http://www.revistaanfibia.com/cronica/marche-contra-mi-padre-genocida/Marché contra mi padre genocida
Por Juan Manuel Mannarino
Mariana D. se cambió el apellido hace un año. Es la hija del represor Miguel Etchecolatz. El 10 de mayo marchó a Plaza de Mayo. Como las 500 mil personas que se movilizaron en Buenos Aires contra el 2x1, como millones de argentinos, quiere que su padre cumpla la condena en la cárcel. “Es un ser infame, no un loco. Un narcisista malvado sin escrúpulos”, dice ella, que padeció la violencia de Etchecolatz en su propia casa.
La hija de Miguel Etchecolatz camina por Avenida de Mayo y Perú buscando a sus dos amigas. No agita el pañuelo blanco ni salta con los cánticos. Podría ser cualquier mujer de las miles que asisten a la marcha contra el 2×1. Salvo sus amigas, ninguna de las 500 mil personas que se amontonan en la Plaza de Mayo y alrededores y gritan “como a los nazis les va a pasar, adonde vayan los iremos a buscar” saben que esa mujer anónima es hija de uno de los hombres más conocidos de la represión. Se llama Mariana D. Hace un año se cambió el apellido.
Mariana lloró cuando se conoció el fallo de la Corte que otorgó el 2×1 al represor Luis Muiña. Horas después del fallo de la Corte, Etchecolatz, condenado seis veces por delitos de lesa humanidad, pidió el beneficio del 2×1. Como los que marcharon el 10 de mayo, como millones de argentinos, quiere que los genocidas condenados mueran en la cárcel. Que su padre, el excomisario Miguel Osvaldo Etchecolatz, muera en la cárcel. Mariana D. fue por primera vez a una marcha por los derechos humanos. Nunca se animó a ir a Plaza de Mayo los 24 de marzo. Por miedo a ser rechazada. Por miedo a no poder soportar el dolor en vivo y en directo. Pero ahora está allí por primera vez para decir que ella, también, desea verlos morir en la cárcel.
Etchecolatz era una presencia fantasmagórica en su casa de Avellaneda. Mariana y sus hermanos varones J .M. y F. M. solo lo veían los fines de semana. De lunes a viernes, el padre conducía el aparato represivo de la ciudad de La Plata y alrededores. Daba órdenes para secuestrar personas, torturarlas, asesinarlas. Los sábados y domingos Etchecolatz casi no hablaba. Se la pasaba echado en una cama mirando televisión. Cada tanto emitía un silbido: había que llevarle rápido un vaso de agua mineral fresca con gas. Si algo no le gustaba, Etchecolatz les pegaba unos bifes con la palma abierta a sus hijos.
Mariana supo de grande que su madre intentó varias veces escaparse con ella y sus dos hermanos. Lo planeó varias veces. Etchecolatz se dio cuenta y la amenazó: “Si te vas te pego un tiro a vos y a los chicos”.
A las siete de la tarde del 10 de mayo, a unas cuadras de la Plaza de Mayo, Mariana D., rubia, de estatura media, se mueve con la misma soltura con la que da clases en una universidad privada. Viste zapatillas y campera negra. Y cada vez que pide permiso para avanzar entre la multitud, sonríe. Alguien grita “un médico, por favor, un médico”. Los cuerpos se aprietan unos con otros. Es imposible llegar a la Plaza. Mariana se marea por la oleada de gente, se toma de los brazos de sus amigas, hasta que logra sacarse las zapatillas y treparse a la baranda de una parada de subte. Desde ahí, mira: las banderas de CTERA por la defensa de la educación pública, las del Partido Obrero, la de La Cámpora, los carteles con las caras de los desaparecidos.
***
“Debiendo verme confrontada en mi historia casi constantemente y no por propia elección al linde y al deslinde que diferentes personas, con ideas contrarias o no a su accionar horroroso y siniestro pudieran hacer sobre mi persona, como si fuese yo un apéndice de mi padre, y no un sujeto único, autónomo e irrepetible, descentrándome de mi verdadera posición, que es palmariamente contraria a la de ese progenitor y sus acciones (…) Permanentemente cuestionada y habiendo sufrido innumerables dificultades a causa de acarrear el apellido que solicito sea suprimido, resulta su historia repugnante a la suscripta, sinónimo de horror, vergüenza y dolor. No hay ni ha habido nada que nos una, y he decidido con esta solicitud ponerle punto final al gran peso que para mí significa arrastrar un apellido teñido de sangre y horror, ajeno a la constitución de mi persona. Pero además de lo expuesto, mi ideología y mis conductas fueron y son absoluta y decididamente opuestas a las suyas, no existiendo el más mínimo grado de coincidencia con el susodicho. Porque nada emparenta mi ser a este genocida”.
