fecundación. Hay formas de vida que no se basan en el ADN, ni son celulares y ni conocen la fecundación.

    Como es habitual, a la hora de inculpar al finalismo Lamarck se convirtió en el blanco de las iras de los partidarios de la teoría sintética. Pero una vez más, han construido un enemigo a su imagen y semejanza porque lo que el naturalista francés dijo con claridad fue lo siguiente: “Es un verdadero error atribuir a la naturaleza un fin, una intención cualquiera en sus operaciones; y este error es uno de los más comunes entre los naturalistas”. Un poco más adelante repite que los fines en los animales no son más que una apariencia: no son verdaderos fines sino necesidades (317). Sin embargo, también hay que tener presente que el actualismo, por un lado, así como la insistencia funcionalista de Lamarck, por el otro, le da un cierto aire finalista a algunos de sus textos, de lo que algunos historiadores neodarwinistas de la biología se han aprovechando para ridiculizar su pensamiento.

    Aunque a los neodarwinistas les repugne reconocerlo, la obra de Darwin está lejos del ciego determinismo que pretenden imputarle. En ella aparecen las profundas raíces aristotélicas sobre las que se asienta el pensamiento del naturalista británico, donde una cierta idea de finalidad también está claramente presente, lo mismo que en Lamarck. Según Darwin la evolución tiene su origen en la “selección natural”, un fenómeno que no es diferente de la “selección” que el hombre lleva a cabo. Su noción de “selección natural” no es, pues, más que una “elección” que lleva a cabo la naturaleza en favor del mejor, el más apto o el más fuerte, es decir, un concepto antropomorfo. Darwin alude en numerosas ocasiones a la idea de fin y perfección: “Todo ser tiende a perfeccionarse cada vez más en relación con sus condiciones. Este perfeccionamiento conduce inevitablemente al progreso gradual de la organización del mayor número de seres vivientes en todo el mundo. Pero entramos aquí en un asunto muy intrincado, pues los naturalistas no han definido a satisfacción de todos lo que se entiende por progreso en la organización” (318). Sin embargo, según el evolucionista británico las tendencias teleológicas de los seres vivos no son unilaterales sino contradictorias: “Hay una lucha constante entre la tendencia, por un lado, a la regresión a un estado menos perfecto, junto con una tendencia innata a nuevas variaciones y, por otro lado, la fuerza de una selección continua para conservar pura la raza. A la larga la selección triunfa” (319). No obstante, continúa Darwin, en ocasiones prevalece la tendencia opuesta: “He sentado que la hipótesis más probable para explicar la reaparición de los caracteres antiquísimos es que hay una ‘tendencia’ en los jóvenes de cada generación sucesiva a producir el carácter perdido hace mucho tiempo y que esta tendencia, por causas desconocidas, a veces prevalece” (320). Como en Lamarck, la noción de fin en Darwin tiene que ver con la de función, es decir, con la adaptación ambiental. De ahí que hable de órganos “creados para un fin especial” (321).

    El finalismo es el contrapunto de la teoría de la involución, otra de las incongruencias de una teoría seudocientífica que recurre a negar uno (el finalismo) o a afirmar el otro (la involución) según la conveniencia de cada caso. La involución es una ideología de la decadencia, es decir, esencialmente pesimista y su origen es el pensamiento económico burgués. David Ricardo, seguido por Malthus y John Stuart Mill, formuló la ley de la fertilidad decreciente del suelo, luego reconvertida en ley de los rendimientos decrecientes en cualquier clase de actividad económica: cada inversión suplementaria de capital (en la tierra o en cualquier otro medio de producción) proporciona un rendimiento inferior al de la inversión precedente, de manera que, alcanzado determinado limite, resulta imposible obtener ningún nuevo incremento. El universo marcha hacia una hecatombe que desborda lo económico e incluso la escala planetaria para entrar en lo cósmico: “Podemos estar acercándonos al fin de un callejón sin salida, quizá hayamos llegado ya”, profetizó Schrödinger (321b). El planteamiento de la cuestión, por lo tanto, va mucho más allá de las innovaciones tecnológicas y, por supuesto, de las relaciones de producción capitalistas: cualquiera que sea el modo de producción, la Tierra es finita, los recursos de agotan y el caos aumenta por causas naturales inexorables. Es la versión economicista de la predestinación luterana, es decir, una ideología enmascarada tras una fachada seudocientífica.

    De la economía, el irremediable desplome pasó a la termodinámica, a cuya segunda ley le otorgaron un carácter universal y absoluto. Así, en 1848 Mayer calculó que el Sol se apagaría dentro de 5.000 años. Por su parte, Kelvin planteó que, como consecuencia de ello, el planeta será cada vez más frío e inhabitable y Clausius fue mucho más allá al pronosticar la muerte térmica del universo en su conjunto: llegará un momento en el cual habrá un universo inerte, materia sin movimiento y, por consiguiente, sin vida. A partir de Clausius el pensamiento burgués tuvo la oportunidad de seguir involucionando con un fundamento que ya no era económico sino físico, es decir, plenamente “científico”. Siguió su recorrido cuesta abajo, introduciendo las distintas modalidades agónicas de la civilización, en general, no de la civilización que la burguesía representa, para la cual no hay alternativa posible pues la hecatombe deriva de la propia actividad del hombre sobre la Tierra.

    Para introducir la predestinación divina dentro de la ciencia había que sustentar toda la física sobre la termodinámica, es decir, demostrar que ésta es una teoría de carácter general y que las demás teorías (astronomía, mecánica cuántica, biología, etc.) se reducen o se sustentan sobre ella. Es lo que imaginó Poincaré cuando reconoció las esperanzas de algunos científicos hace un siglo: “Tratamos hoy de elevar sobre la termodinámica solamente el edificio entero de la física matemática” (321c) y recientemente Atlan ha procedido a una extrapolación semejante al sostener que el segundo principio de la termodinámica es el único gran principio de la física (321d). Sin embargo, a diferencia de la ley de la conservación de la energía, que sí tiene un carácter general para toda la física (conservación del espín, del momento, de la carga eléctrica, de la cantidad de movimiento, etc.), el segundo principio de la termodinámica es una ley local, limitada a los fenómenos que la termodinámica oroginariamente pretendió explicar y, por consiguiente, sujeta a las hipótesis que configuraron esta rama de la físca, entre las cuales cabe reseñar las siguientes:

    — la termodinámica no tiene en cuenta la composición de la materia sino sólo los fenómenos basados en el intercambio de calor y trabajo, al margen de condicionantes eléctromagnéticos, nucleares, químicos o de cualquier otro tipo

    — las leyes que rigen los sistemas térmicos se fundamentan en las leyes de los gases perfectos, un modelo idealizado en el que las moléculas se consideran mutuamente independientes y su volumen se supone insignificante en comparacion con el volumen total que ocupa el gas. A pesar de que las moléculas se conciben como puntos matemáticos inextensos, acaban chocando unas con otras, que es el medio a través del cual intercambian energía, una interacción débil. No hay acción a distancia ni atraccion molecular, cualquiera que sea la temperatura o la presión. Por ejemplo, se supone que las moléculas del gas no están ionizadas, es decir, que carecen de carga eléctrica

    — los sistemas físicos reales no son homogéneos; el calor no es la única forma de movimiento de la materia, que como cualquier otro tipo de energía interrrelaciona con todas las demás; el aspecto cualitativo de la ley de la conservación de la energía demuestra que todas las formas de energía se reconvierten unas en otras, de manera que es imposible que todas ellas adopten exclusivamente su forma térmica; la diversidad cualitativa de las formas de energía no puede desaparecer

    — los sistemas físicos reales no están en estado de equilibrio, ni se mueven de un equilibrio a otro, como supone la termodinámica; el equilibrio sólo es una situación temporal y relativa entre los continuos cambios de estado

    — la termodinámica divide el universo de una manera muy simple en dos partes: un sistema térmico y “todo lo demás”, que se considera exterior al mismo, e incluso inexistente, como en el caso de las radiaciones; este supuesto, como es obvio, es impensable para el universo en sí mismo

    — los sistemas térmicos se suponen compuestos por muchos elementos (del orden del número de Avogadro), pero en ningún caso infinitos

    — el segundo principio de la termodinámica sólo se aplica en sistemas cerrados, lo cual supone una simplificación que no existe en ninguna parte, ni siquiera en los sistemas térmicos, en los que puede adoptarse como una aproximación a la realidad que quiebra de manera definitiva fuera de ellos.

    Por lo tanto, al tratarse de un fenómeno restringido, como cualquier otro de ese mismo alcance, la segunda ley de la termodinámica no es de aplicación general a fenómenos físicos ajenos al funcionamiento de dispositivos térmicos y, con mucha más razón, a fenómenos que ni siquiera son físicos, tales como los biológicos. Las leyes físicas no son universales sino que sólo se aplican a los supuestos en los cuales su validez se ha comporobado empíricamente, lo cual no es exclusivo de la segunda ley de la termodinámica. Así, la ecuación de los gases perfectos sólo es válida como aproximación en las condiciones normales de presión y temperatura, y no en otras. De la misma manera, las interacciones nucleares fuertes son de un alcance muy corto, de manera que más allá operan las fuerzas electromagnéticas, más débiles pero de mayor radio de acción. La segunda ley de la termodinámica no tiene, pues, un alcance general, ni siquiera en los fenómenos físicos, de manera que desde comienzos del siglo XIX se sabe que sus principios no se pueden aplicar al movimiento browniano, por ejemplo.

    Sin embargo, no cabe duda de que, a pesar de que los supuestos en los que se funda son muy restricitvos, el concepto de entropía se ha generalizado por dos razones de muy diversa naturaleza pero coadyuvantes. La primera de ellas es que, como la cibernética o la teoría de la información, la termodinámica ha contribuído a explicar numerosos fenómenos físicos más allá de su origen empírico, más allá de los gases perfectos e incluso de los intercambios entre calor y trabajo. En algunos casos, ha demostrado su eficacia en sólidos y líquidos, y en las colisiones de determinadas partículas elementales, es decir, en supuestos en los que las interacciones son fuertes. Ahora bien, la termodinámica ha expandido su campo de aplicación analógica a costa de convertirse en un modelo formal: la mecánica estadística.

    La segunda razón tiene un origen diferente pero acompaña a la anterior: desde el Renacimiento la física padece una progresiva confusión entre los conceptos y las formas cuantitativas de medirlos. En ocasiones los manuales de física pretenden tener por definidos los conceptos por la ecuación que los mide cuantitativamente, lo cual pasa por alto su dimensión cualitativa y, lo que es aún peor, reduce lo cualitativo a lo cuantitativo. Es conocida la frase de Kelvin que repudiaba todo aquello que no se pudiera contar o medir: “Cuando podemos medir aquello sobre lo que estamos hablando y expresarlo numéricamente, podemos decir que sabemos algo sobre ello; pero cuando el conocimineto no se puede medir, cuando no se puede expresar numéricamente, entonces es débil e insatisfactorio: puede ser el comienzo del conoimciento, pero apenas se ha avanzado hasta el estadio de la ciencia, sea cual sea la materia de que se trate” (322). No cabe duda que la introducción de una determinada métrica mejora el conocimiento cualitativo de los conceptos, permite su desarrollo matemático y vuelve operativas sus interacciones con otros conceptos, pero no se reduce a él. Cuando la métrica reduce los fenómenos cualitativos a su dimensión cuantitativa, como en el caso de la mecánica estadística, se convierte en un modelo matemático-formal capaz de ampliar su radio de acción a fenómenos diferentes de los que le dieron origen. Por eso la termodinámica explica otro tipo de fenómenos en los que se puede introducir una métrica análoga a la de la entropía, lo cual significa que, en tal caso, se priva a la entropía de significado, o lo que es lo mismo, se la transforma en un concepto matemático abstracto. La única conclusión que de ahí puede derivarse, lo mismo que en las múltiples aplicaciones cibernéticas, es que existen fenómenos (físicos, biológicos, económicos) que a pesar de su diferente naturaleza, funcionan de manera análoga. Ahora bien, que dos fenómenos funcionen de manera parecida no quiere decir que sean iguales, que se trate del mismo fenómeno.

    Un concepto tan abstracto como el de energía padece ese mismo problema. La energía no se puede medir porque es infinita y el procedimiento utilizado por la física para medirla ha sido analítico; ha consistido en tomar en consideración la energía en fenómenos concretos y limitados: en el desplazamiento, en las reacciones químicas, en los dispositivos térmicos o en las interaccionies nucleares. Además, lo que la física mide no es un nivel absoluto de energía sino sus cambios, por lo cual ha debido tomar en consideración necesariamente su dimensión cualitativa. Así, en la caída libre de un cuerpo, la física establece la siguiente ecuación:

    energía total = energía potencial + energía cinética = constante

    Al lanzar un cuerpo al aire, cuando está en su punto más alto, toda su energía es potencial y la energía cinética es cero. Cuando cae al suelo, la situación se invierte: su energía potencial es cero y su energía cinética es máxima. Por el contrario, en cualquier punto intermedio, el cuerpo reparte su energía entre la potencial y la cinética. En su caída, el cuerpo va transformando progresivamente su energía de un estado cualitativo a otro; lo que pierde como energía potencial lo gana en cinética y son esas modificaciones las que permiten medir cuantitativamente cada tipo particular de energía y decir, al mismo tiempo, que la energía total es constante. La energía es una medida de la capacidad de movimiento de la materia, para lo cual se crea siempre una diferencia en la posición del cuerpo, elevándolo a una altura por encima del suelo, se crea también una diferencia en su potencial eléctrico o un desnivel en su temperatura, etc.

    Salvo para los ingenieros o los economistas, no tiene ningún sentido científico afirmar que la energía se degrada o se disipa, porque en la caída de un cuerpo, la energía no se degrada al transformarse de su forma potencial a su forma cinética. Ni siquiera tiene sentido decir que la energía se degrada cuando se realiza un trabajo con ella a partir de su forma calorífica. Una corriente eléctrica genera calor que no se puede aprovechar para realizar un trabajo, pero la primera ley de la termodinámica asegura que no se pierde, ni se degrada, sino que se transmite a las moléculas más próximas. Que no se pueda aprovechar toda la energía para realizar un trabajo útil no significa que la energía se haya perdido. Al afirmar que la energía se degrada, los manuales de termodinámica siguen pagando el peaje histórico que les corresponde por el origen empírico de su disciplina. Al final de la Edad Media, cuando el trabajo mecánico se obtenía de los molinos de agua o de viento, a ningún físico se le hubiera ocurrido sostener que el agua o el viento se disipan. Pero con la máquina de vapor, Inglaterra acabó con sus bosques para quemar los troncos de los árboles en las calderas y luego tuvo que excavar minas de carbón para utilizarlo como combustible. El agua y el viento se obtenían gratuitamente, pero por la madera y el carbón había que pagar un precio y un un modo de producción basado en la codicia exige lograr la máxima rentabilidad. La termodinámica también nace de una práctica económica, con el propósito utilitario de aprovechar el rendimiento de las máquinas de vapor, realizar el máximo trabajo con el mínimo gasto de energía: es posible ejecutar una cierta cantidad de trabajo a partir de una cierta cantidad de calor, pero ese proceso no es reversible, de manera que no existe fuerza capaz de volver a acumular la misma cantidad inicial de calor utilizando el mismo trabajo. Es de ahí de donde surge esa visión ideológica -antropomórfica- repleta de significados equívocos que convierten a la entropía en la ley de la fertilidad decreciente del suelo de la economía política transplantada al trabajo mecánico, un proceso de deterioro que posteriormente se ha convertido en imparable, hasta el punto de introducir conceptos evanescentes tales como “caos”, “desorden” y otros parecidos en la teoría de la información, la demografía, la ecología o la astronomía para defender una versión termodinámica del apocalipsis. La entropía no tiene nada que ver ni con el orden ni con el desorden. En un sistema térmico un cambio en la entropía modifica las condiciones de equilibrio del gas sin que cambie necesariamente la distribución de sus moléculas en el espacio, es decir sin que produzca ni ordenación ni reordenación (322b).

    La entropía no es una forma de energía sino un concepto físico que tiene un “carácter extraño, distinto a las demás magnitudes de la física” (322c). Dado que a efectos cuantitativos la energía total de un sistema térmico se considera constante y se puede distribuir de formas cualitativamente distintas, la entropía mide cuál de esas formas tiene más probabilidades de realizarse, es decir, mide el aspecto cualitativo de la energía interna de un sistema térmico, sus diferentes potencialidades evolutivas, que son direccionales porque sus probabilidades son diferentes, resultando más probables las más altas. La entropía es una probabilidad y sería adimensional desde el punto de vista físico de no ser porque Boltzmann introdujo su constante κ en la ecuación que la mide:

    S = Σ κ log pi

    En la ecuación no quedarían más que las distintas probabilidades de cada uno de los estados posibles pi si prescindiéramos de la constante κ, que Boltzmann introdujo con la dimensión de energía (dividida por la temperatura) por las necesidades operativas de cálculo, es decir, por dos motivos:

    — lo mismo para la energía que para la entropía, lo que se mide no son los valores absolutos sino sus modificaciones cuantitativas (322d)

    — la constante de Boltzmann se relaciona con la constante universal de los gases perfectos R, que es dimensional, de tal forma que R se obtiene de multiplicar κ por el número de Avogadro, que es adimensional; de esta manera Boltzmann cerraba el círculo de la mecánica estadística porque la temperatura y la energía son directamente proporcionales.

    Desde luego el segundo principio de la termodinámica es inaplicable a todo el universo porque el universo no es que no sea un sistema cerrado sino que ni siquiera es un sistema (322e), y mucho menos un único sistema, un sistema homogéneo en todos sus puntos. Los sistemas térmicos se caracterizan, por ejemplo, entre otras cosas, por su volumen, encerrando en él un gas con una determinada presión y una determinada temperatura que se mantiene en un estado de equilibrio. De un sistema así se puede decir que su energía interna es constante. Por el contrario, el universo no tiene una energía constante sino infinita, un problema histórico que ha sido velado por los intentos de medir cuantitativamente la energía, cuando lo que se medía en realidad eran los cambios en la energía al transformarse cualitativamente.
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    Mensaje por Leningrado Sáb Oct 09, 2010 1:21 am

    Por otro lado, el universo no diferencia entre lo interno y lo externo y, por ello mismo, no tiene volumen ni le resulta aplicable las nociones termodinámicas de homogeneidad o equilibrio; se compone de infinitos elementos que forman infinitos estados posibles e infinitos sistemas, como demostró Giordano Bruno antes de arder en la hoguera (322f). Por consiguiente, no tiene sentido la entropía o, en su caso, la misma se anula al anularse la probabilidad de cada uno de ellos en la ecuación de Boltzmann. En tales condiciones, por consiguiente, la entropía no sólo no aumenta sino que se anula (322g).

    Ni la energía se dispersa (es indestructible) ni la entropía es un proceso lineal. A medida que unos sistemas pierden energía, otros la ganan, lo cual acaba transformando dichos sistemas: “La segunda ley de la termodinámica no considera el tránsito de los cambios cuantitativos a cualitativos al aumentar la masa del sistema. En un sistema cerrado de dimensiones relativamente pequeñas puede producirse, debido a la nivelación de las velocidades del movimiento de las moléculas, un estado de equilibrio térmico. Mas no en todos los sistemas cerrados se desarrollará el proceso en ese sentido. Si la masa del sistema supera en 1/20 la masa solar, en sus profundidades se originará una presión y una temperatura tan elevadas que se iniciará la reacción termonuclear, con lo que se liberará mucha más energía que la energía cinética primaria de las moléculas” (322h).

    Los repetidos intentos de introducir la segunda ley de la termodinámica dentro de la biología ha dado lugar a toda clase de paradojas. Jagjit Singh ha destacado la contradicción, que califica de “aparente”, entre la evolución biológica y el segundo principio de la termodinámica, porque “la marcha de nuestro universo en su totalidad hacia un destino mortal de desorden total” no es incompatible con el surgimiento local de orden (322i). La entropía también ha sido utilizada por creacionistas, como Henry Morris, para defender que no existe evolución de las especies ya que la historia del universo y de los sistemas vivos avanza hacia estados más “desorganizados”, lo cual significa que en el momento de la creación (big bang) todo estaba en su máximo grado de “organización” imaginable. La teoría de la evolución de los creacionistas supone que en el paraíso aparecieron primero los mamíferos y luego los trilobites, lo cual contradice hasta la propia narración del Génesis. Es algo que comparten los creacionistas con las corrientes dominantes de la biología, que al tiempo que critican el finalismo (en realidad, un cierto tipo de finalismo) llegan a su propio finalismo, que es la teoría de la involución en su más puro estado: la materia inerte no da lugar a la vida sino que es la vida la que da lugar a la materia inerte. El cosmos no surge del caos sino al revés. La ilusión entrópica le ha dado la vuelta a la convicción más arraiga en la historia del pensamiento científico desde su origen hace 2.500 años. No es de extrañar que sea uno de los titulares favoritos de los libros de bolsillo seudocientíficos.

    Los sistemas biológicos son abiertos, tienen la capacidad de metabolizar la materia inorgánica y, por consiguiente, de transformar el medio circundante en materia viva, de obrar por sí mismos el “milagro” de la creación. En expresión de Marx: “La naturaleza es el cuerpo inorgánico del hombre” (323). Por su parte, Engels estaba tan lejos del reduccionismo mendelista como del reduccionismo ambientalista. En su “Dialéctica de la naturaleza” recoge la siguiente tesis de Haeckel, recibida a su vez de Prosper Lucas, como núcleo central de la teoría evolucionista: “Desde la simple célula en adelante, la teoría de la evolución demuestra que cada avance hasta la planta más complicada, por un lado, y hasta el hombre, por el otro, se realiza en el continuo conflicto entre la herencia y la adaptación [...] Se puede concebir la herencia como el lado positivo, conservador, y la adaptación como el lado negativo que destruye continuamente lo que heredó, pero de la misma manera se puede tomar la adaptación como la actividad creadora, activa, positiva, y la herencia como la actividad resistente, pasiva, negativa” (323b). La dialéctica materialista defiende la tesis de la unidad del organismo vivo con su medio. Ambos forman una unidad contractoria. Lamarck lo entendió cabalmente cuando subtituló su obra Hidrogéologie de la manera siguiente: “Influencia de las aguas sobre la superficie de la tierra y cambios que los cuerpos vivos ejercen sobre la naturaleza y el estado de esa superficie”. Existe una interacción mutua entre ambos componentes, el organismo y el medio, el genoma y el cuerpo, que se influencian recíprocamente, en donde -según Engels- el medio tiene un carácter dominante o principal respecto al organismo y al genoma. Los manuales de genética que, en raras ocasiones, aluden a la acción del medio ambiente, sostienen precisamente lo contrario: los genes son el elemento dominante y el medio ambiente “simplemente aporta la materia prima” (324). Esta tesis es antievolucionista: ¿de dónde ha salido la materia prima de la que se componen los genes?

    Un tipo de reduccionismo genómico conduce a extraer conclusiones erróneas en el sentido opuesto, que es muy corriente en determinados medios progresistas, propensos a otorgar una relevancia especial a los factores ambientales por encima de cualesquiera otros, tanto en biología como en sociología, a pesar de la multiplicidad de condicionantes que concurren. Es un punto de partida empirista que arranca del error de concebir los organismos vivos como “tablas rasas”, materiales plásticos sobre los que impacta el medio exterior, materia prima absolutamente moldeable. Sin embargo, no todos los factores ambientales influyen siempre, ni influyen de la misma manera y mucho menos influyen de manera permanente, generación tras generación porque el medio cambia con el tiempo. El ambientalismo es unilateral, según Engels, porque presenta las cosas “como si la naturaleza fuese la única que reacciona sobre el hombre y las condiciones naturales determinasen en todas partes, y de manera exclusiva, su desarrollo histórico [...] Olvida que el hombre también actúa sobre la naturaleza, la cambia y crea nuevas condiciones de existencia para sí” (325). No sólo el medio influye sobre el organismo sino que el organismo también influye sobre el medio. El hombre no sólo cambia el medio sino que también cambia de medio, emigra, busca nuevos espacios, nuevas fuentes de sostenimiento, nuevos climas, nuevos cultivos, etc. Lo que habitualmente consideramos como naturaleza es algo bien artificial, una creación del animal que la habita. Nuestra alimentación no nos viene impuesta de la naturaleza sino que es algo que nosotros hemos seleccionado en ella y que, a su vez, nos selecciona a nosotros. La fábrica en la que trabajamos, la casa en la que vivimos y la calle por la que paseamos no son obras de la naturaleza sino creaciones del hombre. El paisaje urbano que nos rodea, la temperatura que nos envuelve y el aire que respiramos, es el medio que hemos creado para nosotros mismos. Por consiguiente, la selección natural también es una selección de la naturaleza: el medio selecciona al hombre y el hombre selecciona el medio.

    La materia viva es distinta de la inerte y, en su evolución, se separa y aísla cada vez más de ella. El hombre ha logrado aislarse del medio creando uno a su imagen y semejanza. Este fenómeno cada vez tiene más importancia evolutiva. Es el punto en el que, finalmente, los antilamarckistas tienen plena razón: a medida que la evolución progresa, las formas más desarrolladas de vida son mucho más capaces de aislarse del medio. Pero en ningún caso podrán nunca romper con él. En mucha menor medida esto mismo se puede predicar de otras especies pero es especialmente pertinente para los mendelistas que pretenden reducir al hombre a su condición puramente biológica o animal, ignorando su componente social: “El animal es uno inmediatamente con su actividad vital. No se distingue de ella. Es ella. El hombre hace de su actividad vital misma objeto de su voluntad y de su conciencia. Tiene actividad vital consciente. No es una determinación con la que el hombre se funda inmediatamente. La actividad vital consciente distingue inmediatamente al hombre de la actividad vital animal [...] Es cierto que también el animal produce. Se construye un nido, viviendas, como las abejas, los castores, las hormigas, etc. Pero produce únicamente lo que necesita inmediatamente para sí o para su prole; produce unilateralmente, mientras que el hombre produce universalmente; produce únicamente por mandato de la necesidad física inmediata, mientras que el hombre produce incluso libre de la necesidad física y sólo produce realmente liberado de ella; el animal se produce sólo a sí mismo, mientras que el hombre reproduce la naturaleza entera; el producto del animal pertenece inmediatamente a su cuerpo físico, mientras que el hombre sabe producir según la medida de cualquier especie y sabe siempre imponer al objeto la medida que le es inherente [...] Es sólo en la elaboración del mundo objetivo en donde el hombre se afirma realmente como un ser genérico. Esta producción es su vida genérica. Mediante ella aparece la naturaleza como su obra y su realidad” (326).

    El biólogo marxista español Faustino Cordón dio una explicación magistral de la interacción del medio con el organismo vivo, con una claridad pocas veces lograda en biología: “Los seres vivos son criaturas del medio en que viven, la genética debe esclarecer cómo se verifican la adquisición y conservación de los caracteres por las especies, profundizando en los procesos por los que el ser vivo asimila y corrige constantemente las influencias del medio; debe tomar como supuesto estas permenentes acción y reacción entre el medio y el organismo, entender la vida como un equilibrio -que puede desplazarse- y no considerar el ser vivo haciendo abstracción del medio al que pertenece”. Siguiendo a Darwin, Cordón recuerda que el medio actúa directamente sobre el organismo vivo, creando los rasgos del fenotipo, y también indirectamente, a través del genoma. En los animales superiores -continúa Cordón- es predominante la forma indirecta, a lo que añade una precisión muy importante: “Esta aseveración no debe oscurecer otra posible verdad; a saber, que el proceso ontogénico, que lleva del genotipo al fenotipo, está plasmado por una suerte de otro proceso que primigeniamente, a la inversa, hubo de ir guardando, en estado potencial, en células de función germinativa creciente caracteres del soma que se habían moldeado en él por efecto directo del medio. Vía que en ningún ser vivo debe estar totalmente cerrada, siquiera en los más evolucionados el medio haya de limitarse ya a desarrollar las posibilidades intrínsecas de evolución que poseen las criaturas directas suyas que encerró en las células germinales dicho proceso ancestral y en cierto sentido también inverso del filogénico que hoy conocemos (ya que el medio por selección natural no puede operar sino sobre lo que es congruente)”. Cordón continúa matizando de forma magistral con una observación muy aguda: que “la conservación y la adquisición de un carácter no deben ser, probablemente, sino resultados distintos de un mismo proceso” (327).

    Para Waddington el desarrollo de los animales es el resultado de la autoorganización; la tendencia a la autoorganización es “la característica más importante” de las células y “una de sus más misteriosas propiedades” (328). Según Waddington, el embrión es un sistema organizado y autorregulado: “Una de las propiedades más llamativas de los embriones es la de ser capaces de ‘regular’, es decir, que a pesar de cercenar una parte de los mismos o de lesionarlos de varias maneras, muestran fuerte tendencia a terminar su desarrollo con un resultado final normal. Las fuerzas que configuran la morfología no pueden actuar con entera independencia y sin tener en cuenta lo que está ocurriendo alrededor. Han de tener la misma facultad que les permita compensar las anormalidades y adaptarse a la sustancia que las rodea, como ya tuvimos ocasión de advertir en los procesos químicos que intervienen en la diferenciación de los tejidos”. El concepto de “regulación” lo toma Waddington de la cibernética y lo relaciona de manera precisa con el de “finalidad”, aunque para no acabar equiparado con el hilozoísmo alude más bien a una “cuasi-finalidad”, algo en lo que también coincide con Kant o con lo que Lamarck consideraba como “voluntad” en el animal. Al mismo tiempo, para escapar del micromerismo, Waddington habla de “organicismo”, que concebía como un circuito cibernético “donde nada es ya causa o efecto”. El biólogo escocés detectaba al menos tres de esos circuitos cibernéticos: “Uno pone al animal en relación con el medio y los otros dos relacionan los caracteres adquiridos con las mutaciones que, a su vez, están sujetas a circuitos reverberantes propios del desarrollo ontogénico”. La cibernética le conduce a la noción de finalidad: “Hemos aprendido ya a construir mecanismos accionados por procesos que no son provocados por una causa final, pero que se integran en una máquina proyectada para un fin pre-determinado”. Los procesos de desarrollo tienen tendencia a alcanzar siempre el resultado final previsto, aún en circunstancias anormales (329).

    Aunque Piaget quiere eludir hablar de finalidad, utiliza la palabra “vección” para transmitir la misma idea direccional. Al mismo tiempo, trata de restringir la noción de finalidad en biología que, según él, involucra tres significaciones distintas. En primer lugar, está la de utilidad funcional, que puede desligarse de la de fin si se interpreta como regulación homeostática o interna al organismo. La segunda es la de adaptación, que también puede excluir la de finalidad si se entiende como otra regulación, pero de tipo externo o relacionado con el medio ambiente. La tercera es la de anticipación, que también puede reconducirse, dice Piaget, a la regulación porque la retroalimentación se puede convertir en previsión. Hay una cuarta significación posible, según Piaget, que es la de finalidad en sentido estricto o plan en su acepción sicológica, es decir, referido a la conciencia. A partir de la constatación de que la idea de finalidad ha ido perdiendo terreno progresivamente para centrarse en esa última acepción, el sicólogo suizo se pregunta si la noción de finalidad añade algo más a la de regulación. Según él se trata de una noción “infantil” o animista en el sentido de que remite a la pregunta típica de los niños: ¿por qué?, a la que los adultos no son capaces de contestar en numerosas ocasiones. En la sicología adulta, la noción de finalidad va perdiendo terreno, que es una forma de resignación ante la realidad, como si el mundo que nos rodea no pudiera ser diferente de lo que es. Según Piaget, la noción de finalidad es producto de la indiferenciación entre lo objetivo y lo subjetivo, lo físico y lo sicológico, lo inerte y lo vivo, lo natural y lo humano (330). La finalidad subsistirá, pues, en la medida en que tales dicotomías no son absolutas. En efecto, es difícil ignorar alguna forma de teleología cuando vemos a los gatos corriendo detrás de los ratones o cuando observamos que podemos enterrar cada semilla en una posición diferente, a pesar de lo cual el tallo de la planta que de ella brote siempre saldrá al aire; nunca profundizará más hacia el interior de la tierra, como si “buscara” la luz y fuera capaz de encontrarla.

    Para superar las lagunas de la teoría sintética, sus defensores se han visto obligados a recurrir a continuos remiendos que prueban la insuficiencia de los postulados sobre los que han venido apoyándose. En la epigenética actual se utiliza en ocasiones una fórmula parecida que enmascara la acción del medio ambiente: genotipo + ambiente → fenotipo. Esta fórmula es un preformismo atenuado. El ambiente exterior genera un “ruido epigenético” que distorsiona la producción genotípica perfecta. Lo que pretende sostener es que el ambiente no incide sobre la dotación génica sino sólo sobre sus efectos, sobre su expresión. No obstante los desmentidos, la epigenética es un retorno de la herejía, de la heredabilidad de los caracteres adquiridos (331) porque el medio no sólo influye sobre la expresión del genoma sino sobre el genoma mismo. Como afirma E.B.Ford, “se observó muy pronto que los genes sufren la acción del medio ambiente, y recíprocamente”. Este mismo genetista añade también otra noción básica de la dialéctica: que “el medio no es sólo externo sino interno” (332), algo que viene de Lamarck, aunque nunca se le mencione al naturalista francés. El organismo vivo forma una unidad de contrarios con su medio, con el aire (o el agua), con la alimentación, con la luz y las radiaciones, con la temperatura y con otros organismos vivos. No se puede estudiar al medio por un lado y al organismo por otro. El organismo debe mantener unas constantes, un equilibrio homeostático, que el ambiente altera continuamente, obligándole a reaccionar.

    El medio exterior se convierte en interior. Influye sobre el organismo normalmente a través de una metabolización o transformación previa del propio organismo. La miel que fabrican las abejas es una metabolización del néctar y otros jugos dulces que succionan de las flores. La misma abeja fabrica tipos de miel diferentes según el tipo de flor que haya libado, de modo que las mieles se clasifican en función de la flor originaria y no de la abeja que la elaboró: entre muchas otras, hay mieles de azahar, trébol, alfalfa, espliego, eucalipto, romero y tomillo. La composición nutritiva de la miel no varía con la abeja sino con la flora de origen, la zona, el clima o la altitud. Al néctar las abejas añaden sustancias propias de su organismo que transforman en miel en sacos especiales situados en su esófago. Posteriormente madura en los panales dentro de las colmenas. Como escribió Engels, “la vida es un continuo intercambio metabólico con el medio natural [...] El metabolismo consiste en la absorción de sustancias cuya composición química se modifica, que son asimilados por el organismo y cuyos residuos se segregan junto con los productos de descomposición del propio organismo” (333). Por lo tanto, la distinción entre lo interno y lo externo es relativa; en unos casos determinados componentes del medio son externos y en otros internos. En una colmena de abejas, la flora circundante es el medio frente al cual las abejas forman una unidad; pero para cada una de ellas, las demás abejas también son su medio e interactúan unas con otras. En unos casos las bacterias son externas al organismo humano y en otras forman parte de él, desempeñando determinadas funciones vitales o mortales.

    En la intosuscepción la materia viva absorbe la energía del medio para metabolizar la materia inerte y desarrolla moléculas orgánicas complejas (334). Se trata, pues, de un sistema abierto, es decir, un sistema en el que la materia viva y la inerte forman una unidad. De aquí se desprende que las leyes biológicas no se puedan reducir a las físicas. En un medio templado, el agua caliente no conserva su temperatura. Por el contrario, algunos organismos vivos, como los seres humanos, son capaces de mantener su temperatura constante a pesar de las fluctuaciones del medio en el que se desenvuelven. En biología las constantes ponen de manifiesto la continuidad dentro de los procesos de cambio y evolución. Pero además de las constantes, en las reacciones bioquímicas aparecen variables tanto de estado como de flujo. Las primeras (pulso, temperatura, pH) se denominan “constantes” y las otras son variables en sentido estricto. Tanto los fenómenos termodinámicos como los cibernéticos son direccionales. La materia viva se desarrolla siguiendo vectores como el de la respiración celular:

    CH2O + O2 → CO2 + H2O + energía

    Estos fenómenos bioquímicos crean estados asimétricos o irreversibles. Como cualquier otra forma de movimiento, la evolución puede tener regresiones locales en determinadas especies, que pueden llegar a desaparecer, pero no tiene ninguna clase de límites, es absoluta. Como diría Vernadsky, se expande, es ubicua, coloniza la biosfera, donde no hay regiones azoicas o desprovistas de alguna forma de vida. Su fuerza expansiva logra que se imponga en todas partes (334b).

