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    La cuestión del género y la clase social; Gazeta de Antropología Marxista-Leninista, 2015

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    La cuestión del género y la clase social; Gazeta de Antropología Marxista-Leninista, 2015 Empty La cuestión del género y la clase social; Gazeta de Antropología Marxista-Leninista, 2015

    Mensaje por Enver19 Sáb Jul 21, 2018 12:21 pm

    La cuestión del género y la clase social; Gazeta de Antropología Marxista-Leninista, 2015



    Aprovechamos el pasado 8 de marzo, el «día internacional de la mujer trabajadora» para publicar el siguiente artículo de Alejo Sola, uno de nuestros colaboradores de este medio, quién recientemente también ha creado su propio medio de difusión llamado: «Gazeta de Antropología Marxista-Leninista», el cual como su propio nombre indica tendrá una relación con la antropología pero por supuesto siempre desde la óptica marxista-leninista. En este caso nos regala unas reflexiones sobre la cuestión de la mujer y la lucha de clases; enseñándonos que en nuestras sociedades de estructura y superestructuras burguesas y capitalistas lo que prima, existe y hay que profundizar para su evolución progresiva no es la lucha de sexos sino la lucha de clases y dentro de esta unas costumbres, unos clichés y unas desorientaciones de parte de las clases reaccionarias para azuzar lo primero: la lucha de sexos en detrimento de la lucha de clases.

    Del mismo modo se explica que como se ha demostrado en otras ocasiones históricas, sin dar respuesta a la lucha de clases la mujer no puede lograr la igualación en derechos y libertades con el hombre que tan justamente anhelan:

    «¿Cuál era el camino que establecían los comunistas para las mujeres? Dijeron que existían dos condiciones básicas para la emancipación de la mujer. La primera es que ellas debían ser liberadas de la esclavitud asalariada. Como se pide a todos los trabajadores, sin esto, las mujeres todavía se enfrentan a la opresión de clase y a todos los males del capitalismo: la inseguridad, el desempleo, la inflación, las guerras imperialistas, la servidumbre doméstica, la falta de atención pública para sus hijos, etc. (...) La segunda condición previa es que las mujeres se involucraran en el trabajo social productivo». (Partido del Trabajo de Albania; La nueva Albania; Un país pequeño, una gran contribución, 1984)

    El documento:


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    Con motivo del día de la mujer ayer día 8 de marzo, el análisis de la cuestión del género se nos vino de nuevo a las cabezas. La correcta definición de ésta cuestión a la hora de actuar realmente de manera revolucionaria ante ello es fundamental hoy día en la época del imeprialismo; del capitalismo en putrefacción. Ésto no se reduce a una mera cuestión antropológica: la cuestión antropológica no es nada si no es guiada por la ciencia máxima del único fenómeno absoluto; el cambio. Ésta herramienta no es otra más que el marxismo-leninismo.

    Numerosos son los discursos “progresistas” que se las dan como tales debido al influjo del feminismo. Pero, ¿qué es el feminismo? Es una corriente de pensamiento originada por las condiciones materiales de la aplicación del régimen de patriarcado heredado de la Edad Media (y heredado del esclavismo por ésta, y de las jefaturas -donde surge éste patriarcado- por éste, etc…) a la producción capitalista. Se fundamenta en la meta de conseguir igualdad entre hombres y mujeres, abstractos de su carácter de clase. Por ende, la defensa de las consignas feministas corresponde al paquete de medidas típicos de una revolución democrático-burguesa. Nada tiene que ver con la revolución socialista el simplemente atrancarse en éste paquete: hay que ir más allá.

    Verdaderamente, existe una desorientación general en la cuestión del género, ya que siempre, los filósofos y la intelectualidad defensora del interés de clase de la burguesía, han querido suplantar la dicotomía fundamental de la sociedad (la lucha de clases) por una “lucha de los sexos” que en los casos en que se da, es un simple complemento a la explotación del trabajo por el capital en la producción capitalista diaria, aumentando la tasa de plusvalía bruta que se extrae a los trabajadores y trabajadoras en el caso de éstas segundas. Es por tanto, en la división imperialista del trabajo, totalmente normal ver que éste patriarcado resulte una realidad aplastante en los países puramente productores y algo que simplemente se puede intuir con esfuerzo en los países metrópoli (sobre todo en los que tienden a ser paraísos fiscales), y que aparece “a medio gas” en países dedicados fundamentalmente a servicios que no son directamente financieros o de gestión de los circuitos mundiales del capital (siendo lo primero el rasgo característico de los “países capitalistas medios” y ésto último algo que corresponde a la metrópoli según el “esquema” científico del imperialismo desarrollado por Lenin a raíz de las ideas de Marx y Engels y que enriquecieron Stalin y Hoxha).