Argumentos personales en la solicitud del cambio de apellido de Mariana Etchecolatz a Mariana D, mujer nacida el 12 de agosto de 1970 en Avellaneda. Texto presentado en noviembre de 2014 en un juzgado de Familia de Capital Federal.
***
—¿Cuánto escuchaste por primera vez lo que había hecho tu padre?
—De joven. Fue muy difícil, porque vivíamos en una burbuja, sometidos y desinformados. Aparentábamos lo que no éramos. Las personas que nos rodeaban decían “qué capo es tu viejo”. No había quienes nos dijeran “mirá este hijo de puta lo que hizo”. Una vez que escuché un testimonio en un juicio ya no me hizo falta nada más. Hasta hoy me da aberración.
Mariana es psicoanalista y en el consultorio a veces escucha a pacientes con problemas de sueño. Es ella, esta vez, la que no puede dormir después de la marcha. En su departamento, donde vive con su pareja Nicolás y tres perros que encontró en la calle, hace zapping y pone una película del Rey Lear. Dice que por el cambio de apellido siente una “reparación”, pero que sigue preocupada por “este gobierno de derecha que avanza contra los derechos del pueblo”.
El día que el correo le envió el nuevo documento y abrió el sobre, se desesperó. Seguía teniendo el apellido Etchecolatz. “Fue un error administrativo, así que lo tuve que hacer de vuelta. Mirá lo que me costó borrarme ese estigma”.
—¿Qué sentís con tu nueva identidad?
—Siento calma, perdí el miedo y adquirí la madurez necesaria. Lo de la marcha fue conmovedor. Hay que tener la memoria despierta. Me siento acompañada porque somos millones.
—¿Y cómo lo viven tus otros hermanos y tu mamá?
—Todos nos liberamos de Etchecolatz después de que cayó preso por primera vez, allá por 1984. Vivíamos en Brasil porque era jefe de seguridad de los Bunge y Born, y regresó pensando que era un trámite, como si la Justicia no le llegara a los talones. Al principio lo visitábamos, pero después mi madre, María Cristina, pudo decirle en la cara que íbamos a dejar de verlo. Ella siempre nos protegió de ese monstruo, si no hubiera sido por su amor, no podríamos haber hecho una vida. Y mis hermanos J.M. y F.M. se fueron a vivir lejos de Buenos Aires, cada uno hizo su familia, ahora somos muy unidos. Mi mamá se casó con un hombre que ama, y está en el exterior. Nadie llegó a lo que yo llegué, pero me apoyan.
—¿Para vos tu padre era un monstruo? ¿Lo viviste así?
—Su sola presencia infundía terror. Al monstruo lo conocimos desde chicos, no es que fue un papá dulce y luego se convirtió. Vivimos muchos años conociendo el horror. Y ya en la adolescencia duplicado, el de adentro y el de afuera. Por eso es que nosotros también fuimos víctimas. Ser la hija de este genocida me puso muchas trabas.
—¿Cómo cuáles?
—Portar un apellido así es como que te obliga a sostener lo que hizo, y eso no se lo permito más. Aparte, nunca existió un vínculo real con él. Me produjo inconmensurables angustias, huellas de traumas infantiles, a eso se le suma lo que todos nos fuimos enterando sobre su rol criminal en el terrorismo de Estado. Fue la encarnación del mal en todos los ámbitos.
—¿Nunca fue afectuoso con ustedes?
—No. Etchecolatz hizo todo lo que un padre no hace. Era un ser invisible, que usaba la violencia y no se le podía decir nada. Aparentaba tener una familia, pero nos tenía asco y era encantador con los de afuera. Vivíamos arrastrados por él, mudanzas todo el tiempo, sin lazos, sin amigos, sin pertenencias. Una realidad cercenada. Nos cagó la vida. Pero nos pudimos reconstruir.
***
Hay algo que Mariana no se explicará jamás: cómo un hombre criado en el campo, en la pampa húmeda bonaerense, de familia honesta y humilde, llegó a convertirse, con una instrucción básica y rudimentaria, en uno de los ejecutores más fríos y eficientes de la maquinaria del terror. A los 13 años entró a la Escuela Vucetich y, tiempo después, se ganó la confianza de Ramón Camps, jefe de Policía de la provincia de Buenos Aires.
La charla transcurre en el living de su casa. A pocos metros, en una biblioteca hay libros de Zygmunt Bauman, Julio Cortázar, Noam Chomsky, Juan José Hernández Arregui y Edgar Allan Poe.
