Riaño: cuando el agua es sinónimo de muerte (I)
Se han cumplido 22 años del llenado del Pantano de Riaño en León, una de las mayores vergüenzas y aberraciones cometidas desde la llegada de la “democracia” al Estado Español. En diciembre de 1987, ocho pueblos de la Montaña Leonesa desaparecieron bajo las aguas de los ríos Esla y Yuso dejando a cientos de familias sin casa, sin propiedades, y lo peor de todo, sin pasado.
La mayoría éramos unos críos cuando sucedieron estos hechos (y aunque algunos los lleven marcados a fuego) es un ejercicio obligado de memoria y justicia histórica recordar el crimen cometido y las mentiras y manipulaciones que llevaron a inundar uno de los Valles más ricos e imprescindibles de la provincia leonesa, justo a lado de los Picos de Europa.
Como recuerda Julio Llamazares, Riaño “era la capital de la montaña oriental leonesa. Cabecera de un partido judicial y con más de 3.000 personas censadas en su término (a las que habría que sumar las de los municipios vecinos de Pedrosa del Rey y de Burón, también afectados por el embalse), era el equivalente, en la provincia de León, a lo que para Asturias y Cantabria significan Cangas de Onís y Potes”.
El año 1987 fue negro: ni las multitudinarias manifestaciones ni las acciones de desobediencia civil llevadas a cabo impidieron que uno tras otro, y de modo sumamente violento, todos los pueblos afectados fueran desalojados y demolidos por excavadoras, protegidas por antidisturbios de la Guardia Civil.
Durante el verano del desalojo, la zona fue tomada literalmente por la Guardia Civil, venían en furgonetas, autobuses, desde Asturias y Valladolid. Con grandes excavadoras, empezaron los derribos, y el conflicto estalló. La gente joven subía a los tejados de las casas de sus familias y se encadenaban, lanzaban tejas y se iniciaron huelgas de hambre. Las cargas policiales fueron cosa diaria y Riaño apareció en todos los medios de comunicación estatales.
Se trabajó sin miramientos. Algunos vecinos casi ni pudieron salvar los enseres de sus casas, otros en plena desesperación prefirieron quemarlas antes de ver como eran destruidas, y se produjeron varios suicidios.
Era la desesperación de una gente que no había salido prácticamente en toda su vida de un entorno de unos pocos kilómetros cuadrados entre montañas, y les estaban hablando de pisos de protección oficial en Palencia o en Guadalajara.
Grupos de ecologistas se organizaron para intentar parar las obras, muchos fueron detenidos por resistencia a la autoridad, entre ellos un candidato al Parlamento Europeo. Hubo manifestaciones con miles de personas en León y en Madrid pero no sirvió de nada; el 31 de Diciembre de 1987 se cerraron las compuertas y el Valle desapareció escribiendo una de las páginas más negras de nuestra historia reciente.
Extraído de la revista El Insolente
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Se han cumplido 22 años del llenado del Pantano de Riaño en León, una de las mayores vergüenzas y aberraciones cometidas desde la llegada de la “democracia” al Estado Español. En diciembre de 1987, ocho pueblos de la Montaña Leonesa desaparecieron bajo las aguas de los ríos Esla y Yuso dejando a cientos de familias sin casa, sin propiedades, y lo peor de todo, sin pasado.
La mayoría éramos unos críos cuando sucedieron estos hechos (y aunque algunos los lleven marcados a fuego) es un ejercicio obligado de memoria y justicia histórica recordar el crimen cometido y las mentiras y manipulaciones que llevaron a inundar uno de los Valles más ricos e imprescindibles de la provincia leonesa, justo a lado de los Picos de Europa.
Como recuerda Julio Llamazares, Riaño “era la capital de la montaña oriental leonesa. Cabecera de un partido judicial y con más de 3.000 personas censadas en su término (a las que habría que sumar las de los municipios vecinos de Pedrosa del Rey y de Burón, también afectados por el embalse), era el equivalente, en la provincia de León, a lo que para Asturias y Cantabria significan Cangas de Onís y Potes”.
El año 1987 fue negro: ni las multitudinarias manifestaciones ni las acciones de desobediencia civil llevadas a cabo impidieron que uno tras otro, y de modo sumamente violento, todos los pueblos afectados fueran desalojados y demolidos por excavadoras, protegidas por antidisturbios de la Guardia Civil.
Durante el verano del desalojo, la zona fue tomada literalmente por la Guardia Civil, venían en furgonetas, autobuses, desde Asturias y Valladolid. Con grandes excavadoras, empezaron los derribos, y el conflicto estalló. La gente joven subía a los tejados de las casas de sus familias y se encadenaban, lanzaban tejas y se iniciaron huelgas de hambre. Las cargas policiales fueron cosa diaria y Riaño apareció en todos los medios de comunicación estatales.
Se trabajó sin miramientos. Algunos vecinos casi ni pudieron salvar los enseres de sus casas, otros en plena desesperación prefirieron quemarlas antes de ver como eran destruidas, y se produjeron varios suicidios.
Era la desesperación de una gente que no había salido prácticamente en toda su vida de un entorno de unos pocos kilómetros cuadrados entre montañas, y les estaban hablando de pisos de protección oficial en Palencia o en Guadalajara.
Grupos de ecologistas se organizaron para intentar parar las obras, muchos fueron detenidos por resistencia a la autoridad, entre ellos un candidato al Parlamento Europeo. Hubo manifestaciones con miles de personas en León y en Madrid pero no sirvió de nada; el 31 de Diciembre de 1987 se cerraron las compuertas y el Valle desapareció escribiendo una de las páginas más negras de nuestra historia reciente.
Extraído de la revista El Insolente
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