    Para los primeros casos mencionados de países (los puramente productores), hay que dejar bien claro que:

    “Disgregando la vieja familia, liberando a la mujer y al niño de la autoridad del padre y del marido, la gran industria [moderna, capitalista - Anotación de A. S.] trabaja por la aparición de una nueva familia, en la que la mujer dejará de ser una esclava [en el núcleo familiar - Anotación de A. S.] […]. Puesto que Marx aporta a las mujeres el anuncio de su liberación ineluctable, acarreada por la del proletariado. Marx parte del mundo real y del movimiento dialéctico de la historia. La contradicción del trabajo colectivo en las fábricas y de la apropiación individual entraña la rebelión de las fuerzas productivas [de su actor protagonista del desarrollo potencial futuro; el proletariado - Anotación de A. S.] contra la propiedad capitalista. El régimen de la libre empresa y del beneficio engendra al proletariado, hoy enemigo suyo y mañana su enterrador: el proletariado, compuesto por hombres y mujeres que no pueden emanciparse sin emancipar al mismo tiempo a todas las capas de la sociedad [y de su clase - Anotación de A. S.] […] Participación en la producción; liberación de la explotación capitalista, tales son las dos fases de la emancipación femenina. Con la abolición de la dictadura del capital, la suerte de la mujer se encontrará reglada. La victoria de la obrera emancipará a todas las mujeres de sus obstáculos, pondrá fin a la inferioridad jurídica, política, económica: puesto que las tutelas, las sujeciones, las servidumbres domésticas impuestas al sexo femenino por la sociedad burguesa no desaparecerán más que con ella”. (Freville, J; Introducción a “La mujer y el comunismo”, 1951)

    Pero nos surge una duda “antropológica”: ¿por qué es más exclusivo el patriarcado para los primeros casos de países?

    La respuesta es más bien simple: porque aglutinan la producción mundial en su mayoría. Habría, sin embargo, que introducir en éste grupo de países donde el patriarcado es una realidad abismal, como herramienta preferida utilizada por la producción capitalista [1] para amplificar su efecto sobre la clase obrera, a los países metrópoli que acarrean una base industrial poderosa, como EEUU, China y Rusia, donde casualmente esas diferencias de género están más acusadas (se demuestra además que las diferencias de salario según el género se acusan en aquéllos países que caen en la competencia internacional [2]) . No hace falta probar más que con datos obvios que la mujer trabajadora es la única que sufre este tipo de desigualdades salariales que llevan a ésta situación, ya que es la única sometida a las leyes del salario. El capital, la ganancia, sin embargo, no entiende de género pues no tiene conciencia (a diferencia del burgués, que fija el salario según las fluctuaciones de la oferta y demanda de fuerza de trabajo, determinada por el desarrollo de la competencia capitalista) y le da igual quién lo extraiga del trabajo ajeno y lo acumule; además no puede determinarse por estándares más que por la competencia y en ésta triunfan los burgueses más hábiles con la vara para con sus obreros y obreras, y con el talonario para con las instituciones del Estado, sean del género que sean éstos burgueses [3].

    No es de extrañar que la burguesía pretenda hacer pasar por “liberador de la mujer” un discurso no de clase sino de género: ¿acaso la mujer burguesa sigue explotada o ha sido explotada? ¿Se conseguirá algo que no sea maximizar la opresión de la mujer y el hombre trabajadores si se le otorgan más derechos a la mujer burguesa -o al hombre burgués, aunque no sea el caso del estado de la cuestión-? ¿Acabará acaso la explotación de proletarios y proletarias por burgueses y burguesas -y así la esclavización de la mujer y del hombre como proletarios- sin acabar con el capitalismo; si sólo se le equiparan los salarios? El trabajo seguirá siendo trabajo asalariado; compra-venta de la fuerza de trabajo, ergo la mujer, aunque con las mismas normas que los hombres en esa república democrática que equipare salarios, vería por el propio desarrollo de la competencia capitalista en todos sus niveles (que van de la mano entre sí) su salario, junto al de su camarada varón proletario, descender paulatinamente. Más aún: en las clases pequeño burguesas, donde la depauperación es muy acusada, la proletarizacióna afectará y atizará a ambos sexos sin miramientos y con el equidistante palo verde del derecho burgués. ¿No se prueba acaso que la única liberación posible para la mujer -y para el hombre- es su liberación de clase, la destrucción del capitalismo; ejercer hasta las últimas consecuencias el interés de clase del proletariado?