A Mariana le interesa destacar la figura de su madre, a la que considera una víctima de violencia de género. Etchecolatz le llevaba veinte años. Se conocieron cuando ella fue a hacer una denuncia a la comisaría de Avellaneda. “Se enamoró de una imagen. Luego él la empezó a golpear, ascendió rápidamente en la policía y mi mamá hizo lo que pudo. Se resistió pero era como luchar sola contra toda una fuerza policial. Y cuando cortamos relación con él, empezamos de cero, mi mamá nunca había trabajado y vivimos con lo justo, pero con un alivio descomunal”, dice. Y llora.
***
La primera infancia fue feliz. Mariana D. vivió en la casa de los abuelos maternos, en Avellaneda. Les decían “El Perón y la Perona”, por su simpatía con el movimiento peronista. La abuela hacía asados en el patio. Su madre era hija única y disfrutaban de la visita de amigos músicos, se ponían a cantar tangos, a escuchar ópera. Unos tíos abuelos los alzaban y les compraban facturas.
—Eran laburantes, del interior de Buenos Aires. Por su cargo de jefe, Etchecolatz ya vivía poco con nosotros. Mis abuelos no lo querían. Lo llamaban el “mal bicho”.
Mariana nunca reconocerá a Miguel Etchecolatz con la palabra padre o papá. Lo llamará siempre por el apellido.
A los ocho años se fueron a vivir a La Plata. Y empezó el infierno. Jamás pudo completar más de un año en un mismo colegio. A ella y a sus hermanos los cambiaban “por seguridad”. No pudo hacer amigos. Se relacionaban con los hijos de otros represores conocidos, como el ex médico Jorge Antonio Bergés y el mismo Camps, que fue padrino de F.M., el hijo más chico de Etchecolatz.
El bautismo de F.M. lo hicieron en la residencia oficial del máximo jefe de la fuerza, una mansión en La Plata. La familia Etchecolatz viajó en cinco autos “por seguridad”. Había custodia de refuerzo. Se desató tormenta fuerte. Miguel Etchecolatz estaba atento a un handy. Le llamaban “Dorotea Inés”, apodo que combinaba las letras de su cargo como director de la Dirección de Investigaciones.
—Dorotea Inés, Dorotea Inés, hubo un accidente —gritó entonces un custodio. Un custodio suyo se había disparado un arma automática, tras pasar un badén. Etchecolatz bajó de su auto, constató la muerte de su subordinado y siguió como si nada hubiera ocurrido. El bautismo siguió con total normalidad.
—Nunca lo vi sufrir. Ni siquiera cuando una vez le pusieron una bomba en la jefatura de policía y le habían roto el oído. En el hospital seguía dando órdenes como un autómata. Los hijos de Bergés o de Camps al menos recibieron algo de amor, nosotros, nada —dice Mariana.
—¿Nada lo conmovía?
—Lo religioso. Se persignaba dándoles besos a las estampitas. Él se consideraba por debajo de Dios pero por encima de los mortales. Con mi hermano J.M. decíamos que cuando rezaba se estaba comiendo los santos.
***
La segunda infancia fue la de vivir con custodios que hacían de niñeras cama adentro en un edificio blindado de tres pisos de calle 62 y 11, en La Plata. No podían dormir en paz. Ciertas madrugadas estallaban disparos y su madre les tapaba los oídos con mantas y colchones. De día los llevaban de paseo por la Escuela Vucetich y por el Tiro Federal. Etchecolatz pernoctaba en el destacamento policial.
—Lo veíamos en fiestas oficiales, en desfiles. Con nosotros infundió el mismo miedo y respeto que con sus subordinados.
Los sábados y domingos, cuando Etchecolatz se aparecía por el edificio de 62 y 11, Mariana y J.M. se escondían en un placard. Apenas escuchaban la voz metálica, los niños temblaban esperando un arranque de furia contra ellos o su madre. Nunca miró sus cuadernos de colegio, nunca jugó con ellos, nunca una caricia.
Cuando dejaba el edificio, Mariana y sus hermanos se ponían a rezar. Para que nunca jamás volviera. “Que por favor se muera”, pensaba ella, entonces.
***
Una vez, recuerda Mariana, la llevó a ver una película. Fue una de las pocas salidas juntos. Mariana era la hija contestataria. “Mirá lo que me hacés hacerte”, le decía su padre cuando la castigaba. Movía la mandíbula y las manos, preparaba la escena con frases como “Mmm…vida” o “Marianita, Marianita”, como advirtiendo una futura paliza. Luego de golpear con la palma abierta, pedía perdón. Era flaco, alto, de espalda pequeña y tenía tanta fuerza que un día partió un jarrón al medio con las manos, sin arrojarlo al piso. Mariana tenía 15 años cuando Etchecolatz la invitó al cine. No hablaron nunca: ni antes, ni durante ni después de la película. Era “La Historia Oficial”. Mariana cerró los ojos cuando el personaje de Héctor Alterio le apretó a Chunchuña Villafañe los dedos contra una puerta. La escena la reconoció como familiar. Y no la olvidará jamás. “No tengo dudas que fue un goce silencioso. El del perverso, que es el que más duele”, dice ahora, con la precisión de una pericia psicológica.