    El movimiento de la materia viva o, lo que es lo mismo, la evolución, es direccional según expresión de Wiener (334c). Los seres vivos no se pueden estudiar como elementos estáticos sino en su desarrollo y cambio permanente: “Cuando se quiere hacer algo en el campo de la ciencia teórica a un nivel que abarque el conjunto, no hay que considerar los fenómenos naturales como unas cantidades inmutables, como hacen la mayoría de las personas, sino considerarlos, al contrario, en su evolución, como susceptibles de modificación, de evolución, fluidos. Y todavía hoy es en Hegel donde esto se aprende con más facilidad” (334d). Por ejemplo, una embarazada no puede exponerse a radiaciones que, aunque sean inocuas para ella, afectan al feto; luego una misma causa provoca efectos diferentes según la fase de desarrollo en que se encuentre el organismo. Otro ejemplo: las enfermedades tienen un origen muy diferente; unas son de origen predominantemente genético, otras son predominantemente ambientales. Pero, cualquiera que sea su origen, una enfermedad no afecta lo mismo a un niño que a un adulto. Así, se conocen unas 5.000 enfermedades catalogadas como genéticas, de las cuales sólo 1.600 se consideran causadas por un única secuencia de ADN. De éstas, en un 90 por ciento de los casos ese gen no afecta al portador, no se manfiesta en él como enfermedad. Por lo tanto, el genoma está muy lejos de tener el carácter ineluctable que le atribuyen; en consecuencia, además del gen serán necesarias otras circunstancias para que la patología se manifieste. La enfermedad denominada “corea de Huntington” (“baile de San Vito”) es de tipo monogénico pero sólo se manifiesta a partir de la edad madura del individuo. Además del gen, son necesarias otras explicaciones para saber por qué durante la juventud el paciente no experimenta la enfermedad. Para cubrir esas -y otras- lagunas apareció la epigenética a finales del siglo pasado. A su vez, esas lagunas son consecuencia de que cien años antes la embriología había sido liquidada de la biología para dejar sitio a un cierto tipo de genética, la teoría sintética, a pesar de que la embriología estuvo en el nacimientos mismo de la teoría de la evolución en Alemania hacia 1800. Afortundamente hoy ese interés ha retornado bajo la forma de “biología del desarrollo”, acreditando que nada -y menos los fenómenos vitales- se puede analizar al margen de su incesante proceso de cambio y transformación.

    Pero no es suficiente tener en cuenta el movimiento de los sistemas biológicos sino que, además, es también necesario conocer su forma, ya que la direccionalidad no supone un curso unilateral de los fenómenos. Sin embargo, bien por razones religiosas (un universo que empieza con la creación y acaba en el apocalipsis) o científicas (la geometría euclídea), la linealidad sigue muy arraigada. Un ejemplo reciente de esta clase de concepciones está en los seguidores de Bergson, como Atlan o Prigogine, quienes defienden la irreversibilidad y la “flecha del tiempo”. Para fundamentar su flecha, Prigogine debe criticar la hipótesis ergódica y el teorema de la recurrencia de Poincaré y cualquier teoría cíclica, es decir, que las situaciones puedan retornar a su punto de origen. A pesar de poner todo su énfasis en los procesos no lineales, Prigogine concluye con una concepción lineal y unilateral del tiempo. Sus tesis corren en paralelo con la teoría de la continuidad en biología. Se fundamentan en la extrapolación del segundo principio de la termodinámica, que es una ley local, sujeta a condiciones que no permiten su generalización. El tiempo es una forma de existencia de la materia de carácter universal. La irreversibilidad del tiempo y, por consiguiente, de los fenómenos materiales, que tiene un carácter absoluto, no se puede deducir de una ley relativa.

    El movimiento de la materia -y por consiguiente el tiempo y la evolución orgánica- es una unidad de contrarios, a la vez reversible e irreversible, continuo y discontinuo. Que el tiempo sea irreversible no significa que no tenga un cáracter cíclico, o mejor dicho, espiral, es decir, que retorne a su punto de partida bajo condiciones modificadas. A la bajamar sucede la pleamar, a la noche el día y al invierno la primavera. Por ejemplo, la retroalimentación expresa una dinámica de los fenómenos no lineal sino espiral. En bioquímica el ciclo Krebs es buena prueba de esa forma cíclica de los fenómenos biológicos. Lo mismo cabe decir de los ciclos geoquímicos que describen los elementos de la tabla periódica en la naturaleza. Por ejemplo, el carbono, que es el cuarto elemento químico más abundante en la parte conocida del universo, después del hidrógeno, el helio y el oxígeno. Constituye el pilar básico de la materia orgánica ya que integra todas las formas conocidas de vida. Por lo tanto, los elementos componentes de la materia orgánica son los mismos que los de la materia inorgánica. Todas las moléculas orgánicas (azúcares, grasas, proteínas y ácidos nucleicos) están formadas por átomos de carbono en un porcentaje promedio del 18 por ciento. Se conocen cerca de 10 millones de compuestos del carbono. Además de su forma orgánica, el carbono también está presente en la materia inorgánica, en las rocas, en la atmósfera y en el agua. En forma de gas CO2 (dióxido de carbono o anhídrido carbónico), el carbono está presente en la atmósfera en una concentración de más del 0’03 por ciento. Además del carbono, en las moléculas orgánicas existen otros elementos químicos, pero lo que diferencia a la materia orgánica de la inorgánica no es su composición sino su compleja organización. La enorme variedad de moléculas que componen los seres vivos se debe a la fantástica capacidad de combinación del carbono con otros elementos químicos (hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y otros). El carbono puede formar compuestos muy complejos y muy pesados gracias a diferentes combinaciones y enlaces de otros compuestos más simples. Por ejemplo, las moléculas de ADN de una célula humana miden aproximadamente dos metros a lo largo de los cuales se enlazan a unos tres billones de pequeñas unidades, cuyo tamaño es del orden de millonésimas de metro, que se van alternando siguiendo un determinado orden.

    El ciclo del carbono consiste en su transformación de su forma inorgánica en inorgánica y a la inversa. Los vegetales verdes (aquellos que contienen clorofila) toman el anhídrido carbónico del aire y durante la fotosíntesis lo acumulan en los tejidos vegetales en forma de grasas, proteínas e hidratos de carbono y liberan oxígeno según la siguiente reacción que se produce en presencia de una fuente de energía luminosa y en la que la clorofila actúa como catalizador, según fue expuesta por Von Sachs en 1864:

    CO2 + H2O → CH2O + O2

    En términos más llanos, a partir del anhídrido carbónico y el agua, las plantas elaboran oxígeno y azúcares (glúcidos o hidratos de carbono). Como las plantas son, además, el material nutritivo de los animales herbívoros, los hidratos de carbono aportan energía a los hervívoros en forma de glucosa. El retorno del anhídrido carbónico a la atmósfera se hace cuando en la respiración los animales oxidan los alimentos produciendo anhídrido carbónico. En este ciclo cada año se consume y se renueva un cinco por ciento aproximadamente de las reservas de anhídrido carbónico de la atmósfera.

    Los seres vivos acuáticos toman el anhídrido carbónico del agua. La solubilidad de este gas en el agua es muy superior a la del aire. Cuando los porcentajes contenidos en el aire superan a los existentes en los océanos, se forma ácido carbónico que ataca los silicatos que constituyen las rocas, dando lugar a los carbonatos y bicarbonatos que los peces absorben. Por eso el agua es uno de las reservas más importantes de carbono bajo la forma de sedimentos orgánicos que suponen más del 70 por ciento de los recursos de carbono existentes en la Tierra.

    Una parte del carbono no retorna a la atmósfera sino que se transforma con la descomposición de la materia orgánica, creando sedimentos de pretróleo, gas y carbón. Tras la muerte de los animales, bacterias y otros organismos descomponen sus restos, cadáveres y excrementos. Una parte de esos restos se depositan en los sedimentos, donde se mineralizan. Por ejemplo, el carbón vegetal se produce por calentamiento en ausencia de aire (hasta temperaturas de 400 a 700 grados centígrados) de madera y otros residuos vegetales. Del modo parecido se forman otros depósitos de combustibles fósiles como petróleo y gas natural. El retorno a la atmósfera de los sedimentos inorgánicos se produce en las erupciones volcánicas tras la fusión de las rocas que los contienen o cuando se extrae artificialmente el carbón, el gas o el petróleo. La combustión de estos elementos devuelve de nuevo el anhídrido carbónico a la atmósfera.

    Otros compuestos inorgánicos esenciales para la vida, como el nitrógeno o el agua, también describen ciclos similares. En estos procesos periódicos no intervienen fuerzas ajenas a la materia sino que se retroalimentan a sí mismos indefinidamente, poniendo de manifiesto que las causas se convierten en efectos y los efectos en causas. Son fenómenos a la vez reversibles e irreversibles. De ahí que afirmar que el origen de la vida radica en la materia inorgánica no puede tener nada de sorprendente porque es un fenómeno cotidiano que la naturaleza repite incansable: “Y así volvemos al modo de ver de los grandes fundadores de la filosofía griega, al concepto de que el conjunto de la naturaleza, desde el elemento más pequeño hasta el más grande, desde los granos de arena hasta los soles, desde los protistos hasta el hombre, tiene su existencia en un eterno devenir y extinguirse, en un flujo constante, en un interminable movimiento y cambio. Pero con la diferencia esencial de que lo que en el caso de los griegos era brillante intuición, en el nuestro es el resultado de una estricta investigación científica, en consonancia con la experiencia, y por lo tanto surge también en forma mucho más definida y clara. Es cierto que la prueba empírica de esa trayectoria cíclica no carece por completo de lagunas, pero son insignificantes en comparación con lo que ya se estableció con firmeza, y por otra parte se llenan cada vez más, con cada año que pasa” (335).

    La biología en Rusia mantuvo su propia inercia, que ni la influencia de Engels ni la Revolución de 1917 pudieron contrarrestar de manera decisiva (336). El caso de Rusia, con algunos matices, no es diferente del de ningún otro país de la época. El elemento fundamental a tener en cuenta en la polémica que se iba a abrir inmediatamente es que no solamente no existió una “injerencia” del marxismo sobre la genética sino que el impacto fue en la dirección contraria, de la genética (y de las nuevas ciencias) sobre los postulados marxistas. Los nuevos descubrimientos y progresos, especialmente la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica, abrieron nuevos interrogantes dentro el marxismo como dentro de tantas otras corrientes ideológicas. A partir de esos interrogantes se desarrollaron concepciones divergentes, algunas de las cuales permanecieron dentro del marxismo y otras se escaparon fuera de él, colectiva o individualmente. Este fenómeno no sólo ocurrió en la URSS sino en todo el movimiento comunista internacional, especialmente en Gran Bretaña y Francia. Para quienes están apegados a los esquemas más simplones no deja de ser curioso constatar que mientras el mendelismo y la teoría sintética triunfaron plenamente en la República Democrática Alemana, encontraron una enorme resistencia en la URSS, a pesar de que ambos países se fundamentaban sobre los mismos principios socialistas.

    Desde comienzos del siglo XX coexistían en Rusia cuatro corrientes dentro de la biología. La primera de ellas, de tipo simbiótico, era tradicional en la biología rusa, iniciándose con el discurso de K.F.Kessler en 1880, decano de la Facultad de San Petersburgo. Es una corriente más bien crítica hacia los discípulos de Darwin que hacia el naturalista británico en sí mismo. Fue una de tantas reacciones características de finales de siglo contra la reducción de la evolución a los fenómenos de “competencia” y “lucha por la existencia”, en defensa de la incidencia biológica de otros, tales como la cooperación y la sociabilidad, tanto en animales como en seres humanos. En plena marejada darwinista, Engels ya había sostenido la validez científica de esta concepción. En 1875 en su carta a Piotr Lavrov, Engels le manifiesta su desacuerdo con la idea darwiniana de que la “lucha de todos contra todos” fue la primera fase de la evolución humana, sosteniendo que la sociabilidad instintiva “fue una de las palancas más esenciales del desarrollo del hombre a partir del mono”. Al mismo tiempo y de forma paralela, en otra obra suya destacó el carácter predarwiniano de esta concepción, así como su unilateralidad: “Hasta Darwin, lo que subrayaban sus adictos actuales es precisamente el funcionamiento cooperativo armonioso de la naturaleza orgánica, la manera en que el reino vegetal da alimento y oxígeno a los animales, y éstos proveen a las plantas de abono, amoniaco y ácido carbónico. Apenas se reconoció a Darwin, ya esas mismas personas veían ‘lucha’ en todas partes. Ambas concepciones están justificadas dentro de límites estrechos, pero las dos tienen una igual característica de unilateralidad y prejuicio. La interacción de cuerpos en la naturaleza no viviente incluye a la vez la armonía y los choques; la de los cuerpos vivientes, la cooperación conciente e inconciente, así como la lucha conciente e inconciente. Por lo tanto, inclusive en lo que se refiere a la naturaleza, no es posible inscribir sólo, de manera unilateral, la ‘lucha’ en las banderas de uno. Pero es en absoluto pueril querer resumir la múltiple riqueza de la evolución y complejidad históricas en la magra frase unilateral de ‘lucha por la existencia’. Eso dice menos que nada” (337).
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    En defensa de Lysenko  (biologia verdadera Lysenko vs Darwin) Empty Re: En defensa de Lysenko (biologia verdadera Lysenko vs Darwin)

    Mensaje por Leningrado Sáb Oct 09, 2010 1:22 am

    Las tesis de Kessler tuvieron el apoyo de biólogos evolucionistas rusos como N.A.Sivertsov, entre otros. En 1902 el conocido científico anarquista Pedro Kropotkin también acusó a ciertos sucesores de Darwin de despreciar la cooperación entre los organismos vivos para exagerar la importancia de la lucha por la existencia: “La sociabilidad es tanto una ley de la naturaleza como lo es la lucha mutua”, defendió Kropotkin (338). Aunque en su momento el periódico Times ensalzó la obra como “posiblemente el libro más importante del año”, Kropotkin estaba entonces en el exilio y su obra no tuvo distribución en el interior de la Rusia zarista a causa de la censura. Sin embargo, muy pocos años después el biólogo ruso Konstantin S. Mereshkovski (1855-1921) formalizó la teoría de la simbiogénesis que, como cualquier otra que no es de origen anglosajón, fue absolutamente ignorada, salvo para los biólogos marxistas (338b) y, naturalmente, para biólogos soviéticos, como Andrei Faminstin. Otro de ellos, Kozo-Polianski, publicó En 1924 su obra “Bosquejo de una teoría de la simbiogénesis”, en 1933 el también soviético Keller expuso la misma teoría, que también pasó completamente desapercibida (339), e incluso Lysenko se apoyó en ella, como veremos, para sostener alguna opinión suya. En las corrientes dominantes no fue tomada en consideración hasta 1966, cuando fue rescatada del olvido por la investigadora estadounidense Lynn Margulis, defensora de esta teoría simbiótica. Hasta esa fecha no tuvo ninguna influencia fuera de la URSS, quedando la obra de Kropotkin como una de esas exóticas incursiones de los políticos, en este caso anarquistas, en la ciencia, como si un anarquista no pudiera ser, a la vez, un extraordinario científico, como Kropotkin. Un ejemplo de ello es la referencia despectiva que le dirigió Morgan: “Los argumentos que empleó [Kropotkin] harían sonreir a la mayoría de los naturalistas y muchas de sus anécdotas deberían en realidad figurar en algún libro de cuentos para niños” (340). Ese es el estilo crítico con el que los mendelistas juzgan las opiniones que menosprecian, y el tiempo es tan cruel que mientras Kropotkin ha madurado, las tesis de Morgan parecen mucho más cerca de los cuentos infantiles.

    La segunda corriente es la mendeliana, introducida en la Rusia prerrevolucionaria por Yuri A.Filipchenko (1882-1930), un seguidor de la escuela alemana de Nägeli, Hertwig y Von Baer. De las aulas de Filipchenko salió uno de los creadores de la teoría sintética, Theodosius Dobzhansky (1900-1975), que estudió en la Universidad de Kiev, emigrando en 1927 a Estados Unidos, donde trabajó con Morgan, siendo el fundamento de su investigación la necesidad de conciliar el evolucionismo con la Biblia vaticana, un esfuerzo que compartió con su amigo, el paleontólogo y jesuita francés Teilhard de Chardin. En Estados Unidos Dobzhansky fue uno de los impulsores de la teoría sintética y, aunque había impartido clases a Lysenko, destacó por ser un antilysenkista feroz. A pesar de lo que sostiene Watson, la corriente mendelista estaba presente en Rusia antes de la revolución de 1917; era autónoma y actóctona, por lo que las polémicas que se crearon luego en la URSS no fueron consecuencia de un supuesto rechazo hacia “las doctrinas occidentales” (341). Siempre estuvo presente y no creó rechazo, como demuestra el caso de Filipchenko quien, junto con Chetverikov, fue uno de los mendelistas rusos más importantes, creador de una sociedad de eugenesia en 1922 que difundía su propia revista de la que era editor. Fue una de las pocas experiencias de ese tipo que se conoció en la URSS.

    Una tercera corriente muy influyente de la biología soviética es la que encabeza Vladimir I.Vernadsky (1863–1945), un pionero de la ecología científica y, por consiguiente, radicalmente enfrentado a las corrientes micromeristas. Pero quizá no se deba afirmar que Vernadsky forma una corriente de la biología soviética sino más bien que su obra tiene un sello propio tan característico y tan poderoso a la vez que desde un principio, es decir, desde la publicación de su “Geoquímica” en 1924 y de su “Biosfera” en 1926, gravita sobre toda la biología soviética posterior. La complejidad del pensamiento de Vernadsky es tal que si bien pocos son los que, como él, subrayan la especificidad de la materia viva frente a la inerte, son aún menos los que aproximan las biología a la geofísica de una forma tan magistral como el soviético.

    Una última corriente, representada por el botánico K.A.Timiriazev (1843-1920), es la que se denomina a sí misma como evolucionista y darwinista, aunque en sus concepciones es evidente la presencia también de Lamarck. Por consiguiente, el darwinismo existente en Rusia 1917 es el darwinismo de Darwin, no el neodarwinismo. Timiriazev fue un pionero del darwinismo en la Rusia zarista, un científico con un peso ideológico muy superior al que Thomas Huxley pudo tener en Inglaterra o Ernst Haeckel en Alemania, porque escribía para un público mucho más vasto: conferencias, artículos, libros de divulgación, etc. El darwinismo se conoció allá a través de sus obras más que los del propio Darwin. Pero Timiriazev no era un político burgués a la manera de Huxley o Haeckel, sino un demócrata revolucionario comprometido con la lucha contra el zarismo en su país. Su ascendente sobre los bolcheviques creció aún más después de la revolución de 1917, a cuya causa se sumó incondicionalmente, siendo quizá el científico más comprometido con el nuevo régimen. Recibió al mendelismo con una enorme hostilidad, escribiendo un folleto titulado “Repulsa de los mendelianos” en el que afirmaba que no sólo era una teoría errónea sino políticamente reaccionaria. Pero Timiriazev no confundió a los mendelianos con Mendel. De éste reconoció la validez de algunos de sus postulados. Su posicionamiento resultó decisivo; contribuyó a sostener en darwinismo en una etapa en la que éste había perdido la batalla frente a los mendelistas en los demás países.

    Además de Timiriazev, las prácticas agrícolas de I.V.Michurin (1860-1935) corresponden también a la Rusia prerrevolucionaria y, aunque sus teorías son plenamente darwinistas, manifestó hacia el mendelismo idéntica opinión que la de Timiriazev. En base a sus décadas de experiencia, consideró que las leyes de Mendel no eran aplicables a la hibridación en frutales, ni anuales ni tampoco perennes: “Repito que sólo los ignorantes más completos de hibridación de árboles frutales pueden soñar con aplicarles las conclusiones obtenidas en las observaciones realizadas con guisantes” (341b). Según Michurin, la segregación de caracteres que señaló Mendel también se aprecia en los frutales pero no de una manera completa porque “cada organismo se constituye con una mezcla de caracteres heredados, de los cuales sólo una parte proviene de sus progenitores y el resto de sus allegados”, intervienendo también factores exógenos (342).

    Otro de los impulsores del darwinismo en la URSS fue Alexander I.Oparin, que publicó en 1923 su trascendental obra “El origen de la vida” que, sin embargo, tampoco fue conocida en los países capitalistas hasta que en 1967 John D. Bernal lo incluyó en su The origin of life (343). La influencia de estos y otros científicos fue determinante para que después de 1917 la corriente darwinista se abriera camino inicialmente, precisamente en un momento en que en todos los demás países estaba en retroceso ante el avance del mendelismo.

    La asimilación del marxismo al darwinismo ha sido muy frecuente desde los mismos orígenes de ambas corrientes de pensamiento. En su obra “Anarquismo o socialismo”, escrita en 1907, Stalin denunció las tergiversaciones de los seguidores caucasianos de Kropotkin, para quienes el marxismo se apoyaba en el darwinismo “sin espíritu crítico”. Sin embargo, aquellas referencias de Stalin a Lamarck y Darwin eran muy someras y se utilizaban como ejemplo de la validez universal de la leyes de la dialéctica. Por lo demás, para Stalin, lo mismo que para Engels, no existía ninguna contradicción sustancial entre los postulados lamarckistas y los darwinistas, situando a ambos en el mismo plano. En cuanto al “espíritu crítico” del marxismo respecto al darwinismo, Stalin seguía el criterio de Engels. Aunque en aquel momento la “Dialéctica de la naturaleza” no fuera conocida, las observaciones críticas expresadas en el “Anti-Dühring” eran muy relevantes. Engels defendió a Darwin de las críticas de Dühring pero, al mismo tiempo, era plenamente consciente de las limitaciones y del carácter unilateral de las explicaciones de aquel: “Yo acepto la teoría de la evolución de la doctrina de Darwin pero no acepto su método de demostración (struggle for life, natural selection) salvo como primera expresión, provisional e imperfecta, de una realidad recién descubierta”. El británico, añade Engels en otra obra, habría puesto el acento en los efectos pero no en las causas de la selección natural. Además, “el hecho de que Darwin haya atribuido a su descubrimiento [la selección natural] un ámbito de eficacia excesivo, que le haya convertido en la palanca única de la alteración de las especies y de que haya descuidado las causas de las repetidas alteraciones individuales para atender sólo a la forma de su generalización, todo eso es un defecto que comparte con la mayoría de las personas que han conseguido un progreso real” (344).

    Aparentemente se habían formado dos posiciones contrapuestas. Incluso el soviético Stoletov resumía esas posiciones en el titular de su libro: “¿Mendel o Lysenko? Dos caminos en biología” (345). Pero no se puede resumir la polémica en dos posiciones. Hubo militantes del Partido bolchevique que defendieron el mendelismo, como los había que defendieron la posición contraria. Se dieron toda clase de combinaciones ideológicas y científicas imaginables que sorprenderían a quienes pretenden analizar la biología soviética con esquemas simples. Filipchenko no fue el único eugenista que hubo en la URSS en la década de los años veinte. Hubo eugenistas lo mismo que lamarckistas, y en ambas corrientes los hubo que se declaraban marxistas, lo mismo que antimarxistas. A causa de ello es difícil hablar de una influencia del marxismo sobre la ciencia en la URSS, cuando bajo el marxismo existían distintas corrientes en conflicto interno. Desde luego, la disputa no formó una alternativa entre Mendel y Lysenko. No sólo es muy difícil reducir la polémica soviética sobre la biología a dos polos encontrados sino que allá las expresiones también tenían otros significados, diferentes de los occidentales. Ni los mendelistas en la URSS defendían exactamente las mismas posiciones que los occidentales, ni tampoco los lamarckistas eran asimilables a los del otro lado del telón de acero. Los polemistas se lanzaron entre sí mutuas acusaciones porque los unos tergiversaban las posiciones de los otros. Hubo quien, aún declarándose michurinista, no secundaba las tesis de Lysenko, o no las secundaba en su integridad. También se dieron posiciones intermedias e intentos de síntesis a comienzos de los años veinte, como los ensayados por B.M.Zavadovski, quien consideraba compatible el lamarckismo con el mendelismo, aunque progresisvamente fue adoptando posturas cada vez más próximas a esta última corriente. Quienes más insistieron en la imposibilidad de encontrar puntos de unión entre ambas corrientes fueron mendelistas como A.S.Serebrovski, I.I.Agol y N.P. Dubinin. Otros intentos de síntesis, como los del embriólogo B.P.Tokin, afirmaban que ni el lamarckismo ni el mendelismo eran corrientes científicas y que el marxismo era ajeno a ellas, por lo que había que elaborar una nueva biología de conformidad con las concepciones del materialismo dialéctico.

    A los amantes de los esquemas se les ampliaría notablemente su perspectiva si salieran de la URSS y analizaran la cuestión de Lysenko en relación con otros países. En los medios de la guerra sicológica de 1948, y aún hoy, es frecuente relacionar a Lysenko con el marxismo, de manera que la ridícula explicación que tratan de esbozar es que las aberraciones de Lysenko fueron posibles por el propio carácter aberrante del marxismo. De esa manera no se comprenden los motivos por los cuales en la República Democrática Alemana no se impuso nunca el lysenkismo, de modo que la genética dominante fue de tipo mendeliano, a pesar de que aquel país estaba dirigido por un conocido partido comunista cuyos principios ideológicos eran los mismos que el soviético. Si la vinculación del marxismo con el lysenkismo es tan estrecha como pretenden dar a entender, la pregunta es obvia: ¿No eran realmente comunistas los comunistas alemanes o no lo eran los soviéticos? Esta misma cuestión se puede ampliar fuera del telón de acero, a los partidos comunistas de occidente, dando por supuesto que todos ellos eran igualmente comunistas para no sorprender en el ridículo a los estrategas de la guerra fría. Entre los comunistas de fuera del telón de acero coexistieron (y discutieron y se enfrentaron) los lysenkistas con los mendelistas. Los amantes de los esquemas simples que pretenden asimilar el lysenkismo al lamarckismo también deberían explicar por qué razones, dentro y fuera de la URSS, existieron lamarckistas que criticaron a Lysenko.
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    En defensa de Lysenko  (biologia verdadera Lysenko vs Darwin) Empty Re: En defensa de Lysenko (biologia verdadera Lysenko vs Darwin)

    Mensaje por Leningrado Sáb Oct 09, 2010 1:22 am

    La situación no se polarizó hasta una década después, tras la llegada al gobierno de Hitler en 1933: el eugenismo adquirió entonces una filiación reaccionaria mientras el lamarckismo fue la bandera de los progresistas. Muchos de aquellos debates son de un extraordinario valor y serán recuperados en su momento, cuando puedan ser leídos sin la carga emocional que hoy les envuelve. La riqueza de argumentos exhibidos elevó a gran altura la biología soviética, abriendo caminos novedosos, como la teoría del origen de la vida de Oparin, un reflejo del “desarrollo que habían alcanzado las ideas evolucionistas en Rusia. La biología soviética había heredado de los científicos prerrevolcionarios una corriente de pensamiento darwinista que se mantuvo vigente durante varias décadas y que llevó a la formación de grupos y escuelas que alcanzaron un refinamiento teórico sin igual”, afirma Lazcano, quien concluye así: “Hacia 1939 hubiera sido difícil encontrar un país en el mundo en donde la teoría de la evolución estuviera más desarrollada o fuera mejor conocida que en la Unión Soviética” (346). No obstante, también se expusieron planteamientos simplemente ingenuos, como correspondía una sociedad joven, como la soviética. Por ejemplo, A.S.Serebrovski, un opositor de Lysenko, era un eugenista convencido, partidario de la fertilización artificial de las mujeres con un semen portador de las mejores cualidades. Llamaba “antropotecnia” a la eugenesia. Según él, esto permitiría cumplir los planes quinquenales en la mitad de tiempo.

    A finales de la década de los veinte, bajo una apariencia darwinista, el mendelismo logró recuperar terreno dentro de la genética soviética. En 1927, durante el V Congreso Internacional de Genética celebrado en Berlín, Muller anunció su descubrimiento de las mutaciones inducidas por radiaciones. El 11 de setiembre de ese mismo año, Serebrovski publicaba en Pravda un artículo titulado “Cuatro páginas que estremecen al mundo científico”. Supuso un vuelco desfavorable al lamarckismo. Un ejemplo característico de esa tendencia es el caso de V.L.Komarov, vicepresidente de la Academia de Ciencias, un biólogo que progresivamente fue pasando de sus iniciales simpatías lamarckistas hacia el mendelismo. Las nuevas corrientes sintéticas en la genética, con su aparente integración del darwinismo, se introdujeron con fuerza dentro de la URSS, del Partido bolchevique, de las universidades y los centros de investigación. Tras la muerte de Michurin en 1935 Lysenko pasó a encabezar las posiciones científicas antimendelistas, pero la correlación de fuerzas no tardó en cambiar. Aunque fue elegido presidente de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas en 1937, Lysenko empezaba a estar en minoría y no pudo tener los apoyos políticos y oficiales que la campaña quiere hacer creer: “En la época en que Lysenko presentaba su informe a la Academia de Ciencias, el ‘mendelismo-morganismo’ era ya una teoría ampliamente aceptada en la Unión Soviética, con destacados partidarios como Poliakov, Zavadovski y Dubinin, quienes difícilmente habrían reconocido el carácter ‘idealista’ o ‘reaccionario’ de la teoría cromosómica de la herencia. Sus protestas, desgraciadamente, sirvieron de muy poco” (347).

    Es igualmente comprobable que ni todos los que defendían ni todos los que criticaban a Lysenko exponían los mismos argumentos. Por ejemplo, no es fácil compartir los motivos del británico George Bernard Shaw para defender a Lysenko, que se apoyaban en una vaga comprensión de los términos del debate. Shaw decía que frente al mecanicismo vulgar de la teoría sintética, Lysenko defendía una concepción integral de los organismos de la naturaleza como seres dotados de vida. En una carta publicada por el Saturday Review of Literature, el genetista Dunn, que había viajado por la Unión Soviética protestaba por la equiparación de todo el conjunto de la biología soviética con las tesis lysenkistas, que no representaban la doctrina “oficial” del país, poniendo un ejemplo odioso para comparar: no se puede juzgar a la biología soviética desde la óptica de Lysenko del mismo modo que no se puede juzgar a la biología estadounidense desde el punto de vista de los creacionistas. Lo mismo expuso el británico Eric Ashby en 1945. También había viajado por la URSS, donde estuvo una larga temporada, publicando a su regreso varios libros sobre la situación de las ciencias soviéticas, su organización académica y científica y sus métodos de investigación. Ashby apreció que en la URSS concurrían diversas corrientes científicas, desde aquellas que manifestaban cierto rechazo hacia la investigación occidental hasta otras que seguían los mismos derroteros que ella. No obstante, considera que, en general, la ciencia soviética era equiparable a la occidental y no parecía estar influida por la filosofía marxista “en absoluto” (348).

    A mi juicio el núcleo de la postura de Lysenko no es positiva sino negativa y está constituida por su rechazo a las teorías sintéticas que defendían un mecanismo unilateral por el cual la herencia determina la constitución de los organismos vivos, y si hay que indicar un rasgo positivo fundamental de su pensamiento no es el de ambiente sino el de desarrollo. En muchos aspectos su concepción es similar a la de Conrad H.Waddington (1905-1975) que, no por casualidad, fue entonces equiparado a Lysenko e incluido en el índice de los malditos de la biología (349). Frente a la escisión entre genotipo y fenotipo, Waddington propuso el término epigénesis, referido al proceso de desarrollo de los organismos, ontogénesis, de los que se había olvidado la genética formalista. Waddington habló de una “asimilación genética”, considerando que los organismos eran capaces de reaccionar a las presiones del entorno modificando su comportamiento, e incluso su estructura. Para Waddington, la capacidad de reacción no era pasiva sino activa y estaba dirigida por los genes. Por medio de la asimilación genética, un tejido convierte un estímulo externo (ambiental) en otro interno (génico) de modo que se vuelve independiente del inductor ambiental. Otro biólogo maldito de la misma época, Richard Goldschmidt (1878-1958), sugirió que la información contenida en el fenotipo, adquirida a lo largo de la vida, se integraba en el genotipo en determinadas condiciones, fijándose en el genoma (fenocopia) y transmitiéndose así a las generaciones sucesivas.

    Mantengo dudas, que no estoy en condiciones de resolver ahora, acerca de si la crítica de los lysenkistas fue, al mismo tiempo, capaz de asimilar la médula racional de la genética formalista o si, por el contrario, adoptaron la misma posición errónea que éstos, un rechazo en bloque de las concepciones opuestas. La propaganda burguesa sostiene que existió un repudio total de las concepciones genetistas a causa de su naturaleza idealista. Esta ridícula línea argumental conduciría al absurdo de proceder de idéntica manera con Kant o con Hegel y reprobar, por ejemplo, la dialéctica a causa de su origen idealista. El criterio de Marx y Engels fue otro. Consistió en criticar aquellas concepciones que fueran falsas o erróneas y, por el contrario, incorporar al acerbo científico aquellas nociones certeras, cualquiera que fuese su origen. Pero por encima de todo ello, considero esencial que gracias a la firmeza que demostró en la defensa de sus postulados (otros dirían dogmatismo, fanatismo, intolerancia), la URSS fue uno de los pocos países del mundo en los que pudo contrarrestarse la influencia de la teoría sintética. A causa de ello la propaganda imperialista lanzó en la posguerra su ofensiva de acusaciones falsas en su contra según la cual sus tesis habían conducido a la prohibición de la genética, al cierre de los laboratorios y el encarcelamiento de los biólogos opuestos a sus tesis.

    Vamos a comprobar la falsedad de esta campaña.
    Un campesino humilde en la Academia

    En 1917 llegaron al poder en Rusia los obreros y los campesinos más pobres, los que hasta entonces habían sido siervos humildes y analfabetos, como Michurin, un obrero ferroviario apasionado de la botánica, y como Lysenko, un campesino ucraniano, a quienes el poder soviético permitió estudiar y adecuar la ciencia a las prácticas agrícolas y ganaderas más avanzadas del momento para ponerlas al servicio de los sectores más oprimidos y de sus necesidades.

    Lysenko y otros como él se pusieron a la cabeza de las instituciones sociales que se ocupaban de las ciencias, para lo cual antes hubo que desalojar de esas mismas instituciones a los burgueses académicos, universitarios y oscurantistas que hasta entonces habían manejado la ciencia en provecho de su clase, de la explotación y de sus intereses particulares. En 1917 la población sometida a la autocracia zarista era analfabeta, los estudiantes eran una casta privilegiada procedente de la aristocracia y la alta burguesía. Los poco más de 11.000 científicos, que cobraban 20 ó 30 veces más que un obrero especializado, vivían a espaldas de las necesidades y de los intereses de los obreros y campesinos. Tras la revolución de octubre su situación fue idéntica a la de los demás especialistas, artistas e intelectuales; unos se exiliaron y otros permanecieron, bien para colaborar lealmente en la construcción del socialismo o bien para sabotearlo. El caso de Pavlov es bien sintomático. Vivió los 20 últimos años de su vida en la URSS y, aunque los bolcheviques no escatimaron elogios a sus investigaciones, él no perdió ocasión de criticar la construcción del socialismo en su país, aunque tampoco lo abandonó. Sus críticas jamás fueron un obstáculo para que el Estado soviético financiara y apoyara con decisión sus investigaciones, poniendo a su disposición toda clase de recursos y medios materiales, lo cual pone de manifiesto que la promoción científica no tuvo en cuenta criterios políticos o ideológicos subjetivos basados en simpatías o antipatías, filias o fobias, hacia la construcción del socialismo.