    Se suele decir que la única forma de aproximarse a grupos silenciados es pertenecer a esos mismos grupos. Se dice en consecuencia desde el feminismo (teoría burguesa de la emancipación femenina, como decíamos al principio, en contraposición a la única ciencia válida para ésta: el leninismo) más radical y pequeñoburgués que sólo la mujer puede emancipar a la mujer. Pero sin embargo, no es la mujer como tal, abstracta de su carácter de clase, mecánicamente homogeneizada, la que se transmuta como colectivo silenciado: es la mujer trabajadora como fundamento composicional básico del proletariado: es el proletariado el que se libera a sí mismo, conociendo la realidad, organizando sus elementos conscientes y provocando el movimiento de la masa mediante la concienciación de ésta misma (con su consecuente abandono de su carácter como “masa”), y atrayéndose a las “masas” explotadas de clases no proletarias (semiproletarias) para poder garantizar su triunfo, el triunfo de los intereses del proletariado que por la depauperación se convierten en intereses “de la sociedad” (v. Marx, Karl; “Introducción a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, 1843 capítulo VI; “El proletariado”). Tal es el ridiculismo al que caen las teorías burguesas cuando quieren penetrar en el movimiento obrero y desorganizarlo. Lo mismo va dirigido hacia el revisionismo cual misil hacia su testa. Igual para el nacionalismo y el chovinismo (formas de revisionismo, como por ejemplo ocurre con el maoísmo): todos ellos quieren desviar la atención de la clase obrera de la fuente de su sufrimiento; la explotación, tanto a nivel nacional como internacional (véase “teoría de los tres mundos” del revisionismo maoísta).

    Además, es bien absurdo que para analizar bien un grupo se ha de pertenecer a éste sí o sí: no son pocos los grandes teóricos y prácticos, héroes podríamos decir (que no son nada sin el pueblo, que de verdad es el único capaz del movimiento de la historia relegando a los héroes a un segundo plano), clásicos del marxismo, que no encuentran su origen de clase en el proletariado. Más aún: difícil es para un proletario permitirse un gasto en materiales de lectura de tales proporciones (aunque es también común que grandísimos cuadros comunistas han emanado directamente de esta clase).

    Esos “héroes” normalmente son miembros de la intelectualidad, de su fracción que se pone al servicio completo y bajo la subordinación total y absoluta de ella a los intereses de la clase obrera. La intelectualidad no es una clase, como recuerdan Lenin y Hoxha, sino más bien un grupo de pensadores sometidos a los intereses de según qué clase (como no puede ser de otro modo al existir bajo unas condiciones materiales de división social en clases), y sirven a ésta. Con el desarrollo de la construcción socialista, como prueban Stalin y sobre todo Jozsef Revai (leninista húngaro dedicado al análisis de la cultura), la intelectualidad se funde con la clase obrera: es la clase obrera propietaria de los medios de producción cultural e intelectual, debido y en consecuencia a que se convierte en poseedora de los medios de producción material (parafraseando a Marx).

    Volviendo al tema que nos ocupa, sería tan absurdo pensar que la mujer burguesa fuese a liberar a la mujer proletaria tanto como no comprender la posición de ambas en las relaciones de producción actuales.

    Engels nos recuerda el estado de la cuestión de la liberación de la mujer haciendo un paralelismo con la cuestión de las consignas democráticoburguesas:

    “La república democrática no suprime el antagonismo entre las dos clases; al contrario, no hace más que suministrar el terreno en que llega a su máxima expresión la lucha por resolver dicho antagonismo. De igual modo, el carácter particular del predominio del hombre sobre la mujer en la familia moderna, así como la necesidad y la manera de establecer la igualdad social efectiva de ambos, sólo se manifestarán con toda nitidez cuando el hombre y la mujer tengan, según la ley, derechos absolutamente iguales. Entonces se verá que la liberación de la mujer exige [como el paso previo mencionado en la cita de Freville - Anotación de A. S.], como primera condición, la reincorporación de todo el sexo femenino a la producción social, lo que a su vez requiere que se suprima la familia individual como unidad económica de la sociedad”. (Engels, Friedrich; “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, 1884, en “La mujer y el comunismo”, 1951, p. 53)

    Otro tanto ocurre con la cuestión de la etnia de pertenencia. Cuando la clase obrera centra sus esfuerzos en algo que nada tenga que ver con su emancipación de clase, como la emancipación de una etnia o género sin más, se estará condenando a mantener las condiciones de la propiedad privada sobre los medios de producción y, por ende, su esclavismo, su miseria, su explotación. Todos los intentos de reformismo están condenados ya que:

    “En general, la forma del cambio de los productos corresponde a la forma de la producción. Modificad esta última, y como consecuencia se modificará la primera. Por eso, en la historia de la sociedad vemos que el modo de cambiar los productos es regulado por el modo de producirlos. El intercambio individual corresponde también a un modo de producción determinado, que, a su vez, responde al antagonismo de clases. No puede existir, pues, intercambio individual sin antagonismos de clases. Pero la conciencia del buen burgués se niega a reconocer este hecho evidente. Como burgués, no puede por menos de ver en estas relaciones antagónicas unas relaciones basadas en la armonía y en la justicia eterna, que no permite a nadie velar por sus intereses a costa del prójimo. A juicio del burgués, el intercambio individual puede subsistir sin antagonismo de clases: para el estos dos fenómenos no guardan la menor relación entre sí. El intercambio individual, tal como se lo figura el burgués, tiene muy poca afinidad con el intercambio individual tal como se practica. El señor Bray convierte la ilusión del buen burgués en el ideal que él quisiera ver realizado. Depurando el intercambio individual, eliminando todos los elementos antagónicos que en él se encierran, cree encontrar una relación “igualitaria”, que quisiera instaurar en la sociedad. El señor Bray no ve que esta relación igualitaria, este ideal correctivo, que él quisiera aplicar en el mundo, no es sino el reflejo del mundo actual, y que, por tanto, es totalmente imposible reconstituir la sociedad sobre una base que no es más que una sombra embellecida de esta misma sociedad. A medida que la sombra toma cuerpo, se comprueba que este cuerpo, lejos de ser la transfiguración soñada, es el cuerpo actual de la sociedad”. (Marx, Karl; “Miseria de la filosofía”, 1847, capítulo I, epígrade II, ed. marxists.org)

    Conclusión:

    “La República de los Soviets de Rusia, por contra, ha barrido de un solo golpe, sin excepción, todos los restos jurídicos de la inferioridad de la mujer y asegurado de golpe la igualdad más completa por ley para la mujer”. (Lenin, Vladimir; “Para el día internacional de las mujeres”, 1920, en “La mujer y el comunismo”, 1951, p. 88)

    “Ningún gran movimiento de oprimidos, en la historia de la humanidad, se ha desarrollado sin la participación de las mujeres trabajadoras. Las mujeres trabajadoras, las más oprimidas de entre todos los oprimidos, nunca se han quedado ni han podido quedarse aparte del gran camino del movimiento liberador. El movimiento liberador de los esclavos empujó, como se sabe, hacia adelante a cientos y miles de grandes mártires y heroínas. En las filas de los luchadores por la liberación de siervos, había decenas de miles de mujeres trabajadoras. No es sorprendente que el movimiento revolucionario de la clase obrera, el más potente de todos los movimientos liberadores de las masas oprimidas, haya atraído hacia sí a millones de mujeres trabajadoras. El Día Internacional de las Mujeres es el testimonio de la invencibilidad y el presagio de un gran futuro del movimiento liberador de la clase obrera.” (Stalin, Iósif; “Por el día internacional de las mujeres”, 1925, en “La mujer y el comunismo”, 1951, p. 64)



    Alejo Sola
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    La cuestión del género y la clase social; Gazeta de Antropología Marxista-Leninista, 2015 Empty Feminismos, sus errores de planteamiento y otras especies; Equipo de Bitácora (M-L), 2011

    Mensaje por Enver19 Sáb Jul 21, 2018 12:26 pm

    Feminismos, sus errores de planteamiento y otras especies; Equipo de Bitácora (M-L), 2011


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    «El mayor obstáculo para desarrollar una lucha por la conquista de cualquier derecho, no es en realidad el enemigo ideológico que se posiciona en contra de las transformaciones, sino y en mayor medida el elemento cultural y la base económica que ha hecho posible que esas deformaciones tóxicas en las relaciones sociales se perpetúen. Un fenómeno que es extensivo incluso a los que nos encontramos movilizados en las luchas, no olvidemos que al ser educados inmersos en un sistema de naturaleza excluyente, terminamos reproduciendo antivalores que son difíciles de disipar de nuestro comportamiento, al punto que nos toma años de lucha contra esa realidad intrínseca a nosotros mismos. Por ello debemos partir del necesario reconocimiento de esos elementos ligado a la personalidad de cada sujeto, como ocurre con el patriarcado, que ahora tanto se trae a debate.

    Partiendo de esta realidad, se hace evidente que la lucha planteada por los movimiento feministas en general, y en particular los radicalizados, son el resultado de un planteamiento equivocado de las causas de la eterna discriminación de la mujer como sujeto social, y al hacerlo, obvian los elemento coyunturales que han originado y perpetuado esa realidad, pues parten de la idea de que los miembro del sexo opuesto son el enemigo y de hecho el sujeto a batir, que la exclusión y falta de derechos del gremio se debe exclusivamente a la implicación directa de los hombres en general y que va en su ser tal «naturaleza represora», o al menos eso es lo que se desprende de sus acciones, documentos, eslóganes, etc. Como apunte: resulta imprescindible que apuntemos que la violencia doméstica, aunque mayoritariamente se ensaña contra la mujer, hay un 5% de esta cuyo ejecutor es una fémina, e incluso, que al contrario de los que se apunta, el feminicidio no es el efecto siempre de una conducta misógina, sino más de una conducta potenciada por la cultura patriarcal transmitida por todas las esferas sociales. Expliquemoslo más en profundidad: la misoginia es la aversión u odio a las mujeres. No consiste en ser simplemente partidario del predominio del hombre sobre la mujer, sino en derivaciones de pensamientos más extremos como que el hombre debe liberarse de cualquier tipo de cooperación e incluso coexistencia con el género femenino. La mujer, y como consecuencia su concepción y el término de la familia, son consideradas como aberrantes y rechazables, o en el mejor de los casos un mal necesario para el misógino, que es impuesto por la norma social.