***
Dice que empezó a salir a la calle con “Néstor y Cristina”. Que sintió los escraches de H.I.J.O.S. como si hubieran sido propios. Que nunca olvidará el velorio de Néstor Kirchner y el cierre de mandato de Cristina Fernández de Kirchner. “Fue hermoso sentir lo politizado que estábamos, ir de marcha en marcha, este pueblo no va a sucumbir ante los poderosos”.
Cuando cumplió veinte años se alejó de su familia. Viajó a España, volvió, vivió sola. Trabajó de secretaria. Se puso a estudiar en la Facultad de Psicología, aunque no en la Universidad Nacional de Buenos Aires como hubiera querido. Su hermano F.M. abandonó la universidad. “Su examen está desaparecido”, le dijo un profesor.
—Lo terrible es que con mis hermanos nos refugiamos en el anonimato por la sombra de ese hijo de puta. Ellos no lo soportaron y se fueron de la ciudad, yo decidí quedarme. Vivir así es duro, humillante. A mí me bochaban los exámenes por el apellido y volvía a casa con un ataque de angustia.
A Mariana había gente que le retiraba el saludo por el sólo hecho de portar ese apellido. Cuando en una librería entrega la tarjeta de crédito para pagar, del otro lado del mostrador escuchaba: “Qué apellido, eh”. Ella se quedaba muda. No sabía, no podía, responder o hacer algún gesto.
La última vez que escuchó la voz de su padre fue en la cárcel de Magdalena, en 1985. Dijo: “Qué vergüenza estos zurdos, lo que me hicieron”. Y nada más.
—¿Cómo te sentías cuando escuchabas su apellido en los medios?
—Me invadía el terror. Me angustié desesperadamente con lo de Julio López. Me temo que aún sigue sosteniendo poder desde la cárcel, no es un ningún viejito enfermo, lo simula todo. Todavía hay gente que piensa que fue alguien íntegro porque “nunca robó nada”. Como si eso lo exculpara de los crímenes aberrantes que cometió.
—¿Y quién es verdaderamente Etchecolatz?
—Es un ser infame, no un loco, alguien que le importan más sus convicciones que los otros, alguien que se piensa sin fisuras, un narcisista malvado sin escrúpulos. Antes me hacía daño escuchar su nombre, pero ahora estoy entera, liberada.
—¿Qué deseas de acá en adelante?
—Que no salga nunca más. Nunca me había animado a contar mi historia. Y lo único que quiero expresar ante la sociedad es el repudio a un padre genocida, repudio que estuvo siempre en mí. Mejor dicho: el repudio de una hija a un padre genocida.
2x1 a los genocidas: el fallo de la vergüenza
Razion- Moderador/a
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- Mensaje n°26
Re: 2x1 a los genocidas: el fallo de la vergüenza
stalingrado en la memoria- Miembro del Soviet
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- Mensaje n°27
Re: 2x1 a los genocidas: el fallo de la vergüenza
Argentina: lucha contra la impunidad logra otra victoria
Las 500 mil personas que salieron a la calle en Buenos Aires durante esta semana, motivó que desde el mismo organismo se anunciara el inicio de un nuevo trámite para los expedientes de los violadores de los derechos humanos.
La movilización fue en repudio a resolución de la Corte de Justicia que aprobara la denominada ley 2x1, en beneficio de los genocidas presos de la última dictadura
En un comunicado, desde la Corte, explicaron que harán un nuevo análisis de la aplicación del beneficio en función de la ley que votó el Congreso. Adelantaron que pedirán opinión a las diferentes partes.
Desde Página 12 se informa que La Corte Suprema volverá a analizar el beneficio del 2x1 a la luz de la nueva ley votada esta semana, que excluye de su aplicación a los acusados por delitos de lesa humanidad.
En un escueto comunicado difundido el viernes, el tribunal anunció que los expedientes de ese tipo que están bajo su órbita, que son por lo menos quince, tendrán un nuevo trámite, casi desde cero: notificarán a las partes (las defensas de los represores, las querellas y el ministerio Público Fiscal) para que emitan opinión, teniendo en cuenta la norma que entró en vigencia, y luego resolverán.
Fue tan contundente y generalizado el rechazo al fallo que benefició al represor Luis Muiña con la reducción de la pena, fue tan fuerte el golpe para la credibilidad y el prestigio de la Corte, y tan contundente el repudio de otros tribunales inferiores que no sería descabellado que revise su postura con la excusa del cambio normativo.
http://www.diariolajuventud.com/index.php/internacionales/item/6087-argentina-lucha-contra-la-impunidad-logra-otra-victoria
Tripero- Moderador de Reserva
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- Mensaje n°28
Re: 2x1 a los genocidas: el fallo de la vergüenza
http://www.eldia.com/nota/2017-5-16-13-8-12-aguer-sobre-el-2x1-en-lesa-humanidad-es-un-fallo-bien-fundado--el-pais
Y a esta gente le pagamos todos los argentinos...