    En el mismo terreno que Pavlov, el neurofisiólogo Bejterev presenta la otra faceta de los alineamientos políticos de los científicos respecto al Estado soviético. Bejterev también era una personalidad acreditada antes de 1917, ajena por completo a los bolcheviques. Pero, a diferencia de Pavolv, después de la revolución no sólo se adhirió a ella sino que estudió la dialéctica materialista y consideró que sus tesis reflexológicas eran su única expresión científica en el terreno de la sicología. En esta disciplina se desataron otras tantas polémicas entre distintas corrientes, paralelas a las que se conocen en la biología.

    Los alineamientos iniciales de los científicos hacia el poder soviético no siempre se mantuvieron indefinidamente. Hubo científicos que permanecieron en la posición que habían adoptado inicialmente y otros la modificaron, cambiando de bando en un momento determinado de su biografía personal o de la historia del país. Por ejemplo, el director del Instituto de Genética Médica, S.G. Levit, comenzó defendiendo la teoría de que para el marxismo era fundamental la herencia de los caracteres adquiridos, aunque luego su punto de vista cambió, pasando a sostener que sólo la selección natural y la teoría cromosómica de la herencia eran conformee al materialismo dialéctico. Fue algo característico de la larga controversia lysenkista que no sólo aconteció en la URSS sino también en otros países. Así, el biólogo comunista británico James Fyfe se inció en la polémica combatiendo a Lysenko y acabó en el bando contrario. Por el contrario, el inmunólogo Milan Hasek, militante del Partido Comunista de Checoslovaquia, empezó en las filas del lysenkismo para pasarse al mendelismo años después.

    Como consecuencia de la trayectoria histórica de la URSS y del propio proceso de alfabetización, la composición de clase de los científicos cambió radicalmente y sus condiciones materiales de vida también cambiaron, especialmente en los años veinte, cuando surgieron los llamados “científicos descalzos”, de los que Lysenko fue el prototipo, técnicos surgidos desde las entrañas mismas de la nueva sociedad. Como muchos otros, Lysenko era un humilde campesino que tuvo la oportunidad de formarse y llegó hasta la presidencia de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas. Sin la revolución de 1917 Lysenko hubiera sido un anónimo campesino, sujeto de por vida a un arado de madera. La alfabetización y las facilidades para cursar estudios avanzados promocionaron a estos “científicos descalzos”, convirtiendo la controversia lysenkista -y a otras controversias científicas similares- en un fenómeno de masas desconocido en los países capitalistas, donde tales discusiones apenas trascienden del reducido círculo de especialistas. Como cualquier otro fenómeno de masas, no se trató sólo de una debate científico sino a la vez científico y político. En la URSS los campesinos habían dejado de ser los receptores pasivos de técnicas y procedimientos salidos de los laboratorios y universidades. Más bien al contrario, eran los laboratorios y universidades los que debían ponerse al servicio de los campesinos y sus cooperativas. Fue un cambio a la vez cualitativo y cuantitativo que se produjo en medio de una guerra, de un bloqueo internacional y de una situación económica lamentable. A pesar de las dificultades de la guerra civil, dice Medvedev, los científicos “recibieron un apoyo inmenso, tomando en consideración los recursos limitados de un país empobrecido”. Se fundaron nuevos laboratorios e institutos de investigación: “Si se compara el grado de adelanto científico y tecnológico en la Unión Soviética entre 1922 y 1928 con el de un periodo similar anterior a la Revolución, se descubre un enorme impulso en los programas de investigación y educación” (350). Entre 1929 y 1937 se triplicó el número de académicos y el de estudiantes de agricultura aumentó seis veces. Si en 1913 había en Rusia menos de 300 universidades, escuelas superiores y centros de investigación, en 1940 el número superaba los 2.359. En los años veinte el número de investigadores se acercó ya a los 150.000, en 1953 subió a 250.000 y en 1964 a 650.000. En 1922 el número de publicaciones de investigación se cuadruplicó respecto al año anterior y al siguiente se multiplicó por ocho. En vispera de la II Guerra Mundial, la inversión en ciencia y tecnología ascendía al uno por ciento, un porcentaje que, como reconoce Huxley, era seis veces superior al estadounidense y diez veces superior al británico (351). El balance de Maddison es el siguiente:

    La URSS también hizo una muy grande inversión en educación y adiestramiento en este periodo y fue el primer país que planteó su educación en forma sistemática para promover el desarrollo económico. Esta inversión en educación era muy necesaria considerando el bajo nivel que había heredado la Unión Soviética de la Rusia zarista, y la salida de mucha gente con educación y de técnicos durante la revolución. El esfuerzo educacional aumentó notablemente la calidad de la mano de obra disponible y proveyó de capacidad técnica y administrativa para usar efectivamente la inversión nueva. El costo de la educación fue una de las principales razones por las cuales el gasto en servicios comunales se elevó del 5 al 10% del PNB en los años 30, aun cuando parte de este gasto se dedicó a mejorar los servicios de salud pública.

    Entre 1920 y 1939, el anafabetismo fue eliminado entre la población menor de 50 años. En 1913, el número personas con educación superior dentro de la fuerza de trabajo fue sólo de 136.000 pero al fin de la era staliniana eran cerca de 1’8 millones. El esfuerzo para entrenar, preparar técnicos de nivel medio fue incluso mayor que la educación superior. Antes de la revolución, Rusia sufría la misma escasez de técnicos de nivel medio que plaga ahora a muchos países en desarrollo. Eran más escasos que las personas con educación superior. En 1913, había sólo 54.000 de ellos, pero para finales de la era staliniana, había 2’5 millones (352).

    La revolución de 1917 no sólo alteró los fundamentos económicos de la vieja sociedad zarista, sino que sembró de interrogantes todas las concepciones del mundo que hasta aquel momento se habían presentado como intocables. No existían precedentes de un cambio tan drástico que, además, acarreó en algunas corrientes la pretensión errónea de que todo -absolutamente todo- debía cambiar, de que había que empezar desde cero, de que nada de lo anterior era válido. Estimuló las discusiones hasta extremos difícilmente concebibles, cuando no existían modelos previos sobre los que asentar algunas conclusiones previas. Las controversias científicas empezaron a presentar un nuevo aspecto. En ellas se vio involucrado el marxismo de una manera multifacética y no en base al esquema simplista que quisieron presentar durante la guerra fría. En la URSS había varios tipos de marxismos de procedencias diversas, no todos ellos integrantes del Partido bolchevique. Así, en el Ministerio de Agricultura eran muy influyentes los antiguos miembros del partido socialista revolucionario, un grupo político de origen anarquista y campesino que había adoptado el marxismo como ideología propia. Coexistieron varios grupos de características parecidas, algunos de los cuales, pero no todos, se integraron dentro del Partido bolchevique, que se convirtió en la principal fuerza ideológica, pero nunca en la única. Esos grupos, dentro y fuera del partido bolchevique, mantuvieron continuas posiciones enfrentadas sobre las más diversas cuestiones, una de las cuales fue la biología.

    A modo de ejemplo del ambiente en el que disputaban todas aquellas corrientes, puede ponerse el caso de Bogdanov, cuyo nombre real era A.A.Malinovski. Médico y autor de un manual clásico de economía marxista, Bogdanov había sido dirigente del Partido bolchevique, aunque fue expulsado de él en 1909 por su incorporación al empiriocriticismo. No obstante, siguió siendo muy influyente en los distintos círculos marxistas rusos, incluso después de la Revolución de 1917. Sus concepciones alcanzaban áreas tan variadas como la economía, el arte, la ciencia y la filosofía, en las que realizó aportaciones que, al margen de su acierto, eran enormemente originales (353). En torno a sus concepciones se creó el movimiento proletkult o “cultura proletaria”, una de las que pretendía hacer tabla rasa del pasado. Fue el movimiento proletkult el que impulsó en la URSS la idea errónea de la existencia de “dos ciencias” de naturaleza distinta y enfrentadas entre sí por su propio origen de clase. Reivindicaba no las creaciones intelectuales del proletariado como clase sino cualquier clase de creación cuyo origen estuviera en uno de aquellos nuevos “científicos descalzos”. Pero una cosa era estimular la ciencia entre los trabajadores y campesinos y otra, muy distinta, dar validez científica a cualquier clase de aportación por el mero hecho de su origen social. Los “científicos descalzos” se equivocan tanto como los de traje y corbata. La Oposición Obrera, una fracción interna que existió durante un cierto tiempo dentro del partido bolchevique, apoyaba a proletkult, manteniendo una posición ultraizquierdista respecto a los especialistas en general y a los científicos e intelectuales en particular. Todo ese cúmulo abigarrado de corrientes estuvieron presentes en los debates científicos a partir de los años veinte, a pesar de las críticas que contra ellas expuso el Partido bolchevique. Stalin, por ejemplo, calificó de “trogloditas” a los miembros de proletkult. El primer ministro soviético de Educación, que permeneció en el cargo desde 1917 hasta 1935, fue Lunacharski, un antiguo defensor de las concepciones de Bogdanov. De ahí que muchas de las iniciativas de los seguidores de proletkult pasen como si se tratara del punto de vista oficial del Partido bolchevique o de todos los marxistas soviéticos porque la propaganda les presenta a todos como si formaran parte de un mismo bloque monolítico.

    Después de una larga polémica, en 1927 las tendencias ultraizquierdistas habían sido vencidas con la derrota del trotskismo y demás corrientes asociadas a ese movimiento. Se inicia inmediatamente una nueva etapa, de signo contrario, derechista, que se prolonga hasta 1931, denominada entonces como “revolución cultural”, teniendo sus raíces en los problemas políticos y filosóficos de la etapa final de la NEP. Su cabeza visible fue Bujarin, entonces presidente de la Internacional Comunista, partidario de continuar con la NEP que, según su criterio, era un modelo general para la construcción del socialismo. A Bujarin está asociado el filósofo A.M.Deborin, un menchevique que se afilió con los bolcheviques en 1928. Sus concepciones fueron dominantes en la segunda mitad de los años veinte y fueron realmente ellos quienes abrieron el debate sobre la genética en la URSS. En esta etapa la influencia de Deborin aupó a los mendelistas soviéticos a las posiciones de dirección de las instituciones científicas soviéticas.

    Lo mismo que en la URSS, también en Inglaterra en la década de los años treinta del siglo pasado se produce un fenómeno de “politización de los científicos”, muy difícil de deslindar de la “politización de la ciencia”. Uno de sus ejemplos es Haldane y el movimiento Social Relations of Science cuyo objetivo era la participación de los científicos en las contiendas políticas. En Inglaterra resultó decisiva la participación de la delegación soviética en el congreso de historia de la ciencia en 1931. En 1937 Haldane se declaró marxista y en 1942 se afilió al partido comunista.

    La política del Estado soviético hacia los especialistas siguió siendo una parte muy importante del debate, con ramificaciones en el arte, el ejército, la enseñanza, la ciencia y la tecnología. Después de diez años de revolución los científicos descalzos aún no habían logrado desplazar a los especialistas burgueses y los científicos comprometidos con la construcción del socialismo eran una minoría insignificante en los centros de enseñanza e investigación. Ningún miembro de la Academia de Ciencias era aún militante del partido bolchevique. Con su revolución cultural los deborinistas pretendieron remediar esa situación de una manera artificiosa pero su postura no era diferente de la de proletkult. No se trataba de sustituir a una clase por otra sino una ideología por otra, por la suya, es decir, de acaparar las posiciones rectoras de la filosofía y la ciencia soviéticas. Los mendelistas soviéticos rompieron las escuelas tradicionales de la biología rusa, declarando que no había escuelas científicas, sino que sólo había una escuela de partido, siendo las demás escuelas antipartido. En abril de 1929 M.N. Pokrovski, director de la Academia de Comunismo llamó a poner fin a la coexistencia pacífica con los naturalistas no marxistas y superar el “fetichismo ante los científicos burgueses”. Poco después, en la Segunda Conferencia de organizaciones marxistas-leninistas, los mecanicistas fueron condenados porque la ciencia natural contemporánea, en sí misma, era dialéctica. En gran parte el compromiso ideológico de esta generación de biólogos derivó de la proximidad a sus maestros de la socialdemocracia alemana, entre ellos M.L.Levin y Julius Schaxel: Erster Marxist unter den Biologen und erster Biologe unter den Marxisten (“los primeros marxistas entre los biólogos y los primeros biólogos entre los marxistas”). En el terreno de la biología estas posiciones fueron defendidas por mendelistas como I.I.Agol, S.G.Levit, V.N. Slepkov, E.A.Finkelstein y A.S. Serebrovski y otros, como el filósofo I.I.Prezent inicialmente, antes de convertirse en uno de los mayores defensores del lysenkismo. En los años de la revolución cultural, Prezent dirigía en Leningrado las secciones de ciencias naturales de varias asociaciones marxistas. Fueron ellos, los mendelistas, quienes cambiaron el lenguaje de la biología soviética, aproximándolo al marxismo y a las polémicas políticas de la época. Los opositores a Deborin en filosofía y al mendelismo en biología fueron objeto de constantes críticas. Calificaban a sus oponentes de lamarckistas, acusándoles de incurrir en el mecanicismo, misticismo, idealismo y vitalismo. El 20 de noviembre de 1926 hablando a la Academia Comunista Serebrovsky llamó a “dispersar la niebla de lamarckismo”. Levantaron una tempestad para devorar pero acabaron devorados.

    En el terreno político el deborinismo pretendió subordinar la ciencia a la política. Estaba “más próxima a una defensa del control político de la investigación científica” (354). Pretendieron acomodar el desarrollo de la ciencia a sus propios postulados ideológicos. Los mendelistas soviéticos sostenían que la teoría sintética era una demostración de la pujanza de la dialéctica materialista en las ciencias naturales. No obstante, la frivolidad de Valpuesta le permite presentar los acontecimientos al revés. Según él “las luchas de poder en los medios científicos” se entablaron entre “la vieja guardia de investigadores profesionales, seguidores de las ideas mendelianas, y una nueva ola de científico-políticos, educados en el marxismo, ejemplificas en la siniestra figura de Trofim Lysenko, un científico mediocre pero una político hábil entre los círculos de poder” (355). La presentación de los mendelistas como los auténticos científicos “neutros” y los demás como oportunistas trepadores, no es una invención huérfana de respaldo histórico: es lo más opuesto que Valpuesta ha sido capaz de contraponer a la verdadera secuencia de acontecimientos. Es otra demostración de que el linchamiento de Lysenko es una sucesión de fraudes a cada cual más delirante.

    En la conferencia de abril de 1929, los deborinistas pasaron a la ofensiva pero no lograron su propósito, arrastrando en su fracaso a los mendelistas. Hacia 1930 sus tesis fueron rechazadas, la filosofía de Deborin fue tildada de idealista y su corriente de capitulación ante la ciencia burguesa, de separar la teoría de la práctica, de academicismo e indiferencia política. El organizador de las milicias obreras en Alemania, el matemático E. Kolman, se convirtió en director de la Asociación de Ciencias Naturales a principios de 1931. Entre otras cosas Kolman afirmó que los genetistas estaban apoyando medidas eugenésicas. El lugar de los mendelistas a la cabeza de las instituciones académicas y la prensa fue ocupado por otra corriente dirigida por el embriólogo B.P.Tokin, de la que formaban parte conocidos científicos como A.N. Bach, B.A.Keller, V.R.Williams, A.I. Oparin, A.B. Nemilov y V.P.Bushinski. El botánico N.I. Vavilov (1887–1943) fue otro de los científicos que formaron parte de este movimiento. Tokin criticó a las corrientes en liza por ser antimarxistas, manifestándose partidario de crear una nueva tendencia verdaderamente marxista en biología. Junto con Vavilov, Tokin mantenía una posición conciliadora y vacilante entre los materialistas mecanicistas y los idealistas mencheviques. Lepechinskaia forzó una investigación contra Tokin por parte de la Comisión Central de Control del Partido bolchevique. Por otro lado, en el diario “Pensamiento Económico” un artículo redactado por A.K. Kol, un alumno de Vavilov, aunque apareció como editorial apócrifo, acusaba a su maestro de separar la teoría de la práctica, de acumular plantas exóticas y no concentrarse en la producción agrícola de los koljoses y sovjoses. Vavilov fue citado por el gobierno para responder de esas críticas.

    Tras el vendaval de la revolución cultural se siguieron publicando libros de texto de biología ajenos al marxismo. En el verano de 1932 se liquidaron las organizaciones y revistas creadas para la subordinación de la biología al marxismo y la genética salió reforzada de aquella primera prueba. En el Primer Congreso de selección, cultivo de semillas, animales y granjas de cría, fue considerada como un modelo de ciencia. No sólo era capaz de crear sino también de transferir sus logros al campo. Comparando el genetista con un creador, Vavilov dijo que el genetista “debe actuar como un ingeniero, no sólo está obligado a estudiar los materiales para la construcción, sino que puede y debe crear nuevos tipos de organismos vivos”. Vavilov incluyó el Instituto de genética y selección de Odesa, donde trabajaba Lysenko entre los organismos que “se habían superado los científicos organizaciones del mundo entero”. Entre los genetistas se comenzó a extender una confianza en los métodos de acción rápida del desarrollo agrícola.

    Las academias desempeñaron un papel protagonista de primer orden en aquellas discusiones científicas e ideológicas. No habían sido una creación soviética sino que su existencia se remonta a Pedro I El Grande en el siglo XVIII, eran de carácter estrictamente científico, se regían por sus propios estatutos y sus cargos se elegían mediante escrutinio secreto. Sin embargo, la de Ciencias Agrícolas fue fundada por Vavilov, quien en 1919, en plena guerra civil, organizó en Petrogrado un laboratorio de botánica aplicada que luego se convirtió en Instituto de Agronomía Experimental y finalmente, en 1929, en la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas, presidida por el propio Vavilov. Con excepción de su escaño como diputado del Soviet Supremo, ese fue el único cargo que desde 1937 ocupó Lysenko a lo largo de toda su vida y era un nombramiento de enorme prestigio incluso fuera de la URSS. Un asiento en cualquier academia era la culminación de su carrera para cualquier científico; otorgaba derecho a un sueldo vitalicio que era mayor que el de un ministro del gobierno: “Aún en la actualidad -escribía Medvedev en los años setenta- el cargo de presidente de la Academia de Ciencias de la URSS tiene más influencia que el de ministro del gobierno, y su sustitución es un asunto más importante para el Partido que el reemplazo de un ministro en la mayor parte de las ramas de la industria” (355b). La Academia no era un órgano del Ministerio de Agricultura, ni del Partido bolchevique sino una asociación de científicos de las más variadas procedencias ideológicas para discutir y debatir acerca de asuntos de su especialidad (356). Desde luego la política agraria implementada en la URSS quedaba fuera de la competencia de la Academia.

    Como en cualquier otro país, en la URSS coexistían tanto organizaciones científicas públicas como privadas. Funcionaban nada menos que 118 academias de ciencias, de las cuales 29 tenían relación con las distintas ramas de la biología; además había otros 965 Institutos de Investigación Científica, estaciones y explotaciones agrarias experimentales dependientes del Ministerio de Agricultura y unos pocos más dependientes de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas. También existía la Asociación de Científicos y Técnicos para el Apoyo de la Construcción Socialista (Varnitso), dirigida por el bioquímico A.N.Bach, militante del Partido bolchevique desde 1912 y, junto con Timiriazev, uno de los científicos más influyentes en las discusiones de la época. Además del Ministerio de Agricultura, existía también el Ministerio de Educación y Ciencia, del cual dependía una agencia pública específica encargada de promover la investigación científica (Glavnauka). La enseñanza universitaria tampoco dependía de la Academia que presidía Lysenko sino de los referidos Ministerios. El de Agricultura, por ejemplo, disponía de 14.000 investigadores sobre el terreno. En todos esos organismos concurrían diferentes correlaciones de fuerzas entre una corrientes y otras. Pero a su vez, todos ellos dependían para su financiación del Consejo Supremo de Economía, también afectado por las polémicas científicas e ideológicas del momento. Un panorama muy distinto y muchísimo más complejo del que la campaña de linchamiento quiso hacer creer en la posguerra mundial. Lo que parece evidente es que cualquiera de esas organizaciones tuvo un protagonismo en las discusiones mucho mayor que el Partido bolchevique, que pocas “órdenes” podía impartir cuando, a su vez, estaba internamente dividido. Como escribe Bernal: “La discusión fue iniciada y llevada a cabo entre hombres de ciencia, y ellos mismos fueron quienes arribaron a la decisión final. En ningún momento dentro de esa etapa intervino en el asunto el gobierno o el partido, y el propio Lysenko no era miembro del partido comunista. En ningún sentido se puede decir que la teoría haya emanado del marxismo. Solamente uno o dos filósofos marxistas la apoyaron, y no fueron de los más eminentes” (357).

    En la caza de brujas de 1948 uno de los aspectos más sobresalientes es la miseria intelectual, el menosprecio, la burla y la chabacanería, que aparecen concentrados no sobre los escritos de Lysenko sino sobre su persona. La colección de insultos y gruesas descalificaciones es descomunal. No quiero ni imaginar lo que hubiera sucedido si Lysenko hubiera podido ser involucrado, como el jesuita Teilhard de Chardin, en una falsificación como la de los restos fósiles de Piltdown (358). Al agrónomo soviético tampoco se le pueden imputar ninguna de esas acciones, tan características de la élite científica capitalista, donde es habitual que figuren como autores de cientos de artículos anuales quienes ni los han redactado y ni siquiera leído (359). No se le puede reprochar la participación en turbias manipulaciones de ese estilo. No parece haber ningún motivo aparente, pues, para esa catarata de improperios. Ni siquiera se pueden escudar en la equivocación de las tesis lysenkistas porque las soflamas de la guerra fría pasaban por alto la exposición de su contenido. Aún suponiendo que todas ellas fueran erróneas, ¿son pertinentes los adjetivos utilizados? ¿Fue Lysenko el primer científico en la historia que se equivocó? Estas preguntas no tienen ningún sentido dentro del linchamiento porque no es eso lo que se discutió: eso fue un punto de partida, un axioma y, a partir de ahí, el dogma había que utilizarlo como arma arrojadiza contra la URSS. Lysenko sólo era una excusa. Por consiguiente, es en esos científicos a sueldo en donde -como se observa- no hay nada que argumentar porque no hay ningún tipo de ciencia; su tarea es exclusivamente política. De ahí que se permitan la licencia de denostar algo que nunca se van a tomar la molestia de examinar con un mínimo de atención. De ahí también su agresividad porque no apelan a la razón sino que tratan de suscitar emociones. Mientras los juicios son para razonar y para debatir, los linchamientos empiezan poniendo la soga en el cuello de quien -de antemano- está condenado.

    Del tono de la misma da una idea el hecho de que Mayr hable del “odioso” lysenkismo (360) y que el genetista Dobzhansky califique a Lysenko de “hijo de puta”, y de su obra “La herencia y su variabilidad”, que Dobzhansky tradujo al inglés, dijo que era un “excremento”. Recientemente Watson escribía en uno de sus libelos monotemáticos que la ciencia soviética se había convertido en un chiste (360b) y los esposos Medawar, premio Nobel de Medicina él en 1960, ofrecen otro ejemplo clamoroso de ese tono en uno de los diccionarios más absurdos que pueden encontrarse, en el cual dejan un sitio para la voz “lisencoísmo”, entre las pocas que merecen su consideración. Normalmente los diccionarios de biología contienen muchos cientos de expresiones singulares, pero no es éste el caso del redactado por los Medawar, que sólo acogen unas pocas locuciones técnicas, por lo que cabe sospechar que han incluido en él las que han considerado más relevantes, entre las cuales cabe reseñar las de “lisencoísmo” y “lamarckismo”, corrientes a las que consideran estrechamente emparentadas entre sí. Por otro lado, se trata de una obra de los años ochenta, es decir, que la furia persecutoria no tenía visos de remitir. El diagnóstico científico de los Medawar sobre el debate es que Lysenko era estúpido: “La genética no es un tema fácil, y es posible que gran parte del lisencoísmo se originara del intenso resentimiento de Lysenko hacia un tema demasiado difícil para su entendimiento”. En un diccionario calificado de “filosófico” no existen argumentos de carácter objetivo sino evaluaciones personales del tipo siguiente: Lysenko era un “genio maléfico de la genética y agrobiología rusas”, capaz “por sí solo” de detener “la enseñanza y práctica en Rusia de la ‘genética mendelista-morganista’ (esto es, de la genética) y produjo la caída de las principales personas que la practicaban” (360c).

    En el linchamiento el propio estilo utilizado denota claramente su origen militar y nunca se desprendió de ese tufo cuartelero, más propio de sargento chusquero que de controversia académica. Si algo caracteriza al espionaje es la falta de escrúpulos, algo que ha contagiado al caso Lysenko con su singular marchamo. En cualquier pelea tabernaria la facilidad cobarde que proporciona la indefensión del contrario eleva siempre el tono de la disputa. Tan importante como la cantidad fue la calidad de la campaña. El lysenkismo se convirtió en una materia de investigación por sí mismo, saltando de las páginas de las revistas especializadas, y por lo tanto de alcance muy minoritario, a la prensa diaria, que no quiere entender de las alambicadas argumentaciones técnicas que suelen esgrimir los científicos. El 23 de diciembre de 1948 un editorial del diario franquista ABC introducía a los lectores españoles en el conocimiento del lysenkoísmo, un nuevo vocablo que calificaba de mágico y cabalístico: “El abracadabra del siglo XX”. Según ABC Lysenko era un “ruso” capaz de convertir un sapo en una rana y un clavel en una sandía. Los milagros de la ciencia soviética eran asombrosos, continuaba el diario madrileño: Lysenko también había creado tomates del tamaño de un tronco de roble centenario. Pero cuando presentó sus tomates en la academia de ciencias, algunos le pidieron explicaciones; entonces Lysenko reaccionó calificándoles de saboteadores y todos ellos dieron con sus huesos en el gulag. Desde entonces, seguía el editorialista, nadie había vuelto a hablar de los tomates de Lysenko, ni tampoco de sus enemigos. El dignóstico concluye calificando así el estado de la ciencia en la URSS: garrulería, charlatanismo, impostura, curandería y ciencia apócrifa. Pero lo único apócrifo del editorial era el propio editorial, que reconvertía a H.J.Muller en un ginecólogo recién dimitido de su cargo en Moscú porque el lysenkoísmo es “el más escandaloso fenómeno de falseamiento conocido en la historia de las sociedades humanas”. El falseamiento, pues, estaba en Lysenko, no en el editorial del diario madrileño.

    En esa misma línea intoxicadora, para dar cuenta del informe de Lysenko a la Academia el diario Los Angeles Times tituló su portada “La aplicación del marxismo al crecimiento de los tomates” el 25 de agosto de 1948. Se preparaba la “caza de brujas” del senador McCarthy. No bastaron los engaños y las tergiversaciones sino que para llegar al gran público también era necesario el sensacionalismo. La campaña pasó de las revistas especializadas a los diarios de información general porque ya no era una errónea tesis científica lo que se estaba criticando sino que subyacía un problema de clase, un racismo social y un odio feroz hacia el socialismo. La biología no era más que un excusa.
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    En defensa de Lysenko  (biologia verdadera Lysenko vs Darwin) Empty Re: En defensa de Lysenko (biologia verdadera Lysenko vs Darwin)

    Mensaje por Leningrado Sáb Oct 09, 2010 1:24 am

    Los mendelistas académicos siempre consideraron a Lysenko como un advenedizo, un intruso, porque no procedía de la universidad, no tenía título. En lugar de alegrarse por la llegada de alguien ajeno a su círculo de referencia, de un trabajador humilde, les salió a relucir su estrecha mentalidad burguesa en la que encierran un odio de clase apenas disimulado. En 1937 a un profesor universitario -Vavilov- le sucedió un campesino autodidacta -Lysenko- en la presidencia de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas, poniéndose por encima de todos los licenciados, a algunos de los cuales cabe imaginar heridos en su vanidad y carcomidos por los celos y la envidia. En los países capitalistas se puso de manifiesto el carácter partidista y beligerante de los científicos que se prestaron a colaborar, cuyo entusiasmo estuvo movido, más que nada, por motivos lucrativos. A ellos la defensa de unas determinadas concepciones científicas les traía sin cuidado; eran mercenarios. En sus firmas ponían sus títulos académicos pero los artículos poco más que desprecio se podía encontrar. Los lectores no merecían sofisticadas teorías genetistas sino descalificaciones absolutas.

    Uno de los comentarios que nunca pueden faltar en la intoxicación propagandística es la falta de títulos académicos de Lysenko, su formación autodidacta, un lastre imperdonable que exime a sus críticos de la ardua tarea de leer sus obras. No será necesario recordar que ni Darwin ni Mendel necesitaron colgar certificados académicos en la pared para llevar a cabo sus investigaciones. En algunas ciencias, como la arqueología, la informática o la astronomía, por ejemplo, ser un aficionado es algo corriente y bastante bien considerado, hasta el punto de que algunos autodidactas han realizado verdaderos descubrimientos que han hecho historia (361). El descubridor de la tabla de los elementos químicos, del equivalente mecánico del calor y del primer principio de la termodinámica no fue un físico, sino un médico, el alemán Robert Meyer. El descubridor de la vacunación, Edward Jenner, no pudo obtener su título de medicina, que a finales del siglo XVIII sólo expedían las Universidades de Oxford y Cambridge en toda Inglaterra a cambio de una importante cantidad de dinero. Después del triunfo de la filosofía de Locke, en Inglaterra la medicina conocía esta misma polémica entre los “médicos” y los “empíricos”, entre un conocimiento libresco procedente de los centros de enseñanza y otro práctico estrechamente ligado a una cultura oral. Los titulados despreciaban a los empíricos y, aunque lo justificaban con excusas aparentemente científicas, el problema es que les hacían la competencia. Tras su progresivo proceso de formalización, iniciado en 1911 en Estados Unidos, la soberbia de la medicina académica ha crecido exponencialmente.

    Habitualmente el término “aficionado” se utiliza como modo de expresar que la persona desempeña su tarea de forma altruista, que no vive de ello, lo cual sería merecedor de los mayores elogios. En este sentido Lysenko era un profesional de la agronomía, por lo que la argumentación ad hominem contra Lysenko es, una vez más, falsa. Lysenko estudió en las escuelas de horticultura de Poltava (1913) y Uman (1917-1920). En 1921 siguió los cursos impartidos por el Sugar Trust y trabajó en sus estaciones experimentales en Verjiachka, cerca de Kiev (1921), y Belaya Tserkov (1922-1925), que fueron simultáneos a sus estudios en el Instituto de Agronomía de Kiev. A eso Watson le llama ser un “campesino inculto”, “casi analfabeto” (362). Tratándose de ciencia, es preferible ser tan analfabeto como Lysenko que tan mentiroso como Watson.

    Las argumentaciones ad hominem, características de la caza de brujas, se vierten cuando no las hay sobre el fondo del asunto, o cuando no se conocen. Es característico de la misma escolástica contra la que ya se había rebelado la ciencia en el siglo XVI afirmando que la certeza del conocimiento no se apoya ni en títulos ni en autoridades, sino en su capacidad para explicar los hechos y fenómenos empíricos. Pero los mendelistas han convertido a la genética en una nueva escolástica en la que los hechos y argumentaciones importan menos que los galardones oficiales de los firmantes y las publicaciones “de prestigio” que visten sus doctrinas, debidamente revisadas por otros escolásticos de parecida factura.

    A caballo entre su país de origen y el de adopción, Dobzhansky debía sentirse especialmente frustrado porque Lysenko había sido alumno suyo. ¿Un caso de mal aprendizaje o de enseñanza defectuosa? ¿De envidia quizá? Lo más probable es que Dobzhansky debiera eterna gratitud a su amo Rockefeller que le pagó el billete sin retorno a Estados Unidos. Probablemente se sentía frustrado porque Hitler no había logrado el propósito que perseguía cuando invadió la URSS en 1941, como había pronosticado. También pronosticó que se establecería un gobierno fascista en Estados Unidos, y falló. ¿En qué acertó Dobzhansky? El ucraniano era un científico del mismo corte que Huxley; dos años antes de lanzarse a la campaña, cuando ya se conocían las atrocidades nazis había escrito un libro titulado “Herencia, raza y sociedad” para dar una nueva fundamentación al concepto de raza, que ya no debía establecerse sobre consideraciones antropológicas sino genéticas: “Las razas son poblaciones que difieren en la frecuencia relativa de alguno de sus genes”, dice. Esta definición “científica” conduce a una clara conclusión política: “No hay razón que indique que la igualdad de todos los hombres debe constituir nuestra meta” (362b).

    Dobzhansky fue quien propagó (362c) la falsedad según la cual Vavilov murió en la deportación en Magadan (Siberia). Lo cierto es que Vavilov murió en la prisión de Saratov, una población a orillas del Volga cercana a Stalingrado y en el transcurso de la gigantesca batalla que allá se libró contra el ejército alemán. La obra de Lysenko era un excremento, pero ¿cómo calificar la de Dobzhansky?

    Ayala, un sacerdote dominico epígono de Dobzhansky, es uno de tantos partidarios de la teoría sintética capaz de escribir sobre Lysenko sin haber leído ninguno de sus escritos, por lo que sus únicas fuentes de información son los rumores, cotilleos y citas de segunda mano, es decir, un ejemplo de impecable proceder científico. Quizá haya sido esa doble condición (la de sacerdote católico y la frivolidad científica) la que le llevó a ser nombrado asesor científico de Clinton. Como tantos otros biólogos, Ayala está mucho más próximo al poder político de lo que pudo estar Lysenko en su época. Pero nadie ha considerado el doble compromiso religioso y político de Ayala como un condicionante de sus absurdas teorías científicas. Tampoco su execrable estilo crítico. En efecto, cuando Ayala tiene necesidad de proporcionar algo más de información a sus lectores contra su víctima propiciatoria, no duda en sacarse el conejo de la chistera, como si de un espectáculo circense se tratara. Se refiere a Lysenko como si hubiera intimado con él; le describe como “un charlatán oportunista con pretensiones de ser un gran científico revolucionario”, desde luego el “contraejemplo dramático” de los logros de Mendel. Donde el checo personifica la ciencia, el ucraniano personifica la política, en el peor y más vulgar sentido de la actividad política, que quizá sea el único en el que Ayala ha participado. Desde luego un predicador de sacristía como Ayala no vacila a la hora de imaginar lo que quizá pudo ser el lamentable método utilizado por Lysenko: “Apoyó sus afirmaciones con experimentos rudimentarios que podían interpretarse a voluntad. Los datos en contra se negaron o denunciaron sobre la base de que nada podía ser correcto si contradecía la ideología superior del marxismo-leninismo [...] Cualquier dato, práctica o teoría se medía en función de su congruencia con la ideología marxista (363)”.

    Mientras sus críticos obtuvieron sus cargos gracias a patrocinios y decretos políticos, Lysenko fue presidente de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas por méritos propios en dos etapas: una primera desde febrero de 1938 hasta 1956 y otra segunda cuando volvió a ser reelegido en 1961 durante cinco años más. Luego continuó siendo miembro de la misma hasta su fallecimiento diez años después. Durante todo ese tiempo también dirigió una estación agrícola experimental cerca de Moscú en la que trabajaban 300 investigadores. No fue nunca miembro del Partido bolchevique y tampoco coincidió personalmente con Stalin (fuera de los actos oficiales, naturalmente). El agrónomo soviético inició sus experimentos por su propia iniciativa, sin ninguna clase de apoyo oficial. No existieron gigantescos presupuestos, ni inversiones, ni viveros, ni cámaras térmicas, ni sofisticados laboratorios, ni centros universitarios que le apoyaran. Todo empezó de una manera mucho más modesta y sencilla, como empezaban las iniciativas de los obreros y campesinos en la URSS, basándose en el entusiasmo y en el esfuerzo colectivo de las organizaciones rurales.