    Así, el machismo o visión patriarcal es una elemento cultural que se nutre de otros componentes de la cultura –la religión por ejemplo-, que hacen que el mismo haya y sea observado como la única forma de relación entre los dos colectivos dado su carácter hegemónico, al punto que cualquier desviación o reinterpretación de estas relaciones son consideradas como una subversión de un «orden superior», incluso divino, por un amplísimo sector social, de este modo se convierte en el factor determinante que origina la discriminación en cuestión; sin embargo, debemos de entender que el machismo es transmitido indistintamente por todos los sujetos sociales –hombres y mujeres–, especialmente en el núcleo familiar, en donde individualmente asistimos por primera vez al reparto del desempeño social, allí se nos determina qué cosas son socialmente aceptables y esperables de cada sujeto en relación a su condición sexual.

    En el aspecto social de la necesaria lucha por la plena igualdad, ese planteamiento feminista erróneo ha llevado a que se proyecte la lucha desde la creación de leyes de discriminación positiva conocidas como leyes de paridad, una conducta importada desde las «democracias burguesas» occidentales que resulta en el mecanismo efectivo para la creación de nuevos grupos de discriminación, –el colectivo masculino en este caso–, y en crear una realidad que también resulta excluyente y no resuelve los problemas de la mujer en cuanto a trabajo, acceso a la universidad o el acoso sexual. Sin menospreciar la ley como elemento regulador de las relaciones sociales colectivas e individuales, este modo de entender la lucha por la igualdad también tiene otras carencias, y es que no olvidemos que las mismas son un mecanismo de aprendizaje negativo, pues se limita al castigo de una conducta para procurar una corrección de la misma, y que por lo demás ha demostrado ser ineficaz; por cuanto esta nunca debe de ser sustituir al aprendizaje positivo que resulta de la educación como único elemento de anticipación a la discriminación de cualquier índole. Claro es que aún cuando se plantee una respuesta a este problema desde lo educativo, el machismo y en consecuencia la discriminación de la mujer subsistirá pues su base fundamental se haya en las relaciones de producción capitalista; por consiguiente, la igualdad objetiva –la real, no la que plantea el feminismo– entre hombres y mujeres solo pueden ser alcanzadas a través de la realización del socialismo y la transformación de esas relaciones de producción tal y como plantea el marxismo-leninismo, que de hecho este es el único que plantea una respuesta a este problema que es el núcleo de todas las contradicciones al interior de la sociedad capitalista. En ese sentido, el planteamiento feminista es un bluff que no atiende a este problema fundamental y se queda en meras demandas superficiales.

    Debemos pues comprometernos con el desarrollo y conquista de nuevos valores culturales, unos que permitan impulsar una nueva sociedad que crea en la igualdad como ingrediente indisoluble del desarrollo humano y social; esto significa que tal sociedad solo puede ser alcanzada a través del marxismo-leninismo y la solución que este problema de las contradicciones que general las relaciones de producción capitalistas. Solo entonces estaremos en condición de construcción una sociedad para todos y de todos.


    Notas


    Pedro Madrigal Reyes


    Nota: este artículo si bien es fruto del trabajo personal del camarada Pedro en aquellos días, el Equipo de Bitácora (M-L) en la actualidad subraya todos sus pensamientos.


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    La cuestión del género y la clase social; Gazeta de Antropología Marxista-Leninista, 2015 Empty Re: La cuestión del género y la clase social; Gazeta de Antropología Marxista-Leninista, 2015

    Mensaje por diablo rock n roll Sáb Jul 21, 2018 10:28 pm

    si sos mujer sos mujer y si naces hombre sos hombre,si queres ser homosexual todo bien,no se vistas de un genero q no sos ni finjas la voz
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    La cuestión del género y la clase social; Gazeta de Antropología Marxista-Leninista, 2015 Empty ¿Dónde está la unidad de tareas y aspiraciones acerca de las cuales las feministas tienen tanto que decir? Una mirada fría a la realidad muestra que esa unidad no existe y no puede existir

    Mensaje por Enver19 Vie Sep 14, 2018 10:53 pm

    ¿Dónde está la unidad de tareas y aspiraciones acerca de las cuales las feministas tienen tanto que decir? Una mirada fría a la realidad muestra que esa unidad no existe y no puede existir


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    «Las feministas buscan la igualdad en el marco de la sociedad de clases existente, de ninguna manera atacan la base de esta sociedad. Luchan por privilegios para ellas mismas, sin poner en entredicho las prerrogativas y privilegios existentes. No acusamos a las representantes del movimiento de mujeres burgués de no entender el asunto, su visión de las cosas mana inevitablemente de su posición de clase.