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pablo13- Miembro del Soviet
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- Mensaje n°29
Re: 2x1 a los genocidas: el fallo de la vergüenza
Sobre la banalización del genocidio y la responsabilidad del Estado
( Respuesta a un artículo de Daniel Muchnik publicado en Clarín: https://www.clarin.com/opinion/banalizar-uso-termino-genocidio_0_HymyujoxW.html )
( Respuesta a un artículo de Daniel Muchnik publicado en Clarín: https://www.clarin.com/opinion/banalizar-uso-termino-genocidio_0_HymyujoxW.html )
http://www.po.org.ar/prensaObrera/online/politicas/sobre-la-banalizacion-del-genocidio-y-la-responsabilidad-del-estadoEl periodista y escritor Daniel Muchnik acaba de publicar una columna en la que, detrás de una aparente búsqueda de precisión histórica, se suma a la tribuna argumentativa del operativo político que busca la libertad de los genocidas.
En el artículo, titulado “No banalizar el uso del término genocidio” (Clarín, 19/5), Muchnik llama a atenerse rigurosamente a una de las definiciones brindadas por quien acuñara el término genocidio, Raphael Lemkin: “cualquiera de los actos perpetrados en tiempo de paz o de guerra con la intención, a través de un plan coordinado, de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal”.
Pero haciendo gala de una cobardía sin fondo, el columnista no dice cuáles serían los casos de banalización que él estaría viniendo a combatir. Es claro, sin embargo, que el artículo busca exculpar del crimen de genocidio a los militares presos por las aberraciones cometidas durante la última dictadura militar argentina.
La definición de Lemkin
Dejemos de lado por un segundo la agenda política a la que sirve esta argumentación y vayamos a su contenido. En primer lugar, el propio Muchnik incluye inadvertidamente en la lista de genocidios a la matanza de homosexuales por parte de los nazis, que no cumpliría estrictamente con la definición citada, ya que los homosexuales no constituyen un grupo nacional, étnico, racial ni religioso. Es llamativo que no incluya, dicho sea de paso, al genocidio de mayor magnitud y duración que se está produciendo actualmente: el genocidio del pueblo palestino a manos del Estado de Israel y la ocupación sionista.
Pero, volviendo al concepto de genocidio, Raphael Lemkin jamás dejó de incluir en él el exterminio sistemático de otro tipo de grupos. Lemkin se dedicó al tema durante prácticamente toda su vida: en 1933, cuando el Holocausto aún no había tenido lugar, el estudio del exterminio de los armenios lo llevó a postular la necesidad de definir el “crimen de barbarie”, que sería un claro antecedente del concepto de genocidio y consistía en “el exterminio de colectividades sociales” (R. Lemkin, El genocidio como un crimen bajo el derecho internacional, destacado nuestro). No sólo eso, sino que fue el propio Lemkin el encargado de redactar la Resolución 96 de la Asamblea General de las Naciones Unidas (El crimen de genocidio, 1946), en la que se define: “El genocidio es una negación del derecho de existencia a grupos humanos enteros, de la misma manera que el homicidio es la negación a un individuo humano del derecho a vivir: tal negación del derecho a la existencia conmueve la conciencia humana, causa una gran pérdida a la humanidad en el aspecto cultural y otras contribuciones representadas por estos grupos humanos (…) Muchos ejemplos de tales crímenes de genocidio han ocurrido cuando grupos raciales, religiosos o políticos han sido destruidos parcial o totalmente”. Esta definición, de puño y letra de Lemkin, incluye a los grupos políticos. No sólo eso, sino que la versión en inglés es incluso más amplia, al hablar de “y otros grupos” (“and other groups”).
Fue genocidio: el plan sistemático de exterminio de un grupo social y político
El accionar de la dictadura de Videla y sus sucesores claramente se incluye en las definiciones de genocidio realizadas por Lemkin (y también en las de los profusos estudios posteriores sobre genocidio): hubo un plan sistemático de exterminio orientado a destruir físicamente a la vanguardia de la clase obrera y los luchadores sociales, así como la destrucción de toda expresión política, cultural, económica y social que la dictadura pudiera considerar “contaminada” por el “marxismo-leninismo”.