    En los escritos de Lysenko sobresale la idea de la selección “artificial”, superpuesta a la selección que de una manera natural o espontánea realiza la naturaleza por sí misma, esto es, la idea de que la naturaleza no es un paisaje fijo sino que es posible actuar sobre ella en interés de los obreros y campesinos. De un modo dialéctico, Lysenko estudia la flora en su desarrollo; cita continuamente a Timiriazev para recordar la “historia” de cada especie y de cada planta dentro de ella, tratando de observar la manera en que se puede dirigir y controlar ese desarrollo. La selección “artificial” de Lysenko no tiene nada que ver con el moderno “bricolaje genético” de las multinacionales cuyas mutaciones provocan cambios imprevisibles en los organismos vivos. Lo que Lysenko pretendía obtener eran cambios planificados, a fin de orientar el desarrollo natural de los organismos para mejorar el rendimiento agrícola.

    Quizá precisamente por el hecho de denominarse Lysenko a sí mismo darwinista pueda resultar interesante detenerse en uno de los puntos de la polémica en el que el agrónomo soviético se aparta de Darwin: la “competencia intraespecífica”, es decir, si existe o no lucha entre los individuos de una misma especie. Darwin defendía esa postura y, además, aseguraba que era más encarnizada cuando los individuos de la misma especie competían por el mismo “espacio vital”, momento en el estalla ineluctablemente la lucha por la existencia entre blancos y negros, entre naciones, etc. Por el contrario, para Lysenko la lucha por la existencia sólo se da entre especies diferentes. La tesis darwinista de la competencia intraespecífica -dice Lysenko- pretendía justificar un fenómeno social apelando a la naturaleza: la competencia capitalista. Por el contrario, para Lysenko “la humanidad entera pertenece a una única especie biológica”, lo que le lleva a defender que no sólo no hay competencia intraespecífica en el ser humano sino a introducir la noción de mutualismo en el reino vegetal. No existe una superpoblación que justifique la concurrencia intraespecífica. Así, habla de relaciones de vecindad entre cerales y malas hierbas. Sobre esta base Lysenko propuso una nueva técnica de “siembra colectiva”. Consiste en sembrar los granos no en hilera, uno a uno y a una distancia regular, sino por montones de 30 o 40 semillas, porque de esa forma pueden colaborar entre sí al crecimiento, sacrificándose unas en beneficio de las otras. No es un caso de lucha por la existencia intraespecífica sino de mutualismo, no por sobreabundancia sino precisamente para evitar que lo sean en el futuro.

    No obstante, Lysenko no aporta una nueva teoría relevante a la biología. Él rechaza considerarse lamarckista, que es la acusación que le lanzan sus oponentes y, desde luego, es claro que no admite las concepciones ambientalistas tal y como las exponían los neolamarckistas. Se define a sí mismo como “michurinista” y entre sus defensores era corriente utilizar la expresión “darwinismo creador” para caracterizarse a sí mismos. Ahora bien, el darwinismo de Lysenko no es el neodarwinismo de la teoría sintética sino el del mismo Darwin, por lo que incluye a Lamarck, el cual está presente en su concepción general del desarrollo de los organismos. Explícitamente Lysenko se apoya en concepciones de otros autores, de quienes enfatiza determinados aspectos que juzga importantes. En consecuencia, quienes dicen criticar sus teorías, están criticando esos precedentes, que están en Lamarck, Darwin y Timiriazev. A pesar de ello, la campaña de linchamiento presenta a Lysenko como un agrónomo original y aislado, cuyas disquisiciones absurdas forman una rama separada y ya desaparecida para siempre de la biología. Además, pasando por alto la disputa entre las diversas corrientes, se responsabiliza de sus tesis a todos los científicos soviéticos, es decir, que su caso sería un mero ejemplo de un caso general, ilustrativo de las intromisiones políticas en la ciencia y de la imposición forzada de un canon científico único y exclusivo.

    Lysenko tampoco realiza innovaciones prácticas sustanciales a las que ya eran conocidas desde tiempos lejanos. Cuando en ocasiones su linchamiento se extiende también a Michurin, pretendiendo generalizarlo a toda la ciencia soviética, debería incluirse a botánicos de otros países cuyas prácticas eran idénticas. El caso más singular al respecto es el del norteamericano Luther Burbank (1849-1926), autor de la magnífica autobiografía “La cosecha de los años”. Es un autor tan querido entre los campesinos estadounidenses como olvidado entre los académicos: sus métodos, como los de Michurin y Lysenko, tampoco eran científicos, por lo que también estuvo sometido a numerosas “críticas” del tono de las que venimos exponiendo. Pero si sus procedimientos no eran “científicos” sí eran, por el contrario, muy creativos y productivos, mucho más que los de los verdaderos “científicos”: si Michurin había creado 300 nuevos frutales, Burbank, calificado por Medvedev como el “Michurin americano”, creó 800 nuevas variedades de flores, hortalizas y plantas, una de ellas una opuntia o cactus comestible y sin espinas (364). Burbank defendió que “todos los caracteres que se transmiten han sido adquiridos” y que “el ambiente es el arquitecto de la herencia”. Para que una planta produjera una buena fruta, había que proporcionarle las mejores condiciones ambientales; luego sus cualidades se transmitirían a su descendencia.

    Por aquella misma época, Lucien Daniel dedicó 37 años de su trabajo como botánico en Francia a experimentar con hibridaciones vegetativas en solanáceas y leguminosas, comprobando que eran una demostración de la herencia de los caracteres adquiridos y, por consiguiente, convenientemente mantenidos en el ostracismo. Estos y otros artesanos fueron los últimos pioneros de una estirpe de botanistas innovadores sepultados hoy por un olvido que no tiene nada que ver con la ciencia. A ellos cabría añadir al también estadounidense Frederic Edward Clements, uno de los precursores de la ecología (365) cuyas concepciones son idénticas a las de Lysenko.

    Hay algo en lo que Lysenko destaca por encima de todo: su certera oposición al viraje impuesto por Weismann, Mendel, Morgan que condujo al “dogma central” de la genética. No solamente Lysenko no es en absoluto dogmático sino que el objeto de su crítica es precisamente el dogmatismo seudocientífico que se había infiltrado en el terreno de las ciencias biológicas. Por lo demás, él no fue el único en oponerse a la genética formalista. En la URSS, Oparin sostuvo posiciones científicas equivalentes y lo mismo sucedió con Waddington y Goldschmidt en el mundo anglosajón y otros en diferentes países. Pero una de las claves de toda buena campaña de guerra sicológica consiste siempre en personalizar los males -reales o fingidos- en una única persona que debe ser utilizada como chivo expiatorio. En la caza de brujas de la posguerra fueron tan importantes los silencios como las descalificaciones. La imagen a fabricar era la un científico, Lysenko, un país, la URSS, y una corriente de la biología, el michurinismo, fuera de contexto, sin precedentes y sin equivalentes, como si cayera llovido del cielo. En cualquier disciplina, la intoxicación propagandística se complementa con la censura. Hay autores cuyas obras no se traducen, no se editan, no se mencionan, no están en las librerías, tampoco en las bibliotecas... Simplemente no existen -no han existido nunca- porque son y tienen que aparecer como minoritarias, con la carga emocional que soportan todas las minorías: son activistas estridentes y vociferantes que pugnan por hacerse escuchar en todos los foros siempre que tienen ocasión, algo que las voces mayoritarias no necesitan. Éstas sepultan a la opinión mediante una multiplicación cuantitativa de sus argumentos. Basta exagerar un poco para presentar a los minoritarios como únicos, como casos individuales, casi patológicos: desvaríos ajenos a la ciencia. Es una manera vergonzante de rehuir la controversia: ignorar al adversario después de aislarle.
    La técnica de vernalización

    El 15 de diciembre de 2006 científicos de la Universidad de California acabaron de identificar los tres segmentos del ADN del trigo y la cebada que controlan la vernalización con el fin de lograr por métodos de la denominada “ingeniería genética” lo que Lysenko había logrado por métodos naturales 80 años antes.

    A finales de 1925 Lysenko inició sus primeras investigaciones en la sementera de Kirovabad (Gandja), en Azerbaián. Empezó a estudiar los factores que regulan la duración del periodo vegetativo de las plantas cultivadas. Los resultados de sus experimentos los expuso en el Congreso de Genética celebrado en Leningrado en enero de 1929.

    Aquel mismo verano la prensa soviética anunció que en Ucrania una prueba con trigo de invierno de la variedad ukrainka sembrado en primavera había espigado exitosamente. El experimento lo había llevado a cabo el padre del agrónomo soviético a petición de su hijo en el terreno que él mismo trabajaba por su cuenta en la región de Poltava. Fue un hito de la agronomía; por primera vez el trigo de invierno espigaba completamente con un rendimiento de 24 quintales por hectárea.

    En vista del éxito, el Ministerio de Agricultura decidió crear un laboratorio especial en el Instituto de Selección Genética de Odessa para analizar detenidamente aquel experimento. El 12 de enero de 1929 Vavilov, habitualmente presentado como enemigo y víctima de Lysenko, en un artículo publicado en el periódico Leningradskaia Pravda incluía al Instituto de Selección Genética de Odesa en el que trabajaba Lysenko entre el elenco puntero de centros de investigación científica de todo el mundo. Al año siguiente centenares de investigadores koljosianos repitieron el mismo ensayo. Se trataba de explotar el descubrimiento de que era posible regular la duración del periodo vegetativo de las plantas cultivadas. En 1935 más de 40.000 koljoses y sovjoses llevaron el experimento al campo, sembrando más de dos millones de hectáreas de cereales de primavera con simiente vernalizada. El 6 de noviembre de 1933 Vavilov volvía a apoyar públicamente en el diario Izvestia los métodos agrícolas de Lysenko como un descubrimiento revolucionario de la investigación soviética.

    Impuesto por Lysenko, desde 1929 el término “vernalización” (del latín vernum, primavera, yarovización o “primaverización” en ruso) indica una especie de fase parecida a la incubación pero referida a los vegetales y que aplica frío en lugar de calor. En su disparatado artículo contra Lysenko, Ayala demuestra que no tiene ni la más remota idea de lo que es la vernalización, de la que asegura que tiene por objeto adaptar las semillas a los climas extremos (366). Su ignorancia no tiene excusa porque actualmente el estudio de la vernalización es ya corriente en botánica (367). Hasta 1929 era una práctica tradicional de la que se tenía un conocimiento empírico y fragmentario. En 1918 Gustav Glasser desarrolló una técnica de germinación en frío de los cereales de invierno a temperaturas ligeramente superiores a cero grados centígrados, pero era inutilizable en la agricultura. El primer estudio sistemático lo escribió Lysenko en 1935 y lleva el título “Las bases teóricas de la vernalización”. El método inventado por Lysenko era diferente del de Glasser. Consistía en humedecer las semilas y mantenerlas entre 35 y 50 días a una temperatura entre 0 y 3 grados centígrados según las variedades. Había que tener mucho cuidado en mantener las semillas siempre húmedas en un granero. Si no se podían sembrar inmediatamente o si había que transportarlas durante un largo trayecto, había que secarlas antes al aire libre.

    Hasta el estudio de Lysenko la ciencia agrícola creía que el frío, al ralentizar las funciones fisiológicas de la planta, lo que provocaba era todo lo contrario: la hibernación. Lysenko demostró que el frío, por el contrario, acaba con la hibernación. La temperatura es el factor más importante que induce el desarrollo de la planta de trigo a través de sus fases sucesivas, desde la emergencia hasta la floración y la madurez. El desarrollo puede ocurrir dentro de un cierto rango de temperaturas; por debajo de cero grados (temperatura base) hace demasiado frío para el desarrollo de la mayor parte de las variedades y por encima de 30 (temperatura óptima) hace demasiado calor. A medida que la temperatura media aumenta dentro de estos puntos el desarrollo se acelera. Sin embargo, el crecimiento, o aumento de tamaño, no sigue necesariamente estas reglas porque también entra en juego la radiación solar y con temperaturas por encima de la óptima el desarrollo se desacelera. Lysenko demostró que las reacciones a las bajas temperaturas tienen lugar en los puntos de crecimiento de la planta y que el estado vernalizado se transmite por división célular en esos puntos vegetativos. El tratamiento de frío inventado por Lysenko fue el primer medio de regular la velocidad de desarrollo de las plantas. Hasta ese momento las especies y variedades cuyo desarrollo no se acomodaba a las condiciones climáticas y geográficas de la región, eran simplemente desechadas para el cultivo. Entre éstas estaban los cereales de invierno, una variedad que se consideraba estéril. Lysenko demostró que este tipo de cereales no sólo soportan las bajas temperaturas sino que éstas son necesarias para su desarrollo y que, además, son más productivas. Como dijo Lysenko, era un método que “marca el comienzo de una era en la que el hombre dirije de manera consciente el desarrollo de las plantas en los campos”.

    La vernalización es una técnica de una complejidad enorme (368). No todas las especies permiten vernalización, ni tampoco todas las variedades de una misma especie. Pero hay algunas -de clima templado- que requieren las bajas temperaturas del invierno para florecer en primavera: remolacha, cebolla, zanahoria y otras. La manera de llevar a cabo la vernalización depende de la especie. No todas las vernalizaciones son iguales, ni se deben llevar a cabo a la misma edad de la planta, a la misma temperatura o durante los mismos periodos de tiempo. Así la Arabidopsis thaliana hay que vernalizarla entre 9 y 15 semanas y el guisante no es necesario vernalizarlo pero si se hace, se desarrolla mucho más rápidamente. Hay plantas que se deben vernalizar en el estadio de semillas, como el trigo, pero hay otras que eso no es necesario ya que es posible hacerlo con la planta desarrollada (vernalización madura). En el caso del trigo, la temperatura base y la óptima no son siempre cero y 25 grados centígrados respectivamente. Estas temperaturas dependen de la fase de desarrollo; son más bajas al inicio del cultivo y aumentan con el desarrollo. El trigo puede crecer a cero grados durante la fase de plántula, pero, en cambio, su progreso en la etapa de espigado es lento si la temperatura está por debajo de 10 grados. Las variedades difieren en sus temperaturas base y óptima hasta en 7 grados en cualquier fase. Por consiguiente, para que la vernalización tenga éxito, no basta que se cumplan una o dos condiciones sino un cúmulo de ellas. Los botánicos Mathon y Stroun, por ejemplo, destacaron la importancia del oxígeno. En la época de Lysenko no existían frigoríficos por lo que la vernalización se debía llevar a cabo a temperaturas ambientales, que difícilmente se lograban mantener constantes. Se trataba, pues, de una técnica precisa que requería entrenamiento y experiencia para que la semilla no se malograra:

    El estudio biológico de los trigos de invierno ha mostrado que para vernalizarse las diferentes variedades exigen un periodo de frío de duración desigual. Para vernalizarse completamente la variedad Novokrymka 0204 necesita una temperatura en torno a 0º durante 35 días. A una temperatura de 3 a 5º, la vernalización demanda unos cuarenta días. A 15 ó 20º no se produce, o bien exige un tiempo mucho más largo.

    Pero, ¿qué sucederá si aseguramos el frío necesario a las semillas humedecidas de ese mismo trigo de invierno Novokrymka 0204 durante 25-30 días solamente? La vernallización comenzará normalmente. Al cabo de 30 días días, cesamos el frío. Faltan pues 5 días para que los granos terminen de vernalizar normalmente.

    Numerosas experiencias permiten establecer que si el tiempo indispensable para la vernalización normal de una variedad determinada se reduce artificialmente, aunque sean dos días, la vernalización no puede tener lugar. En cada fase, comprendida la vernalización, el organismo vegetal modifica la cualidad de sus exigencias de medio exterior. Y para que esta modificación se pueda operar, ciertas condiciones exteriores son indispensables bajo la relación cuantitativa. Cuando se adquieren esas condiciones, el organismo las asimila; se produce en él una modificación cualitativa; el desarrollo pasa a una fase nueva y el organismo presenta otras exigencias al medio exterior. Así, la necesidad de frío, imprescindible para la vernalización de las plantas de invierno, cede su lugar al del calor. Éste es indispensable a las fases, a los procesos posteriores a la vernalización” (369).

    Al llevar la vernalización a la práctica, los investigadores de los koljoses y sovjoses cometieron numerosos errores de método que Lysenko fue el primero en advertir, indicando el riguroso cumplimiento de una serie de requisitos imprescindibles para su éxito. En su informe a la Conferencia soviética consagrada a los problemas de la resistencia de los vegetales al invierno, el 24 de junio de 1934, y en la sesion científica del Instituto de Genética de la Academia de Ciencias, el 6 de enero de 1935, rindió cuenta detallada de los errores cometidos en los experimentos de vernalización llevados a cabo en distintos lugares. Esas reuniones eran públicas y en ellas participaron tanto científicos como especialistas de las cooperativas agrarias, soviéticos y extranjeros.

    Recientemente se ha descubierto otra utilidad a la vernalización, que ha demostrado su eficacia para luchar de una forma no agresiva para el medio ambiente contra las plagas que atacan a determinados cultivos. Investigadores del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria argentino han comprobado que el bromuro de metilo, utilizado para el control de las agresiones de la mosca de la fruta (Ceratitis capitata) en cítricos, puede ser reemplazado por la vernalización. Los experimentos demostraron que, a diferencia del gas, la vernalización no daña los frutos ni resulta afectada su calidad interna, a la vez que se logra la mortalidad de la totalidad de las moscas (370).

    La vernalización, concluyen Mathon y Stroun, “ofrece una nueva orientación a la ecología y la geografía botánica” y abre un nuevo capítulo de la fisiología vegetal: “La comprensión de numerosas prácticas agrícolas se ha renovado y ampliado. Las repercusiones del control de la floración que resulta de los estudios sobre vernalización son innombrables, tanto en el campo de los grandes cultivos como en el de la horticultura y la arboricultura” (371). Lysenko demostró la posibilidad de acelerar el ciclo vegetativo de las plantas, pudiendo obtener -en determinadas condiciones- dos cosechas anuales donde antes sólo se podía lograr una sola. Como escribió Maximov, la teoría de la vernalización “representa un gran paso en el esclarecimiento de las leyes del desarrollo vegetal y suministra métodos útiles para dirigirlo en la dirección deseada” (372). En efecto, no se pueden saltar las etapas del desarrollo de las plantas pero sí se puede acortar la duración de su ciclo vegetativo. La vernalización permite eludir las sequías que padecen determinadas regiones a finales del verano y en el otoño; también en aquellas regiones frías cuyo verano es muy corto; finalmente, aumenta los rendimientos en cualquier región que se practique.

    En materia de vernalización hay un punto en el cual los críticos de Lysenko manifiestan su doblez: cuando no pueden subestimar la importancia de la vernalización, niegan la prioridad del descubrimiento, convencidos de que los demás son tan vanidosos como ellos mismos. Así procede J.Huxley quien, después de criticar la técnica de Lysenko, a la cual no considera científica, le niega la paternidad, lo cual es bastante absurdo porque nadie reivindica el fracaso. Según Huxley la vernalización no fue un descubrimiento de Lysenko sino de Glasser (373). Los Medawar también sostienen que el agrónomo soviético se atribuyó indebidamente la paternidad de la vernalización, que en realidad debería corresponder a Maximov, de quien aseguran que era ayudante de Vavilov, pretendiendo así atribuir a éste el éxito de una manera indirecta (374). No obstante, ésta es otra de sus características falsedades porque el propio Maximov en su obra sobre la fisiología vegetal alude continuamente a Lysenko como referencia en la materia.

    Dejando aparte los improperios, una de las pocas críticas rigurosas que recibió Lysenko en el terreno científico provino del biólogo escocés Waddington y concernía precisamente a la vernalización. El núcleo de la crítica de Waddington no se centraba en la vernalización en sí misma sino en el hecho de que por esa vía se pueda alterar la dotación génica. El escocés no descarta que “en circunstancias especiales” eso fuera posible, es decir, no descarta que modificaciones de los caracteres puedan provocar alteraciones en los genes. Así -afirma- el trigo de invierno sembrado en primavera “puede llegar a convertirse en una variedad heredable que madura en el verano inmediatamente después de sembrado, sin tener que pasar por el periodo de tiempo frío en invierno”. Waddington no critica directamente a Lysenko, a quien no menciona, sino a lo que califica como “una escuela de genetistas rusos” (375). Trata de ofrecer una explicación bastante común en aquella época apuntando que es posible que el trigo de invierno utilizado por Lysenko no fuera puro, es decir, que incluyera semillas de una variedad de primavera. Es la tesis de los manuales convencionales de botánica, como el de Strasburger, para quien “las diferencias entre los cereales de verano y los de invierno están fijadas genéticamente” (376). Pero a Lysenko, a diferencia de los mendelistas, no le preocupa la pureza de las variedades que utiliza en los experimentos. Es más: sostiene que entre los cereales de invierno y los de primavera hay un continuo de variedades intermedias y que su clasificación en una u otra variedad no depende sólo del genoma sino también de las condiciones ambientales en que se desarrollen las plantas. Una de sus conclusiones literales está expuesta de la siguiente manera:

    Las propiedades de la vernalidad como las de la invernalidad son propiedades hereditarias estables. Porque las formas de invierno y de primavera, del trigo por ejemplo, han permanecido así durante siglos. Únicamente siguiendo la vía indicada por Timiriazev y Michurin para estudiar esas propiedades, únicamente estudiando las condiciones del medio exterior que participan en la formación de las propiedades hereditarias de la vernalidad y la invernalidad, la ciencia ha podido modificar estas últimas con conocimiento de causa. La herencia de las formas de invierno y de las formas de primavera se distinguen por necesidades diferentes, un comportamiento diferente frente a las condiciones –ante todo de temperatura- necesarias para el cumplimiento de los referidos procesos de vernalización.

    Las formas de invierno exigen en el estadio de vernalización una temperatura más baja que las de primavera. No hace falta decir que las propiedades de vernalidad e invernalidad en los organismos vegetales son propiedades adaptativas. Pero eso no explica aún por qué han aparecido esas propiedades. Partiendo de la concepción darwinista desarrollada por Timiriazev, de las leyes de la evolución de los organismos, hemos llegado a la conclusión de que las propiedades hereditarias no se han podido constituir sin la participación de las condiciones del medio exterior del que tiene necesidad el organismo para manifestar esas propiedades en la descendencia. Hoy está establecido experimentalmente que las bajas temperaturas, por ejemplo, son necesarias para la formación de la propiedad hereditaria de la invernalidad y las temperaturas más elevadas para constitución de la vernalidad.

    A fecha de hoy se puede afirmar que no hay una variedad de trigo de invierno de la que en dos o tres generaciones no se puedan obtener, mediante una educación apropiada de las plantas, kilogramos de semillas de formas de primavera estables. Para ello es necesario modificar las condiciones de vida, más precisamente, las condiciones que participan en los procesos de vernalización.

    Una síntesis de las experiencias dirigidas por numerosos trabajadores del Instituto de Genética y de Selección nos lleva a concluir que el periodo terminal del proceso de vernalización desempeña el papel más importante en la modificación de la propiedad hereditaria de invernalidad. Para transformar la herencia de un trigo de invierno en una herencia de trigo de primavera hay que actuar sobre las plantas modificando la temperatura al final de la fase de vernalización.

    En el momento actual también conocemos casos en los que la herencia de los trigos de primavera ha cambiado a una herencia de trigos de invierno. Numerosas experiencias concernientes, por ejemplo, a la transformación de la invernalidad en vernalidad, muestran que en el periodo en el que ciertas propiedades hereditarias (las exigencias relativas a las condiciones del medio) se transforman bruscamente, la herencia deviene inestable en el más alto grado.

    También los más grandes biólogos (Vilmorin, Burbank, Michurin) han indicado casos de herencia quebrada. Son más particularmente aptos para modificarse, constituyen un material plástico favorable a la creación de formas vegetales que presentan las propiedades que buscamos [...]

    Es cierto que todo el proceso de desarrollo –comprendido el de las propiedades de la herencia y la variabilidad- depende de esta fuente de vida: la nutrición. La materia viva, que proviene de una materia antes inerte, aún en el presente se sumerge con todas sus raíces en la materia bruta, edificándose a costa de esta última. Sin nutrición, sin metabolismo, nada vivo se puede desarrollar. La asimilación, el metabolismo, que constituye la esencia misma de la vida, está igualmente en la base de propiedades tan importantes de los organismos como la herencia y la variabilidad. Se puede dirigir la herencia en todas sus formas, bien se hayan obtenido por hibridación o de cualquier otra forma, asegurando a la actividad asimiladora todas las condiciones necesarias, tanto orgánicas como minerales. Ateniéndose a ‘complacer’ al máximo a la planta (por fecundación electiva, por una mejor agrotecnia, etc.), lenta y gradualmente pero sin pausa, se puede mejorar, perfeccionar sus propiedades hereditarias. Eligiendo condiciones que arranquen a la planta del régimen de adaptación constituido en el tiempo, ‘quebrantando’ su herencia (por una fecundación forzada, comprendido el caso de un cruce alejado, o por la modificación brutal de las condiciones de cultivo), en el curso de las generaciones siguientes, mediante una educación apropiada, se puede crear rápidamente en la planta nuevas necesidades, crear nuevas razas y variedades muy diferentes de las formas iniciales (377).

    Según Waddington, fuera de la URSS, la mayor parte de los científicos no cree posible lograr esas modificaciones hereditarias que defiende Lysenko porque, añade, cuando en otros países se han intentado repetir los experimentos soviéticos, nunca se han visto coronados por el éxito. Muy pocos biólogos aceptan que los soviéticos hayan podido lograr modificar la composición génica modificando las condiciones externas, afirma el biólogo escocés, pero tampoco descarta esa posibilidad: “Por supuesto, resulta muy difícil probar experimentalmente que tales efectos no puedan ocurrir. Podría ser que sólo ocurrieran muy raramente y en condiciones muy particulares”. Waddington se inclina por otra explicación de la vernalización según la cual ésta afectaría únicamente al cuerpo, al componente nutritivo de la semilla, esto es, afectaría solamente a la generación presente pero no a las futuras.

    La crítica de Waddington es parecida a una de las que Detmer lanzó contra Weismann para demostrar la herencia de los caracteres adquiridos. Detmer decía que los cerezos transplantados por los colonialistas británicos en Ceilán habían modificado la dotación génica de los mismos, transformándolos en frutales de hoja perenne, mientras que en Europa son de hoja caduca. Pero hubo quien defendió -con razón- que si esos mismos cerezos volvieran a plantarse en Europa, reaparecería su auténtica condición, es decir, volverían a dar fruto. En lo que a la vernalización respecta, el dilema presenta varios aspectos algo diferentes entre sí. El primero concierne a la vernalización en sí misma, como factor regulador del crecimiento vegetativo de las plantas, lo que parece no dejar lugar a dudas. El segundo concierne a la vernalización como factor ambiental capaz de “quebrantar” la herencia, verdadero núcleo de la discusión cuya resolución, a su vez, dependerá de un cúmulo de circunstancias teóricas y prácticas y, desde luego, no exclusivamente ambientales. Volveremos de nuevo sobre este asunto al aludir a las hibridaciones vegetativas, donde este mismo dilema se reproduce, pero parece necesario dejar apuntados, al menos, una serie de detalles de interés:

    a) no puede dejar de sorprender que Lysenko se refiera a un cúmulo de experimentos llevados a cabo por él mismo y por otros agrónomos, dentro y fuera de la URSS, que nadie es luego capaz de reproducir. Pero mientras Lysenko refiere numerosos ensayos de manera detallada, nunca se han relatado las contrapruebas que siempre se aducen para refutar sus conclusiones.

    b) es necesario repetir que queda fuera del contexto teórico de Lysenko la consideración de la pureza, es decir, si las variedades utilizadas son o no homozigóticas que, sin embargo, para los mendelistas es una cuestión decisiva. Dado que en otras ocasiones Lysenko hizo uso, al menos, de los conceptos mendelianos de dominancia y recesividad, debe tener algún significado que en este caso no aluda a ellos.

    c) expresiones tales como “quebrantar la herencia” que en ocasiones Lysenko pone entre comillas y que derivan de Michurin han legado una versión distorsionada de los experimentos que en el contexto de la URSS tenían un significado preciso: estimular la iniciativa de los campesinos, romper con la rutina y atreverse a experimentar con nuevas variedades y con nuevas condiciones de cultivo, en definitiva no concebir la herencia como un lastre inmóvil y abrir nuevas vías. Examinado fuera de contexto ha transmitido la imagen de que la capacidad creativa no tiene ningún tipo de límites, que la naturaleza es un objeto absolutamente plástico, lo cual es falso.

    Lysenko es mucho más preciso cuando se refiere a la posibilidad de “dirigir” u “orientar” el desarrollo de las plantas y, desde luego, a diferencia de los mendelistas, no cree que como consecuencia de una u otra dotación génica, el cerezo se pueda calificar de hoja caduca o perenne, de trigo de invierno o de primavera. Su tesis es que no existe esa dicotomía y que una misma dotación génica desarrolla un frutal de hoja caduca en un determinado clima y otro de hoja perenne en otro clima distinto. Es justamente eso lo que significa que la herencia no sea algo ineluctable sino modificable según las condiciones ambientales en las que se desarrolle.

    En el fondo este es otro debate político que circundó a la biología desde el cambio de siglo, determinando -junto con la selección natural- que muchos evolucionistas abandonaran el darwinismo en favor del neolamarckismo. La oposición frontal al finalismo y la teoría de las mutaciones al azar eran el reverso de un determinismo génico estricto según el cual eran inútiles los intentos de modificar ningún fenómeno, tanto de la naturaleza como de la sociedad. Según los mendelistas, el hombre no puede cambiar el curso de las leyes naturales. En la evolución ellos no observan una línea ascendente en dirección a ninguna parte, sino la adaptación de cada ser vivo a sus condiciones locales. Hay que dejar que la naturaleza siga su marcha sin rumbo. Esta forma extrema de determinismo es otra extrapolación ideológica cuya pretensión es la negación del progreso y el avance en la sociedad. La teoría sintética rechaza la noción de progreso y ese rechazo lo extiende a toda la teoría de la evolución para acoger sus tabúes favoritos: el finalismo, el progreso, el perfeccionamiento o la existencia de unos seres más desarrollados o más complejos que otros.

    La traslación de los fenómenos biológicos a la historia del hombre volvió a jugar una mala pasada a los mendelistas. Su concepción no sólo no es evolucionista, sino todo lo contrario. Para seguir sosteniendo una imagen biológica de las sociedades humanas los mendelistas debían erradicar la idea de progreso en la evolución de las especies. Se puede exponer con mayor o mejor fortuna pero la propia palabra “evolución” se compadece muy mal con su ciego determinismo. Los seres vivos más simples son los más antiguos y los más complejos son los más recientes, hasta llegar al hombre, que es donde acaban todas las clasificaciones biológicas que se han hecho. Las bacterias son seres de una única célula; los mamíferos se componen de billones de ellas. Las células anucleadas son anteriores a las que disponen de núcleo. La reproducción sexual es posterior a la vegetativa en la evolución. La evolución experimenta retrocesos y no es unidireccional pero empezó por las bacterias y acaba por los mamíferos (de momento). El hombre como especie biológica también ha evolucionado y sigue evolucionando, de modo que a partir de cualquiera de sus precedentes históricos, la especie actual es un desarrollo gigantesco, un verdadero salto adelante respecto de cualquier otro homínido. La evolución demuestra que es posible mejorar y perfeccionar las lacras económicas y sociales y, además, que es inevitable que eso suceda. Desde que hace 10.000 años comenzó el desarrollo de la agricultura, es más que obvio que el hombre es capaz de intervenir en las leyes de la naturaleza e incluso de dirigirlas en una dirección determinada, favorable a sus intereses. Además, dirigiendo la evolución de la naturaleza, el hombre dirige también su propia evolución, que no sólo se aprecia en un sentido físico sino desde cualquiera de los ángulos que se pretenda adoptar, como en el caso del propio conocimiento, cuyo avance progresivo es espectacular.

    El agrónomo ucraniano defendía una concepción biológica idéntica (o muy próxima al menos) a la de Waddington que se puede calificar de “ontogénica” o de biología del desarrollo. De ahí que inserte la vernalización en una concepción amplia del desarrollo de los vegetales que llamó “teoría fásica”. Para ello divide el desarrollo en una etapa vegetativa y otra reproductiva, ambas cualitativamente distintas. Diferencia el crecimiento (aumento de tamaño) del desarrollo, caracterizando a éste por cambios cualitativos que, en ocasiones, no son observables aparentemente. Antiguamente los biólogos pensaban que la edad era el factor único del desarrollo, que estaba ya predeterminado por componentes hereditarios y, en consecuencia, que las etapas eran iguales e independientes del medio. A fines del siglo XIX Klebs demostró que no era así y que el medio no actúa sobre el organismo de una manera directa sino a través de cambios internos del propio organismo. Entre los factores ambientales, Klebs destacó especialmente la importancia de la luz. Más adelante, en los años veinte del siglo pasado, W. W. Garner y H.A. Allard precisaron que la floración depende de la duración de la longitud del día, de las horas de luz y su alternancia con las horas de oscuridad.

    La teoría fásica de Lysenko demuestra que su concepción no se puede calificar de ambientalista porque él situaba al desarrollo de la planta en el centro de su investigación y analizaba los organismos vegetales en su proceso de cambio. Cada fase sólo empieza cuando termina la anterior, cuando ha agotado sus posibilidades e inicia un cambio cualitativo; cada fase requiere un determinado ambiente para que el organismo se desarrolle. A través del organismo en proceso de cambio, Lysenko precisa el significado del término “ambiental”. Según el ucraniano bajo el concepto de medio se alude habitualmente a circunstancias muy diversas, de las cuales no todas tienen la misma importancia. En algunas fases del desarrollo de la planta, además de la temperatura existen otros factores que pueden modificar algunos de sus efectos, como el agua, la nutrición y la radiación solar. La operatividad de cada circunstancia depende del ciclo concreto en el que se encuentre la planta, destacando la vernalización como la primera de ellas, y el fotoperiodo (el total de horas entre la primera y la última luz de cada día) como la segunda, de modo que si la temperatura es el factor dominante en la primera fase, la luz lo es en la segunda. La incidencia de estos factores difiere según la fase y la variedad de trigo. Los días más cortos demoran el desarrollo, como lo hace la ausencia de temperaturas bajas vernalizantes cuando plántula. Es necesario tener esto en cuanta cuando se estime la duración de las fases de desarrollo. Por ejemplo, el período de la siembra al espigado podría durar el doble con un fotoperíodo de 10 horas que con uno de 15 horas.

    La idea de “potencialidad” es otra de las aportaciones significativas de Lysenko, tomada de Lamarck y directamente enfilada contra Vavilov y el determinismo mendelista. El determinismo de Vavilov adoptó la forma de una supuesta “ley” de las series homólogas cuyo fundamento está en la ineluctabilidad del desarrollo de los organismos. Según esa “ley”, el desarrollo es unilateral y viene impuesto por la dotación génica (378). Esta ley fue criticada en su momento por Y.A.Filipchenko y el embriólogo M.M.Zavadovski. Según Lysenko, la ley contradice la biodiversidad. La dotación génica se puede inhibir en unos casos y reforzar en otros, en función de las circunstancias, y para demostrarlo parte precisamente del descubrimiento de Naudin y Mendel: la existencia de unos caracteres dominantes y otros recesivos. Pero los mendelistas se han limitado a constatar este hecho, dice Lysenko, sin llegar al fondo del problema que, según él, radica en la adaptación a las circunstancias ambientales. La existencia de dominación, afirma Lysenko, demuestra precisamente la inconsistencia del ciego determinismo génico porque no es posible conocer de antemano qué rasgo va a prevalecer sobre el otro. El genotipo no es más que un punto de partida a partir del cual se va a desarrollar el organismo.

    Este tipo de concepciones no eran exclusivas de Lysenko. Varios grupos de científicos soviéticos trabajaron sobre conceptos hoy ignorados, como el de “norma de reacción” propuesto por el zoólogo alemán Woltereck en 1908. Se denominaba “norma de reacción” a la capacidad de un genotipo para expresar distintos fenotipos, según las condiciones ambientales. Con esta interpretación, el concepto de genotipo resultaba menos determinista. Woltereck quería contrarrestar así la perspectiva establecida por Johannsen sobre la diferencia entre fenotipo y genotipo, lo que al mismo tiempo significó una reivindicación de la herencia de caracteres adquiridos. El concepto de “norma de reacción” fue retomado en la URSS por un opositor de Lysenko como I.I.Schmalhausen, que en base a sus postulados desarrolló la teoría de la “selección estabilizadora” (378b). Estas concepciones se reelaboraron con las ideas darwinistas que daban preponderancia a la variación adaptativa en el esquema evolutivo, convirtiendo a la “norma de reacción” en un concepto central. A partir de ello, los genetistas soviéticos distinguieron entre “norma de reacción adaptativa” y “norma de reacción no adaptativa”, creando una teoría de la evolución orgánica basada en varios principios, entre los que resaltaba la preponderancia del ambiente.