    En primer lugar debemos preguntarnos si un movimiento unitario sólo de mujeres es posible en una sociedad basada en las contradicciones de clase. El hecho de que las mujeres que participan en el movimiento de liberación no representan a una masa homogénea es evidente para cualquier observador imparcial.

    El mundo de las mujeres está dividido –al igual que lo está el de los hombres– en dos bandos. Los intereses y aspiraciones de un grupo de mujeres les acercan a la clase burguesa, mientras que el otro grupo tiene estrechas conexiones con el proletariado, y sus demandas de liberación abarcan una solución completa a la cuestión de la mujer. Así, aunque ambos bandos siguen el lema general de la «liberación de la mujer», sus objetivos e intereses son diferentes. Cada uno de los grupos inconscientemente parte de los intereses de su propia clase, lo que da un colorido específico de clase a los objetivos y tareas que se fija para sí mismo.

    A pesar de lo aparentemente radical de las demandas de las feministas, uno no debe perder de vista el hecho de que las feministas no pueden, en razón de su posición de clase, luchar por aquella transformación fundamental de la estructura económica y social contemporánea de la sociedad sin la cual la liberación de las mujeres no puede completarse.

    Si en determinadas circunstancias las tareas a corto plazo de las mujeres de todas las clases coinciden los objetivos finales de los dos bandos, que a largo plazo determinan la dirección del movimiento y las estrategias a seguir, difieren mucho. Mientras que para las feministas la consecución de la igualdad de derechos con los hombres en el marco del mundo capitalista actual representa un fin lo suficientemente concreto en sí mismo, la igualdad de derechos en el momento actual para las mujeres proletarias, es sólo un medio para avanzar en la lucha contra la esclavitud económica de la clase trabajadora. Las feministas ven a los hombres como el principal enemigo, por los hombres que se han apropiado injustamente de todos los derechos y privilegios para sí mismos, dejando a las mujeres solamente cadenas y obligaciones. Para ellas, la victoria se gana cuando un privilegio que antes disfrutaba exclusivamente el sexo masculino se concede al «sexo débil». Las mujeres trabajadoras tienen una postura diferente. Ellas no ven a los hombres como el enemigo y el opresor, por el contrario, piensan en los hombres como sus compañeros, que comparten con ellas la monotonía de la rutina diaria y luchan con ellas por un futuro mejor. La mujer y su compañero masculino son esclavizados por las mismas condiciones sociales, las mismas odiadas cadenas del capitalismo oprimen su voluntad y les privan de los placeres y encantos de la vida. Es cierto que varios aspectos específicos del sistema contemporáneo yacen con un doble peso sobre las mujeres, como también es cierto que las condiciones de trabajo asalariado, a veces, convierten a las mujeres trabajadoras en competidoras y rivales de los hombres. Pero en estas situaciones desfavorables, la clase trabajadora sabe quién es el culpable.

    La mujer trabajadora, no menos que su hermano en la adversidad, odia a ese monstruo insaciable de fauces doradas que, preocupado solamente en extraer toda la savia de sus víctimas y de crecer a expensas de millones de vidas humanas, se abalanza con igual codicia sobre hombres, mujeres y niños. Miles de hilos la acercan al hombre de clase trabajadora. Las aspiraciones de la mujer burguesa, por otro lado, parecen extrañas e incomprensibles. No simpatizan con el corazón del proletariado, no prometen a la mujer proletaria ese futuro brillante hacia el que se tornan los ojos de toda la humanidad explotada.

    El objetivo final de las mujeres proletarias no evita, por supuesto, el deseo que tienen de mejorar su situación incluso dentro del marco del sistema burgués actual. Pero la realización de estos deseos está constantemente dificultada por los obstáculos que derivan de la naturaleza misma del capitalismo. Una mujer puede tener igualdad de derechos y ser verdaderamente libre sólo en un mundo de trabajo socializado, de armonía y justicia. Las feministas no están dispuestas a comprender esto y son incapaces de hacerlo. Les parece que cuando la igualdad sea formalmente aceptada por la letra de la ley serán capaces de conseguir un lugar cómodo para ellas en el viejo mundo de la opresión, la esclavitud y la servidumbre, de las lágrimas y las dificultades. Y esto es verdad hasta cierto punto. Para la mayoría de las mujeres del proletariado, la igualdad de derechos con los hombres significaría sólo una parte igual de la desigualdad, pero para las «pocas elegidas», para las mujeres burguesas, de hecho, abriría las puertas a derechos y privilegios nuevos y sin precedentes que hasta ahora han sido sólo disfrutados por los hombres de clase burguesa. Pero, cada nueva concesión que consiga la mujer burguesa sería otra arma con la que explotar a su hermana menor y continuaría aumentando la división entre las mujeres de los dos campos sociales opuestos. Sus intereses se verían más claramente en conflicto, sus aspiraciones más evidentemente en contradicción.