El exterminio físico de trabajadores, estudiantes, luchadores sociales y opositores estuvo acompañado por la disolución de los partidos políticos de izquierda (como Política Obrera, antecesora del actual PO), la persecución y asesinato de los intelectuales que pudieran referenciarse en la izquierda e incluso el peronismo de izquierda, así como la quema de libros y la censura de toda experiencia cultural relacionada. No olvidamos tampoco la apropiación de los hijos de los desaparecidos, por cuya restitución aún continuamos luchando. Todas estas modalidades son detalladas por Lemkin en su texto “Genocidio, un crimen moderno” como “Técnicas de genocidio".
Un Estado genocida en dictadura y en “democracia”
El objetivo de la represión genocida fue definido claramente con anterioridad a la dictadura: lo hizo el “demócrata” Balbín, al llamar a poner fin a la “guerrilla fabril”, lo hizo el gobierno peronista al firmar el decreto de “aniquilación de la subversión” y emprender el Operativo Independencia. Ya durante la dictadura, el PJ y la UCR aportarían centenares de intendentes al personal político de la maquinaria genocida; incluso el Partido Socialista Democrático (PSD) aportó embajadores, siguiendo la tradición histórica del PS argentino de apoyar dictaduras asesinas (Alfredo Palacios fue embajador de la Libertadora).
La embestida del macrismo (con el aval de prácticamente todo el régimen político) busca disolver las responsabilidades de este Estado genocida. Pretenden dar el broche de oro al proceso de enjuague y encubrimiento que pasó por las fases del alfonsinismo con la obediencia debida y el punto final, por el menemismo con los indultos, y por el propio kirchnerismo, que pidió “perdón” en nombre del Estado mientras ponía a un genocida al frente del Ejército.
La histórica movilización popular del 10 de marzo pasado puso las cosas en su lugar, pero el conjunto de los personeros del régimen político insiste: ya Carrió pide la prisión domiciliaria para los genocidas, en línea con la Iglesia (en el mismo lugar donde se publicó el artículo de Muchnik, Clarín publica unos días más tarde una columna de un sacerdote pidiendo el mismo “beneficio”, incluyendo a los apropiadores ilegales de bebés). Se impone como tarea para todos los luchadores por los derechos democráticos la exigencia del juicio político a los jueces de la Corte Suprema que votaron el fallo del 2x1, tal como lo reclamará la movilización del Encuentro Memoria, Verdad y Justicia este martes 23.
La lucha contra el genocidio implica el desmantelamiento del Estado genocida y el fin del dominio político de la clase social genocida que nos gobierna. Que gobiernen los trabajadores.
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- Mensaje n°30
Re: 2x1 a los genocidas: el fallo de la vergüenza
Justicia progenocida: le concedieron la prisión domiciliaria a Etchecolatz
El Tribunal Federal N° 6 le permite al criminal irse a su casa de Mar del Plata. Fue mano derecha de Camps durante la dictadura y está sospechado de orquestar la segunda desaparición de Julio López.
El Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 6 de la Ciudad de Buenos Aires le hizo un regalo de fiestas al genocida Miguel Osvaldo Etchecolatz. En un fallo para el escándalo, los jueces determinaron concederle la prisión domiciliaria a quien fuera mano derecha de Ramón Camps en la Policía Bonaerense durante la dictadura cívico-militar y que cuenta con varias condenas por graves violaciones a los derechos humanos.
El abogado de Etchecolatz había solicitado el beneficio de arresto domiciliario basándose en la letra de los artículos 10 del Código Penal y 32 de la ley 24.660. Según el pedido, Etchecolatz era merecedor del beneficio “por entender que la situación del imputado -quien cuenta con 88 años y diversas dolencias- encuadra dentro de las previsiones de la normativa reseñada, tratándose del geronte con mayor edad en institución carcelaria en todo el ámbito penitenciario federal”.
Con el fallo del TOF 6, el criminal genocida podrá mudarse a su casa de la calle Nuevo Boulevard del Bosque, entre Guaraníes y Tobas, Bosque Peralta Ramos, ciudad de Mar del Plata. Un inmueble seguramente obtenido con el robo de los bienes personales de las víctimas a las que él y los suyos secuestraron, torturaron y, en la mayoría de los casos, desaparecieron.
La garante de “cuidar” a Etchecolatz será nada menos que su esposa, según quedó establecido en el fallo. Y sólo “en caso de corresponder” se contemplaría una “vigilancia mediante un dispositivo de monitoreo electrónico”.
La excusa utilizada por el abogado del genocida para pedir que pueda irse a su casa fue “la existencia de un delicado cuadro de salud por parte de Etchecolatz que amerita el otorgamiento del beneficio solicitado, ya que resulta claro que, más allá de la cronicidad de las patologías que padece el nombrado, con el transcurso del tiempo se ha venido presentando una situación de progresivo deterioro de su salud y estado clínico general”.