    Significativamente, esa misma idea de potencialidad también estaba en Waddington, quien la introduce en el terreno de la embriología y la relaciona con lo que llama “inducción”. Según él las primeras células del embrión son inestables; pueden desarrollarse en múltiples direcciones; el hecho de que tomen una vía u otra depende de la inducción, que las dirige en un sentido determinado. Esto no sólo ocurre una vez sino que se repite a lo largo de varios estadios. Cuando se produce un estado de indecisión y no aparecen los inductores, la célula no se desarrolla. Esa inducción no es interna, no depende de sí misma sino del medio externo, algo que podría ratificar Lysenko: “Uno de los principales avances en nuestro conocimiento de la biología fue el descubrimiento de que las potencialidades hereditarias que llevan consigo todos los cromosomas dependen, para su realización, del medio ambiente inmediato. De hecho, la interacción entre el genoma nuclear y el tipo concreto de citoplasma que los envuelve es lo que determina los cambios de composición de las células. Por tanto, podemos ver que distintas regiones de la célula huevo originaria darán lugar a grupos de células que se desarrollarán en direcciones distintas, pese a la identidad evidente de sus cromosomas” (379).
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    En defensa de Lysenko  (biologia verdadera Lysenko vs Darwin) Empty Re: En defensa de Lysenko (biologia verdadera Lysenko vs Darwin)

    Mensaje por Leningrado Sáb Oct 09, 2010 1:25 am

    Cuando los faraones practicaban el incesto

    La controversia suscitada por Lysenko en 1948 en la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas concentró durante una semana entera al mayor número de científicos que se ha conocido nunca en ningún país, salvo en la URSS, donde tales acontecimientos no eran infrecuentes. La asamblea de 1948 no fue la primera que se convocó para discutir sobre genética, ya que hubo otras dos en 1936 y 1939. Además, por aquellas mismas fechas, existieron conferencias similares para debatir otras cuestiones científicas polémicas, entre ellas una dedicada a Pavlov y tres más a Lepechinskaia (1950, 1952 y 1953). Fue una forma característica de debatir en los países socialistas. Ocho años después, el 10 de agosto de 1956 se convocó en China una conferencia similar en Qingdao con 130 biólogos para tratar del mismo asunto: Lysenko y la genética formalista. Los debates se prolongaron durante dos semanas y estuvieron presididos por Tong Dizhou (1902-1979), director del departamento de biología de la Academia de Ciencias. En ellos participaron biólogos de ambas corrientes. Los principales temas abordados fueron la evolución, la herencia y la embriología. Como escribió Stalin, “no hay ciencia que pueda desarrollarse y expandirse sin una lucha de opiniones, sin libertad de crítica” (380). En la URSS, se tomaron actas taquigráficas de los debates, que ocupan más de 600 folios, se publicaron y se tradujeron a varios idiomas. Si se leen es fácil observar que todas las intervenciones, tanto en uno como en otro sentido, fueron aplaudidas ruidosamente por cada grupo de partidarios, es decir, que no fue la típica ceremonia protocolaria, hipócrita y formalista a la que estamos acostumbrados en los actos académicos oficiales.

    A lo largo de las semanas siguientes, la prensa soviética, y Pravda en concreto, fue publicando las intervenciones de diversos académicos en aquella sesión. Se difudieron todas ellas, tanto a favor como en contra de Lysenko. Por lo tanto, también publicaron las que defendían las tesis genéticas formalistas, entre ellas las de A.R.Shebrak, B.M.Zavadovski, S.Alijanian, P.M.Zhukovski, I.I.Schmalhausen, I.M.Poliakov, D.Kislovski, V.S.Nemchinov y J.A.Rapoport. Varios millones de soviéticos pudieron conocer los puntos de vista de ambas partes y opinar al respecto. Esto no tiene precedentes en la historia de la ciencia, absolutamente ninguno.

    Es importante tener en cuenta que tanto en una como en otra corriente de la biología soviética había científicos que se declaraban los verdaderos marxistas, junto a otros que no se declaraban marxistas en absoluto. Por ejemplo, en 1945 el genetista soviético Shebrak publicó en la revista americana Science un breve artículo titulado Soviet biology criticando las teorías de Lysenko (381). En 1947, dos biólogos, Efroimson y Liubishev, se dirigieron al Comité Central por escrito manifestando su desacuerdo con las tesis lysenkistas. En abril del siguiente año se produjo un ataque de Yuri Zhdanov contra Lysenko dentro –nada menos– que de la sección científica del Comité Central, lo cual nos ofrece una perspectiva muy distinta del “caso Lysenko”, sobre todo si tenemos en cuenta quién era Y.Zhdanov: químico, hijo del conocido dirigente comunista Andrei Zhdanov y yerno del mismísimo Stalin. Pocas semanas después, en agosto, tras el debate de la Academia, Yuri Zhdanov publicó una autocrítica en la que reconocía que sus posiciones eran equivocadas, pero seguía manteniendo su desacuerdo con Lysenko.

    La propaganda de posguerra sostiene que después del debate de 1948 la discusión se resolvió con decretos y represalias ordenadas por Stalin. Lo cierto es que las tesis de Lysenko siguieron siendo muy discutidas entre los científicos de la URSS. Los genetistas formales siguieron con las espadas en alto. Se agruparon en torno a la “Revista Botánica”, dirigida por V.N.Sujatsev, que se convirtió entonces en el principal crítico de Lysenko, secundado por otros científicos como N.V.Turbin y N.D.Ivanov (382). Éstos, que se consideraban a sí mismos como michurinistas, lanzaron en 1952 otro ataque contra Lysenko en la revista, a partir del cual se volvieron a publicar nuevas críticas, reabriéndose nuevamente la polémica. Los mendelistas no fueron represaliados a causa de sus concepciones científicas. Por poner un ejemplo, Dubinin, uno de los principales representantes de las tesis formalistas en la URSS, a quien Lysenko ataca en su informe de 1948, publicó en 1976 (el año de la muerte de Lysenko) un artículo que está traducido al castellano y que se titula “La filosofía dialéctico-materialista y los problemas de la genética”; cinco años después se editaba en castellano el manual de genética que venimos citando (383), lo cual significa dos cosas: que el denostado Dubinin seguía en activo y que en esencia seguía defendiendo sus tesis de siempre. A diferencia de Lysenko, Dubinin sí era militante del Partido bolchevique y el título del artículo también evidencia que Dubinin defendía que las concepciones formalistas eran conformes a la dialéctica materialista. Según el genetista soviético hasta la época de Morgan en su disciplina había predominado el mecanicismo vulgar, pero a partir de los años treinta, con la teoría sintética, “comienza el periodo de la penetración de la dialéctica materialista en los grandes problemas de esta ciencia” (384).

    Para los lectores formados en los países capitalistas, lo más significativo de un manual de genética como el de Dubinin es algo a lo que no estamos acostumbrados: cada capítulo del libro acaba con un largo repertorio de lo que el autor califica como “preguntas para discutir”. No se trata de preguntas para interrogar al lector por el grado de comprensión de lo que acaba de leer, sino que, junto con sus conocimientos y opiniones, Dubinin transmite también sus dudas, los debates en los que cualquier ciencia se ve envuelta en un momento determinado. Es el viejo método socrático que indica un modo de transmitir la ciencia que choca radicalmente con la imagen estereotipada que la burguesía ha pretendido inculcar acerca de la URSS, la famosa “escolástica”.

    Un repaso superficial a las publicaciones soviéticas sobre biología y a los autores que las escribieron resultaría extraordinariamente sorprendente para el lector actual, habituado al engaño y la manipulación, que no se ciñe exclusivamente a Lysenko sino que alcanza también a Lamarck, porque la hoguera inquisitorial es la misma: son condenados como lamarckianos todos aquellos -como Lysenko- que no se sujetan al canon neodarwinista. Pero en la URSS no se logró imponer ese canon, de manera que un opositor de Lysenko al que ya hemos mencionado, I.M.Poliakov, era el redactor y editor de las obras de Lamarck en la URSS, sobre quien publicó en 1962 una obra titulada “J.B.Lamarck y la ciencia de la evolución del reino orgánico”. Por el contrario, uno de los más fervientes defensores de Lysenko, I.I.Prezent, publicó otra poco después “J.B.Lamarck biólogo materialista” en la que criticaba determinados aspectos del lamarckismo.

    La amplia polémica que se estaba desarrollando en la URSS contrasta poderosamente con la censura que el evolucionismo padecía en los países capitalistas, especialmente en Estados Unidos, donde en 1925 se celebró el llamado “juicio del mono” en el que el Tribunal Supremo de Tennessee condenó a un profesor por violar la ley Butler que declaraba ilegal impartir en las escuelas cualquier teoría que negara la creación divina del hombre a partir de la nada que enseña la Biblia: “La Asamblea General del Estado de Tennessee establece que es ilegal que cualquier educador de cualquiera de las universidades, institutos normales o escuelas de este Estado mantenido total o parcialmente con fondos asignados por este Estado para la enseñanza pública, enseñe cualquier teoría que niegue la Creación Divina del hombre tal como lo revela la Biblia, y enseñe por el contrario que el hombre desciende de un orden inferior de animales”. La censura científica en Estados Unidos llega hasta nuestros días. La ley Butler no fue derogada hasta 1967, de modo que, durante más de 100 años después de la aparición de “El origen de las especies” en 15 Estados de Estados Unidos se estuvo enseñando la creación bíblica como fundamento de la biología en los centros públicos de enseñanza. Como escribió Bernard Shaw, Estados Unidos se estaba convirtiendo en el hazmerreir del mundo civilizado. A causa de ello, hasta la fecha actual las encuestas de opinión constatan que entre la población la credibilidad de la teoría de la evolución es mucho más baja en Estados Unidos que en cualquier país europeo. Durante el pasado siglo era frecuente que en los países capitalistas muchos investigadores no manifestaran en público sus convicciones lamarckistas por miedo a perder sus empleos o a ser vapuleados en los medios científicos. Piaget ha narrado algunos casos de censura a las que califica como auténticas coerciones (385).

    Un profesor de química de la Universidad de Oregón, Ralph Spitzer, fue despedido en 1959 por enseñar las teorías de Lysenko en su aula. A la carta de despido el rector aportó como prueba un artículo de Spitzer en la revista Chemical and Engineering News defendiendo a Lysenko. El rector, según sus propias manifestaciones, podía tolerar el error del profesor al impartir doctrinas equivocadas, pero en ningún caso podía admitir la divulgación de enseñanzas marxistas. Su carta de despido tenía un carácter ejemplarizante y a causa de ello fue ampliamente difundida por toda la prensa estadounidense en primera plana. Spitzer había sido miembro de la asociación “Estudiantes por una Sociedad Democrática” y del Partido Progresista de Henri Wallace, pero fue condenado por marxista junto con su mujer, también despedida. En los artículos científicos se puede citar a Platón, a Descartes o a Comte, pero en ningún caso a Marx.

    El caso de Linus Pauling fue similar al de Spitzer. Además de ser uno de los más importantes biólogos moleculares del pasado siglo, Pauling fue un destacado militante por la paz, contra el armamento nuclear y contra las guerras desencadenadas por Estados Unidos. En 1954 recibió un Premio Nóbel por su trabajo científico y en 1962 otro por su trabajo militante en favor del desarme. A causa de ello fue represaliado por la furia maccarthysta, le quitaron el pasaporte y anularon las subvenciones públicas a su laboratorio. También le privaron de su pasaporte a Salvador Luria y, por otro lado, a los británicos Bernal y Hodgkin les prohibieron la entrada en Estados Unidos, así como a Jacques Monod: “La ciencia permaneció bajo vigilancia en tiempos de los procesos macarthystas y su caza de brujas. Entonces muchas y distinguidas figuras se vieron privadas de sus recursos económicos y enviadas al exilio” (386). Para poder ejercer como docentes, en las universidades estadounidenses se obligaba a los profesores a jurar que no eran comunistas.

    En una entrevista reciente al biólogo Jan Sapp publicada por Sciences et Avenir los periodistas le comentan que las observaciones que contradicen el neodarwinismo son antiguas, preguntándole seguidamente acerca de los motivos por los cuales se han ocultado durante tanto tiempo. Sapp responde que ello se debe a múltiples razones de tipo político. Afirma que en los años cincuenta era peligroso hablar de herencia citoplasmática y del papel de la simbiosis en la evolución: “Abordar esas cuestiones suponía arriesgarse a pasar por lamarckiano, o peor, por un discípulo del soviético Lysenko, es decir, por un comunista”. El propio Sapp confiesa que él mismo fue censurado en Estados Unidos y tuvo que marcharse a trabajar a Canadá: “Cuando me interesé por esos grandes biólogos de la posguerra que habían trabajado sobre otros modelos diferentes del neodarwinismo, como Tracy Morton Sonneborn o Victor Jollos, ¡Se me acusó de comunista! Tuve que abandonar Estados Unidos y salir a Canadá, el único medio para mí de redescubrir los trabajos pioneros de esos sabios que habían huido del racismo de la Alemania hitleriana y que se metieron en una trampa por la intolerancia académica en su exilio americano” (386b).

    Durante la guerra fría también se desencadenó una auténtica persecución contra Wilhelm Reich en Estados Unidos, empezando por las campañas de desprestigio, el subsiguiente aislamiento y, finalmente, el menosprecio de los científicos auténticos. En 1947 la FDA inició su campaña de asedio; en 1950 el FBI se sumó a esta particular guerra. En 1953 comenzaron los ataques de asociaciones norteamericanas de médicos y psiquiatras. La FDA no tardó en trasladar su persecución a los tribunales manipulando la información: Reich y sus colaboradores fueron acusados de fraude. Nada mejor que los jueces para diferenciar la ciencia de la seudociencia e imponer medidas represivas: la Fundación Wilhelm Reich no pudo comercializar los acumuladores de orgón, ni tampoco difundir sus libros y publicaciones. Pero a esta moderna Inquisición no le bastó con prohibir sino que necesitó destruir los acumuladores de orgón, las revistas y los libros publicados por la Orgone Institute Press. En 1955 un grupo de terapeutas de orgón pidió el levantamiento de la prohibición pero la solicitud fue rechazada y el fiscal inició una acción por contumacia criminal contra la Fundación, contra Reich y contra su colaborador Michael Silvert por violar la orden de suspensión. Al año siguiente comenzó el juicio en Portland con Reich y su colaborador detenidos, farsa que acabó con la condena de ambos a pena de prisión y una multa que debía pagar la Fundación. La FDA cargó un camión con los acumuladores, los libros, los folletos, las revistas y los boletines y los arrojaron a un incinerador, incluidos los libros de Reich, a pesar de que no estaban sujetos a la sentencia. Reich murió en prisión en 1957 y todas sus notas fueron destruidas. Esto ni sucedió en el siglo XIII ni tampoco en la URSS.

    La historia ha sido vuelta del revés porque el denominado “caso Lysenko” no es un supuesto que demostraría la censura allí imperante sino justamente lo contrario, la existencia de una amplia y libre controversia de ideas, que es la única manera de impulsar el progreso del conocimiento. En la URSS se debatió abierta, pública y libremente sobre toda clase de asuntos, incluidos los científicos y nunca se dejó de polemizar acerca de ningún asunto en todos los ámbitos sociales, políticos y universitarios. Allá pudieron conocer y debatir corrientes innovadoras dentro de la biología que en los países capitalistas fueron ignoradas o incluso deliberadamente silenciadas. Pero los victimarios pretenden hacerse pasar por víctimas; quienes han dado la vuelta al asunto son los mismos que hasta la fecha de hoy pretenden imponer el mendelismo como dogma absoluto, aún a costa de censurar a quienes desvelan las incoherencias internas de sus postulados.

    Stalin estaba muy interesado en la discusión sobre la genética, siguió el debate muy de cerca y aunque no existen escritos suyos, en las reuniones siempre defendió las tesis evolucionistas de Lamarck, Darwin y Michurin. En una carta dirigida a Lysenko el 31 de octubre de 1947, le comenta al agrónomo: “En cuanto a la situación de la biología en el ámbito teórico, pienso que la postura de Michurin es la única que realiza un enfoque científico válido. Los weissmanistas y sus seguidores, que niegan la herencia de las características adquiridas, no merecen entrar en el debate. El futuro pertenece a Michurin”. En el diario de V.Malishev, vicepresidente del gobierno en la época, hay una anotación con algunos comentarios privados de Stalin sobre Lysenko en los que dijo que era el continuador de Michurin, habló de sus defectos y de los errores que había cometido “como científico y como ser humano”, que había que supervisar sus experimentos, pero que también había que impedir su destrucción como científico porque eso significaba ponerlo en manos de los “shebrakianos” (387). Con esta designación Stalin se refería a Shebrak, un genetista formal que había dirigido en 1946 la sección científica del Comité Central. En la polémica soviética nunca hubo un intento de liquidar el formalismo genetista sino que se trataba justamente de lo contrario: de evitar que esa corriente aplastara a su contraria, la que encabezaba Lysenko. De ese modo volvemos a descubrir que la falsificación de la historia ha vuelto las cosas del revés, poniendo a las víctimas en el lugar que corresponde a los victimarios.

    No obstante, lo más importante es que aquella batalla ideológica contribuyó a frenar la proliferación de teorías racistas y eugenésicas en la URSS. En realidad, detrás de las nuevas teorías y prácticas “científicas” de la genética formal se escondía el racismo, que a comienzos del siglo XX se había convertido en la religión de los imperialistas. Impulsado por la burguesía, el racismo se presentó como algo “científico” y “progresista”, como una aplicación natural del conocimiento sobre la reproducción al campo de la sociedad y con el fin de mejorarla. Como suele suceder, subyacía en sus propuestas la errónea creencia, muy característica de las ciencias naturales, de que los problemas económicos, sociales y políticos no son tales sino auténticos problemas técnicos y científicos, de que su causa es esa y, por tanto, su solución también debe ser de ese mismo carácter.

    Desde Aristóteles, es decir, desde hace más de dos mil años sabemos que el hombre es un “animal racional” y, en consecuencia, que su naturaleza es dual, que coexiste un componente biológico junto a otro sociológico y que éste no es reductible a aquel. Esta dualidad no ha sido bien recibida, de manera que en la historia de la biología es muy frecuente observar los dos errores que sobre este punto se cometen con tanta frecuencia. Las concepciones fideístas creen que dios creó al hombre “a su imagen y semejanza” y que, por tanto, el hombre no forma parte de la naturaleza sino de dios. Al otro lado se sitúan quienes reducen al hombre a la condición animal, e incluso peor, a la de una maquinaria bioquímica. Una gran parte de la animadversión de los creyentes por la evolución proviene de esta concepción que reduce al hombre a una maquinaria bioquímica. La tesis de Lamarck y Darwin de que los antecesores de los hombres y de los simios fueron los mismos, fue asimilada a la de que el hombre es un simio o algo equiparable a un simio. También en este punto los errores de los unos han alimentado los de los otros. Pero nada de ello es imputable a la teoría evolucionista, en donde el lugar del hombre quedó bien determinado en la clasificación de las especies. Así, después de establecer el parentesco del hombre con los demás primates, Lamarck advierte: “Tales serían las reflexiones que se podrían hacer si el hombre considerado aquí como la raza preeminente en cuestión, no se distinguiera de los animales más que por los caracteres de su organización y su origen no fuese distinto del suyo” (388). También aquí Lamarck tenía razón: el hombre no se distingue de los demás animales sólo por “los caracteres de su organización”.

    La biología nació como una ciencia taxonómica cuyo objeto era clasificar la diversidad de las especies vivas, reconducir la multiplicidad a la unidad. Cuando a finales del siglo XIX, a partir de Weismann, de ese binomio sólo queda la diversidad, la biología adopta un sesgo bien diferente. Cuando, además, ese mismo objetivo se impuso a la sociedad, la biología se convirtió en eugenesia, en el intento de clasificar (y por tanto de dominar) a los hombres, de establecer diferencias entre ellos y, en consecuencia, justificar las políticas de desigualdad social. Darwin, Mendel y Gobineau escriben al mismo tiempo, poniendo al desnudo las gigantescas contradicciones que el concepto ilustrado de igualdad de todos los hombres acabó planteando a la burguesía sólo un siglo después de haberlo llevado a los textos legales más importantes y, naturalmente, endosando su propia incongruencia al movimiento obrero. Un siglo y medio después los Medawar siguen planteando así la cuestión: “Los marxistas desprecian la noción darwiniana de que existen diferencias innatas de las capacidades humanas y, en su lugar, deciden sostener que los hombres nacen iguales y son producto de su crianza y su medio” (389). De modo que esta ridícula pirueta histórica quiere hacernos creer que fue Marx y no las declaraciones burguesas de derechos, empezando por la norteamericana de finales del siglo XVIII, las que postularon que los hombres “nacen iguales”. De esa forma volvemos a la dicotomía entre la política y la ciencia: las declaraciones legales -efectivamente- tienen poco que ver con la realidad porque los hombres nacen desiguales y su desarrollo y crianza posterior multiplica esa desigualdad originaria. La biodiversidad no alcanza sólo a las especies sino a cada individuo dentro de ellas. Por lo tanto, también alcanza al hombre: todos los hombres son diferentes unos de otros. Pero ¿por qué son diferentes los hombres? Precisamente porque son hombres, es decir, porque todos ellos son iguales; son diferentes porque son iguales y sólo pueden ser diferentes en la medida en que son iguales. Para que dos cosas desiguales se puedan comparar tiene que existir algún punto de semejanza que permita esa comparación. Pero a la burguesía, cuya ideología es metafísica, le interesó a finales del siglo XVIII defender la igualdad y medio siglo después le interesó defender la desigualdad, de manera que en cada momento histórico se quedó con uno de los extremos de la contradicción, olvidándose del otro.

    La genética demuestra la unidad dialéctica de la igualdad y la diferencia, por más que unas veces se recurra a un aspecto y otras al otro por separado de manera oportunista, según lo que se pretenda “demostrar” en cada momento. Así, se alude al genoma humano como si todos los hombres tuvieran el mismo, mientras que en otras ocasiones se recurre a determinado gen como elemento diferencial de un determinado rasgo. Está más que comprobado que el genoma de todos los hombres es casi idéntico, e incluso que también coincide hasta extremos sorprendentes con el genoma de algunas especies muy alejadas del ser humano. Esto demuestra que las diferencias más importantes entre las especies y entre los individuos de una misma especie no se agotan con el análisis de su genoma. Los seres humanos se pueden clasificar de muchas maneras diferentes; no obstante, todas ellas serán siempre internas a una única especie. Siguiendo a Aristóteles, Linneo clasificó al hombre entre la materia viva como Homo sapiens, confirmando que en el hombre no hay especies sino que él es en sí mismo una única especie. En consecuencia, todos los hombres son iguales porque todos forman parte de la especie Homo sapiens. Pero también es igualmente posible establecer diferencias entre la especie y valorar que algunas de esas diferencias (rapidez, fortaleza, inteligencia) son mejores o más favorables que otras. Ahora bien, clasificar a los seres humanos es bastante distinto de clasificar a los artrópodos y no cabe duda de que en la especie humana los criterios más importantes a tener en cuenta son las de carácter social y cultural, al menos a determinados efectos.

    El concepto de raza tiene un origen biológico que se inicia en los animales y no se aplica a los seres humanos hasta finales del siglo XVII como una manera de estudiar la diversidad y las diferencias entre ellos. Se empezó a poner el acento en la diversidad y no en la unidad de tipo de la que luego hablaría Darwin. Después esa diversidad de razas había que reclasificarla de alguna manera, la más conocida de las cuales es la que elaboró John F.Blumenbach (1752-1840). Existían cinco razas humanas diferentes, que Blumenbach relacionaba con el color de la piel. Se pueden resumir las clasificaciones raciales elaboradas afirmando que ninguna de ellas tenía ningún sentido evolutivo (390), lo cual en biología debe ser suficientemente concluyente del alcance de las mismas. En el siglo siguiente esas diferencias entre razas humanas se habían jerarquizado, se habían convertido en superioridades e inferioridades. Al mismo tiempo que Linneo, el filósofo británico Hume fue uno de los primeros que reconvierte las diferencias en jerarquías, seguido luego por el francés Cuvier, bajo la forma de superioridad de unas razas sobre otras, es decir, adoptando un nuevo significado colectivo. Los hombres no sólo son diferentes sino que, colectivamente, los pertenecientes a una determinada raza son superiores a los de otra. Así, unos pueblos son mejores, más fuertes y más inteligentes que otros.

    A finales del siglo XIX el concepto biológico de raza adquiere ya la pretensión de explicar la evolución de la cultura y la historia humanas. Las razas dominantes son las que han promovido las formas culturales más brillantes. La decadencia de las naciones dominantes se ha producido a causa de la degeneración biológica de la raza, por el mestizaje. La historia no es otra cosa que el campo de batalla donde se libran las contiendas entre las razas. Las diferencias entre ellas se preservan porque no son sociales sino naturales, es decir, genéticas o congénitas. El trasiego ideológico de la naturaleza a la sociedad, un recorrido de ida y vuelta, es permanente y concierne a todos los ámbitos de la biología. Se transvasa el malthusianismo que había nacido para las sociedades, pasa luego a todos los seres vivos y retorna de nuevo a la sociedad en forma de superpoblación, de lucha por la subsistencia, colonización, expansión, emigración e imperialismo, en definitiva. Se transvasa también en forma de selección natural, de guerra, concebida como la continuación de la biología por otros medios, la lucha de todos contra todos. Según Paul Rohrbach, la historia no es más que una “selección duradera de los pueblos más capaces que llegarán a realizar una porción de progreso humano imprimiendo al universo el sello de su idea nacional” (391).

    Finalmente, la raza superior se puede y se debe preservar en su pureza y, si es posible, mejorarla mediante una cuidadosa crianza. Si el hombre se puede considerar como una maquinaria bioquímica, con más razón se puede también equiparar al ganado. La mejora de la raza es imprescindible para ganar la guerra -biológica y militar- de todos contra todos. En el antiguo Egipto los faraones practicaban el incesto para que su descendencia se pareciera lo más posible a su propia persona, para mantener la identidad y la pureza de su estirpe, descendiente de dioses. No es que el poder político de los reyes derive de dios sino que el rey -como los papas romanos- es la encarnación de dios en la tierra. Según una reiterativa fórmula de las constituciones monárquicas, la persona del rey es sagrada. Por eso la realeza europea ha practicado la endogamia durante siglos; los príncipes, los nobles, los aristócratas pretendían sobrevivir a sí mismos, perpetuarse en su descendencia. El cuento de la Cenicienta nace entre los plebeyos que aspiran a convertir a sus hijas en princesas, porque los príncipes nunca a aspiraron a otra cosa que a preservar su condición (biológica y social). Al fin y a la postre la palabra “bastardo” es un insulto en casi todos los idiomas; las mezclas siguen sin gustar. En biología las hibridaciones del siglo XIX se transformaron en su contrario, en la búsqueda de la pureza, del homozigoto. Los conceptos fundamentales se volvieron del revés. Hibridación pasó a convertirse en sinónimo de degeneración, mientras que la consanguinidad permitía la regeneración, el reencuentro con la pureza perdida. Pero la pureza es difícil de encontrar, por lo que hubo que obtenerla de manera antinatural a través de los cruces consanguíneos. Los criadores de animales de pedigrí practican habitualmente el incesto con ellos para obtener razas puras. Antes de Weismann la biología coincidía en defender que los híbridos se caracterizan por su vigor renovado (heterosis) y por una mayor capacidad de adaptación pero, a partir de entonces, se comenzó a abrir una via opuesta, favorable a la pureza génica. En alemán existen dos vocablos distintos para aludir al incesto: junto a la coloquial inzest existe otra más técnica (inzucht) cuyo empleo se ha extendido a otros idiomas como una técnica de cultivo consanguíneo especialmente utilizado en las plantas, a las que también se puede forzar a la autofecundación, aunque se trate de especies alógamas, a fin de lograr su pureza.

    Una de las discusiones que se entabló en la URSS en torno a Lysenko y el mendelismo concernía precisamente a la técnica de inzucht y la mayor o menor vitalidad que presentaban las plantas híbridas con respecto a las puras. Por lo tanto, la discusión también tenía un aspecto práctico: si había que sembrar variedades puras o era mejor hacerlo con híbridos. Los mendelistas como Vavilov defendían las variedades puras, preferían el inzucht, en definitiva, mientras Lysenko era partidario de las hibridaciones. Según Lysenko “cuanto más homozigoto es el patrimonio hereditario menos se adapta el organismo a los cambios en las condiciones”. Por el contrario, el inzucht de una planta alógama empobrece el patrimonio hereditario y, por consiguiente, disminuye su capacidad de adaptación biológica.

    La mayor parte de las críticas vertidas contra Lysenko conciernen precisamente a su falta de consideración sobre la pureza génica de los ejemplares con los que experimentaba, que no se trataba de variedades puras y que esta circunstancia alteraba los resultados. Esta objeción es cierta: Lysenko no sólo no atiende a la pureza génica sino que sus experimentos no se practicaron in vitro sino en condiciones silvestres, lo cual acentúa ese condicionamiento. No sólo los postulados teóricos de Lysenko son distintos sino que también las condiciones en las que realiza los experimentos son diferentes. A Lysenko le interesa la hibridación en condiciones naturales y no de laboratorio. Por lo tanto, sus concepciones botánicas adolecen de esa servidumbre que, indudablemente, debe tomarse en consideración. Pero también deben tomarse en consideración las servidumbres de los experimentos mendelistas, que se realizan con variedades supuestamente puras y en las condiciones asépticas de una laboratorio. Porque estamos tratando de la vida en la naturaleza, no de la vida in vitro (si a eso se le puede llamar vida). ¿Se pueden extrapolar los resultados mendelistas desde el laboratorio a la naturaleza? ¿Acaso existe en la naturaleza algún ser vivo génicamente puro? La conclusión de Mae Wan Ho es que no existen los linajes puros: “Todas las poblaciones humanas son genéticamente diversas y tienen varios alelos comunes en la mayoría de los genes. Para la mayor parte de los organismos que se reproducen sexualmente es imposible obtener líneas puras, las que por definición tendrían que ser homocigotos en todos sus genes. Cuando se llevan a cabo experimentos de laboratorio para producir líneas que sean homocigotos en la mayor cantidad de genes posibles por cruce interno, es decir, cruzando individuos genéticamente relacionados, como hermanos o medio hermanos entre sí o los padres con sus descendendientes, estos tienden a morir rápidamente debido a los efectos adversos denominados en conjunto ‘depresión endogámica’” (392). Los experimentos biológicos en laboratorio y con cobayas de laboratorio también pueden dar lugar a conclusiones erróneas. Los animales criados in vitro se han obtenido por procedimientos incestuosos y han llevado una vida artificial, por lo que disponen de un sistema inmunitario muy débil y son propensos a contraer toda clase de patologías. La inoculación de virus que en animales de laboratorio les causa graves tumores e incluso la muerte, resulta inocua cuando el mismo experimento se lleva a cabo con animales silvestres.

    Entre los mendelistas la búsqueda de la pureza es la persecución de lo inmaculado y virginal. También los alquimistas propagaron la existencia de unos metales “nobles”, el oro y la plata, y en la tabla periódica de los elementos aún se denominan gases “nobles” a aquellos que se mezclan con dificultad. Subyacen aquí dos cosmovisiones radicalmente enfrentadas en los más variados terrenos, incluido el biológico, de las que ya hemos enumerado algunas (las células no se fusionan, las hibridaciones vegetativas no existen) pero podríamos exponer otras parecidas que podrían entrar dentro de la corriente del pedigrí, el homozigoto y demás formas de pureza génica. Así, en la paleontología está muy difundida la tesis (que no es más que una hipótesis harto dudosa) de que los neandertales no se mezclaron con los cromañones, los primeros Homo sapiens, a pesar de que ambos convivieron durante al menos 10.000 años compartiendo el mismo territorio. El legado que la paleontología nos ha transmitido de los neandertales procede del estudio que realizó Marcellin Boule entre 1909 y 1912 de los restos hallados en La Chapelle-aux-Saints, en Francia: había aparecido el hombre de las cavernas. El tamaño de los fósiles neandertales sugiere una baja estatura (1’60 metros), físico corpulento (84 kilos), grandes músculos y una ancha caja torácica, una estampa bestial de seres primitivos, anteriores en la escala evolutiva al hombre moderno, el auténtico Homo sapiens sapiens. Según nos aseguran, los humanos actuales no podemos descender de seres tan primitivos. Esa falsa imagen tradicional ha conducido a afirmar que el neandertal no es un Homo sapiens sino una especie distinta; los análisis genéticos “demuestran” que no tenemos ni rastro de los genes de neandertal. Esta hipótesis (que aparece como tesis) ha creado otro gran misterio de la evolución, la desaparición de los neandertales sin dejar rastro. Como los cromañones no se mezclaron con ellos, la desaparición de los neandertales es una incógnita que a veces se resuelve con el recurso fácil a la lucha por la vida: la comptentecia entre cromañones y neandertales acabó con la extinción de estos porque los primeros eran superiores, mejores, más aptos, más inteligentes.

    Otro componente más del peyorativo estereotipo neandertal es la hipótesis lanzada en 1971 por el lingüista Philip Lieberman y el anatomista Edmund Crelin de que, por su desarrollo anatómico, los neandertales no tenían capacidad para hablar. Sin embargo, en Oriente Medio se han descubierto recientemente restos de un neandertal entre los que sobresalía un hueso hioides de la garganta, similar al del Homo sapiens. Quizá aún no podían emitir una gama de sonidos tan amplia como la actual, pero reunían todas las condiciones fisiológicas del habla y, por lo tanto, hablaron. Por otro lado, la exploración realizada en 2007 en la Cova Gran de Santa Linya (Lleida) demuestra que el yacimiento estuvo ocupado tanto por los neandertales como por el Homo sapiens. Es más, la industria lítica fabricada por ambas especies está estratigráficamente separada por sólo 10 centímetros. La paleontología soviética, aunque se fundamentó en el estudio de un escaso número de fósiles, defendió las tesis expuesta por Gabriel de Mortillet en 1883 y Ales Hridlicka en 1927, según la cual los neandertales “fueron los antepasados del hombre actual. Cuesta suponer -añade Niesturj- que una población tan numerosa de neandertalenses se hubiera extinguido absolutamente, sin dejar huellas” (393). Hasta abril de 2010 los análisis genómicos realizados a los restos neandertales se habían basado en el ADN mitocondrial. No obstante, cuando Richard E.Green pudo realizar una reconstrucción del genoma cromosómico, demostró que los humanos actuales y los neandertales compartimos un 99,7 por ciento del genoma, por lo que los neandertales nos han legado entre el 1 y el 4 por ciento de nuestro genoma, como consecuencia de un apareamiento que ocurrió hace 60.000 años (394). Esto confirma la tesis que ha venido sosteniendo el paleontólogo estadounidense Erik Trinkaus, según la cual los neandertales no desaparecieron sino que se cruzaron con el Homo sapiens. Por consiguiente, neandertales y cromañones estuvieron en contacto, se comunicaron y, posiblemente, incluso intercambiaron entre sí herramientas y conocimientos. A pesar del legado transmitido por la paleontología desde hace un siglo, se ha ido descubriendo que los neandertales conocían el fuego, tallaban sus herramientas, enterraban a sus muertos y fabricaban adornos rudimentarios, indicios de un modo de vida social muy avanzado y, por lo tanto, de un intelecto muy desarrollado. Apenas es posible imaginar dos tesis más contradictorias que la del exterminio y la del apareamiento de dos especies, en donde la primera naufraga, una vez más, porque no tiene otro fundamento que los prejuicios raciales.
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    En defensa de Lysenko  (biologia verdadera Lysenko vs Darwin) Empty Re: En defensa de Lysenko (biologia verdadera Lysenko vs Darwin)

    Mensaje por Leningrado Sáb Oct 09, 2010 1:26 am

    Los gráficos con los cuales los paleontólogos ilustran la evolución de los homínidos son, ciertamente, muy curiosos y podrían ilustrar también la “ley” de las series homólogas que Vavilov estableció para las plantas cultivadas. Se trata del nacimiento y posterior extinción, una tras otra, de varios tipos diferentes de homínidos que evolucionan en paralelo a lo largo de cientos de miles de años y, aunque algunas de ellas coincidan en el tiempo, se dibujan como las líneas paralelas de Euclides, que jamás se cruzan entre sí. También aquí los paleontólogos lo que buscan son las diferencias de unos homínidos con otros, así como remarcar la importancia del descubrimiento que cada uno de ellos realiza. Está desapareciendo la vieja imagen de la evolución como un “árbol” cuyas ramas son líneas divergentes, lo mismo que la teoría de los eslabones de Darwin: no se trata ya de que los eslabones perdidos no aparezcan sino que nunca los hubo. Al ser especies muy distintas entre sí, no son posibles los cruces entre esos homínidos, no aparece ninguna forma de interacción entre ellos, excepto una, el exterminio, porque en ocasiones se sostiene que los homínidos superiores exterminaron a los inferiores. Algunos paleontólogos pretenden recuperar las peores y más sospechosas versiones del malthusianismo y el darwinismo (394b) y, en lugar de hibridación, lo que prevalecen son otros conceptos: la extinción seguida de la sustitución o reemplazamiento de una especie por otra. Que numerosas especies de seres vivos se han extiguido y que otras se siguen extinguiendo en la actualidad, es algo difícilmente discutible, y los homínidos no tienen por qué ser una excepción a dicha norma. Pero la evolución es incompatible con la generalización de ese fenómeno. La discontinuidad observada hasta la fecha tiene que conducir a alguna forma de continuidad, es decir, de contacto, tanto en cuanto a un origen común de algunas de las diferentes líneas, como a la no desaparición de otras que, bajo una morfología distinta, llegan hasta la actualidad, hasta el Homo sapiens.