    ¿Dónde, entonces, está la «cuestión femenina» general? ¿Dónde está la unidad de tareas y aspiraciones acerca de las cuales las feministas tienen tanto que decir? Una mirada fría a la realidad muestra que esa unidad no existe y no puede existir. En vano, las feministas tratan de convencerse a sí mismas de que la «cuestión femenina» no tiene nada que ver con aquella del partido político y que «su solución sólo es posible con la participación de todos los partidos y de todas las mujeres». Como ha dicho una de las feministas radicales de Alemania, la lógica de los hechos nos obliga a rechazar esta ilusión reconfortante de las feministas.

    Las condiciones y las formas de producción han subyugado a las mujeres durante toda la historia de la humanidad, y las han relegado gradualmente a la posición de opresión y dependencia en la que la mayoría de ellas ha permanecido hasta ahora.

    Sería necesario un cataclismo colosal de toda la estructura social y económica antes de que las mujeres pudieran comenzar a recuperar la importancia y la independencia que han perdido. Las inanimadas pero todopoderosas condiciones de producción han resuelto los problemas que en un tiempo parecieron demasiado difíciles para los pensadores más destacados. Las mismas fuerzas que durante miles de años esclavizaron a las mujeres ahora, en una etapa posterior de desarrollo, las está conduciendo por el camino hacia la libertad y la independencia.

    La cuestión de la mujer adquirió importancia para las mujeres de las clases burguesas aproximadamente en la mitad del siglo XIX: un tiempo considerable después de que la mujer proletaria hubiera llegado al campo del trabajo. Bajo el impacto de los monstruosos éxitos del capitalismo, las clases medias de la población fueron golpeadas por olas de necesidad. Los cambios económicos hicieron que la situación financiera de la pequeña y mediana burguesía se volviera inestable, y que las mujeres burguesas se enfrentaran a un dilema de proporciones alarmantes, o bien aceptar la pobreza o conseguir el derecho al trabajo. Las esposas y las hijas de estos grupos sociales comenzaron a golpear a las puertas de las universidades, los salones de arte, las casas editoriales, las oficinas, inundando las profesiones que estaban abiertas para ellas. El deseo de las mujeres burguesas de conseguir el acceso a la ciencia y los mayores beneficios de la cultura no fue el resultado de una necesidad repentina, madura, sino que provino de esa misma cuestión del «pan de cada día».

    Las mujeres de la burguesía se encontraron, desde el primer momento, con una dura resistencia por parte de los hombres. Se libró una batalla tenaz entre los hombres profesionales, apegados a sus «pequeños y cómodos puestos de trabajo», y las mujeres que eran novatas en el asunto de ganarse su pan diario. Esta lucha dio lugar al «feminismo»: el intento de las mujeres burguesas de permanecer unidas y medir su fuerza común contra el enemigo, contra los hombres. Cuando estas mujeres entraron en el mundo laboral se referían a sí mismas con orgullo como la «vanguardia del movimiento de las mujeres». Se olvidaron de que en este asunto de la conquista de la independencia económica, como en otros ámbitos, fueron recorriendo los pasos de sus hermanas menores y recogiendo los frutos de los esfuerzos de sus manos llenas de ampollas.

    Entonces, ¿es realmente posible hablar de las feministas como las pioneras en el camino hacia el trabajo de las mujeres, cuando en cada país cientos de miles de mujeres proletarias habían inundado las fábricas y los talleres, apoderándose de una rama de la industria tras otra, antes de que el movimiento de las mujeres burguesas ni siquiera hubiera nacido? Sólo gracias al reconocimiento del trabajo de las mujeres trabajadoras en el mercado mundial las mujeres burguesas han podido ocupar la posición independiente en la sociedad de la que las feministas se enorgullecen tanto.

    Nos resulta difícil señalar un solo hecho en la historia de la lucha de las mujeres proletarias por mejorar sus condiciones materiales en el que el movimiento feminista, en general, haya contribuido significativamente. Cualquiera que sea lo que las mujeres proletarias hayan conseguido para mejorar sus niveles de vida es el resultado de los esfuerzos de la clase trabajadora en general, y de ellas mismas en particular. La historia de la lucha de las mujeres trabajadoras por mejorar sus condiciones laborales y por una vida más digna es la historia de la lucha del proletariado por su liberación.

    ¿Qué fuerza a los propietarios de las fábricas a aumentar el precio del trabajo, a reducir horas e introducir mejores condiciones de trabajo, si no el temor a una grave explosión de insatisfacción del proletariado? ¿Qué, si no el miedo a los «conflictos laborales», persuade al gobierno de establecer una legislación para limitar la explotación del trabajo por el capital?