En el Poder Judicial saben muy bien que Etchecolatz utilizó más de una vez estudios médicos adulterados o fraguados para hacerse pasar por un inofensivo “viejito enfermo”. Evidentemente eso no les interesa.
Etchecolatz es uno de los representantes paradigmáticos de la represión y la impunidad en Argentina. Después de hacer y deshacer cuanto quiso como jefe de la patota de la Bonaerense entre 1976 y 1983, gozó de la más absoluta libertad durante años gracias a las leyes del perdón impuestas por el presidente radical Raúl Alfonsín.
Como la imprescriptibilidad del delito de robo de bebés (no contemplado por las leyes de impunidad) se lo juzgó y condenó a siete años de prisión en la causa Sanz, como responsable por la apropiación y supresión de identidad de la hija de una pareja de desaparecidos. Por su estado de salud en aquel entonces también se le aplicó el beneficio del arresto domiciliario pero en junio de 2006 el privilegio se le revocó al comprobarse que tenía un arma en su casa.
En 2006, tras la anulación de las leyes de Obediencia Debida y el Punto Final conquistada por la lucha popular, fue condenado a prisión perpetua en un juicio histórico desarrollado en La Plata. En ese proceso fue clave el testimonio de Jorge Julio López, quien acusó certeramente y describió al detalle varias de las crueldades sufridas por él y protagonizadas por el genocida.
El 18 de septiembre de ese año López fue secuestrado y desde entonces nunca más se supo de él. Las mayores sospechas, tanto de su secuestro y como el encubrimiento posterior, tuvieron a la Policía Bonaerense como destinataria. Pero detrás de ese crimen es evidente que también está el mismo Etchecolatz, quien en instancias judiciales posteriores hasta llegó a mofarse del desaparecido.
Etchecolatz también fue condenado a prisión perpetua en 2014, junto a otros genocidas, en un juicio en el que se trataban varios secuestros y torturas en el centro clandestino La Cacha.
Ahora, a días de entrar en feria judicial, entre Navidad y Año Nuevo y en pleno verano, los jueces del Tribunal Oral en lo Criminal Oral N°6 (que en los últimos meses viene actuando en total sintonía con el Gobierno de Macri para criminalizar la protesta social y dictar fallos reaccionarios), le regala al viejo criminal un pasaje a su casa de Mar del Plata.
Probablemente el escrache público al domicilio de Etchecolatz por parte de sobrevivientes de la dictadura, de organismos de derechos humanos y de la comunidad en general no se haga esperar demasiado.
http://www.laizquierdadiario.com/Justicia-progenocida-le-concedieron-la-prision-domiciliaria-a-Etchecolatz
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Re: 2x1 a los genocidas: el fallo de la vergüenza
Este empleado del Partido Credicoop sabe que la URSS jamás denunció el terrorismo de estado en Argentina porque tenía un convenio cerealero con la oligarquía nacional.
Mientras el PCA entregaba a sus militantes, apoyaba a los milicos del Proceso y co-gobernaba con el kichnerismo que no movieron un dedo para esclarecer la desaparición de Julio López.
Asquito progre.
Mientras el PCA entregaba a sus militantes, apoyaba a los milicos del Proceso y co-gobernaba con el kichnerismo que no movieron un dedo para esclarecer la desaparición de Julio López.
Asquito progre.
31 de diciembre de 2017
Opinión
Etchecolatz y Hess: una lección moral
Por Atilio A. Boron
El 2017 termina en la Argentina con otra pésima noticia que se suma a otras conocidas en las últimas semanas: el Tribunal Oral Federal Nº 6 de la ciudad de Buenos Aires le concedió el genocida y torturador probado y confeso Miguel Osvaldo Etchecolatz, ex Director de Investigaciones de la Policía Bonaerense, el beneficio de la prisión domiciliaria a causa de su “delicado cuadro de salud”. El personaje de marras desempeñó aquel cargo entre marzo de 1976 y fines de 1977 y fue la mano derecha de otro asesino de triste memoria, el ex general Ramón Camps. En 1986 Etchecolatz (que actualmente tiene 88 años) fue sentenciado a 23 años de cárcel al ser hallado culpable de 91 casos de tortura. Después de la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final en 2003 fue condenado por delitos de lesa humanidad en un juicio que se sustanció en el 2006 y donde fue el único acusado. En esa oportunidad se lo condenó a prisión perpetua por seis homicidios. Fue en el juzgado de La Plata donde se ventilaba el caso que un testigo presencial de sus crímenes, al albañil Jorge Julio López, lo identificó como uno de los torturadores. En su declaración narró entre otras la siguiente escena: “La chica estaba casi a mi lado, en un camastro. Le habían tirado un baldazo con agua y Etchecolatz le pasaba picana...y ella le gritó: “Por favor no me mates, llevame presa de por vida pero dejame criar a mi beba”...y él le sonrió...y delante mío le pegó un balazo ahí mismo. Si la encuentran alguna vez, verán que la cabeza tiene dos agujeros, porque la bala entró por la nuca y le salió por el costado”. Conocida la sentencia, los fotógrafos advirtieron que el genocida había escrito el nombre de López en un pequeño papel, y también una orden: “secuestrar”. El mensaje fue a parar a manos cómplices y obedientes. Tres horas después, López desaparecía para siempre.