    Linneo convirtió al animal “racional” de Aristóteles en el Homo sapiens que coronaba la clasificación de las especies vivas, poniendo al intelecto en un primer plano de la evolución. Pero si en biología la noción de vida es un verdadero laberinto, lo mismo sucede a la hora de concebir el pensamiento. Para introducirlo en la evolución el reduccionismo positivista viene identificando la capacidad intelectual con el tamaño cerebral según una ecuación simplista: a mayor cerebro (o una versión un poco más sofisticada, como el denominado coeficiente de cefalización), mayor inteligencia. De ese modo da la impresión de que el cerebro segrega pensamientos del mismo modo que el riñón segrega orina. En ocasiones ni siquiera es todo el cerebro lo que se toma en consideración sino sólo una parte del mismo. Otra versión reduccionista de esta misma concepción consiste en afirmar que un desarrollo tecnológico mayor, materializado en la fabricación de herramientas, acredita una inteligencia superior. Estas concepciones son unilaterales e incluso claramente erróneas algunas de ellas. Los hombres actuales no somos más inteligentes que Tales de Mileto porque seamos capaces de construir aceleradores de partículas. Por otro lado, un comportamiento humano más complejo no es consecuencia de una mayor masa cerebral sino de una reorganización más compleja de la misma. El cerebro del Homo sapiens no se diferencia -principalmente- del de una especie progenitora por su mayor tamaño sino por una mayor densidad neuronal y una reestructuración interna del sistema nervioso. Las diferencias, decía Ramón y Cajal, no son cuantitativas sino cualitativas (395). Después de afirmar que el hombre tiene cuatro veces más neuronas que un chimpancé, Chauchard explica la especificidad del cerebro humano de la forma siguiente: “No es el número de neuronas lo que cuenta en sí, sino la riqueza de interconexiones y la densidad de la red [...] La diferencia no es de volumen ni de peso sino de estructura íntima. Hay zonas esenciales a las que no podríamos tocar sin perturbar el psiquismo, pero aparte de éstas, podrían hacerse amplias ablaciones sin causar demasiados perjuicios [...] La ablación total del cerebro opuesto, si bien causa trastornos motores y sensitivos, no altera la inteligencia” (396). La evolución de los mamíferos no ha desarrollado todas las áreas del cerebro de manera simultánea. Un 90 por ciento de la corteza cerebral humana es neocorteza (isocorteza), en su mayor parte de carácter asociativo, que es la parte que más se ha desarrollado (397). El índice de cefalización, por consiguiente, es sólo una medida muy grosera de la evolución del pensamiento.

    Pero la cuestión primordial es que tanto el aumento de tamaño como la reestructuración interna del cerebro no fue la causa sino la consecuencia del pensamiento. El pensamiento no es consecuencia del incremento de la masa cerebral sino del uso, esto es, de la comunicacion entre los hombres. Las facultades cognitivas están íntimamente vinculadas al lenguaje y el lenguaje es consecuencia de la naturaleza social del hombre y, por consiguiente, de la continua comunicación entre ellos: “El lenguaje mismo es tan producto de una comunidad como en otro sentido, lo es la existencia de la comunidad misma. Es, por así decirlo, el ser comunal que habla por sí mismo” (398). El hombre es un animal racional porque es esencialmente social. Es la comunicación entre los seres humanos y su posterior desarrollo en forma de lenguaje articulado lo que transformó cuantitativa y cualitativamente el cerebro. También aquí, como decía Lamarck, la función precedió al órgano: los idiomas se aprenden hablando, con el uso, como lo demuestra el temprano aprendizaje infantil del idioma materno. Las primeras formas de comunicación verbal no concernían al intelecto sino a la actividad y a los estados de ánimo; las primeras formas lingüísticas son los verbos y, más concretamente, los tiempos verbales imperativos (399).

    La sociabilidad humana significa también que el intelecto es universal, como sabemos desde los estoicos. Todos los hombres son capaces de pensar y, por ello mismo, de comunicarse entre sí, de recibir y transmitir información por medio del lenguaje. Descartes identificaba la razón con el sentido común. La universalidad de la razón diferencia al hombre del animal e iguala a todos los hombres entre sí (400). Las preocupaciones han cambiado bastante desde entonces. Hoy se habla más del famoso “cociente intelectual” que del intelecto mismo. Algunas corrientes evolucionistas están llenas de prejuicios de la más variada especie, y el pensamiento tampoco podía escapar a ellos. Los prejuicios se acarrean del pasado y se extrapolan al presente: del mismo modo que los brutos neandertales no pudieron mezclarse con los Homo sapiens porque éstos son el hombre moderno, tampoco este hombre moderno podía mezclarse con los salvajes, que son los supervivientes actuales de las especies primitivas, etnias inferiores destinadas también -inexorablemente- a la extinción. Así, para destacar el arcaísmo morfológico de los neandertales, las ilustraciones de las enciclopedias los comparan con un prototipo humano extraído de las calles de Londres, Berlín o Nueva York, como si los yanomani amazónicos, los bosquimanos africanos o los maoríes polinésicos no fueran perfectos ejemplares del Homo sapiens actual. Lo lamentable es que no hay paleontólogos entre los yanomani, bosquimanos o maoríes (o al menos sus enciclopedias no llegan a nuestras librerías). Esa circunstancia ha favorecido que determinados evolucionistas no sólo hayan marginado la existencia de tales Homo sapiens sino que hayan construído sus teorías en su contra.

    A finales del siglo XIX Europa se había lanzado a la conquista del mundo. Sus naciones se estaban apoderando de las regiones más remotas de los cinco continentes, practicando una política de exterminio poblacional y saqueo material. A pesar de las invocaciones acerca de su superioridad, las formulaciones ideológicas que justificaban esa política imperialista constituían una degeneración total del intelecto. En su decadencia la burguesía ya no creía en el progreso y sus creaciones son una lamentación pesimista y reaccionaria (401). Apenas quedaba nada del racionalismo y las luces de 1800. La burguesía había entrado en su pesadilla más oscura, de la que el racismo es sólo un pálido exponente con numerosas ramificaciones en la filosofía, la historia, la sociología y, naturalmente, la genética. La pretensión de extraer el vuelco teórico de Weismann de ese ambiente ideológico oprobioso es una manipulación de la historia de la ciencia, lo mismo que el “redescubrimiento” de Mendel, las tesis de Bateson o las de Morgan. La introducción de esas concepciones seudobiológicas -y no otras- en las ciencias sociales no es ninguna casualidad. En 1900 la biología y la sociología se retroalimentan. El director del diario The Economist Walter Bagehot (1826-1877) fue el primero que aplicó la selección natural a las sociedades. La diferencia entre el salvaje y el hombre civilizado es igual a la que existe entre los neandertales y los cromañones, los animales silvestres y los domesticados. El proceso de domesticación es el mismo para los hombres y para los animales.

    La obra del sociólogo austriaco Ludwig Gumplowicz (1838-1909) prueba, además, los vínculos entre el racismo y el positivismo. Fue un precursor de lo que hoy llamaríamos el “choque de civilizaciones”. Según Gumplowicz, la ley suprema de la evolución social es el instinto de conservación, que tiene como consecuencia la lucha de las razas por su supremacía, una lucha despiadada en la que el más fuerte se impone al más débil. Éste es el fundamento de la historia de los pueblos. El motor de la evolución social es la guerra de las diferentes razas por conquistar o preservar el poder político, lucha en la cual la raza más fuerte subyuga a la más débil. El derecho perpetúa la desigualdad política, social y económica, lo mismo que el Estado, que expresa el dominio del más fuerte sobre el más débil. Las nociones ilustradas acerca de la igualdad no tienen para Gumplowicz ningún significado. Por razones naturales, o sea, biológicas, el derecho es lo contrario de la libertad y la igualdad: expresa el dominio de los fuertes y los pocos sobre los débiles y los muchos.

    La estadística es otra ciencia de la clasificación: establece una “media” y las “desviaciones” y “regresiones” que aparecen a partir de ella. Siempre ha sido un instrumento de poder y de control sobre las sociedades (402). Su confusión con la genética (biometría) tampoco es ninguna casualidad. La biología está repleta de “monstruos” que rompen la norma de la especie, como la medicina de enfermos y la sociedad de “desviados”, de modo que unos son llevados a los laboratorios, otros a los hospitales y otros a los siquiátricos, a las cárceles o a los campos de concentración, lugares en los que se puede experimentar con ellos, practicar lobotomías, electrochoques o drogas. En unos casos la justificación es la enfermedad y la delincuencia, pero en otros es suficiente con la “peligrosidad social”. Entonces ni siquiera es necesario un juicio previo para encerrarles porque el Estado actúa con el benéfico fin de curarles.

    El planteamiento eugenista de Morgan, por ejemplo, sigue el siguiente discurso “científico”: antes de empezar a utilizar métodos genéticos para “regular las características de la raza humana” hay que determinar un canon de lo que es un ser humano, un prototipo del hombre que queremos alcanzar. Estamos de acuerdo en que no queremos imbéciles, pero ¿quiénes son imbéciles? No existen ese tipo de definiciones biológicas. En el denominado “cociente intelectual” o en la “mayoría de edad” no hay más que recursos políticos y, por tanto, ideológicos, instrumentos de poder. Los ejemplos se pueden multiplicar. No queremos enfermos, pero ¿quiénes están enfermos? ¿A quién corresponde tomar esas decisiones “científicas”? Morgan no lo aclara. ¿Serán personajes cualificados como el propio Morgan, que obtuvo el premio Nobel de Medicina? Pero prosigamos con los argumentos de Morgan: “No cabe duda alguna” de que las personas defectuosas son una carga “perpetua” para la sociedad “que se ve en la obligación de confinarlos en asilos y penitenciarías”. Así ha sucedido “desde largo tiempo atrás”, por lo que la eugenesia no es ninguna novedad. El dilema es el siguiente: si es más conveniente el confinamiento o que queden en libertad previa esterilización. Morgan tampoco aclara para quién es más conveniente una u otra opción. Lo que sí recomienda, sobre la base de criterios genéticos estrictos, es el confinamiento, aunque reconoce que un gobierno puede hacerlo de forma arbitraria. La conclusión “científica” a la que llega es la siguiente: la democracia garantiza que todos los individuos tengan las mismas oportunidades pero “el conocimiento más elemental de la especie humana sabe que semejante conclusión no es sino una ilusión”; luego la democracia contradice la genética (403). Por tanto, lo mejor es que las sociedades se organicen no en torno a la democracia sino en torno a este tipo de argumentos “científicos”, que son tan “elementales” según Morgan.

    El malthusianismo es un ingrediente fundamental del racismo, presentándose bajo la forma de control de la natalidad con todos los avales seudocientíficos necesarios, incluso en los tratados actuales de inmunología. Así, Janeway escribe sin rubor: “La inmunología puede contribuir al control de la población vacunando contra la fertilidad. Esperemos que todas estas cosas y muchos otros beneficios todavía inimaginables puedan entusiasmar y estimular a los estudiantes del futuro” (404). Por mi parte espero que no sea así. No sólo no queda claro quién va a ser el beneficiario de ese “beneficio” sino que tampoco es posible imaginar qué relación tiene la inmunología con las vacunas contra la fertilidad, que nunca ha sido considerada como enfermedad contagiosa, salvo que se trate de un reconocimiento implícito de una práctica aberrante que se ha venido imponiendo desde mediados del siglo pasado: la esterilización de las mujeres del Tercer Mundo encubierta como vacunas contra plagas e infecciones.

    Pocas dudas pueden caber de que la eugenesia es una política brutal predispuesta contra los sectores más oprimidos de una sociedad clasista que pretende perpetuarse a sí misma. Aunque es muy conocido que la realeza y la aristocracia europea arrastran taras genéticas, físicas y sicológicas desde hace muchísimas generaciones, la eugenesia no se ha planteado exterminar o esterilizar a estos sectores sociales privilegiados; no son su clientela porque el racismo y la eugenesia no se fundamentan en la condición genética sino en la clase social. No menos revelador es el hecho de fundamentar una intervención física sobre el cuerpo humano, como la esterilización, a causa del árbol genealógico, de una supuesta malformación genética de los ancestros, una reminiscencia seudocientífica del pecado original de la Biblia. Lo mismo cabe decir del intento de proceder de esa manera por razones de probabilidad, de posible riesgo, de peligro o de circunstancias cuya concurrencia es sólo probable, pero en ningún caso comprobada (405). Entre las numerosas leyendas que está aportando la genética a la mitología contemporánea está la creación de “grupos de riesgo”, esto es, personas normales aparentemente pero que portan genes defectuosos que los hacen propensos a enfermedades o comportamientos fuera de la norma. Ya hay pólizas de seguros, licencias de matrimonio y profesiones para las que se exigen pruebas genéticas previas.

    En su conocido manual de genética, escrito con otros dos autores, Dobzhansky plantea una pertinente pregunta: ¿se hereda la criminalidad? ¿Hay criminales natos, o sea, de nacimiento? ¿Se forjan los criminales en el útero materno? ¿Son también criminales los padres de los criminales? Un apasionante dilema para incluir en los planes de estudio de biología. La respuesta de los mendelistas es empírica o estadística y consiste en comprobarlo acudiendo a la cárcel a estudiar el genoma de los reclusos. Quizá entonces comprueben que cuando alguien entra en ella es a causa de una mutación génica, reversible cuando sale de ella. Pero, ¿por qué realizar la encuesta en una cárcel y no en el consejo de administración de un banco? En los países católicos la usura es un delito y los bancos pasan de propiedad de los padres a la de los hijos, que siguen cobrando intereses astronómicos y apropiandose de las viviendas de quienes no pagan sus hipotecas. ¿Tienen genes criminales los banqueros? La carrera militar también suele ser hereditaria, pasa de padres a hijos, quienes heredan una propensión profesional a acabar con la vida de sus semejantes de manera impune. ¿Se han realizado investigaciones genéticas en los acuartelamientos? ¿Han estudiado los mendelistas el genoma de los evasores de impuestos? ¿O no se refieren a este tipo de criminalidad? ¿O no la consideran criminal sino todo lo contrario, legal? Y su criterio de discriminación sobre lo que es legal y lo que es criminal, ¿acaso es científico? ¿Por qué robar 10 es un crimen y robar 10 millones es un negocio? Las respuestas que se obtuvieran a estas preguntas confirmarían que la criminalidad, como muchas de las acciones humanas son sociales, no biológicas ni genéticas. Por su parte, la de Dobzhansky es que la criminalidad “como tal” no se hereda; lo que se hereda es “una tendencia” hacia un condicionamiento similar de la conducta (406), es decir, casi sí, se hereda un poquito.

    Uno de los detractores de Lysenko fue Julian Huxley, nieto del conocido defensor de Darwin y vicepresidente de la Sociedad Eugenésica Británica entre 1937 y 1944, lo que no le impidió llegar a ser el primer Secretario General de la UNESCO en 1946. Escribió un libro contra Lysenko, y también cosas como ésta:

    Por grupo social problemático entiendo a esa gente de las grandes ciudades, demasiado conocida por los trabajadores sociales, que parece desinteresarse de todo y continuar simplemente su existencia desnuda en medio de una extrema pobreza y suciedad. Con demasiada frecuencia deben ser asistidos por fondos públicos, y se vuelven una carga para la comunidad. Desgraciadamente, tales condiciones de existencia no les impiden seguir reproduciéndose, y sus familias son en promedio muy grandes, mucho más grandes que las del país en su conjunto.

    Diversos tests, de inteligencia y de otro tipo, revelaron que tienen un C.I. [cociente intelectual] muy bajo, y que están genéticamente por debajo de lo normal en muchas otras cualidades, como la iniciativa, el interés y afán general exploratorio, la energía, la intensidad emocional y el poder de la voluntad. Esencialmente, no son culpables de su miseria e imprevisión. Pero tienen la mala suerte de que nuestro sistema social abona el suelo que les permite crecer y multiplicarse, sin otra expectativa que la pobreza y la suciedad.

    Como muestran estas afirmaciones, el racismo no era un problema étnico sino social. Las políticas racistas van dirigidas contra los trabajadores y los sectores sociales oprimidos y marginados en su conjunto.

    Los positivistas imaginan que ideologías, como el racismo, son ajenas a la ciencia y a los científicos, que llegan de fuera de ella o que son extrapolaciones (manipulaciones) posteriores a ella. La historia demuestra, por el contrario, que la ideología empieza y acaba junto con la ciencia. Por ejemplo, en 1873 se supo que la lepra no era una enfermedad hereditaria, como se había pensado durante siglos, sino que tenía un origen vírico: el bacilo de Hansen. Se trata de una enfermedad que causó estragos entre las poblaciones, adquiriendo un aura mítica y mística, una especie de castigo divino. Antes de conocer sus causas, ya en el siglo XVII la lepra había sido erradicada, gracias a una dilatada experiencia empírica. Pero el pánico estaba arraigado tanto entre la población como entre los científicos, de manera que, pese a desaparecer la enfermedad, los tratados de medicina empezaron a hablar de que existían dos tipos: los leprosos auténticos y los semileprosos. Los primeros habían desaparecido pero subsistían los segundos. Se sabía además que la enfermedad no era contagiosa pero los manuales divulgaron que era hereditaria. De ahí que a partir del siglo XVII empiece a aparecer un supuesto colectivo de semienfermos cuyo mal se transmitía de padres a hijos como la maldición del pecado original: se denominaron agotes y fueron confinados en los Pirineos. Un avance científico abría el camino a una deformación ideológica, con sus lamentables secuelas de marginación, legal y social, seguidas durante siglos (407). Al igual que los leprosos, los agotes fueron internados, se les marcó con distintivos en sus ropas para que la población los marginara, se decía que olían mal (fetidez, halitosis), lo mismo que los gitanos, los moros y los judíos, etc. Como a cualquier otro monstruo, los médicos les extraían sangre e hicieron toda clase de experimentos con ellos, lanzándose las más absurdas teorías acerca de su origen porque -no cabían dudas- tales personas no podían tener el mismo origen que el resto de las personas “normales”: eran una raza distinta y las razas distintas siempre llegan hasta aquí desde algún lugar bien remoto. Por consiguiente, había que adoptar precauciones: sólo podían casarse entre ellos porque -una vez más- la mezcla volvía a presentarse como arriesgada. Lo que se había iniciado como un problema médico, ya resuelto, degeneró en un problema étnico. La pureza se convertía en una cuestión de salud pública. Los agotes eran falsos enfermos, eso que hoy llamaríamos “un grupo de riesgo”, una condición equívoca impuesta por la ciencia como un pesado fardo que debieron soportar de padres a hijos poblaciones completas.

    La marginación de los agotes llega prácticamente hasta el día de hoy, pero no se acaba ahí porque las nuevas “ciencias” han creado nuevos “grupos de riesgo”, algunos de los cuales -SIDA- son conocidos y otros -anemia falciforme- no tanto. A partir de los años setenta la anemia falciforme, una deformación de la hemoglobina, convirtió en sospechosos a los afroamericanos en los que se concentra, creando en Estados Unidos en su contra un sistema de controles y precauciones irracional y falto de fundamento. Esta enfermedad está considerada como génica y no tiene cura. No es contagiosa, de modo que su detección masiva no sirve para mucho, salvo para eliminar el derecho a la intimidad, engrosar historiales médicos y vendérselos a las aseguradoras. Sólo se manifiesta en aquellos cuyos dos alelos son coincidentes y, como suele suceder en estos casos, se confundió a los portadores con los auténticos enfermos. Las multinacionales de la salud sembraron la alarma a través de los medios de comunicación asegurando que se trataba de algo peligroso. A pesar de su inutilidad, se lanzó una campaña de detección, imponiendo pruebas a las embarazadas y a los escolares negros. Era un absurdo. En aquellos años no existía manera de detectar la enfermedad en los fetos. Ademas, el aborto era ilegal. Se trataba de un negocio para la sanidad privada y las multinacionales famacéuticas, uno de los primeros fraudes científicos, de los que luego hemos conocido varios. Comenzaron las discriminaciones. Las aseguradoras se negaron a contratar si su posible cliente era portador del alelo; se les negó el trabajo en compañías aéreas e incluso el ingreso en el ejército del aire porque decían que su sangre reaccionaría mal a las bajas presiones que se experimentan al volar a gran altitud. En 1972 la revista Ebony, dirigida a lectores afroamericanos, publicó un anuncio para recaudar fondos para la investigación contra esta enfermedad. En el mismo se caracterizaba erróneamente a los portadores como personas débiles. El anuncio estaba financiado por American Express y aseguraba que quienes no morían quedaban debilitados. Los portadores también eran enfermos: debían evitar las actividades fatigosas y acudir con regularidad al médico. Incluso el mismo Linus Pauling, un prototipo encomiable tanto de científico como de persona, realizó unas desafortunadas declaraciones, sugiriendo que se “marcara” a los portadores para que no se casaran entre sí o, al menos, que no tuvieran hijos. Se dieron casos de matrimonios que tenían hijos enfermos, mientras que uno sólo de los cónyuges era portador, lo cual destrozó parejas por sospechas de infedelidad conyugal... La dominación social siempre necesita agotes a los que ponerles un distintivo ostentoso que los separe de los demás, bajo absurdos protocolos que, además, son preventivos y se justifican por el propio interés “médico” del afectado; por si acaso...

    Una de las maneras de clasificar a las personas consiste en otorgarles una nacionalidad, cuyo fundamento, en los países del norte de Europa, es el ius sanguinis, el derecho de sangre, es decir, que son alemanes, por ejemplo, los descendientes de padres alemanes, cualquiera que sea su lugar de nacimiento, cualquiera que sea el lugar donde residan, y aunque ignoren el idioma o la cultura de su país de origen. Según el pangermanismo, las fronteras del Estado deben extenderse hasta el lugar en donde se encuentren esos alemanes. Luego, siguiendo las leyes de Mendel, los posteriores cruces, convenientemente seleccionados, se encargarían de eliminar las impurezas de sangre adheridas a lo largo de la historia procedentes de razas inferiores. Cuando en 1900 se descubrieron los grupos sanguíneos, los eugenistas comenzaron a interesarse por ellos para aparentar un respaldo científico a sus absurdos postulados. En 1928 se formó en Alemania la Gessellschaft für Blutgruppenforschung (Asociación para la Investigación de los Grupos Sanguíneos) que editaba la revista Zeitschrift für Rassen.

    La sangre ocupó antiguamente el papel que hoy ocupan los genes. Antes que los genes se concibió la sangre como ese fluido misterioso omnipresente que todo lo condicionaba. En Japón la obsesión por el grupo sanguíneo está muy extendida, mucho más que el signo astrológico en occidente. Fomentada por los medios de comunicacion, esta subcultura se ha convertido allá en un estilo de vida que nadie cuestiona, de manera que algunas guarderías educan a los niños de manera distinta en función de su grupo sanguíneo. Según la Biblia, el alma y, por tanto, la vida, está en la sangre, que es sagrada: “No comeréis la sangre de ninguna carne, porque la vida de toda carne es su sangre” (Levítico 17:13). Los Testigos de Jehová no permiten transfusiones porque las leyes sobre la sangre son una manera de preservar el sentido sagrado de la vida. El cuerpo le pertenece al hombre pero la sangre (el alma) le pertenece sólo a dios y por eso en los sacrificios rituales, como en las guerras, hay derramamiento de sangre, los homicidios se llaman delitos de sangre y un caballo de buena raza es un “pura-sangre”. La aristocracia tiene la sangre de color azul; ser de buena familia es ser de “buena cuna”, es decir, algo que no surge en la vida, que no se cultiva, sino que se lleva dentro desde siempre y no se debe mezclar. Como la solera para el buen vino, lo aristocrático es lo rancio, cuanto más antiguo mejor, como si sobre el presente influyeran las generaciones pretéritas, como si así tuviera todo más arraigo.
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    En defensa de Lysenko  (biologia verdadera Lysenko vs Darwin) Empty Re: En defensa de Lysenko (biologia verdadera Lysenko vs Darwin)

    Mensaje por Leningrado Sáb Oct 09, 2010 1:27 am

    La revolución verde contra la revolución roja

    El 12 de setiembre de 2009 falleció Borlaug, un acontecimiento ampliamente difundido en todo el mundo por los medios de comunicación en unos términos repetidos unánimemente hasta la saciedad: padre de la revolución verde, padre de la agricultura moderna, el hombre que salvó del hambre a millones de seres humanos en el Tercer Mundo... En la avasalladora información biográfica acerca del agrónomo sólo faltaba un detalle: qué tarea había desempeñado hasta 1943 en un laborario militar secreto. Por lo demás, su vida parecía haber sido el contraste absoluto con la de Lysenko, el responsable de millones de muertos a causa de unas cosechas desastrosas en la URSS. El bien y el mal cara a cara. Creo que en medio de las cortinas de humo tejidas en torno a los dos agrónomos de la guerra fría, quienes desconfíen de las explicaciones maniqueas desearán saber si los éxitos de Borlaug y los fracasos de Lysenko fueron tan grandes, e incluso si existieron siquiera como tales, es decir, para quiénes fueron un éxito y para quiénes un fracaso.

    Para comprender la revolución verde hay que situarse en México justo en el momento en el que estalla una revolución de verdad, la revolución democrática y agraria de 1910, que impulsó cambios en el campo en una dirección muy peligrosa, manteniéndose incluso durante el sexenio de Lázaro Cárdenas (1934-1940), quien promovió la transformación de las grandes haciendas capitalistas en cooperativas de campesinos. La sacudida revolucionaria formó en el país centroamericano una corriente en agronomía, denominada “zapatista”, capitaneada por el ingeniero Edmundo Taboada Ramírez. Entre 1932 y 1933 Taboada estudió genética aplicada al mejoramiento del maíz, trigo y frijoles. Fue profesor en la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo, en donde impartió la asignatura de genética, escribiendo en 1936 unos apuntes que se convirtieron en el primer manual mexicano íntegramente dedicado a esta disciplina. Taboada creó en 1940 la Oficina de Campos Experimentales, primera de su clase dedicada a la experimentación agrícola, que luego se llamó Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas.

    Aquellos experimentos de reforma agraria en la frontera sur de Estados Unidos eran inaceptables. En la otra orilla de Río Grande el ministro de Agricultura en el gobierno de Roosvelt era Henry Wallace, quien ocupaba el cargo porque, al mismo tiempo, era propietario de una de las empresas comercializadoras de semillas más importantes del mundo, Pioneer Hi-Bred Seed, hoy fusionada con DuPont, la multinacional de los transgénicos. En compañía de Nelson Rockefeller y del embajador estadounidense en México, Daniels, Wallace puso en marcha una misión científica para imponer las nuevas técnicas agrícolas capitalistas y contrarrestar así los experimentos zapatistas de reforma agraria. Para implementarlas, en 1943 se creó en San Jacinto una Oficina de Estudios Especiales dentro del Ministerio de Agricultura mexicano que enlazaba a la Fundación Rockefeller con el gobierno local bajo la dirección de J.George Harrar, un botánico (410) a la sombra de Warren Weaver que llegó a ser presidente de la Fundación Rockefeller. Fueron numerosos los agrónomos estadounidenses que se instalaron entonces en México, divididos por especialidades, pero concentrados en el cultivo de maíz, frijoles y trigo, encargándose Borlaug de esta última área.

    El objetivo de Rockefeller y Borlaug era impulsar la penetración del capitalismo en el campo, crear una agricultura dependiente de los grandes monopolios internacionales que controlan las semillas, los fertilizantes y los pesticidas, fomentar el monocultivo intensivo e introducir maquinaria para realizar las faenas agrícolas que antes se realizaban manualmente (411). La productividad aumentó en algunas regiones, sobre todo en Estados Unidos, Europa y en los países abastecedores de trigo para el mercado mundial, como Argentina y otros. Pero los daños colaterales de la nueva política agraria fueron mucho más considerables, tanto de tipo social como ambiental: emigración de los campesinos a la ciudad, endeudamiento de los que permanecieron, concentración de la propiedad de la tierra, desastre ecológico de los agrotóxicos, derroche de agua... y el hambre.

    La política agraria monopolista de la posguerra se fundamentaba en el malthusianismo, articulada en torno a una falsedad que, sin embargo, han logrado inculcar como si fuera propio del sentido común: el hambre es consecuencia de la falta de alimentos, el mundo se ha quedado sin tierras adicionales para cosechar, la población mundial se dispara y la única manera de aumentar la producción de alimentos es aumentar la productividad de cada porción de tierra cultivable por medio de la innovación tecnológica. éste es el núcleo de la demagogia malthusiana. Ahora bien, la tesis central de que el hambre es consecuencia de la escasez de alimentos es falsa por varios motivos:

    a) agricultura no es sinónimo de alimentación; una buena parte de ella son cultivos industriales (algodón, café o té) o biocombustibles que no tienen que ver con la alimentación
    b) el campesino ha sido despojado de sus tierras, ya no come lo que él mismo produce y debe adquirir su sustento en un mercado
    c) el campesino vive de un salario, de manera que si no come no es por falta de alimentos sino por falta de dinero para comprarlos
    d) la producción está destinada al comercio y a la exportación, para las despensas de los que puedan pagarla

    El reciente ejemplo de los biocombustibles ilustra la situación de la agricultura que entonces empezaba a gestarse. Nunca en la historia como en 2007 Estados Unidos había sembrado tanta superficie de maíz, alcanzando la mayor producción de su historia. Pero la cuarta parte de la cosecha no se destinó a la alimentación sino a la producción de etanol, subiendo su precio un 110 por ciento en un año y medio. Si el precio del maíz sube, se incrementan también el del pollo, el huevo, las bebidas de fructuosa y otros alimentos que una parte importante de la población mundial no puede pagar. Como consecuencia, una producción creciente de maíz está provocando un incremento del hambre en el mundo porque el precio de los alimentos se ha disparado: 75 por ciento desde su nivel mínimo de 2000 y 20 por ciento sólo en 2007. En el hambre nada tienen que ver la biología ni la producción alimentaria sino el mercado, es decir, el capitalismo.

    Parece obvio concluir, pues, que Estados Unidos no invirtió billones de dólares en la agricultura del Tercer Mundo con el fin de prevenir hambrunas. Había otra amenaza real: el descontento social creciente entre el campesinado, con el riesgo de otra revolución como la que habían llevado a cabo los comunistas en China. La revolución verde se diseñó para prevenir la revolución socialista. Como escribió Paul Hoffman, presidente de la Fundación Ford, en una carta al embajador de Estados Unidos en India, si “nos hemos embarcado en dicho programa a un costo de no más de 200 millones al año, el resultado final será una China totalmente inmunizada contra la atracción de los comunistas. La India, en mi opinión, es hoy lo que China fue en 1945” (411b). Los campesinos de todo el mundo exigían el reparto de la tierra y la reforma agraria. Además, la introducción de las nuevas políticas agrarias estuvo acompañada por una fuerte presión ideológica y por amenazas apenas veladas de futuras hambrunas que había que prevenir urgentemente. Los agrónomos se pusieron al servicio de las multinacionales para servir el consabido catálogo de inminentes catástrofes políticas, favorecidas por calamidades agrícolas (sequías, plagas, etc.). La predicción de hambrunas generalizadas ganó espacio dentro del subgénero seudocientífico apocalíptico (411b), sobre todo después del informe de la Fundación Ford de 1959, que manipuló las tendencias demográficas y la producción de alimentos en India para pronosticar una hambruna en 1967.

    La revolución verde llevó el dominio monopolista al campo, que en muy pocos años pasó del autoconsumo (o de unos mercados de alcance local) al mercado mundial, poniendo la alimentación del mundo entero en manos de media docena de multinacionales, aquellas que controlan los pesticidas, los fertilizantes y las semillas. Provocó profundas distorsiones sociales. Entre 1950 y 1980 México pasó de ser un país no sólo autosuficiente, sino exportador de granos básicos (maíz y frijoles) a convertirse en un país importador creciente de esos granos. Antes de la llegada de Rockefeller y Borlaug, el trigo no era un cultivo importante en la India, ni tampoco un componente básico de la dieta autóctona; después el país asiático se convirtió en uno de los principales productores de trigo del mundo.

    Los relatos acerca de las maravillas de la revolución verde no recuerdan la catástrofe de Bhopal, en India, uno de los más espeluznantes dramas padecidos por una fuga tóxica en una de aquellas plantas de pesticidas instaladas para incrementar las exportaciones químicas de las multinacionales estadounidenses. Sucedió en 1984 y el saldo fue de más de 10.000 muertos y medio millón de personas afectadas por gravísimas enfermedades, que aún no han remitido. La fábrica era propiedad de Union Carbide (desde 2001 fusionada con Dow Chemical), un monopolio que saltó de la electricidad a la agroquímica al calor de los fabulosos beneficios generados por la revolución verde. Para solventar los desastres sanitarios y ecológicos del DDT, en 1957 Union Carbide crea un sustitutivo, el SEVIN, en cuya fabricación intervenían sustancias altamente tóxicas, como la monometilamina (metilamina anhidra), e incluso potencialmente letales como el gas fosgeno. La reacción de estos gases entre sí forman el MIC (isocianato de metilo), que es la base de la producción de SEVIN y uno de los compuestos más inestables y peligrosos de la industria química. En Francia o Alemania estaba totalmente prohibido el almacenamiento de MIC, salvo en pequeñas cantidades, pero Union Carbide llegó a construir 14 plantas gigantescas en India que no fueron clausuradas a pesar de los numerosos accidentes que se fueron produciendo casi desde su inauguración. Fue una catástrofe suficientemente anunciada con anterioridad y debidamente silenciada después porque de otra forma no se podrían haber aireado las excelencias de la revolución verde (412).