    No hay un solo partido en el mundo que haya asumido la defensa de las mujeres como lo ha hecho la socialdemocracia [1]. La mujer trabajadora es ante todo un miembro de la clase trabajadora, y cuanto más satisfactoria sea la posición y el bienestar general de cada miembro de la familia proletaria, mayor será el beneficio a largo plazo para el conjunto de la clase trabajadora.

    En vista a las crecientes dificultades sociales, la devota luchadora por la causa debe pararse en triste desconcierto. Ella no puede si no ver lo poco que el movimiento general de las mujeres ha hecho por las mujeres proletarias, lo incapaz que es de mejorar las condiciones laborales y de vida de la clase trabajadora. El futuro de la humanidad debe parecer gris, apagado e incierto a aquellas mujeres que están luchando por la igualdad pero que aun no han adoptado la perspectiva mundial del proletariado o no han desarrollado una fe firme en la llegada de un sistema social más perfecto. Mientras el mundo capitalista actual permanezca inalterado, la liberación debe parecerles incompleta e imparcial. Que desesperación deben abrazar las más pensativas y sensibles de estas mujeres. Sólo la clase obrera es capaz de mantener la moral en el mundo moderno con sus relaciones sociales distorsionadas. Con paso firme y acompasado avanza firmemente hacia su objetivo. Atrae a las mujeres trabajadoras a sus filas. La mujer proletaria inicia valientemente el espinoso camino del trabajo asalariado. Sus piernas flaquean, su cuerpo se desgarra. Hay peligrosos precipicios a lo largo del camino, y los crueles predadores están acechando.

    Pero sólo tomando este camino la mujer es capaz de lograr ese lejano pero atractivo objetivo: su verdadera liberación en un nuevo mundo del trabajo. Durante este difícil paso hacia el brillante futuro la mujer trabajadora, hasta hace poco una humillada, oprimida esclava sin derechos, aprende a desprenderse de la mentalidad de esclava a la que se ha aferrado, paso a paso se transforma a sí misma en una trabajadora independiente, una personalidad independiente, libre en el amor. Es ella, luchando en las filas del proletariado, quien consigue para las mujeres el derecho a trabajar, es ella, la «hermana menor», quien prepara el terreno para la mujer «libre» e «igual» del futuro.

    ¿Por qué razón, entonces, debe la mujer trabajadora buscar una unión con las feministas burguesas? ¿Quién, en realidad, se beneficiaría en el caso de tal alianza? Ciertamente no la mujer trabajadora. Ella es su propia salvadora, su futuro está en sus propias manos. La mujer trabajadora protege sus intereses de clase y no se deja engañar por los grandes discursos sobre el «mundo que comparten todas las mujeres». La mujer trabajadora no debe olvidar y no olvida que si bien el objetivo de las mujeres burguesas es asegurar su propio bienestar en el marco de una sociedad antagónica a nosotras, nuestro objetivo es construir, en el lugar del mundo viejo, obsoleto, un brillante templo de trabajo universal, solidaridad fraternal y alegre libertad». (Alejandra Kollontai; Los fundamentos sociales de la cuestión femenina, 1907)


    Anotación de Bitácora (M-L):


    «El término socialdemócrata es un término que ha evolucionado desde hace siglos, antiguamente se autocalificaban socialdemócratas o socialistas tanto los reformistas –que pensaba en llegar al socialismo por medio de reformas progresivas de la sociedad capitalista–, los revisionistas –que reconocían y decían basarse en Marx y Engels pero revisaban injustificadamente la parte cardinal de sus tesis centrales acercándose a corrientes antimarxistas–, como los marxistas revolucionarios –que era propiamente marxistas y que sólo actualizaban las tesis de Marx si la época lo requería, sin alterar la esencia revolucionaria del marxismo–.

    Durante el cisma entre los socialdemócratas revolucionarios encabezados por Lenin y los socialdemócratas socialchovinistas encabezados por Karl Kautsky durante la Primera Guerra Mundial, los primeros rechazaron seguir identificando a sus partidos como socialdemócratas y los denominarían en adelante como partidos comunistas, más tarde también llamados marxista-leninistas. A partir de entonces el término socialdemócrata quedaría pues en manos de autodenominados «marxistas» que revisaban a Karl Marx y volvían a los conceptos de los autores reformistas y de otras corrientes ajenas al marxismo, se agruparon en la Internacional Obrera y Socialista de 1923-1939. Posteriormente el término sería usado por los partidos de la Internacional Socialista fundada en 1951. Tras la Segunda Guerra Mundial el mero hecho de que los socialdemócratas contemporáneos hubieran renunciado incluso en sus estatutos de partido al marxismo evidenciaba su alto grado de degeneración». (Equipo de Bitácora (M-L); Terminológico, 2015)


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