Teniendo a la vista estos antecedentes, ¿debería concedérsele a Etchecolatz el beneficio de la prisión domiciliaria? Desde el punto de vista ético, filosófico, la respuesta es terminante: no, de ninguna manera. Ni la edad ni una enfermedad deben atenuar la ejemplaridad de la pena que le fue impuesta por la comisión de delitos atroces y aberrantes. Pero, además, hay un antecedente internacional que merece ser tenido en cuenta: es el caso del ex jerarca nazi Rudolf Hess. Este había caído prisionero de los ingleses en una extraña misión que lo había llevado al Reino Unido, supuestamente con el objeto de pactar una tregua con Londres para que los ejércitos hitlerianos librasen una batalla en un solo frente, el oriental, y aplastar a la Unión Soviética que, sin duda, era una vieja aspiración de las potencias capitalistas. Al producirse el derrumbe del Tercer Reich Hess como tantos otros fue juzgado por el Tribunal de Nuremberg y condenado a cadena perpetua el 1º de octubre de 1946. Junto con otras prominentes figuras del régimen nazi fue enviado a la cárcel de Spandau, un enorme complejo carcelario construido por Bismarck en Berlín. El presidio fue diseñado para albergar a 500 prisioneros pero luego de los juicios de Nuremberg trasladaron a todos los presos y la cárcel se destinó exclusivamente a la reclusión de los condenados, custodiados por más de cien guardia cárceles y personal militar de Estados Unidos, Francia, Reino Unido y la Unión Soviética. Sólo 7 antiguos jerarcas nazis ocuparon sus celdas y en 1966, con la excarcelación de Albert Speer al cumplirse los veinte años de su condena, el único que permaneció en ese inmenso presidio, en confinamiento solitario y custodiado por un inmenso aparato fue Hess.
Desde los años ochenta algunos sectores neonazis europeos comenzaron a promover abiertamente una campaña para lograr la excarcelación de Hess, aduciendo su avanzada edad (más de 80 años) y sus problemas de salud. Pero tal como lo revelara el periódico británico The Guardian en su edición del 20 de Julio de este año, nada menos que desde 1957 Londres venía sigilosamente solicitando la excarcelación de Hess a las autoridades soviéticas. La reciente desclasificación de los Archivos Nacionales que se hizo efectiva al cumplirse 30 años de la muerte del lugarteniente de Hitler permitió conocer algunos interesantes entretelones anteriormente vedados a la opinión pública, entre ellos la hipocresía de la lucha de las “democracias capitalistas” contra el fascismo. En once ocasiones –¡once, no una!– el Reino Unido demandó de manera unilateral a la URSS la liberación de Hess, y en otras catorce lo hizo de común acuerdo con Washington y París. La última petición británica la firmó Margaret Thatcher el 4 de Octubre de 1982 según consta en los archivos. (ver https://www.theguardian.com/uk-news/2017/jul/20/uk-pressed-for-rudolf-hess-release-from-spandau-prison-soviets-hitler-thatcher-national-archives) Sin embargo, la absoluta intransigencia de la Unión Soviética frustró esos planes. Esta actitud fue acompañada, si bien discretamente, por el gobierno de Israel. El argumento de Moscú se apoyaba en dos consideraciones: uno, la liberación de Hess sería una afrenta a los veinte millones de soviéticos que murieron a causa de la invasión nazi a la URSS; dos, que una tal decisión alentaría la resurgencia del nazismo y el racismo en Europa. Fracasadas estas tentativas de liberación por “causas humanitarias” Hess murió en prisión en 1987, a los 93 años, en misteriosas circunstancias. La versión oficial es que se ahorcó, pero en Londres hay quienes aseguran que fue asesinado para que se lleve a la tumba el secreto de la misión que lo llevara al Reino Unido a inicios de los años cuarenta. De lo anterior se desprende una lección para la Argentina: un gesto supuestamente “humanitario” como el que benefició a un personaje como Etchecolatz –aún más sórdido y criminal que Hess que nunca perpetró por mano propia las atrocidades cometidas por aquel– no sólo es inmoral sino que fomentará el crecimiento de grupos racistas y neofascistas de diverso pelaje y alimentará la ilusión de que sus crímenes, como ocurrió en el pasado, podrían quedar impunes. Y en la Argentina de hoy si hay algo que no necesitamos es precisamente eso.
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