    Las mismas multinacionales agroalimentarias que se enriquecieron con aquella revolución son las que con idéntica excusa de acabar con el hambre en el mundo, encabezan hoy la producción de semillas transgénicas. En los últimos años de su vida Borlaug rindió sus últimos servicios a estas multinacionales realizando una gira mundial para defender el uso de los transgénicos, la segunda revolución verde que -como la primera- llegaba para acabar con el hambre en el mundo, un drama con el que se ha acabado tantas veces que cuesta comprender los motivos por los que siempre reaparece. Hoy se empieza a reconocer abierta y públicamente que sigue habiendo un gravísimo problema de hambre en el mundo. Ahora bien, la infraliteratura malthusiana se preocupa de añadir también que ese problema ha tenido una causa que no es política, social y económica, sino técnica: hasta ahora no podíamos manipular los genomas. El hambre ha sido fruto de nuestra ignorancia y, en consecuencia, sus soluciones son técnicas y no políticas. Se puede erradicar el hambre sin cambiar de sistema socio-político, sin acabar con el capitalismo. El hambre, causada por modos de producción basados en la explotación del hombre por el hombre (413), se ha convertido en la gran coartada para seguir llenando los bolsillos de los capitalistas, es decir, de quienes han creado el problema. La biología sigue jugando al escondite con la política y disfrazando con propuestas humanitarias (y “científicas”) lo que no son más que sucios pero lucrativos negocios.

    Si el demonio es el contrapunto de dios, Lysenko es el de Borlaug. La buena prensa de éste choca con la abominable del otro. La campaña propagandística reincide en los repetidos fracasos de los experimentos lysenkistas, que no se ciñen al aspecto científico sino que se trasladan al económico. Lysenko sería así el responsable último de unas supuestas malas cosechas, que a su vez causaron otras supuestas hambrunas, que a su vez causaron millones de muertos. Este es uno de los aspectos preferidos de la campaña de linchamiento en la que los demagogos del antilysenkismo no escatiman frases, por lo demás tan grandielocuentes como demagógicas. El hechicero Watson considera que Lysenko es “responsable del hambre de millones de personas [...] Probablemente no sabremos nunca el número real de vidas sacrificadas en el altar de la carrera de Lysenko. Baste decir que a la muerte de Stalin en 1953, los analistas más objetivos calcularon que la disponibilidad de carne y verduras no era mayor que en los días feudales más oscuros del zar Nicolás II” (414). Por su parte, Valpuesta, un burócrata del Consejo Superior de Investigaciones Científicas español que tampoco se molesta en consultar ninguna fuente para escribir contra los lysenkistas, confirma que estos “llevaron a la hambruna y la muerte a varios millones de rusos y ucranianos, y por extensión a otros millones de chinos, pues Mao Tse-tung decidió poner en práctica en China las ideas de Lysenko, con las mismas desastrosas consecuencias” (414b). Tratándose de la URSS (y de China) para los demagogos todo vale y siempre se mide por millones porque cualquier otra cifra no es noticiable. Es enormemente interesante analizar esta imputación porque originalmente no aparece para nada en 1948 y años subsiguientes. La lectura de las primeras críticas al lysenkismo, como las de Ashby o Huxley, no realizan ninguna mención a los fracasos agrícolas, lo cual es doblemente sorprendente porque ellos estaban allí, visitaron las cooperativas agrarias y no realizan ninguna observación al respecto. El vacío atraviesa la época de Stalin, la peor considerada en los medios capitalistas, e incluso va más allá de los tiempos de Jrushov. Lo que resulta aún más sorprendente todavía es que se trata de un argumento que, como veremos, nace en 1964 de una forma modesta en la propia Unión Soviética dentro de las pugnas internas que condujeron a la destitución de Jrushov. Por si no hubieran aparecido suficientes argumentos contra Lysenko fuera de sus fronteras, a partir de 1965 los reformistas soviéticos aportaron uno más, otra falsedad a añadir al cúmulo de las que habían ido surgiendo. Sólo hubo que dramatizarlo y exagerar hasta el ridículo para ligarlo a un acontecimiento pretérito, la colectivización agraria, que había ocurrido 35 años antes. Así quedaba unido estrechamente a Stalin.

    En la URSS el decreto de 1917 que nacionalizaba la tierra, la colectivización, los koljoses y la política agraria soviética acabaron con el secular problema del hambre en menos de diez años de revolución socialista. El país padeció una gran hambruna en 1921, a causa, fundamentalmente, de la guerra civil promocionada desde el exterior y del acaparamiento de los latifundistas (414c). Diez años después de la revolución, en 1927, los problemas se habían solucionado en lo fundamental; se acabaron el paro y las cartillas de racionamiento. Esos éxitos contrastan poderosamente con la pavorosa situación en los países capitalistas más importantes, donde la población padecía la miseria más espantosa. Por tanto, lo que pretendió la campaña de intoxicación propagandística fue trasladar a la URSS un problema como el hambre cuando por aquellas mismas fechas, en 1929, el capitalismo entraba en una de sus peores crisis económicas jamás conocidas. En Estados Unidos el índice de paro superó el 25 por ciento y el del subempleo el 50 por ciento, afectando a 53 millones de obreros. La hambruna que sufrió aquel país en la década de los treinta ha sido convenientemente archivada en el olvido: más de ocho millones de personas fallecieron de hambre como consecuencia de la gran depresión capitalista y más de cinco millones de campesinos (uno de cada seis) fueron arrojados de sus tierras al no poder hacer frente al pago de las hipotecas bancarias. Mientras la mayoría de la población estadounidense sufría hambre, existían en el país reservas de millones de toneladas de comida que no se vendían para no hundir los precios. Esta hambruna real se ha tapado con el invento de una ficticia en la URSS a causa de la colectivización.

    Si pasamos a la situación económica de la posguerra, sólo encontramos menciones a Lysenko en el manual de Alec Nove (415) que repite la letanía de memoria. Nove salta de la economía a la biología para asegurar que Lysenko era un charlatán pseudocientífico que triunfó “con ayuda de la máquina del Partido” imponiendo sus ideas en las granjas “al tiempo que se prescindía de los auténticos expertos en Genética”, una ciencia que fue “destruida”. Los bolcheviques pusieron a “pequeños Stalin” como éste al frente de cada rama de las ciencias y de las artes, afirma Nove, los cuales torpedearon los contactos con la ciencia mundial. Sin embargo, Nove no refiere ninguna muerte, ni habla tampoco de hambre; únicamente alude a la escasez de reservas alimentarias, lo cual hizo que se retrasara el racionamiento existente durante la guerra mundial. Tampoco Harry Schwartz refiere hambre ni muertes (416). Quizá sea porque ni Nove ni Schwartz forman parte de “los analistas más objetivos” a los que aludía el hechicero Watson. Durante la guerra los nazis siguieron en la URSS una política de tierra quemada: “Las viviendas y las fábricas fueron destruidas, el ganado sacrificado y tanta gente fue muerta que la población de 1939 no se alcanzó de nuevo hasta 15 años después” (417). Quedaron destruidos 65.000 kilómetros de vías férreas y 25 millones de personas se quedaron sin vivienda. La agricultura de las zonas ocupadas fue devastada; unos siete millones de caballos murieron o fueron saqueados por los nazis, así como 17 millones de cabezas de ganado bovino. En 1946 hubo una terrible sequía, según Cafagna, la peor en medio siglo. Como consecuencia de todo ello, este historiador también habla de precariedad pero no de hambre ni muertes a causa de ello (418). A pesar de las destrucciones de los campos y de los tractores causadas por la guerra y de la reducción en un tercio del número de trabajadores koljosianos, las cosechas recuperaron casi inmediatamente el nivel de 1940. Se enviaron a las cooperativas más de 120.000 agrónomos y técnicos y se empezaron a roturar más de 17 millones de hectáreas de tierras vírgenes. Las horas de trabajo, reconoce Maddison, se redujeron un 15 por ciento. En 1958 se logró obtener la cosecha máxima de la historia, e incluso pudieron exportar trigo al extranjero.

    Esta situación también contrasta con la de los países capitalistas, en donde aún en 1948 la población pasaba hambre en países como Holanda, por ejemplo, donde fallecieron 30.000 personas por dicha causa. Por ese motivo, para calmar el descontento, llegó el Plan Marshall desde Estados Unidos. A diferencia de la URSS, Europa occidental no se recuperó por sí misma de la devastación bélica. El éxito de la agricultura soviética en la posguerra no necesitó de la incorporación de la química industrial. Por eso Harry Schwartz pone de manifiesto el “retraso” que experimentaba la URSS en la introducción de fertilizantes y pesticidas en la agricultura (419). A su vez ese “retraso” derivaba de que la Unión Soviética no estaba experimentando con armas químicas ni bacteriológicas, que fueron el venero de la evolución de la química en los países capitalistas en la primera mitad del siglo XX.

    Desde el punto de vista científico, las concepciones de Lysenko tampoco constituyeron ningún fracaso. La agronomía, como muchas otras materias, entre ellas la medicina, tiene mucho que ver con el arte, desde luego bastante más que con las llamadas ciencias “exactas” (si es que existe alguna ciencia de esas características). El método de Lysenko era empírico, basado en la prueba y el error, idéntico al del resto de los experimentos biológicos. De ahí que medio siglo después de su informe hubo 280 intentos fracasados antes de lograr clonar a la primera oveja y más de mil antes de clonar al primer perro, intentos que comprometieron a un número mucho mayor de personal investigador y más medios técnicos. Lo mismo cabe decir de un procedimiento mucho más antiguo como la fecundación in vitro, en donde los resultados siguen siendo escasos. En los primeros 25 años transcurridos desde que en 1981 nació la primera niña por fecundación in vitro, han nacido más de un millón de niños mediante esta técnica, pero el porcentaje de niños nacidos por ciclo de tratamiento se cifra entre un 20 y un 30 por ciento, es decir, que son necesarios 24 embriones para conseguir un embarazo. No obstante, en una ciencia mediática como la biología, los errores no son nunca noticia, salvo aquellos que tengan su origen en la agricultura soviética.

    Esa concepción de la ciencia avanzando linealmente con sus velas desplegadas también es fruto de una ideología burguesa basada en la competencia y el éxito. Los superhéroes están en la ciencia como en los tebeos y comics para niños. En genética Superman, Rambo, Batman, 007 y el Capitán América se travisten en Mendel, Morgan, Watson y Crick. Los fracasados nunca cuentan, como si el éter o el flogisto nunca hubieran sido concebidos por la física. Pero para que apareciera Copérnico antes debió existir Ptolomeo. Para que unos científicos avancen otros han debido errar y entrar en vías muertas. El experimento fallido es tan importante como el fructífero y nadie ha dejado de ser reputado como científico por el hecho de haber fracasado. La burguesía tiene una manera muy curiosa de presentar las noticias. Así, la clonación saltó a las primeras páginas de los periódicos del mundo el 27 de febrero de 1997, cuando hacía siete meses que existía la oveja Dolly. El retraso en dar a conocer la noticia estuvo motivado porque Dolly fue el único ejemplar clónico que había prosperado entre los cientos de intentos realizados con anterioridad. Antes de anunciarlo públicamente los científicos querían asegurarse de que no se iba a morir inmediatamente, como había ocurrido con los ejemplares anteriores. Lo que no es noticia son hechos como los siguientes: Dolly fue la primera oveja clónica y (casi) la única; no ha vuelto a crearse ninguna otra. Dolly fue una verdadera excepción porque la clonación animal (casi) no es operativa. A día de hoy, hay especies a las que no se ha conseguido clonar, y de cada cien intentos de clonación animal nace un porcentaje entre el cero y el cuatro por ciento; de ese cuatro por ciento que nace, la mayoría muere dentro de las primeras 24 horas (420). Dolly sólo sobrevivió cinco años y medio. Pero como los fracasos no son noticia, se ha convertido la excepción en norma, transmitiendo una imagen falsa del estado de la ciencia: la clonación no es un ejemplo del éxito sino del fracaso de la teoría sintética.

    De una manera creciente hoy la ciencia no se atiene a los hechos exactamente, ni tampoco al conocimiento exactamente sino al conocimiento publicado, de tal modo que hay quien ha llegado a creer que se identifica con ese conocimiento en letras de molde, y lo que es peor: que todo lo que aparece en ese formato es ciencia. En 2006 se publicaba en castellano el libro del genetista Dean Hamer titulado “Los genes de dios”, en el que sostiene que las conviciones religiosas están determinadas por los genes. Diez años antes la revista Nature Genetics ya había publicado un artículo del mismo autor titulado “La felicidad heredable”. Se había gastado muchos millones, un laboratorio y un equipo de “investigadores” trabajando durante años para descubrir el gen de la felicidad. El año anterior ya aseguró en el mismo medio haber descubierto el de la homosexualidad (421). Quizá el mensaje que nos quieren transmitir es que, pase lo que pase, siempre van a ser felices los mismos, es decir, que la felicidad también es hereditaria y que nunca lograremos nada con cambios ambientales (sociales, familiares, políticos, económicos) sino que necesitamos terapia génica...

    Los hechos que no se publican no existen. A causa de ello sólo se tienen en cuanta una parte de los hechos, no su totalidad.
    El milagro de los almendros que producen melocotones

    Pero quizá el mejor ejemplo del alcance de los procedimientos lysenkistas sea la defensa que emprende del método del mentor (o del patrón) de Michurin, al que da un contenido práctico y teórico a la vez. El método de Michurin es un procedimiento asexual de obtención de híbridos vegetales, un injerto de una variedad joven en una vieja que permite a ésta adquirir algunas propiedades de la vieja sin necesidad de intercambiar cromosomas (422). Según Michurin y Lysenko no sólo se pueden obtener híbridos por vía sexual, con el cruce de los cromosomas paternos y maternos, sino también por el método del mentor, que Lysenko vincula a las condiciones ambientales, especialmente a la nutrición. Pero, además de un carácter práctico, Lysenko le da un carácter teórico y demostrativo de gran importancia. Apoyándose en él critica la teoría cromosómica porque Michurin había demostrado la posibilidad de crear híbridos por vía no sexual: “Según la teoría cromosómica de la herencia, los híbridos únicamente pueden ser obtenidos por vía sexual. La teoría cromosómica niega la posibilidad de obtener híbridos por vía vegetativa, pues niega que las condiciones de vida ejerzan una influencia específica sobre la naturaleza de las plantas. Michurin por el contrario no sólo reconoció la posibilidad de obtener híbridos por vía vegetativa, sino que elaboró el método del mentor”. Las nuevas características del híbrido son diferentes de las dos variedades de origen y se transmiten a la descendencia de tal manera que “cualquier carácter puede transmitirse de una raza a otra tanto mediante injerto como por vía sexual”, concluía Lysenko, quien gráficamente afirma que mientras la hibridación sexual reinicia la vida, la vegetativa la continúa (423).

    En suma, la hibridación vegetativa es un transplante entre vegetales. Normalmente se utiliza en los árboles frutales, en los que se diferencia entre una base compuesta por el tronco y las raíces, el mentor o patrón, y una parte aérea, la púa, que se aloja en la anterior. Se puede definir como un intercambio de las propiedades morfológicas, fisiológicas y génicas entre dos especies diferentes por medios no sexuales. Es una práctica agrícola tradicional sistemáticamente ignorada o ferozmente criticada, incurriendo algunos biólogos en una cadena de tergiversaciones para tratar de sostener sus postulados mendelistas. Por ejemplo, Ayala pone en boca de Lysenko la afirmación de que “en las condiciones apropiadas las plantas de trigo producen semillas de centeno” (424). Pero este biólogo ni siquiera alcanza la condición de mentiroso; simplemente ignora lo que Lysenko dijo porque no ha leído sus escritos, no lo necesita para disertar acerca de ello y se lo inventa porque sus lectores no le importan lo más mínimo. Los mendelistas como Ayala afirman que la hibridación vegetativa no existe ya que no se obtienen auténticos ejemplares mixtos sino quimeras, es decir, plantas con dos tipos de celulas genéticamente distintas, yuxtapuestas, y no de mezclas de ambas. Un manual realiza la siguiente exposición al respecto:

    Una curiosidad muy especial son los híbridos de injerto. Se obtienen cortando el brote injertado en el punto de inserción, de éste con el patrón después de que ambos se han unido. En este punto se forman nuevos tallos por regeneración, los cuales, tienen, en parte, células del patrón.

    Dado que las regeneraciones se llevan a cabo de forma meramente mitótica, los tipos de tejido generados por el patrón y el injerto conservan su identidad genética. Son posibles alteraciones modificadoras únicamente por influencia mutua de sustancias. Por ello se prefiere para esto el concepto de ‘quimeras’, pues no se trata de verdaderos híbridos (425).

    Otra edición reciente de un conocido tratado lo explica de la siguiente manera: “Después de la soldadura, cada componente conserva sin alteración su patrimonio hereditario. Mediante intercambio de materia entre patrón e injerto, algunas veces es posible una cierta influencia, con carácter de modificación, sobre ciertas propiedades de ambos participantes [...] Tales híbridos de injerto pueden producir externamente la impresión de un verdadero híbrido de origen sexual pero en realidad no pueden equipararse a los híbridos, pues incluso en estas soldaduras tan íntimas, cada célula y cada estrato celular conserva su carácter hereditario específico, aun cuando en la configuración externa se manifiesten claramente ciertas influencias recíprocas entre los estratos de tejidos de especies diferentes” (426). Finalmente estas concepciones se transmiten a los diccionarios, en donde la teoría se convierte en dogma: “No se trata de transferencia de caracteres de unas células a otras, sino de formaciones celulares mixtas en que cada célula conserva las características íntegras de su origen [...] Sólo en algún caso raro ha sido posible obtener quimeras en que la mezcla llega a lo íntimo de las células” (427). La paradoja no puede ser más evidente: no existen híbridos vegetativos pero cuando existen -algún caso raro- no son tales híbridos sino quimeras...

    Los mendelistas afirman que si se observa al microscopio la zona de empalme entre el mentor y la púa, se advierten los dos tipos de células, unas junto a las otras. Cada uno de esos tipos de células tiene una dotación génica diferente que, al dividirse, transmite una herencia separada. Según este criterio, volveríamos a las dualidades metafísicas de siempre que dan lugar a otras tantas definiciones y, por lo tanto, deslindes entre lo que es un híbrido y lo que es una quimera. No cabe duda, además, de que la observación al microscopio de las células en los puntos de unión del injerto al mentor es un buen criterio para el deslinde... tan bueno, por lo menos, como cualquier otro. El problema es que la interacción y comunicación entre células es otra de las cuestiones que ha venido padeciendo un tratamiento singular en los manuales de citología, como si se tratara de un fenómeno infrecuente e intrascendente en la naturaleza. La fecundación, la fusión de un óvulo y un espermatozoide, hubiera debido atraer una mayor atención hacia este fenómeno. Sin embargo, la división celular y la morfogénesis, la diversificación celular, han acaparado toda la atención y, como consecuencia del micromerismo, la célula se ha estudiado como un componente aislado del organismo, como si las células no interrelacionaran y se comunicaran entre ellas. La fusión celular se ha comprobado que es muy importante en el hígado, en el corazón, e incluso se han encontrado fusiones celulares en el cerebro. Las células de la médula ósea también se fusionan con células que tienen un cierto grado de lesión para evitar su muerte. Las células no son componentes estáticos de los organismos vivos sino laboratorios en permanente actividad que metabolizan la luz incidente, el aire o las sustancias procedentes de las raíces. También metabolizan las sustancias que otras células segregan. Por lo tanto, es preciso reconocer que, como mínimo, las células mantienen una comunicación fisiológica permanente entre ellas; unas metabolizan las secreciones de otras. En particular, en los injertos las células de las púas metabolizan las secreciones del patrón, que es el mecanismo vegetativo y nutritivo del conjunto. Otro ejemplo: mediante injerto se puede transferir la condición vernalizada de una púa a un patrón.
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    En defensa de Lysenko  (biologia verdadera Lysenko vs Darwin) Empty Re: En defensa de Lysenko (biologia verdadera Lysenko vs Darwin)

    Mensaje por Leningrado Sáb Oct 09, 2010 1:28 am

    Pero a los mendelistas no les interesa la interacción fisiológica entre las células; lo que a ellos les interesa es el genoma y lo que se esfuerzan por sostener es la tesis de que el genoma de las células del patrón permanece diferente del de las púas a lo largo del tiempo, es decir, que las células derivadas del patrón siempre serán diferentes de las células derivadas de las púas, que unas y otras mantendrán eternamente su separación, que la mezcla génica sólo es posible por medios sexuales.

    A pesar de lo que digan sus detractores, no es la metafísica lo que le preocupa Lysenko. Tampoco es eso lo que preocupa a los cultivadores que trabajan sobre el terreno. La metafísica preocupa a quienes, como los mendelistas, alardean de no interesarse por ella. La orientación de Michurin, Lysenko y los cultivadores que trabajan sobre el terreno no son las enciclopedias ni los diccionarios sino la práctica. Por ejemplo, por medio de injerto se pueden crear variedades nuevas, como la pavía o nectarina, un híbrido vegetativo de melocotón y ciruela (428). El vino francés es un injerto de una variedad autóctona de viña en patrones de origen californiano, caracterizados porque sus raíces son muy resistentes a la filoxera. Al viticultor le importa muy poco si en el punto de injerto permanecen indefinidamente células francesas y californianas sin mezclarse entre sí; lo relevante es el fruto, la uva, que la cosecha no se malogre y la calidad del vino sea elevada. Después de más de un siglo de este tipo de injertos, los viticultores saben que una cepa francesa plantada en California no proporciona una uva de la misma calidad, y que lo mismo sucede con una cepa californiana plantada en Francia. Sin estos injertos, la viticultura hubiera desaparecido de Europa a causa de los patógenos del suelo. Parece, por lo tanto, que sí se produce un fruto híbrido, algo diferente a las dos variedades de procedencia, por más que al microscopio en la planta los mendelistas sigan observando dos tipos de células diferentes a lo largo del tiempo. Pero los injertos no tienen sólo un siglo de historia sino probablemente cien, tantos como la agricultura misma (429).

    Si los académicos bajaran de su pedestal y preguntaran a los horticultores se encontrarían con una paradoja: a muchos de éstos lo que les gustaría es que los mendelistas tuvieran razón y que en sus hibridaciones el patrón no influyera sobre la producción del injerto. En numerosas ocasiones lo que pretenden los prácticos no es la hibridación sino precisamente que no haya ninguna clase de influencia mutua, que el patrón no tenga otra función que la vegetativa. Pero lo que sucede es todo lo contrario: el patrón no puede dejar de influir en el desarrollo de las características del injerto, reforzándolas o inhibiéndolas. Si se injertan las mismas púas en patrones de especies diferentes, se obtendrán resultados también diferentes. A la inversa, los campesinos japoneses han logrado cultivar hasta once tipos de fruta distintos en un mismo árbol. Por este método es posible obtener distintos tipos de ciruelas (amarillas, rojas, claudias) con el mismo tronco y las mismas raíces, injertando una rama con cada una de esas variedades. Uno de los árboles que más se utiliza como patrón es el almendro ya que sus raíces verticales perforan profundamente la tierra, por lo que el aprovechamiento de los nutrientes del suelo es mayor, resultando inmejorable para su empleo en suelos pobres. Con los injertos adecuados, del tronco de un almendro se pueden lograr tanto almendras como melocotones o ciruelas. El injerto se puede utilizar para producir más fruto, para hacerlo más dulce o más grande, más resistente a la sequía, a las temperaturas (altas o bajas) o a las enfermedades, para acortar el tiempo de espera de la primera producción, para lograr que la planta no crezca tan alta, para prolongar la duración de la vida útil del árbol, para cambiar el sexo de un árbol original... Hoy los aficionados a los bonsais practican injertos para criar árboles con las raíces dañadas, es decir, para reproducir aquellos ejemplares que son difíciles de cultivar por otros medios. Se pueden mejorar los frutales con injertos de otras variedades del mismo frutal y también se puede combinar -y se ha combinado en la práctica- el injerto con la hibridación sexual: en Puerto Rico la chironja, un híbrido de Citrus sinensis con Citrus paradisi, se suele injertar en diferentes patrones de cítricos. Las plantas de sandía injertadas en patrones de calabaza, además de ser resistentes al hongo Fusarium, resuelven el problema de la sandía blanda recién cortada (430). La prohibición de empleo de pesticidas hace que el control de patógenos se esté llevando a cabo actualmente con métodos biológicos, uno de los cuales es el injerto. En determinados casos los injertos son una alternativa al empleo de pesticidas y una poderosa técnica de control de las enfermedades del suelo. A causa de ello en muy poco tiempo en España el número de plantas injertadas ha pasado de unas 150.000 a más de un millón, y sigue creciendo imparable. En un artículo publicado en la revista “Horticultura” en abril de 2007, Pedro Hoyos refiere cifras mucho más elevadas, del orden de 110 millones en 2004 (431). Lysenko le ha ganado ampliamente la partida a Borlaug.

    Lysenko reconoce abiertamente que de cualquier injerto no se obtiene siempre una hibridación, ofreciendo un porcentaje de logros en torno al 17 por ciento que, naturalmente, varía según la especie. No todas las plantas se pueden injertar y no siempre por medio de injerto se crean variedades nuevas. La interacciones posibles entre el patrón y el injerto dependen de la afinidad entre ambos o, en su caso, del grado de rechazo y, en particular, del vigor de cada uno de ellos. Una regla casi general es que las influencias recíprocas entre injerto y patrón son tanto mayores cuanto mayor es la afinidad entre ambos. En este punto las técnicas para lograr buenas hibridaciones son muy variadas. Por ejemplo, si no hay afinidad entre los dos componentes que se intentan acoplar, se realiza un injerto triple a través de un intermediario, es decir, introduciendo un tercer componente entre el patrón y el injerto. De esta manera se pueden injertar variedades de perales incompatibles con el patrón-membrillo: al porta-injerto de membrillo se le injerta primero una variedad compatible o afín y luego se lleva a cabo un segundo injerto que sea compatible. Por esta vía se han obtenido recientemente árboles enanos, con una parte aérea reducida pero con un fuerte enraizamiento en tierra.

    Lysenko no participa en el debate metafísico sobre si hay hibridación o quimera; incluso admite, siguiendo a Darwin, que muchas veces sólo aparecen quimeras y que éstas se pueden diferenciar de las verdaderas hibridaciones. Cuando se injerta una variedad sobre un patrón, la cepa resultante suele tener las características de la cepa de la cual se saca la púa, es decir, que el injerto es el factor dominante sobre el patrón. Es fácil comprobar que en muchos casos se producen quimeras porque brotan retoños silvestres por debajo del punto de injerto y los de la púa por encima. Ahora bien, que no siempre aparezcan verdaderos híbridos no quiere decir que la hibridación resulte imposible (432). Las precisiones aportadas por Lysenko se podrían multiplicar para el pleno ridiculo de sus detractores. Por ejemplo, Lysenko advierte también que aunque dos especies se puedan hibridar vegetativamente, eso no significa que se obtenga precisamente aquella variedad que se pretendía lograr. A veces se injerta para extraer lo mejor de una y otra variedad y lo que se obtiene es una mezcla de las peores características de ambas. Eso puede tener un interés teórico pero carece de relevancia práctica. En otras ocasiones lo que el cultivador pretende es que el injerto produzca más de lo mismo o produzca más rápidamente. Por ejemplo, en Japón el Pinus parviflora crece mucho más deprisa si se injerta en raíces de pinos negros autóctonos.

    Con su defensa de las hibridaciones vegetativas Lysenko pretende transmitir un criterio práctico que no resulta excluyente de ningún punto de vista teórico. Como en el resto de su obra, se dirige a los cultivadores, no a los catedráticos. Les recuerda que, además de las hibridaciones sexuales, hay otra posibilidad de mejorar la producción agraria, las hibridaciones vegetativas. En los casos en que el agricultor no puede mejorar una determinada variedad mediante el cruce sexual, puede intentarlo por medio de injerto. Es lo que los lysenkistas calificaron como darwinismo “creativo”. En su informe de 1948 Lysenko dijo algo capaz de convencer a cualquiera: con los métodos michurinistas se han creado 300 nuevas variedades de plantas. Cualquiera que hubiera estado allí hubiera preguntado, ¿cuántas han creado los genetistas formales? La respuesta es: ninguna. Mientras los mendelistas no podían obtener híbridos por vía sexual de una manera controlada, el método del mentor sí lo permitía (en determinados casos y bajo determinadas circunstancias). Los primeros transgénicos se obtuvieron medio siglo después de que Lysenko leyera su informe. Un discurso pronunciado por él en 1941 es bastante ilustrativo de la diferencia entre un país socialista y un país capitalista en materia de investigación científica: los norteamericanos realizan experimentos genéticos con moscas, decía Lysenko, nosotros lo hacemos con patatas.

    A partir de aquí se reproduce de nuevo la polémica sobre el alcance exacto de ese darwinismo “creativo” que se trataba de implementar en la URSS, así como sobre el significado exacto de otras expresiones, como la de Michurin, según la cual es posible “quebrantar” la herencia. Es una cuestión a la que ya me he referido en relación con la vernalización. Por más que las expresiones de Michurin (y en ocasiones de Lysenko) no sean muy exactas, están fuera de contexto las burlas que, al respecto, proliferan entre los mendelistas, según las cuales el darwinismo soviético era tan “creador” que lograba convertir las lechugas en patatas y a la inversa. No cabe duda que cualquier posibilidad agrícola creativa tiene sus límites intrínsecos, que no es posible transgredir. Pero, al mismo tiempo, esos límites no se conocen y los campesinos llevan buscándolos desde hace 10.000 años con resultados muy variados. Pero por variados que sean, constatan una abrumadora evidencia favorable a las tesis de Michurin y Lysenko. Si para alguien resulta excesivo hablar de “crear” nuevas especies, al menos tendrá que reconocer que desde hace milenios el hombre ha logrado “orientar” la evolución de las ya creadas por la misma naturaleza, de manera que aquellos límites están cada vez más lejanos, es decir, que las posibilidades “creativas” son cada vez mayores.

    Julian Huxley dedica una especial atención a esta cuestión en su crítica a Lysenko. Sin ninguna clase de argumentación asegura que las hibridaciones vegetativas no han desempeñado ningún papel en la evolución. El detalle no puede pasar desapercibido: las hibridaciones vegetativas no han desempeñado ningún papel en la evolución y las hibridaciones sexuales lo han podido absolutamente todo. A eso conduce exactamente la metafísica mendelista: por un lado el todo y por el otro la nada. Si fuera cierto, sería imposible averiguar los motivos por los cuales Darwin estudia el asunto en su obra. Para no caer en esta trampa, lo mismo que todos los mendelistas, Huxley silencia completamente cualquier mención a Darwin en este asunto, lo que le conduce a lanzar una falsedad: según él los híbridos vegetativos fueron descubiertos originalmente por Winkler y Baur en Alemania a comienzos del siglo XX y luego fueron estudiados por Jorgensen y Crane en Inglaterra. Con esta exposición, Huxley trata de subrayar lo mismo que con la vernalización: Michurin tampoco es un precursor en esta materia. El truco es siempre el mismo: no existe hibridación vegetativa, pero por si acaso fuera cierta su existencia, sus inventores nunca serían los soviéticos sino otros.

    Tiene razón Huxley en este punto: los soviéticos no inventaron nada, se limitaron a estudiar lo que cualquier horticultor llevaba practicando desde hace 10.000 años, posiblemente desde el origen mismo de la agricultura. En agronomía como en poesía quizá haya que reconocer que, como decía Machado, todo lo que no es de origen popular es plagio. La fruta que compramos en los supermercados no es una producción espontánea de la naturaleza sino producto de miles de años de hibridaciones de todo tipo, sexuales y vegetativas, exactamente igual que los animales domesticados, debiendo poner de manifiesto que son los pueblos orientales los primeros y los mejores conocedores de la materia. En un afán a la vez erudito y reivindicativo hay que reconocer, además, que una de las primeras hibridaciones documentadas con nombres y apellidos se remonta a 1835, cuando un horticultor francés, Jean Louis Adam, creó una variedad intermedia entre Cytisus purpureus y Laburnum anagyroides a la que le puso su nombre: Laburnocytisus adamii. También hay que reconocer el enorme interés de las publicaciones de Hans Winkler sobre la materia, pero a diferencia de Huxley, que habla por referencias indirectas, parece necesario conocerlas con un poco más de detalle porque no refuerza precisamente las concepciones mendelistas. En 1907, en los comienzos de la oleada mendelista, Winkler llevó a cabo sus propios experimentos de hibridación, publicando un primer artículo en el que considera que de su primer injerto había obtenido, efectivamente, una quimera, si bien en un artículo posterior publicado al año siguiente manifestó haber logrado un auténtico híbrido (433).

    Huxley menciona repetidamente a Crane, cuyos experimentos sobre hibridación son conocidos, pero incomparablemente más reducidos que los llevados a cabo por Gluchenko en la URSS. Pero Huxley tampoco menciona a Gluchenko, como si las hibridaciones vegetativas fueran obra de Michurin y Lysenko exclusivamente. Entre 1940 y 1980 I.E.Gluchenko se especializó en la URSS en probar injertos, especialmente con tomates, publicando una copiosa colección de artículos. No fue el único. En aquel país, sólo entre 1950 y 1958 se publicaron más de 500 estudios científicos acerca de la hibridación vegetativa en los que participaron una ingente cantidad de botánicos, entre los que, además de Gluchenko, cabe destacar a C.F.Kuschner, N.V.Tsitsin, A.A.Avakian y N.I.Feiginson, entre otros. Esta ingente tarea científica sólo merece el desprecio de los mendelistas. Según Huxley muchos de esos experimentos fueron llevados a cabo por aficionados y estudiantes, mientras que “los investigadores de otros países no han podido obtener los mismos resultados”. De ese modo, presenta la hibridación vegetativa como si se tratara de una experiencia originaria de la URSS, cuando los injertos vegetales son una práctica milenaria en la agricultura de todos los países del mundo. Sin embargo, Huxley trata de aparentar algo distinto, asegurando que las hibridaciones vegetativas únicamente las han podido comprobar los “jardineros” soviéticos, los cuales no estudian las obras científicas mendelianas, ya que las repudian, lo que les conduce a cometer muchos errores en sus investigaciones y, en particular, no toman precauciones a la hora de realizarlas, no utilizan ejemplares genéticamente puros, no elaboran estadísticas y no utilizan testigos de contraste. Por el contrario, el mendelismo “incorpora numerosos hechos y leyes que han sido verificados repetida e independientemente por los hombres de ciencia de todo el mundo”. Las tesis soviéticas no son de fiar, por lo que hay que someterlas a un doble filtro: la confirmación por parte de terceros y la interpretación a la luz “de los conocimientos existentes, y no meramente interpretados según las burdas teorías de Michurin y Lysenko”.

    Cuando resulta ya imposible cerrar los ojos, en los casos en los que no se puede negar la evidencia, la hibridación vegetativa se presenta como un fenómeno excepcional. Por consiguiente, dice Huxley, la diferencia no está en los hechos sino en la interpretación de los mismos. El fenómeno puede ser “igualmente bien explicado” o incluso “mejor explicado” en términos estrictamente mendelianos porque un híbrido “debe producir” nuevas combinaciones de genes en vasta escala, de los cuales la selección natural recluta a los mejores. La tesis de Huxley se podría resumir, pues, diciendo que o bien los hechos son falsos o, cuando no lo son, se pueden interpretar al modo mendelista (434). La banca siempre gana.

    En las críticas a Michurin y Lysenko hay una ocultación reiterativa que tampoco es ninguna casualidad: la de que fue Darwin el primero que prestó atención a la hibridación vegetativa, defendiendo exactamente las mismas conclusiones que Michurin y Lysenko, es decir, que los injertos crean verdaderos híbridos vegetales: “la unión de tejido celular de dos especies distintas” capaz de producir un individuo nuevo, diferente a los dos anteriores, aunque a menudo los caracteres aparecen segregados y la mezcla no es tan homogénea como en la reproducción sexual. Esto, concluye Darwin, “es un hecho muy importante que cambiará más pronto o más tarde las opiniones sostenidas por los fisiólogos respecto a la reproducción sexual” (435). El naturalista británico se apoyó en sus propios experimentos al respecto que, al mismo tiempo, le sirven para fundamentar su teoría de la pangénesis y su defensa de la herencia de los caracteres adquiridos.

    Después de Darwin, no fue Michurin el único en apoyar las tesis darwinistas, hasta el punto de que la hibridación vegetativa se ha podido confirmar por una amplia experimentación realizada en países muy diversos, como China, Japón (K.Hazama, Y.Sinoto, N.Ygishita, Y.Hirata), Alemania (I.Schilowa y W.Merfert), Bulgaria (R.Gueorgueva), Rumanía (C.T.Popescu), Yugoeslavia (R.Glavnic). Se ha ensayado con numerosas especies vegetales: frutales, hortalizas, flores ornamentales y otros. En México, el biólogo Isaac Ochoterena también defendió las hibridaciones vegetativas de los soviéticos: “Los agrónomos y biólogos soviéticos han obtenido asombrosos resultados en los últimos años [...] Han llegado incluso a la obtención de especies nuevas hibridando las existentes por el procedimiento del injerto de plantas pertenecientes no sólo a diversas especies, sino a diversos géneros” (436).

    Ya antes de la década de los cincuenta, los soviéticos pasaron de las hibridaciones en vegetales a las animales por medio de transfusiones de sangre. En 1954 P.M.Sopikov (1903-1977) indujo nuevos caracteres en las aves mediante transfusiones de sangre repetidas de Black Australorp en gallinas ponedoras White Leghorn. Los cruces posteriores de gallinas White Leghorn con gallos de la misma variedad daban progenies con un fenotipo modificado. Entre 1950 y 1970 otros investigadores confirmaron las observaciones de Sopikov. Por ejemplo, Benoit y sus colaboradores, entre los que se encontraba el biólogo jesuita Pierre Leroy, reprodujeron en Francia aquellos experimentos con transfusiones de sangre en pollos, publicándose los primeros resultados en 1957. En una estación experimental del Instituto Nacional de Investigación Agronómica, perteneciente al CNRS, inyectaron por vía intraperitoneal sangre de una variedad de gallinas Roder Island Real en la sangre de otras gallinas. Como había demostrado Sopikov, este tipo de inyecciones provocan perturbaciones irregulares en la pigmentación de las plumas de los descendientes de la primera, segunda y tercera generación. De ahí concluían que las inyecciones actuaron sobre los caracteres hereditarios, ya que solo los descendientes de tres generaciones sucesivas presentaban alteraciones, mientras que los progenitores inyectados no experimentaban ninguna modificación. Los descendentes de los sujetos nacidos de padres inyectados estaban afectados, lo que demostraba que este fenómeno afectó a la línea germinal y no se fijó en el citoplasma. Este experimento fue un choque que abrió un debate, otro más, el 24 de noviembre de 1962 en el Collège de France, luego reproducido por la revista Biologie médicale.

    Según Benoit, que abrió la sesión con una introducción muy breve, las hibridaciones vegetativas “en la actualidad no parecen poder explicarse por medio de los datos de la genética clásica y de hecho incitan a buscar nuevas explicaciones”. Leroy confiesa que comenzó sus investigaciones intrigado por los avances logrados por los botánicos soviéticos y se defiende de los ataques que había comenzado a padecer como consecuencia de su interés por el asunto. Acusado de emplear “procedimientos medievales”, describe minuciosamente las precauciones adoptadas en el laboratorio para impedir la acción de factores imprevistos u ocultos: pureza génica, alimentación, estabilidad de los ejemplares utilizados, etc. Su conclusión es que la sangre incide sobre los caracteres hereditarios y se ve obligado a disculparse por tener que dar la razón a los investigadores soviéticos:

    Sería abusivo ver en el tipo de investigaciones que nosotros emprendemos un objetivo diferente del científico. Nada podrá frenar las conquistas definitivas de la ciencia de la herencia. La genética de Mendel, Morgan y de sus sucesores ha transformado la biología; sería pueril pensar que nuestro trabajo es contrario al mendelismo. ¿No es más exacto ver ahí un enriquecimiento y un complemento? Sinceramente, ¿tiene alguien derecho a decir que nosotros no tenemos nada que aprender en un dominio tan complejo, tan vasto y donde la ingeniosidad de los mecanismos no cesa de sorprendernos? El hombre ciertamente no ha agotado todos los recursos que le reservan el estudio y la observación (437).

    El suizo Maurice Stroun, profesor de bioquímica en la Universidad de Ginebra, también defendió la hibridación vegetativa en el coloquio de París. Stroun publicó numerosos artículos y libros en los que resumía sus experimentos, tanto con injertos vegetales (solanáceas) como con transfusiones de sangre en animales (pollos). En 1963 comunicó que aves de la variedad White Leghorn que habían sido repetidamente inyectadas con sangre de la gallina Grey Guinea, producían descendencia con algunas plumas moteadas de gris en la segunda y posteriores generaciones. Para las hibridaciones dentro de una misma especie, las conclusiones de Stroun eran tres:

    a) mediante injertos es posible influenciar los caracteres hereditarios

    b) las modificaciones introducidas son a menudo diferentes de las obtenidas mediante cruce sexual ya que presentan una segregación en la primera generación, la transmisión de una parte únicamente de los caracteres y la aparición de nuevos caracteres

    c) las modificaciones están orientadas: los caracteres introducidos en la variedad influenciada se aproximan a menudo a las del mentor

    Por el contrario, concluye también Stroun, en las hibraciones entre especies diferentes las modificaciones no se orientan.

    Lo que se presentaba como un “descubrimiento” sorprendente también fue convenientemente enterrado. El paso del tiempo fue ocultando las huellas de tal forma que no sólo las investigaciones soviéticas debían figurar sin respaldo fuera de las fronteras de aquel país sino aisladas, extrañas, únicas. Una de las conclusiones del coloquio de París era que se habían identificado los efectos de la hibridación vegetativa pero se ignoraban las causas, agentes y mecanismos que operaban en ellas, de las cuales sólo se podían avanzar hipótesis. Jean, el hermano de Maurice Stroun, participante en el debate, sostenía que el ADN ocupaba un lugar central en la transmisión hereditaria, pero que no era el único factor, indicando ya entonces la posibilidad de que también participaran el ARN y algunas proteínas nucleares. En plena ola de furor de la doble hélice aquello aguaba la fiesta de la teoría sintética.

    Pero las sorpresas del debate de 1962 no acababan ahí. En su exposición Leroy mencionaba las investigaciones llevadas a cabo por el biólogo Milan Hasek (1925-1984) en Praga con embriones de pollo varios años antes y, por su parte, Jean Stroun también mencionó las reacciones inmunológicas como una de las cuestiones relacionadas con las hibridaciones. Lo mismo que Leroy en Francia, por influencia de la botánica soviética, Hasek había iniciado sus propios experimentos de hibridación en Checoslovaquia, publicando en 1953 su obra “La hibridación vegetativa de las plantas” en ruso. Después de los investigadores soviéticos fue uno de los primeros en trasladar las hibridaciones desde los vegetales a los animales, poniendo en comunicación los vasos sanguíneos de embriones de pollo. Observó que después de nacer los pollos eran quimeras ya que tenían células de los dos tipos genómicos y su descubrimiento le condujo al terreno de la inmunología, convirtiéndose en uno de los más reputados científicos en ese dominio. A diferencia de los vegetales, los animales más evolucionados tienen un sistema inmunitario muy desarrollado que rechaza cualquier injerto, transfusión o transplante. Apoyándose en la teoría fásica de Lysenko, Hasek descubrió que los organismos quiméricos eran tolerantes a las transfusiones de sangre e injertos de piel. También quedaba claro que el sistema inmunitario no era estable sino que se desarrollaba a partir de las primeras fases embrionarias de modo que en ellas se puede lograr la tolerancia hacia cuerpos extraños y, por tanto, evitar el rechazo, una característica adquirida que se conserva para las etapas maduras.

    Este descubrimiento de Hasek, que posibilitó en la década siguiente los primeros transplantes de órganos en seres humanos, es el que se atribuye a Medawar y el que le valió a éste la obtención del Premio Nóbel de Medicina en 1960, una de esas características vergüenzas de la historia de la ciencia en el siglo XX. Frente a Medawar, Hasek padecía cuatro lacras imperdonables en la guerra fría: no era anglosajón, escribía en ruso, era lysenkista y militante del partido comunista de su país. El Premio Nóbel no podía tener un destinatario así en 1960. Se sabía que los transplantes eran una de las técnicas con futuro de la medicina cuyo verdadero origen había que encubrir.

    Hoy la hibridación se ha convertido en una práctica rutinaria en los laboratorios. Hace varias décadas que Sonneborn, por ejemplo, logró fusionar los núcleos de dos bacterias Paramecium aurelia, quedando un único ejemplar con dos citoplasmas diferentes. En 1965 Henry Harris fusionó células de dos especies distintas, que pasaban así a disponer de dos núcleos distintos. Según Harris no sólo el citoplasma identificaba los mensajes procedentes de ambos núcleos sino que ambos nucleos identificaban los mensajes procedentes del citoplasma (438). Desde 1975 se logran fusionar células distintas (hibridomas) por el método de César Milstein, Niels Kaj Jerne y Georges J.F. Köhler, es decir, mediante campos eléctricos, aunque también es posible utilizar otros procedimientos. Se engendra así un híbrido de un linfocito B con una célula tumoral (mieloma) que reúne las características de ambas: el linfocito produce anticuerpos y el tumor se reproduce muy rápidamente, con lo cual se obtiene una célula mixta capaz de producir anticuerpos en cantidades importantes (439). Un genetista español, Lacadena, ha expuesto recientemente los últimos avances en hibridación de plantas, a las que da otra denominación, considerándolas como una “nueva” técnica experimental que disimula sus orígenes teóricos y prácticos. Lo resume de una forma que podría rubricar el mismo Lysenko:

    A partir de la década de los setenta se han desarrollado nuevas técnicas experimentales de hibridación somática producida por fusión de protoplastos de especies diferentes y posterior diferenciación de plantas adultas que, evidentemente, llevan las dotaciones cromosómicas completas de ambas especies [...]

    La regeneración de plantas adultas a partir de cultivo de protoplastos es una técnica de especial utilidad dentro de la biotecnología vegetal actual; por ello los intentos que se están haciendo en las especies cultivadas son numerosos [...]

    Las perspectivas que ofrece esta nueva técnica de hibridación parasexual son de extraordinaria importancia al poder salvar la barrera de la reproducción sexual en combinaciones híbridas entre especies más o menos alejadas en la escala evolutiva [...] Merece la pena destacar la obtención de híbridos somáticos de patata y tomate por regeneración a partir de la fusión de protoplastos por si en un futuro pudiera llegarse a obtener una nueva forma vegetal con un doble aprovechamiento agronómico: serían los tomatotatas (topatoes) o patamates (pomatoes) si bien en principio diversos problemas citogenéticos como los de inestabilidad cromosómica, interacciones genéticas, etc., impidieron augurar su posible utilización práctica. Algunos años más tarde, Jacobsen y colaboradores obtuvieron de nuevo los híbridos somáticos de patata y tomate y las decendencias de dos generaciones de retrocruzamientos con patata (440).

    En este punto -como en otros- el mendelismo está condenado a sufrir un descalabro detrás de otro, especialmente contundentes en su tesis fuerte, a saber, que en la hibridación vegetativa no hay intercambio génico. En 2002 el checo Jaroslav Flegr, autor de algunas de las aportaciones más innovadoras a la biología reciente, publicaba un artículo en cuyo título se preguntaba si Lysenko no tenía razón, al menos en parte. Según Flegr, “no puede sorprender que las propiedades del patrón influyan en las propiedades de la púa. No sólo las moléculas de bajo peso molecular, sino también las proteínas y el ARN se desplazan fácilmente a través del floema, por lo que también penetran desde el patrón en la púa” (441). Al año siguiente el japonés Hirata indicó, después de décadas de investigación en torno a las hibridaciones vegetativas, la vía probable a través de la cual se produce el intercambio génico entre el patrón y el injerto: los transposones. Expuso literalmente lo siguiente:

    Durante 50 años hemos analizado las variaciones genéticas inducidas mediante injerto en variantes del pimiento. Hemos encontrado e informado sobre varios tipos de variaciones con conductas genéticas irregulares en las progenies derivadas de injertos repetidos. Basándonos en nuestros experimentos, sugerimos particularmente que la transformación es el mecanismo probable de los cambios genéticos inducidos. Para comprobar la hipótesis, supervisamos la transferencia de ADN de la púa al patrón utilizando técnicas moleculares. Encontramos varias secuencias específicas comunes entre el ADN de la púa, el del patrón y variaciones inducidas por el injerto similares a las secuencias de los transposones del tomate. Es probable que la transferencia de genes y el mecanismo integrado de las plantas injertadas se establezca a través del sistema de retrotransposones (441b).

    En materia de hibridación vegetativa los investigadores orientales están muy por delante de los occidentales. Un año después del descubrimiento de los japoneses, hubo una nueva defensa de la hibridación vegetativa por parte de Yongsheng Liu, del Departmento de Horticultura del Instituto de Ciencia y Tecnología de Henan (China) quien ha publicado varios artículos en los que confirma que por medio de injertos se pueden obtener auténticos hibridos vegetativos, no quimeras, y que se trata de variedades estables. El investigador chino confirma que en las hibridaciones existe intercambio génico, que califica como transgénesis bidireccional: del patrón hacia la púa y a la inversa. Según Liu el intercambio génico se produce a través del ARN mensajero, el cual se transfiere entre el patrón y el injerto, luego la transcriptasa inversa lo transcribe a ADN capaz de integrarse en el genoma de uno o de otro y de sus células embrionarias (442). Tanto Darwin, como Lysenko y Liu coinciden en dar una importancia máxima a la hibridación vegetativa. El británico la relacionó con otros fenómenos biológicos, como la regeneración, la reversión o la gemación, afirmando que debían ser comprendidos “desde un punto de vista único”. Según Liu la hibridación vegetativa es, además, una prueba de que la teoría de la pangénesis de Darwin es una teoría genética correcta. Considera que la detección de ácidos nucleicos circulantes y priones en la savia de la planta y en la sangre de los animales demuestra que la función de las gémulas en la pangénesis de Darwin la desempeña el ARN mensajero. Es al británico (y no a Mendel) a quien hay que atribuir la paternidad de la genética, concluye Liu.

    Pero el golpe de gracia llegó en 2009 cuando la Universidad de Chicago publicó el libro de Kingsbury sobre la historia de las hibridaciones, que el autor reconoce ligadas a la historia milenaria de la agricultura misma, viéndose obligado a mencionar a Lysenko y las investigaciones soviéticas, si quiera en un pequeño apartado envuelto en la vieja nube intoxicadora de la guerra fría, de la que no es capaz de deshacerse (443). En mayo de ese mismo año la revista Science informaba que investigadores del Instituto Max Plank de Postdam-Golm (Alemania) habían comprobado que entre las células que forman parte de un injerto existe intercambio génico (443b). Los experimentos se llevaron a cabo con dos plantas transgénicas de tabaco que contenían secuencias genómicas de resistencia a distintos antibióticos, determinando dos limitaciones al descubrimiento:

    a) sólo hay transferencia de los genes insertos en los cloroplastos, no de los que forman parte del núcleo
    b) la transferencia se produce únicamente en la zona de contacto, por lo que sólo afecta a los brotes allí formados

    Como se observa es una tesis muy matizada y, como también es habitual en el ágora mendelista, Science nada decía de la prehistoria de los injertos, como tampoco del alcance teórico de los mismos, aunque los mendelistas se guardaban expresamente de las posibles acusaciones de lysenkismo diciendo que las hibridaciones vegetativas no son análogas a las sexuales: excusatio non petita acusatio manifesta, decían los latinos, o dicho en palabras de Liu: las hibridaciones vegetativas están inextricablemente unidas al nombre de Lysenko. No hay manera de ocultar más tiempo un fraude científico que dura ya más de medio siglo. Pero que después de este tiempo se esté demostrando que Michurin y Lysenko tenían razón, también ha suavizado los posicionamientos de los viejos lysenkistas de antaño, supervivientes gastados por las polémicas de la guerra fría, algunos de los cuales parecen empeñados en disculparse por haber defendido la tesis verídica frente a la artillería mendelista. Es el caso de Maurice Stroun, quien pasa del lysenkismo inicial a un criterio más matizado en 2006:

    A finales de los 50 y principios de los 60 del siglo pasado, tuvo lugar una lucha teórica entre los científicos occidentales y los rusos acerca de la teoría que explica el mecanismo de la evolución. De acuerdo con el neo-darwinismo, la evolución era el resultado del azar y de la necesidad, es decir, de las mutaciones que llegan por casualidad favoreciendo la supervivencia del más apto. Para los genetistas de Rusia, los caracteres adquiridos eran la base de la evolución, es decir, el medio ambiente modifica las características de los genes. Uno de los principales experimentos en que los genetistas de Rusia basaban su teoría era la transmisión de los caracteres hereditarios mediante una técnica especial de injerto entre dos variedades de plantas, una planta mentor y una planta pupilo. En su desarrollo la variedad pupilo depende por completo de su planta mentor, cuyas características hereditarias se modifican correlativamente. En el mundo occidental estos experimentos fueron contemplados con dudas. Nosotros fuimos de los pocos que trataron de repetir este tipo de experimentos. Después de tres generaciones de injertos entre dos variedades de berenjena, tuvimos éxito en la obtención de modificaciones hereditarias de las plantas pupilo, que adquirieron algunas de las características de la variedad mentor. La vinculación entre algunas de las características hereditarias de la planta mentor se rompieron, la segregación de la descendencia fue anormal y las características dominantes aparecen como recesivas en las plantas descendientes. En lugar de adoptar las opiniones de los científicos rusos acerca de los caracteres adquiridos, sugerimos que el ADN circulaba entre la planta mentor y la pupilo y supusimos que algunas moléculas de ácido nucleico que transportan la información genética podrían penetrar en las células somáticas y reproductivas de la planta pupilo en un momento propicio y permanecer activas (444).

    Por lo tanto, en los injertos no sólo hay comunicación fisiológica, sino incluso intercambio génico entre las dos variedades que se unen. Las hibridaciones vegetativas ocasionan una transgénesis natural, lo cual supone la formación de algo distinto, como siempre sostuvo la genética de Darwin, Michurin y Lysenko.

    Por sí misma, la discusión sobre las hibridaciones vegetativas resume la polémica lysenkista. Es un punto en el que la demagogia no ha ahorrado descalificaciones, a cada cual más insultante. En los países capitalistas algunos críticos decían que no habían podido corroborar los experimentos de hibridación, pero los más atrevidos hablan sencillamente de manipulación y de fraude. Experimentadores como Gluchenko debían estar tan obcecados con sus absurdos tomates que dedicaron 40 años de su vida, casi toda ella, a practicar injertos que -supuestamente- nadie más era capaz de reproducir. Quizá la ineptitud corría por cuenta de quienes jamás lograron ninguna clase de hibridación o, simplemente, cerraron los ojos ante la evidencia, no sólo de Michurin o Gluchenko sino de 10.000 años de prácticas agrícolas que se han propuesto borrar de la historia para mantener en pie una ideología tambaleante.

    Es sólo una parte del estilo de la campaña propagandística de la guerra fría. Sin embargo, lo más significativo es que ninguno de los feroces críticos de Lysenko extiende sus insultos contra Darwin porque éste es el fetiche intocable. Además, el agrónomo soviético tiene que aparecer aislado, como el bicho raro, la nota discordante que de ninguna manera se puede poner en relación con Darwin. Finalmente, hay que rescatar a Darwin de sus propios desvaríos. Por eso su obra de madurez “Variación de los animales y las plantas bajo domesticación” no se tradujo al castellano hasta 2008. Pero los fraudes de los anglosajones ni siquiera tienen esta disculpa idiomática; simplemente mencionan las obras de Darwin según les conviene en cada caso. Sólo mediante la censura y la mutilación del pensamiento darwinista -y de otras corrientes de la biología- la teoría sintética ha podido infiltrar sus postulados entre la ciencia.

    La cuestión sigue hoy planteada en los mismos términos que en 1948: un amplio consenso mayoritario de botánicos que se niega a reconocer las hibridaciones vegetativas y un reducido número de excéntricos que afirma todo lo contrario. Los primeros hacen bien en cerrar los ojos porque están en juego todos y cada uno de los fundamentos que han venido manteniendo desde 1883. Afortunadamente para la humanidad la ciencia nunca ha resuelto sus dilemas a mano alzada; mientras queden herejes podemos tener confianza en el progreso del pensamiento.
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    Mensaje por Erazmo Sáb Oct 09, 2010 9:23 pm

    Camarada Leningrad, buenos los insertos pero podriaís haberlos resumido y así dejar el contenido, Lysenko, y obviar el marco.
    Al parecer estos largos post son como una catársis para vos.

    Efrem Lysenko es un científico aún en desarrollo, la aplicación práctica de sus ponencias es aún casi desconocida y para los investigadores que quieran romper el inmovilismo científico hoy estudiarlas y experimentar podría abrir y ensanchar horizontes hoy inéditos.

    Solo mencionaré una idea de Lysenko, que nunca se puso en práctica y está esperando por investigadores.

    "El medio modifica la forma e incluso puede transformarla, a tal punto que la forma original se disuelva en otra completamente nueva" esa fué una explicación de Lysenko al psicoanálisis pero es indudable que se podría aplicar en un espectro mucho más amplio.


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    Mensaje por Dimitri Kalashnikov Sáb Oct 09, 2010 9:47 pm

    Leningrado , si podrias resumir lo que has posteado seria de gran ayuda para poder debatir con más fluidez.
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    Mensaje por Dimitri Kalashnikov Sáb Oct 09, 2010 9:50 pm

    Respecto a esta teoria , a mi me parcee falsa ya que se bas en el lamarkismo que es falso aunque fue un buen intento para romper con la tradiconal ''obra divina del mundo''.

    Ademas hoy en dia la biologia ya no es darwinista al 100% ahora con los avences en genetica pues se sabe mucho más de como actua la ley de seleccion natural y como se producen los cambios en la naturaleza.
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    Mensaje por Demofilo Dom Oct 10, 2010 11:26 am

    A mí esta teoría me parece cierta precisamente porque se basa en el lamarkismo.
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    Mensaje por Dimitri Kalashnikov Dom Oct 10, 2010 3:57 pm

    Demofilo escribió:A mí esta teoría me parece cierta precisamente porque se basa en el lamarkismo.

    Si te refieres a la teoria de los caracteres adquiridos , es falsa.

    El organismo no se adapta al medio , el medio adapta al organismo.
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    Mensaje por Demofilo Dom Oct 10, 2010 7:01 pm

    Eso que dices de que "el organismo no se adapta al medio, el medio adapta al organismo" no lo había leído nunca. Me parece una frase brillante, pero no se si una cosa impide la otra...

    ¿Por qué es falsa la teoría de los caracteres adquiridos? Si es cierto, el darwinismo, que también es una teoría de los caracteres adquiridos también sería falso. ¿O no?
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    Mensaje por Dimitri Kalashnikov Dom Oct 10, 2010 7:08 pm

    El lamarkismo afirma que los caracteres adquiridos se pasan a la siguiente generación, eso es imposible, tu naces con unos genes y con ellos moriras.

    El organismo quizas se adapte al medio pero esa adaptacón no se pasara a la siguente generación.

    Lo que pasa es que de una poblacón ''X'' no todos tendran los mismos genes , unos seran más resistentes y otros no , los no resistentes moriran y los fuertes sobreviven pasando asi sus genes a sus hijos.

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    Mensaje por Demofilo Dom Oct 10, 2010 7:41 pm

    Si, efectivamente, yo nací de una única célula y ahora tengo millones de ellas. Las células de cualquier cuerpo vivo se renuevan continuamente, incluso las neuronas, es decir, mueren y se crean otras nuevas, de manera que el cuerpo entero está renovando todas sus células.

    También es cierto que algunas corrientes dominantes de la genética han dicho lo mismo que tú: que nacemos con el mismo ADN con el que morimos, con lo cual habría una única excepción a esa permanente renovación del cuerpo humano.

    Pero eso no es verdad. Se sabe desde los años cuarenta que nuestro ADN se reestructura en respuesta a la presión ambiental a la que se ve sometido el organismo. Por eso hoy se ha impuesto la idea de un genoma "móvil" y cambiante en función del medio.

    Ademas, en los genomas hay trozos móviles de ADN, llamados transposones, que cambian de lugar siguiendo estímulos ambientales.

    Pero lo que ha acabado sacando de quicio a las podridas teorías genéticas es que nuestro genoma no procede de nuestros ancestros de manera íntegra sino que tiene un origen viral y bacteriano, es decir, que en todos los seres vivos el ADN está cambiando mediante una transgénesis natural, mediante la absorción de trozos de ADN ajenos. Incluso Lynn Margulis tiene un libro que se titula así precisamente: "Captando genomas".

    Por supuesto que en ninguna población, ni humana ni vegetal, existen dos seres vivos con el mismo genoma. Pero los genomas no son más "resistentes" unos que otros; habrá unos organismos más resistentes que otros y los organismos que mueren no son los más resistentes: en unos casos morirán los más lentos, en otros los menos inteligentes, en otros los peor adaptados, etc. Un organismo puede tener una cualidad y el otro una diferente.

    Nuestros padres no nos pasan sus "genes". Tú has nacido de un óvulo de tu madre y en un óvulo, además, de ADN hay muchas otras cosas que no es ADN. Nuestros padres tienen cromosomas, que se componen de ADN y proteínas. Con la fecundación los cromosomas se rompen y los trozos resultantes se fusionan de nuevo creando un genoma nuevo, distinto, que no es el de tu padre ni el de tu madre.

    Aparte de cromosomas, entre lo que recibimos de nuestra madre está el sistema inmunológico: los anticuerpos, que los obtienes de la primera leche materna que mamaste, que se llama calostro. Si no hubieras mamado el calostro materno, es muy probable que no hubieras durado ni una semana.

    Los caracteres adquiridos sí se heredan. Por ejemplo, en Amsterdam hay un instituto que se dedica a estudiar un caso singular de herencia de los caracteres adquiridos: los efectos a largo plazo del hambre sobre la salud humana, porque en el invierno de 1943 murieron en aquel país más de 30.000 personas de hambre como consecuencia de la ocupación nazi al final de la guerra. Las mujeres holandesas embarazadas que sobrevivieron dieron a luz una generación de niños de tamaño relativamente pequeño, más propensos a contraer enfermedades. Cuando estos niños crecieron y tuvieron sus propios hijos, éstos también eran de reducido tamaño. Los análisis médicos realizados a los supervivientes 60 años después encontraron en la descendencia rastros genéticos de delgadez. Por consiguiente, el efecto del hambre en las madres holandesas de la posguerra se había perpetuado hasta afectar a sus nietos.
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    Mensaje por Dimitri Kalashnikov Dom Oct 10, 2010 8:05 pm

    Lo que tu estas diciendo es ceirto , pero con el ejemlo de la mal nutricón , no es que tus hijos tengan los mismos problemas que tu , eso puede llevar a la mutacón de genes que si pasaran a la descendencia.

    Son enfermedades y situacines que afectan a los genes , pero todo es producto del azar , puede que una malnutricon combinada en una determinada situación cree una mutacion que provocara una mejor adaptabilidad en el medio.

    Las mutaciones pueden ser para peor (el caso de la malnutricón que afecta al funcionamiento del organismo y puede provocar mutaciones), neutras(el caso del color de los ojos) o mejoras ( como por ejemplo la mutación que te haga resistente al SIDA)
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    Mensaje por Demofilo Dom Oct 10, 2010 8:47 pm

    No funciona así. Una mala alimentación provoca que las bases nitrogenadas del ADN modifiquen su composición química, la más estudiada de las cuales es la metilación, es decir, la transferencia de grupos metilo (CH3) a las citosinas, que son una de las bases del ADN.

    La metilación del ADN provoca cambios en las histonas, las proteínas que envuelven el ADN en el núcleo de la célula y que sirven también para regular el funcionamiento del ADN. Las secuencias de ADN que están envueltas por las histonas tienen dificultades para desempeñar su función, mientras que las demás lo hacen más fácilmente porque están más accesibles. Es decir, que la metilación del ADN funciona como una especie de interruptor del ADN: enciende o apaga su funcionamiento.

    Hay otras muchas modificaciones bioquímicas del ADN: acetilación, fosforilación, ubiquitilación y sumolación. Eso no son mutaciones porque el ADN no cambia: cambia la composición bioquímica de determinadas partes suyas. Las metilaciones tampoco son aleatorias sino que son mecanismos de respuesta del genoma ante modificaciones del medio ambiente.

    Tampoco son enfermedades y la malnutrición tampoco lo es. El experimento de Amsterdam lo que demuestra es que fenómenos somáticos (ajenos al ADN) como la alimentación, modifican el ADN sin necesidad de que muten sus bases.
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    Mensaje por Dimitri Kalashnikov Dom Oct 10, 2010 9:09 pm

    Como comprenderas no soy biologo , lo de la situacón de malnutrición es un ejemplo.

    Lo que yo me refier oque la teoria de lamark no es cierta , ya que el utiliza el ejemplo de las girafas , lo que tu estas diciendo no tiene nada que ver con lamark.

    Esos caracteres o cambios se manifestaran siempre y cuando los cambios afecten a las celulas reproductoras.


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    Mensaje por Demofilo Dom Oct 10, 2010 11:46 pm

    Yo tampoco soy biólogo, pero sí he leído a Lamarck y te puedo asegurar que eso es justamente lo que decía.
    Los ejemplos no sirven para demostrar sino para ilustrar y aclarar. Lamarck puso varios ejemplos de sus tesis, entre ellos el de la jirafa que es bastante claro de lo que quería decir. Darwin utiliza otros ejemplos para defender exactamente lo mismo que Lamarck. Oponer a ambos es absolutamente falso: Darwin es un continuador de Lamarck.

    Para defender las tesis de Lamarck no es necesario poner el ejemplo de una enfermedad; basta cualquier otro. Tú dices que los cambios se transmiten a las generaciones sucesivas siempre que afecten a las células reproductoras.

    Pero en esas células, como en cualesquiera otras, hay muchos componentes, además del ADN. Lo que la genética oficial dice es que esas células reproductoras no están afectadas por las demás células, las somáticas. Otras veces dicen lo mismo cuando sostienen que el ADN no está afectado por los demás componentes celulares. Ambas tesis son falsas. Todos los tipos de células se influyen unos sobre otros y el ADN influye sobre las proteínas y a la inversa.

    Un ejemplo de un carácter adquirido que se transmite al margen del ADN: los priones, que son unas proteínas con la misma composición química que otras pero plegadas de una forma diferente y que,m como consecuencia de ello, desempeñan funciones diferentes. Pues bien, los priones son la base de una herencia en la que no participa el genoma. Los priones modifican la configuración física de otras proteínas sin necesidad de ADN y esa nueva característica se transmite a las generaciones sucesivas.

    Otro ejemplo de herencia sin ADN: el ARN, del que se ha demostrado que tiene propiedades autacatalíticas, es decir, que es capaz de reproducirse a sí mismo sin necesidad de ADN. Por lo tanto, el ADN crea ARN pero éste también puede crear ADN y transmitirse así a las generaciones sucesivas. Los retrovirus son el caso más claro de este fenómeno: son virus de ARN que crean ADN el cual se inserta dentro del genoma creando nuevas propiedades heredables que antes no exitían.
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    Mensaje por Dimitri Kalashnikov Lun Oct 11, 2010 12:04 am

    Si , tienes razon , me he leido unos cuantos articulos y investigaciones recientes y es asi.

    Entonces el señor este Leysenko tenía razón?
    Y las acusaciones de que su ciencia era falsa son mentira?
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    Mensaje por Gagarín Lun Oct 11, 2010 12:19 am

    Dimitri Kalashnikov escribió:Si , tienes razon , me he leido unos cuantos articulos y investigaciones recientes y es asi.

    Entonces el señor este Leysenko tenía razón?
    Y las acusaciones de que su ciencia era falsa son mentira?
    Muchas de las acusaciones que recibió si fueron falsas.Pero el asunto no se limita solo al caso de Lysenko,sino que este es un ejemplo de la marginación que sufren las teorías alternativas al neodarwinismo.Actualmente se acepta que el proceso de cambio se da por alteraciones y errores en la replicación del ADN,es decir mutaciones aleatorias.Pero la problemática surge cuando gran parte de estas mutaciones resultan defectuosas y convierten al individuo en no apto para la supervivencia ¿Cómo puede explicarse que las mutaciones sean entonces la principal vía de cambio y diversidad biológica?

    Aquí entrarían en juego esas teorías alternativas.Con Lysenko concretamente no concuerdo mucho,me decanto más bien por la Teoría de la Simbiogénesis.
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    Mensaje por Erazmo Lun Oct 11, 2010 3:21 am

    Dimitri Kalashnikov escribió:
    Demofilo escribió:A mí esta teoría me parece cierta precisamente porque se basa en el lamarkismo.

    Si te refieres a la teoria de los caracteres adquiridos , es falsa.

    El organismo no se adapta al medio , el medio adapta al organismo.


    Camarada dimitri kalaschnikov, "El organismo no se adapta al medio , el medio adapta al organismo" Darwin en su libro de la teoría evolutiva de las especies da un ejémplo clásico del organismo adaptándose al medio "al describir una variedad de pájaros del brasil que modifican sus picos para alcanzar su comida", sí lo razonaís eso es lo lógico el medio solo existe y el organismo para vivir de el debe adaptarse a la condición del medio.

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    Mensaje por Demofilo Lun Oct 11, 2010 9:28 am

    A ver si lo consigo resumir de una manera breve para comprender lo que pasó con Lysenko, en mi opinión.
    La biología es una ciencia fundada por Lamarck cuya médula es la evolución de los seres vivos. Su obra fue y sigue siendo marginada en los mundillos oficiales.
    Darwin fue un continuador de Lamarck cuyos escritos propagaron la teoría de la evolución. Además, puso en el centro de la evolución a la selección natural.

    En 1900 la biología tradicional da un giro de 180 grados sobre dos puntos básicos:
    - la separación entre células somáticas células germinales: éstas no son influenciadas por aquellas (Weismann)
    - la manipulación de una breve conferencia de Mendel que da lugar a las famosas "leyes": aparece el mendelismo

    Desde 1900 hasta 1945 ambas corrientes de la biología coexisten:
    - hacia 1930 la nueva biología fusiona a Darwin con Mendel: es la "teoría sintética" o neodarwinismo
    - la biología tradicional se opone a los dos puntos de las nuevas corrientes y a eso se le empieza a llamar "lamarckismo"
    - la mayor parte de los biológos son "lamarckistas" sobre todo porque se oponen a que la selección natural sea el núcleo central de la biología

    A partir de 1945 el imperialismo norteamericano obra el milagro: convierte a la mayoría en minoría y a la minoría en mayoría. Impone el neodarwinismo hasta tal punto de que aquí y ahora tú no puedes ir a la bilioteca de una Facultad de Biología y pedir un libro de Lamarck porque no lo tienen. El imperialismo sólo difunde a Darwin y sólo una parte de Darwin: la que a ellos les interesa. La consecuencia es que los biólogos no tienen ni idea ni de Lamarck (por supuesto) pero tampoco de Darwin. Lo mismo que en España pasa en el resto del mundo, excepto en Rusia, los países del este y China. ¿Casualidad? En absoluto.

    El imperialismo tropieza en la Unión Soviética con Lysenko, un agrónomo que se llama a sí mismo darwinista pero que no es neodarwinista, es decir, que sostiene las tesis auténticas de Darwin, que son las mismas de Lamarck y se lanzan como locos, ridiculizándole. Es el caso de degeneración de la ciencia más grave de la edad contemporánea.

    Yo creo que Lysenko es uno de los últimos defensores de la biología "tradicional" que el imperialismo ha acabado liquidando. Por consiguiente, no expone una teoría elaborada por él mismo sino que se opone al cambio que los imperialistas querían promocionar, es decir, que sus tesis no tienen suficiente entidad como para sostener una alternativa a la biología dominante, algo que sí ha logrado la teoría de la simbiogénesis, como dice Gagarin. Lysenko critica el neodarwinismo pero su posición es de enfrentamiento, sin aportaciones positivas de alcance suficiente. A mi modo de ver hay dos cosas interesantes en Lysenko: su crítica al neodarwinismo es justa y sus pequeñas aportaciones también lo son.

    A diferencia de los lacayos seudocientíficos del imperialismo, Lysenko no miente en sus escritos.
    Pero para saber más sobre este asunto hay que recurrir al conocido documento que aclara este tema:
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